RAMÓN ILLÁN BACCA Selección,prólogo y notas

Veinticinco cuentosbarranquilleros

UNIVERSIDAD DEL NORT[ BIBLIOTECA

Ediciónde Alfredo MarcosMaría

Ediciones

Uninorte

Barranquilla, Colombia

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~Vl CO863.42 Veinticinco cuentosbarranquilleros / V427 comp. Ramón Illán Bacca.-Barranquilla : Ediciones Uninorte, 2000.

296p.

ISBN: 958-9105-96-3

1. Cuentos colombianos l. Bacca,Ramón Illán, comp.

La investigación que sirvió de basea esta obra fue patrocinada por el Centro de Estudios Regionalesde la Universidad del Norte -CERES.

@Ramón Illán Bacca,2000 @Ediciones Uninorte,2000 coordinación editorial Zoila Sotomayor Oliveros levante de textos Myriam de la Hoz Comas diseño y diagramación Luz Miriam Giraldo Mejía soporte informático Shirley Suárez editor Alfredo Marcos María

impreso y hechoenColombia Javegraf Calle 50N° 79-54,interior2 ParqueIndustrialSanCayetano Santaféde Bogotá printed and made in Colombia

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Marsolaire Amira de la Rosa

55

Lo que decían los carteles Eduardo Arango Piñeres

77

Cambio de clima Antonio Escribano Belmonte

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El baile Carlos Flores Sierra

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Recordando al viejo Wilbur' Julio Roca Baena

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Los muchachos Álvaro Medina

119

Retrato de una señora rubia durante el sitio de Toledo Alberto Duque López

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La Sala del Niño Jesús Márvel Moreno

149

El ocaso de un viudo Ramón Molinares Sarmiento

165

Historia de un hombre pequeño «Guillermo Tedio»...,

175

En la región de la oscuridad Jaime Manrique Ardila

185

201

Cuentos cruelesbreves Alvaro

Ramos

,

La tercera alusión Walter FernándezEmiliani

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Un asunto de honor Antonio del Valle Ramón

Historia del vestido Julio Olaciregui

Vamosa encontrar tu paraguasnegro, Margot Jaime Cabrera Sánchez

Historia de Juan.Torralbo «Henry Stein»

...247

Vedadosde ilusiones Miguel Falquez-Certain

261

Agradecimientos A JoséLuis Ramos, coordinador del CERES.

A Ariel Castillo, por sus valiosos consejos.

A William Salgado Escaf, por el préstamo de su colección de «Vía Libre».

A Luz Miriam Giraldo Mejía, Myriam de la Hoz Comas, Zoila Sotomayor Oliveros y Alfredo Marcos María, por su apoyo editorial.

A Alberto Campo Tomé, por la corrección de pruebas.

A los integrantes de la tertulia de la Librería Vida, por sus incansables críticas y vapuleadas verbales,que me acicataron a hacer esta selección -y terminarla.

Proemio

RAMÓN ILLÁN BACCA

Esta seleccióntiene su gestacióndesde los lejanos días en que reunido con el inolvidable Germán Vargas Cantillo -miembro de número del «Grupo de Barranquilla» y el patriarca sin otoño de nuestros letras mientras vivióbarajábamos una y otra vez nombres para algo que pensábamos era una antología necesaria, pero que no lograba salir a la luz. Pasado el tiempo se hizo cada vez ineludible la presencia de un libro, no necesariamente una antología, que llenara ese vacío. Ahora, cuando se habla del cuento en Colombia, siempre sehacereferencia aJoséFélixFuenmayor,Alvaro CepedaSamudioy Marvel Moreno como los más destacados en el género. Sin embargo, sepresenta la paradoja de que sus trabajos se dan en antologías nacionales del cuento, pero no hay una antología regional donde se puedan detectarrelacionese influencias y vasos comunicantes. En resumen, todo lo que llamaríamos complicidades literarias. Este libro intenta cumplir esa función. Con la presentaciónde estosveinticinco cuentistas, la

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intención va encaminada no tanto a ofrecer excelentes cuentos, como mostrar el proceso del género en Barranquilla. Por esoalgunos de los cuentospresentados son más importantes que buenos. Así es como se les da una amplia representación a los cuentos de la primera mitad del siglo, a pesar de cierto prurito de mucho tiempo en el que sesostuvo que antesde García Márquez y CepedaSamudio el cuento no había tenido presenciaen Barranquilla y el departamento del Atlántico. En este libro sepretende subsanareseerror, y por esosecomienza con el nombre de Víctor Manuel García Herreros, con Ocaso,publicado en la revista Caminosen 1922.Son sus cuentos de un humor negro, que si bien nos dejan en la duda de si fueron influidos por el inglés Héctor Munro «Saki», un autor todavía muy desconocido entre nosotros, si es innegable la sombra de Swift o tal vez Wilde. García Herreros, nacido en Cartagena y domiciliado en Barranquilla, donde ejercía el periodismo, es de los primeros cultivadores en el país del cuento breve cruel. Fue además el único costeñoque perteneció al grupo de «los Nuevos», aunque parece serque su contacto fue tan sólo epistolar y no personal. Del mismo autor es la noveleta Asaltos,en la que campea el humor y que hace contraste con la producción del resto del país, enferma de solemnidad. Vivió la bohemia que era casi obligatoria entre los escritores de su época. Consecuente con su vida fue su muerte, al ser atropellado por un carro de mula un sábado de carnaval. «Lydia Bolena», seudónimo deJulia Jiménezde Pertuz, con Una vivienda encantadoranos da el primer nombre femenino en nuestras letras. El tema podría clasificarse

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como audaz. Fue difícil conseguir datos de esta autora. Era más fácil saber que fue esposa de Faraón Pertuz, político y periodista, director del Rigoletto. Publicó un libro de cuentos en Costa Rica, cuando su esposo era embajador allí. En los periódicos de la ciudad se echaron las campanas al vuelo cuando se supo que su cuento Fieras parlantes se había publicado en la revista Hispana de Londres. El cuento publicado en este libro fue tomado de la revista Caminos,donde ella publicabaesporádicamente. El nombre de Ramón Vinyes esta incluido con su único cuento escrito en castellano, como un homenaje debido a quien fue mentor decisivo en nuestro más importante momento literario. Un caballo en la alcoba lo escribió en Barcelona, ya enfermo, y lo envió para ser publicado en Crónica, el órgano del «Grupo de Barranquilla», y firmado con el seudónimo de J. Mihura. En realidad, el cuento sólo apareció publicado en el Magazín Dominical de El Espectador en 1977. Todos sus otros cuentos fueron escritos en catalán. En 1945con su A la boca deIs nuvols ganó los juegos florales catalanes de Bogotá y fue después editado en México. Seis de esos cuentos fueron publicados en la Selecciónde Textoshecha por Jacques Gilard en 1982. Entre sambes y bananes fue traducido y publicado en español en 1984. Su magisterio en forma oral también se dio cuando rodeado de los más jóvenes del grupo les traducía sus cuentos recién escritos. El albino fue traducido y publicado por Néstor Madrid Malo en los cincuenta. José Felix Fuenmayor ahora es considerado como uno de los grandes cuentistas nacionales. Su libro La muerte en

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la calle,publicado en 1967y en forma póstuma, fue una revelación. Sin embargo este autor ya había escrito dos novelas: Cosmey Una triste historia de catorcesabiosa finales de los veinte. Los cuentos, según German Vargas, fueron escritos en los cincuenta cuando en contacto con los jóvenes García Márquez y Cepeda Samudio se renovó, y escribió los cuentosque le han dado su mayor fama. Algunos de ellos aparecieron en Crónica. No compartía esatesisAlfonso Fuenmayor, que sostenía que la mayor parte de los cuentos de su padre ya estaban escritos en la década de los cuarenta, y que alguno había sido publicado etl una revista bogotana. De todas maneras, este autor, que no es mencionado sino marginalmente en las historias de la literatura anteriores a los años cincuenta, es a partir del boomun nombre de relieve e infaltable en todas las antologías nacionales. Para el crítico Angel Rama podía serclasificado entre los «precursores,raros y outsiders».Sulibro de cuentos tiene varias ediciones. El cuento de Alfonso Fuenmayor, Una historia trivial, publicado póstumamente, nos revela a un buen escritor que lamentablemente no se dedicó a la literatura de ficción. El ecode la lectura de autoresexquisitos y olvidados como Max Beerbohmo Walterde la Mare, es fácil de detectar. Lecturas que a su vez eran fomentadas por Ramón Vinyes y que también se pueden rastrear en García Márquez y CepedaSamudio. De cómo los autores ingleses eran admirados por Vinyes era frecuente oírselo a German Vargas y Alfonso Fuenmayor, partícipes y cronistas de esemomento. La traducción de Losasesinos

