El inicio de la medicina interna en Barquisimeto

ZAPATA C ARTÍCULO ESPECIAL Avances Cardiol 2009;29(1):37-47 El inicio de la medicina interna en Barquisimeto The beginning of internal medicine in ...
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ZAPATA C

ARTÍCULO ESPECIAL

Avances Cardiol 2009;29(1):37-47

El inicio de la medicina interna en Barquisimeto The beginning of internal medicine in Barquisimeto Dr. Carlos Zapata Escalona1 Internista, ex Jefe del departamento de medicina interna del Hospital “Dr. Antonio María Pineda”, miembro fundador de la Sociedad Venezolana de Medicina Interna

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Discurso pronunciado por el Dr. Carlos Zapata Escalona, en el marco de la XII Cátedra de Cardiológica anual, “Dr. Luis López Grillo”, en Barquisimeto. Noviembre 28, 2008

La cátedra a la cual se hace homenaje Que sirvan de preámbulo las premonitorias palabras de actualidad del discurso que pronunció el doctor Félix Pífano, maestro de la medicina nacional cuando cumplió 25 años de profesor de Patología Tropical en la Universidad Central de Venezuela: “Nos ha correspondido actuar en una encrucijada que considero un privilegio para los que cultivamos el pensamiento libre”. Quiero dedicar esta sencilla disertación que puede ser algo de historia, sin ser historiador, escrita al calor de la amistad y la admiración a ustedes colegas médicos de Ascardio, en especial a Bartolomé Finizola, su empeñoso constructor sin el cual no fuese lo que es. No puedo seguir adelante sin mencionar al Dr. Luis López Grillo epónimo de esta “Cátedra de Cardiología anual’’ merecedora de llevar su nombre. Afanoso propagador de la CORRESPONDENCIA Dr. Carlos Zapata Escalona Ed. El Morichal Apto 1-1, Urb. del Este Barquisimeto Edo. Lara-Venezuela 3001 Tel: +58-251-254.40.14 E-mail: [email protected] Recibido en: diciembre 22, 2008 Aceptado en: febrero 02, 2008 Avances Cardiol

cardiología en Venezuela, y de apoyo fundamental a ustedes y a esta extraordinaria institución que es Ascardio, sembrando en ella muchas de sus inquietudes. “Nos ha correspondido actuar en una encrucijada que considero un privilegio para los que cultivamos el pensamiento libre” Dr. Félix Pifano

Me siento cómodo acompañado de cardiólogos, puesto que pude estar siempre con ustedes. Antes de ser internista, fui un revoltillo indeciso de mi decisión final: dermatólogo, hematólogo, tropicalista y sobre todo cardiólogo. Fui instructor de semiología cardiovascular de la Escuela de Medicina de la Universidad Central de Venezuela, junto con mis amigos Rafael José Neri y Eloy Dubois que continuaron en la especialidad; siendo titular de la cátedra, nuestro maestro el insigne internista y cardiólogo Carlos Gil Yépez, humanista de profundos pensamientos y densas reflexiones, el pionero de la Medicina Antropológica en nuestro país, fundando en 1960 el centro de estudio de esta 37

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disciplina en la Universidad Central de Venezuela. Ustedes le han honrado nominando a la Biblioteca de Ascardio con el nombre, “Dr. Carlos Gil Yépez”. Además, un Liceo de Barquisimeto, el de la Ruezga, tiene también su nombre. Antes de relatar lo que pudo ser el nacimiento en Barquisimeto de la hoy llamada medicina interna, recordaré muy brevemente la historia de la denominación de la especialidad que se separó de la cirugía, la obstetricia y la pediatría. El movimiento de la medicina interna En la primera mitad del siglo XIX la patografía fue el verdadero embrión de la medicina interna. Tuvo tres gigantes Corvisart, Bayle y Laenec todos franceses; sin embargo, en el resto de Europa había un movimiento tan general que Charcot, Stokes y Frerichis, de diferentes países, ya en 1875 podían entenderse embarcados como estaban los médicos europeos en esta etapa avanzada de la clínica. Fueron cuatro las corrientes médicas con sus propias mentalidades que definitivamente le dieron fundamento a la “Medicina” que se llamó “Interna”. La primera francesa, la anatomo-clínica, nacida en los hospitales de París: La Salpetriere, El Hotel Dieu, El Boussais, El Lariboisier, y con el famoso patólogo Bichat del cual se publicó su extraordinaria obra “Anatomie Patalogique”. En esos hospitales estuvieron Laenec, Charcot, Broca, Trousseau, Peter y Jaccoud. La segunda corriente alemana, de mentalidad fisiopatológica a pesar de ser muy de patólogos: Rokitanski, Virchow, Cohnheim, Aschoff, junto a clínicos como Traube, Frerishs, Kussmaul, Senator, Leiden y Wenckebach. La tercera corriente inglesa, la más ecléctica, menos sometida a adoctrinamientos tanto fisiopatológicos como patológicos, son sus representantes clínicos: Stokes, Bright, Bences Jones, Jackson y Mackenzie. La cuarta corriente, la Norte Americana influida a finales del siglo XIX y principio del XX por la medicina alemana, para la cual tuvo Abraham Flexner doctor de la medicina americana gran admiración, propiciando la ida al país germano a más de mil médicos americanos.

