“La defensa de la cultura como atributo de la libertad”

DISCURSO DE INVESTIDURA pronunciado por el Académico de Número don JESÚS Mª GARCÍA CALDERÓN en el paraninfo de la Facultad de Derecho con motivo de su Toma de Posesión como DIRECTOR de la REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE GRANADA de Nuestras Señora de las Angustias

Granada, 30 de octubre de 2015 1

Excmo. Sr. Presidente del Instituto de Academias de Andalucía, dignísimas autoridades, Sras. y Sres. Académicos, Señoras y Señores:

Puedo asegurarles que no serán muy extensas mis palabras. Lo que tengo que decir no es mucho y aquel que quiere ser sincero sabe mejor que nadie que la brevedad siempre es su mejor alianza. Hace algunas semanas tuve el inmenso honor de ser elegido entre mis compañeros Director de esta Real Academia. Quiero dar las gracias a toda la Corporación y hacer público mi agradecimiento a cuantas personas e instituciones han tenido, en estos atropellados días, la gentileza de felicitarme y desearme toda clase de éxitos en el desempeño de esta difícil labor. Entre estas felicitaciones no puedo olvidar la que me transmitiera hace pocos días nuestro admirado compañero y reconocido arabista EMILIO DE SANTIAGO SIMÓN, quien me aseguró que haría todo lo posible por acompañarnos en la noche de hoy y cuyo repentino fallecimiento me obliga a expresarles, no solo en mi nombre sino en el de todos los compañeros, nuestra sincera admiración por él y el más emocionado recuerdo que podamos tributarle. No soy más que un tímido diletante que ha tenido la fortuna de ver recompensada su inquietud por la defensa de los bienes culturales con el nombramiento de Académico de Número y que ahora encuentra este regalo añadido de presidir durante algún tiempo nuestros actos solemnes o reuniones de trabajo. Pero quede muy claro que mi labor es igual que la que incumbe a cualquiera de mis compañeros, porque todos debemos participar en la enriquecedora vida académica y todos debemos dirigir esta venerable corporación histórica vinculada con nuestra ciudad, con la España ilustrada y con el crisol inagotable de Andalucía desde 1777. No se trata de que mis compañeros trabajen en aquello que se les encargue por la Junta de Gobierno o por esta Dirección sino, al margen de nuestras lógicas obligaciones estatutarias y representativas, en aquello que les interese y que deseen porque no hay mejor fórmula –y lo dice quien ha tenido y tiene la obligación profesional de dirigir una institución nutrida de excelentes profesionales- que aquella que comprende que la mejor manera de dirigir es permitir que cada uno se dirija a sí mismo y ofrezca lo mejor que tiene a los demás. Todos debemos, por tanto, tomar la iniciativa y desarrollar un

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generoso esfuerzo para lograr más eficazmente nuestros fines y combatir la situación de escasez y hasta penuria que venimos sufriendo en estos últimos años. Mis primeras palabras tienen que agradecer, además, su extensa dedicación como Director de nuestra Academia a don JOSÉ GARCÍA ROMÁN. Han sido quince años en los que ha vivido completamente entregado a una ingrata y discreta tarea. Todos conocemos su desvelo y el esfuerzo que ha realizado para que la Academia de Bellas Artes de Granada tuviera una presencia continua en la ciudad y pudiera exponerse ante los demás como una institución entregada y comprometida con todos los ciudadanos y con la elevada función cultural que debe cumplir. Su marcha voluntaria ha sido un tanto prematura, pero confío en que pronto vuelva a trabajar con nosotros y pueda ofrecernos su ejemplo como abnegado intelectual y artista al que todos admiramos y al que tanto debemos. Señala nuestro Reglamento de Régimen Interior que una vez nombrado el Director de la Academia, deberá tomar posesión de su cargo en un acto público y solemne, donde deberá leer un Discurso de Investidura en el que, siempre con la oportuna brevedad, marque las líneas básicas de su mandato. No se trata, sin embargo, de un mera trámite corporativo en el que se comentan un manojo de buenas intenciones o se aprovecha para lanzar intencionados consejos a los sufridos compañeros de corporación. La verdadera intención del discurso debe ser la de contar la verdad, corresponder a la confianza depositada y adquirir públicamente un compromiso formal con nuestra palabra, porque cuanto digamos debe trasladarse al territorio de los hechos sin otra condición que la de ser generosos y coherentes. Los cimientos de nuestra Corporación son profundos y demuestran la importancia que ha tenido la cultura en nuestra forma de ser y el respeto que despierta nuestra labor en años tan difíciles para el compromiso con la verdad. Creo que nunca hemos eludido en estos últimos años, cuando menos en mi experiencia personal, la responsabilidad de expresar nuestras opiniones conforme a criterios científicos e imparciales en algunos debates sociales que han tenido lugar no solo en Granada sino en toda nuestra área de influencia y Andalucía. Nuestra autoridad no es otra que la autoridad moral de quien guarda una posición decorosa y consigue que, llegado el momento de exponer sus ideas, se haga el silencio a su alrededor para atender el mensaje, ya que de plegarnos a intereses ambiguos, particulares

