XIV CONGRESO DE LA SEHA. Badajoz, 7-9 de noviembre de 2013

XIV CONGRESO DE LA SEHA Badajoz, 7-9 de noviembre de 2013 Sección C.1. La transición nutricional en perspectiva comparada: mitos y realidades El mod...
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XIV CONGRESO DE LA SEHA Badajoz, 7-9 de noviembre de 2013

Sección C.1. La transición nutricional en perspectiva comparada: mitos y realidades

El moderado descenso de la mortalidad en territorios de la España interior de elevada desigualdad económica: Albacete y Ciudad Real, 1700-1864

Vanesa Abarca Abarca, Enrique Llopis Agelán, José Antonio Sebastián Amarilla (Universidad Complutense de Madrid), José Ubaldo Bernardos Sanz y Ángel Luis Velasco Sánchez (UNED)

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El moderado descenso de la mortalidad en territorios de la España interior de elevada desigualdad económica: Albacete y Ciudad Real, 1700-1864 Vanesa Abarca Abarca, Enrique Llopis Agelán, José Antonio Sebastián Amarilla (Universidad Complutense de Madrid), José Ubaldo Bernardos Sanz y Ángel Luis Velasco Sánchez (UNED) 1. Introducción1 ¿Pasó de largo por la España interior la primera fase de la transición demográfica europea? En un trabajo reciente mostramos que, al igual que en otras áreas de Europa occidental, la mortalidad también declinó apreciablemente en dos provincias castellanas, Ávila y Guadalajara, durante buena parte de la segunda mitad del siglo XVIII y del primer tercio del XIX2. Ahora bien, ese declive difirió del europeo en varios aspectos importantes: 1) la España interior partía de unas tasas de mortalidad relativamente elevadas hacia 1750 y un siglo más tarde los diferenciales de las mismas habían aumentado con respecto a numerosos países de Europa occidental3; 2) la moderación de la mortalidad de niños menores de 8 años (los párvulos) fue mucho más exigua en Ávila y Guadalajara que en la mayor parte de regiones del occidente europeo; y; 3) en los territorios de la Castilla interior se registró un brutal, aunque transitorio, repunte de la mortalidad en los primeros quince años del siglo XIX. En cualquier caso, hacia 1850, tanto en Ávila como en Guadalajara, la mortalidad era claramente inferior a la de la primera mitad del Setecientos4. Ahora bien, las estructuras socioeconómicas de los diversos territorios de las dos Castillas presentaban agudos contrastes. Los niveles de desigualdad económica en Ávila y Guadalajara eran inferiores a los de los zonas más meridionales de la MeEste trabajo se ha financiado con los fondos de los Proyectos de Investigación HAR2009-12436, del Ministerio de Ciencia e Innovación, y HAR2012-33810 del Ministerio de Economía y Competitividad. Queremos mostrar nuestro agradecimiento a Federico Rodríguez, que ha desempeñado estupendamente su cometido de ayudante de investigación, colaborando eficazmente en la construcción de distintas series de bautizados y defunciones, y a Mercedes Díez Huidobro, que ha efectuado el vaciado nominativo de los Libros de Lo Personal de las Respuestas Particulares del Catastro de Ensenada de numerosas poblaciones de Ciudad Real. 1

Llopis, Bernardos y Velasco (2013). Sobre el declive de la mortalidad en Europa desde mediados del siglo XVIII, véanse, entre otros, Vellin (1991); Schofield y Reher (1991); Perrenoud (2001). 2

Entre 1740 y 1754, el promedio anual de la tasa de mortalidad en Francia fue del 38,6 ‰, parecida a la española en ese intervalo. En cambio, de 1850 a 1864, el de nuestro vecino del norte había descendido hasta el 23,4 ‰, mientras que el de España rondaba o superaba el 30 por ‰, siendo aún más alto el de la España interior (Chesnais (1986: 500-503 y 526-529); Pérez Moreda (1984: 27). 3

Hacia 1860, la tasa de mortalidad en muestras de localidades de Ávila y Guadalajara ascendió al 34,6 y al 33,2 ‰, respectivamente, en tanto que en la segunda mitad del Setecientos hay indicios de que él promedio en ambas provincias se situó por encima del 38 ‰ (Llopis, Bernardos y Velasco: 2013). 4

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seta castellana: en 1787, la ratio jornaleros y criados/labradores era de 1,79 en la primera, de 0,83 en la segunda, de 2,59 en Albacete y de 2,86 en Ciudad Real5. Estas diferencias acentúan el interés de nuestro ensayo: averiguar si el declive de la mortalidad en la segunda mitad del siglo XVIII y después de la Guerra de la Independencia alcanzó similar o distinta intensidad en territorios de la Castilla interior con niveles de polarización social distintos. De modo que esta comunicación se ocupa de las variaciones de la mortalidad en el largo plazo en Albacete y Ciudad Real durante la primera fase de la transición demográfica europea, y trata de responder a tres interrogantes: 1) ¿cuánto descendió dicha variable entre las primeras décadas del siglo XVIII y mediados del XIX?; 2) ¿cómo evolucionó la misma en el tiempo?; y, 3) en las alteraciones en la mortalidad, ¿qué papel desempeñó la mortalidad adulta, la parvularia, la ordinaria y la catastrófica? En el contexto de la España interior, Ciudad Real y, sobre todo, Albacete, destacan por su dinamismo demográfico: entre 1700-1709 y 1855-1864, el número de bautizados creció el 0,29 % en una muestra de 72 localidades de la actual provincia de Burgos, al 0,32 % en una de 29 de Guadalajara, al 0,52 % en una de 38 de Ávila, al 0,42 % en una de 14 de Ciudad Real y al 0,63 % en una de 14 de Albacete6. Buena parte de los territorios castellano-manchegos más meridionales habían sido débilmente colonizados en la Edad Media y en la temprana Edad Moderna. De ahí que las posibilidades roturadoras y, por ende, de expansión demográfica fuesen en esas áreas todavía relativamente amplias en el siglo XVIII y en la primera mitad del XIX. Al centrarse en un período preestadístico, este trabajo ha tenido que recurrir como pilar informativo básico a los libros sacramentales: los de bautismos y finados de catorce localidades albaceteñas y de otras catorce de Ciudad Real han constituido las fuentes primordiales del mismo. También hemos empleado los recuentos generales de población de 1752, 1787, 1857 y 1860. La disponibilidad y el coste de acceso a las fuentes, en tiempo y en recursos financieros, ha condicionado el arco temporal de esta investigación. Querríamos haber arrancado, cuando menos, de mediados del siglo XVII, pero pocas localidades de las dos provincias manchegas disponen de registros de bautismos y defunciones completos desde 1650 hasta las postrimerías del Ochocientos. También habríamos deseado que nuestras series llegasen a 1900, pero los libros sacramentales de las últimas décadas del siglo XIX de muchas poblaciones se hallan aún en sus correspondientes archivos parroquiales, lo que encarece notablemente la recogida de información. Esos son los motivos esenciales de que, en este trabajo, sólo cubramos el siglo XVIII y los dos primeros tercios del XIX.

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INE (1987: 1046, 1318 y 1374).

Abarca (2012); Base de Datos del Grupo Complutense de Historia Económica Moderna. Además, el crecimiento demográfico entre 1700 y mediados del siglo XIX, fue mayor en el conjunto de las cinco provincias citadas que en la totalidad del territorio castellano. 6

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La escasez de censos fiables con datos a escala local impide calcular la tasa de mortalidad en numerosos cortes temporales. Para aproximarnos a la evolución en el largo plazo de dicha variable vamos a emplear un “proxy”: la ratio defunciones/bautizados en períodos de quince, veinte, veinticinco y cincuenta años. A su vez, ese cociente lo descomponemos del siguiente modo: por un lado, defunciones de párvulos/bautizados y defunciones de adultos/bautizados; y, por otro lado, defunciones “ordinarias”/bautizados y defunciones “extraordinarias”/bautizados. Ello nos permitirá acercarnos a los contrastes entre las trayectorias de la mortalidad parvularia, adulta, ordinaria y catastrófica. La comunicación, tras esta introducción, se estructura del siguiente modo: en el epígrafe 2 se presentan y critican las fuentes utilizadas y se exponen los aspectos fundamentales de la metodología empleada; en el 3 se ofrecen los resultados de las aproximaciones a las trayectorias de la mortalidad general, parvularia, adulta, ordinaria y catastrófica en Albacete y Ciudad Real, y se comparan los mismos con los de otras provincias castellanas; en el 4 se plantean algunas hipótesis acerca de las causas del declive de la mortalidad en la segunda mitad del siglo XVIII y después de la Guerra de la Independencia; y, en el 5 se sintetizan las principales conclusiones de esta investigación. 2. Fuentes y métodos Los recuentos de población de 1752, 1787 y 1860 y, sobre todo, los libros de bautismos y defunciones han constituido los pilares informativos básicos de este trabajo. Sobre los primeros y los segundos se han realizado numerosos exámenes críticos, entre otros los efectuados por algunos de los autores de este texto7. Los problemas que suscita el uso de los libros de defunciones también han sido abordados por distintos investigadores, pero consideramos que algo podemos aportar al respecto. Coincidimos plenamente con el diagnóstico principal: el mayor inconveniente de los libros de finados radica en la omisión o subregistro de pobres y, sobre todo, de párvulos8. En la mayoría de las parroquias de Albacete y Ciudad Real, los óbitos de los menores de ocho años no comenzaron a anotarse de forma sistemática en los libros de difuntos hasta la década de 1740 o fechas posteriores. A ello hemos de agregar dos problemas: 1) el registro de párvulos, al margen de su fecha de inicio, en no pocos casos tarda en tornarse completo; 2) con cierta frecuencia, además, incluso tras décadas de llevarse a cabo de manera impecable, deja de ser sistemático. Este último, sin duda el más peliagudo para el investigador, se plantea en unas ocasiones en la Piquero (1991: 51-57); Lanza (1991: 54-60); Gurría (2004: 27-33); Saavedra (1985: 57-59); Llopis, Sebastián y Velasco (2012: 15-16 y 19-25). 7

Pérez Moreda (1980: 29-44); Arizcun (1988: 174-177); Bernat y Badenes (1988: 538-539); Lázaro y Gurría (1989: 13-16); Lanza (1991: 62-65); Piquero (1991: 54-57); Blanco (1999: 60-61); Llopis, Bernardos y Velasco (2013). 8

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segunda mitad del siglo XVIII y en otras ya en pleno XIX. En definitiva, la calidad de los libros de difuntos es muy desigual, siendo los contrastes bastante marcados entre parroquias, pero también entre los propios registros de una misma colación. ¿Cómo distinguir las fases en las que las defunciones de párvulos están anotadas de manera pulcra y sistemática de aquellas otras en las que se hallan registradas de forma irregular e incompleta, máxime cuando sabemos que la mortalidad de aquéllos experimentaba intensas oscilaciones interanuales y cíclicas? A nuestro juicio, resulta quimérica la pretensión de diseñar un test de validación de las series que permita resolver sin margen de duda todas las situaciones, pero consideramos que puede diseñarse uno que aclare un alto porcentaje de casos. En nuestra opinión, es preferible cometer algún error al sacrificar ciertas series que admitirlas y emplearlas aún sospechando que omiten una parte de los finados más jóvenes. El elemento esencial del test de fiabilidad que hemos elaborado es cuantitativo y constituye condición necesaria, pero no suficiente, para la validación de las series locales de defunciones. Diversas investigaciones sobre distintas territorios de la España interior revelan que el porcentaje que los párvulos entrañaban en el total de óbitos, en fases prolongadas de los siglos XVII, XVIII y XIX, se aproximaba o superaba el 50 %9. En cada localidad, tal porcentaje a menudo se alejaba de dicho umbral, pero resulta poco verosímil que se situara, en tramos de veinte o más años, de modo no ocasional por debajo del 40 %10. En consecuencia, el porcentaje que representaban los párvulos en el total de finados ha de superar prácticamente siempre tal listón para que quede validada una serie o un determinado tramo de la misma. Nuestro test de fiabilidad integra, además de este criterio cuantitativo, otros elementos complementarios. 1) Cuando en una parroquia se produce un aumento espectacular del peso relativo de los párvulos en el total de óbitos entre dos tramos prolongados, resulta probable que el subregistro de finados de menos de ocho años haya alcanzado cierta entidad en el primero de ellos. Eso ocurre, precisamente, en la mayoría de las pocas localidades albaceteñas en las que el registro ininterrumpido de párvulos se inicia antes de 1700: en ellas, el porcentaje que representaban los finados de menos de ocho años en el total de defunciones aumentó más de diez puntos entre la primera y la segunda mitad del siglo XVIII11. En estos casos, el criterio de superación del umbral del 40 % nos parece insuficiente para la validación de las correspondientes series. Pérez Moreda (1980: 162-163); Blanco (1999: 158). En la España húmeda ese porcentaje era inferior (Arizcun, 1988: 176; Piquero, 1991: 175). En Cantabria, en cambio, la ratio defunciones de párvulos/total de defunciones no arrojó niveles muy distintos de los registrados en los territorios de la Castilla interior. Esos cocientes habrían sido, probablemente, algo más altos si las series de óbitos hubiesen sido sometidas a un test de validación y se hubiese prescindido de las que no lo superasen. 9

Cuando acontecía una crisis de mortalidad muy intensa que afectaba bastante más a la población adulta que a la infantil, como ocurrió en bastantes áreas castellanas en 1803-1805, el porcentaje de finados párvulos podía situarse transitoriamente por debajo del 40 % en ciertos tramos de veinte años. 10

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Esto es lo que aconteció en Elche de la Sierra, Lezuza, Nerpio y Tobarra.