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Para 1893 ejerciendo en el Hospital Johns Hopkins de Baltimore, Sir Wiliam Osler, el gigante de la medicina creo la primera residencia de posgrado en Medicina Interna de Estados Unidos y dictó la famosa conferencia “Medicina Interna como Vocación” (1897). La corriente Americana se desarrolló mayoritariamente en los hospitales de New York: el Mount Sinai, el Lennox Hill y el Bellvue. Los alemanes empezaron a hablar en 1880 de Medicina Interna, pero fue hace exactamente cien años, cuando se impuso la aceptación del término definitivamente al publicarse Los “Archives of Internal Medicine” en 1908. La especialidad entonces ya confirmada recibió en el mismo Siglo XX un nuevo apoyo dado por el florecimiento de las ideas del gran discípulo de Charcot, Sigemund Freud, quien fue el propugnador de la patología psicosomática, enriquecedora de toda la medicina, pero de manera especial de la medicina interna. Poco después se complementa con el enfoque trascendente de la antropología médica, surgida del ambiente de los internistas alemanes en especial, Ludolf van Krehl, Richard Siebeck y Victor von Weizacker el genio de la medicina del siglo XX según el historiador Pedro Lain Entralgo. Nuestro país, como ya dijimos tuvo como pionero de la medicina antropológica al doctor Carlos Gil Yépez, que expresó en sus publicaciones y conferencias lo indispensable de su estudio para la formación del médico, especialmente el internista. A los cardiólogos les escribió su famoso “El médico, el paciente, y la muerte’’, de cuya obra me enorgullece su afectuosa dedicatoria. La medicina interna en Barquisimeto Me fue más fácil redactar el resumen anterior, que tratar como se desenvolvió en nuestro medio el advenimiento de la especialidad. Conseguir colegas que pudiéramos considerar los precursores de la medicina interna barquisimetana ha sido un trabajo dificultoso, no queriendo omitir a algún meritorio médico del cual no hay referencia. Doy nombres de predecesores inolvidables y de los más

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recientes, algunos conocidos por mí, sin entrar en profundidades biográficas porque no se trata de eso, sino de recordar su aporte en la evolución hacia el progreso de nuestra medicina hasta alcanzar el merecido calificativo de interna. Sería extraordinario que Marcos Ghersi Gil, historiador, nuestro alumno y colega, dedicara su saber a este tema. Espero que esta modesta remembranza ayude en algo a la pobre memoria colectiva que padece nuestro país, que nos afecta como pueblo, y nos llena de angustia, como diría el pediatra Carlos Rivero Rodríguez, excelente comentador de estos quehaceres. Antes del siglo XVIII no se consigue información tomable en cuenta, a finales de ese siglo Lorenzo Campins y Ballester habla de un colaborador italiano, toscano, no sabemos de qué escuela, que había llegado de Barquisimeto a Caracas llamado Francisco de Bani, al cual consideraban un profesional competente que había trabajado en el Hospital San Lázaro de esa urbe. Debía ser un viajante que no podía soportar la difícil situación de esos tiempos, acostumbrados los pobladores a solicitar los servicios de curanderos. Podríamos considerarlo con mucha benevolencia como el primer médico sin calificarlo llegado a Barquisimeto, valorando la opinión del promedicato de Caracas.

asistentes sociales mejoradores del Hospital la Caridad, divulgadores del conocimiento médico y editores del “Boletín Hospital La Caridad”. Ellos fueron: Luis Razetti, José Isidro Arroyo y Simón Wohnsielder, encabezados por ese ilustre ciudadano el Dr. Antonio María Pineda, una excepción en esa Venezuela salvaje, a la cual no debemos volver. Era el doctor Pineda un médico extraordinario muy bien formado en la escuela médica parisina de finales de ese siglo donde figuraban los grandes maestros franceses que nombré al inicio. Además de su dominio de la clínica tenía facultades quirúrgicas que supo cultivar, y poseía el don de la inventiva fabricando instrumentos médicos. La generación de 1885 fue audaz, Fundadora y emprendedora…, a la cabeza de Antonio María Pineda. Murió a los 91 años el 05 de octubre de 1941, recuerdo la conmoción de la ciudad al regarse la noticia de su fallecimiento. Barquisimeto no lo ha

Un siglo después, en el XIX, el cambio del progreso médico fue notable, viniendo a mediados del siglo José de Jesús Freites famoso clínico reconocido como tal, graduado en la Universidad Central con inquietudes de investigador quien hizo estudios del “cute” como se llamaba el Carate, demostrando su capacidad de observador. De un paciente sifilítico se contagio y murió de esa enfermedad. Barquisimeto y su generación del 85 A partir de 1885, llegó un grupo excepcional que podemos llamar la generación del 85, no sólo fueron grandes médicos sino docentes audaces fundadores de una escuela de medicina y profesores del Colegio Federal de primera categoría, también progresistas Avances Cardiol

Figura 1. Inauguración del nuevo hospital de CARIDAD en 1918 de la ciudad de Barquisimeto. En la gráfica se reconocen autoridades civiles y militares de la época, junto al Dr. Antonio María Pineda. (Cubierta del texto: “Del hospital Caridad, al hospital central de Barquisimeto” por: Rafael Antonio Segundo Ceballos Garzón, 2008). 39

