El encuentro con Jesucristo Resucitado Torreón, Coah. 24 Septiembre 2013

P. Silvio Marinelli Centro San Camilo A.C. – Guadalajara, Jal.

1. Premisa

Lo primero y más decisivo es poner a Jesucristo en el centro de nuestra fe Despertar nuestra pasión por la fidelidad a Jesús, renacer del Espíritu de Jesús

No basta con decir que aceptamos todas las verdades acerca de Jesucristo. La fe viva y operante sólo nace en el corazón de quien vive como discípulo y seguidor de Jesucristo resucitado

No es posible alimentar la fe sólo de doctrina. Necesitamos un contacto vivo con su persona: conocer mejor su vida concreta y sintonizar con él: ENCONTRARNOS CON ÉL

Necesitamos captar el núcleo de su mensaje, entender mejor su proyecto del reino de Dios, dejarnos atraer por su estilo de vida, contagiarnos de su pasión por Dios y por el ser humano.

Los primeros cristianos y las primeras comunidades se percibían como seguidores de Jesús: habían conocido el «Camino del Señor» (Hechos 18,25)

y, atraídos por el Señor Jesús, eran «seguidores del Camino» (Hechos 9,2).

Se trata de «un camino nuevo y vivo, inaugurado por Jesús para nosotros» (Heb 10,20). Un camino que hemos de recorrer viviendo una adhesión plena a su persona, «con los ojos fijos en Jesús, el que inicia y consuma la fe» (Heb 12,2).

Lamentablemente, no siempre la fe cristiana suscita «seguidores» de Jesucristo resucitado, sino solo miembros de una religión. No genera «discípulos» que se entregan a abrir caminos al reino de Dios, sino miembros de una institución que cumplen – más o menos - sus obligaciones religiosas…

Tal vez nunca lo hemos ENCONTRADO y nunca hemos tomado la decisión de seguirlo Bien lo dijo Benedicto XVI, «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Dios es amor, 1)

2. Volver al Evangelio

Pagola propone una metáfora: «volver a Galilea», retomar el camino con Jesús, volver al Evangelio, porque los relatos evangélicos han sido compuestos para ofrecernos la posibilidad de conocer ese camino abierto por Jesús, la Buena Noticia de Dios encarnada en Jesús

Los evangelios son relatos de 'conversión’. No solo narran el camino abierto por Jesús, sino que lo hacen para engendrar FE en Jesucristo Invitan a entrar en un proceso de cambio, de mutación de identidad

La buena noticia

La llegada de Dios es algo bueno. Jesús piensa de esta manera: Dios se acerca porque es bueno, y es bueno para nosotros que Dios se acerque.

Jesús es portador de una buena noticia y su mensaje genera una grande alegría entre aquellas personas sencillas y pobres en su mayoría Los fariseos les imponían normas, los sacerdotes del templo de Jerusalén les imponías diezmos, los poderosos, impuestos. Nadie les ofrece nadie. Jesús ante todo les comunica dignidad y esperanza

Jesús anuncia su REINADO poniendo en marcha un proceso de reconciliación con Dios (el “Padre”)

y con el prójimo (es “hermano”); sana las relaciones

3. El bautismo de Jesús en el Jordán: una experiencia decisiva

El Nuevo Testamento nos muestra el inicio de la actividad pública de Jesús después de una intensa experiencia de Dios Con ocasión de su bautismo, Jesús ve transformada radicalmente su vida

Deja al Bautista y no vuelve a Nazaret.

Movido por un impulso interior, comienza a anunciar la irrupción del reino de Dios

Jesús se pone ante Dios con una actitud de disponibilidad total y Dios se le comunica.

Jesús se descubre a sí mismo como Hijo muy querido: ¡Dios es su Padre! Al mismo tiempo se siente lleno del Espíritu Santo

Dios no dice a Jesús: «Yo soy el que soy», sino «tú eres mi hijo». Se manifiesta como un Padre cercano que dialoga con Jesús para descubrirle su misterio de Hijo: «Tú eres mío, eres mi hijo; tu ser entero está brotando de mí. Yo soy tu Padre».