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2) Si en una localidad, en determinados tramos, la proporción que suponen los párvulos en el total de defunciones resulta muy inferior al patrón observado en los demás núcleos de la comarca o de la provincia, pese a superarse el umbral del 40 %, podemos estar ante un caso de subregistro considerable de los óbitos de aquéllos. Este indicio cobra mayor fuerza si al contraste entre los niveles se suman las marcadas diferencias en los perfiles evolutivos del peso relativo de las defunciones de párvulos de la serie local y de la comarcal o provincial. 3) Cuando las ratios defunciones de párvulos/bautizados de un pueblo, en lapsos de dos o más de dos décadas, sean anormalmente bajas con respecto a los valores de la comarca, de la provincia o de otras provincias y los cocientes de estas últimas casi siempre resulten bastante próximos al de la localidad en cuestión, podemos hallarnos también ante una inscripción incompleta de los óbitos de niños. 4) El contenido de una o de varias visitas episcopales o nuestro propio criterio al manejar los libros de difuntos nos ha inducido a desechar distintos tramos de varias series de defunciones de párvulos12. En síntesis, el test de validación que proponemos contiene un criterio taxativo de carácter cuantitativo, pero también añade otros elementos que deben ser gestionados con cierta discrecionalidad por los propios investigadores. Su aplicación obliga a desechar un número importante de series locales de óbitos de párvulos y de total de difuntos y, por ende, a asumir un elevado coste en tiempo de recogida y elaboración de los datos, pero aporta, a cambio, una mejora notable del material informativo al minimizar el subregistro de los finados menores de ocho años. Sólo dos localidades albaceteñas, El Bonillo y La Gineta, y tres de Ciudad Real, Ballesteros de Calatrava, Malagón y Socuéllamos, disponen de registros de párvulos para todo el período objeto de estudio y han superado el test de validación descrito en todos los tramos de sus respectivas series. Estas muestras provinciales resultan demasiado exiguas. De ahí que hayamos renunciado a estudiar la mortalidad general y la parvularia en la primera mitad del siglo XVIII. Para el lapso 1750-1864 hemos construido nueve series de pueblos de Albacete y once de Ciudad Real que sí satisfacen los requisitos que recoge nuestro test13. De 1750 a 1864, los párvulos representaron el 54,3 % del total de finados en la primera muestra y el 53,7 % en la segunda; además, en casi todos los tramos de veinte años de dicho período, tal porcentaje se situó siempre en torno o por encima del 50 %. En definitiva, hemos sacrificado el estudio de una fase, la primera mitad del Setecientos, pero hemos logrado minimizar el subregistro de párvulos en nuestras series.

Saavedra (1996) ha subrayado la importancia del criterio del investigador que maneja tales libros a la hora de determinar el grado de fiabilidad y validez de sus registros. 12

Los pueblos de Albacete son: El Bonillo, Chinchilla de Montearagón, Elche de la Sierra, Férez, La Gineta, Lezuza, Nerpio, Peñas de San Pedro y Tobarra. Los de Ciudad Real: Agudo, Argamasilla de Calatrava, Ballesteros de Calatrava, Carrizosa, Herencia, Malagón, Puertollano, Socuéllamos, Torre de Juan Abad, Villanueva de la Fuente y Villarrubia de los Ojos. 13

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Las defunciones de adultos plantean bastantes menos problemas. No obstante, a veces los libros de finados, en ciertas fases, no anotan pobres o el número de partidas de estos últimos resulta demasiado exigua. Para detectar este posible subregistro hemos examinado la ratio defunciones de adultos/bautizados en períodos de veinte años. Cuando este cociente se sitúa muy por debajo de los parámetros habituales del territorio y la fase correspondientes, y dicha anomalía no presenta un carácter ocasional, podemos hallarnos ante un subregistro de los enterramientos de adultos en la parroquia objeto de estudio. Lógicamente, el estudio ha tenido que basarse en los libros sacramentales de sendas muestras de localidades de las dos provincias14. Por orden de prioridad, los criterios empleados en la selección de los núcleos integrantes de las mismas han sido los siguientes: 1) hemos elegido únicamente aquéllos en los que los registros de bautismos y óbitos, al menos los de adultos, estuviesen completos o prácticamente completos de 1700 a 186415; 2) hemos dado preferencia a las localidades en las que las defunciones de párvulos superan, entre 1750 y 1864, el test de validación establecido; 3) hemos realizado los esfuerzos precisos para que las dos muestras alcanzaran un tamaño suficiente y parecido; 4) hemos procurado que ambas representasen adecuadamente, desde el punto de vista geográfico, a las actuales provincias de Albacete y Ciudad Real; y, 5) hemos tratado de que las distribuciones de la población, según el tamaño de las localidades, de los núcleos de las muestras y de las respectivas provincias fuesen lo menos dispares posibles. En realidad, el margen de elección ha sido escaso porque el número de localidades cuyos registros de óbitos y de bautismos carece de huecos y permite formar series de defunciones de párvulos de calidad es bastante reducido, tanto en Albacete como en Ciudad Real. La aplicación de estos criterios ha comportado la formación de muestras de catorce localidades en cada provincia. En Albacete, en todas ellas puede estudiarse la mortalidad adulta entre 1700 y 1864, pero la mortalidad parvularia y la general sólo pueden analizarse en nueve, y únicamente para el período 1750-1864. Las posibilidades que ofrecen las series de Ciudad Real son casi las mismas que las de Albacete; la única diferencia radica en que en aquélla resulta factible examinar la mortalidad parvularia y la general en once localidades de 1750 a 186416. Aunque el margen de elección en la selección de núcleos de las muestras, tras otorgar prioridad a los dos primeros criterios, resulta bastante reducido, éstas cumEn ambas, sólo en un porcentaje de parroquias no muy elevado se han conservado todos los libros de bautismos y difuntos de los siglos XVIII y XIX. 14

La estimación de los huecos de las series de defunciones es bastante complicada: por un lado, el número de finados en cada localidad, especialmente en las más pequeñas, registraba intensas oscilaciones interanuales; y, por otro, las correlaciones entre los finados en una localidad y en varias de la correspondiente comarca o provincia eran habitualmente bajas. 15

Para completar las muestras de catorce localidades, hay que agregar, a los núcleos enumerados en la nota 13, los siguientes: de Albacete, Alborea, Alcalá del Júcar, Casas Ibáñez, Fuentealbilla y Villapalacios; de Ciudad Real, Fuencaliente, Torralba de Calatrava y El Viso del Marqués. 16

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plen de manera satisfactoria con los tres criterios restantes. Por un lado, las muestras formadas tienen un tamaño suficiente; las más pequeñas, de nueve y once localidades, reunían, en 1787, al 17,7 y al 13,5 % de la población de Albacete y Ciudad Real, respectivamente; las más grandes, de catorce localidades en ambas provincias, albergaban, en la misma fecha, al 23,1 y al 18,1 % del total de habitantes del territorio albaceteño y del de Ciudad Real, respectivamente17. Estos porcentajes se sitúan, a nuestro juicio, muy por encima de los umbrales necesarios para los estudios de carácter provincial. Además, el peso relativo de todas las muestras en las respectivas poblaciones provinciales se mantuvo bastante estable desde 1752 ó 1787 hasta 186018. Por otro lado, y pese al escaso margen en la selección de los núcleos de las muestras, éstas, como pone de manifiesto el Mapa 1, no logran una representación territorial óptima de sus respectivas provincias, pero sí una bastante satisfactoria. Mapa 1. Muestras de localidades de las provincias de Albacete y Ciudad Real

ALBACETE: 1. Alborea. 2. Alcalá del Júcar; 3. Casas Ibáñez; 4. Chinchilla de Montearagón; 5. El Bonillo; 6. Elche de la Sierra; 7. Férez. 8. Fuentealbilla; 9. La Gineta; 10. Lezuza: 11. Nerpio; 12. Peñas de San Pedro; 13. Tobarra; 14. Villapalacios. CIUDAD REAL: 1. Agudo; 2. Argamasilla de Calatrava; 3. Ballesteros de Calatrava; 4. Carrizosa. 5. Fuencaliente; 6. Herencia; 7. Malagón; 8. Puertollano; 9. Socuéllamos; 10. Torralba de Calatrava; 11. Torre de Juan Abad; 12. Villanueva de la Fuente; 13. Villarrubia de los Ojos; 14. El Viso del Marqués. 17

INE (1987: 1281-1282 y 1341-1342).

En Albacete, la muestra más pequeña albergaba al 17,7 % de la población provincial en 1787 y al 17,5 % en 1860; la más grande, al 23,1 y 21,9 % en esas dos fechas, respectivamente. La muestra más pequeña de Ciudad Real, al 13,3, al 13,5 y al 13,8 % en 1752, 1787 y 1860; la más grande, en esos mismos cortes temporales, al 17,7, al 18,1 y al 17,6 %, respectivamente. 18

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Las muestras formadas también cumplen razonablemente bien con el último de los criterios establecidos: las distribuciones de la población, por tamaño de los núcleos, de los pueblos de aquéllas y de la totalidad de localidades de las respectivas provincias no presentan contrastes de envergadura. En 1787, el tamaño medio de los núcleos de las muestras más grandes era de 2.213 habitantes en Albacete y de 2.214 en Ciudad Real, el cual ascendía en el primer caso a 1.680 habitantes y en el segundo a 2.017 si se considera el total de localidades de ambas provincias19. Los pueblos medianos están algo sobrerrepresentados en ambos territorios, mientras que ocurre lo contrario con los pequeños y con los muy grandes20. En suma, consideramos que la calidad de las muestras es alta y, por ende, las conclusiones extraídas del estudio de las mismas pueden extenderse a las respectivas provincias. Para medir o aproximarnos a los niveles provinciales de mortalidad vamos a utilizar dos procedimientos diferentes que son, a nuestro juicio, complementarios. El primero es el tradicional: el cálculo, en los entornos en que se confeccionaron los vecindarios y los censos más fiables, de la tasa de mortalidad a partir de los registros de finados y de las cifras de habitantes de los citados recuentos. Para la obtención de las tasas brutas de mortalidad hemos empleado los correspondientes promedios de defunciones de nueve años: los finados en el de realización del vecindario o censo, en los cuatro precedentes y en los cuatro siguientes. Han sido también cuatro los recuentos utilizados para este menester: los Libros de lo Personal del Catastro de la Ensenada, confeccionados en torno a 1752 (sólo para Ciudad Real), y los censos de población de 1787, 1857 y 186021. El estudio de la mortalidad en el siglo XVIII y en los dos primeros tercios del XIX, si se sustenta sólo en estos vecindarios y censos y en los libros de difuntos, resulta incompleto y plantea varios problemas de enjundia. En primer lugar, incluye muy pocos cortes temporales: 1752, 1787, 1857 y 1860. En segundo lugar, quedan sin ninguna observación dos largos períodos: la primera mitad del siglo XVIII y el intervalo que transcurre entre 1787 y 1857. Y, en tercer lugar, la mayor parte de esos recuentos se confeccionaron poco después o durante crisis de mortalidad importantes en una o en las dos provincias objeto de estudio; como para el cálculo de la tasa de mortalidad usamos promedios de nueve años, los resultados obtenidos en esos casos arrojan niveles anormalmente altos, lo que dificulta el establecimiento de la trayectoria en el largo plazo de la variable que estamos examinando. En lo que concierne al recuento de 1752, la población adulta de los núcleos de la muestra de Ciudad Real registró sobremortalidades del 51,6 % 100 en 1751, del 55,1 % en 1752 y del 32,0 % en

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INE (1987: 1281-1282 y 1341-1342).

El problema de los pueblos pequeños radica en que, en promedio, la calidad de los registros sacramentales es peor, en tanto que en los muy grandes, al integrar varias parroquias, a menudo faltan algunos registros de bautismos y/o de difuntos. 20

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Un análisis crítico de esos recuentos en Llopis, Sebastián y Velasco (2012: 19-25).

