Hierros y marcas de los toros

Ensayo Hierros y marcas de los toros Por Placido González En Plácido González Hermoso encontramos un verdadero estudioso de los temas relacionados co...
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Ensayo Hierros y marcas de los toros Por Placido González

En Plácido González Hermoso encontramos un verdadero estudioso de los temas relacionados con la Fiesta de los toros, como deja constancia en su web Los mitos del toro, en la que el aficionado puede encontrar temas tan diversos como bien documentados, elaborados siempre con un enfoque original. Activo aficionado, medalla de oro del Club Taurino de Murcia y cofundador del Museo Taurino de la capital huertana, en este ensayo rastrea a lo largo de la historia un factor tan característico en el toro de lidia como son los hierros y marcas con los que se identifican a las reses.

Como el toro he nacido para el luto y el dolor, como el toro estoy marcado por un hierro infernal en el costado y por varón en la ingle con un fruto. MIGUEL HERNANDEZ

La

costumbre inveterada de marcar al ganado como distintivo o identificación de pertenencia, fue una necesidad perentoria del hombre primitivo desde que comenzó a domesticar los animales, primero para distinguirlos de los de sus vecinos, en caso de que se mezclasen, y por otro evitar el robo del ganado; marcas que, posteriormente, desembocaron en la fórmula utilizada para legalizar la pertenencia del ganado de forma oficial. Es natural que, a pesar de lo ancestral que pudo ser la costumbre de marcar el ganado, no poseamos datos de la realización de esas prácticas en la etapa prehistórica; es decir, desde que el hombre primitivo comenzó a domesticar el ganado, en aquel Neolítico temprano (allá por el año 9.000 a.C. fue la oveja y la cabra y el Toro hacia el 6.500 a.C.).

No obstante, si observamos algunas pinturas rupestres del Paleolítico Superior que han llegado hasta nosotros, nos encontramos con una sorpresa notable al analizar, por ejemplo, en la cueva de Lascaux, en la Dordoña francesa, unos toros con una serie de puntos o manchas en el cuello, o una vaca de larga cornamenta con varios dibujos ovalados en su cuerpo; así como los caballos punteados de la cueva de Pech-Merle, en los Pirineos franceses; o la yegua en avanzado estado de preñez y una vaca, ambas de la cueva malagueña de La Pileta, cuyas figuras están cubiertas con unas pequeñas líneas paralelas en toda su anatomía, que no por ello podemos afirmar que fuese el comienzo de la costumbre de marcar al ganado, sino, más bien, debemos tomarlo como adornos pictográficos, producto de la imaginación del artista del Paleolítico Superior. Pero puede negarse, a caso, que pudieron servir de inspiración, con el correr de los siglos, a los primitivos ganaderos para marcar sus animales? Con el nacimiento de la Historia, hacia el IV milenio a.C., gracias al desarrollo de la escritura –sin tener en cuenta los grafismos o pictogramas que pertenecen a la “protoescritura-, ésta comienza al dejar constancia escrita de la existencia de la primera sociedad organizada en Sumeria. Como es natural, al ser una sociedad organizada, todos los actos religiosos y sociales, trabajos diversos, actividades comerciales o artísticas, derecho a la

   

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propiedad privada etc., estuvieron perfectamente reglamentados desde un principio, en cuyos preceptos se establecieron una serie de sanciones a las transgresiones, abusos o atropellos que pudieran cometer sus ciudadanos. Como todos sabemos, la organización política en Sumer se caracterizaba por estar estructurada en “ciudades-Estado”, gobernadas por un rey que se consideraba, no solo, designado por los dioses sino que, incluso algunos, se intitulaban hijos de algún dios determinado. Entre todos ellos, por lo que nos han revelado los textos de la época, aparecieron una serie de reyes reformadores y reyes legisladores a mediados del III milenio a.C., cuyos dictados lo hacían bajo la advocación del dios de la justicia, llamado según la época Babbar, Utu o Shamash, que eran quienes, al parecer, dictaban las leyes a los monarcas respectivos. Sin entrar a detallar las fuentes del derecho, no cabe duda que lo que las primeras legislaciones, reformas o códigos sumerios hicieron no fue otra cosa que plasmar por escrito -sobre tablillas de arcilla y en escritura cuneiforme-, lo que, según la costumbre consuetudinaria, venían practicando los habitantes de aquellas zonas, motejados como “los cabezas negras”. Repasando “Los primeros Códigos de la humanidad”, de la mano del profesor Lara Peinado, encontramos indicios suficientes -a pesar de las dificultades o deterioros que presentan las tablillas de arcillas en que fueron escritas-, que nos indican el control que ejercían las autoridades, tanto de profesiones como de ganados, con el fin de fijar los diferentes impuestos a los que eran sometidos. Así por ejemplo, en las reformas de Urukagina o Uruinimgina, (2380-2360 a.C.) gobernador de la ciudad-estado de Lagash, nos habla, con respecto al toro, que “Los bueyes de los dioses araban los campos… los mejores campos de los dioses…” o que “Reatas de asnos y de fogosos bueyes eran amarrados para los administradores del templo…”, de lo que puede deducirse que, tanto los bueyes pertenecientes a los dioses como los de los administradores del templo y los de los ganaderos particulares, se distinguirían de algún modo por algún tipo de señales o marcas, diferentes en cada caso.   Código de Urakagina