Se trata de una revelación gozosa.

Jesús responde con una sola palabra: Abbá Esa palabra lo dice todo: su confianza total en Dios y su disponibilidad incondicional

La vida entera de Jesús manifiesta esta confianza: vive y todo lo hace animado por esa actitud de confianza en su Padre Su fuerza y su seguridad no nacen de su estatus, conocimientos o auto-estima: nacen del Padre. Su confianza hace de él un ser libre; su fidelidad al Padre le hace actuar de manera creativa y audaz. Su fe es absoluta

Al mismo tiempo esta confianza genera en Jesús una actitud de docilidad sin condiciones ante su Padre: sólo busca cumplir su voluntad Nada ni nadie le apartará de su camino: como hijo bueno y fiel vive identificándose con el Padre e imitando su modo de actuar. Esta es su motivación íntima

A pesar de su actividad intensa cuidó siempre su comunicación con Dios en el silencio:

Jesús solía retirarse a orar, buscaba el ENCUENTRO íntimo y silencioso con su Padre. Es el encuentro que anhela su corazón de Hijo

Jesús llamaba a Dios «Padre», porque quería subrayar su bondad y compasión. No se acostumbraba…, pero Jesús lo sentía cercano, bueno y entrañable: Abbá, Padre mío querido. Años más tarde, en las comunidades de habla griega, dejaban sin traducir el término arameo Abbá como eco de la experiencia personal vivida por Jesús

La experiencia de Dios-Padre fue decisiva en la vida de Jesús. El no fue un hombre dividido, atraído por diferentes intereses, sino una persona profundamente integrada en torno a la experiencia de Dios, el Padre de todos Dios está en el centro de la vida de Jesús: Él inspira su mensaje, integra su actividad y le da energía

Este Padre es bueno, cercano y compasivo

Dios es accesible a todos. No son necesarios ritos particulares para encontrarse con él: «Cuando oren, digan: “Padre…”»

Jesús no separa nunca a Dios de su reino: es el REINADO «DE DIOS» El Padre quiere «reinar» entre los hombres: como presencia que acoge a los excluidos,

como curación para los enfermos, como perdón para los culpables,

como esperanza para los fracasados

Al mismo tiempo en el río Jordán, Jesús se siente lleno del Espíritu de Dios.

El Espíritu de Dios (según la Escritura crea y sostiene la vida y da aliento a todo viviente) lo llenó de su fuerza vivificadora Jesús lo experimentó como Espíritu de gracia y de vida

Lleno del Espíritu del Padre no advierte ningún miedo:

se enfrenta a los espíritus malignos para comunicar la misericordia de Dios a las personas más infelices. En esas curaciones y exorcismos está actuando el «Espíritu de Dios» porque Jesús está «ungido por el Espíritu»

Jesús se siente enviado a promover el REINADO DE DIOS - la justicia, la vida y la misericordia - con la fuerza del Espírito Santo

También a Jesús le preocupaba el pecado, sin embargo - para Él - el pecado más grave y que mayor resistencia ofrece al reino de Dios es causar sufrimiento o tolerarlo con indiferencia

El mensaje de Jesús es claro: la acción salvadora de Dios está ya en marcha

El reino es la respuesta de Dios al sufrimiento humano La gente más desamparada puede experimentar en su propia vida (en su carne para los enfermos) los signos de un mundo nuevo en el que Dios vence al mal

Jesús persigue la voluntad de Dios: lo que hace bien a las personas

Por eso critica y corrige algunas interpretaciones de la Ley cuando están en contradicción con la voluntad de Dios, que quiere, primero, compasión y justicia para los necesitados

Los hijos de Dios Lo aman con todo su ser. Este amor se manifiesta en la docilidad, disponibilidad y entrega a un Padre que ama sin límites y condiciones a todos. No es posible, por lo tanto, amar a Dios sin desear lo que Él quiere y sin amar a quienes Él ama

4. La muerte de Jesús

Lo que el Padre quiere no es la muerte de su Hijo, sino que su Hijo continúe fielmente en su proyecto de vida y salvación hasta el fin: que siga realizando el reino de Dios y su justicia para todas las personas, que continúe manifestando su amor «hasta el extremo».