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175322. En lo que atañe al censo de 1787, la población de las localidades de la muestra de Albacete experimentó una sobremortalidad del 36,0 % en 1790 y las de la de Ciudad Real una del 55,7 % en 1785, otra del 125,0 % en 1786 y una tercera del 43,4 % en 1787. Por último, en lo que respecta al censo de 1857, la población de los núcleos de la muestra de Albacete registró una sobremortalidad del 71,6 % en 1855 y la de los de Ciudad Real una del 43,3 % en 1855, otra del 31,8 % en 1857 y una postrera del 30,4 % en 185823. En consecuencia, en torno a tres de los cuatros recuentos se produjo una crisis de gran magnitud y/o una acumulación de varias catástrofes demográficas. De ahí que las tasas de mortalidad calculadas para 1752, 1787 y 1857 resulten anormalmente elevadas y que este primer procedimiento no permita medir bien el descenso de dicha variable entre mediados del siglo XVIII y las décadas centrales del XIX. Ahora bien, podemos, a nuestro juicio, construir una variable “proxy” que posibilite una aproximación razonable a la evolución de la tasa bruta de mortalidad entre 1700 y 1864: ventanas móviles de las ratios defunciones/bautizados de las muestras provinciales en períodos de quince, veinte, veinticinco o cincuenta años24. Si los promedios anuales de intervalos de alrededor de dos décadas de la tasa de natalidad, a escala provincial, hubiesen variado muy poco (es decir, el porcentaje que suponían los nacidos sobre el total de la población), dicha ratio constituiría un buen indicador de la trayectoria, en el medio y largo plazo, de la tasa bruta de mortalidad. Las tasas de natalidad registraban fuertes fluctuaciones en el corto plazo. Ahora bien, cuando se trabaja con muestras provinciales amplias y se examinan los promedios de veinte o veinticinco años, los movimientos de dicha variable resultan mucho menos intensos debido a que los cambios en la estructura de edades y en las pautas demográficas de las familias no parecen haber sido sustanciales en los territorios del interior de Castilla en el siglo XVIII y en los dos primeros tercios del XIX25. Es más, incluso cuando calculamos tasas provinciales de natalidad a partir de medias de bautismos de sólo nueve años y, además, algunos de los correspondientes recuentos se realizaron en el entorno de momentos demográficos especiales (epidemia de paludismo de 1786-1787 o de cólera de 1855), la imagen que ofrecen aquéllas, como ponen de relieve las cifras del Cuadro 1, es de un apreciable grado de estabilidad en el largo plazo26. Como las series de defunciones de párvulos y de total de defunciones arrancan de 1750, la existencia, o no, de crisis de mortalidad en el intervalo 1748-1756 sólo puede verificarse con los óbitos de adultos. 22

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Las fuentes utilizadas para el cálculo de dichas sobremortalidades se detallan en el Cuadro 3.

En realidad, el intervalo de quince años únicamente vamos a emplearlo para la década y media inicial del siglo XIX, que constituyó una fase demográfica, sobre todo desde la óptica de la mortalidad, muy peculiar y muy distinta de los cincuenta años precedentes y de la media centuria posterior. 24

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Llopis y Pérez Moreda (2003: 126).

La tasa de natalidad de Albacete de 1787 nos parece demasiado elevada. Esta provincia registró un intenso proceso de colonización en el siglo XVIII y es probable que la continua formación de nuevas aldeas y lugares dificultase el cómputo del número de habitantes en ciertas áreas de la misma. De modo que resulta verosímil que las cifras de población del Censo de Floridablanca de algunas localidades 26

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Cuadro 1. Tasas de natalidad en muestras de localidades de siete provincias hacia 1752, 1787 y 1857 (en ‰) Año Burgos Ávila Guadalajara La Rioja Soria Ciudad Real Albacete 1752 44,2 43,4 40,0 40,9 44,6 42,1 --1787 44,8 42,8 39,8 42,1 44,9 42,9 46,3 1857 43,5 41,9 40,9 40,6 --42,7 43,5 Fuentes: Libros de bautismos, Archivos Diocesanos de Burgos, Ávila, Sigüenza, Burgo de Osma, Soria, Ciudad Real, y https://familysearch.org; Abarca (2012); Libros de lo Personal de las Respuestas Particulares del Catastro de Ensenada de las provincias de Guadalajara, Burgos, Ávila y Ciudad Real, Martín Galán (1985), Archivo de la Diputación de Burgos, Archivo Histórico Provincial de Ávila y https://familysearch.org; Llopis, Sebastián y Velasco (2012: 21); Gurría (2004: 44); Base de Datos del Grupo Complutense de Historia Económica Moderna; Camarero, ed. (1994); INE (1987; 1989a y 1989b); Censo de la Población de España según el recuento verificado el 21 de mayo de 1857 por la Comisión de Estadística General del Reino (1858); Libros de bautismos y difuntos de las provincias de Albacete y Ciudad Real; https://familysearch.org.

En casi todas las provincias analizadas, la tasa de natalidad era parecida o ligeramente más baja a mediados del siglo XIX que en la segunda mitad del XVIII. De modo que es probable que la ratio defunciones/bautizados, nuestra “proxy”, infravalore un poco el retroceso de la tasa bruta de mortalidad entre los cincuenta últimos años del Setecientos y las décadas centrales del Ochocientos. En consecuencia, el sesgo, en su caso, actuaría en contra de las tesis defendidas en este trabajo. Sin embargo, en las tres primeras décadas del siglo XIX se resquebrajó transitoriamente la relativa estabilidad en el medio y largo plazo de la tasa de natalidad, sobre todo en la Castilla interior. Primero, en el decenio y medio inicial del Ochocientos, las desastrosas cosechas del intervalo 1802-1805, las importantes epidemias de 1803-1805, 1809 y 1812-1813 y los numerosos y considerables trastornos ocasionados por la Guerra de la Independencia27, ejercieron fuertes presiones a la baja sobre la natalidad y la nupcialidad; por el contrario, las bodas que se habían pospuesto en los años precedentes, la necesidad de rellenar los huecos demográficos generados por las crisis de la fase anterior, las masivas ocupaciones y roturaciones de tierras desde los años del conflicto bélico con los franceses y, más tarde, el prohibicionismo cerealista, crearon las condiciones para el estallido de un boom de la natalidad y de la nupcialidad entre 1815 y finales de la década de 1820, aproximadamente28. Es probable, por tanto, que la ratio defunciones/bautizados sobrevalore la elevación de la mortalidad en los primeros quince años del siglo XIX y que exagere algo la caída de la misma entre 1815 y 1829. Los movimientos migratorios modificaban las pirámides demográficas de las poblaciones y, por ende, afectaban a los niveles de mortalidad. Los flujos humanos,

de la muestra albaceteña estén sesgadas a la baja y que, por ende, la tasa de mortalidad de dicha provincia hacia 1787 fuese algo inferior al 46,3 ‰. 27

Pérez Moreda (1980: 375-390, y 2010: 305-332).

28

Llopis (2010: 339-355, y 2013: 116-129).

11

integrados en su mayor parte por personas con edades comprendidas entre los 15 y los 35 años, provocaban el envejecimiento de las poblaciones de los territorios “emisores” y ejercían una presión alcista sobre la tasa de mortalidad. Por consiguiente, en áreas de saldos migratorios negativos de cierta entidad, la ratio óbitos/bautizados exagera e infravalora las elevaciones y las caídas de la mortalidad, respectivamente. Los territorios aquí estudiados arrojan saldos migratorios negativos de notable magnitud en los postreros años del siglo XVIII y en la primera mitad del XIX29. En la muestra más pequeña de localidades de Albacete, el crecimiento de la población fue bastante inferior al vegetativo y la emigración neta absorbió el 37,0 % de este último30. Algo parecido ocurrió en la muestra más pequeña de Ciudad Real: el flujo neto negativo de migrantes concentró el 39,6 % del saldo vegetativo31. Por consiguiente, en los territorios meridionales castellano-manchegos, el retroceso observado en la ratio defunciones/bautizados después de 1815 subestima algo la caída de la mortalidad. Es decir, si, en las provincias de Albacete y Ciudad Real, la pirámide de población no se hubiese visto modificada como consecuencia del importante saldo migratorio negativo, el declive de la ratio finados/bautismos habría sido mayor que el observado y, en consecuencia, el indicador que estamos utilizando para medir la evolución de la mortalidad en el medio y largo plazo tiende a minusvalorar el alcance real de la disminución de la misma entre 1750-1799 y 1815-1864. En suma, de acuerdo a las fuentes disponibles y a la luz de la relativa estabilidad de las tasas de natalidad en el largo plazo a escala provincial, consideramos que la ratio defunciones/bautizados constituye la mejor vía de aproximación a la trayectoria de la mortalidad en el largo plazo en los distintos territorios castellanos en el transcurso del siglo XVIII y de los dos primeros tercios del XIX. 3. El moderado descenso de la mortalidad en la Meseta meridional ¿Qué aconteció con la mortalidad en Albacete y Ciudad Real en las dos centurias que precedieron al inicio de la transición demográfica en las postrimerías del siglo XIX? En un trabajo de síntesis sobre España, Reher señaló que la mortalidad catastrófica se redujo notablemente y que la ordinaria también disminuyó en el Ochocientos32. Las evidencias reunidas en esta investigación, centradas en los territorios de Albacete y Ciudad Real, corroboran parcialmente dichas hipótesis y apuntan a que el Al carecer de un censo de población fiable para comienzos del siglo XVIII, resulta imposible estimar adecuadamente el crecimiento vegetativo en la primera mitad de dicha centuria. 29

De 1787 a 1857, el crecimiento de la población y el vegetativo de los núcleos de esa muestra fueron de 11.088 y de 17.599 habitantes, respectivamente. 30

Entre 1787 y 1857, el crecimiento de la población y el vegetativo de los núcleos de tal muestra ascendieron a 9.408 y 15.584 habitantes, respectivamente. 31

32

Reher (2001: 489).

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comienzo del declive de la mortalidad en las citadas provincias de la Meseta meridional debe de retrotraerse a la segunda mitad del siglo XVIII. Sin embargo, medir el retroceso de la mortalidad en Albacete y Ciudad Real en el Setecientos y en el Ochocientos plantea importantes problemas. Recordemos los dos procedimientos empleados para aproximarnos a ese asunto: las tasas de mortalidad en los entornos de los recuentos de población más fiables y las ratios defunciones totales/bautismos, defunciones de párvulos/bautismos y defunciones de adultos/bautismos. Con respecto al primero, carecemos de un censo de población fiable para las primeras décadas del siglo XVIII33, los recuentos de 1752 y/o de 1787 se llevaron a cabo en fases en las que se registraron dos o tres años de sobremortalidad 34, tampoco disponemos de ningún censo de población que suministre información completa a escala local entre 1787 y 1857 y, por último, la crisis colérica de 1855 puede inducirnos, en los territorios donde este brote alcanzó una notable intensidad, a exagerar los niveles de mortalidad si consideramos la tasa estimada en el entorno de 1857 como la habitual de las décadas centrales del siglo XIX35. Si obviamos el problema del cólera de 1855 y comparamos la tasa de 1752 o de 1787 con la de 1860, el diferencial entre ellas puede sesgar de manera importante al alza la caída de la mortalidad entre la segunda mitad del Setecientos y mediados del Ochocientos. En lo que atañe al segundo de los procedimientos utilizados en esta investigación para acercarnos a la trayectoria de la mortalidad, el principal escollo radica en que el registro de párvulos no se inicia en la mayor parte de parroquias de las provincias de Albacete y Ciudad Real hasta después de 1740, y en que, en las pocas en que comienza antes de 1700, al menos en un alto porcentaje de las mismas, hemos acumulado varios indicios que apuntan, como ya indicamos en el epígrafe de fuentes, a un significativo subregistro de los finados menores de siete años hasta la década de 1740. Ello entraña que no resulta posible estudiar la mortalidad parvularia y la mortalidad general en la primera mitad del siglo XVIII, época en la que hemos de circunscribirnos a examinar la mortalidad adulta. El Cuadro 2, en el que hemos plasmado las tasas de mortalidad hacia 1752, 1787 y 1860 en varias provincias36, pone de relieve la existencia de una pauta evolutiva en el largo plazo idéntica en todos los territorios castellanos aquí observados. Ello entraña que esta vía no permite verificar si los niveles de mortalidad de la segunda mitad del siglo XVIII se redujeron con respecto a los de la primera. 33

En Ciudad Real, por ejemplo, los niveles de mortalidad fueron relativamente altos o muy altos en 1751-1752 y en 1785-1787. Sobre la fortísima crisis palúdica en la Meseta meridional en estas últimas fechas, véase Pérez Moreda (1983: 333-354). 34

Reiteramos que para estimar la tasa de mortalidad se han empleado promedios de nueve años de las defunciones: las del año del recuento, las de los cuatro años precedentes y las de los cuatro posteriores al mismo. 35

Las tasas de Ávila se han calculado con muestras de 35, 36 y 33 pueblos para 1752, 1787 y 1860, respectivamente. Las de Guadalajara con muestras de 28, 29 y 26 localidades para 1752, 1787 y 1860, respectivamente. En los casos de Albacete, Burgos y Ciudad Real, todas las tasas estimadas se han realizado a partir de muestras de 9, 45 y 11 núcleos, respectivamente. 36

13

Cuadro 2. Tasas provinciales de mortalidad hacia 1752, 1787 y 1860 (en ‰) Albacete Ciudad Real Burgos Ávila Guadalajara Hacia 1752 --39,4 41,7 45,4 37,4 Hacia 1787 37,4 44,4 39,4 38,2 43,6 Hacia 1860 30,6 36,2 33,7 34,6 33,2 Fuentes: Martín Galán (1985); Camarero, ed. (1994); Libros de lo Personal de las Respuestas Particulares del Catastro de Ensenada de las provincias de Ávila, Burgos, Guadalajara y Ciudad Real, Archivos Históricos Provinciales de Ávila y Ciudad Real, https://familysearch.org, y Archivo de la Diputación de Burgos; INE (1987, 1989a y 1989b); Censo y Nomenclátor de los Pueblos de España formado por la Comisión de Estadística del Reino en 1860; Libros de difuntos de los Archivos Diocesanos de Albacete, Ciudad Real, Burgos, Ávila y Sigüenza.