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o sectarios, perderíamos toda nuestra fuerza para convertirnos en una organización inoperante y cautiva de su propia vanidad que perdería toda su vigencia y hasta su propia razón de ser. Nuestra SECCIÓN DE MÚSICA mantiene, como si de una venturosa tradición se tratara, un comportamiento ejemplar y se configura como un modelo que debemos mantener por el servicio que presta a la ciudadanía y por la excelencia de su labor. No es ajeno a esta reconocida certidumbre el nombre de JOSÉ GARCÍA ROMÁN. La asistencia publica a nuestros conciertos, como la tradicional Ofrenda del 14 de noviembre o la aclamada Academia Internacional del Órgano, se han convertido en elementos referenciales de nuestra vida cultural y en una labor modélica y abnegada que constituye un verdadero orgullo para nuestra institución y merece el unánime reconocimiento de expertos a nivel nacional e internacional. Mi obligación como nuevo Director es impulsar con decisión el altísimo nivel logrado, enriquecer esta decidida apuesta musical y valorar que este tiempo histórico que tenemos la fortuna de compartir, como señala mi admirado BYUNG-CHUL HAN, es un tiempo que tiende naturalmente a precipitarse en el futuro porque no reposa en sí mismo, porque su centro de gravedad no está en el presente y solo sabe encaminarse con decisión hacia un futuro que ya le pertenece. Nuestros conciertos tienen que continuar y difundir la obra de compañeros tan significados como el recientemente fallecido JUAN ALFONSO GARCÍA, extraordinario compositor y referencia básica en la cultura musical española de nuestro tiempo: Un nombre que deberían conocer todos los escolares de Andalucía. Los escultores que integran la SECCIÓN DE ESCULTURA de nuestra Academia no tienen que demostrar su valía. Su obra está reconocida y presente en nuestras calles y forma parte del itinerario sentimental de cualquier habitante del oriente andaluz. Pocas veces encontraremos una presencia tan abundante y significativa de su capacidad artística y de su personalidad en una corporación del presente que ha cultivado su estrecha relación con testimonios esenciales de la escultura española de nuestro tiempo como EDUARDO CARRETERO, CARMEN JIMÉNEZ o ANTONIO CANO CORREA. La mejor escultura comporta una reflexión silenciosa que se va concretando con el paso del tiempo y para dar sus frutos, esa reflexión no requiere más que dejarla llegar hasta la ciudadanía sin intenciones oscuras o intermediarios. El juicio público suele acertar y rechaza aquellas