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podido olvidar, ahí está la institución hospitalaria de las mejores de Venezuela con su nombre escrita con el amor de los barquisimetanos. Lo acompañó Luis Razetti uno de los prohombres de este país, con una corta estadía en Yaritagua y luego en Quibor donde dejó dos amigos, el Padre Aguedo Felipe Alvarado, luego el gran Obispo y don Carlos Liscano del cual escribió la obra, “Uno de los mejores hombres que he conocido”. Razetti hizo de todo en Barquisimeto, acompañando al doctor Pineda, llegó muy joven, a los 25 años se vino a estas tierras por que quería tener una vivencia de la Venezuela profunda, la provinciana y orgullosos estamos que haya escogido la nuestra. ¿Por qué había venido?, fue la pregunta que por mucho tiempo me había hecho. Pero Razetti lo que más hizo en nuestra ciudad fue ser médico y clínico adelantado a su tiempo. Una institución médica le hace recordar su nombre. El otro contemporáneo es José Isidro Arroyo gran amigo de Pablo Acosta Ortiz quien elogiaba sus conocimientos y facultades clínicas, estaba al día en los saberes médicos de su época. El doctor Simón Wohnsielder reputado clínico, completaba el cuarteto de estos afamados médicos de la que he denominado generación del 85, trabajador del Hospital La Caridad y de gran cultura. Barquisimeto lo recuerda por sus composiciones musicales, autor de las mejores del repertorio larense no igualado. A estos, ya al final del siglo XIX se les sumaron Juan Alberto Olivares graduado en Caracas y Rafael Pereira en el Colegio Federal, típicos médicos de familia, queridos del pueblo pobre de Barquisimeto, se echaron sobre sus hombros la epidemia de gripe española. Competentes como clínicos, formados ambos con grandes esfuerzos. La Escuela de Enfermeras llevó el nombre del Dr. Olivares y un Dispensario de la ciudad tiene el del Dr. Pereira. Barquisimeto en el siglo XX Ya entrado el Siglo XX, en 1908 vino a Barquisimeto el Dr. Daniel Camejo Acosta, fue el primer estudiante ingresado a interno por concurso 40

al Hospital Vargas; era portugueseño de Ospino, su vocación nació del contacto en su pueblo natal con el médico en ejercicio, Dr. Lisandro Alvarado. Camejo era médico de grandes conocimientos, clara inteligencia y vasta cultura. Su dominio clínico era reconocido por sus colegas. El hospital infantil llevó el nombre de Daniel Camejo Acosta hasta su cierre para trasladarlo al Hospital Antonio María Pineda. El Dr. Lisandro Alvarado se vino de Ospino a Barquisimeto en 1915, residenciándose en la ciudad. No olvidemos que don Lisandro era un extraordinario médico, de alto prestigio en los sitios donde vivió, considerándole un médico internista, su presencia en la localidad no pasó desapercibida. Habitó en la carrera 19 en casa de doña Trina de Acosta (mudada de Ospino), madre del Dr. Camejo Acosta; me imagino y envidio las tertulias de este con el Dr. Alvarado, el gigante de los sabios de Venezuela, que sería el epónimo de nuestra Universidad.

Vino a Barquisimeto el Dr. Honorio Sigala en 1919 graduado en Barcelona de España, ejerció medicina general reconocido como buen profesional. Le oí comentarios muy favorables sobre su buen desempeño clínico, al Dr. Ambrosio Perera. Se dedicó posteriormente a la cirugía y en 1931 al dejar el Dr. Pineda la dirección del Hospital La Caridad, éste lo sustituyó. Fue Ministro de Sanidad y Asistencia Social en la presidencia de López Contreras y fundó la primera clínica privada en Barquisimeto. Ramón Ignacio Méndez Llamozas, graduado en 1917 ejerció medicina general en la década de los 20, de gran talento y conocimientos. Se ausentó por años de Barquisimeto y volvió en 1942 ya como cardiólogo, procedente de París. Le conocí en 1953, compartía sus pacientes cardiópatas en los servicios de medicina del hospital “Pineda”, destacaba por ser un excelente clínico, disfrutamos de su amena conversación salpicada de anécdotas, había sido discípulo de José Gregorio Hernández, Luis Razetti, Pablo Acosta Ortiz, y Santos Dominici, todos ellos pioneros en el avance médico del país. Le acompañé en el tribunal disciplinario del Colegio de Médicos cuando fue su presidente, donde

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calibré su ponderado criterio en algunos delicados problemas. Obtuve muy poca información de un famoso clínico, el Dr. Abelardo Hernández que vivió algunos años en Barquisimeto. Cuando joven, oí a personeros de la ciudad recordar su buen ejercicio como eminente profesional, y ya de médico los comentarios muy elogiosos de los doctores Pedro Salom y Carlos Zubillaga; ellos fueron sus compañeros en la vieja Policlínica Barquisimeto, considerándolo un sabio médico entre los colegas. Lo calificaban como el que hoy se tendría por un competente internista.

Ambrosio Perera ejerció la medicina en Barquisimeto como médico internista de grandes conocimientos, con especial aplicación se dedicó al tratamiento de la diabetes, siendo uno de los precursores en el país del buen manejo de esta enfermedad. Se trasladó a Caracas donde continuó su labor en el Seguro Social y ejercicio privado. Las inquietudes intelectuales, sobre todo la investigación histórica, lo alejaron de la profesión médica. Publicó en 1951 un libro sobre “La historia de la Medicina en Venezuela”. Fue profesor de Historia de Medicina de la Universidad Central, y los que fuimos sus alumnos tenemos un especial recuerdo de sus extraordinarias clases. Miembro de varias academias venezolanas y extranjeras. Un liceo de Barquisimeto lleva el nombre de este ilustre médico e historiador caroreño.

