XIV CONGRESO INTERNACIONAL DE HISTORIA AGRARIA

XIV CONGRESO INTERNACIONAL DE HISTORIA AGRARIA (Badajoz, 7-9 de noviembre de 2013) “¿De quién fueron esos olivos? La participación femenina en el neg...
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XIV CONGRESO INTERNACIONAL DE HISTORIA AGRARIA (Badajoz, 7-9 de noviembre de 2013)

“¿De quién fueron esos olivos? La participación femenina en el negocio del aceite en la Hispania romana”.

Silvia Medina Quintana (Grupo Deméter. Historia, mujeres y género Universidad de Oviedo)

Sesión: Simultánea A.1.: Jornaleras, campesinas y agricultoras. La Historia Agraria desde una perspectiva de género. Coordinada por Teresa Mª Ortega López (Universidad de Granada).

Resumen En la presente comunicación se analiza la participación de las mujeres en el negocio del aceite, uno de los más florecientes de Hispania en época imperial. Entre los siglos I y III d. C. se exportaron grandes cantidades de este producto desde las regiones béticas, principalmente, hasta Roma, el resto de la Península Itálica y otras zonas del Imperio. Parte indispensable de la cultura mediterránea, ya que no solo tenía un uso alimenticio, el comercio del aceite permitió el desarrollo urbano de numerosas ciudades y el enriquecimiento de algunas familias de las oligarquías locales. Pese a la imagen de domesticidad que se nos ofrece de las mujeres en la sociedad romana, hubo presencia femenina en muchos sectores productivos, entre ellos el agrario. Rastrear el trabajo de las mujeres en este sector no es fácil, por la escasa información con que contamos y la visión sesgada de los autores literarios, pero hay indicios para suponer que desde esclavas y libertas a mujeres libres tuvieron una presencia destacada en el campo hispano. 1

En cuanto al negocio del aceite, gracias a los restos anfóricos conoceremos el nombre de propietarias de terrenos olivareros, de talleres cerámicos donde se realizaban las ánforas y la participación femenina en el traslado y comercio del aceite. En definitiva, mediante este texto se pretende reconocer el protagonismo de las mujeres en la producción agrícola, especialmente en la aceitera.

Abstract In this paper, we analyse women’s involvement in oil business, one of the most flourishing businesses in Hispania during the Empire. Between I and III century, great amounts of this product were exported from the Baetic region to Rome, the Italic Peninsula and other places of the Empire. Oil was not only foodstuff, but an essential element of the Mediterranean culture, and its trade prometed the urban development of many cities, and the prosperity of certain local oligarchy families. In spite of the image of domesticity related to the woman in roman society, women were present in many productives areas, as the agrarian one. It is not easy to track women’s work in this area, due to a lack of information and the biased vision of the classic authors, but there are signs enough to imagine that slaves, freedwomen and free women were really present in Hispania. Thanks to the archaeological remains of pottery, we know the name of female owners of olive groves, the pottery workshops where amphora were made, and the women’s involvement in oil transportation and oil business. In brief, this text wants to show the importance of the women in agricultural production, specifically in the oil sector.

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1.- La importancia del olivo y del aceite en la economía hispana. En gran parte de las sociedades antiguas del Mediterráneo, la producción se basaba fundamentalmente en tres elementos: el olivo, la vid y el trigo (o cereales, en general), grupo que es denominado como la triada mediterránea. En las culturas griega, romana y fenicia, entre otras, estos tres productos tuvieron un protagonismo indiscutible en su desarrollo económico, así como un fuerte carácter simbólico (Chic García, 2010). También lo fue en la Península Ibérica, donde el aceite se convirtió en uno de los productos básicos de la economía hispana1. De esta forma, en la época altoimperial (siglos I-III) miles de barcos trasladaron el aceite desde los centros de producción, especialmente en la provincia Bética, hasta Roma. Y no sólo llegaron a la Caput Mundi, sino también a otros puntos del Imperio, como Francia, Inglaterra, Países Bajos, Suiza, Alemania y Egipto, donde se han encontrado restos de ánforas que contenían el preciado producto (Vaquerizo Gil, 2011: 613). Es sabido que en el siglo I d. C. los emperadores iniciaron una política para incentivar la producción de aceite en las provincias hispanas, con el objeto de atajar la crisis que existía en la Península Itálica y abastecer de este artículo a la población, especialmente en Roma, y también al ejército que se encontraba en el limes (Britania y el Rhin) (Vaquerizo Gil, 2011: 612). Por esta razón, Octavio Augusto creó, entre los años 6 y 8 d. C., la Prefectura Annonae, que se encargaba de suministrar trigo y aceite de manera gratuita a la plebe, para evitar las sublevaciones de los grupos empobrecidos que poblaban Roma, temor frecuente entre los emperadores y gobernantes de la Urbs. De la importancia que este elemento tuvo para Hispania da cuenta el hecho de que en las monedas aparezca con frecuencia un olivo, o la rama de este árbol, para representar a Hispania. Así ocurrió bajo el gobierno de Adriano, de origen hispano, uno de cuyos áureos representa la efigie del emperador en el anverso mientras que el reverso muestra una alegoría femenina de Hispania portando una rama de olivo (Vaquerizo Gil, 2011: 607).