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imposiciones que alteran su vida cotidiana. En nuestro caso, las aportaciones de nuestros compañeros han sabido situarse sin trauma alguno en el imaginario cotidiano de la ciudad. Esta Sección aún tiene mucho que ofrecer y debe valorar la oportunidad de desarrollar algún evento anual que aproveche nuestra vinculación histórica con la escultura contemporánea y con su incomprensible desconocimiento en algunos espacios del plano educativo. En esa compleja reflexión, debe tener en muy cuenta las especiales dificultades que encuentran los jóvenes creadores andaluces y españoles para cultivarla con normalidad y no como si se tratara de una ocurrencia inexplicable o de una dedicación casi heroica. La calidad y altura de nuestra SECCIÓN DE PINTURA, GRABADO Y DISEÑO en absoluto desmerece de cuanto venimos manifestando. No es fácil encontrar un grupo tan heterogéneo de reconocidos artistas, historiadores del arte, arabistas o fotógrafos que nos siguen sorprendiendo cada día por la calidad de su trabajo y por la búsqueda de nuevos espacios y planteamientos estéticos. La consolidación de nuestro reciente y afortunado Concurso Internacional de Ex-libris y la recuperación de nuestro reconocido Concurso de Dibujo serán las primeras de una larga serie de iniciativas que tendremos que poner en marcha con el nuevo curso académico o en los próximos años. Los nombres de algunos compañeros de Corporación ejemplares que hoy no pueden acompañarnos como CAYETANO ANÍBAL, despiertan en cada uno de nosotros una forma de esperanza en la creación plástica más honesta y en su estudio, un leve consuelo inspirado en la belleza formal que puede mitigar nuestra crecida desconfianza ante las asperezas propias de la existencia. Pocas satisfacciones me han producido tanta alegría a lo largo de mi vida como pertenecer a la SECCIÓN DE ARQUITECTURA de esta Academia. Mi devoción por el arte de diseñar, proyectar y construir edificios y espacios, tanto reales como imaginarios, es sobradamente conocida por aquellos que me conocen. Se engrandece nuestra Sección por expertos en arquitectura religiosa, en arqueología o en la arqueología industrial que tan acertadamente supo describir nuestro compañero MIGUEL GIMÉNEZ YANGÜAS como la memoria del ingenio. Todos guardamos, como no puede ser de otra forma, una misma obsesión por defender el mejor aval que poseemos para garantizar el futuro de la ciudad de Granada y de otras ciudades históricas de inmenso valor de su entorno. Su Patrimonio Histórico, un legado maravilloso que tiene que seguir incrementándose

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como un valor de presente, requiere un esfuerzo compartido y constante para despejar esos terribles peligros que lo acosan y que tanto daño nos han hecho a lo largo del tiempo. La desidia administrativa, la especulación, la medida ambigüedad de quienes buscan un interés meramente personal son, entre otros, los peligros que acechan a nuestros bienes culturales y que la Academia debe analizar con especialistas de variados signo que aborden esta encrucijada desde la geografía, el urbanismo o el nuevo derecho del Patrimonio Histórico. El análisis de la restauración y la rehabilitación de barrios históricos o edificios en situación ruinosa y la consolidación de un Patrimonio Monumental Contemporáneo deberían ser objeto de una suficiente atención académica aprovechando la importancia de Granada y su compromiso con la idea de una ciudad sostenible y respetuosa con su legado histórico, pero que tiene que seguir incrementándolo con nuevas apuestas urbanas que, incompatibles con los grandes espacios históricos, promuevan el noble papel de los bienes culturales como un sólido elemento de cohesión social. La defensa del Patrimonio Histórico no solo incumbe a la Sección de Arquitectura; incumbe a todas las Secciones de la Academia y aquí nuestra labor es extensa y muy compleja. Parte de comprender y hacer comprender a los demás, entre otras cosas, que Granada, Jaén, Úbeda, Baeza o Almería no se agotan con sus espléndidos conjuntos monumentales, no se limitan a los grandes edificios que mejor resumen su historia, sino que extienden su riqueza patrimonial a otros elementos más o menos ocultos de su territorio y que merecen ser, en muchos casos, recuperados y disfrutados por los ciudadanos cumpliendo la función cultural que se les asigne. La vieja Europa viene perdiendo esta batalla por sostener un planteamiento equivocado en la gestión del Patrimonio Monumental. Las grandes o pequeñas ciudades históricas más desarrolladas de otros continentes no han perdido su interés por lo monumental e incrementan su Patrimonio sin rubor, pero afrontan esta delicada tarea con respeto a las viejas estructuras urbanas, que no deben desaparecer cuando cuentan con suficiente valor. Se trata de comprender la importancia de rehabilitar y descubrir la armonía que cada urbe ha sabido tejer con el paso del tiempo y las generaciones. Claro que debemos sostener apuestas audaces, pero lo más correcto es utilizarlas como un elemento de cohesión social, sin destruir nuestro activo y planteándolas en zonas deprimidas que necesitan los recursos públicos para encontrar el desarrollo y la

