Reflexión

Reflexión

La vida cristiana como camino de libertad Eduardo Arens “Donde está el Espíritu del Señor, está la libertad” (2Cor 3,17). Frente a las crisis que venimos arrastrando, tanto en el mundo secular como en el religioso, a los cristianos nos vendría bien recordar las afirmaciones de san Pablo –cuya memoria el Papa nos ha pedido recordar este año-, especialmente en su carta a los Gálatas: “Cristo nos ha liberado para que vivamos en libertad. Manténganse, pues, firmes y no se dejen sujetar de nuevo al yugo de la esclavitud” (5,1). “Ustedes, hermanos, fueron llamados a la libertad, sólo que esta libertad no dé pretexto a la carne, sino al contrario, por medio del amor sírvanse los unos a los otros” (5,13). Esto lo desarrolló Pablo en su carta a los Gálatas y de nuevo en su carta a los Romanos. En pocas palabras, como veremos, un elemento fundamental y distintivo del cristiano es la libertad.

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No se trata de una libertad de índole meramente espiritual, al estilo de las filosofías estoica o epicúrea, o de las metafísicas, sino que se manifiesta como tal en la vida social real: “Revestidos de Cristo, ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni hembra, pues todos son uno en Cristo Jesús” (Gál 3,28). Esta libertad se manifiesta real en el amor mutuo, “pues (para él) toda la Ley queda cumplida en una sola palabra, en aquello de amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gál 5,14), lo que concretamente se manifiesta en “el fruto del Espíritu: amor, alegría, paz, comprensión, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre…” (Gál 5,22s). Esto destacó san Pablo, el gran apóstol místico y misionero, que hizo carne el evangelio. “La verdad Páginas 215. Septiembre, 2009.

del evangelio” (Gál 2,5.14), que lo distingue de otros seudo-evangelios, como el propalado por los judaizantes, radica precisamente en su dimensión liberadora. El evangelio es lo que predicó Jesús: “El reino de Dios está al alcance” –y Marcos añade “conviértanse y crean en esa buena nueva (evangelio)”. Ese reino, con su carácter político, contrapuesto al reino de Herodes y del emperador, se hace realidad de la manera en que Jesús lo fue mostrando: de palabra, de obra y en su vida misma. Cuando Pablo habla del evangelio –fue él quien posiblemente popularizó este vocablo, pues lo usó con más frecuencia que ningún otro1–, se refiere al acontecimiento Jesucristo, no a una doctrina o un mensaje como tal, sino un acontecimiento histórico de carácter salvífico que Dios comunicó a la humanidad en el mesías Jesús. El núcleo de este evangelio, esta buena nueva, era su carácter salvífico eficaz –no sólo de palabra (ver lo que dice en 1Tes 2,13: la recibieron como lo que es, palabra eficaz). Pero, ¿qué es lo salvífico (sôtería)? Casi sinónimo de redención (que es un término metafórico en referencia a la compra de la libertad de esclavos), es la liberación de todo aquello que no permite ser tenido en la dignidad propia de los hijos de Dios. En términos nuestros, la dignidad y valía humana. Es lo que Jesús ilustra con sus exorcismos y sanaciones. Es la liberación tanto de las fuerzas destructivas (demonios) como de la carga de minusvalía o sentimientos de culpa (sanaciones). Solo así el reino de Dios tiene posibilidad de hacerse realidad. A eso –dicen los evangelios– Jesús envió a sus discípulos: a anunciar el reino de Dios, expulsar demonios y sanar enfermos. Su misión fue esencialmente liberadora, no en clave de fuerzas militares, sino de levantar cabezas y dar dignidad a las personas. Es lo que responde a los enviados de Juan el Bautista cuando le preguntan si él es “el que ha de venir”, o sea, el mesías: “Díganle lo que oyen y ven…” (Mt 11). Es lo que Pablo escribió sintéticamente a los gálatas: “Pero cuando se cumplió el plazo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para que rescatase a los súbditos y nosotros recibiéramos la condición de hijos. Y como ustedes son hijos, Dios infundió en su corazón el Espíritu de su Hijo, que clama Abbá, Padre. De modo que no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres heredero por disposición de Dios” (4,4-7).