El rey Shulgi (2094-2047 a.C.) segundo rey de la tercera dinastía de Ur, la ciudad de nacimiento del patriarca Abraham, nos habla del poderío económico que atesoraba

     

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y que: “En ese tiempo tenía asnos de raza por el campo, tenía capitanes de navío para el comercio marítimo, tenía pastores que permanecían junto a [los bueyes] que permanecían junto a [los corderos] que permanecían junto a [los asnos…]…” según detalla el artículo 4º de su código. De ello se constata la importancia y abundancia de la ganadería en aquel tiempo. Además la doctora Linacero nos informa que este monarca “creó un gran mercado de animales para aprovisionar el templo del dios Enlil, en la ciudad de Nipur,… además los gobernadores provinciales tenían bajo sus órdenes al jefe de buey…”, que era un funcionario que tenía, además del control del ganado, derecho a poseer una parcela de tierra, llamada “la tierra del buey”, concedida por el rey. (2) Más tarde encontramos en el código de Lipit-Ishtar (1934-1924 a.C.), quinto gobernador de la primera dinastía de la ciudad de Isín, que le dedica, al menos, cuatro artículos al toro, así como las sanciones a imponer a aquel que alquilase un buey y le causara algún daño, bien en “el ojo”, “…le haya roto un cuerno…”, “…ha mutilado la cola…” etc., pero el más significativo es el artículo 39 que dice: “Si un hombre ha alquilado un buey [y] ha desgarrado la carne de [su] espalda, pesará el tercio de su precio”. Se entiende que el pago se refiere al porcentaje del precio de un buey sano, y el hecho de desgarrar “la carne de la espalda” es muy probable que aluda a desgarrar parte de la piel donde estaba puesta la marca por su dueño.(1) Lo que sí conocemos es que en Mesopotamia, en principio, se marcaba al ganado de cualquier especie con una amalgama de colorantes mezclados o con la brea alquitranada que fluía en las zonas pantanosas de la desembocadura del Tigris y el Éufrates. Más tarde lo hicieron con marcas de fuego sobre la piel, las pezuñas o las astas, bien con palos o barras de cobre candentes, en la Edad del Cobre, y, posteriormente, con hierros de diferentes formas y tamaños, en la Edad de igual nombre, cuando el hombre descubrió este metal.Otra fórmula para marcar el ganado que emplearon los primeros ganaderos, fue el de practicar ciertos cortes en la piel, en especial en las orejas, costumbre que se sigue utilizando en las ganaderías actuales. Con la llegada y establecimiento del imperio babilónico por los amorreos (de origen cananeo), creado por Hammurabi (17921750 a.C.), al comprobar este monarca la existencia de una serie de códigos diferentes, según en qué ciudad-estado regían, le Código de Lipit-Ishtar

 

   