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prosperidad. No tenemos que ubicar nuestras inquietudes allí donde la historia depósito los mejores frutos del ingenio o de la grandeza. El mérito radica en saber apartarse y en buscar aquella zona que puede mejorar la calidad de vida de los ciudadanos sin caer en la desesperanza de procesos especulativos o plagados de irregularidades. Hubo un tiempo, quizá no tan lejano, en el que la ciudad de Granada casi permanecía intacta desde la construcción de todo un argumentarlo simbólico y monumental forjado desde la antigüedad y que alcanzada el mayor esplendor como una de las cumbres doradas del Renacimiento y como orgullo de la pujante monarquía hispánica. Este legado se mantuvo casi incólume durante siglos, pero los excesos y errores del siglo XX lo convirtieron en una riqueza aislada que perdió esa trama urbana que lo cohesionaba y explicaba la razón de ser de cada barrio y que la convertía en una urbe legendaria y esquiva que arrebataba el sentido a intelectuales y viajeros que la descubrían como si de un enorme tesoro se tratara. Son tantos los ejemplos de absurda destrucción que asolaron la piel de nuestra ciudad, que me permito volver a recodar a otro académico histórico. Efectivamente, fue nuestro recordado compañero LEOPOLDO TORRES-BALBÁS quien pudo colocarse frente a la oscura piqueta que se disponía a destruir el Corral del Carbón. Aunque esta maravillosa alhóndiga nazarí, la única conservada en su integridad en toda la Península Ibérica, había sido declarada monumento nacional en 1918, alguna mezquina ocurrencia urbanística de la época, no muy diferente de las mezquinas ocurrencias urbanísticas de ahora, decidió su completa demolición para elevar en su sitio cualquier clase de edificación lucrativa. Pero el venerable arquitecto y restaurador, un modelo de intelectual y ciudadano honesto al que debiéramos recordar todos con mucha más frecuencia, pudo salvar in extremis este monumento único, tras un atropellado viaje a Madrid y esgrimiendo el documento de paralización del derribo frente al imponente marro justo en el momento en el que se disponía a descargar el primer golpe fatal sobre el arco túmido, de una sencillez delicada y firme, rodeado de ornamentadas yeserías y tocado del amplio alero que tan bien lo define, sobre esa preciosa portada que seguimos disfrutando cada día gracias a su milagrosa intervención cuando pasamos junto a ella. Afortunadamente, el Gobierno de la Segunda República encargaría a Torres-Balbás su restauración en 1933 y aún hoy sigue prestando tan venerable edificio un amplio y valioso servicio cultural

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a todos los ciudadanos que disfrutan en las tiernas noches del verano incipiente de Granada de inolvidables veladas de música y poesía en un espacio bellísimo en su sencillez y siempre recóndito o apartado aunque se alce en el mismo centro de nuestra ciudad. Afortunadamente el modelo social proclamado en la Constitución de 1978 ha generado una regulación protectora del Patrimonio Histórico que puede defenderlo eficazmente, pero una cosa es la letra de la ley y otra la realidad radical que a veces se impone utilizando el resquicio que no supo advertir el legislador. Situaciones comprometidas se siguen produciendo hoy y debemos afrontarlas con suficiente claridad y rigor, buscando soluciones mas que conflictos y ofreciendo nuestro parecer con toda objetividad y aprovechando con generosidad nuestra experiencia y formación. La Academia debe comprender que en la sociedad actual tiene el deber de informar objetivamente sobre todo aquello que sea preguntada pero no debe limitarse a aconsejar a la sociedad a la que sirve. Tiene el deber de escuchar a los ciudadanos y de ser aconsejada por ellos para llevar a cabo un eficaz cumplimiento de su labor. Nuestros benefactores, algunos de ellos muy jóvenes, han enriquecido con su presencia y apoyo nuestra labor, también con sus ideas y con el diálogo que nos permite conocer la inquietud de aquellos ciudadanos comprometidos con una lectura constitucional de los bienes culturales, de su preservación y de su inevitable función colectiva. Como podrán imaginar, este inmenso bagaje debe respirar con suficiente amplitud y hacerlo con toda normalidad y mostrarse cuando sea necesario con toda naturalidad y respeto institucional, ofreciendo a la sociedad su inmenso potencial sin ataduras o limitaciones. La clave sobre la que debe reposar el funcionamiento de nuestra Academia es la mayor participación de sus miembros, la actividad fluida, la búsqueda conjunta de soluciones estables y una relación continua con la sociedad en su conjunto y, muy especialmente, con los jóvenes interesados en esas mismas finalidades que definen nuestra Corporación, jóvenes a los que tenemos que transmitir confianza y demostrarles que, por extraño que les parezca y a pesar de los que algunos les hayan contado, pensamos como ellos en los aspectos más esenciales de la gestión cultural y de la creatividad. Paralelamente, la lucha para que la academia pueda encontrar recursos y ofrecer o alentar la concesión de becas a jóvenes artistas,