También caroreño, Agustín Zubillaga, ejerció medicina general antes de dedicarse a la pediatría, especialidad que dominó plenamente y a la cual dedicó su vida. No dejó nunca de estudiar dando ejemplo para todos. De vocación docente frustrada, deseaba informar siempre su saber sin pedantería. Estaba suscrito, algo excepcional, a varias revistas médicas y recortaba los artículos que podrían servir a otros colegas, entregándoselos y recomendando su lectura, era una hemeroteca ambulante a falta de una biblioteca médica y me favorecí como otros de su inquietud. Fundó la Cruz Roja en su primera etapa, y junto con Humberto Campins crearon el primer laboratorio clínico, de fundamental apoyo diagnóstico. Aprendí

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en su consulta pediátrica problemas que no conocía atinentes también a la medicina interna. Organizó los sábados en el Hospital Camejo Acosta unas discusiones clínicas con asistencia de dos alumnos pediatras Andrés Riera Zubillaga y Amador Camejo Octavio, ambos fueron insignes especialistas; concurría a esas tenidas por invitación del maestro. Desafortunadamente la prematura muerte del Dr. Agustín nos dejó tan lamentable vacio. El hospital de niños lleva el nombre del Dr. Agustín Zubillaga precursor de la pediatría en Venezuela como lo tituló el Dr. Pastor Oropeza.

De El Tocuyo vino Fortunato Orellana formado en Montpellier-Francia, se dedicó de lleno a la medicina general de adultos, fue por años jefe de un servicio de medicina en el antiguo Hospital Pineda. Tenía especial conocimiento de los procesos de patología regional. Poseía un claro criterio clínico. Se incorporó fácilmente al grupo de profesionales jóvenes que llegamos después de los años cincuenta. Respetábamos al viejo Fortunato no solo como sabio médico sino como hombre probo y ciudadano ejemplar que sufrió los embates de la tiranía de turno, la de Marcos Pérez Jiménez. Antonio Bujanda también jefe de otro de los servicios de medicina del Pineda, pasó al nuevo hospital, pero por motivos de salud se retiró al poco tiempo de la institución, perdiendo nosotros no sólo a un extraordinario médico, sino el poseedor de una envidiable cultura y además maestro de la guitarra, arreglista del único Alirio Díaz y consagrado flautista. Es el padre del pianista Antonio Bujanda Octavio concertista de fama internacional. Jesús María Casal incorporado al ejercicio de la medicina general, de gran reputación. Al poco tiempo se retiró a Acarigua, su ciudad natal, donde se desempeñó como un verdadero internista según comentarios de sus colegas portugueseños. El hospital de Acarigua-Araure lleva su nombre. Del siglo XX y su generación del 50 En las décadas de los 30 a los 50 llegaron a la ciudad un grupo de médicos graduados en la Central, de muy buena preparación en una escuela 41

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médica mejorada por profesionales pasantes en hospitales de París. Trabajaron al iniciar sus actividades en Barquisimeto como médicos generales. Posteriormente fueron especializándose dejando el espacio a la radiología la cual dominó. No abandonó el contacto con la medicina interna estimulado por su profesión de radiólogo y su dedicación a la neumonología y tisiología. Durante tres años le acompañé en las tardes en el sanatorio antituberculoso, donde fue extraordinario compartir con tan estupendo maestro una hora diaria en su servicio. Humberto Campins, (ospinero como Camejo Acosta) inteligente, de claro criterio, investigador nato se dedicó sobre todo a las micosis superficiales, y profundas, descubriendo en Venezuela la histoplasmosis y la coccidioidomicosis por sus inquietudes de médico general de los primeros años de ejercicio profesional pudo investigar mejor los problemas de las micosis profundas. Se especializó en París y Buenos Aires en dermatología. Fuí su adjunto en el viejo Pineda, me afianzó los discretos conocimientos en la especialidad adquiridos con el Dr. Martin Vegas en El Hospital Vargas. “Casi me entusiasmó a seguirla”. Para los médicos internistas, el Dr. Campins fue un efectivo colaborador, quienes lo consultaban frecuentemente por las relaciones entre ambas especialidades (un educador dispuesto a enseñar su saber). Fue Vicerrector de la UCLA en circunstancias difíciles. Lamentamos su mudanza a Caracas donde desempeñó encomiable labor en el Hospital Vargas; pronunció el magnífico discurso de orden en el Panteón Nacional, cuando fueron trasladados los restos de don Lisandro Alvarado. El servicio de dermatología del Hospital Pineda lleva su nombre.

Luis Gómez López, de Pariaguán, discípulo del Dr. José Ignacio Baldó, cuando éste se desempeñaba como internista en el Vargas. Completó sus estudios en neumonología y tisiología con tan insigne venezolano y después en el exterior ultimando su formación radiológica. Gómez López se dedicó a la lucha antituberculosa y al sanatorio desde su llegada a Barquisimeto en 1941. Era un radiólogo general que dominaba de forma excepcional la de tórax, haciendo recordar a Eli Rubín el maestro 42

americano que veía al pulmón como espejo de las enfermedades internas. El sanatorio transformado en Hospital General tomó el nombre de Luis Gómez López.

De Tinaquillo vino José María Pérez Coronel, médico general de infatigable ejercicio, no negaba sus conocimientos y servicios a los que se lo demandaban generalmente los más pobres. Fue profesor de botánica y de biología en el Liceo Lisandro Alvarado y concejal por muchos años siempre electo por el pueblo, ocupándose sobre todo de sus problemas de salud y enseñándole con su actitud a tener confianza en los profesionales médicos.