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llevaron a realizar la primera y más importante obra de compilación, agrupando y acomodando las diferentes legislaciones existente en un solo código para todo el imperio, cuya recopilación fue conocida como el “Código de Hammurabi” (tallado en un bloque de basalto de 2,5m. de altura por 1,90m. de base y fue colocado, en un principio, en el templo de Sippar, y en la actualidad se conserva en el museo del Louvre). En ese nuevo código se detalla, con claridad, el castigo que recibía quien alterara la marca para apropiarse del ganado y venderlo. Así el Art. 265 establece que: “Si un pastor a quien le fue confiado ganado mayor o menor para apacentarlo se ha vuelto infiel y ha cambiado la marca [de las reses] y [las] ha vendido, se le probará esta acción y pagará a su propietario hasta diez veces lo que haya robado en ganado mayor o menor”. Ese tipo de penalización se refiere al ganado que perteneciera a un particular, en cambio la indemnización se incrementaba hasta treinta veces lo robado, si el ganado pertenecía al templo o al Estado, como se especifica en el Artículo 8: ” Si un señor

roba un buey, un cordero, un asno, un cerdo o una barca, si [lo robado pertenece] a la religión [o] si [pertenece] al estado, restituirá hasta treinta veces [su valor]; si [pertenece] a un subalterno lo restituirá hasta diez veces. Si el ladrón no tiene con que restituir, será castigado con la muerte”. Las palabras que van entre [ ] están deterioradas en las tablillas originales y son de difícil lectura ó están borradas, por lo que, las palabras que contienen, hay que tomarlas como deducciones lógicas de existir el texto completo. (2)

Código de Hammurabi

 

Código de Hammurabi

 

   

En la península indostánica encontramos una civilización perdida, pero muy desarrollada de la “Edad del Bronce”, conocida como la “Civilización del Indo” (desde el 3.300 a 1300 a.C.), asentada a lo largo de los valles que   Taurologia.com  

Valle  del  Indo  

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riega el río Indo, uno de los dos grandes cursos de agua de la India. Los dos centros principales, o ciudades, de esa civilización eran Mohenjo-Daro y Harappa, cuyo máximo esplendor fue entre el 2600 al 1900 a.C. Aunque, desgraciadamente, solo han llegado hasta nosotros algunos restos arqueológicos sin ningún tipo de documento escrito de esa civilización, al menos por dichos restos y las impresiones en tablillas de barro, sabemos que la mayoría de los animales domésticos que poseían eran el buey, el búfalo de río, el asno o el cebú e incluso el elefante y el rinoceronte indio llegaron a domarlos.

Mohenjo-Daro y Harappa

En esas tablillas de barro representando al toro, observamos en éste unas marcas en la piel del cuello de dos o más líneas verticales e incluso oblicuas, y algunos con un adorno o marca en la paletilla en forma de corazón sin cerrar, que posiblemente continuaba en la otra paletilla con igual adorno, que bien podía afirmarse que son animales destinados al sacrificio, ya que se observa que el toro está junto a un pesebre de aspecto ritual, de cierta elevación o incluso en el suelo, donde lo están alimentando con algún tipo de cereales, posiblemente macerados con alguna bebida embriagante, bien cerveza o vino; esa costumbre de alimentar a los animales destinados al sacrificio con comida fermentada con alguna bebida embriagante, era algo común en casi todas las sociedades de la antigüedad. Encima de cada toro hay una leyenda con una serie de signos diferentes, que aún hoy siguen siendo indescifrables, pero que bien podía tratarse de jaculatorias o peticiones de algún favor a la divinidad en demanda, posiblemente, del envío de la lluvia fecundadora, al ser unos pueblos agrícola-ganaderos que, como todos los pueblos de la antigüedad, tenían sus dioses de la lluvia, aunque no conozcamos sus nombres. En la India, al igual que ocurría en Egipto con el toro Apis, los sacerdotes eran los encargados de buscar el toro idóneo destinado a ser la montura sagrada de Shiva, que luego era marcado a fuego con el tridente del dios, tal como nos informa J. R. Conrad en “El Cuerno y la Espada”:

   

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“En la India, los sacerdotes de Shiva están facultados para elegir al toro designado como vehículo del dios. Semejante designación es equivalente a la deificación del toro, porque se cree que el dios habita ahora en su interior. A los toros elegidos se les marca en el anca derecha con un hierro en forma de tridente, que es el símbolo que representa el arma especial de Shiva.”(9)

Nandi y Shiva

 