1 La raíz evangel- se encuentra en Mateo cinco veces, en Marcos ocho, en Lucas cinco, en las cartas de Pablo 56 veces (Rom, 1-2 Cor, Gál, Fil, 1Tes, Flm).

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1. LA LIBERTAD, MENSAJE DE LA BIBLIA Uno de los temas fundamentales de la Biblia como conjunto es la libertad. Ya en el relato de la creación, el hombre es presentado como “imagen y semejanza” de Dios, que se manifiesta como eminentemente libre: lo que Dios hace es por pura y gratuita iniciativa y lo es para ser puesto a disposición del hombre2. Y, como imagen de Dios, le encomienda a éste la creación, de manera que todo lo que el hombre haga debe ser una creatio continua, debe continuar “creando” –en hebreo se habla de “hacer” (barah), no “crear”–, debe continuar la tarea de hacer un mundo tal que en cada paso se pueda decir “y vio que era bueno”. No necesito detenerme en escenas mucho más significativas de la historia de Israel como lo son el éxodo, la monarquía y el exilio. La primera, que resulta paradigmática y a la vez programática, fue la liberación de la esclavitud egipcia para encaminarse hacia un país donde manaba leche y miel, una suerte de recuperación del paraíso perdido. Es la llamada de Dios a constituir su pueblo, en el que “Yavé será su Dios, y ellos serán su pueblo”, lo que se traduce en que, guiados por Él, lograrán configurarse en el pueblo redimido, liberado y por tanto realizado como una gran familia. Por eso Dios es el protector de los débiles, porque en una familia no se debe marginar a nadie. Por eso suscita profetas que levantan la voz de advertencia. Israel ha de ser luz para las naciones, atraer a Sión, donde Dios es rey y señor (Ex 19,5). El reverso de la medalla lo pinta en Génesis el relato de “la caída”, en que el hombre sucumbe a la tentación de querer jugar a Dios, “comiendo el fruto prohibido” (3,6). Más adelante repite el plato, una vez instalado el pueblo en la tierra prometida, destronando a Dios para erigirse en monarquía “como las demás naciones” (1Sam 8,5). En ambos la consecuencia termina siendo la misma: el fratricidio. Una nueva vuelta al carrusel se da a partir del retorno a la esclavitud de “Egipto” (= Babilonia), seguida más adelante de una nueva liberación por parte del rey Ciro, calificado de mesías. Sin embargo, seguirán bajo la dominación extranjera… Nace así la esperanza de la intervención liberadora de Dios bajo la batuta de un mesías. Como vemos, Dios quiere conducir a su pueblo por el camino de la liberación, para que éste sea “luz para las naciones” (Isa 42,6; 49,6), pero es respetuoso de la libertad y las opciones de ese pueblo. Por todo eso, cualquier biblista instruido le da la razón a la teología de la liberación en la fundamentación bíblica de sus reflexiones teológicas.

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2 Tomás de Aquino define al hombre y la mujer como imagen de Dios en la libertad: Dios creó libremente (ST I.II.prol.).