Aunque las cifras del Cuadro 2 sobrevaloren el fenómeno, es incuestionable que la mortalidad hacia 1860, en todas las provincias examinadas, era significativamente menor que la que se registraba en las mismas en la segunda mitad del siglo XVIII. Lamentablemente, estos datos, por las razones ya esgrimidas, no posibilitan cuantificar con precisión tal descenso. Los guarismos del Cuadro 2 también nos permiten atisbar los distintos niveles de la mortalidad en los diferentes territorios contemplados: las dos provincias en las que se centra este trabajo ocupan las posiciones extremas: hacia 1860 Ciudad Real registra el valor máximo y Albacete el mínimo, siendo la tasa de la primera provincia entonces un 18,2 % superior a la de la segunda. Aparte de intensas fluctuaciones interanuales, las defunciones también registraban importantes oscilaciones cíclicas. De ahí que los datos del Cuadro 2 resulten claramente insuficientes para contrastar de forma adecuada la hipótesis de la caída de la mortalidad entre 1752 ó 1787 y 186037. Las ratios finados/bautizados nos permitirán avanzar en tal cometido y nos ayudarán a desvelar las trayectorias en el medio y largo plazo de la mortalidad en las distintas provincias. 3.1. Mortalidad adulta, parvularia y general Comenzaremos examinando y comparando con otras provincias las ratios que pueden calcularse para todo el período que abarca esta investigación, los cocientes defunciones de adultos/bautizados en períodos de quince, veinte, veinticinco o cincuenta años, que han quedado reflejados en el Cuadro 3 y en el Gráfico 1. Dos son, a nuestro juicio, las principales conclusiones que pueden inferirse de las ratios: 1) en el largo plazo, la mortalidad adulta tendió a moderarse en todos los territorios aquí contemplados, situándose el retroceso del cociente defunciones de adultos/bautizados, de 1700-1749 a 1815-1864, entre un máximo del 29,9 % en Ávila y un mínimo del 18,3 % en Albacete; y, 2) los niveles de mortalidad adulta tendieron a El corte temporal de 1860 nos parece más adecuado para las comparaciones territoriales porque ninguna provincia padeció un episodio extraordinario de mortalidad en el intervalo 1856-1864. No obstante, somos conscientes de que las crisis formaban parte del “paisaje” habitual de la mortalidad en la España interior antes de 1815 o, incluso, de 1840. 37

14

converger: la desviación típica de los logaritmos neperianos de las ratios descendió un 33 % de 1700-1749 a 1815-1864 (convergencia sigma); de modo que los niveles de mortalidad adulta en las provincias de la España interior eran más parecidos en el siglo XIX que en la primera mitad del XVIII. Cuadro 3. Ratios defunciones de adultos/bautizados en cinco provincias, 1700-1864 (en %) Albacete Ciudad Real Burgos Ávila Guadalajara Período (14 pueblos) (14 pueblos) (72 pueblos) (38 pueblos) (29 pueblos) 1700-1724 43,3 45,4 44,4 46,3 48,2 1725-1749 40,1 41,7 42,6 51,8 50,7 1750-1774 36,8 39,7 39,9 42,5 41,4 1775-1799 34,4 38,7 36,7 39,7 40,7 1800-1814 51,0 59,2 57,0 54,5 61,8 1815-1839 37,8 33,7 33,7 34,0 36,7 1840-1864 30,6 30,9 33,8 34,9 38,0 1700-1749 41,5 43,4 43,4 49,2 49,5 1750-1799 35,5 39,2 38,2 41,0 41,0 1815-1864 33,9 32,3 33,7 34,5 37,4 Fuentes: Llopis, Bernardos y Velasco (2013); Abarca (2012); Libros de bautismos y defunciones de los Archivos Diocesanos de Albacete, Burgos, Ciudad Real y https://familysearch.org.

GRÁFICO 1. RATIOS DEFUNCIONES DE ADULTOS / BAUTIZADOS EN PERÍODOS DE VEINTE AÑOS EN CATORCE LOCALIDADES DE ALBACETE Y EN CATORCE DE CIUDAD REAL, 1700-1864

55,0

50,0

45,0

40,0

35,0

30,0

25,0

59

49

-1 8 18 40

39

-1 8 18 30

29

-1 8 18 20

19

-1 8 18 10

09

-1 8 18 00

99

-1 8 17 90

-1 7

89

Albacete

17 80

79

-1 7 17 70

-1 7

69 17 60

59

-1 7 17 50

49

-1 7 17 40

39

-1 7 17 30

29

-1 7 17 20

-1 7 17 10

17 00

-1 7

19

20,0

Ciudad Real

Fuentes: Las mismas del Cuadro3.

Ese importante declive en el largo plazo de la mortalidad adulta fue interrumpido transitoriamente por el violentísimo repunte de la misma en la década y media

15

inicial del siglo XIX38: la ratio defunciones de adultos/bautismos se elevó, de 17501799 a 1800-1814, nada menos que un 51,0 % en Ciudad Real, un 50,7 % en Guadalajara, un 49,2 % en Burgos, un 43,7 % en Albacete y un 32,9 % en Ávila. Se trató, por tanto, de un cambio muy brusco en todos los territorios interiores, si bien en Ávila el ascenso de la mortalidad adulta en esos primeros compases del Ochocientos fue algo menos intenso que en el resto de provincias estudiadas. Al comparar las trayectorias de las ratios defunciones de adultos/bautizados en Albacete y Ciudad Real, hallamos muchas similitudes hasta 1814; de hecho, los cocientes de períodos de veinticinco años se movieron, hasta entonces, en la misma dirección y con intensidades no demasiado dispares. Sin embargo, la mortalidad adulta se comportó en Albacete de una manera singular en los veinticinco años que siguieron a la finalización de la Guerra de la Independencia: en dicha provincia, la ratio finados adultos/bautizados superó en ese intervalo a la del período 1750-1799 en un 6,5 %, en tanto que en Ciudad Real dicho cociente fue en 1815-1839 inferior en un 14 % al de la segunda mitad del siglo XVIII39. Hasta 1814, la ratio óbitos de adultos/bautizados había sido en Ciudad Real significativamente mayor que en Albacete; en cambio, después de la Guerra de la Independencia la mortalidad de mayores de siete años alcanzó en la última de estas provincias cotas más altas (1815-1839) o similares (1840-1864) a las de la primera. Si prescindimos, por un momento, del período 1800-1814, tanto en Ciudad Real como en Albacete el valor máximo de la ratio defunciones de adultos/bautizados se registró en los veinticinco primeros años del siglo XVIII; en la primera de esas provincias el movimiento a la baja de dicho cociente, al margen de lo acontecido en los albores del Ochocientos, fue, caso de considerar períodos de cuarto de siglo, ininterrumpido, mientras que en Albacete esa tendencia descendente también se quebró, como ya hemos señalado, en el intervalo 1815-1839. En suma, los registros sacramentales de Albacete y Ciudad Real apuntan a un declive de la mortalidad adulta importante en ambas provincias desde el segundo cuarto del siglo XVIII, si bien el descenso fue más contundente y menos interrumpido en la última, que partía de una ratio finados adultos/bautizados mayor que en la primera. Por su parte, la volatilidad de las defunciones de adultos, medida por las desviaciones típicas de las tasas logarítmicas de variación de éstas, disminuyó, de 17001749 a 1750-1799, un 36,1 % en Albacete y un 11,4 % en Ciudad Real, y aumento de 1750-1799 a 1815-1864, un 82,2 % en la primera de esas provincias y un 24,6 % en la segunda (véase el Gráfico 2). Como indican estas cifras, los cambios en la intensidad de las oscilaciones interanuales de los óbitos de adultos fueron de bastante mayor en-

Sobre las crisis demográficas y económicas de los albores del siglo XVIII, véanse Pérez Moreda (2010) y Llopis (2013). 38

En Ávila, Burgos y Guadalajara, el nivel de la ratio óbitos de adultos/bautizados también fue menor en 1815-1839 que en 1750-1799. 39

16

jundia en Albacete que en Ciudad Real, hasta el extremo de que el máximo y el mínimo de volatilidad los registró el territorio albaceteño. También revelan que el vigor de las fluctuaciones interanuales de los finados adultos fue mayor en el medio siglo que siguió a la finalización de la Guerra de la Independencia que en el Setecientos. La aceleración del crecimiento demográfico y económico de después de 1815 fue acompañado, pues, de unos niveles de inestabilidad de las defunciones de adultos significativamente más altos que las registradas en el Siglo de las Luces40. Gráfico 2. Desviaciones típicas de las tasas logarítmicas de variación de las defunciones de adultos en catorce localidades de Albacete y en catorce de Ciudad Real, 1700-1864

Fuentes: Las mismas del Gráfico 1.

En Albacete y Ciudad Real, al igual que en muchos territorios de la España meridional, los registros de óbitos no proporcionan, como ya se ha manifestado en el epígrafe de fuentes, un soporte documental suficiente para estudiar la evolución de la mortalidad parvularia antes de mediados del siglo XVIII. En el Gráfico 3 hemos consignado la trayectoria de la ratio defunciones de párvulos/total de defunciones en períodos de veinte años en muestras más pequeñas, de nueve y once localidades respectivamente, de Albacete y Ciudad Real41.

El período 1800-1814 fue, como ya hemos comentado, de fuerte inestabilidad económica y demográfica; de ahí que haya quedado excluido de este pequeño examen de las volatilidades. 40

Debido al registro aún más tardío de las defunciones de párvulos o al subregistro de las mismas en alguna fase del período 1750-1864, nos hemos visto obligados a prescindir de cinco series de Albacete y de tres de Ciudad Real en el estudio de la ratio finados de menos de ocho años/bautizados en el lapso 1750-1864. 41

17

Gráfico 3. Ratios defunciones de párvulos/total de difuntos en tramos de veinte años en nueve localidades de Albacete y once de Ciudad Real, 1700-1864 (en %). Ventanas móviles

Fuentes: Las mismas del Gráfico 1

Las cifras de dichos cocientes avalan la fiabilidad de los registros de óbitos de párvulos en ambas submuestras: 1) entre 1700 y 1864, los porcentajes que aquéllos representaron en los correspondientes totales de finados fueron altos, 54,3 % en la provincia de Albacete y 53,7 % en la de Ciudad Real; y, 2) los movimientos a largo plazo de tales ratios fueron muy similares, alcanzándose en ambas provincias sus valores mínimos en los primeros compases del siglo XIX42 y sus valores máximos en las dos últimas décadas del período objeto de estudio. En el Cuadro 4 y en el Gráfico 4 hemos consignado la evolución de las ratios defunciones de párvulos/bautizados en muestras de localidades de cinco provincias castellanas y de Albacete y Ciudad Real, respectivamente. La comparación de las cifras de Albacete y Ciudad Real induce a subrayar patrones comunes, pero también una relevante diferencia entre dichos territorios. En lo que atañe a las semejanzas: 1) los niveles de la mortalidad parvularia fueron parecidos en el conjunto del período que cabe estudiar en este caso: las ratios correspondientes a 1750-1864 fueron del 43,5 % en Albacete y el 44,4 % en Ciudad Real; 2) en ambas provincias dicha mortalidad tendió a moderarse un poco en el muy largo plazo; 3) la ratio defunciones de párvulos/bautismos retrocedió, de 1750-1799 a 18151864, un 8,0 % en Albacete y un 6,8 % en Ciudad Real. De modo que el descenso de la mortalidad parvularia fue, en estos territorios de la Meseta meridional, bastante menor que el de de la mortalidad adulta. En las crisis de los albores del siglo XIX, lo mismo que en otras provincias, la elevación de la mortalidad adulta fue mayor o bastante mayor que la de la mortalidad parvularia. 42

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Cuadro 4. Ratios defunciones de párvulos/bautizados en cinco provincias, 1700-1864 (en %) Albacete Ciudad Real Burgos Ávila Guadalajara Período (9 pueblos) (11 pueblos) (24 pueblos) (22 pueblos) (19 pueblos) 1700-1724 ----51,1 48,2 47,9 1725-1749 ----53,2 52,9 48,0 1750-1774 46,1 44,6 49,4 48,2 45,6 1775-1799 44,8 45,5 48,4 48,1 48,9 1800-1814 44,6 52,5 55,2 60,9 55,7 1815-1839 41,0 39,1 44,9 43,2 45,1 1840-1864 42,5 44,7 45,6 44,1 44,1 1700-1749 ----52,2 50,7 47,9 1750-1799 45,4 45,1 48,9 48,2 47,4 1815-1864 41,8 42,0 45,2 43,7 44,6 Fuentes: Las mismas del Cuadro 3.