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historiadores del arte, músicos, arquitectos o hasta geógrafos o juristas comprometidos con la defensa legal de los bienes culturales, hay que iniciarla cuanto antes si comprendemos el efecto devastador que la crisis económica viene tejiendo en el campo de las humanidades. Nada me alegraría mas en esta noche que comprobar la presencia de algunos jóvenes entre nosotros. Busquemos la alianza con la juventud y quede claro que cuando digo juventud, no solo me refiero a la cifra que marca nuestra edad porque, como respondió el gran maestro MIGUEL TORGA, un hombre es la juventud que queda dentro de él. Y es tan valiosa la capacidad de todos mis compañeros que, a pesar de nuestros achaques o diferencias, cada uno de ellos tiene que tomar la iniciativa y afrontar su propia misión con suficiente confianza y aún mayor determinación. Todos tenemos que mucho que decir y mucho que aportar a esta intensa tarea que puede depararnos enormes satisfacciones en los próximos años, si somos capaces de encontrar con toda humildad y sencillez esa respuesta que necesitamos. Pero al margen de este reducido catálogo de sinceras promesas e intenciones, no quisiera terminar este breve discurso hablando de nosotros. Quisiera aprovechar esta emotiva tribuna para comentarles, siempre con la oportuna brevedad, la necesidad de reconocer una evidencia que parece olvidarse con demasiada facilidad en nuestro entorno más próximo y que deberíamos recordar cada mañana antes de iniciar nuestro trabajo: Me refiero al empeño de defender la cultura como un atributo de nuestra libertad. En una ciudad como Granada o en cualesquiera de las ciudades históricas andaluzas de nuestro entorno, esta decisión no es una simple opción, no se trata de una elección que adoptamos tras sopesar cual deba ser la primacía de nuestro esfuerzo; se trata de un imperativo, de algo más que un deber, se trata de una obligación ante la sociedad que se impone sobre nuestra condición de ciudadanos por el dulce peso de la historia y el enorme legado cultural que recibimos y del que somos deudores durante toda nuestra vida. LA DEFENSA DE LA CULTURA NO ES UN ATRIBUTO DEL PODER: ES UN ATRIBUTO DE LA LIBERTAD. Y debe ser, justamente por ello, un atributo humilde y concebido desde un enérgico criterio de austeridad. Las grandes apuestas culturales deben forjarse desde la comprensión de las verdaderas necesidades sociales y desde la humildad que produce el verdadero conocimiento y la mayor formación intelectual o humanística. No hay peor

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consejo para la cultura y para cuanto ella significa que la vanidad. Y no hay manifestación de la cultura mas necesitada de una defensa activa por los ciudadanos que aquella que afecta a sus bienes culturales y a su gestión, a su incremento y traslado a las generaciones futuras. Cuando invertimos grandes sumas de dinero en proyectos descabellados o completamente ruinosos, en los que el gasto previsto o presupuestado se dispara, no existe control de las inversiones o todo se fía a una visión grandilocuente y equivocada de la cultura, debemos ser conscientes de que condenamos a la ruina pequeñas ermitas, templos y edificios medievales, renacentistas, neoclásicos o centenarios, abandonamos ricos yacimientos arqueológicos al completo olvido, deshacemos valiosos grupos de investigación o ignoramos la imprescindible rehabilitación o restauración de tallas, retablos, lienzos o esculturas en peligro de destrucción. Pero todavía puede ser mucho peor cuando, además, desviamos nuestra atención de las crecientes necesidades de jóvenes creadores y artistas, intérpretes, historiadores del arte, jóvenes compositores o arquitectos que, pese a su extraordinario talento y capacidad, no pueden encauzar su vida profesional y ayudarnos a mejorar nuestras condiciones de vida. Confundimos completamente el papel de la cultura y su función como elemento de cohesión social, desaprovechamos la oportunidad de crear puestos de trabajo alrededor del disfrute y conservación de nuestro Patrimonio Histórico, caemos en las redes de la vanidad y la impostura y rendimos, en definitiva, un flaco favor a los intereses generales que se asocian, desde la afortunada promulgación de la Constitución Española de 1978, con el disfrute de la cultura como un derecho fundamental de todos los ciudadanos. Los bienes culturales, en especial los conjuntos monumentales, constituyen un patrimonio colectivo que no debe ser administrado o gestionado como si se tratara de una especie de prolongación natural del poder, de una propiedad privada que provisionalmente sometemos a nuestro capricho o venalidad. Cuando la República Francesa promulgó la que es considerada por muchos como la primera ley protectora del Patrimonio Histórico, la famosa Ley Guizot de 1830, hizo girar la protección de los monumentos y de toda clase de bienes culturales sobre la voluntad de los propietarios y toda la noción jurídica del Patrimonio Histórico encontraba un presupuesto ineludible en el respeto absoluto a la idea de propiedad privada. Como han señalado voces tan autorizadas como