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de Hemingway, hecha por Fuenmayor en 1945, marcó mucho el estilo de los integrantes del Grupo. Era obligatoria la presencia de Alvaro Cepeda Samudio, considerado con García Márquez -en las listas canónicas elaboradas por los entendidos-, como los dos mejores cuentistas colombianos del siglo xx. La duda se presentó en la escogencia del cuento; se optó por Desde que compró la cerbatana ya Juana no se aburre los domingos publicado en Los cuentos de Juana, un libro póstumo. Desde la aparición de Todosestábamosa la espera, en 1954, la atención de la crítica se centró en este joven autor. El mismo Hemando Téllez, tan reticente a hablar de los autores nacionales, se ocupó del libro recién salido. Ya en la antología del cuento hecha por Eduardo Pachón Padilla en 1959aparece en ella Cepeda Samudio, también García Marquez, yeso demuestra el buen olfato que poseyó Pachón, a quién es justo rendirle un homenaje. Hoy por hoy, Cepeda en su vida y su obra es una leyenda. y aunque la crítica literaria se ha ocupado mucho de él, su vida polifacética está exigiendo una buena biografía. UNA DIGRESIÓN NO NECESARIA PERO INQUIETANTE

Una de las leyendas que corren sobre la riqueza del cuento en Barranquilla es la de los excelentes cuentos anarquistas publicados en la década de los veinte. Investigando el tema, se encontró que en Vía Libre, periódico de los anarquistas en esa década, hay avisos que hablan de «tómbolas, verbenas, teatro y cuentos.» En los números revisados no hay la presencia de este

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género. Cabe imaginarse que los cuentos leídos por los militantes de este movimiento serían los que eran habituales en todas las latitudes, o seaFrancisco Pi y Margall, Emile Zola, Magdalena Vernet, Anselmo Lorenzo, Julio Camba y otros. Sin embargo, el debate sostenido en 1924 en Españaentre Federica Montseny y JoséMaría Vargas Vila nos arroja algunas pistas. En efecto,la líder ácratacuyo padre, Juan Montseny, era el editor, entre otras publicaciones anarquistas, de La novelaideal- prevenía en varios escritosa los militantes para que cesarande leer al colombiano Vargas Vila, por ser sus escritos de una influencia perniciosa. Al parecer, este autor en sus escritos en La Novela Semanalle. hacía competencia a las publicaciones de los anarquistas españoles,que llegaron en estosaños a los cincuenta mil ejemplares a la semana. Por inferencia, se deduce que Vargas Vil a era un autor muy leído en todos los sectores populares nuestros. Repasadostodos los números disponibles en los archivos de Vía Libre (en realidad unos disquetes traídos de Rotterdam, donde está la biblioteca más completa en el mundo del movimiento anarquista), se encuentran consejos de cómo debe escribir el autor libertario, pero no hay la presencia de los géneros de ficción. Cuentos de anarquistas solamente se encuentran en los cuarenta, los de Gilberto García, un personaje pintoresco, oriundo de Ciénaga y radicado en Barranquilla, cuyos libros publicados presentan ideas libertarias, anticlericales, vegetarianas y esotéricas.Aceptable prosista, no lo era tanto como cuentista, por eso no lo. incluimos. Murió en una playa solitaria, y su cuerpo solamente vino a ser descubierto por la corona de buitres que volaban a su alrededor.

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De otras tendencias de la izquierda se encuentra el cuento Lenineenlasbananeras de FranciscoGneccoMozo, un médico oriundo de SantaMarta, pero que hizo periodismo en Barranquilla; concretamente,fue corresponsal de La Prensa en Ciénaga durante los sucesos de las bananeras.Estecuento fue publicado posteriormente en la revista Cromosde Bogotá en diciembre 15 de 1928.O el cuento estaba escrito antes de las matanzas de las bananeras, en este caso era premonitorio y revela un estado mental de miedo-ambiente, o fue escrito después de los hechos, y entoncesse ve un tanto débil frente a la magnitud del genocidio. ¿Que se leía en los círculos de izquierda además de los libros canónicos?Sería interesanteindagarlo. Por lo pronto, hay un artículo de Ramón Vinyes que revela que dos jóvenes marxistas que conversabancon él en el café Roma admiraban a Krishnamurti. (Selecciónde Textos,vol. 2, pág. 203.) ESCRITORAS EN LOS CINCUENTA

De alga Salcedo de Medina se incluye el cuento Desolaciónde su libro En laspenumbrasdel alma.La autora, una mujer con figuración cívica y política, llegó a ser incluso miembro de la Constituyente del 57. Su novela Se han cerradolos caminos(1953)tuvo más resonancia que su primer libro. El tema de un adulterio y un pasaje donde la protagonista admiraba su desnudez desató el escándalo. En los círculos intelectuales se decía que esepasajese parecía a uno similar en La amortajadade María Luisa Bombal. Sealo que fuere, era una autora controvertida, aunque más por su personalidad que por su obra. Al caer la dictadura militar, se alzó un cartelón en el Paseo

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Bolívar de Barranquilla que decía: «OIga,se te han cerrado los caminos.» Su mayor gloria, inadvertida en su época,esque la novela dio lugar a un libreto para la radio escrito por un joven periodista: Gabriel.García Márquez. De su libro de cuentos, la autora escribía en el introito: «Sin pretensiones les entrego hoy, esta mi primera y deficiente obra, asícon todos susdefectos,sin maquillaje, con el orgullo de su pobreza literaria.» Publicado en la antología del cuento de Eduardo PachónPadilla en el 59, no ha vuelto a ser publicado en ninguna antología. Amira de la Rosa se hace presente con su relato Marsolaire,más que cuento, una nouvellepara los entendidos. En su momento el libro tuvo elogios encendidos de columnistas como Calibán, Luis Eduardo Nieto Caballero, J. M. Pemán y otros. Años después, y al referirse a su obra, Alfonso Fuenmayor escribió: «Aparte de las cinco obras de teatro a su pluma debidas, lo más extenso que produjo fue su relato noveladoMarsolaireque sedesarrolla a orillas del Caribe. Es un libro delgado, de nimio espesor, de quizás menos de cincuenta páginas. Don Ramón ~inyes dijo que lo leyó en algo así como un santiamén, como buen gallo de lectura, precisó.» «,también como un justo homenaje.

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No es éste un proemio galeato. Los escogidos, a partir del acápite «La otra orilla», lo fueron por alguna de estas tres razones: a) por tener un libro de cuentos publicado, o b) por haber sido premiado en algún concurso de cuentos nacional o internacional, y c) en última instancia, porque este seleccionador estuviera convencido de su calidad o importancia. Se tuvo especial cuidado en no incluir autores que aparecieran en antologías de departamentos distintos al del Atlántico. Se ha pretendido atinar en la escogencia de los veinticinco cuentistas y sus cuentos (un numero mayor sería demasiado condescendiente). Que se haya logrado lo dirán los críticos, los lectores y, sobre todo, el implacable juicio del tiempo. Barranquilla, 4 de marzo del 2000

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Ocaso

VICIaR MANUEL GARCfA-HERREROS*

-Me alegro de que hayas venido, porque no te esperaba. Siempre me visitas por la noche... Humberto la encontró lánguidamente sentada en una mecedora, con los ojos apagados y un cigarrillo en los labios. Gozó una vez la más agradable sensación que aquella salita le producía. Sehallaba uno en ella como en el campo, sin febriles ruidos de la ciudad, envuelto en las sutiles gasas de silencio. Una rama del almendro del patio entraba intermitentemente por la ventana con la brisa tarda de la tarde, y el cielo, de tan puro azul vestía, estaba más lejano que nunca. -Debes hacer todo lo posible por distraerme. Estoy * Cartagena,1894,Barranquilla, 1950.Periodista. Dirigió la revista Caminos, en 1922, dónde publicó algunos cuentos dentro de la orientación del humor negro, breve y cruel. Colaboró con la revista Voces.Fue miembro del grupo de «los Nuevos». Publicó las nouvel/es: Lejosdel mar (1926) y Asaltos (1929),que aparecieron originalmente en La novelasemanal,publicación que d~rigía Luis Enrique Osorio, en Bogotá. Trabajó en casitodos los diarios de Barranquilla, hasta el día del accidente que le causó la muerte. Ocasofue tomado de Caminos (N° 1, febrero 15 de 1922).