Gráfico 4. Ratios defunciones de párvulos/bautismos en períodos de veinte años en nueve localidades de Albacete y once de Ciudad Real, 1750-1864 (en %). Ventanas móviles

Fuentes: Las mismas del Gráfico 1.

Las principales diferencias en las trayectorias de las defunciones de menores de ocho años radicaron: 1) en la magnitud de las crisis de 1785-1787, 1803-1804 y 1809, bastante mayor en Ciudad Real que en Albacete; de ahí que la ratio óbitos de párvulos/bautizados alcanzara un valor significativamente mayor en la primera de esas provincias que en la segunda en los últimos compases del siglo XVIII y en los primeros del XIX; y, 2) en que el repunte de la mortalidad parvularia fue más vigoroso, en las décadas centrales del siglo XIX, en Ciudad Real que en Albacete. Por consiguiente, la ratio defunciones de párvulos/bautizados mostró, en general, un menor grado de estabilidad en Ciudad Real.

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De la comparación de las cinco provincias de las dos Mesetas emerge una diferencia de cierta enjundia: en el lapso donde resulta posible el cotejo de las cifras en todas ellas, de 1750 a 1864, las ratios defunciones de párvulos/bautizados fueron menores en Albacete y Ciudad Real que en el resto de provincias: un 43,5 % en la primera, un 44,4 % en la segunda, un 47,3 % en Burgos, un 47,3 % en Ávila y un 46,9 % en Guadalajara. En el largo plazo, el cociente finados menores de ocho años/bautizados disminuyó en proporciones parecidas en las cinco provincias: entre 1750-1799 y 18151864, un 8,0 % en Albacete, un 6,8 % en Ciudad Real, un 7,5 % de Burgos, un 9,4 % en Ávila y un 6,0 % en Guadalajara. Esa notable concordancia en la evolución de la mortalidad parvularia en diversas provincias castellanas entre la segunda mitad del Setecientos y las cinco décadas posteriores al final de la Guerra de la Independencia otorga verosimilitud a la hipótesis de que la ratio defunciones párvulos/bautizados, de 1700-1749 a 1750-1799, varió en Albacete y en Ciudad Real de modo parecido a como lo hizo en Burgos, Ávila y Guadalajara: descendiendo ligeramente (un 6,3 % en Burgos, un 5,0 % en Ávila y un 1,2 % en Guadalajara43). De modo que es probable que en las dos provincias castellano-manchegas aquí analizadas el retroceso de la mortalidad parvularia, entre 1700-1749 y 1815-1864, rondase o superase el 10 %; sin ningún género de dudas, muy inferior al registrado por la mortalidad adulta. Durante los primeros quince años del siglo XIX, el incremento de la mortalidad de los menores de ocho años fue inexistente en Albacete y notable en el resto de provincias: la ratio defunciones de párvulos/bautizados se elevó, entre 1775-1799 y 1800-1814, un 15,4 % en Ciudad Real, un 14,0 % en Burgos, un 26,6 % en Ávila y un 13,9 % en Guadalajara. De modo que Albacete y Ávila representan las situaciones extremas: ninguna incidencia de la crisis del primer tramo del Ochocientos en la primera y máxima en la segunda (véase el Cuadro 4). En lo concerniente al repunte de la mortalidad parvularia en las décadas centrales del siglo XIX, un fenómeno de alcance español y europeo44, el movimiento revistió algo más de intensidad en Albacete y Ciudad Real que en las tres provincias restantes: entre 1815-1839 y 1840-1864, la ratio defunciones de párvulos/bautizados se incrementó un 3,7 % en la primera, un 14,3 % en la segunda, un 1,6 % en Burgos, un 2,1 % en Ávila, y disminuyó un 2,2 % en Guadalajara. Por consiguiente, la involución, en las décadas centrales del siglo XIX, en el movimiento a la baja de la mortalidad de los más jóvenes sólo revistió una notable importancia en Ciudad Real, territorio en el que la ratio mencionada superó ligerísimamente en 1840-1864 el nivel registrado en 1750-1774 (véase el Cuadro 4). En el Cuadro 5 y en el Gráfico 5 hemos registrado la evolución de las ratios total de defunciones/bautizados en períodos de quince, veinte, veinticinco o cincuenta Es muy probable que esa caída fuese, en realidad, algo mayor debido a que el subregistro de los óbitos de párvulos tendió a reducirse. Sospechamos que tal mitigación fue especialmente relevante en la provincia de Guadalajara en la segunda mitad del siglo XVIII, territorio en el que la ratio defunciones de infantes/total de defunciones aumentó de forma particularmente vigorosa por entonces. 43

Perrenoud (2001: 73-77); Schofield y Reher (1991); Reher, Pérez Moreda y Bernabéu-Mestre (1997: 42). 44

20

años. Éstas, que en los casos de Albacete y Ciudad Real se circunscriben al período 1750-1864, ponen de manifiesto que en el largo plazo la trayectoria de la mortalidad fue similar en todos los territorios aquí observados: de 1750-1799 a 1815-1864, el cociente total de defunciones/bautizados descendió un 8,3 % en Albacete, un 12,5 % en Ciudad Real, un 8,3 % en Burgos, un 11,9 % en Ávila y un 6,2 % en Guadalajara. Fueron las dos provincias más meridionales las que registraron un mayor excedente vegetativo relativo en los cincuenta años que siguieron a la Guerra de la Independencia: un 25,8 % de los bautismos en Ciudad Real y un 25,1 % en Albacete, frente a un 22,5 % en Ávila, un 21,5 % en Burgos y un 19,0 % en Guadalajara. Cuadro 5. Ratios total de defunciones/bautizados en cinco provincias, 1700-1864 (en %) Albacete Ciudad Real Burgos Ávila Guadalajara Período (9 pueblos) (11 pueblos) (24 pueblos) (22 pueblos) (19 pueblos) 1700-1724 ----93,7 91,5 96,3 1725-1749 ----103,6 93,6 97,4 1750-1774 84,4 84,8 88,9 87,9 84,7 1775-1799 79,5 84,8 87,3 83,5 87,9 1800-1814 96,9 112,5 116,5 113,5 116,1 1815-1839 78,0 73,2 77,1 77,8 80,6 1840-1864 72,3 75,1 77,9 79,1 81,5 1700-1749 ----99,0 92,6 96,9 1750-1799 81,8 84,8 88,0 85,6 86,4 1815-1864 74,9 74,2 77,5 78,5 81,0 Fuentes: Las mismas del Cuadro 3.

Gráfico 5. Ratios total de defunciones/bautizados en períodos de veinte años en nueve localidades de Albacete y en once de Ciudad Real, 1750-1864 (en %). Ventanas móviles

Fuentes: Las mismas del Gráfico 1.

21

En los albores del siglo XIX, el ascenso de la mortalidad fue, en Ciudad Real, similar al de los otros territorios castellanos y en Albacete algo menor: de 1750-1799 a 1800-1814, la ratio total de defunciones/bautizados aumentó un 18,5 % en esta última, un 32,7 % en la primera, un 32,4 % en Ávila, un 32,6 % en Burgos y un 34,4 % en Guadalajara. Por consiguiente, el territorio albaceteño resultó menos afectado por los desastres económicos y demográficos de comienzos del Ochocientos que las otras áreas castellanas aquí consideradas. Cuando el prisma de observación de los cambios en el muy largo plazo se sustituye por otro destinado a detectar alteraciones en intervalos menos prolongados, aparecen otras diferencias en las trayectorias de la mortalidad en Albacete y Ciudad Real: 1) en el último cuarto del siglo XVIII, el cociente total de óbitos/bautizados cayó significativamente en la primera y se mantuvo inalterado en la segunda; 2) en los veinticinco años posteriores al final de la Guerra de la Independencia, la ratio total de defunciones/bautizados fue, con respecto a la del último cuarto del Setecientos, ligeramente inferior en Albacete (un 1,9 %) y bastante menor en Ciudad Real (un 13,7 %); y, 3) por el contrario, en las décadas centrales del siglo XIX, la mortalidad repuntó en Ciudad Real y retrocedió notablemente en Albacete (el cociente mencionado se contrajo un 7,3 % en esta última provincia de 1815-1839 a 1840-1864). Teniendo en cuenta que la ratio total de defunciones/bautizados descendió, entre 1700-1749 y 1815-1864, un 21,7 % en Ávila, un 16,4 % en Guadalajara y un 15,2 % en Burgos, que el cociente óbitos de adultos/bautizados evolucionó en el largo plazo de forma no muy diferente en todas las provincias aquí examinadas y que también los ratios finados párvulos/bautizados se movieron en el largo plazo de una manera bastante parecida en los territorios observados en esta investigación, consideramos muy verosímil que la caída de la ratio total de defunciones/bautizados, de 1700-1749 a 1815-1864, se aproximase o superase el 15 % en Albacete y Ciudad Real. En suma, también en estas provincias más meridionales declinó de manera significativa la mortalidad entre la primera mitad del siglo XVIII y las dos décadas centrales del XIX. En este movimiento a la baja, al igual que en otras provincias castellanas, la moderación de la mortalidad adulta constituyó el elemento clave. Es cierto, no obstante, que la tasa de mortalidad continuaba siendo elevada en la España interior a mediados del siglo XIX, con valores provinciales superiores al 30 e, incluso, al 35 ‰ hacia 1860 (véase el Cuadro 2). 3.2. Mortalidad ordinaria y extraordinaria La descomposición de las series de finados en difuntos “ordinarios” y difuntos “extraordinarios” puede ayudarnos a averiguar los factores determinantes del declive de la mortalidad desde mediados del siglo XVIII. Nuestro propósito no estriba en la medición de la entidad y secuelas de las catástrofes demográficas a escala de cada núcleo de población, sino a escala provincial;

22

por otro lado, consideramos que la probabilidad de que el número de óbito se elevase por encima de un determinado porcentaje no es independiente del tamaño de las localidades o muestras de localidades objeto de estudio. De ahí que los índices sintéticos de mortalidad catastrófica elaborados para zonas de hábitats bastante distintos a partir de la determinación y cuantificación de las crisis a escala local se presten mal a la comparación. Para paliar estos problemas emplearemos las series agregadas de finados de las muestras provinciales para establecer los años de crisis y para medir las correspondientes sobremortalidades; además, cuantificaremos el número de habitantes de las muestras provinciales para, cuando menos, vislumbrar el impacto que el diverso tamaño de las mismas ha podido ejercer sobre los índices sintéticos de mortalidad catastrófica. La metodología clásica sobre las crisis de mortalidad, elaborada por Flinn y Del Panta y Livi Bacci, marcó un procedimiento, que ha tenido un amplísimo seguimiento, para su determinación a escala local: acontecía una cuando las defunciones del año en cuestión superaban en más de un 50 % al promedio de las de los cinco años precedentes y de los cinco años posteriores (en la versión de Del Panta y Livi Bacci se omitían en este cálculo los dos valores máximos y los dos mínimos) 45. Sin embargo, este umbral del 50 % resulta desmesurado cuando ha de aplicarse a series de finados de ámbito provincial o regional que presentan unas oscilaciones interanuales mucho menos violentas que las de carácter local46. Hemos optado por establecer dicho listón para las series agregadas de óbitos de Albacete y Ciudad Real (también para las de Ávila, Burgos y Guadalajara) en el 25 %, decisión que tiene, hemos de admitirlo, unas elevadas dosis de arbitrariedad. Ahora bien, la fijación de ese umbral ha estado sometida a una importante restricción: su aplicación habría de permitir la detección, cuando menos, de todas las grandes y medianas crisis de mortalidad que emergen al emplear la metodología tradicional que analiza las series de finados locales y sitúa el listón de la sobremortalidad en el 50 %. Antes de reflejar la trayectoria del peso relativo de la mortalidad catastrófica y ordinaria (Cuadro 6) y la de las ratios defunciones “extraordinarias”/bautizados y defunciones “ordinarias”/bautizados (Cuadro 7), queremos explicitar el tamaño de las muestras de las distintas provincias estudiadas: en 1787, la de Albacete albergaba a 23.729 habitantes, la de Ciudad Real a 23.225, la de Ávila a 13.723, la de Burgos a 9.050 y la de Guadalajara a 7.96747. De modo que no plantea ningún problema la comparación de las sobremortalidades de Albacete y Ciudad Real, mientras que la de las de Ávila, Burgos y Guadalajara, entre ellas, resulta no plenamente satisfactoria, pero aceptable48. 45

Flinn (1974); Del Panta y Livi Bacci (1977).

