Los Cuentos de Andersen

ENRIQUE BERNÁRDEZ Los Cuentos de Andersen (Texto extraído del cuarto volumen de los Cuentos Completos de Hans Christian Andersen, Peiter, Peter y Pee...
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ENRIQUE BERNÁRDEZ

Los Cuentos de Andersen (Texto extraído del cuarto volumen de los Cuentos Completos de Hans Christian Andersen, Peiter, Peter y Peer)

¿Quién no conoce perfectamente varios cuentos de Andersen? Lo que no solemos saber igual de bien es qué son realmente, qué significan, quién fue Andersen, por qué sus cuentos se reeditan una y otra vez en las más diversas lenguas, o por qué el nombre mismo «Cuentos de Andersen» parece una clase especial. Como solemos saber algo sobre los cuentos de los hermanos Grimm, otra categoría que nos resulta muy familiar, es normal que pensemos que los de Andersen son también una especie de colección de cuentos populares recogidos de boca de los ancianos, y sobre todo de las ancianas, en los pueblos y aldeas de algún sitio. Pero no. Los hermanos Wilhelm y Jacob Grimm eran filólogos, eruditos, que fueron, efectivamente, por los pueblos recogiendo cuentos para publicarlos luego. Esos cuentos eran una especie de reflejo del «alma tradicional alemana». Como ellos, otros eruditos recogían cuentos en sus países y, retocándolos lo necesario, los publicaban, para contribuir así, no al entretenimiento de niños o mayores, sino al conocimiento del espíritu noruego, islandés, español, francés y sus tradiciones... Si leemos estos cuentos, veremos que son todos bastante parecidos, con temas y personajes recurrentes, aventuras que aparecen una y otra vez en versiones esencialmente iguales, etcétera. Con mucha frecuencia, un mismo cuento aparece en muchos sitios, como si se tratase de un viajero que va dejando su imagen en los lugares por donde pasa a lo largo de los siglos. Pero los cuentos de Andersen no son así. No están recogidos de boca de nadie, aunque algunos estaban ya escritos (como El traje nuevo del emperador, que Andersen tomó, cambiándolo bastante, del libro El Conde Lucanor, de D. Juan Manuel, escritor español medieval) o corrían en boca de la gente. Lo que hizo Andersen fue, en la práctica totalidad de los cuentos, inventárselos. Porque el autor danés no era un erudito filólogo, sino un escritor, un literato. Así que los cuentos de Andersen se diferencian de los demás en que no se trata de cuentos populares que nuestro escritor adaptara y retocara más o menos, sino que son efectivamente suyos, igual que los entremeses de Cervantes, por poner un ejemplo, son de Miguel de Cervantes. Así que esta co1

lección se aleja de otras existentes de cuentos para niños, porque son creaciones literarias escritas conscientemente como tales. Esto ahora puede parecernos algo habitual, pues la creación literaria para niños de todas las edades llena muchos anaqueles de librerías y bibliotecas. Pero no siempre fue así, y la importancia actual de los libros para niños como narraciones literarias se debe, en buena parte, a nuestro Andersen. Y es que sus cuentos fueron tremendamente innovadores, como ahora mismo veremos. Hans Christian Andersen nació, vivió y murió en Dinamarca, uno de los países nórdicos, o escandinavos, de los que siempre pensamos que son tierras exóticas, lejanas, sumidas en espesas nieves y brumas invernales y que apenas han tenido o tienen importancia para nuestras vidas cotidianas o nuestra cultura. No es así, en absoluto. La cultura europea debe a los países nórdicos bastante más de lo que solemos imaginar. El teatro europeo cambió con la obra de Henrik Ibsen (1828-1906), y el legado filosófico de Søren Kierkegaard (1813-1855) es una base principal de la llamada «filosofía existencial», tan importante en el siglo XX. La música de Edvard Grieg (1843-1907), la novela de Knut Hamsun (1859-1952), los dramas de August Strindberg (1849-1912), el cine de Ingmar Bergman (1918-) y tantísimos otros nombres, hacen explicable nuestra literatura, nuestra música y nuestro cine. Y tenemos también a Hans Christian Andersen, naturalmente, que hizo varias cosas importantes y nuevas: escribió unos cuentos preciosos para niños y mayores, pequeñas joyas literarias, que han sido traducidos a muchísimas lenguas y que en bastantes casos han llegado a convertirse en patrimonio universal, hasta el punto de que mucha gente conoce de memoria cuentos como El patito feo, El valiente soldadito de plomo, La pequeña cerillera, El sapo, El abeto y tantos y tantos otros, e ignora que surgieron de la imaginación de un feo y desgarbado escritor danés nacido en 1805 y muerto justo 70 años después. Pero Andersen no se limitó a escribir cuentos, cosa que ya habían hecho otros antes que él, sobre todo en Francia, Alemania e Inglaterra, sin contar a los autores de fábulas, como nuestro Samaniego. Resulta que los escribió de una forma que nadie había usado hasta entonces. Los libros para niños de por entonces usaban las más de las veces un lenguaje florido, barroco, porque se esperaba que de ese modo los niños podrían acostumbrarse a lo que entonces se consideraba «buen lenguaje literario». En vez de eso, Andersen escribió sus cuentos tal como los contaba en voz alta. Porque aunque no todo el mundo escribe cuentos, sí que hay bastante gente que los cuenta; por regla general, a los niños, como hacía Andersen. Dicho sea de paso, nuestro autor se hizo famoso no solo por escribir, sino también por su gran habilidad para contarlos en público; y no solo ante los niños, pues visitó cortes reales y mansiones aristocráticas para recitar sus historias ante las más