Y Jesús (él es y sabe de ser el Hijo amado) entrega su vida porque permanece fiel a ese proyecto salvador del Padre, encarnando su amor infinito por todos sus hijos

En el momento de la cruz, Padre e Hijo están unidos por un mismo Amor, no buscando satisfacción o expiación, sino manifestando hasta qué extremo llega su amor por las criaturas

Jesús y su Padre-Dios no responden al mal con el mal, eligen ser víctimas de sus criaturas (Dios nunca es su verdugo). Éste es el Dios en el que creemos los discípulos-seguidores de Jesús: un Dios que ejerce el poder del amor

Cuando Jesús nos pide que lo sigamos cargando con la cruz, no nos está hablando específicamente de los sufrimientos propios de la condición humana (enfermedad, envejecimiento, relaciones difíciles, fracasos, etc).

Jesús nos llama a seguirlo, poniéndonos al servicio del reino de Dios

La cruz es el sufrimiento que encontraremos como consecuencia de ese seguimiento: el destino doloroso que habremos de compartir con Él si seguimos sus pasos («si quieres…»)

Para que «venga el reino» es necesario el «hacer» pero también el «padecer» Estamos llamados a «hacer» un mundo más justo y humano, una comunidad eclesial cada vez más fiel a Jesús y su Evangelio. Tal vez nos tocará «padecer» por alcanzar este objetivo

El sufrimiento es y sigue siendo malo, sin embargo por eso se convierte en la experiencia humana más significativa para vivir las dos actitudes fundamentales de la vida de Jesús y de su pasión-muerte: su comunión plena con el Padre y su amor solidario con los hombres: «La verdad del amor a través de la verdad del sufrimiento» (SD)

5. La Resurrección de Jesús

Resucitando a Jesús, el Padre ha confirmado su vida y su mensaje, su proyecto del reino de Dios y su actuación. La vida de Jesús fue «voluntad del padre». Lo que Jesús ha anunciado sobre la misericordia del Padre es verdad: Dios es como lo sugiere Jesús.

Pero Dios no solo le ha dado la razón, sino que le ha hecho justicia No se ha quedado pasivo y en silencio ante lo que han hecho con su Hijo. Lo ha resucitado: le ha devuelto la vida que le han quitado injustamente. Lo ha constituido como Señor y Salvador de vivos y muertos.

Cristo es nuestra esperanza. En él descubrimos la intención profunda del Padre: una vida plena para todos, liberada del mal, el reino de Dios hecho realidad Es cierto que todo sigue mezclado: justicia e injusticia, muerte y vida, luz y tinieblas; todo está inacabado, a medias y en proceso. Pero la energía del Resucitado está atrayendo todo hacia la Vida definitiva.

El Resucitado está en nuestros conflictos y contradicciones, sosteniendo todo lo bueno, lo bello, lo justo que brota en nosotros y que muere sin haber llegado a su plenitud. Está en nuestras lágrimas y sufrimientos como consuelo permanente Está en nuestros fracasos e impo-tencia como fuerza que nos sostiene

Está en nuestras depresiones acompañándonos en nuestra soledad Está en nuestros pecados como misericordia que nos perdona y acoge Está incluso en nuestra muerte como aliento de vida eterna que triunfa cuando parece que todo se pierde Ningún ser humano está solo; nadie vive olvidado; el Resucitado nos acompaña

Dios ha resucitado a Jesús. El rechazado por todos ha sido acogido por Dios El despreciado ha sido glorificado. El ejecutado está más vivo que nunca.