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de mal humor y tengo un fastidiante dolorcillo de cabeza. Ya sabes: esta elegante jaqueca que me da una displicencia agradable. H umberto miró los nuevos objetos que había en las mesas de mármol. -Veo que aumentas tu colección de cosasfeas. -¿Feas? Es que no quieres comprender la belleza de la fealdad. Con repentino entusiasmo, se animó un momento, y sus labios se abrieron; pero murió en ellos el grato anuncio de la palabra encendida y ágil, ante la queja breve que no de la boca, sino de los ojos pareció salir: -jQué fastidio! Sehundió los dedos en el abundoso cabello claro; un cabello nórdico del agresivo color que Ludwig von Zumbusch encontrara para su rolliza Niña de la pelo-

ta. Humberto la halló deliciosa con aquella expresión de fatiga; deliciosa y frágil. Suboca, que sabía la locura de las risas desordenadas, se inmovilizó desapaciblemente, más provocativa que nunca. -Vamos, Humberto: dime algo interesante. -Pero si tú sabes que nunca he sabido decir cosas

interesantes. -jHombre!... Un chisme cualquiera... Habla mal de .tus amigos. Aunque seaeso, que es lo mejor que hacen ustedes... Indudablemente: eres aún muy niño. -Son veinte los años que tengo. Veinte años vividos muy bien, igastándole el dinero a mi padre! Yate has dado cuenta de lo sabroso que es el dinero del viejo. Precisamente, te traigo... -No, no. Guárdatelo: me aburre el oro. Tengo más

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del necesario, y no es dinero lo que ahora quiero. -¿Qué, entonces? Dime: haré todo lo posible por complacerte. A pesar de que tus caprichosos son incomprensibles, me agradan. -Quiero que me hables de nuestros amores. Ven; siéntate aquí. -Te obedezco: pero antes... ¿Me haces un favor?.. Pon los pies sobre esta silla... Que los pueda yo ver... Así: jqué adorable eres! -Principia. -Mira: están encendiendo las luces. -Como si fueran indispensables en esta tarde tan clara. Ve qué bo.nita está la sala: todo el crepúsculo se ha metido aquí adentro. -Te vi, la primera vez, en un almacén. Comprabas no recuerdo qué. Lucías unas lindísimas zapatillas de charol con hebillas de nácar. -Te estacionaste en la acera de enfrente... -Sí, porque me gustaste mucho. En la esquina subiste a un coche. Media hora después volví a verte: .habías cruzado los pies hacia fuera... -¿Y que más? Transcurrió una semana. Una noche fuiste a teatro; llevabas un sombrero inquietante, y unas zapatillas blancas y pequeñas. Daban «Los ojos de los muertos», de Benavente. Me senté en el palco vecino, y te hablé. Te hice brillantísimas proposiciones. -Sí, sí... Me hubiera yo reído esanoche con toda el

alma. -jSí te reíste! Te vi la risa en los ojos y en la sonrisa. El siguiente día... -Tuviste la audacia de venir a mi casa.

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y aquella noche no fui por mi tía Josefa, a quien había invitado a teatro. Mi padre me riñó fuertemente, y yo me vengué diciéndole a mi hermana Lola pensando en los tuyos tan breves- que tenía unos pies de soldado alemán. -¿De verdad los tiene muy grandes? -Terriblemente grandes, te digo. Intolerables. El.crepúsculo se había ido. Se oscurecía el verde de las hojas del almendro. Llegaba una noche con brisas suaves y profusión de estrellas. Gilma encendió un cigarrillo y miró a H umberto con mirada honda que lo penetró, y se le quedó adentro como una inquietud. Hubo un instante de duda en ella, casi de lástima por él. y le habló resueltamente: -Es necesario que terminemos esta noche, Humberto. Hay mucho hastío en tu vida y en la mía para dar les el de nuestro dorado capricho, que no tardará en venir. y se echó hacia atrás, con indiferencia por lo que pudiera suceder. H umberto palideció, estrujado y empequeñecido. Había en su silencio la angustia de una tragedia cumplida. Gilma observó los esfuerzos que él hacía por conservarse varonil, y comprendiendo que en aquel adolescente voluntarioso y mimado había el alma fuerte de un hombre, quiso., sincera, atenuar su mal de amor y hacerle menos dura la realidad del instante. -Van a ser las siete -dijo-. ¿Sabes por qué, a pesar de tus ruegos, nunca he consentido en permitirte ver mis pies? Un rasgo de amor propio... Siendo niña, me arrancaron una uña... El dedo me quedó como un ojo vaciado. Es horrible, ¿verdad?

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Humberto se llegó a la puerta; y Gilma, con mimos adorables pero lejanos, como de un pasado borroso,le arregló el bermejo mechón que le caía sobre la frente. -Siempre estás despeinado, como los poetas. Lo cierto es que tienes un bellísimo cabello, tumultuoso y

raro.

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Una vivienda encantadora

«LYDIA BoLENA»*

Era pequeña,pintoresca,esmeradamentelimpia y con muchas vidrieras de colores. Una variedad de helechosmontañeros y de guarias que se cubríande capullos solferinos en el verano, colgaba en cestillos musgososa lo largo del corredor exterior dándole la aparienciade un bosquecilloartificial atravésde cuyas frondas lasbombasde luz semejabanuna bandada de luciérnagas. Situadaenuna delasavenidasmásalegresy trajinadas de la capital, en terreno alto y sobre pilastras de * Seudónimo de Julia Jiménezde Pertuz. Barranquilla, 1882-1959. Ama de casa.Esposa del periodista y político Faraón Pertuz, director del diario Rigoletto.Durante su estancia en Costa Rica, mientras su esposo era diplomático en San José, en 1928, publicó en edición privada y limitada un libro inconseguible hoy titulado Comprimidos. Colaboró en Voces,Caminos,Ideasy otras publicaciones literarias de la Barranquilla de las primeras décadas del siglo XX. También publicó en Hispania,revista literaria fundada y dirigida por Santiago Pérez Triana y editada en Londres. Una casaencantadora, que fue publicado en Caminos,febrero de 1926,.formabaparte de un libro inédito titulado De la villa pasionaly florida.