Conocemos el grado de exportación del aceite bético a la Península Itálica gracias a las excavaciones llevadas a cabo en el monte Testaccio, Roma. Se trata de un basurero, un montículo artificial, creado a partir de las ánforas contenedoras de aceite, 1

Una obra clásica, referencia fundamental para el estudio del aceite en Hispania, es la coordinada por Jose Mª Blázquez y José Remesal, que recoge las contribuciones al II Congreso Internacional sobre la producción y comercio del aceite, celebrado en los años ochenta (Blázquez; Remesal, 1983).

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las cuales eran depositadas en esta zona una vez vacías, dado que no se podían reaprovechar. El tipo de ánfora que se utilizaba para almacenar el aceite, denominada en términos arqueológicos Dressel 20, era una pieza grande, de treinta kilos de peso, que podía albergar sesenta litros de aceite (Vaquerizo Gil, 2011: 632). Algo más de dos centurias (entre los reinados de Augusto y de Galieno) de acumulación de escombros en el Testaccio permiten calcular que hasta allí llegaron, al menos, cincuenta y tres millones de ánforas, lo que se traduce en unos cuatro mil millones de litros exportados de Hispania a Roma (Vaquerizo Gil, 2011: 636). A partir del siglo III se siguió exportando aceite desde las regiones béticas, pero ya no se dirigía a Roma, que era abastecida por África, sino a los territorios del norte de Europa, donde estaba el ejército; esto explica que desde el siglo III no aparezcan ánforas hispanas en el Testaccio (Fornell Muñoz, 2007: 114). La extensión en Hispania de las villae se produjo durante la etapa imperial, aunque algunas evidencias arqueológicas de etapa republicana se han interpretado como villae, todas ellas ubicadas en las regiones que primero fueron romanizadas, como el noreste peninsular, el valle del Ebro, el valle del Guadalquivir y la costa mediterránea (Ariño Gil; Díaz, 1999: 164). La villa se diferencia de la granja en que, aunque ambas son modelos de explotaciones del campo, en la villa hay un importante componente residencial y de representación. Como señalan Enrique Ariño y Pablo C. Díaz: Conforme mejor conocemos la naturaleza exacta de las villas, observamos que el factor funcional, de explotación agrícola, es un aspecto más y quizá no el principal a la hora de definirlas. La villa responde a un patrón cultural que considera deseable la construcción de grandes residencias rurales en las que el propietario manifiesta su riqueza y su orgullo de pertenecer a una clase. Un lugar para residir temporalmente con todas las comodidades de la ciudad, pero también un escaparate en el que lucir su éxito e importancia ante los demás. De ahí la presencia en ellas de objetos de lujo poco útiles para la vida campesina, de triclinios, salas absidiadas y enormes estancias pavimentadas con mosaico, termas, fuentes y conjuntos escultóricos (Ariño Gil; Díaz, 1999: 160).

En general, las villae eran centros de producción mixta, agrícola y ganadera, pero en algunas zonas fértiles y bien comunicadas hubo una semi-especialización mediante el cultivo de la vid, el olivo o los cereales, como sucedió en el valle del Guadalquivir con el olivo (Fornell Muñoz, 2007: 107-108). Hay documentadas villae con instalaciones para el prensado y obtención de aceite por todo el sur peninsular y en algunas regiones se podría hablar prácticamente de una producción casi industrializada. Veremos a continuación en qué consistía el proceso de elaboración del aceite bético.