Ahora sabemos cómo actúa Dios … Él «enjugará todas nuestras lágrimas y no habrá ya muerte, no habrá lamentos ni fatigas. Todo eso habrá pasado»

CONSECUENCIAS PARA NOSOTROS

1. Lo primero es, sin duda, morir al pecado, que nos deshumaniza, y resucitar a una vida nueva más arraigada en Cristo

2. Acoger al Espíritu del Resucitado para resucitar todo lo bueno que, tal vez, está muerto en nosotros. Reavivar nuestra fe apagada, nuestra esperanza lánguida y, sobre todo, nuestro amor mediocre

3. La dinámica de resurrección es lucha por la vida

Dios pone vida donde nosotros ponemos muerte. El Padre, «apasionado por la vida», nos llama a defender la vida y luchar contra aquello que la destruye o deshumaniza

4. Las experiencias alegres y las amargas, las «huellas» que hemos dejado, lo que hemos construido, todo quedará transfigurado

5. Dios será todo en todos: «Yo soy el origen y el final de todo. Al que tenga sed yo le daré gratis del manantial del agua de la vida» (Ap 21,6).

Dios saciará Dios la sed que hay dentro de nosotros

6. Seguidores de Jesucristo

Algunos rasgos de los seguidores de Jesús No todos seguimos a Jesús de la misma manera. Hay, sin embargo, algunos rasgos que no pueden faltar en un seguidor fiel que camina tras sus pasos.

Lo decisivo para seguir a Jesús es escuchar su llamado Nadie se pone en marcha tras los pasos de Jesús siguiendo su propia intuición o sus deseos de vivir un ideal.

Es Jesús quien toma siempre la iniciativa.

Seguir a Jesús es creer en lo que él creyó, dar importancia a lo que se la daba él, interesarnos por lo que él se interesó, defender la causa que él defendió, mirar a las personas como las miraba él,

acercarnos a los que sufren como él se acercaba, sufrir por lo que él sufrió,

confiar en el Padre como confiaba él, enfrentarnos a la vida y a la muerte con la esperanza con la que él se enfrentó.

Los primeros cristianos entendían su vida como la aventura de seguir a Jesús haciéndose «hombres nuevos» y «mujeres nuevas»

Jesús es para sus seguidores el camino concreto que nos lleva al Padre. Jesús es el «rostro humano de Dios». Dios no es una idea, una definición; viendo a Jesús estamos viendo al Padre.

Conociendo a Jesús vamos conociendo cómo el Padre se preocupa de nosotros, cómo nos busca, cómo nos acoge, cómo nos perdona y levanta, cómo nos alienta y sostiene

Jesús enseña a quienes lo siguen a ser hijos de Dios

Jesús establece una estrecha conexión entre el amor a Dios y el amor al prójimo. Son inseparables. No es posible amar al Padre y desentenderse del hermano. Lo que va contra el ser humano va contra Dios.

Los seguidores de Jesús se esfuerzan por amar a su estilo: ofreciendo el perdón a quienes nos han ofendido, practicando la solidaridad con los más necesitados, dando prioridad a los que sufren más

Seguir a Jesús es vivir al servicio del proyecto del reino de Dios inaugurado por él

7. Educarnos al encuentro y seguimiento de Jesús, el Resucitado

¿Cómo ENCONTRARNOS CON EL RESUCITADO? ¿Y cómo SER SUS SEGUIDORES?

Educar a la relación personal con Jesucristo y su Dios y Padre

El Dios que el cristiano ora no es un dios “genérico” (el Ser supremo, el Hacedor, el Patrón), es el Padre de nuestro Señor Jesucristo (Ef 1,3).

El cristianismo tiene a Jesucristo como eje: todo lo que sabemos de Dios el Padre nos lo revela Jesús. El encuentro con Dios pasa a través de Jesucristo (Jn 1,18). Es la persona de Jesús, su vida de Hijo que educa al encuentro con el Padre. Gracias a Él tenemos acceso al Padre porque aprendemos a vivir como hijos.

Esto significa entrar en el modo de sentir, hablar, encontrar, amar, vivir de Jesús.