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nobles audiencias. Cuando empezó a escribir cuentos, en lugar de seguir el pesado estilo literario de sus contemporáneos, decidió usar la lengua coloquial, la que mejor comprendían y gozaban los niños y la que usaban los adultos para contarles historias... y para hablar. Naturalmente, nuestro autor fue muy criticado por ello, ya que a muchos les pareció un atentado a los cánones literarios más sagrados. Además, escribir para niños se consideraba una actividad menor, algo no del todo propio de un escritor serio, pues el género de la literatura infantil era visto por entonces como un género menor. Ahora las cosas han cambiado bastante, aunque no del todo, y especialmente en los países nórdicos hay escritores de gran importancia literaria que escriben también para niños, una afortunada moda que se ha ido extendiendo y que ha llegado también al mundo literario de lengua española, aunque no hace demasiados años. Claro que tampoco quedó ahí la cosa. Además de adquirir la lengua culta, elegante, literaria, los niños tenían que aprender, a través de la familia y la escuela, pero también de los libros escritos para ellos, lecciones buenas y morales consideradas imprescindibles para llegar a ser hombres y mujeres de provecho. Los temas tenían que ser edificantes, de los cuentos se debían extraer enseñanzas positivas. Naturalmente, además, de entretener... porque si los niños se aburrían, cerrarían los ojos a las sabias y provechosas lecciones que se les quería proporcionar. Aunque, a decir verdad, a mediados del siglo XIX no todos los niños tenían acceso a tan útiles lecturas, pues eran solo los hijos de la aristocracia y la burguesía quienes iban a la escuela el tiempo suficiente para aprender a leer correctamente. Y lo mismo les pasaba a sus padres, que en muchas ocasiones leían aún menos que los hijos... o nada en absoluto. A contracorriente también en esto de las enseñanzas, Hans Christian escribió cuentos que difícilmente podían parecer instructivos, edificantes, moralizantes, didácticos. Lo son, sin embargo, pero muchas veces la enseñanza no salta a la vista y lo que prima es la diversión, el vuelo de la imaginación, el placer estético. Otras veces, sus enseñanzas iban incluso a contracorriente. Por ejemplo, huyó de presentar a Dios en la forma oficial de la época, como un terrible Señor que estaba siempre amenazando con terribles castigos a quienes le ofendieran, y en vez de eso buscó mostrar a niños y mayores una religión benévola, protectora, con un Dios más bondadoso que justiciero; en esto, nuestro autor seguía a algunos reformistas religiosos de su país. Tampoco la afición a los viajes, que aparece en tantos de sus cuentos, era un tema bien visto para los niños. Curiosamente, en algunas adaptaciones de cuentos como El sapo, que da su vida por poder viajar, se ha eliminado el trágico pero feliz viaje final porque, como se consideraba obligado enseñar a los niños, «en ninguno sitio se está como en casa». Pero para Andersen, quien viajó mu3