Los hititas utilizaron marcas en el ganado, pero los textos no explican si éstas se realizaban con hierros candentes sobre la piel o simplemente tiñendo su pelaje con tintas, aunque repasando el “Código Hitita”, hacia 1.650 a.C., que publica el profesor Fatás de la Universidad de Zaragoza, se puede deducir que tanto el ganado mayor, como menor, estaban perfectamente identificados con sus marcas correspondientes, aunque no tuviesen o no se haya encontrado legislación alguna sobre “registro de marcas”, como ocurre en

la actualidad. La existencia de esas señales se puede detectar por el contenido del artículo 60, de dicho Código, al referirse al robo de animales, que en este caso se refiere al toro: “Si alguno encuentra un toro y lo castra; si el dueño lo descubre, el ladrón deberá dar 7 reses: 2 de dos años, 3 de un año y 2 crías; y así restituirá”. Esa identificación, es lógico, la reconocería el dueño por la marca o hierro con que estaba marcado su ganado y que sería distinta a la de sus vecinos. En ese texto legislativo hitita, de solo doscientos artículos y amplia temática, es curioso comprobar a qué edad consideraban a un toro como tal, como se señala en el artículo 57: “Si alguno roba un toro, si es recién nacido no es un toro; si tiene un año, no es un toro; si tiene dos años es un toro. Antaño debería dar 30 [cabezas de] ganado. Ahora dará 15 cabezas de ganado: 5 de dos años, 5 de un año y 5 crías; y así restituirá”. No haré comentario alguno sobre este artículo, pues es menester que pase su contenido lo más desapercibido posible, no sea que le sirva de inspiración a algún ganadero, no diré taimado, pero sí astuto o avispado, e intente “colarnos” y se lidien como toros “novilladas adelantadas”, más de las que ya padecemos en la actualidad.(3)    

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Alaca-Hüyük

 

   

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En Chipre -una de las grandes islas del Mediterráneo, situada en la parte más oriental y codiciada en la antigüedad por sus minas de cobre-, el toro ocupó un lugar preeminente que sus artesanos supieron plasmar, en especial en la cerámica, con escenas campestre como la de una vasija de vino adornada con dos toros que olfatean un árbol, hacia el 1.600 a.C., encontrada entre el ajuar de una tumba funeraria, donde podemos apreciar, en los toros, una serie de adornos o marcas de formas diferentes que, aunque abundantes, nos están indicando que el artesano solo se ocupó, no de inventárselas, sino de estampar las diferentes marcas que conocía y serían de uso común en su zona.

Chipre, 1.600 a.C.

 

Al mismo tiempo, si observamos las bandas verticales del toro de la izquierda, podemos afirmar, sin peligro a equivocarnos, que se trata de animales pertenecientes al templo o destinados a ofrendas de sacrificios, cuyas bandas colocaban los sacerdotes sobre los animales elegidos para el servicio del templo o para ser inmolados. Algo parecido, con marcas diferentes, podemos observar en el toro que es desparasitado por una garza, pintados en un cuenco hallado en Enkomi, Chipre, hacia el 1.400 a.C. que pone de manifiesto la variedad de señales o marcas en esa isla. (4)

Los egipcios tenían la costumbre de marcar al ganado no solo con hierros candentes de diversas formas rectangular, estrellado, hexagonal, redondo etc.-, sino con marcas de pintura y eran conocidas desde la Dinastía XVIII (1550-1070, Imperio Nuevo), aunque no cabe duda de que su uso pudo ser muy anterior. (4) Como hemos señalado en la India, también en Egipto eran los sacerdotes los encargados de examinar y seleccionar los bueyes destinados al sacrificio en honor de Apis, tal como nos informa el historiador Heródoto (484-425 a.C.), los cuales procedían de la siguiente forma: “… si se ve en ellos ni que sea un solo pelo negro, se le considera impuro… con el animal de pie y tendido de espaldas, le hace sacar la lengua para ver si está limpio de señales…, mira Enkomi, 1400 a.C.   también si los pelos de la cola han crecido normalmente. Si el animal está limpio de todas estas señales, lo marca con una banda de papiro que enrolla alrededor de los cuernos y después pone encima arcilla sigilar y en ella imprime su sello…”. Después nos detalla la forma de realizar los ritos de sacrificio: “Conducen al animal marcado al altar en que sacrifican, encienden fuego y luego derraman sobre la víctima libaciones de vino, invocan al dios y lo degüellan; ycuando lo han degollado, le cortan la cabeza…”. (6)

   