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concreto que la suspendían a más de un metro del suelo, señalábaseentre las demás viviendas del barrio por la elegante sencillez de su estilo, la blancura deslumbradora de sus cortinillas de encaje y el buen gusto que se mostraba en su aliño y compostura. Frecuentemente, por las tardes, solía verse a la dueña y señora de aquel hermoso nido asomada a una de las ventanas del salón apoyada sobre un cojín de seda roja bordado con dragones de hilo de plata. Parecía estar dentro de esetérmino ambiguo de la edad femenina que se ha dado en llamar segunda juventud y de la cual se dice que si es menos lozana que la primera en cambio es mejor comprendida y cultivada. Un par de ojos grandes luminosos, aunque tímidos adomábanle la faz, y una expresión ingenua, casi infantil, lucía en su sonrisa siempre discreta yoportuna. Usaba los cabellos cortos de acuerdo con el último patrón de la moda y en su atavío notábase la misma graciosa pulcritud que distinguía su morada. Todo en lo visible de aquella vida acusaba tranquilidad plena de ánimo, paz de pensamiento, ausencia absoluta de turbulencias y desequilibrios. El más audaz explorador de esaselva primitiva de los sentimientos humanos solamente habría visto allí llanuras soleadas y apacibles horizontes; el buzo ~~or orientado en honduras espirituales, el mejor conocedor de arrecifes y bajíos de la conciencia, nada que no fuera serenidad lacustre observara en ella. Sin embargo, un pasado cercano que no tardé mucho en conocer formábale a esadama algo así como una estela de triste celebridad. Pertenecía a una familia sin fortuna que se dio prisa

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enbuscaracomodopara susretoños.Yno fue malo por cierto el que a ella tocara,si para el casode aprisionar el cuerpo y el alma de una mujer, fueran suficientes buen juicio, posición y dinero. En todo estoabundaba el marido que obtuvo apenas entrara en los cuatro lustrosoEra éste un comercianteextranjero que la rodeó de holguras y de mimos pero no de pasión. Tenía esecomercianteun empleadode cajade toda su confianza,joven, de buenafacha,listo, resuelto y de regular versaciónentorneosgalantes.No eraaquelhombre para desperdiciaridilio quele salieraal pasoni ocasión dichosa que le quedara al alcancede la mano. Sobre talesdisposicionesy alrededorde la bellezajuvenil de la patrona sopló hastalevantarllamaradael ger:liecillo infatigable de las eternas travesuras, y por varios mesescuentan que fueron aquellos amoríos los más sonadosentre los de la especieprohibida, y que sus querellas y cuitasconociéronseentodos los estradosy comentáronseen todos los corrillos. Cuando el esposodefraudado abrió los ojos ante el abismo y aparecióel descalabrode suhogar,sin vacilar un punto resolvió sacar del mundo al dependiente traidor y lo hizo abriéndole la cabezacon la misma serenidad con que abría sus cajas de mercaderías. Dicen que fue aquel un golpe de mazo maestro,firme y certero, que dividió el cerebro del infeliz cual si hubiesesido una nuez. y estopasóen la vivienda encantadorade los helechos montañeros y de las guarias que se cubrían de capullos solferinos en el verano; en presencia de la señorade ojos luminosos y risa aniñada y dentro del mismo saloncito aquel lleno de monadasdonde se le

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veía asomada a la ventana apoyada sobre un cojín de seda roja bordado con dragones de hilo de plata. y todavía hay quien diga, y hasta quien la asegure, que los hechos bárbaros e inhumanos dejan siempre huella visible...

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VEINTICINCO CUENTOS BARRANQUILLERqS

Un caballo en la alcoba

RAMÓN VINYES*

Estaba gravísimo y el médico había dicho que, según sus cálculos, el enfermo moriría de un momento a otro. -¿Qué cálculos l1ahecho usted? -le preguntaba la señora del enfermo, que era muy curiosa y que siempre quería enterarse de todo lo que pasaba en la casa. -He hecho estos cálculos. No son nada, pero los he hecho. A mí siempre me gusta hacer mis cálculos. Y

..Berga, España, 1882 -Barcelona, 1952. Dramaturgo, periodista y empresario. Su vida alternó entre Barranquilla y Barcelona. Se inició en el «modernismo» y publicó Al florecer de los manzanos y Consejasa la luna (cuadros dramáticos) y La ardiente cabalgata (prosa lírica). De sus sesenta y ocho obras de teatro, todas escritas en catalán, podemos destacar Peter's Bar y Baile de títeres, con las que obtuvo resonantes éxitos en España. También cabe destacar A orillas del mar Caribe y Santuario en los Andes, únicas obras suyas que se sitúan en escenarios colombianos. Escribió, también en catalán, los libros de cuentos En la boca de las nubes y Entre sambas y bananas. Sus artículos y prosa en general fueron recopilados por el investigador y crítico francés Jacques Gilard en Ramón Vinyes: Selecciónde textos,2 tomos (Colcultura, 1980). Fue el alma de la revista Voces(1917-1920). Un caballo en la alcoba fue tomado del libro Crónicas sobre el Grupo de Barranquilla de Alfonso Fuenmayor (Colcultura, 1978).

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enseñaba una pizarra en la que había escrito con tiza lo siguiente: 163 + 24 345 -4;3.2. =-2Q

412 La señora del paciente y numerosas visitas que estaban en la habitación del enfermo aplaudían, y un caballero, que entendía mucho de cálculos porque en su juventud había estado en Calcuta, dijo: -Pues, si efectivamente el doctor ha hecho estos cálculos, no tiene más remedio que morirse o nosotros somos unos tontos. Pero cuando el enfermo se iba a morir, era precisamente cuando entraba el caballo a la alcoba y al enfermo le daba la risa y ya no podía morirse ni nada.. -Es inútil -decía el enfermo a su mujer y a las numerosas visitas que llenaban la habitación y cuyos nombres lamentamos mucho no recordar-. Mientras este caballo siga entrando en la alcoba me entrará la risa y no podré morirme nunca. -Pues no le mires -le decía su mujer, que era una mujer práctica. Y después añadió, siguiendo esa costumbre de añadir algo que siempre tienen las mujeres y que es lo que las pierde y lo que termina por hacerlas antipáticas. -Además, no sé por qué tiene que darte tanta risa ver a ese caballo. Ni que fuera Pompoff y Thedy, célebres payasos españoles :nacidos en Grana-

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da y que consushijosZampabollosy Nabucodonorcito han recorrido el mundo triunfalmente. Pero lo que le hacía gracia al enfermo no era el caballo como tal caballo,sino la maneraque tenía de entrar a la alcoba y de mirarle. Primero, tímidamente asomaba una pata por la puerta, después,la otra pata, y más tarde, la cabezay la cola.y cuandohabíaasomadoestascuatro cosasque no sonmancas,asomabael restocuerpo y entrabaenla habitaciónde lleno y miraba al enfermo conindiferencia y conasco.Y despuésde mirarle un rato ponía cara de aburrimiento y semarchabaotra vez al gabinete. Nadie, además,sabíalo quehacíaallí esecaballo,ni quién era, ni cómo se llamaba, ni de qué modo había podido subir hastael piso tercerode aquellacasaen la que habitabael enfermo.Peroel casoesque el caballo estabaallí desde por la mañana y que nadie le había visto entrar y queno habíamanerade echarlea la calle. Alguien, dijo, conmucharazón,quea lo mejoraquel caballoera de la criada porque las criadasde ahorano soncomolas de antes.Perocuandola señorallamó a la sirvienta y le preguntó si aquel caballo era de ella, la sirvienta, despuésde mirar al caballo por todos lados y de tocarle bien las patas y las orejas y de subirse encima un buen rato, dijo que aquel caballono era de ella, y que, además,nunca en su vida había tenido caballo y que, por otra parte, no recordaba haberlo visto antes. La señoralo puso en duda. -Usted estuvoel domingo enlos toros.¿Norecuerda haberlo visto allí en la plaza? ¿Porcasualidadno la habrá seguido el caballohastala puerta y despuésha

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tenido el atrevimiento de subir hasta aquí? -No -afirmó la sirvienta con gesto rotundo-. Lo juro por mi honor. y se marchó a la cocina llorando.

Habían intentado empujarlo y hacerle bajar por las escaleras para echarlo a la calle. Pero cada vez que lo intentaban el caballo se ponía a relinchar y a dar patadas y los vecinos de abajo protestaban porque decían que con aquel ruido no había manera de leer el periódico de la noche. Pretendieron también en vano encerrarle en el gabinete y que se quedase allí entretenido con algunas revistas ilustradas que había encima de una mesa. Pero en cuanto lo dejaban solo se escapaba del gabinete y entraba en la habitación del enfermo, y al enfermo entonces le daba la risa y no podía morirse. -Vamos, Fernando, no seas pesado-, le decía su mujer. -Estos señores han venido a verte morir y tienen prisa. No puedes hacerles esperar tanto tiempo. El enfermo comprendía que su mujer tenía razón y que, además, estaba poniendo en ridículo al médico, que había hecho sus cálculos y todo. Pero no podía remediarlo. Era algo más fuerte que él. Aquel caballo en la alcoba le producía una risa, todo lo ridícula que se quiera, pero que le impedía morirse seriamente. -¿Por qué no le canta usted una romanza a ver si así el caballo se espanta y seva? -le había dicho el médico a una soprano que estaba allí de visita. Pero la soprano

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cantaba la romanza y el caballo, lejos de asustarse, la escuchaba con entusiasmo, y al final, hasta daba señales de aprobación. Las visitas, con todas estas cosas, estaban pasando un rato violentísimo, y para que el enfermo de distrajese y no le entrase la risa al ver el caballo, iniciaban conversaciones animadas y acaloradísimas discusiones. Pero era inútil. El enfermo seguía riéndose al ver al caballo y no había manera de que muriese. -Acabarás poniéndome nerviosa -decía la mujer-; sino fueses tan niño como eres,ya podíashaberte muerto hace más de una hora, como te ha ordenado el médico. -¿Pero, qué quieres que haga? -se disculpaba el

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marido avergonzado-.