Llegar a ser más parecidos a Él, o menos disímiles de Él… hasta ser “hijos en el Hijo”.

En el Espíritu Santo: El Espíritu Santo ha sido la fuerza que ha acompañado a Jesús en sui vida y es la fuerza que nos guía a seguir a Jesús: “Los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios” (Rom 8, 14).

Es el Espíritu quien guía y educa al creyente a la relación personal con el Señor. La única realidad esencial es tender a la adquisición del don del Espíritu Santo

Con la educación cristiana (práctica sacramental, liturgia, servicio de la Palabra, vida de caridad, ascesis, espiritualidad…) el creyente es guiado a la interiorización del Espíritu que conduce a vivir como hijo de Dios y ser cada vez más parecido a Jesucristo. Fruto maduro de este camino es la “santidad”.

Cuidar la relación con Dios

El médico necesita la colaboración del paciente para actuar bien (comunicar los síntomas, aceptar el diagnóstico y la enfermedad, cumplir con las prescripciones, cambiar algunos estilos de vida). También con Dios: «dejarse cuidar» y «cuidarse»: asimetría (Dios da el primer paso y muchos otros) y reciprocidad

«Dejarse cuidar»: reconocernos frágiles y heridos, vacilantes y sufridos en nuestra presunción de autonomía: necesitados de una «salvación» que nos llega «de lo alto». Reconocer la primacía del «recibir» con honestidad (en el silencio y la escucha de la voz de Dios).

«Cuidar» la relación con Dios En la continuidad, la fidelidad, los compromisos cotidianos de oración (diálogo), con la práctica de las virtudes = hábitos buenos y estables, con una vida sacramental constante (Eucaristía y Penitencia). En la fidelidad… cotidiana, semanal, mensual, anual, etc.

La ORACIÓN

El signo de la cruz, posando las manos en la frente, el pecho y los hombros; cuerpo pacificado, estados de ánimo y afectos pacificados, una mente atenta y devota. Invocamos los Nombres divinos para sentir su acción interior y con el Amén respondemos con la única actitud de la criatura (“Así sea”, dicho a Dios).

¿Fe del Domingo o fe cotidiana? Hay una fe del domingo, eventual, ligada a las fiestas o a eventos extraordinarios; hecha de culto, de celebraciones sin un antes y un después. La fragilidad de la pertenencia eclesial, el subjetivismo, una interpretación «privada» de la fe empujan hacia esta dirección.

Reciprocidad fecunda entre fe y vida La fe debe ser cotidiana (no puede no ser cotidiana), de todos los días: gozosos y dramáticos, ligeros y pesados, serenos y cargados de tensión, los días normales y los de las decisiones difíciles. La fe se va tejiendo con las actividades y los gestos cotidianos: trabajo, familia, afectos, cuidados, responsabilidades y compromisos…

La fe contribuye a «dar» sentido a lo cotidiano. De lo cotidiano la fe recibe espesor de humanidad y concreción.

La fe, a través de nuestras historias pequeñas, se carga del polvo de la historia y se hace «cristiana», se «encarna» y la vida recibe sentido, grandeza y belleza

Quien descubre cada día más profundamente la suerte de ser cristiano, el privilegio de ser alcanzado por la misericordia, el perdón y el amor gratuito de Dios, es cambiado por esta conciencia y cambia su manera de ver el mundo, las cosas y a las personas…

Una vida impregnada por el amor: de Dios y de los hermanos, hacia el Señor y los hermanos, con sencillez y humildad. Creando un clima de serenidad y confianza en la vida.

Al término del día: cansados porque nos ha costado no «pensar a nosotros mismos» en lo cotidiano.

Adquiriendo: libertad de uno mismo, compasión hacia los desdichados, fraternidad y solidaridad.

Un estilo de vida «nuevo»… sin preocuparse del … testimonio.