cho y escribió muy bellamente sobre sus viajes y los lugares que visitó, incluida España, ver mundo, escapar de los límites del terruño era uno de los placeres e incluso de las obligaciones de cualquier persona, pues solo así se podría crecer moral e intelectualmente. Y mientras algunos personajes secundarios de sus cuentos recomiendan quedarse en casita, los protagonistas viajan y viajan, aunque sea solo una vez en la vida, con regreso o sin regreso, con comodidad o sin ella. En vez de enseñar lo que se consideraba conveniente para los niños, Andersen enseñaba lo que a él le gustaba, y estaba convencido de que apasionaría también a los niños. Y viajar por viajar, por conocer, sin que existiera un alto objetivo que obligara a abandonar el hogar, como sucedería unos años más tarde en un libro para niños centrado en los viajes: Corazón, del escritor italiano Edmundo de Amicis, libro muy popular pero que se popularizaría aún más en su versión televisiva: Marco, de los Apeninos a los Andes. Marco viaja para recuperar a su madre desaparecida, los personajes de Andersen lo hacen por el placer de conocer cosas nuevas. De modo que también en temas como este Andersen se deja guiar por su propio instinto y sus propias aficiones en vez de seguir los caminos considerados obligados en el lenguaje, el género, el tema, la moral... No es de extrañar que algunos le criticaran acerbamente, cosa que Hans Christian encajó muy mal, y dijo y escribió una vez tras otra que precisamente en Dinamarca no habían sabido comprenderle. Su éxito fue enorme en Alemania, en cambio, donde ya había ejemplos de grandes escritores que se aventuraron a innovar en el terreno del relato (no necesariamente para niños), como E.T.A. Hoffmann (1776-1822), autor de unos cuentos a los que Andersen era muy aficionado y que, en cierto modo, también resultaban transgresores en su tiempo. Otra cosa que hizo Andersen, quien, como hemos visto, dio auténtica categoría literaria a los cuentos infantiles, fue ampliar el género mismo de los relatos breves, para mayores o pequeños. Escribe sobre cualquier tema y asunto, y sus personajes pueden ser de lo más extraño, anómalo e infrecuente. Además, las historias se van desarrollando de una forma magistral, mucho más allá del tradicional esquema de los cuentos populares. Realmente, si comparamos con los de Andersen los cuentos alemanes de los Grimm o los españoles recogidos por Almodóvar, veremos que estos no se parecen a los de origen popular, entre otras muchas cosas porque están llenos de humor e ironía. También en ellos hay reyes y príncipes, pero no es normal que los reyes de los cuentos populares abran la puerta de su palacio en camisón y zapatillas, o que haya países tan pequeños que en ellos no quepa casi nadie, ni es muy habitual que serios y casi ancianos reyes jueguen al corro con sus hijas y sus doncellas. Andersen, como estamos viendo, hacía lo que quería. Lo que le parecía

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adecuado para divertir, entretener, instruir y proporcionar placer literario, y este es uno de los motivos que explican la frescura y la popularidad de sus cuentos. Esta libertad creativa alcanza también a los protagonistas de sus cuentos. Las fábulas, que enseñan con las aventuras de los animales, son muy antiguas, y Andersen tiene algunos cuentos preciosos en los que el animal vive situaciones propias de personas y, sobre todo, las siente como un ser humano: el sapo, el patito feo, el escarabajo. Y contar cuentos de plantas no parece un salto excesivo desde las fábulas: el abeto, la margarita, el alforfón o el cardo. Claro que, en vez de animales o plantas nobles y elegantes (aunque los hay, como los cisnes salvajes o el abeto), hay muchos de baja categoría social: la margarita es la más humilde de las flores, y ni el escarabajo ni el sapo pertenecen a la aristocracia de la Madre Naturaleza. Pero como en todo lo demás, Andersen fue aún más allá: contar lo que le pasa a una aguja de zurcir, unos trapos, una tetera, un cuello de camisa o unas velas, era probablemente alejarse demasiado de lo previsible. Pues bien, Andersen lo hizo y, con ello, inauguró una libertad creativa casi sin límites: se puede hablar de cualquier cosa, no hay temas o personajes literarios y no literarios. Lo pudo hacer probablemente porque, a fin de cuentas, eran historias para niños, pues en una literatura más formal como era la dirigida a adultos, habría resultado mucho más difícil (a los niños se les perdona todo; o casi). Y si hoy día encontramos escritores que nos hablan de las cosas más insospechadas, no debemos olvidar que, seguramente, leyeron a Andersen y de él aprendieron que cualquier cosa puede ser un personaje y que cualquier suceso, por nimio, intrascendente y banal que pueda parecer, es material suficiente para un relato. Tampoco tenemos que olvidar que cuando Andersen estaba escribiendo y publicando sus sucesivos volúmenes de cuentos, el género de cuento literario, del relato breve, estaba llegando a su mayoría de edad con la obra del alemán Hoffmann, el norteamericano Edgar Allan Poe (1809-1849), el francés Guy de Maupassant (1850-1893) o los rusos Nicolai Gógol (1809-1852) y Antón Chéjov (1860-1904), todos ellos parcialmente contemporáneos de nuestro Hans Christian. Este forma parte de ese reducido grupo de los creadores de este género moderno, y si muchas veces no se le menciona en este contexto es porque todavía hay quienes consideran que escribir para niños es un desdoro. Muchos escritores, no solo de los países nórdicos, tuvieron en los cuentos de Andersen su primer modelo literario, y uno de los principales, hasta el punto de que el gran novelista alemán Thomas Mann (1875-1955) afirmaba que su ejemplo principal a la hora de escribir había sido La sirenita. Y cualquiera que lea novelas de cualquier sitio del norte de Europa, y de otras muchas partes del continente, también España, encontrará constantemente cosas que le recordarán a Andersen y a sus cuentos. Dicho de una 5