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2.- El proceso de producción y comercialización del aceite. En los tratados escritos por los agrónomos, como Varrón, Columela, Plinio y Catón, aparecen referencias al cultivo y cuidado de los olivos, y a la producción del aceite. Ciertamente, no se trata de una información exhaustiva, pero sus textos pueden facilitar el conocimiento sobre el modo en que se produciría este elemento en la sociedad romana. Parece que era habitual que los olivares se usaran también como pastos para el ganado y para cultivar cereal o vid, en cuyo caso se separaban las hileras más de lo que era frecuente, aproximadamente entre 25 y 170 árboles por hectárea, según cuentan Plinio y Columela (Vaquerizo Gil, 2011: 608). Los autores antiguos recomiendan recoger la aceituna con la mano –ordeño-, especialmente aquella que se va a consumir en mesa. En su defecto, la que va a ser destinada a aceite puede varearse, siempre con cuidado para no estropear el fruto. Una vez retirada del árbol y limpia, se trasladaba al lugar de prensado lo más pronto posible, ya que no era recomendable que pasara mucho tiempo amontonada. Por este motivo, según señala Plinio, las almazaras funcionaban día y noche (Vaquerizo Gil, 2011: 613, 615). En el siguiente estadio del proceso para la obtención del aceite se prensaba la pasta resultante tras triturar la aceituna, y tanto la arqueología como la iconografía ofrecen información sobre los diferentes modelos de prensas que existían en las almazaras hispanas. Después del prensado, el aceite que tenía peor calidad era empleado para la iluminación, mientras que los huesos servían de abono, combustible o también para usos medicinales (Vaquerizo Gil, 2011: 624). Desde las almazaras se transportaba el aceite hasta los puntos principales de distribución. Como es sabido, en el mundo antiguo la navegación fue el medio de transporte más rápido, y se realizaba tanto por mar como por río. Esto explica el recorrido del aceite desde los fundi, donde se producía, hasta Cádiz, a través de los ríos Guadalquivir y Genil, donde era embarcado para Roma. En ocasiones había figlinae, es decir, los talleres alfareros donde se producían las ánforas para el transporte del aceite en los mismos centros de producción, lo que podría indicar que formaban parte de un mismo negocio o pertenecían al mismo propietario. Pero otras veces estaban más próximos a los ríos, con el objetivo de evitar el traslado de recipientes muy pesados y 5

voluminosos, por lo que el aceite sería almacenado en odres de piel en los fundi, llevado por río hasta cerca de la desembocadura y, allí, se vertería en las ánforas olearias creadas para tal fin en talleres cercanos. Hasta el momento se conocen más de cien figlinae en el valle medio del Guadalquivir, donde trabajarían, por lo menos, doscientos cincuenta alfareros (Vaquerizo Gil, 2011: 609 y 630-631). Desde Sevilla, se trasladaba el aceite hasta Roma, hasta Britannia, o hasta las costas galas, donde era trasladado nuevamente por río hasta los puntos fronterizos del Rhin, para abastecer a las tropas, tal como se ve en la siguiente imagen:

Fig. 1. Mapa de la exportación del aceite bético. (Extraído de Vaquerizo Gil, 2011: 633).

3.- Las mujeres y el trabajo agrícola en la sociedad romana. Para hablar de la presencia femenina en la agricultura romana, conviene acercarse a la imagen que nos ofrecen los tratados de los agrónomos, siempre sin olvidar que son textos teóricos fruto de la idealización. En ellos, destaca la figura de la vilica o casera; aunque mayoritariamente se ha traducido el término vilica como esposa del capataz, no hay razón para reducir este término a una relación respecto al varón y no concebirlo como una ocupación (Rubiera Cancelas 2010). La vilica, en sustitución de la mater familias, es un personaje fundamental para el buen desarrollo de la hacienda; así, Columela indica que hay que instruirla para que sea eficiente y, a pesar de la supuesta debilidad femenina y el topos de la fragilitas sexus, indica que la casera debe estar en buen forma física para hacer frente a las distintas actividades a lo largo del día (Columela, XII, I). 6