Estas cosas no pueden

remediarse. Tú también te ríes cuando ves que alguien pisa una cáscara de plátano y se resbala. -Pero yo no me estoy muriendo como tú -contestaba su esposa con mucha razón. El doctor dijo que nunca había conocido un caso semejante y que lo mejor sería celebrar una consulta con otros compañeros. -¿A quién le parece usted que debemos llamar? -Yo creo que lo mejor es llamar al doctor Hemández... Sabeunos chistes muy graciosos y con él no se aburre uno nunca. y entonces vino el doctor Hemández y en cuanto vio al caballo se puso muy contento y empezó a dar carreras por el pasillo. El enfermo se puso furioso. «Así no hay manera de morirse.» y se levantó, se vistió y se fue al Círculo a jugar una

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partida de póker con sus amigos. Las visitas y los médicos al poco rato se fueron también. y el caballo,lleno de aburrimiento, sequedódormido en la cocina.

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Un viejo cuento de escopeta

JosÉFÉux FUENMAYOR*

Petrona, la mujer de Martín, llegaba a la ciudad;-el poblado con sus moradores,anticipándosea la realidad que un día debía ser la llamaban ya ciudad-. LlegabaPetronamontada enburra. Un cajóna lado y lado del sillón, el espacio entre ellos rellenado con esterillas,mantas y almohadas.Encima,Petrona.Dos mozos la escoltaban,a pie, el uno adelantado como guía y el otro detrás, empuñando un garabato, y la burra 10sabía.

..Barranquilla 1885-1966.Periodista, funcionario y político. Desempeñó algunos cargosoficiales como el de contralor departamental. Viajó por los Estados Unidos, donde residió algún tiempo. Director del diario El Liberal; fundador y director de las revistas Mundial y SemanaIlustrada. En el decenio de 1950,se formó en tomo suyo y de Ramón Vinyes el que se llamó «grupo de Barranquilla», del cual formaron parte Gabriel García Márquez, Alvaro Cepeda Samudio, Germán Vargas y Alfonso Fuenmayor. Publicó los libros: Musas del Tr6pico(poesía, 1910),Cosme (novela, 1927), Una triste aventura de catorcesabios(cuento fantástico, 1928)y La muerteen la calle (cuentos, 1967). Un viejo cuentode escopetafue tomado del libro Con el doctor afuera (Bogotá,Instituto Colombiano de Cultura, 1973).

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Ante una casa grande, de paredes de ladrillos y techo de tejas,el guía sedetuvo y suparadasecorrió a la burra y al del garabato. -Aquí es,niña Petrona. En el sardinel aguardabanuna mujer y un muchacho.El guía no los miró, ni parecíahaberlos visto; pero mientras bajabacargadaa Petrona,dijo: -Ella esJuana,la cocinera,y él esEugenio,suhijo, para los mandados.Ella tiene las llaves. De pie en el suelo,podía ver mejor que Petronaera una viejita bajita, delgada, de apariencia muy débil. Donde la puso el guía sequedó,quietecita,sepensaría que esperandoa que la llevananen brazoscomo a una criaturita. Los mozos quitaron el relleno del sillón, 10entregaron a Juanay saltaronsobrela burra: el uno cayóen el sillón y cruzó las piernas;el otro en el anca,y suspies casi tocabantierra. -Adiós, niña Petrona. Que Dios la conserve en salud. El garabato dio una picada. La burra sacudió las orejas,torció el cuello tratando de echarle un reojo al garabato,y arrancó,en el comienzoun poco apresurada, pero sentandoluego sumarchaeneseinalterable y moroso paso de burro que crea en nuestros campesinos la pachorra y quizás la ensoñación. Petronamiró alejarsela burra, la siguió conlos ojos hasta que, al pasarde la calle al callejón,la esquinase la tragó lentamente, de orejas a rabo. Entonces se apretó la frente con las manos, como para hundirse muy adentro todo un pasado del monte que acababa de abandonar, y entró resuelta en su ahora de la

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ciudad. Con paso menudo y ágil se dirigió a la casa; recorriéndola en todas sus partes, la reconoció minuciosamente y empezó a dar órdenes que hacía cumplir de inmediato. Más tarde se presentó Martín a caballo. Traía atravesada en la silla vaquera una herrumbrosa escopeta. -V álgame Dios -dijo Petrona-, no debiste traer-

la. -No sé -dijo Martín-, iba a dejarla pero me devolví a cogerla. No sé. Bajó del caballo y lo amarró a la reja de una ventana. Era huesudo, delgado y tan alto, que alIado de su mujer, daba la impresión de que podría metérsela en un bolsillo de su chaquetón. -No me gusta que te la hayas traído. -A mí tampoco. No sé. Martín conocía muy bien la casa pues la había inspeccionado cuidadosamente antes de comprarla. Con la escopeta en la balanza pensó un rato y fue a dejarla en un rincón del último cuarto y volvió a la sala donde Petrona, en una mecedora, quietecita, miraba la

pared. -¿Qué hiciste con la escopeta? -Allá la puse. Un cuarto entero para ella sola, el último. No le eché llave a la puerta. Puede que así sea, pues dicen que hay ladrones. -¿Robarse eso, Martín? Bueno, será lo que Dios quiera. Siempre te digo que la botes, pero hago mal porque yo tampoco me atrevería a botarla. Será lo que Dios quiera. Allá, en la finca, adquirió Martín esaescopeta de un modo muy simple aunque extraño. Un desconocido se

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.la

propuso a cambio de una carga de yucas. Mal' negocio, Martín 10vio de una vez; pero 10hizo. Su mujer se disgustó. -Eso no sirve para nada, Martín, es una mugre. ¿Por qué aceptaste el cambalache? Mirando, mirando lejos, por donde el extraño se fué con la carga de yucas montado en un burro, Martín contestó: «No sé, no sé». -Bótala de una vez, Martín. Martín cargó con la escopeta y, como si la botara, la echó al fondo del cobertizo destinado a las herramientas, materiales y trastos viejos de la finca. y allí quedó olvidada por mucho tiempp. Mas un día Martín la halló a su paso, casualmente, y observó que estaba hundida un poco en el suelo de tierra apisonada, donde había caído cuando la tiró. -La escopeta se ha hecho una especie de nicho por sí misma -fué a decirle a su mujer-. Eso parece un milagro de santo. -Cómo se te ocurre, le increpó Petrona indignada. Decir eso es un sacrilegio. Los vellos se me han erizado. Martín sintió que a él también se le erizaban los vellos. -Bótala, Martín, bótala. -Sí, voy a botarla. Pero la escopeta continuó allí, y otra vez fue olvidada, como 10había sido antes, como ocurrió ahora en la ciudad. La preocupación por la escopeta aparecía fugaz pero intensa; un fusilazo muy lejano que también .podría significar muy hondo. -Vengo por el caballo, señor Martín, anunció una