manera más solemne: leer los cuentos es fundamental para pasárselo bien, pero es también necesario para entender muchas cosas de la novela europea hasta hoy mismo. ¡Nada menos! De manera que Andersen rompió los moldes de la lengua que se podía usar en los cuentos, y también los temas considerados aceptables y convenientes para sus destinatarios. Pero hizo aún más cosas. Como acabamos de ver, sus personajes pertenecen a las clases más bajas, y si eso sucede con animales, plantas y objetos, con las personas es aún más habitual. La pequeña cerillera es pobre y sufre maltrato en su mísero hogar; el valiente soldadito de plomo (¡es más persona que objeto!) está inválido. Y niños y niñas pobres, padres y madres pobres pero no siempre honrados y cariñosos, aparecen una vez tras otra en los cuentos. Y estos no conducen siempre, más bien casi nunca, a una mejora de sus condiciones, real ni ficticia: no conseguirán integrarse entre los ricos mientras sigan ocupando la posición social que les corresponde (pobres pero honrados y serviciales), ni aprenderán a aceptar en silencio y con resignación sus limitaciones, sino que seguirán, simplemente, viviendo su vida como puedan, al margen de las clases pudientes. Aunque también hay niños ricos, que no por ello son más felices... Andersen muestra una profunda simpatía por los desheredados, los humildes, a quienes dedica cuentos inolvidables, convirtiendo así a los más pequeños en los más grandes. Incluso llega a escribir cuentos donde es una niña la que tiene que arriesgar su vida y pasar terribles pruebas para poder rescatar a su amiguito: así sucede en La reina de las nieves. En otros, el niño, luego hombre, seguirá su vida sin conseguir prosperar, mientras que la niña a la que amaba de pequeño se encumbra a la fama mundial gracias a su talento (Bajo el sauce). Si desde hace unos años se procura escribir cuentos no sexistas, donde no sean siempre niños los héroes y muchachitas las que esperan a ser salvadas, y en los que las niñas tengan un papel activo, resulta que ya los encontramos en el viejo Andersen, aunque, no podría ser de otro modo en su época, no siempre se presenta a las mujeres o a las niñas como amables, buenas e inteligentes. Claro que, a decir verdad, tampoco lo son siempre sus personajes masculinos. Algo que suele llamar la atención de los lectores de estos cuentos es que hay muchos que terminan mal. Ahora solemos preferir los finales felices, y de hecho circulan innumerables adaptaciones de Andersen donde se ha modificado el final para evitar, supongo, que los niños se entristezcan. ¿A qué se deben esos finales desgraciados, que pueden crear la imagen de un Andersen más bien tétrico y macabro? No podemos olvidar que Andersen escribe durante el Romanticismo nórdico, época en la que los temas truculentos, las tragedias, eran temas habituales y muy populares. Si en las historias para adultos morían los héroes,