Lo vivido en el nivel de lo “nacional” en Israel también aparece en la Biblia en el nivel de lo personal. El único que asegura libertad es Dios: es el Creador, el Señor de la historia, el Esposo (Oseas), el Protector… Su voz liberadora se oye en los profetas, y toda vida cristiana está llamada a ser profética. Entre tanto, el pueblo de Israel espera su liberación, que sería liderada por “el Mesías”. Esta esperanza estaba viva en particular entre los esenios de Qumrán. El cristianismo, por su parte, afirma que el esperado mesías vino, que es Jesús de Nazaret. Esta convicción la pusieron de relieve Mateo en su versión del evangelio y Pablo de Tarso en sendos pasajes de sus cartas –lo que hace suponer que era parte de su predicación–, en particular en Gálatas y Romanos. Ya antes el Maestro había predicado tal libertad y la había ilustrado con sus gestos. La predicó advirtiendo contra los complejos de superioridad, las discriminaciones, las búsquedas de poder y dinero, las imposiciones legalistas. La ilustró al liberar de las fuerzas demoníacas, de las parálisis, de las cegueras, inclusive de la muerte. Y es que el “reino de Dios” es un reino de personas libres, y por eso se rigen por el amor. La libertad es lo que hace al evangelio ser lo que es: “buena noticia”. Para Pablo era el elemento central, inseparable de la salvación, la justificación y la redención. Esto lo distingue del judaísmo. Cristo vino para liberarnos: “Ustedes han sido llamados a la libertad” (Gál 5,13). “Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2Cor 3,17). La libertad era un valor supremo antaño, en contraste con la esclavitud. Era tema de la mayoría de filósofos, inclusive era el tema central en las populares filosofías estoica y epicúrea. Para éstos, la libertad consiste en no sentirse afectivamente tocados por las vicisitudes de la vida, dominados por ellas, inclusive en ignorar las demandas de la vida misma, es decir, una suerte de autosuficiencia en que nada de fuera les afecta, nada les mueve, nada les inquieta –muy al estilo de la mística oriental (que recuerda el famoso dictum de Teresa de Ávila)–. La libertad cristiana es más bien para ser afectados, para conmoverse, para liberar, es decir, para la com-pasión: reír con los que ríen, llorar con los que lloran… (Rom 12,15).

2. LA LIBERTAD, BUENA NOTICIA En el evangelio de Juan dos discípulos van en busca de Jesús, después de que el Bautista lo identifica como “el cordero que quita el pecado (en singular) del mundo”. El sentido de “pecado” es básicamente el mismo que en Pablo, en singular, como la fuerza destructora de la que Jesús en sus exorcismos libera. Es decir, Jesús es el libera-

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dor. Esa fuerza destructora se personifica en “los demonios” o “el Satanás”. Lo que atrae hacia Jesús es que él es liberador, su camino –“vengan y verán”– es un camino de auténtica liberación. Aquí habría que destacar –como hace repetidas veces Marcos– los exorcismos en particular, como visualizaciones de la liberación de las fuerzas del mal. Es el primer gesto público de Jesús (Mc 1,23-27): y “se fue por toda Galilea predicando en las sinagogas y expulsando los demonios” (Mc 1,39). A los Doce los envió “dándoles poder sobre los espíritus impuros” y ellos “partieron a predicar… y arrojaban muchos demonios” (Mc 6,2.12s). En efecto, Jesús envió a los discípulos a anunciar la inmediatez del reino de Dios, que es reino de libertad –por eso son importantes los exorcismos como predicación visual de esa verdad–. Los envió con el encargo concreto de expulsar demonios y anunciar el reino. Era el sueño de Israel: la libertad y la soberanía. Sólo que la clave de eso no está en primer lugar en el plano político o ideológico, como todavía creen algunos movimientos, sino en el plano existencial. No se puede asumir a largo plazo lo que no se vive. Libertad y soberanía significan respeto a la dignidad de la persona, su valía, su honor… y esto se vive en comunidad, no egocéntricamente. Por eso el primero requisito es “conviértanse”, metanoeite (cambien los esquemas mentales). La gran novedad de Jesucristo, su evangelio, es la libertad de los hijos de Dios. ¿Qué era lo novedoso en Jesús? ¿Qué atraía de él? Se dirigía predominantemente a la gente sencilla de Galilea: pobres, campesinos y pescadores, explotados por la carga tributaria que se les imponía y dependientes de la naturaleza para sobrevivir. Estaban sujetos a los poderes políticos y las fuerzas de la naturaleza. Lo que Jesús les anunciaba era la cercanía del reinado de Dios, contrapuesto al reinado político, que venían añorando, un reinado de libertad y prosperidad. Era esto lo que atraía a la gente hacia Jesús: predicaba su dignidad humana como hijos de un dios que es Padre, su liberación de las fuerzas destructoras que se anidan en los corazones (exorcismos) y desde allí se expresan en esclavitudes (Mc 5,5ss). El mismo Pablo es una figura paradigmática de lo que decimos: siervo del Señor, libre, desprendido… es figura paradigmática porque sigue el paradigma, que es Jesucristo mismo, el hombre libre por antonomasia: “Sean imitadores míos, como yo lo soy de Cristo” (1Cor 11,1; 4,16; Fil 3,17). La única sumisión que admite Pablo es a Dios. Y Dios es libertad y es amor. Y el amor es la expresión más clara de libertad.