46

Flinn propone el umbral del 30 % para los agregados regionales y nacionales (Flinn, 1974: 289).

47

INE (1987, 1989a y 1989b).

Sí las muestras de Ávila, Burgos y Guadalajara tuviesen un tamaño similar a las de Albacete o Ciudad Real, las cifras de contribución de la mortalidad catastrófica a la mortalidad total de aquéllas habrían sido, probablemente, menores que las que aparecen consignadas en Cuadro 6. 48

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Cuadro 6. Contribución de la mortalidad catastrófica a la mortalidad total en cinco provincias castellanas, 1700-1864 (en %) Albacete Ciudad Real Burgos Ávila Guadalajara Período (9 pueblos) (11 pueblos) (24 pueblos) (22 pueblos) (19 pueblos) 1700-1724 ----6,6 4,0 9,6 1725-1749 ----10,6 10,4 9,9 1750-1774 5,3 4,3 1,2 4,2 5,1 1775-1799 3,1 9,2 1,1 3,7 4,8 1800-1814 12,7 11,9 20,1 17,4 18,1 1815-1839 6,9 5,2 3,4 7,7 4,9 1840-1864 3,0 4,6 3,6 0,0 5,4 1700-1749 ----8,7 6,4 9,7 1750-1799 4,1 6,9 1,1 4,0 4,9 1815-1864 4,8 4,9 3,5 3,5 5,1 Fuentes: Las mismas del Cuadro 3.

En el período objeto de estudio para el que disponemos de registros completos de óbitos en todas las provincias (de 1750 a 1864), la mortalidad catastrófica supuso el 5,7 % de la total en Albacete, el 6,8 % en Ciudad Real, el 5,9 % en Ávila y el 7,0 % en Guadalajara, datos que corroboran el predominio aplastante de la mortalidad ordinaria en el régimen demográfico antiguo, fenómeno ya indicado por Vicente Pérez Moreda hace más de tres décadas49. Tal contribución sólo superó el 10 % en la década y media inicial del siglo XIX. La misma había descendido sensiblemente entre la primera y la segunda mitad del Setecientos en Ávila, Guadalajara y, sobre todo, Burgos, pero ese movimiento descendente se quebró en los albores del Ochocientos y no en todas las provincias se recuperó una vez concluida la Guerra de la Independencia; de hecho, en Albacete, Burgos y Guadalajara la contribución de la mortalidad catastrófica a la mortalidad total fue mayor en 1815-1864 que en 1750-1799 (véase el Cuadro 6). En cuanto al peso relativo de la mortalidad extraordinaria en la década y media inicial del Ochocientos, resultó bastante más moderado en Albacete y Ciudad Real que en las restantes provincias, lo que en buena medida obedeció a que las crisis de 18031805 y de 1812-1813 fueron en los territorios castellano-manchegos citados menos virulentas que en Ávila, Burgos y Guadalajara50. Del Cuadro 6 también merece destacarse: 1) en 1775-1799, la relativamente alta contribución de la mortalidad catastrófica a la mortalidad total en Ciudad Real debida a la fuerte intensidad de la crisis palúdica de 1785-1787 en dicha provincia; y, 2) en 1815-1839, ese mismo fenómeno, aunque no tan acentuado, en Albacete y Ávila consecuencia de la magnitud que tuvieron los desastres demográficos de la década de 1830 en dichos territorios51. 49

Pérez Moreda (1980: 16 y 471).

Ahora bien, Ciudad Real registró una profunda crisis en 1809: la sobremortalidad en ese año fue del 155,2 %. 50

En Albacete se registraron importantes mortalidades en 1834 y 1838, mientras que Ávila padeció una profunda crisis en el trienio 1832-1834. 51

24

Los cocientes defunciones “extraordinarias”/bautizados y defunciones “ordinarias”/bautizados, recogidos en el Cuadro 7, nos permitirán aproximarnos al papel que la mortalidad catastrófica desempeñó en el vigoroso repunte de la mortalidad general en la década y media inicial del Ochocientos y en el descenso de esta última, por debajo del nivel registrado en la segunda mitad del siglo XVIII, entre 1815 y 1864, tanto en Albacete como en Ciudad Real. Cuadro 7. Ratios defunciones "extraordinarias"/bautizados y defunciones "ordinarias"/bautizados en nueve pueblos de Albacete y once de Ciudad Real, 1750-1864 (en %) Albacete Ciudad Real Defunciones Defunciones Defunciones Defunciones Períodos "extraordinarias"/ "ordinarias"/ "extraordinarias"/ "ordinarias"/ bautizados bautizados bautizados bautizados 1750-1774 4,2 80,3 3,6 81,2 1775-1799 1800-1814

2,5 14,8

77,0 82,0

9,2 18,0

75,6 94,5

1815-1839

5,1

72,9

5,9

67,4

1840-1864

2,1

70,2

3,5

71,6

1750-1799

3,2

78,5

6,6

78,2

1815-1864

3,5

71,4

4,6

69,6

Fuentes: Las mismas del Gráfico 1.

Del ascenso de las ratios total de finados/bautizados entre 1750-1799 y 18001814, la mortalidad catastrófica fue responsable del 76,8 y del 41,2 % en Albacete y Ciudad Real, respectivamente. Por consiguiente, en esta última provincia la fuerte elevación de la mortalidad “ordinaria” resultó decisiva en el destrozo demográfico que tuvo lugar en los primeros quince años del siglo XIX52. En Albacete también se incrementó el cociente óbitos “ordinarios”/bautizados en 1800-1814, pero de manera bastante más moderada, siendo en ella la mortalidad catastrófica el factor que marcó la adversa coyuntura demográfica en los albores del siglo XIX. En Albacete, toda la caída de la ratio total de finados/bautizados, de 1750-1799 a 1815-1864, obedeció a la disminución de la mortalidad “ordinaria”, ya que la ratio óbitos “extraordinarios”/bautizados no sólo no retrocedió entre esos intervalos, sino que aumentó un 9,4 %. Como ya apuntamos, este incremento fue consecuencia de la notable entidad que tuvieron las crisis demográficas de la década de 1830 en el territorio albaceteño. En Ciudad Real, la mayor parte del declive del cociente total de óbitos/bautizados en igual período fue fruto de la moderación de la mortalidad “ordinaria”: de los 10,6 puntos que aquél descendió entre esos dos intervalos, 8,6 fueron aportados por la ratio finados “ordinarios”/bautizados y sólo 2 por el cociente finados “extraordinarios”/bautizados. En definitiva, en los territorios meridionales de la región castellano-manchega el retroceso de la mortalidad, al menos entre la segunda No obstante, conviene tener presente que la frontera entre la mortalidad “extraordinaria” y la “ordinaria” es extensa y borrosa. 52

25

mitad de siglo XVIII y la media centuria que siguió a la expulsión de los ejércitos napoleónicos, obedeció de manera muy mayoritaria a la moderación de la mortalidad ordinaria. El análisis de la mortalidad catastrófica de la población adulta tiene un doble interés: 1) la disponibilidad de datos posibilita extender su estudio, también en los casos de Albacete y Ciudad Real, desde comienzos del siglo XVIII hasta finales del segundo tercio del XIX; y, 2) comparar el peso relativo de las crisis demográficas entre la población adulta y la población total. En el Cuadro 8 hemos consignado la contribución de la mortalidad catastrófica de adultos a la mortalidad total de este segmento de la población en las dos provincias desde 1700 hasta 186453. Cuadro 8. Contribución de la mortalidad catastrófica adulta a la total de este segmento de la población, 1700-1864 (en %) Albacete Ciudad Real Períodos (14 localidades) (14 localidades) 1700-1724 7,9 9,3 1725-1749 6,8 5,2 1750-1774 5,9 5,2 1775-1799 3,3 9,4 1800-1814 19,9 22,7 1815-1839 10,5 8,4 1840-1864 6,7 5,8 1700-1749 7,3 7,1 1750-1799 4,6 7,4 1815-1864 8,7 7,1 Fuentes: Las mismas del Gráfico 1.

En el caso de la población adulta, el peso relativo de la mortalidad catastrófica, entre 1700-1749 y 1815-1864, no retrocedió: aumentó algo en Albacete y no varió en Ciudad Real. Únicamente, la contribución de las defunciones “extraordinarias” al total de óbitos, en el seno de la población de más de ocho años, retrocedió en Albacete de la primera a la segunda mitad del siglo XVIII, del 7,3 al 4,6 %. La aportación de la mortalidad catastrófica al total de óbitos era mayor, tal y como sugieren los porcentajes expresados en los Cuadros 6 y 8, en el caso de los adultos que en el del conjunto de la población. De hecho, de 1750 a 1864, los óbitos “extraordinarios” supusieron en Albacete el 9,0 y el 5,7 % de todas las defunciones de adultos y de todas las de adultos y párvulos, respectivamente; en Ciudad Real, en ese intervalo, los porcentajes correspondientes fueron del 10,1 y del 6,8 %. No obstante, conviene ser conscientes de que parte de estos diferenciales obedece a un fenómeno estadístico: el total de finados era un poco más del doble de los óbitos de adultos y,

Las muestras en ambas provincias son, en este caso, de catorce localidades, reuniendo, en 1787, la de Albacete 32.839 habitantes y la de Ciudad Real 31.886. 53

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por tanto, resulta lógico que su volatilidad fuera menor que la de éstos54. En cualquier caso, las crisis de mortalidad de adultos fueron de una entidad algo mayor que las de párvulos. En suma, la experiencia de varias provincias castellanas no corrobora la hipótesis de una reducción notable de la mortalidad catastrófica en los cincuenta años posteriores a la conclusión de la Guerra de la Independencia: en Burgos, Albacete y Guadalajara las ratios defunciones “extraordinarias”/bautizados fueron en 1815-1864 mayores o similares a las de la segunda mitad del siglo XVIII (véase el Cuadro 7)55. En realidad, la moderación de la mortalidad ordinaria fue la clave fundamental del declive de la mortalidad general entre la primera mitad del siglo XVIII y la media centuria iniciada con la expulsión de las tropas napoleónicas. 4. Las razones del declive de la mortalidad Las fuentes empleadas en esta investigación nos han permitido realizar una aproximación razonable a la magnitud del declive de la mortalidad entre mediados de siglo XVIII y las décadas centrales del XIX en Albacete y Ciudad Real, así como compararla con la observada en otras provincias castellanas (Burgos, Ávila y Guadalajara). Sin embargo, esa misma documentación arroja muy poca luz sobre los motivos de la moderación de la mortalidad en dichos territorios. Por tanto, habremos de limitarnos a plantear algunas hipótesis provisionales acerca de tal cuestión basadas en la literatura nacional e internacional al respecto. Ni Albacete, ni Ciudad Real quedaron completamente al margen de la primera fase de la transición demográfica europea: al igual que en otros muchos territorios del viejo continente, hacia mediados del Setecientos se inició un movimiento a la baja en el largo plazo de la mortalidad que se prolongó hasta la década de 1830, momento en el que se inició una fase de estancamiento o ligero repunte de dicha variable56. Ahora bien, el modelo del primer declive de la mortalidad en la región castellanomanchega difirió sensiblemente del de otras zonas de la Europa occidental en tres elementos básicos: 1) su menor intensidad; 2) la relativamente exigua aportación del incremento de la supervivencia de la población parvularia al mismo; y, 3) el fortísimo repunte de la mortalidad en los primeros quince años del siglo XIX. Entre 1740-1754 y 1850-1864, la tasa de mortalidad cayó en Inglaterra del 28,2 al 22,2 ‰, en Suecia del 29,2 al 17,6 ‰ y en Francia del 38,6 al 23,4 ‰. Las caídas fueron, pues, del 21,3, del 39,7 y del 39,4 %, respectivamente57. Por tanto, Inglaterra y Esta diferencia en la dimensión de las series resulta en parte corregida por el hecho de que las muestras de defunciones de adultos sean de tamaño algo mayor que las del total de finados. 54

En Guadalajara, dicho cociente, en porcentaje, fue del 4,23 % en 1750-1799 y del 4,15 % en 1815-1864; por su parte, en Burgos ascendió al 0,5 % en el primer intervalo y al 2,6 % en el segundo. 55

56

Perrenoud (2001: 65-67); Schofield y Reher (1991).

57

Wrigley y Schofield (1981: 532-534); Chesnais (1986: 500-503 y 526-529).