8. Educarnos a apreciar el presente con sus dones

Cada día conlleva la posibilidad de estar serenos (no siempre felices). Podemos ver y disfrutar de las pequeñas cosas. Si se continúa a mirar adelante, demasiado lejos y demasiado en lo alto, se «pisotean las pequeñas flores de la felicidad cotidiana». Siendo demasiado pequeñas respecto a las expectativas, no las tomamos siquiera en consideración. Porque lo queremos todo, no se acoge lo modesto…

Conjugar grandes metas y aspiraciones con pequeños gozos. De otra manera el presente es sólo tiempo de carencias… Tristeza, rabia o desesperación serían los corolarios a esta actitud. Al mismo tiempo tener grandes metas, de otra manera nos achataríamos en sólo disfrutar el presente, en una lógica de continuo consumo de los placeres al alcance.

Educar a valorar cada día, cada experiencia; contagiar el gusto de la gratitud y de la alegría. Descubrir los gozos cotidianos.

No tomar una actitud de recriminación, crítica, juicio negativo, amargura o enfado frente a los desafíos de la vida.

Capacidad de «re-flexión» sobre lo que hemos experimentado, sin «tragar» los acontecimientos aprisa … Permitir que las sensaciones positivas se vuelvan conscientes y radiquen en la memoria.

Conversar sobre lo bueno y hermoso como adestramiento para disfrutar de la vida, rehuyendo los lugares comunes y los estereotipos.

Los fragmentos hermosos y buenos de una jornada pueden adquirir valor también de cara al futuro: la mente graba, evalúa y compone con las micro-experiencias diarias una fisonomía duradera.

9. Educarnos a enfrentar el sufrimiento y la muerte en relaciones maduras

Es lo negativo que hiere «el narcisismo humano»: una herida que hace vacilar al individuo que pensaba ser invulnerable e inmortal. Es lo real que irrumpe en lo imaginario. Es la muerte …

Tomar conciencia de nuestra vulnerabilidad y fragilidad y aceptarlas Son aspectos constitutivos de nuestra personalidad. La existencia humana es preciosa porque frágil; Sal 39, 7; Sal 90, 6: «por la mañana florece y reverdece; al atardecer se marchita y se seca».

Ayudar a encontrar, mejor «dar», significado al sufrimiento. En este campo la perspectiva de fe ayuda: la experiencia sanadora de Dios y su gracia; la dinámica debilidad-fortaleza; nuestro sufrimiento en la perspectiva del «sufrimiento mismo de Dios»: Jesús sana nuestros dolores, quitándolos de nuestro ámbito egocéntrico, individualista y privado para conectarlos con el sufrimiento de toda la humanidad que Él asumió.

Hacerse sensibles frente al sufrimiento ajeno 2 Cor 1, 3-4: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en toda tribulación nuestra, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios».

Valorar las relaciones y superar el egocentrismo y el narcisismo (educar as una vida adulta y madura). Si la búsqueda de una felicidad individual se convierte en lo absoluto, se pierde el sentido de los lazos que nos unen

Valorar el sentido comunitario: ser parte de una misma familia, vivir la «comunión de los Santos».

Educar a la madurez: quitar el sentido de omnipotencia («Yo puedo»). Vivir, aceptar e integrar la pequeñas muertes … Relaciones estables, asumir deberes y obligaciones, tomar decisiones definitivas. Decidir es «dejar», «morir». Conducir a las personas en el éxodo de la omnipotencia infantil o el narcisismo adolescencial a la madurez que integra a la muerte.

Educarnos al seguimiento de Jesucristo: vivir la existencia como camino detrás de Cristo, camino que no interrumpe ni siquiera la muerte (la muerte como última «ofrenda» de nuestra vida)

Gracias por su atención

Y gracias a los autores que reflexionaros sobre la fe con mucha profundidad: tengo una deuda de gratitud con - José Antonio Pagola Jesús. Aproximación histórica Fijos los ojos en Jesús Es bueno creer en Jesús

- Autores de una monografía en italiano, Educare a la vita cristiana (Manicardi, Gentili, Brusco, Boldini, Campisi)