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Ha sido particularmente Pablo quien, desde sus raíces fariseas, ha puesto de relieve la libertad como un rasgo característico y funda-

mental del cristianismo. Esto lo expuso en particular en su carta a los Gálatas, motivada por la “predicación” de un grupo de judaizantes de un “cristianismo mosaico”, cuya tesis central era que para la salvación es indispensable la circuncisión, junto con sus exigencias legales y rituales –un cristianismo judío–. Para Pablo eso significaba volver de la libertad a la esclavitud: “Si por la Ley viene la justificación, entonces Cristo murió en vano” (Gál 2,21). Libertad es la traducción paulina de la meta mesiánica predicada por Jesús en términos de “reino de Dios”, concepto éste totalmente ajeno al mundo gentil grecorromano. Cuando se hablaba de salvación y redención, no era de otra cosa que liberación de una u otra forma. No se reducía a una suerte de liberación interior, del alma, como la planteaban los filósofos y no pocos teólogos, sino que concierne la vida íntegra de las personas, y pueblos concretos. El concepto paulino de libertad tiene poco en común con nuestro ideal de individualismo, autodeterminación y realización personal. La vida libre es la vivida en Cristo, de libre y gratuita entrega. Pablo es libre y, paradójicamente para nuestra mentalidad, es siervo (doulos) de Cristo o, mejor dicho, en la condición de siervo de Cristo es libre. Pero también supone vivir esa comunión con Cristo en comunidad, donde se está unido como en un solo cuerpo, no individualmente. Ahora bien, si el cristianismo es sustancialmente un camino de libertad, podríamos verlo también en clave de seguimiento de Jesús, el hombre libre por antonomasia, cuyo camino, que llamaba “reino de Dios”, debemos anunciar y hacer realidad.

3. LA LIBERTAD COMO CONDICIÓN DE LA VIDA CRISTIANA Quiero advertir sobre la tentación inconsciente de entender la libertad como una suerte de abstracción o construcción teológica o filosófica, y no como una realidad que se vive concretamente aquí y ahora. La libertad es, sin duda alguna, uno de los anhelos más profundos de los hombres. Acerca de ella se ha filosofado, se ha escrito y se ha discutido hasta el cansancio. Por ella se ha matado y se ha muerto. En su nombre se han hecho revoluciones y otros se han levantado en armas. Todos la reclaman para sí. Incluso tiranos y dictadores la esgrimen como bandera. Pero la libertad es una realidad y un concepto con muchas aristas, unas reales, otras imaginarias. Existen muchas formas de entenderla: la libertad de un esclavo, la libertad de pensamiento, la libertad física, la libertad religiosa, la libertad intelectual, la libertad psicológica... Libertad para muchos equivale a autonomía,

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independencia de una u otra índole. Para muchos es sinónimo del irrestricto laissez faire. Todo cristiano está llamado a la libertad, a tomarla radicalmente en serio, como san Pablo. Estamos llamados a vivir a cabalidad la libertad, pero para liberar a otros, que es lo que en Gálatas Pablo entiende como evangelio. “La verdad del evangelio”, que Pablo menciona varias veces, no es otra que es una buena noticia de libertad para todos, irrestricta e incondicionalmente.