Oscar Veracoechea Lozada (tocuyano), trabajó como médico general, experiencia que le favoreció en el ejercicio de su especialidad. De clara inteligencia y fácil palabra. Acompañado de envidiable cultura. Fue presidente del colegio de médicos en varias oportunidades. Se retiró de los avatares de la política en la cual participaba, yéndose a Buenos Aires y dedicándose al estudio de la cardiología con el profesor Pedro Cossio ‘‘el maestro de la mente luminosa’’, como lo calificaba el Dr. Gil Yépez, que había compartido labores con el eminente cardiólogo argentino. Regresó el Dr. Veracoechea en 1948 desempeñando el trabajo que demandaba la presencia de otro especialista por el crecimiento de la población y de los cardiópatas. Acompañó al Dr. Méndez Llamozas en la labor hospitalaria y privada. Ocupó la Dirección de la Escuela de Medicina, cumpliendo difícil labor en los momentos no consolidados de la institución en 1968. Posteriormente jefe del servicio de cardiología del Hospital Pineda, donde prestó labor extraordinaria. He hablado mucho de él pero no puedo silenciar su estadía barquisimetana como internista, la cual siempre recordaba. Se trata del Dr. Carlos Gil Yépez, estaba muy joven y venía de París. Ejerció en la Cruz Roja con el Dr. Agustín Zubillaga y en la vieja Policlínica Barquisimeto. Se trasladó a trabajar con el Dr. Martín Vegas al “Leprocomio” de Cabo Blanco, siendo su director. Luego pasó al Hospital Vargas.



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Iniciada la segunda mitad del siglo XX se hizo presente la que he llamado generación del 50. Al principio de esta década era un pequeño grupo de médicos del área de medicina en el antiguo Hospital Pineda y el cual fue calificado por primera vez de internista por el Dr. Leopoldo García Maldonado, Director de la División de Hospitales del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, hoy destruido. Ahí estaban: José Rafael Cortez, estudioso, era notorio su avance en el conocimiento de la patología médica, vocacionalmente internista, junto al Dr. Orellana formaban un binomio con el cual nos reuníamos frecuentemente. Completaba su labor en el sanatorio antituberculoso. Sus inquietudes políticas lo llevaron a ser torturado y al exilio durante la tiranía de Pérez Jiménez. En París se dedicó a la hematología, y regresó después del 23 de enero del 58 incorporándose al servicio de hematología del Hospital Central donde trabajó durante pocos meses, siempre en contacto con los servicios de medicina. Muere en Caracas en plenitud de sus facultades. Crescencio Rodríguez, graduado en Ecuador, con muy buen desempeño en la clínica médica, no sabíamos quienes eran sus maestros pero pensábamos, debían ser competentes. Para sorpresa de todos se fue a Europa para especializarse en endocrinología. Al volver inició el servicio con el Dr. Alfonso Castillo Navarrete en el Hospital Pineda. No perdió la relación con los servicios de medicina interna. JR Landinez, trabajador incansable formado en la brega hospitalaria con grandes deseos de superación que la lograba por su inteligencia y capacidad. No pudo continuar con nosotros porque su salud lo traicionó, perdiendo el grupo valioso compañero. Trabajó en Caracas como internista.

José Rafael Agüero, de formación médica integral, era el adjunto de mi servicio de medicina del viejo Pineda, pero quería ser radiólogo; por lo que al terminar sus obligaciones, su inclinación le llevaban al Servicio de Rayos X. Este servicio estaba dirigido por Theoscar Sanoja extraordinario hombre, y acompañado por el Dr. José La Riva excelente músico, autor del famoso “Pasillaneando”. Theoscar fue el creador de una escuela de radiólogos Avances Cardiol

siendo José Rafael un gran discípulo, como también un gran formador de radiólogos. El pequeño servicio de rayos X del Dr. Sanoja en el viejo Pineda era apoyo fundamental para el estudio de muchos de nuestros pacientes con enfermedades internas y lugar de aprendizaje con tertulia, discusión siempre amable y esclarecedora. Sanoja continuó de jefe de radiología en un mayor servicio del nuevo Pineda y Agüero llegó a ser su adjunto y más tarde el jefe.

JM González González, se incorporó como médico general con experiencia bien ganada en su pasantía rural, colaborador y responsable trabajador. Su inclinación a especializarse lo llevó a Estados Unidos haciéndose ginecólogo. Conservó siempre estupenda relación con los internistas, ayudando a solucionar problemas coincidentes. Fue profesor de la UCLA y jefe del servicio de Ginecología del Hospital Pineda. Me incorporé en 1953 a este grupo apasionado por la medicina en el viejo Pineda, cuando el Dr. Leopoldo García Maldonado facilitó mi traslado de adjunto del Dr. Campins en dermatología a jefe de un Servicio de Medicina. Mis credenciales del Hospital Vargas donde había sido adjunto del Dr. Gil Yépez y de la Universidad Central como instructor de Patología Tropical con el Dr. Pifano, me abalaron para ese cambio. Como no había hematólogo, contribuía con el estudio de los enfermos de la sangre, puesto que había hecho hematología cuando trabajaba en Patología Tropical teniendo como maestro al Profesor Martin Mayer. No podemos olvidar al colaborador especial de los servicios médicos, el oftalmólogo Dr. Rafael Cordero Moreno, formado en Stamford, conocía bien la relación del ojo con tantas enfermedades internas, nos ayudó a advertirlas y hacer buen uso del oftalmoscopio (instrumento fundamental en un internista). Estudiamos ocho casos de enfermedad de Chagas aguda consultados a él por presentar el signo óculopalpebral de Romaña-Mazza (abundaba entonces el Chagas en el estado Lara). Esperamos no vuelva tan terrible mal amenazante hoy por abandono de su combate. He dejado para el final de lo vivido en el viejo 43