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voz desde afuera. -Está bien, llévatelo, dijo Martín, saliendo a la calle. Sin perder tiempo, el que llegaba desató la bestia y, montando, tomó el mismo camino por donde se fue la burra. Martín estuvo mirando hasta que la esquina se tragó al jinete y su cabalgadura; y entonces, con un gesto igual al de Petrona en el momento de desaparecer la burra, se apretó la frente y se enterró en sí mismo al pasado, un pasado de esperanzas realizadas que ambos sepultaban en un presente sin ilusiones, como un muerto en un muerto. Después de cincuenta años de vida montuna, un día Martín dijo a Petrona: -Me compran todo esto. ¿Qué te parece? -¿Tú qué dices? -Me gustaría venderlo. -¿No te hará falta? -No, Petrona. He pensado que trabajar de necesidad es ir en camino a alguna parte; que esa parte a donde uno va, trabajando, es el descanso y creo que ya hemos llegado. -Verdad, Martín. Yo también he estado preguntándome hasta cuándo y para qué. Vende. -¿Y para dónde cogemos? -Para la ciudad. Y ya estaban aquí, con casapropia y sobra de dinero para atender sus gastos. Petrona se dedicó activamente a la organización de la casa y en pocos días estableció un orden doméstico, encargó a Juana de su ejecución; y sin descuidar la vigilancia general pasaba las horas enteras en una

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mecedora de bejuco, dando el frente al patio de arena blanca, limpio, sombreado por dos almendros. Su mirada se desvanecía en un espacio inexistente, en un tiempo perdido donde la extinguida realidad de su vida en el campo renacía convertida en ensueños. y el viejo Martín, al parecer olvidado por completo de la finca, se levantaba muy de mañana, sacaba una silla al sardinel y sentándose con su tabaco en la boca, contestaba el saludo de las gentes que pasaban y con quienes siempre estaba dispuesto a hablar si le daban conversación. Cuando el sol calentaba se iba a estirar las piernas, calle arriba, hasta la esquina que se tragó al caballo y a la burra. A veces ~ehacía tragar él mismo y doblaba subiendo tres cuadras hasta una tienda donde se acostumbró a comprar sus tabacos. Cierta vez que hacía allí su provisión llegaron dos sujetos, quienes después de saludarlo se apartaron a hablar entre sí, y Martín oyó que repetían la palabra escopeta. Martín los miró de lado con desconfianza porque en repentina sospechamalició que sabrían algo de la suya e intentaban alguna burla. Quiso saber. -¿Qué es lo de la escopeta?,preguntó, pensando: ahora vamos a ver. -Sí, señor Martín. Es para la Danza de los Pájaros. -¿Y qué es eso? -Bueno, verdad que usted no ha pasado aquí un carnaval todavía. Es que nosotros somos los de la Danza y ahí tenemos que sacar una escopeta. Perico venía prestándonos la suya, pero ahora pasa que la vendió para afuera y esa es la cosa: dónde vamos a conseguir escopeta. -¿Y la escopeta para qué?

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-Mire, señor Martín, es que el Cazador mata al Gavilán en defensa de la Paloma. Hace como que lo mata, usted me entiende; revienta el fósforo,nada más, y el Gavilán se tumba como muerto. Para eso es la escopeta. Martín pensaba: «Esta es la ocasión, mi viejita se alegrará mucho; pero de pronto no la quieren porque quién sabe si ni para reventar el fósforo sirve.» «Vean ustedes -dijo-, yo tengo una. Vengan conmigo para que la lleven de una vez.» -No, señor Martín; es nada más para los tres días. -No importa, llévensela desde ahora y se quedan con ella. Yo no la necesito. -No, señor Martín; prestada, nada más. -Pero si es una escopeta vieja que no vale un cuartillo.

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-No, señor Martín. -Está bien, como ustedes quieran, qué voy a hacer. Pero vamos a verla. Los dos hombres acompañaron a Martín, discutieron un poco y acabaron por aceptarla.

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-Digo yo -explicó uno de ellos- que hasta mejor que una nueva será, porque mete más miedo. Yo me asusté cuando le eché el primer ojo. -Bueno, señor Martín -dijo el otro-. Contamos con ella y Dios se lo pague. -¿Para qué metes a Dios en esto?, protestó su

compañero. Llegado el carnaval, salió airosa la escopeta en su primera prueba, reventando el fósforo magníficamente y -como lo imaginó uno de los jefes de la danzasu temeroso aspecto coloreó con un espanto adicional

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la escena de la muerte del Gavilán. Por seis años sucesivos la escopeta había seguido triunfando en las manos del Cazador cada temporada carnestoléndica. Los de la Danza de los Pájaros se enorgullecían con ella. -El san Nicolás del capitán Glen también sale cada fiesta patronal-le dijo uno de ellos a Martín- como la escopeta de usted cada carnaval. -Quiere decir que usted es como un capitán Glen y la escopeta es como un san Nicolás. Esto le pareció chistoso a Martín y lo contó a su muJer. -Otro sacrilegio -exclamó Petrona, santiguándose-. Martín, no me gustó ese trato que hiciste. Mientras no nos metimos con la escopeta,nada pasó. Ahora, quién sabe: mira por dónde va la cosa, con esa irreverencia. Si te la repiten, Martín, persígnate. Oyendo a Petrona, Martín se preguntó si no estaría ya pasando algo. A él, por lo menos. Hacía un tiempo, quizá coincidente con el del trato, su buen apetito desmejoraba. No en las comidas regulares, pues siempre fue muy sobrio en ellas, igual continuaba siéndolo y por eso su mujer no se daba cuenta del trastorno que sufría. Era' en los intermedios, entre el desayuno y el almuerzo, principalmente, cuando se manifiesta su inapetencia, y esto lo considera una desgracia. Porque en comer y comer a poquitos y a cada rato en todo el día golosinas y pedacitos de cualquier cosa, había encontrado su vejez la felicidad. Permanecía de pie, al lado de su mujer. Ella no necesitó mirarlo para sentir la tristeza de su esposo. -¿Qué te pasa, Martín?

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-Estaba por decírtelo, Petrona. Es que me siento mal. Estos dulcesitos, tú sabes,los buñuelitos y todas esas cositas que me gustan, ya no las apetezco. -Sí, no estarás bien. Guardaron silencio un rato. Petrona pensaba que Martín le pedía ayuda, y pensaba cómo ayudar lo. Un cocimiento de manzanilla, no, porque no era indigestión. Decirle que renunciara a esos bocados de niño, cómo iba a pedírselo si eran la alegría de Martín. Encomendarlo a Dios sería lo mejor. -Martín -dijo-, hago estamanda: tú y yo iremos juntos a la procesión del Viernes Santo. Ese día estaba ya muy próximo, y cuando llegó, Martín y Petrona salieron en compañía de Juana a cumplir la promesa. Al pequeño Eugenio lo dejaron en la casa. Pero el muchacho sabía de antemano que esto iba a suceder y tenía invitado a Pablito con quien proyectó divertirse aquellas horas de completa libertad, con toda la casa a su disposición. No tardó Pablito en presentarse; y como Eugenio quería agasajarlo, le dijo: -Tenemos agua de panela pero falta el limón. Aguárdeme aquí, que voy a conseguirlo. Quedó solo Pablito; y la casa, desierta y callada, le infiltró su misterio. Oyó la llamada de soledad y silencio. Comenzó a andar de puntillas. Tanteaba las puertas que creía tremendamente aseguradas con cerrojos y trancas porque imaginaba tras ellas cosas indefinibles, extrañas. Pero todas se iban abriendo, y sintió que en esto de que sele franquearan había algo mágico. Por entre las hojas que apenas entreabría, adelantaba cautelosamente la cabeza y miraba. Sombras. Sombras, y

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algunas se movían, vivían, fluctuaban en el aire, se desprendían de los rincones y lentamente avanzaban sobre él; pero antes de que lo alcanzaran cerraba la puerta precipitadamente. Esa tiránica curiosidad que el temor aviva, lo arrastraba. Y así fue, de estancia en estancia. Hasta que, llegando a la última, al atisbar, creyó ver una extraordinaria criatura negra, sin brazos, muy flaca y que recostada a la pared se mantenía parada de cabeza. Entonces, el valeroso Pablito emprendió la fuga. Salía ya a la calle cuando tropezó con Eugenio, ya de regreso con los limones. Eugenio retuvo a Pablito asiéndolo de un brazo. -¿Qué te pasa? -Nada. Suélteme. -Pero di, ¿qué tienes? -Hoy... es... Viernes Santo..., y se zafó, continuando su huida y entró el nuevo año; y un día san Sebastián se mostró en su cuadrito de los almanaques de pared; y todos lo miraban allí, y, viéndolo, se alegraban sintiendo el primer estremecimiento del carnaval. y Martín no había recobrado el apetito. Sentado a la puerta de la calle veía a las mujeres con sus chazas de dulces sobre la cabeza, sin detenerlas, siguiéndolas unas veces con la vista, cristianamente resignado; y otras volviéndoles enfurruñado las espaldas. Pasaba el anciano Sabas y saludó: -Buenos días, señor Martín. -Buenos días. Se detuvo Sabas.No se paró de frente a Martín sino de lado, mirando hacia el fin de la calle. Las dos cabezas -Sabas de pie y Martín sentado- se nivelaban.