Para Columela, la vilica debe encargarse de una serie importante de actividades, la mayoría de las cuales son, en definitiva, las ocupaciones de las mujeres en las zonas rurales. En su enumeración del trabajo de la casera, sigue la línea que había establecido Jenofonte, y, de hecho, reproduce un párrafo de la obra del primero para describir tales actividades (Columela, XII, 2 y 3). La vilica debe velar porque los productos sirvan para abastecer a todos los habitantes de la casa, preocupándose de que no se echen a perder los alimentos y aceptando únicamente los que estén en buenas condiciones, prepararlos para el consumo o bien para su almacenaje, de modo que la producción alcance para todo el año. También tiene que dirigir y controlar el trabajo que realizan las esclavas, distribuir las labores entre ellas y los esclavos que permanezcan en el interior de la casa para alguna actividad concreta (pues en general, lo habitual era que los esclavos estuvieran en el exterior, realizando labores agrícolas) y preocuparse de su buen estado físico, llevándoles, si era necesario, a la enfermería. Aunque la mayoría de las actividades femeninas se enmarcan en el interior de la casa, Columela menciona algunas en el exterior, tales como estar presente cuando los pastores ordeñen las ovejas y las cabras, ayudar cuando las crías estén alimentándose y colaborar durante el esquilado, recogiendo la lana que, posteriormente, deberá ser tratada por todas las mujeres de la casa, así como participar en actividades fundamentales del calendario agrícola, como la vendimia o la recogida de la aceituna. En el caso de las esclavas, tendrían además que acudir por agua a la fuente, uno de los tradicionales espacios de sociabilidad femenina, junto con el mercado y el lavadero (Martínez López, 2006: 168 y 169). Esto pone de manifiesto que, aunque Columela y los agrónomos, en general, insistan en reducir la actividad femenina en exclusiva al ámbito doméstico, las mujeres también trabajaban en el exterior de la vivienda, como reconoce el propio autor: “En los días lluviosos o cuando los fríos o las heladas no dejaren a las mujeres emplearse al raso en los trabajos rústicos, las lanas estarán preparadas y cardadas prestas a ser trabajadas y así puede ella dedicarse con más facilidad a esta tarea y no echársela a otras” (Columela, XII, III). Columela señala que la vilica debe permanecer siempre activa, realizando alguna actividad, lo que en cierta medida viene a reconocer la importancia de la labor llevada a cabo por la mujer, sin la cual la hacienda no podría mantenerse. 7

Como apunta Cándida Martínez, el desarrollo de estas unidades agrícolas (y del propio funcionamiento económico de Roma, que se sustentaba en gran medida sobre estas explotaciones) no puede explicarse sin reconocer el trabajo realizado por las mujeres y sin atender a la división de género de las actividades económicas. Columela no refleja a las campesinas, ya que su obra es un escrito teórico dirigido a los terratenientes aristocráticos, de manera que las mujeres que aparecen, la vilica y las esclavas, son una idealización, a pesar de lo cual queda bien reflejado el trabajo fundamental que llevaban a cabo (Molas Font, 1996: 137). En definitiva, las mujeres realizarían actividades fundamentales para el sustento de las unidades agrícolas. En el caso de las esclavas de grandes explotaciones participaban fundamentalmente mediante sus quehaceres en el interior del hogar, dirigidas por la vilica, aunque con presencia también en el exterior. Mientras, las pequeñas propietarias o arrendatarias, junto a las actividades de mantenimiento y cuidados, desarrollarían sin duda labores agrícolas y ganaderas en el exterior del hogar.

4.- La propiedad femenina de los fundi. Se tiene constancia de mujeres propietarias pertenecientes a la familia imperial y a las clases elevadas de la sociedad, tanto en la propia Roma y demás zonas de la Península Itálica, como en otros puntos del Imperio, e incluso en el Digesto se contempla la presencia de mujeres arrendatarias (Martínez López, 2002: 93). Algunos autores antiguos, por ejemplo Tácito o Plutarco, tratan en sus obras a las mujeres de la familia imperial, aunque sea indirectamente, y ponen de manifiesto las posesiones que tenían a título propio y de las que podían disponer y disfrutar, especialmente villas alejadas de la corte donde pasaban largas temporadas para gozar de una vida más apacible y tranquila; por citar algún caso, Domitia, esposa de Domiciano, disponía de latifundios y de rebaños de ganado; Ulpia Marciana, hermana de Trajano, tenía dos villas en la Península Itálica, y Melania la Joven disfrutó de dominios en Sicilia, África, Hispania y Britania. También en la Península Ibérica encontramos propietarias; la literatura refiere el caso de Helvia, de quien ya se habló, que disfrutaba de un importante patrimonio en Hispania. En esta línea podemos situar también a Marcela, la mecenas de Marcial en su exilio hispano, que era una mujer con grandes propiedades, pues le cedió al poeta una 8