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o estaban a punto de hacerlo tras enormes sufrimientos, en los libros para niños pasaba lo mismo. Esta afición duraría hasta finales del siglo XIX y aún más, y muchas de las novelitas más conocidas que se escribieron para un público infantil nos pueden parecer ahora demasiado «tristes» para ellos. En tiempos de Andersen era perfectamente normal este tipo de cosas, y a nadie le chocaban los sufrimientos de la niña de los zapatos rojos, ni creía excesivamente cruel el destino de la cerillera o el valiente soldadito de plomo y su amada bailarina: estos son los dramas que encierra la vida... O los niños que morían y las madres que lloraban junto a la tumba, o el niño maltratado por sus padres, o el que muere enfermo. Andersen suele darles una cierta compensación religiosa, en la vida eterna, al lado de Dios, etc., pero estos sufrimientos, mucho más a mediados del siglo XIX que en nuestro mundo occidental de hoy (pero menos incluso que en tantos países del Tercer Mundo) eran cosa de cada día, una realidad con la que se encontraban los niños un día tras otro; incluyendo la muerte de otros niños, demasiado frecuente en esos tiempos. De ahí, como ahora las cosas han cambiado mucho y procuramos proteger a nuestros hijos de todo lo que consideramos malo, incluyendo la tristeza y el dolor, por no hablar de la realidad de la muerte, esos cambios que he mencionado en los finales de muchos cuentos en las ediciones más «infantiles». No tengo muy claro que eso vaya a hacer unos niños mejor dotados para la vida, pero lo que está más que claro es que semejantes endulzamientos de los cuentos son una tergiversación total de la forma de pensar de Hans Christian, de las ideas y la literatura de su época. Si la cerillera o el soldadito de plomo no mueren, si la niña de los zapatos rojos conserva sus piernas, si el sapo no viaja a Egipto en el estómago de una cigüeña, si el árbol de navidad no acaba hecho astillas, la historia cambia por completo y lo que son grandes piececitas literarias acaban convertidas en simples historietas. No se les puede quitar ni cambiar nada, mucho menos el final. Precisamente porque son obras literarias, no meras historias. Y si de vez en cuando hay que llorar por la muerte de un niño inocente, ya llegará el patito feo para consolarnos con su alegría. Sabemos ya que Andersen no fue un escritor de cuentos para niños, sino un escritor que, entre otras cosas, escribió cuentos para niños. Su máxima ilusión era convertirse en dramaturgo famoso, y algunas de sus obras no carecieron de cierto éxito, aunque hoy día están prácticamente olvidadas. Más éxito tuvieron, entonces y ahora, sus libros de viaje y sus novelas. Quizá, me atrevería a decir, porque en unos y otras Andersen habla de sí mismo, de una u otra forma, como sucede también tantas veces en sus cuentos. También escribió poesía, que hoy nos interesa mucho menos. En Dinamarca, su país de origen, Andersen es uno de los grandes clásicos del siglo XIX, más allá de 7

los cuentos aunque incluyendo a estos. Empezó a publicar cuentos en 1834 con un breve volumen de tanteo, y a la vista del éxito fue escribiendo más y más, hasta completar la colección que hoy conocemos. Las historias incluidas en aquel primer tomito eran, como decía su título original, «cuentos e historias narrados para niños», es decir, narraciones ya existentes, tradicionales o de autor, que Andersen reescribió para que llegaran mejor al público infantil. Ya había en esa colección inicial algún cuento inventado por Hans Christian, pero en los volúmenes que siguieron los relatos propios se hicieron totalmente dominantes. Obtenía inspiración de todo lo que vivía, oía, veía y leía, y en algunas ocasiones los cuentos tenían su origen en un entretenido reto de alguno de sus amigos: así se crearon algunos de los de plantas y, sobre todo, objetos. Pero muchas veces los cuentos brotaban a partir de cosas, personas y situaciones que había conocido en sus viajes; en otras ocasiones, surgían de las lecturas, en otras más, del deseo de enseñar a los niños alguna cosa: frecuentemente historia o geografía, pero también costumbres o curiosidades, o literatura, o a preparar funciones de teatro. No podemos extrañarnos, después de este brevísimo repaso, de que Hans Christian Andersen ocupe una posición excepcional en el mundo de las letras, infantiles o no, y que en su patria sea considerado como la máxima gloria de la cultura nacional. Y aunque el mismo Andersen siempre estuvo algo resentido contra sus compatriotas porque consideraba que no le habían otorgado suficiente reconocimiento, lo cierto es que acabó sus días feliz y agradecido a sus cuentos, consciente de que gracias a ellos su nombre sería inmortal. Y como tantas veces se dice, Andersen era el patito feo, un ser de estirpe muy humilde, un solitario, que sin embargo acabó por convertirse en la más bella de las aves. En recuerdo a su humildad, a nuestro autor le gustaba hablar de las personas humildes y dedicarles sus cuentos sin someterse a la moralina social de su época. Como él, los niños provincianos, pobres y solitarios podrían, con la ayuda de unas pocas buenas personas y de su propio esfuerzo y talento, abrirse paso en la vida... y llegar como él, más arriba que nadie en la Dinamarca de su tiempo: Søren Kierkegaard es conocido por muchos, aunque no por tantos como los que han leído los cuentos, pero el gran compositor Niels Gade (1817-1890), contemporáneo también de Hans Christian, probablemente no le resultará familiar al lector. En cambio, ¿cuántas veces ha leído y volverá a leer alguno de los cuentos del genial escritor de Odense? Como escribió el mismo Andersen, su más bello cuento fue su propia vida. Enrique BERNÁRDEZ

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