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Para darnos idea de lo abundante que era la ganadería en aquel tiempo en Egipto, en el “Gran Papiro de Harris” (el mayor papiro encontrado, de 42 metros de largo, datado en la XX Dinastía) se reseña el volumen de la ganadería acumulada por Ramsés III (1184-1153 a.C.) en los 31 años de su reinado: “493.386 cabezas de vacuno como regalo real; 961 bueyes como contribución egipcia; 19 bueyes como contribución siria; 20.602 bueyes como fondo para sacrificios de las propiedades reales”

Toda esa cantidad de ganado necesitaba no solo de gran número de pastores, sino de otras instituciones controladoras. A ese respecto, la doctora Linacero nos informa que había dos instituciones para la supervisión del ganado real, una era conocida como “el jefe de los bueyes del rey” que pertenecía a la tesorería real, es decir un inspector de hacienda, y la otra era “la casa del recuento de los bueyes” cargo que ejercía el “superintendente de los bueyes de todo el país”, que al parecer su cometido se limitaba a elaborar unas estadísticas anuales, relativas a nacimientos, muertes, compra-ventas, etc.(2) Por el geógrafo Estrabón (58 a.C – 25 d.C.) sabemos de la existencia de ganaderos de reses bravas y, por tanto, cada uno marcaría a su ganado con su hierro característico, además de la existencia de plazas de toros donde se realizaban combates entre estos bóvidos, en esa época ya lejana del cambio de Era. En ese relato nos detalla uno de esos combates de toros realizados en Menfis, la ciudad del toro Apis, a la que los egipcios eran tan aficionados (y aún hoy se siguen realizando esos combates en varios países del golfo Pérsico), el relato dice así: ”Aquí está el templo de Apis… Delante, en la avenida, se eleva también un coloso de piedra y es costumbre celebrar luchas de toros en ella, y ciertos hombres crían estos toros con ese propósito, como los criadores de caballos; se sueltan los toros y se enzarzan en combate, y aquel que queda vencedor recibe un premio.”(10) También en el mundo bíblico encontramos grandes ganaderos como Abraham que, además del que ya poseía, recibió del faraón una cantidad importante de animales para que se fuera de Egipto, por culpa de su mujer, por lo que “Era Abraham muy rico en ganados y en plata y oro”(Génesis 13, 2-3); o su hijo Isaac, de quien la Biblia dice que: “…se fue enriqueciendo más y más, hasta llegar a ser riquísimo. Poseía rebaños de ovejas y bueyes y numerosa servidumbre…”(Génesis 26,13); o las riquezas que poseía el

   

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santo Job, cuyo libro “sapiencial” comienza diciendo: “Naciéronle siete hijos y tres hijas; y era su hacienda de siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas asnas y siervos en gran número…”(Job 1, 1-3), y cuyas riquezas no solo le fueron devueltas, tras la angustiosa y lacerante prueba a la que fue sometido por Satanás, sino que: “…acrecentó Yahveh hasta el duplo todo cuanto antes poseyera” (Job, 42, 10-11) Por ello y aunque la Biblia no habla en modo alguno de marcas del ganado, sí se preocupó de proteger la propiedad privada y castigar los robos del ganado, tal como se especifica al comienzo de “La Torá”, es decir “La Ley”. Así por ejemplo, en la redacción de las “Leyes relativas a la propiedad”, encontramos la severidad del castigo que imponían a los ladrones de ganado, tal como se relata en el libro del Éxodo, cap. 21, vers. 37: “ Si uno roba un buey o una oveja y la mata o la vende, restituirá cinco bueyes por buey y cuatro ovejas por oveja”. En el capítulo siguiente de ese libro (Ex.22, 3) se refiere al castigo a imponer cuando el ladrón es cogido infraganti: “Si lo que robó, buey, asno u oveja, se encuentra todavía vivo en sus manos, restituirá el doble”. Respecto a la costumbre de marcar a los animales en las pezuñas, como reseñamos anteriormente, encontramos en la mitología griega una curiosa leyenda referida al argonauta Autólico (que significa “el lobo en persona”), que fue el padre de Anticlea, la madre del héroe Odiseo o Ulises. Dicen que Autólico se convirtió en un astuto y famoso ladrón de ganados, gracias a las enseñanzas de su padre Hermes (el dios de los ladrones), quien además le confirió el don de poder cambiar el color de todas las cosas que robase y así no pudiesen ser reconocidas. Entre todas las víctimas de Autólico se encontraba Sísifo, rey y fundador de Corinto, además avaro, ladrón y mentiroso (que fue condenado en el infierno a empujar una enorme piedra redonda cuesta arriba, por una empinada ladera de una colina y antes de que alcanzase la cima la piedra rodaba hacia abajo, por lo que debía intentarlo eternamente, castigo relatado en La Odisea). Sísifo notó que el número de reses de Autólico aumentaba y el suyo disminuía. Conociendo, ambos cuatreros, las tretas que cada uno empleaba para apropiarse de lo ajeno, Sísifo Sísifo, en el infierno decidió hacer unas marcas a su ganado en el   interior de las pezuñas, gracias a cuya estratagema pudo reconocer sus reses, a pesar de que Autólico había cambiado el color del pelaje. La leyenda dice que cuando Sísifo acudió a casa de Autólico para reconocer    