27

Suecia registraban a mediados del Setecientos niveles de mortalidad muy inferiores a los de la España interior; por otro lado, durante la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del XIX, el retroceso de la mortalidad en Francia fue de mucha mayor entidad que el que se produjo en las distintas provincias castellanas. Entre esos países de Europa noroccidental, septentrional y occidental, de 1750 a 1865, hubo un proceso de convergencia entre sus tasas de mortalidad, mientras que la España interior no participó en el mismo. La exigua caída de la ratio defunciones de párvulos/bautizados y diversos estudios sobre el porcentaje de niños y jóvenes fallecidos en diferentes tramos de edad ponen claramente de manifiesto la fuerte resistencia al descenso de la mortalidad infantil y juvenil en la España interior durante las ocho o nueve primeras décadas del siglo XIX58. En Ávila, Burgos y Guadalajara, de 1700-1749 a 1815-1864, la ratio finados párvulos/bautizados descendió un 13,9, un 13,3 y un 7,1 %, respectivamente; en cambio, el cociente óbitos de adultos/bautizados disminuyó, entre esos mismos intervalos, un 30,0, un 22,4 y un 24,4 %, respectivamente59. Además, de 1865 a 1889, la mortalidad de los menores de ocho años parece haber sido ligeramente mayor que en el cuarto siglo precedente en los territorios de la España interior 60. En suma, las tasas de supervivencia de la población parvularia sólo se incrementaron de manera muy modesta entre la primera mitad del siglo XVIII y el intervalo 1865-188961. Por el contrario, en no pocos países europeos el considerable aumento de las tasas de supervivencia de la población más joven contribuyó de forma decisiva al retroceso de la mortalidad en las últimas décadas del siglo XVIII y en las primeras del XIX. Así, por ejemplo, de 1760-1769 a 1820-1829, la disminución de la mortalidad en los niños de 1 a 4 años fue del 35,3 % en Francia y del 32,8 % en Suecia, mientras que la de los de 5 a 14 años alcanzó el 35,6 % en el primer país y el 37,6 % en el segundo62, porcentajes, sin duda, muy superiores, a los que se estaban registrando en los territorios de la España interior, aunque, de momento, no podamos precisar su cuantía. 58

Reher, Pérez Moreda y Bernabéu-Mestre (1997: 52); Sanz Gimeno y Ramiro (2002).

Recordemos que los registros de defunciones de las parroquias de las provincias de Albacete y Ciudad Real proporcionan una información escasa, no sistemática e incompleta sobre la mortalidad de párvulos en la primera mitad del siglo XVIII. De ahí que se hayan utilizado datos de otras provincias castellanas para aproximarnos a la trayectoria en el muy largo plazo de dicha mortalidad. Como ya indicamos anteriormente, no hallamos razones de peso para pensar que la ratio finados párvulos/bautizados evolucionase en Albacete y Ciudad Real de manera sustancialmente diferente a como lo hizo en Burgos, Ávila y Guadalajara entre la primera y la segunda mitad del Setecientos. 59

En Ávila y Guadalajara, las ratios defunciones de párvulos/bautizados aumentaron, de 1840-1864 a 1865-1889, un 2,3 y un 5,9 %, respectivamente (Base de Datos del Grupo Complutense de Historia Económica Moderna). 60

Sobre la mortalidad infantil en la España del siglo XIX, véase Reher, Pérez Moreda y BernabéuMestre (1997). 61

Perrenoud (2001: 69). Livi Bacci también considera que la prolongación de la duración media de la vida, en las últimas décadas del siglo XVIII y en las primeras del XIX, fue, ante todo, producto del retroceso de la mortalidad infantil y juvenil (Livi Bacci, 1988: 115). 62

28

La última diferencia sustancial entre Europa y la España interior radicó en lo acontecido en la década y media inicial del Ochocientos. En ningún país europeo hemos encontrado unos desastres demográficos de la magnitud de los que se registraron en los territorios castellanos entre 1800 y 1814. Así, por ejemplo, de 1785-1799 a 1800-1814, las tasas promedio de mortalidad disminuyeron en Inglaterra y Suecia (un 2,3 % y un 11,8 %, respectivamente) y aumentaron ligeramente en Francia (un 6,7 %)63. En la España interior, en ese mismo período, se registró una clara ruptura demográfica: de 1785-1799 a 1800-1814, la ratio total de defunciones/bautizados creció un 24,5, un 24,4, un 32,1, un 30,8 y un 31,5 % en Albacete, Ciudad Real, Burgos, Ávila y Guadalajara, respectivamente64. Esta brutal elevación fue consecuencia de las violentas crisis de 1803-1805, 1809 y 1812-1813, pero también del aumento en estos años de la mortalidad ordinaria65. En los territorios castellanos, durante la primera fase de la transición demográfica (la segunda mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX), el fenómeno más destacado lo constituyó el descenso de la mortalidad adulta: de 1700-1749 a 1815-1849, el cociente óbitos de adultos/bautizados se contrajo un 8,9 % en Albacete, un 22,4 % en Ciudad Real, un 22,4 % en Burgos, un 30,9 % en Ávila y un 25,9 % en Guadalajara66. Son, pues, los factores determinantes de estas caídas los que hemos de intentar, cuando menos, atisbar. Las condiciones medioambientales, el progreso económico (en especial, pero no en exclusiva, la mejora en la alimentación) y las medidas de salud pública han sido las causas más citadas para explicar el declive de la mortalidad en Europa en la segunda mitad del siglo XVIII y en las primeras décadas del XIX67. Perrenoud ha enfatizado el primero de esos factores: la coincidencia en el tiempo de la moderación de la mortalidad en espacios con características socioeconómicas muy diversas induce a pensar que las fuerzas determinantes del ascenso de las tasas de supervivencia de la población trascendían las fronteras nacionales y que las de índole ecológico o biológico fueron más relevantes que las de tipo socioeconómico. Específicamente, subraya la disminución de la diferencia térmica entre los veranos y los inviernos en los últimos compases del Setecientos y los primeros del Ochocientos. En cambio, el recalentamiento de la tierra después de 1855 pudo haber contribuido al repunte de la mortalidad entre mediados del siglo XIX y la década de 63

Wrigley y Schofield (1981: 532-534); Chesnais (1986).

64

Base de Datos del Grupo Complutense de Historia Económica Moderna.

Entre 1775-1799 y 1800-1814, la ratio defunciones “ordinarias”/bautizados aumentó un 6,5 % en Albacete, un 25,0 % en Ciudad Real, un 9,8 % en Burgos, un 14,6 % en Ávila y un 13,5 % en Guadalajara. 65

Ya advertimos que el cociente defunciones adultos/bautizados fue en Albacete relativamente alto en los veinticinco años que siguieron a la finalización de la Guerra de la Independencia, debido en buena medida a la especial virulencia que en dicha provincia tuvieron las crisis de la década de 1830. Es lógico, por tanto, que el retroceso de la mortalidad adulta de 1700-1749 a 1815-1839, fuese en Albacete bastante más moderado que en otros territorios. 66

67

Perrenoud (2001); MacKeown (1978); Kunitz (1983); Flinn (1989); Schofield y Reher (1991).

29

188068. Ahora bien, la cronología de ambos fenómenos no coincidió exactamente: el repunte (Alemania), estancamiento o desaceleración del movimiento a la baja de la mortalidad (Francia e Inglaterra, entre otros países) se inició en la década de 1830 o en la de 184069, en tanto que la nueva tendencia ascendente del diferencial térmico entre los veranos y los inviernos ha sido datada a mediados del decenio de 1850. En el caso de la España interior ha de añadirse un problema adicional: el fuerte ascenso de la mortalidad, tanto de la extraordinaria como de la ordinaria, en la década y media inicial del Ochocientos, cuando, supuestamente, las condiciones biometereológicas estaban favoreciendo el aumento de las tasas de supervivencia de la población. En suma, aunque en absoluto negamos la influencia de las condiciones medioambientales en la trayectoria en el medio y largo plazo de la mortalidad entre comienzos del siglo XVIII y finales del segundo tercio del XIX en los distintos territorios castellanos (asunto que está por investigar), consideramos que dicho factor no puede dar cuenta por sí solo de buena parte de los cambios registrados en la referida variable en tal lapso de tiempo. En la Europa del siglo XVIII y de los primeros decenios del XIX, diversas medidas de salud pública contribuyeron al descenso de la mortalidad: la mayor eficiencia de los cordones sanitarios, las cuarentenas, la vacuna Jenner, el drenaje de terrenos con aguas estancadas, la mayor higiene de los ejércitos, el incremento de la disciplina militar, la reducción de los saqueos de las poblaciones…70. Sin embargo, los especialistas consideran que ni la medicina, ni las medidas higiénicas combatieron eficazmente la mayor parte de ingredientes del cuadro de la mortalidad ordinaria en la España interior durante los siglos XVIII y XIX71. El tercer factor, el progreso económico, fue, a nuestro juicio, clave en el retroceso de la mortalidad registrado en la España interior en la segunda mitad del siglo XVIII y en las décadas que siguieron a la finalización de la Guerra de la Independencia72. Se trató de dos impulsos económicos relativamente modestos en el espejo europeo, distintos y separados por una profunda depresión económica y demográfica en la década y media inicial del siglo XIX; ahora bien, ciertas mejoras en el nivel de vida de la mayor parte de la población castellana, aunque muy moderadas, parecen haber sido suficientes para elevar de manera apreciable la capacidad de resistencia de esta última a las enfermedades. Antes de referirnos brevemente a las transformaciones económicas en la Castilla de la segunda mitad del siglo XVIII y de después de la expulsión de las tropas napoleónicas, quisiéramos subrayar un cambio relevante en la mortalidad europea del Setecientos: en las causas de defunción tendieron a cobrar mayor protagonismo las 68

Perrenoud (2001: 61, 71-72 y 82).

69

Chesnais (1986: 527-528).

70

Kunitz (1983: 353-354); Perrenoud (2001: 60); Flinn (1974: 298).

71

Pérez Moreda (1980: 467).

72

Véanse Sebastián (2004); Llopis y Sebastián (2009); Llopis (2010 y 2012).

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enfermedades cuyos resultados eran dependientes del estatus nutricional 73. Y la mortalidad adulta, la que, con gran diferencia, más disminuyó en la España interior durante la primera fase de la transición demográfica europea, se hallaba más influida por las condiciones de acceso a los víveres esenciales que la mortalidad parvularia74. El balance económico de la España interior en la segunda mitad del siglo XVIII parece haber sido algo mejor del que hemos venido indicando. Varias evidencias apuntan en esa dirección. En primer lugar, el saldo vegetativo del período 1750-1799 fue mucho mayor que el del intervalo 1700-1749: el de 24 localidades burgalesas representó el 10,7 % de los bautismos en la primera mitad del siglo XVIII y el 15,3 % en la segunda, el de 22 abulenses el 1,0 y el 12,0 %, respectivamente; y el de 19 alcarreñas el 3,1 y el 13,6 %, respectivamente75. En una economía como la castellana del Setecientos es muy poco verosímil que esta aceleración del crecimiento vegetativo no fuese acompañada de un impulso económico de cierta entidad76. En segundo lugar, el crecimiento agrario fue, en la segunda mitad del XVIII, significativamente mayor del que se infiere de las series decimales: 1) la Hacienda Real, desde 1761, administró directamente el Excusado en varias fases en los distintos obispados de la Corona de Castilla, lo que entraña que los datos brutos decimales, caso de no homogeneizar las series estimando el peso relativo de la casa mayor dezmera en cada parroquia, tienen un significativo sesgo a la baja en la medición del crecimiento agrario77; 2) cada vez son más las evidencias documentales que apuntan a que la defraudación en el pago del diezmo se incrementó en el último tercio del Setecientos, sobre todo en las diócesis de la España meridional, más de lo que hemos venido señalando78; y, 3) la diversificación de los cultivos que parece haberse registrado en diversas zonas sólo en parte y tardíamente quedó plasmada en la documentación decimal79. En suma, ésta tiende a subestimar de manera importante el crecimiento agrario en la segunda mitad del siglo XVIII. 73

Bengtsson (2004: 44).