amplia villa con bosque, huerto, prados y un palomar a las afueras de la ciudad de Bilbilis, Calatayud, lo que da muestra de la gran fortuna que poseía (Mirón Pérez 2000: 60, 64 y 67). Respecto a la epigrafía hispana, contamos con tres ejemplos en los que una mujer aparece definida con claridad como propietaria; sin embargo, existen muchas evidencias para suponer que otras mujeres lo fueron, aunque las inscripciones no lo expliciten. Las mujeres a las que nos hemos referido hasta ahora eran propietarias de tierras, y la riqueza de su familia, es de suponer, provendría fundamentalmente de estas posesiones agropecuarias. Pero también conocemos de la existencia de arrendatarias; así, en un epígrafe de la zona de Argelia se menciona a varias arrendatarias. Se trata de una inscripción fechada entre los años 218 y 222 d. C. donde se establecen turnos para utilizar la canalización del agua entre los arrendatarios de la zona; entre las personas que arrendaban parcelas aparecen diez mujeres a la cabeza de las explotaciones, un documento de gran interés (Martínez López, 2002: 93-94). Es decir, tenían capacidad jurídica para poseer y alquilar tierras, y se pudieron dar en Hispania situaciones similares. Por supuesto, debemos tener de igual forma en consideración a las pequeñas propietarias, esposas del campesino libre, que pudieron ser herederas y legar sus reducidas parcelas. No obstante, la información que tenemos al respecto es aún más limitada que la relativa a las propietarias ricas.

5.- La participación femenina en el negocio del aceite. Las familias de la Bética poseían propiedades que les permitían exportar aceite a diversos puntos del Imperio, e intervenían prácticamente en todo el proceso productivo, desde la materia prima hasta el producto final; es decir, controlaban el cultivo del olivo en las grandes extensiones del sur de la Península, el proceso de convertirlo en aceite, su envasado en los recipientes fabricados en los talleres cerámicos de la familia, y su traslado para comercializarlo a través de los diffusores olearii, encargados de comprar los productos en Hispania y trasportarlos a otros lugares, especialmente a Roma (Gallego Franco, 1991: 100-103). Se conoce la existencia de muchas mujeres que 9

intervinieron en este negocio, desde las propietarias de fundi donde se cultivaban los olivos, hasta mujeres que ejercieron de difussores olearii. Los nombres de las propietarias de fundi se conocen gracias a las inscripciones realizadas en las vasijas que contenían el aceite bético. En las ánforas olearias se inscribía el nombre del dueño o dueña del latifundio y también el del taller cerámico donde habían sido realizadas dichas ánforas; en ocasiones, como ya se dijo, un mismo propietario podía tener tanto la propiedad agraria en donde se producía el aceite, como la del taller en el cual se fabricaban los recipientes para contenerlo. Se han conservado más de treinta nombres de propietarias de fundi, un número significativo de propietarias de los mismos que evidencia la participación de las mujeres en el negocio del aceite. De la gran mayoría de propietarias se conserva su onomástica completa, como por ejemplo, de Aelia Aeliana, Aelia Marciana o Aelia Supera, pertenecientes a una de las familias más destacadas de la Bética, los Aelios2. La mayoría de las damas mencionadas en las ánforas olearias porta una onomástica claramente latina, lo que indica que debían ser ciudadanas, incluso en el caso de las que llevan un único nombre. Como se ha señalado, en las inmediaciones de las grandes plantaciones olivareras existían los talleres de producción cerámica, las mencionadas figlinae. La epigrafía recuperó el nombre de algunas propietarias de estos talleres que dejaron grabada su seña de identidad en las ánforas. En Astigi –Écija- había dos figlinae; una estaría bajo la propiedad de una pareja, Iuni Melissi y Melissa, y otra que aparece sólo a nombre de una mujer, Iulia Terentiana. Ambos talleres estarían activos en el siglo III d. C., fecha en que han sido datados las ánforas realizadas en esas figlinae. Cerca de Astigi se evidencia otro caso de taller cerámico a cargo de una mujer; se trata de la figlina de Iulia Urbica, situado en Hispalis. Y se conserva el nombre de otra propietaria de taller, Maria; este término está registrado entre las poseedoras de fundi, y varias de las