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la del gran académico y jurista EDUARDO GARCÍA DE ENTERRÍA, el mantenimiento de una concepción tan limitada y completamente alejada de los valores colectivos de los bienes culturales, tuvo consecuencias desastrosas en la conservación de inmuebles históricos y conjuntos monumentales. Afortunadamente, algunas décadas más tarde y en la Viena imperial, las ideas del gran historiador del arte ALOIS RIEGL desterraron estas limitaciones inspirando nuevas leyes en Francia (1913 y 1926), España (1927 y 1933) e Italia (1938) que sentaron las bases para construir a lo largo del siglo pasado, el más devastador que ha existido para la destrucción de los testimonios materiales de nuestra civilización, una nueva teoría de los bienes culturales asociada al interés general. La normativa protectora del Patrimonio Histórico, como he tenido oportunidad de señalar en otras ocasiones, ha sido capaz de construir el concepto más antagónico a la idea de propiedad privada que haya sido creado por el derecho desde su creación por la Convención de París de 1972 que tuvo, por cierto, la sana ocurrencia de definir estos bienes como obras conjuntas del hombre y la naturaleza. Cuando referimos que alguna cosa, conjunto monumental, espacio histórico, recinto, edificio o cualesquiera otras manifestaciones del ingenio es Patrimonio de la Humanidad no podemos encontrar voluntad más decidida y firme de apartarse de su valor puramente material, porque aquello que pertenece a toda la humanidad en su conjunto no pertenece a nadie y rompe cualquier limitación que pretenda imponerse a su disfrute colectivo y pacífico. Todo este esfuerzo que viene realizándose para definir un nuevo papel de la cultura, no puede quedar desbaratado por una concepción patrimonialista de los bienes culturales, de los centros históricos, de los monumentos y obras de arte como cosas o espacios para su explotación económica. Lo mismo cabría señalar del paisaje, del que tanto supo y al que tanto defendió, desde el corazón de la Vega de Granada, otro inolvidable compañero de corporación como aquel andaluz ilustrado y virtuoso que fue GONZALO MORENO-ABRIL. En esta ciudad el paisaje que la rodea y define resulta tan rotundo que se adentra entre sus calles sin previo aviso. Todavía hoy, como si de un milagro se tratara, en algunos barrios y en el paseo tranquilo del atardecer, muchas veces el cielo, las arboledas, el agua y sus vegueros parecen precipitarse sobre nosotros como si reclamaran un espacio injustamente arrebatado. Pocas ciudades desarrolladas del mundo pueden alentar esta sorprendente condición de

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resumir espontáneamente las virtudes que brotan de la conjugación de la mano del hombre, la naturaleza y el tiempo. Todos estos valores no pueden ser simples objetos de explotación en una sociedad como la nuestra que empieza a ser conocida y descrita como la sociedad del cansancio. Estos bienes son mucho más que eso, son magnitudes que nos definen y alientan y que deben convertirse en un elemento dinamizador de la economía, pero siempre desde el presupuesto infranqueable del respeto a su forma de ser y de pervivir. No es el Patrimonio Histórico el que debe enriquecer a la ciudad sino al contrario; es la ciudad la que debe servirlo y establecer la prioridad de su conservación e incremento porque lo monumental no se agota en una reiterada contemplación material del presente. Lo monumental se asocia con el futuro, con el estudio y el análisis mismo no del monumento sino de la forma de mirarlo para poder entenderlo y convivir con él. Esta y otras ilusiones, son las que han permitido que comparezca esta noche ante todos ustedes para comprometer mi esfuerzo y mi palabra en una labor tan noble y apasionante que espero que prenda sus raíces en la tierra más fértil de nuestra voluntad.

Muchas gracias por su amable atención y buenas noches.

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