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su ganado, donde permaneció varios días, para vengarse de él sedujo a su hija Anticlea. Posteriormente Anticlea se casó con Laertes, rey de Ítaca y según Homero fue el padre de Odiseo, aunque otras versiones de la misma leyenda consideran a Sísifo padre de Odiseo, fruto de aquella relación. En el mundo romano los animales eran marcados de diferentes formas, según a la función a la que se destinase cada animal, tal como lo reseña Virgilio (Publio Virgilio Marón, 70-19 a.C.), que en su obra “Las Geórgicas” (Libro III [155] 235) dice que son marcados a fuego los becerros al nacer: “Tras el parto recae todo el mimo en los becerros. Sin tardanza a todos a fuego se los marca con las señas y el nombre de la raza, y se distingue al semental futuro, al que se guarda para el sagrado altar, al que los surcos abrirá revolviendo en el rastrojo los ásperos terronesque lo erizan. Los otros pacen en los verdes llanos. A los que quieras enseñar las arduas faenas campesinas, de novillo empieza a estimularlos, y en la doma insiste mientras dura el genio dócil y su edad se doblega todavía. Lo primero rodéales el cuello con aros flojos de delgado mimbre. Cuando esta servidumbre ya soporte su cerviz antes libre, haz que acoplados con los mismos collares anden juntos llevando paso acorde dos novillos….”(7) En la península Ibérica no se conocen datos de la práctica de marcar el ganado en tiempos pre-románicos, aunque sí conocemos el precio del ganado a mediados del siglo II a.C., cuando España estaba ya sometida a Roma, y el valor de un buey de arar costaba diez dracmas, gracias a Ateneo de Neucratis (hacia el 200 d.C.) que lo reseña en su obra “Deipnosofistas”, 4, 331, conocida en castellano como “El banquete de los eruditos”. (4) No obstante, según Caro Baroja, las marcas actuales como cruces sencillas, puntos, rayas, círculos etc. empleados por los ganaderos pirenaicos actuales de los valles del Roncal, Ansó, Gistain, Bohí, Pallars y Setcases, proceden de una tradición muy remota de marcar el ganado. (5) El auge y la importancia de la ganadería en España fue siempre un pilar de su economía, en especial el bovino y el ovino, consiguiendo un rango importante cuando el rey Alfonso X el Sabio creó, en 1273, el “Honrado Consejo de la Mesta de Pastores”, conocido vulgarmente como “La Mesta”, concediéndole una serie de privilegios de paso, en los periodos de trashumancia, entre Castilla y León y en detrimento de la agricultura, con la creación de las famosas “cañadas reales” entre esas dos regiones. Escudo de La Mesta

 

   

Con la llegada al trono de los Reyes Católicos, las cortes de Toledo de 1480, hacen extensivos tales privilegios entre Castilla y Aragón, privilegios que