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Pineda lo que pueda decir del Dr. Modesto Schary el patólogo polaco. Ayudó al desarrollo científico del personal médico en general. Gozaba el Dr. Schary de la confianza de todos y su trabajo se hacía sentir como fundamental y estimulante. Los sobrevivientes contemporáneos siempre recordamos el impulso que dio al progreso de la medicina regional. Entonces comenzaron las famosas primeras sesiones anatomoclínicas imposibles de realizarlas en ausencia de un patólogo. Schary se fue a Estados Unidos donde murió. Estamos haciendo memoria de cómo se introdujo la medicina interna especialmente en Barquisimeto. Siendo importante evocar, para terminar esta primera parte, que en esos años iniciales de la década de los 50 todavía laborando en el viejo Pineda el Dr. Leopoldo García Maldonado nos habló de la necesidad de reforzar y mejorar las áreas de medicina interna de los hospitales nacionales, antes como lo mencioné nos calificó de internistas, ahora nos informaba que el ministerio había traído al alemán Profesor Heinrich Benning, para asesorar al servicio en el hospital de Valencia y nos anunció la búsqueda de otra persona para traerlo a Barquisimeto. Este último vino en 1955, médico también alemán contratado para la misma función que el de Valencia pero fue desincorporado al poco tiempo por incompetente. El Dr. Leopoldo García Maldonado, es justo recordarlo. Fue el adelantado del desarrollo de la medicina interna de Venezuela y no olvidar que es un prohombre del país, ex rector de la Universidad Central, profesor en la misma de higiene en 5to año de Medicina, con criterio de precursor de Preventiva y Social. Sus alumnos no podemos olvidar las excelentes clases y enseñanzas, siendo también, gran director de hospitales del Ministerio de Sanidad. Organizó la red hospitalaria nacional, hoy en crisis.

No nos podemos despedir del viejo Hospital Antonio María Pineda sin recordar su bella arquitectura, de una sola planta con cuatro espaciosos corredores y un precioso jardín central muy bien cuidado, invitaba a la cordialidad. Los médicos y cirujanos manteníamos relaciones armoniosas y comunicación profesional facilitada 44

por el funcional espacio del edificio. Fue su último director el Dr. Orlando Lara (quiboreño), respetado y querido por todos, al cual se le debía en gran parte el progreso y prestigio de la institución. Su preocupación por el mejoramiento de los servicios médicos, quirúrgicos y auxiliares era manifiesto. La mudanza hacia el “Central” de la avenida Vargas, no tuvo traumatismos gracias a la buena marcha que tenía el viejo Pineda. El nuevo hospital Antonio María Pineda El 16 de noviembre de 1954 es un día histórico para el Barquisimeto médico, se mudaron para el nuevo Hospital Central los pediatras del Infantil Camejo Acosta, los obstetras de la maternidad “Luisa Cáceres de Arismendi”, donde colaboraba como consultante ad honoren y los cirujanos y médicos del viejo Pineda, incluyendo a los internistas Fortunato Orellana, Antonio Bujanda y mi persona. Fui encargado del departamento de medicina del nuevo hospital. Los directivos de la institución, Pedro Salom y Ricardo Hernández Robati, tuvieron al inicio el asesoramiento del adjunto García Maldonado y el Dr. Francisco Urdaneta, los cuales tenían criterio claro de la activación de la medicina interna venezolana, ayudando a consolidarse en nuestro hospital apoyado por sus directivos. Llegaron los noveles médicos para completar el personal del departamento de medicina que también formaron parte de lo que he llamado la generación del 50, todos extraordinarios profesionales, deseosos de aumentar sus conocimientos y experiencias conformando el grupo compacto, solidario y entusiasta. Era la base clínica para la futura Escuela de Medicina de la Lisandro Alvarado. Ellos fueron José Luis Zubillaga, jefe de uno de los servicios, había estudiado en Uruguay por cierre de la Universidad de Caracas. De clara inteligencia, estudioso y preocupado por el desarrollo de la especialidad que dominaba, dedicó mucho de su tiempo a la organización de la Escuela de Medicina de la UCLA. En los años 70 fue a Londres a especializarse en epidemiología clínica.

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José Luis, era un hombre culto amante de las letras y de la buena música, estupendo conversador. Se retiró muy pronto del ejercicio profesional y de la actividad hospitalaria. Los que trabajaron con él recuerdan los sabios conocimientos que les sembró en cuanto al proceder de los internistas.

lleva su nombre, “para qué más”, diría él.

Alejandro González López, internista completo, trabajaba con José Luis Zubillaga. Perseveró en el Servicio como lo que era, internista de gran vocación. Alejandro no hacía ostentación de lo que sabía, medicina de verdad y además densa cultura. Desempeñaba sus labores discretamente sin sentirse, enseñando al que se le acercaba a aprovechar la rica experiencia que atesoraba.

Carlos Liscano Luna, radiólogo y radioterapeuta, oncólogo como tal internista pues lo uno va unido a lo otro. Estaba en el hospital no adscrito al departamento de medicina. Se formó en el Instituto Curie de París y además asistía al Hospital Necker con el profesor Jean Hamburger, el gran internista. Me decía Otto Lima Gómez pasante parisino en esos días, que invitaban insistentemente a Liscano para que se quedara en el Curie. Fundó el Oncológico de la Sociedad Anticancerosa que presta gran servicio a la comunidad, sobre todo a los más pobres. Su obra lo hará recordar siempre.