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-Cómo irá a serestecarnaval,eslo que mepregunto. Veaustedqueel añopasadosólosalióuna Danzade los Diablos, y bien mala. ¿Cuántas saldrán ahora? Ninguna. Veaqueselo digo: ninguna. Yo mehe puesto a buscarjóvenes para enseñarlos.Conseguí algunos pero seme fueron cuandolespuselas uñas de hojalata y las espuelasde puñales.Pendejos.En mis tiempos... Sabascalló mientras sus recuerdosse agitaban débilmente y volvía a la quietud de su memoria a media luz. y siguió su camino. -Vea que se lo digo: ninguna. Pendejos. y asífue. No hubo eseaño ni una solaDanza de los Diablos, pero sí las otras que el heroico Sabasseguramente miraba con desprecio. Como la de los PatosCucharos,quehacíantabletear a dos metros de altura sus grandes picos de palo, y bailabanceremoniosamente,conparsimonia impuesta por los cuidados exigentesde la pesada armazón que soportaban. Como la de los DoceParesde Francia,cuyoscampanudos parlamentosy aparatososvestidos eranseguramente el pintoresco infundio de algún atrevido remendador de las letras y las modas antiguas. Como la de los Collongos, y la del Gallinazo, y las grandesDanzasde Toro. y como la de los Pájaros-con la escopetade Martín-. y tratándosede éstaseránecesario,conperdón, detallar un poco. Era el último de los tres días por la tarde, en la sala de la casade la Niña Filomenita. Los pájaros,bastante maltrechos en aquellaspostrimeríassaliendo por turnos al centro despejadode la sala,recitabanversitos al

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compás -o no- de un acordeón y una tamborita. El canto del Papayero, etimológico: Yo quiero comer papaya papaya madura quiero y como papaya como me llaman el Papayero.

El del Pitirri, onomatopéyico: Yo, pitirri, pitirreo mi pitirra pitirrea y todos mis pitirritos pi ti -rri ti-ti ti- rrean.

El del Canario, cristianamoralizador: Porque canto muy bonito el hombre me cogeen trampa me quita mi libertad y yo le canto en la jaula.

Llegó, al fin, el momento de la Paloma. Vestida de blanco, zapatos rojos, plumitas en la cabeza, el rostro descubierto -cómo iba a taparse tan linda cara- y bastante aburrida. Cantó su belleza y su inocencia: Soy la Palomita blanca tengo el piquito rosado y aunque llena de ternura todavía no he empollado.

Entró en acción el Gavilán. Era el más desmedrado. La cola se le había descosido en parte y caía como un taparrabo fuera del sitio. Con la mano izquierda levantó su máscara hasta la nariz columpiando el brazo

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derecho como si empujara adelante y atrás los versitos, recitó con lánguida voz de enamorado bobo: Paloma, mi Palomita ya no puedo aguantar más las ganitas que te tengo, y voy a comerte ya.

Entonces saltó el Cazador, y no había perdido los bríos. Vestía chaquetilla amarilla, calzones cortos galonados, polainas negras de trapo y birrete de roja pola con lentejuelas. Apuntó al Gavilán con la escopeta de Martín: Mira, Gavilán maldito esto te imaginas tú pero no vas a comértela porque yo te mato: i Pun!

El pun no debía decirlo el Cazador. Según el artificio del poeta que arregló la estrofita, esa exclamación se entendería expresada por el estallido del fulminante. Pero esta vez se oyó otra cosa: una violenta detonación que retumbó en el ámbito de la sala; y el Gavilán se desplomó con el cuello destrozado. Por un instante la muerte hizo un silencio absoluto, su profunda pausa. y pasado aquel momento imperceptible, la tragedia se puso en movimiento. Gemidos, imprecaciones, gritos, murmullos. El caído, con la ensangrentada máscara bien sentada en el rostro y las alas abiertas en cruz, parecía como nunca y extrañamente un verdadero gavilán. -jLa escopeta.!iDónde está la escopeta! Ninguno hizo caso. Nada había que averiguar, si

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todos lo sabían: aquello era obra del diablo. que carga las escopetas. Mas no le pareció tan simple la cuestión a Petrona. -Martín..., comenzó a decir, y calló al ver a un hombre que llegaba. -Señor Martín, su escopeta mató al Gavilán. -Sí -dijo Martín-, ya vinieron a decírmelo. Es una desgracia; no sé, no sé, es una desgracia. -Señor Martín, la escopeta ha desaparecido y nadie da con ella; pero yo sé dónde está y vengo para que me acompañe porque es usted quien debe recogerla. Petrona se incorporó en la mecedora y exclamó vivamente: -No vayas, Martín, no vayas. El señor me ha revelado una verdad-. y según su inspiración explicó que el Diablo hizo la primera escopeta y la dejó de muestra a los hombres, porque sabía que son perversos y la multiplicarían de su mano; que el Diablo no carga cualquier escopeta sino la suya, la que él hizo, la de origen satánico; y que nadie puede reconocerla porque va cambiando de forma y aspecto. -Ninguna fuerza humana lograría impedir que continúe rodando por el mundo mientras Dios lo permita. No vayas, Martín, no vayas. Mientras hablaba Petrona, el hombre de la invitación a Martín sehabía ido deslizando hasta la puerta de la calle y salió. -Martíp -dijo Petrona, santiguándose- ¿te fijaste en él? Es el mismo del cambalache. Martín se asomó a mirar. Ya oscurecía. Y creyó ver que el desconocido se alejaba montado en burro y con una carga de yucas.

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Una historia trivial

ALFONSOFUENMAYOR*

Apenas si alcanzaron a reparar en él cuando apareció. La gente del lugar estaba acostumbrada a ver una media docena de vagabundos que por ahí andaban sin ton ni son, en una especie de inocente merodeo. -Llegó uno nuevo, dijo en voz alta un parroquiano del billar mientras tiraba una carambola. Pasaron unos días y pareció entonces como si el recién llegado siempre hubiera estado allí, formando parte de un conjunto de vagos aparentemente inmuta-

* Barranquilla, 1915-1994.Periodista y político. Fue editor de la revista Estampade Bogotá, y editorialista de El Heraldo y director del Diario del Caribe,de Barranquilla. Fue senador de la república y delegado de Colombia a la Asamblea de las Naciones Unidas. Integrante del «grupo de Barranquilla», fundó el magazínliterario-deportivo Crónica (1950-1951),órgano del grupo. Publicó en el Magazín Dominical de El Espectador(entre febrero 6 y mayo 22 de 1977)las Crónicassobreel Grupo de Barranquil/a,con las que obtuvo el premio Simón Bolívar, y que después fueron recogidas en un libro publicado por el Instituto Colombiano de Cultura (1981). Escribió algunos cuentos que fueron publicados en forma póstuma. Una historia trivial fue publicado en El HeraldoDominical (septiembre 17de 1995).