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fueron expandiéndose a otros territorios a medida que avanzaba la reconquista, dado el alto valor de la lana y los ingresos que reportaba a las arcas reales. Todo ello, como es de suponer, llevaba aparejado que el ganado debía estar perfectamente identificado con su marca correspondiente. Suposición que se ve confirmada por la pragmática dictada por los reyes Católicos, en 1499, sobre la obligatoriedad de “marcar, herrar y señalar el ganado” a todo tipo de ganado que usase las cañadas reales. Tras más de 560 años de existencia, el “Honrado Consejo de la Mesta de Pastores”, fue abolido en 1836. Con el descubrimiento de América, el emperador Carlos I trasladó a la Nueva España, en 1537, algo parecido a “La Mesta” en España, con el requerimiento de que cada ganadero debía tener una marca única e identificable que, posteriormente, fueron registradas en un libro en la ciudad de México, vigente hasta 1778, fecha en que fue trasladado a la ciudad de San Antonio, la segunda ciudad de la ganadera Texas. También tenemos noticias de que los primeros bovinos trasladados a la Nueva España se realizó en tiempos de Hernán Cortés, en 1537, quien formó una ganadería en el valle de Mexicaltzingo, (municipio de Toluca del estado de México), y que marcaba su ganado con un hierro integrante por tres cruces latinas. Tras el comienzo de la conquista de la ganadera Argentina, en 1527, y los siguientes asentamientos en años sucesivos por el noreste del país, se instaura la “Gobernación del Río de la Plata”, dependiente del Virreinato del Perú, cuya autoridad decreta, en 157677, la obligatoriedad de marcar el ganado. Al amparo de esa legislación se dio un hecho curioso en la Hierro de Hernán provincia de Córdoba, en la que un ganadero Cortés reclamaba el reconocimiento exclusivo de su marca,   o hierro, petición que le fue concedida en 1585. La exigencia y el celo en el cumplimiento de dicha legislación llegó incluso a decretarse en Buenos Aires, en 1606, la prohibición de sacrificar o vender cualquier animal que no estuviese marcado. Para poder ejercer el control de las actividades ganaderas se creó, por el Cabildo de Buenos Aires, en 1609, una oficina exclusiva para el registro de marcas, cuyo primer ganadero registrado, parece ser, fue don Manuel Rodríguez, cuyo hierro consistía en dos bastones, o báculos, cruzados. Las marcas se registraban en el libro correspondiente en la Tesorería y se publicaba periódicamente una circular con las nuevas marcas. En la terminología usada se hacía diferencia entre “señal” (que era el signo    

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aplicado a la oreja del animal vacuno u ovino) y “marca” (la figura o signo aplicado en cualquier parte del cuerpo). Solo con estos dos ejemplos, en dos puntos opuestos de la América española, ponen de manifiesto el ordenamiento jurídico-ganadero que acompañó a la conquista. De todos es conocido que la cría del toro bravo siempre se ha realizado de modo extensivo, generalmente en dehesas con abundante arbolado de encinas y en total libertad, con las únicas limitaciones que imponían las lindes perimetrales de las fincas, sin que apenas existieran tantos cerrados como en la actualidad, que en ciertas ganaderías parece que los toros están estabulados, más que en libertad. En una obra titulada “Sevilla en la Historia del Toreo”, escrito por Don Luis Toro Buiza, éste nos   relata las andanzas de un noble bohemio, el Barón de Rosmithal, cuñado del rey de Bohemia, hoy república Checa, cuando, allá por el año 1466-67, realizó un viaje por España y Portugal, y la extrañeza que le produjo al noble viajero: “… que los ganados no estuvieran recogidos en las casas de labranza y que pastasen sueltos en las dehesas señalados por un simple hierro”. Sta.Fé, Argentina, 1576, marcas

Sánchez de Neira nos habla, en su tratado “El Toreo”, de un tal D. Juan Álvarez de Colmenar, que en su obra titulada “Las Delicias de España y Portugal”, que dice fue editada en francés en Amsterdan en 1741 (una edición, también en francés, de 1715 se conserva en la Biblioteca Digital de la Comunidad de Madrid), en ella se describe la forma de celebrar las corridas de toros en el primer tercio del siglo XVIII y la forma de proveerse de los toros que se necesitaban para los festejos reales: “Algunos días antes van a la Sierra de Andalucía, donde se hallan los toros salvajes más furiosos, y los cogen por estratagema…”. Con abundancia descriptiva relata la forma de apresarlos, para lo que construyen unas empalizadas a lo largo de los caminos, a donde los llevan acompañados de cabestros y unas vacas amaestradas, llamadas “mandarinas”, para incitarlos a seguirlas, y una vez estabulados en una especie de corral que construyen en medio de la plaza: “…Cuando ya han descansado, se les hace salir unos después de otros y paisanos jóvenes, fuertes y robustos, llamados herradores, vienen, los cogen un par por los cuernos y otro por la cola, los marcan con hierro hecho ascuas y les cortan las orejas...” (8) Aunque hasta mediados del siglo XVIII no aparecen las primeras ganaderías españolas perfectamente identificadas, entre cuyos ganaderos famosos figuraron D. José Gijón, los hermanos Gallardo, D. Rafael Cabrera, el conde    