Víctor Saldivia, “el bondadoso e inteligente Víctor”, de enfoque claro discutiendo los casos, también trabajaba en el antituberculoso, con conocimientos de neumonología y tisiología. Reemplazó al Dr. Bujanda cuando éste renunció a la jefatura del servicio. Por sus altos conocimientos de la tuberculosis, todavía muy frecuente, era útil su intervención sobre todo en las consultas externas.

Ángel García Lozada, trabajó con el Seguro Social, altamente reconocido como internista. Se integró fácilmente a las exigencias del servicio hospitalario, silencioso, disimulaba con su sencillez la sabiduría médica que poseía. Le traicionó el corazón cuando era más útil. Argimiro Bracamonte, se incorporó en 1956 al departamento de medicina como consultante de enfermedades del tórax, colaborando en el estudio de muchos pacientes. Tenía una formación clásica de internista europeo graduado en Génova. Hizo la reválida en 1946 en la Universidad Central, cuando le conocí. Asistió a la Salpetiere de París donde aprovechó la enseñanza del internista y cardiólogo Camilo Lian del cual me decía: ‘”Guió mis pasos en el laberinto del dolor’’. Del 52 al 55 trabajó con el Dr. Baldó en el posgrado de neumonología. Tenía una vasta cultura que le ayudaba a matizar su inteligente conversación. Fue excepcional rector de la UCLA, por lo demás generoso, amigo de superior lealtad a toda prueba. Tan extraordinario personaje pareciera un humilde campesino de Anzoátegui, su pueblo natal. Una pequeña avenida de Barquisimeto Avances Cardiol

JJ Boada Boada, visitó en esos días a Barquisimeto, era amigo de José Luis Zubillaga y le convencimos de que se quedara en nuestro hospital. Tenía credencial de hematólogo formado en Estados Unidos, era además internista de grandes conocimientos, que vino entonces a llenar el vacío que dejó en el Servicio de Hematología el Dr. Albin Opalinsky (su fundador) y a encargarse del Banco de Sangre el cual fundé al inicio del hospital por exigencia del director Dr. Salom. Boada jugó papel fundamental en la escuela de medicina. Además fomentó la enseñanza de la hematología formando a un buen grupo de especialistas.

Para completar el plantel, llegaron también el grupo de médicos jóvenes recién graduados muy bien preparados con credenciales que así los acreditaban, deseosos de trabajar y mejorar sus conocimientos. Nuestros deseos eran que se entusiasmaran por la medicina interna; no fue así, optaron por subespecialidades aun cuando adquirieron sólida base de internistas. Ellos fueron la avanzada en la institución de un buen comienzo, todavía no universitario pero siempre docente. Eran los primeros eslabones de una cadena que no ha terminado, cumpliendo en las subespecialidades a las cuales se dedicaron, prestando gran apoyo a los médicos internistas. De perenne recuerdo cuatro amigos médicos, mis primeros internos, prematuramente ausentes. Los dos primerios Yamil Najul y Rafael Ramón Riera, ambos trabajaron juntos, que venían de la Universidad de Los Andes y habían sido estudiantes 45

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brillantes. Creamos pronta amistad que se avivó con los años. Hicieron muy grata la pasantía y adquirieron concepto claro de la especialidad pero estaban motivados el uno (Yamil) a la oftalmología y el otro, “el Chicho Riera” a la otorrinolaringología. La vivencia de la medicina interna les marcó para toda la vida profesional. Fueron excepcionales especialistas, siempre colaboradores de los médicos internistas. El tercero Rafael Vetencourt Rojas, compartimos muchas horas, fue mi alumno de tercer año de medicina en el Vargas (yo médico muy joven). Llegó años después al Pineda donde hizo su carrera hospitalaria completa y aquí, de nuevo nos reencontramos. Tomó el camino de la gastroenterología a la cual le dedicó su saber e inquietud en especial a la hepatología, donde realizó fundamentales trabajos de investigación. No dejó de ser un internista, siempre el mismo desde que lo conocí…, amigo fiel hasta la muerte.

El último de esos internos ausentes, Pablo Pineda, igual que Rafael, trabajó siempre en mi servicio; se hizo internista completo y vino de México especializado en neurología. Siempre como un internista, dedicó mucho tiempo a la marcha del Hospital y a la Escuela de Medicina. Su tesis de doctorado en la Universidad de Mérida sobre “Lupus eritematoso sistematizado”, mereció el premio de su publicación, quien me dio el honor de escribir su prólogo el cual terminé con una frase oída a nuestro inolvidable profesor “Augusto Pi y Suñer”, epónimo de nuestra promoción, cuando dijo al presentar en la Universidad de Caracas al psiquiatra Mira y López…, “dejo con ustedes al de ayer mi discípulo hoy mi maestro”. Siguieron Félix Nazareno Pífano graduado en Italia, de inquietudes intelectuales y el escritor del grupo. Su preocupación por saber otros campos de la medicina lo llevó a la psiquiatría, siendo médico del “Hospital Psiquiátrico”. Sus conocimientos en esa área fueron indispensables cuando se nos planteaban problemas psicosomáticos de los pacientes. Siempre hizo esfuerzos para fomentar el estudio de esta materia, entre internistas y médicos en general. También se dedicó a la gastroenterología como subespecialidad médica. Siempre en la brega Raúl Goyo Afigne,

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formado internista en nuestro hospital, viajó a Estados Unidos a perfeccionar su especialidad y terminó para satisfacción de todos, graduado de nefrólogo. Fundó el servicio de nefrología en el Hospital Pineda. Hizo las primeras diálisis y abrió horizontes a los internistas en tan serios problemas como son las nefropatías.