En esta última tenían un gran peso las defunciones de los niños menores de un año, las cuales eran poco sensibles a las variaciones en las condiciones de acceso a los alimentos fundamentales. 74

En los casos de Albacete y Ciudad Real, el deficiente registro de los óbitos de párvulos en la primera mitad del siglo XVIII hace imposible esta comparación. 75

Teniendo en cuenta que el subregistro de defunciones de párvulos tendió, probablemente, a reducirse a medida que avanzaba el Setecientos, resulta verosímil que el diferencial de crecimiento vegetativo entre los intervalos citados fuese aún algo superior al que se desprende de los porcentajes expresados. 76

Las casas mayores dezmeras concentraban un porcentaje del producto agrario cercano o superior al 10 % en diversos obispados (Barrio, 2004: 261; Pérez Romero, 2009: 77). 77

Muñoz Dueñas (1994: 155-165); Rodríguez López-Brea (1995: 286-287); Robledo (2002: 211-213); Llopis y González Mariscal (2010: 21). 78

Diversos testimonios, procedentes en especial de fondos catedralicios, sobre todo a partir de 1760, revelan la creciente preocupación del alto clero secular por la firme resistencia ejercida por numerosos productores a satisfacer el diezmo correspondiente a los cultivos de reciente introducción, como la patata, o a cultivos cuya importancia había sido marginal o muy secundaria hasta entonces. 79

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En tercer lugar, vienen acumulándose testimonios que revelan modestos aumentos, en la segunda mitad del Setecientos, en el uso del factor trabajo, también del femenino, y cierta diversificación de las actividades productivas (pequeña producción manufacturera, mayor explotación del monte, participación en el transporte, en el comercio al por menor y en el suministro de pequeños servicios) en las economías familiares de diversas zonas rurales de la España interior, sobre todo en áreas próximas a las ciudades y a los itinerarios de los circuitos mercantiles, lo que las tornó, gracias a las nuevas fuentes de ingresos y a la mayor variedad de éstos, algo más resistentes frente a las adversidades económicas y a las enfermedades80. Es bastante probable que el producto no agrario creciese significativamente más que el agrario en las zonas rurales castellanas durante la segunda mitad del siglo XVIII. En cuarto lugar, la mejora de las infraestructuras viarias, las medidas liberalizadoras de los tráficos internos y externos de cereales y el desarrollo del comercio internacional contribuyeron a que los mercados funcionasen algo mejor y a que la volatilidad del precio de los granos se redujese en las plazas del interior y de la periferia en la segunda mitad del siglo XVIII, al menos hasta el inicio de los conflictos bélicos tras la Revolución Francesa, que ocasionaron una disminución y una mayor irregularidad de las importaciones de granos81 y coadyuvaron a elevar sus precios, circunstancia que favoreció a las zonas excedentarias de cereales de la España interior y constituyó un poderoso incentivo para la intensificación de las roturaciones 82. Los Cuadros 9 y 10 revelan la notable o muy notable moderación de las fluctuaciones interanuales de los precios del trigo en casi todos los mercados españoles después de la década de 176083. Resulta complicado determinar el grado de influencia de las variaciones en los niveles de inestabilidad de los precios de los víveres sobre la mortalidad general o adulta84, pero es indiscutible que dicho factor no puede obviarse en los estudios relativos a esta variable demográfica en la etapa pretransicional85.

El caso leonés puede servirnos de ejemplo (Sebastián, 2004: 161-164). Una visión más general en Sarasúa (2009) y Llopis (2012). 80

Cuando el flujo de importaciones de trigo se reducía y se tornaba más irregular, la volatilidad de sus precios aumentaba en los mercados de la periferia, pero también en los del interior. Sobre el desarrollo mercantil en la España de la segunda mitad del siglo XVIII y sobre las mejoras en el funcionamiento de los mercados de granos en ese período, véanse Pérez Sarrión (2012) y Llopis y Sotoca (2005). 81

82

Llopis (2012).

Esos dos cuadros se han elaborado con fuentes muy distintas: el primero con mercuriales o documentación de este tipo y el segundo con libros de cuentas de instituciones eclesiásticas, casi siempre fábricas de iglesias. De modo que los precios anuales del Cuadro 9, por años agrícolas, se han formado con numerosas observaciones que cubren todos los meses y los del Cuadro 10 a partir de un número mucho más reducido de registros, concentrados casi todos en los llamados “meses mayores”. Por tanto, la comparación de las cifras sólo resulta posible en el seno de cada cuadro. 83

84

Véase, por ejemplo, Pérez Moreda (2010b: 181-218).

Sobre las relaciones entre fluctuaciones interanuales del precio del trigo y mortalidad en Castilla la Nueva, véase Reher (2004: 26-31). Bengtsson, Campbell y Lee et al (2004) comparan los impactos de las carestías sobre las defunciones en varias comunidades europeas y asiáticas. 85

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Cuadro 9. Desviaciones típicas de las tasas logarítmicas de variación de los precios del trigo en siete ciudades españolas, 1725/26-1788/89 Períodos Granada Lleida Segovia Pamplona Girona Barcelona Valencia 1725/26-1756/57 0,349 0,249 0,284 0,186 0,156 0,114 0,143 1756/57-1788/89 0,240 0,185 0,236 0,158 0,134 0,102 0,148 Fuentes: Llopis y Sotoca (2005: 228-230). Cuadro 10. Desviaciones típicas de las tasas logarítmicas de variación de los precios del trigo en siete localidades de Castilla y León, 1725-1788 Períodos Zamora Burgos Ríoseco Ávila Arévalo Sepúlveda Salamanca 1725-1757 0,349 0,249 0,284 0,186 0,156 0,114 0,143 1757-1788 0,240 0,185 0,236 0,158 0,134 0,102 0,148 Fuentes: Llopis y Jerez (2001); Libros de Fábrica, Archivo Parroquial de Sepúlveda.

Y, en quinto lugar, en España, como en otros países europeos, el mayor compromiso de las instituciones públicas en la lucha contra el hambre contribuyó a mitigar la falta de alimentos durante las agudas crisis frumentarias a un sector no irrelevante de la sociedad86. En este sentido, resulta muy ilustrativo el notable crecimiento de los pósitos en la España interior durante la segunda mitad del siglo XVIII87. En suma, en la España interior, desde mediados del Setecientos, se registró una aceleración del crecimiento económico y, probablemente, una ligera elevación del PIB por habitante. Es cierto, sin embargo, que ello requirió de una cierta intensificación del factor trabajo y que fue acompañado de un aumento significativo de las desigualdades económicas, ya que las rentas territoriales aumentaron y la capacidad adquisitiva de los jornales menguó88. Ahora bien, en las dos Castillas, las familias que vivían exclusiva o casi exclusivamente de rentas salariales constituían una minoría y, además, algunas de ellas pudieron compensar en parte la caída de la retribución del factor trabajo aumentando el esfuerzo laboral de uno o de varios de sus miembros89. En suma, la evolución de los jornales no es un buen indicador de los niveles de vida en sociedades marcadamente rurales donde el número de pequeños productores superaba ampliamente al de meros asalariados y donde la intensidad en el uso del factor trabajo registraba alteraciones de cierto relieve. Tras las catástrofes demográficas y productivas de los primeros quince años del siglo XIX, la mortalidad volvió a descender, situándose en niveles inferiores, en mayor o menor medida, a los de la segunda mitad del siglo XVIII. Y este incremento 86

Flinn (1974: 311, y 1989: 139-141).

87

Anes (1969: 78-88).

Sobre el aumento de la renta de la tierra, García Sanz (1977: 296-310); Anes (1970: 273-291); Álvarez Vázquez (1987: 76-92); Sebastián (1990); Llopis (2002: 132-134). Sobre el descenso de los salarios reales, Reher y Ballesteros (1993); Moreno Lázaro (2002: 75-112); Llopis y García Montero (2011: 304-307). 88

Precisamente el deseo de muchas familias de pequeños productores y de asalariados de evitar la caída de sus ingresos, en un período en el que el crecimiento de las ciudades y del comercio estaba elevando los requerimientos de mano de obra, pudo inducirles a incrementar sustancialmente su oferta de trabajo, lo que intensificó el movimiento a la baja de los salarios reales. 89

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de las tasas de supervivencia también coincidió con un nuevo impulso económico que hizo posible una cierta mejora en la dieta gracias a la espectacular expansión cerealista, al desarrollo del cultivo de la patata y a la distribución algo menos desigual del ingreso agrario fruto del aumento en la defraudación en el pago del diezmo (y de la reducción de su tasa durante el Trienio), de la moderación de las rentas territoriales y del mantenimiento de los salarios en niveles relativamente altos hasta la década de 183090. A partir de entonces se produjo un repunte de la mortalidad originado por la primera guerra carlista y por las crisis acaecidas en este decenio y, luego, ya en las décadas centrales del siglo XIX, por el debilitamiento de las roturaciones, por el deterioro de las condiciones de acceso a la tierra para buena parte de la población rural y por el descenso de los salarios reales. En suma, por un nuevo e importante aumento de las desigualdades económicas91. 5. Conclusiones La tasa de mortalidad se mantuvo elevada en la España interior hasta las postrimerías del siglo XIX, pero los casos de Albacete y Ciudad Real corroboran la existencia de cambios significativos en el régimen demográfico del territorio primeramente citado desde mediados del siglo XVIII. En Albacete y Ciudad Real, aunque la falta de registro o el subregistro de los óbitos de párvulos en los decenios iniciales del Setecientos nos impidan ofrecer cifras precisas, todo apunta a que la mortalidad retrocedió, entre 1700-1749 y 1815-1864, cerca o algo más del 15 %. Fueron la moderación de la mortalidad adulta y la de la ordinaria las claves de tal descenso. En cuanto a la primera, la ratio defunciones adultos/bautizados disminuyó, de 1700-1749 a 1815-1864, un 18,3 % en Albacete y un 25,6 % en Ciudad Real, porcentajes de caída no muy distintos a los registrados en otras provincias castellanas en los mismos intervalos: 22,4 % en Burgos, 30,0 % en Ávila y 24,4 % en Guadalajara. Ni en Albacete, ni en Ciudad Real la mortalidad catastrófica perdió peso relativo entre la primera mitad del siglo XVIII y las cinco décadas posteriores a la Guerra de la Independencia. En la primera de estas provincias, el índice sintético de mortalidad catastrófica adulta ascendió a 381,6 en 1700-1749, a 250,6 en 1750-1799 y a 451,9 en 1815-1864; en la segunda, a 348,0 en 1700-1749, a 360,3 en 1750-1799 y a 345,3 en 1815-1864. De modo que la moderación de las crisis de mortalidad después de mediados del siglo XVIII no fue un fenómeno completamente generalizado en España92. Ahora no estamos en condiciones de determinar si los casos de Albacete y Ciudad

90

Pérez Moreda (1980: 409); Llopis (2010: 335-355 y 360-364).

91

Llopis (2010: 363-366).

En Ávila (muestra de 38 localidades), el índice sintético de la mortalidad adulta fue de 387,2 en 17001749, de 236,3 en 1750-1799 y de 253,3 en 1815-1864; en Burgos (muestra de 72 localidades), de 358,0 en 1700-1749, de 120,1 en 1750-1799 y de 191,9 en 1815-1864; y, por último, en Guadalajara (muestra de 29 localidades), de 566,4 en 1700-1749, de 252,2 en 1750-1799 y de 367,9 en 1815-1864. 92

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Real son excepcionales o, por el contrario, la no moderación de la mortalidad catastrófica fue también compartida por buena parte de los territorios de la España meridional interior. Lo que sí resulta bastante claro es que el retroceso de la mortalidad en Albacete y Ciudad Real, al menos hasta finales del segundo tercio del siglo XIX, obedeció en exclusiva o casi en exclusiva a la mitigación de la mortalidad ordinaria. En lo que concierne al repunte transitorio de la mortalidad en los primeros quince años del Ochocientos, la violencia de este movimiento alcista fue mayor en Ciudad Real que en Albacete; además, en la primera de estas provincias se registró, en ese intervalo, un saldo vegetativo claramente negativo, mientras que en la segunda este último fue positivo, aunque muy exiguo. En cuanto a las causas del declive de la mortalidad en los territorios de la España interior, poco puede aportar esta investigación. No obstante, nuestra visión de la historia económica del período nos induce a proponer la hipótesis de que fue la leve mejora en el nivel de vida de los castellanos, tanto durante la segunda mitad del siglo XVIII como después de la Guerra de la Independencia, el motivo fundamental de dicha moderación. Por último, cuando el caso de la España interior se coloca en el espejo europeo, conviene tener presente: 1) que hacia mediados del siglo XVIII nuestro país, y especialmente sus zonas interiores, presentaba una tasa de mortalidad netamente superior a la que entonces registraba la mayoría de los territorios de la Europa septentrional y noroccidental; 2) que hacia 1750 Francia exhibía unas cifras parecidas a las de España, pero la mortalidad, durante la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del XIX, cayó en tierras galas de manera bastante más intensa que en la Península (Francia convergió, en el ámbito de la mortalidad, con los países nórdicos y del Mar del Norte, mientras que España no se aproximó a estos últimos); y, 3) que la mortalidad infantil y juvenil tuvo un comportamiento muy distinto en los territorios castellanos que en la mayor parte de regiones de Europa occidental: en aquéllos apenas declinó mientras que en éstas el retroceso fue muy considerable y en no pocos casos constituyó, además, el factor de mayor enjundia en el aumento de la esperanza de vida durante la primera fase de la transición demográfica. En cualquier caso, en la España interior, en el transcurso del siglo y medio que precedió al comienzo de la transición demográfica, se produjeron cambios importantes en la mortalidad. El principal, sin duda, el significativo incremento de las tasas de supervivencia de la población adulta.

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