mujeres que ejercen de

diffusores olearii llevaban esta onomástica, pero no se puede determinar con más precisión si alguna de estas féminas es Maria, la propietaria de la figlina, al no aparecer registrada la palabra completa (Gallego Franco, 1991: 101). El paso siguiente en el proceso productivo del aceite sería la comercialización del mismo. Los mercatores o diffusores olearii se encargaban de comprar el producto y 2

Sobre la importancia de esta familia, los Aelii, en el negocio del aceite, vid. Chic García (1992).

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conducirlo por todo el Imperio, aunque era en la Península Itálica donde más demanda había. Su nombre también figura en las ánforas olearias, de manera que hay recogidos varios casos de mujeres hispanorromanas definidas como diffusores olearii. La mayoría son del siglo II d. C., fecha en que la exportación a Roma generaba una gran actividad comercial: Acilia Felicissima, Antonia Agathonices, Cornelia Placida, Licinia Optata y Maria Fesiana. También de esta centuria se conoce el caso de Caecilia Charitosa, que trabaja en sociedad con su padre Caecilius Onesimus (Gallego Franco, 1991: 102). De hecho, en Roma está registrada una negotiatrix olearia ex provincia Baetica, que se encargaría de la comercialización en la capital del Imperio del aceite bético (Rodríguez Neila, 1999: 93). En el siglo III d. C., a pesar de que la exportación de aceite se ve reducida, se tiene referencia de dos mujeres dedicadas al comercio de este producto, aunque sus nombres no se conservan completos. Si bien no están documentadas en Hispania, en Egipto hay constancia de propietarias y arrendatarias de navíos o barcos dedicados al transporte comercial, por lo que en la Península Ibérica también podrían existir mujeres vinculadas de esta forma a la exportación del aceite hispano.

6.- El oro líquido: riqueza y beneficencia. En este apartado se muestra el uso de la riqueza proveniente del negocio del aceite para fines caritativos, como fue el evergetismo, practicado por muchas de las familias de la elite dedicadas a este sector. El evergetismo es un fenómeno característico del mundo antiguo mediante el que personas particulares hacían frente a gastos cívicos o públicos, como la construcción o reparación de templos, estatuas, acueductos, fuentes y termas, organización de juegos circenses, teatro y otros espectáculos, repartos de comida o de dinero… (Melchor Gil 1999; Cid López 2009). Incluso algunas acciones evergéticas incluían el reparto gratuito de aceite, aunque no hay atestiguado ningún caso en Hispania de donación femenina de este producto. Genaro Chic considera, en relación al evergetismo, que:

Olvidamos con demasiada frecuencia que el mundo antiguo rechazaba los impuestos, sobre todo los directos, como signo de esclavitud que eran. Y que el evergetismo, o sea la compra de las voluntades pagando a cada uno según su precio social, fue un principio esencial en esos

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primeros elementos urbanos que se mostraban así como un marco inmejorable de representación (Chic García, 1999: 246).