Heberto Fonseca, internista también del Pineda se fue a New Orleans a especializarse en neumonología, especialidad que domina. Fonseca se ha dedicado con gran pasión a la escuela de medicina de la UCLA desempeñando diferentes actividades siempre importantes en la dirección de la escuela. Ruy Medina, hizo su pasantía completa por el departamento de medicina. De actividad infatigable, su labor fundamental la ha realizado en la emergencia del Hospital Pineda donde ha desempeñado por años la dirigencia de un fuerte trabajo que demanda conocimientos y experiencia de las urgencias quirúrgicas y médicas. Ha sido docente en la enseñanza de los citados problemas a los pasantes de la escuela de medicina que lo recuerdan agradecidos nombrándole como padrino en varias promociones. Resume el éxito alcanzado en la formación de internistas en nuestro Hospital Pineda los doctores José Moros Guédez y Enrique Ruiz Chacín ya veteranos, han sido internistas cabales, estudiosos, constantes cultivadores de su especialidad. Con Moros Guédez en el Pineda y Ruiz Chacin en el Seguro Social (profundos educadores), son muchos los que han aprendido de ellos. Moros ha sido el representante perpetuo de los larenses en la Sociedad de Medicina Interna y de sus congresos. Quise dar nombre de los primeros médicos que llegaron al Pineda, jóvenes con ansias de dar esfuerzos y recibir enseñanzas, la lista ha continuado y es larga pues han pasado muchos años pero no es el objeto de esta disertación continuarla. Y ellos están ahí en diferentes instituciones beneficiando a la gente con sus saberes. No podemos silenciar en estos recuerdos la gran ayuda al progreso de la medicina interna entre nosotros prestada por el Dr. Hans Doenerh,

Vol. 29, Nº 1, marzo 2009

ZAPATA C

la ausencia de Modesto Schary fue llenada por este gran profesional, no hay duda que además de haber sido el maestro de competentes patólogos, para nosotros (internistas del Hospital Pineda) fue también un maestro. Las reuniones casi diarias a las 11 de la mañana en el servicio de anatomía patológica informando de las autopsias de los casos del departamento, eran unas verdaderas sesiones anatomo-clínicas en las cuales también interveníamos los clínicos; incontables los diagnósticos aclarados y afinados, siempre la fructífera conversación con un excepcional conocedor de la patología médica. Es bueno recordar que Bichat que decía…, “sin patología viviente no había clínica para los vivos”. El servicio de patología del Hospital Pineda lleva el nombre de Hans Doenerh. El 22 de octubre pasado le fue hecho un merecido homenaje recordando los 100 años de su nacimiento. En 1955 los internistas amigos y compañeros del Hospital Vargas de Caracas, Enrique Benaín Pinto con quien también compartía la instructoría de patología tropical y el fraterno Otto Lima Gómez igualmente adjunto del maestro Gil Yépez, me comunicaron la futura creación de la Sociedad de Medicina Interna invitándome a participar, fundándose al año siguiente, en 1956. Creamos el capítulo Larense un año después, en 1957. Lo integraron los médicos del departamento de medicina incluyendo los subespecialistas y los de otras instituciones, siguiendo las normas pautadas por la Directiva Nacional para crear los capítulos locales. Fuí su primer Presidente. Actualmente el capítulo Larense cuenta con 86 médicos internistas en su nómina. Ha sido una cuidadosa siembra con fructífera cosecha. El primer curso de medicina interna fue

Avances Cardiol

dictado en la Universidad Central de Venezuela en el año 1959. Luego se activaron los cursos de posgrados de otras universidades. Nuestra UCLA inició el 15 de febrero de 1977 su primer curso de posgrado, teniendo como coordinador al Dr. Orlando García Gómez internista formado en nuestros servicios. El decimonoveno curso está actualmente culminando. En Barquisimeto del 18 al 23 de abril de 1988 se efectuó el V Congreso Venezolano de Medicina interna organizado por el capítulo Larense, siendo su presidente el Dr. Kepler Orellana. Tuvo como punto central: ‘’El internista en el ambulatorio’’. Me fue encargada la discusión anatomo-clínica que es tema obligatorio en estas reuniones. Para terminar en muy pocas palabras resumiré las bases fundamentales de la medicina interna de nuestro tiempo y en general de toda la medicina: 1. La solidaridad social, que también debe imperar en cualquier otra actividad médica. 2. La buena relación con el paciente, el cual debe sentirse bien atendido por su médico. 3. El suficiente conocimiento científico de todo lo atinente al complejo mundo de la medicina actual con el fabuloso progreso técnico y de recursos terapéuticos. Agregando la propuesta de Pepper, ya hecha en 1940, que hace énfasis en que el internista debe tener una actitud intelectual más que manual o técnica. Lo que no podemos olvidar todos los médicos es la respuesta del genial Sydenham a la pregunta de sus alumnos de ¿Cuál libro de medicina debemos leer?..., respondiendo sin vacilar “El Quijote”…., queriendo decir y para siempre, que debemos ser pensantes como el manco de Lepanto, el inmortal Cervantes.

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