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bles y que, entre sí, sin relaciones, eran como extraños. Cada uno vivía su propia vida. De pelo entrecano que se asomaba por los bordes de la gorra, en él predominaba fuertemente la raza negra. Se le calcularía unos cincuenta años, no era ni fornido, ni flaco, de mediana estatura, se balanceaba un poco al andar. jQué se olvidara de un nombre original! Todo el mundo llamaría míster Brown al nuevo habitante de esas playas caribes. No tardó en hacerse una figura familiar. Tomó la costumbre de caminar, de un lado al otro, por la orilla del mar. De trecho en trecho separaba mirando hacia el horizonte como viendo algo que nadie podría descubrir. Cuando junto a él pasaba el poeta del puerto con su periódico debajo del brazo, con asomos de cordialidad le decía: -Eh, míster Brown, ¿escrutando el infinito? Míster Brown no le hacía caso, como si el loco fuera el poeta. Otro día le dijo: -Eh, míster Brown, ¿interrogando el arcano? Pierde su tiempo, el arcano no contesta, dígamelo usted a mí... Esta vez míster Brown miró al poeta del puerto con una mirada fugaz, resbalada, casi imperceptible. El poeta del puerto, con su periódico debajo del brazo, siguió su camino hacia los médanos y míster Brown, imperturbable, continuó en su contemplación. A las horas del mediodía, cuando el sol quema como candela, míster Brown se sentaba a la sombra de un trupillo -siempre el mismo- en medio de unos burros callejeros que parecían no tener dueño... De un

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bolsillo de suspantalonesazules y gastadossacabaun libretín y lo hojeaba con cuidado. Es posible que alguien quisiera saber qué había en ese libretín pero nadie sehubiera atrevido a violar una intimidad quese defendía por sí misma. Aunque nadie le vio pedir nada,no le faltaba comida ni tabacopara su cachimba.Dormía en una choza que encontró abandonadapor los lados donde terminaba la línea del tren, despuésdel bullicioso barrio de tolerancia.En realidad, la chozaeranlos restosde una choza de bahareque y enea y míster Brown se las ingenió para acondicionarlaa sus mínimas necesidades. Míster Brown dejó de andar solo. Un perro sin dueño, marrón con manchasnegras, que le llegaba hasta las rodillas empezóa acompañarloa todas partes. Es improbable que míster Brown adoptara al perro, al que hubiera querido ponerle el nombre de Leoncio. Seguramentefue lo contrario: el perro lo adoptó a él. Cuando míster Brown, según su costumbre, se detenía en su caminata por la playa a mirar largamenteel horizonte, el perro, conpocasinclinaciones para la contemplación,seechabaa sus pies. El sol empezabaa ocultarsey místerBrown regresaba deuno de suspaseosy pasabafrenteal barChankay. Entoncesun hombre que estabasentadoen una mesa, en tono ligeramentecordial, le gritó: -Hello, Mister Brown, comehere...

Míster Brown miró al hombre que era mayor que él, blanco, conpoco pelo en la cabezay unos bigotes que le dabanun aspectovagamentecómico.Míster Brown seguíamirando al hombre conuna quietud semejante

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a la mansedumbre. El hombre repitió: -Hello, Mister Brown, comehere,y después de una pausa agregó, please. Míster Brown, sin decir nada, se sentó en la silla que el hombre ofreció. El hombre pidió un vaso y le sirvió un trago de la botella que había en la mesa. Míster Brown, que intermitentemente miraba de soslayo a la mesera, se tomó el trago y otros más que el hombre le brindaba. Después de un rato largo, el hombre pagó la cuenta y se fue. Míster Brown se quedó dormido, con el perro echado a sus pies, hasta que el sollo despertó. En su sueño, míster Brdwn hizo un largo viaje. Míster Brown, cuyo verdadero nombre era otro, había nacido en Aruba, tenía un terrenito que había heredado de su padre. Los pájaros le arruinaban todo cuanto sembraba de manera que nunca logró coger una cosecha de nada. y él soñaba con cosechas. En vano trató por diversos medios de ponerle fin a «esa maldición». Inclusive recurrió a los servicios de un brujo muy bien reputado porque llegó a pensar que se trataba de un maleficio. Las prácticas del brujo muy pronto se mostraron ineficaces. Le contó su tribulaciones a un amigo que solía visitarlo. Y el amigo, a quien conmovieron los contratiempos de míster de Brown, le dijo con un acento en el que se percibía la certidumbre: -Hay un remedio que no falla. Pon un espantapájaros. En estos casoses el único remedio definitivo. Lo sé muy bien. Lo sé por experiencia. Juntos exploraron el terreno para determinar el sitio más conveniente para colocar el espantapájaros. Con-

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sideraron que una leve ondulación de la pequeña propiedad era el lugar adecuadopara el espantapájaros, ya que seríavisible desdecualquiersitio del terreno. Míster Brown sedio a la tareade allegarlos elementos necesariospara armar el espantapájarosy como tenía su vena de perfeccionistay cierta exquisitezno quiso que el suyo fuera un espantapájarosconvencional y ordinario de esosque a él le parecíangrotescos.Y resolvió que su espantapájarosestaríavestido de etiqueta. Le puso una severalevita, chalecoblanco, de piqué, un ramito de azaharesartificiales en la solapa, plastrón, zapatos de charol, pantalones a rayas y, también, un delgadobastónconempuñadurametálica que el sol hacía relucir sacándoleatractivos destellos. Míster Brown, al observarconsatisfacciónsuflamante espantapájaros,creía descubrirle un cierto parecido conFred Astaire. El costosoespantapájaros,que logró ahuyentarlas aves,sehizo famosoenla isla y, de paso, hizo famoso a míster Brown. Los turistas iban especialmente a ver el espantapájaros y lo retrataban al lado de míster Brown con su ropa de trabajo sucia, sudada y con jirones. El contraste que se destacaba entre el espantapájarosy su dueño daba a míster Brown una sensaciónde embriaguezy hastade felicidad. Era la épocade los vendavalesdel Caribe. Un huracán que hizo historia y que azotó inmisericordemente toda la noche,dejó a míster Brown sin espantapájaros. Cuando míster Brown selevantó, antesque salierael sol,a ver los estragosquehiciera la calamidad,no logró descubrir ni el menor vestigio del espantapájaros.

Ramón Illán Bacca 35

Fueron muy amargos los días que pasó míster Brown después de esta pérdida que para él fue como una catástrofe. Cuando el amigo tratando de aconsejarlo le dijo que no se amilanara que procediera sin demora a construir otro espantapájaros, la negativa de míster Brown fue rotunda, inapelable. -No, no lo haré por nada del mundo, fueron sus últimas palabras sobre este asunto. Míster Brown andaba por los cuarenta años y no lograba apartar de su mente el recuerdo del espantapájaros. No sabía qué hacer. Los días, para él eran demasiado largos y el tiempo iba pasando. Sin que se lo impusiera la voluntad convirtió en una costumbre bajar a la ciudad y dar vueltas y más vueltas por las calles. Sin interés miraba las cosas, leía los anuncios, seguía con la vista el paso de los vehículos, echaba un vistazo a las vitrinas de los almacenes y a las gentes que ...pasaban junto a él, contemplaba las carteleras de los cines, a los obreros que trabajaban en las vías públicas. En una ocasión se internó por una 'callejuela curva y empinada que quedaba a trasmano. En el jardín de una casade madera verde y de techo rojo descubrió un tubo de cobre medio cubierto de yerba. Sequedó mirándolo un buen rato y siguió su camino. En los días que siguieron volvió a detenerse frente a la casaverde para mirar el tubo de cobre. y estaba mirándolo cuando un hombre en overol se asomó a una ventana y le dijo en voz alta, casi como un desafío. -¿Qué quiere usted? Desde hace unos días lo veo rondando aquí. ¿Qué le pasa? -No, nada, solamente estaba mirando, contestó apaciblemente míster Brown.

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-¿Mirando qué? ¿Se puede saber?, preguntó de nuevo el hombre de overol. -Ese lindo tubo... -¿Lindo? ¿Le parece lindo ese pedazo de tubo? Si lo quiere, lléveselo enseguida. Es suyo. Y el hombre se quitó de la ventana. Míster Brown se llevó el tubo que tendría unos tres metros de largo y lo puso cerca de donde había estado el espantapájaros. Lo examinó cuidadosamente. Lo encontró en buen estado. «Lo que le falta es una buena limpieza», pensó. y lo limpió, lo pulió y le sacó un ¡:: brillo que hasta por la noche relucía como una enorme ~ 1 ., O uclemaga. Z