4. UNA VOZ PROFÉTICA PARA EL MUNDO DE HOY El de hoy es un mundo esclavizado por “el pecado”, en su sentido paulino, pero, a la vez, el fondo de este mundo posmoderno, sumido en el desconcierto y el caos, clama por libertad, pero no sabe cómo ni dónde encontrarla; la confunde con el “hacer lo que me viene en gana”. Si la propuesta cristiana no es una antorcha de libertad, y que por tanto ilumine y atraiga, deberá preguntarse cuál es su razón de ser. Jesús, el señor y maestro, fue “camino, verdad y vida” en libertad. El profetismo consiste en hablar en nombre de Dios, y por lo mismo hacerlo con plena libertad –pues Dios es libre–. Como padre solícito por sus criaturas, a través del profeta Dios defiende la dignidad de sus hijos. Por eso levanta la voz severa ante todo atropello, especialmente las múltiples formas de injusticias, explotaciones y abusos. Ahora bien, la vida del cristiano será profética en la medida en que haga ver que ésta conduce a la felicidad y que la libertad, que es inseparable del amor, se vive ad intra en comunidad y ad extra en el amor irrestricto. Si no irradia felicidad, como resultante de su vida, es un fracaso o se ha convertido en secta. Si no proyecta amor irrestricto es un fracaso o se ha convertido en narcisista. El cristiano debe continuar la tarea evangelizadora, como los apóstoles (enviados) de antaño, entre los que destaca san Pablo. Como él, y ya antes el Maestro, debe vivir y defender “la verdad del evangelio” en un mundo donde libertad es entendida en clave egoísta o de dominación y no de respeto de la dignidad de cada persona como hija del Padre y, por tanto, llamada a la libertad. Y la libertad hay que entenderla en sentido cabal, no sólo “interior” o “espiritual”. Como el Maestro, debemos ser redentores de la humanidad. Eso supone liberarnos del miedo al dios castigador, al fatalismo, a los determinismos. Supone liberarnos de la soledad, la indiferencia del mundo, la indolencia... Supone liberar y liberarnos para una vida digna en todo sentido, tan digna como la de los hijos e hijas de un Dios que es nuestro Padre.

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Hoy el hombre busca libertad, liberarse del sinsentido de la vida, de la existencia inauténtica del mundo consumista y hedonista… pero, ¿por qué no encuentra la respuesta en el evangelio? ¿No será porque no se atestigua con claridad meridiana? ¿O porque se lo redujo a ser una ideología más? Veamos algunas maneras de entender la libertad hoy: – Para algunos es la posibilidad de escoger sin coacciones entre varias opciones, como cuando se va a votar o de compras. Dios también espera que escojamos libremente por voluntad propia dejarnos guiar por Él y darnos a amar a los demás. Por cierto, ninguna opción que se tome es totalmente libre, sin condicionamientos previos o ataduras. Pablo habla de la atadura del pecado y las limitaciones impuestas por la Ley. – Otros la entienden como ausencia de opresiones, tiranías, imposiciones. Es en independencia o autonomía en lo que piensan. No es de eso de lo que habla Pablo, pues el cristiano está sujeto a Cristo. La Biblia nos obliga a tomar partido por los pobres, marginados, oprimidos; esto no es “opcional”. – Desde la perspectiva psicológica, la ausencia de barreras emocionales, sanación de heridas, aceptación de limitaciones, el control de fuerzas deterministas. Jesús sanó a muchos y liberó del demonio y sus ataduras… Resultado del autocontrol. – La indolencia e indiferencia, como los estoicos. No es cristiano abstraerse del mundo o ser indolente. No es libre la persona que no cede a sus sentimientos… sino la que los encauza de manera que sean constructivos. Libertad es inseparable de responsabilidad. Siendo una libre opción, soy responsable por ella. Los esclavos no son responsables si funcionan como robots comandados que no se pueden autocontrolar. Cuando la libertad es entendida como la posibilidad de hacer “lo que venga en gana”, no extraña que lleve a desórdenes, caos, pues cada cual impone su capricho como derecho, como expresión de su libertad. Ésta es la libertad negativa, en la que no hay coacciones. Vista así es, por cierto, el origen de muchos de los males en la sociedad. En lugar de orden genera desorden y caos. Por eso no faltan quienes reclaman mano dura, dictadura o, al menos, control impuesto. Se asocia con independencia y autonomía. Para no pocos ateos, Dios es el gran enemigo de la libertad del hombre. Así lo proclamaron Nietzsche, Freud y Marx, que levantaron la bandera de independencia frente a Dios. El hombre llegará a ser plenamente él mismo en la medida en que se sacuda de Dios y de las opresoras exigencias de la religión. Por eso, con razón, pensando en