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de Vistahermosa etc. no es hasta el siglo siguiente cuando se generaliza la costumbre de marcar y numerar los toros de lidia, tal como señala Cossío: “la

costumbre de numerar las reses data de mediados del siglo XIX, es decir, del tiempo en que la selección de las ganaderías empezó a tener un carácter riguroso y una orientación segura”. No obstante dice Cossío que “el duque de

Mancornando al toro

 

Veragua (D. Pedro Colón y Ramírez de Baquedano, decimo tercer duque de Veragua, 1821-1866) no numeraba los becerros y los diferenciaba por la forma y el lugar de estar colocado el hierro”.

Aún así algunos siglos antes ya existían vacadas en España y así lo señala Guerrita, en su Tauromaquia. Al ocuparse de la ganadería que considera más antigua, afirma que ya “en el siglo XVI y XVII, los toros de esta vacada (se refiere a la de D. Alonso Sanz, que se anunció después a nombre de su nieto D. Pablo Valdés), conocida por los de Raso del Portillo…eran los que, con los de la vega del Jarama, se lidiaban en las funciones reales”. A partir de mediados de ese siglo XIX, las legislaciones sobre el control del toro bravo se han ido sucediendo con relativa periodicidad, “como instrumento básico para su mejor defensa, conservación y selección”, argumentos reseñados por el B.O.E. de 7 de febrero de 1980, para aprobar la reglamentación específica del “Libro Genealógico de la Raza Bovina de Lidia”. Con la entrada de España en la Herradero   Comunidad Económica Europea, toda la legislación al respecto ha tenido que adecuarse a las directrices comunitarias de modo que, aún respetando las normas generales, se mantiene y defiende la especificidad de la Raza Bovina de Lidia y así ha quedado regulada la “Reglamentación Específica del Libro Genealógico de la Raza Bovina de Lidia”, por una Orden, de 12 de marzo de 1.990, del Ministerio de Agricultura, Pesca y

   

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Alimentación, BOE nº 69 de 21 de marzo de 1.990, cuyo “Libro Genealógico” estará constituido por los siguientes registros: “Registro Fundacional” (RF) “Registro de Nacimientos” (RN) “Registro Definitivo”(RD) Además de especificar los contenidos de cada uno de los registro señalados, esta norma legal se ocupa, también, sobre la “identificación y denominación de ejemplares”, del “Desarrollo del Libro Genealógico”, de los requisitos para realizar los “Herraderos”, “Certificados”, “Importaciones y exportaciones” e “Información estadística”. En los estados democráticos garantistas y defensores de los derechos y especificidades de cada Toro con “crotales” sociedad, nos parece muy bien   venida toda legislación que potencie la defensa, la conservación, selección y pureza de la raza del “Toro Bravo”, al tiempo que defendemos se cumplan todos los requisitos, en ellas esgrimidos, por los ganaderos responsables de su selección. Pero estamos en contra del cumplimiento a “rajatabla” de algún aspecto de la misma, como es la del espectáculo esperpéntico de ver salir por la puerta de toriles un toro con los “crotales” puestos, que le dan un aspecto más de “damisela” que de fornido y bravo animal. BIBLIOGRAFIA 1.- Federico Lara Peinado, “Los primeros Códigos de la humanidad” 2.- Federico Lara Peinado, “El Código de Hanmurabi” 3.- Profesor Guillermo Fatás, “Leyes Hititas”, Universidad de Zaragoza 4.– Cristina Delgado Linacero, “El Toro en el Mediterráneo” 5.– Julio Caro Baroja, “El estío festivo” 6.- Heródoto, Historias II, (pag. 41, capítulo 38-39) 7.– Públio VIRGILIO Marón, Obras completas,.Biblio. Regional Murcia, (AP 82-1 VIR obr). 8.– J. Sánchez de Neira, “El Toreo”, pag. 265 9.– Jack Randolph Conrad, “El Cuerno y la Espada”, pag. 111. 10.- Estrabón, Geografía, 17, 1, 31

n Los trabajos de Plácido González pueden consultarse en su versión original en http://www.losmitosdeltoro.com

   

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