Una de esas mujeres relacionadas con el negocio del aceite, Aelia Optata, es conocida gracias al material epigráfico, aunque en este caso no por las ánforas olearias sino por las inscripciones que recogen sus actos de evergetismo. Se conservan dos inscripciones del siglo II d. C. en las que Aelia Optata aparece mencionada; una de ellas está dedicada por sus herederos, quienes cumplen su voluntad de erigir una estatua a Quintus Aelius Optatus, algo que, como sucedía en ejemplos anteriores, dejó estipulado en el testamento3. El otro epígrafe corresponde a la realización de otra estatua, en este caso a su hijo, Lucius Aelius Mela, con motivo del cual Aelia Optata sufraga un banquete público para los decuriones, un gesto habitual de evergetismo4. Estas evidencias muestran la capacidad económica de Aelia pero, además, sirven para situar a esta mujer en el negocio del aceite, ya que ambos varones, a quienes dedica sendas estatuas, están registrados en marcas de ánfora como propietarios de fundi y de figlinae. Por lo tanto, aunque no aparezca directamente implicada en el negocio, es probable que Aelia Optata interviniera de alguna manera en él, teniendo en cuenta que era integrante de una de las familias béticas más destacadas de entre las que se dedicaban a la producción de aceite. De igual modo que sucedía con el caso de Aelia Optata, conocemos el nombre de varias mujeres que aparecen en la documentación epigráfica, aunque no en ánforas, y que pertenecen a familias dedicadas al comercio del aceite, pudiendo haber intervenido en él aunque no haya constancia expresa. Una de estas féminas es Aemilia, a quien se le dedica una estatua bajo la advocación de Venus; esta Aemilia es la hija de Marcus Aemilius Rusticus, un diffusor olearii de Ilipa, la actual Alcalá del Río, en Sevilla5. Otro ejemplo es el de Aponia Montana, de quien se conservan dos epígrafes por la ofrenda que realizó como sacerdotisa del culto imperial, dedicado al emperador y a su familia. Apia Montana manda erigir dos estatuas de plata en Astigi y en una de las inscripciones que recogen este acto aparece reflejada como la madre de Caesius Montanus, hijo de un diffusor olearii, lo que atestigua las relaciones entre dos familias importantes del comercio de aceite, los Aponii y los Caesii6. 3

CIL II 2329; CILA II, 168; AE 1953, 19. CIL II2/5, 849; CIL II 5492. 5 CIL II 2326; CILA II, 165; HEp 9, 1999, 518; AE 1999, 822; AE 1999, 893; AE 2000, 722. 6 CIL II2/5, 1166; CILA II, 696; HEp 3, 1993, 344; AE 1988, 724. 4

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El caso de Caecilia Trophime, también del siglo II d. C., pone en evidencia de nuevo las relaciones endogámicas entre los comerciantes de aceite y la presencia en este negocio de las mujeres. Caecilia Trophime ordena en su testamento erigir una estatua a la Pietas en Astigi, algo que cumplen su heredero, Decimus Caecilius Hospitalis, y sus herederas, Caecilia Materna y Caecilia Philete; el primero era un diffusor olearii que estaba asociado con el padre de Caecilia Materna, lo que muestra cómo los Caecilii eran uno de los más importantes linajes de negociantes de aceite bético (Gallego Franco, 1991: 103)7.

7.- A modo de balance. Como se ha intentado presentar en esta comunicación, resulta evidente que en una época de romanización plena como lo fue el siglo segundo de nuestra era, existieron mujeres que intervinieron en uno de los negocios más florecientes de Hispania. Éstas pertenecían a las grandes familias cuya riqueza estaba basada en el negocio del aceite, que conformaban la elite de la sociedad y, por tanto, controlaban el poder político. Por este motivo realizaron actos de evergetismo mediante los cuales demostrar su capacidad económica, conseguida gracias a su participación en el mencionado negocio. Pero en las capas inmediatamente inferiores, es muy probable que mujeres libres y libertas participaran de algún modo en este negocio aceitero; por ejemplo, en los fundi las esclavas también desempeñaron labores, tanto en la recogida de la aceituna como en el proceso posterior (Martínez López, 2002: 80 y 81). Asimismo, también podrían participar en la producción y comercialización de otros productos con gran demanda, como la sal o el conocido garum hispánico, aunque no contamos con ningún testimonio epigráfico al respecto. En estos casos es mucho más difícil rastrear la información, ya que las fuentes escritas no atendían a las capas más desfavorecidas de la sociedad. En definitiva, se ha pretendido analizar con algo más de profundidad la producción y comercialización del aceite porque, al tratarse de una actividad destacada en la Hispania romana, contamos con más fuentes para estudiarla. El acercamiento a este negocio ha puesto de manifiesto que las mujeres también intervinieron en él,

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CIL II 2559; CIL II 5639; ILS 7728; AE 1990, 544.

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configurándose como un elemento activo en el sistema económico, del mismo modo que también lo fueron las mujeres de condición humilde, con su fuerza de trabajo.

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