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el hombre de hoy, Josef Blank preguntó: “¿Comienza el hombre a ser realmente libre sólo cuando se ha deshecho de Dios, reducto último de la falta de libertad? ¿O –a la inversa– es Dios el refugio último, indestructible, el verdadero liberador, el que preserva la libertad humana, débil y maltrecha, de su definitiva autodestrucción? Hay que caer en la cuenta de que el problema de la libertad y el de Dios van estrechamente unidos”3. Si el objeto del evangelio es la vocación a la libertad, entonces, ¿cómo debe ser la evangelización? ¿Quiénes han de ser evangelizados? No nos debemos confundir con indoctrinación, que es lo que básicamente se ha dado frecuentemente como evangelio. Prueba de que “libertad” no era un tema prioritario en la Iglesia está en el revuelo que se produjo cuando, contrario a las condenaciones a ciertas libertades justas en los Syllabus de Pío IX y X, el Vaticano II habló de libertad de conciencia y de religión. ¡Si algo escandalizó en este concilio a los conservadores fue precisamente eso! Algunos se sintieron escandalizados por la ruptura con “la ley”, con las rígidas e inamovibles tradiciones (por ejemplo, en la liturgia), con el intento de presentar una Iglesia espontánea, cercana, acogedora, libre… Luego se añadió al escenario la relectura del Vaticano II en Latinoamérica, su encarnación en este continente diferente del europeo, que dio origen a la teología de la liberación y Medellín… La historia la conocemos. ¿Por qué “sólo el camino de Jesucristo conduce a la vida”? Porque es el camino de la pro-existencia, del don de sí mismo, del grano de trigo que muere y germina. Ese camino se llama “amor”, que es el mandato fundamental y distintivo del discípulo: “En esto sabrán que son discípulos míos, en que se amen unos a otros como yo –el paradigmalos he amado” (Jn 13,34-35). Vida, en contraste con existencia, es crecimiento, desarrollo, dinamismo –¡es lo que ilustra el relato de Gn 1 de la creación!-. Tengamos presente que libertad y amor son dos lados inseparables de la misma moneda. Sólo la persona libre puede amar de verdad y, quien así ama, es libre. Vivir la verdad del evangelio, la libertad, por la que Pablo luchó y se enfrentó inclusive a Pedro en Antioquía (Gál 2), es algo que la vida cristiana debe poner de relieve en estos tiempos de crisis, en que las corrientes neo-judaizantes están de nuevo activas proclamando que su visión es el verdadero evangelio. Es notorio que, como en tiempos de Pablo, no sólo proclaman su visión del cristianismo, sino que lo

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3 “¿Qué libertad nos ha dado Cristo?”, en Selecciones de Teología (1991, n.119), p. 231.

hacen simultáneamente denigrando la visión que prioriza la libertad posconciliar. No me detengo en este aspecto, ya hartamente tratado por otros, de las tensiones en torno a la lectura y relectura, mejor dicho, la intención conciliar y su posterior “interpretación auténtica”. Visto desde hoy, para unos el Vaticano II fue demasiado lejos y para otros se quedó muy corto. Unos piden volver a tiempos más seguros y estables y otros piden avanzar por el derrotero trazado por el concilio hacia el siglo XXI. Esto, valga mencionarlo, va de la mano con notables actitudes disímiles frente a la Biblia. En tiempos del concilio Vaticano II, la Biblia abrió muchas puertas y fue una de las fuentes de inspiración. En los primeros años post-conciliares, la Iglesia difundió su lectura y estudio, pero poco a poco se fue haciendo presente el miedo y comenzó a surgir ante la Biblia una mirada cada vez más fundamentalista, hasta buscar descalificar el estudio histórico-crítico. Estamos ante el peligro de una lectura literal y jurídica, como la de los judaizantes de antaño, frente a la lectura cristológica de Pablo; una lectura fundamentalista frente a la hermenéutica crítica; una lectura descontextualizada y ahistórica frente a la dinámica evolutiva..

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