Solemnidad de Todos los Santos 1 de Noviembre

Solemnidad de Todos los Santos – 1 de Noviembre Lectura del santo evangelio Mateo 5,1-12a En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña,...
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Solemnidad de Todos los Santos – 1 de Noviembre Lectura del santo evangelio Mateo 5,1-12a En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.” Primer discurso del Evangelio de Mateo. Discurso de la Montaña, inaugural, de apertura, con aires de novedad. Se alarga hasta el capítulo séptimo. Mateo ha dispuesto, según temas, un variado material de la predicación de Jesús. Es su estilo y su costumbre. Nos encontramos al comienzo. Y, como comienzo y pórtico, las Bienaventuranzas. Ocho en tercera persona plural y una, la última, en segunda. De las ocho, una dudosa; podemos tomar siete. Número cargado de significado y útil para la catequesis. Tono sapiencial. Jesús, los apóstoles, el pueblo: al fondo, la Iglesia que escucha. Mateo es el buen escriba en el Reino de los cielos. Todas vienen encabezadas por la declaración: Bienaventurados. Es y se promete una Dicha. Y es una Dicha porque promete. Y la promesa procede de Dios: doblemente Dicha, ahora y en futuro. Y Dios no es caprichoso. Si llena de bendiciones definitivas a un grupo de individuos, es porque éstos han colgado de sus manos bondadosas su radical impotencia y han abierto a su soplo creador la profunda cavidad sedienta que cubre todo su ser. Y Dios, que se alarga y multiplica bondadosamente, llena aquella sed y cubre aquel vacío. Este mundo no lo entiende. Pero es la sabiduría de Dios. Jesús la revela, la proclama

y la realiza. Comienza la gran obra de Dios, la gran Dicha. Los siglos la mirarán atónitos. Miremos también nosotros. Podemos imaginarnos al pobre. Recordemos los términos afines de necesitado, indigente, desamparado, despreciado, olvidado… Un grupo de personas que carecen hasta de lo más elemental. Nadie los aprecia, nadie los respeta, nadie los atiende, nadie se cuida de ellos. Es verdad que hay muchas clases de pobreza. Elemento común: abandono en la necesidad. Necesidad que los expone en todo tiempo al atropello del más fuerte. Sin embargo, Dios, el más fuerte, se cuida de ellos; se abre de par en par a la angustia de su corazón. Cerrados a los bienes de este mundo han puesto toda su confianza en Dios. Son pobres de y en el espíritu. Nada buscan en el mundo, sólo a Dios. Confianza, abandono, recurso constante a él. Llevan su pobreza, sufren su desgracia en Dios. De estos pobres habla el evangelio. Para ellos la Dicha del Reino. Dios declara, en boca de Jesús, que no tienen por qué acongojarse: ¡son sus preferidos! Aunque el mundo los olvida, él no. Para ellos su Reino maravilloso. Dios, en efecto, se va a volcar en ellos. Los va a llenar de bendiciones: ¡para ellos él! Apunta al futuro y, con todo, es ya una realidad. Ellos están en convivencia con Dios; Dios los protege con su mano, los lleva en sus alas. Son suyos y él de ellos. No hay duda de que, en misterio, ya gustan de la felicidad futura. Lo dice y hace Cristo Jesús. Son los mendigos de Dios; los pobres de Yahvé. No es, por tanto, la mera carencia de bienes lo que los coloca en tal condición de dicha. Es más bien la riqueza en el espíritu que supera con dignidad la carencia de bienes. Ni su espíritu suspira por bienes terrenos, ni los bienes terrenos impiden a su espíritu volar hacia Dios. Los desdichados de este mundo son, pues, los bendecidos de Dios. En su corazón cabe holgado el Reino de los cielos. ¡Bienaventurados! Una explicación semejante cabe para las restantes Bienaventuranzas. Todas ellas revelan la misma condición fundamental. Los afligidos no tienen por qué afligirse más: su dolor se tornará en gozo, su miseria en gloria. El Reino los envuelve ya desde ahora y los incorpora, en misterio, a Cristo Resucitado. La fe cristiana los pone al alcance del Dios misericordioso, que transforma las peñas en estanques y la esperanza les permite gustar y paladear, en misterio, el triunfo eterno. Dios enjugará toda lágrima de sus ojos (Ap 7, 17).

La paciencia que soporta, la humildad que levanta, la confianza que sostiene, es la expresión palpable de la aflicción y mansedumbre en el Señor. Cristo paciente es el modelo y ejemplar. Son los que tienen hambre y sed de justicia. Los que buscan con ahínco hacer la voluntad de Dios. Los que no pueden vivir de otro alimento y manjar. Preciosa y profunda actitud religiosa: no riquezas, no poder, no salud, sino la voluntad de Dios. Quedarán saciados. Radicalmente saciados, satisfechos y llenos. Es precisamente lo que Cristo anuncia y trae. En Cristo podemos y alcanzaremos querer como Dios quiere y obrar como Dios obra. Cristo, que cumple la voluntad del Padre, muerto y resucitado, es su mejor expresión. Divina bendición para los que tienen hambre de Dios: poseerán a Dios de forma inefable. La oración del Padrenuestro nos recuerda la oración de este grupo: Hágase tu voluntad… Y Dios es amor, y Dios es misericordia. Bienaventurados los misericordiosos: alcanzarán misericordia. En verdad alcanzarán la Misericordia, poseerán a Dios. Recordemos el texto de Lucas: Sed misericordiosos, como vuestro Padre celestial

es misericordioso. También éstos encuentran en el Padrenuestro unas palabras que les cuadran:…Como perdonamos a nuestros deudores. La sinceridad y lealtad en la búsqueda de Dios y en el ejercicio de la misericordia no podía menos de encontrarse con una solemne y consoladora bienaventuranza: Bienaventurados los limpios de corazón. Para ellos el encuentro con Dios y el gozo eterno de su visión. Y los pacíficos, los que buscan y procuran la paz con Dios. Personas abnegadas, amadoras del bien, creadoras del amor, desinteresadas. Su gloria es ser hijos de Dios. Al crear la paz, irradian a Dios, su gloria: son hijos de Dios. Los perseguidos por la justicia, por cumplir y pregonar la voluntad de Dios; los perseguidos por el evangelio, por vivir y cantar la Buena Nueva, recibirán su recompensa. El ser cristiano -manso, misericordioso, leal, sencillo, pacífico…- provoca la persecución y el desprecio del mundo. Bendito el cristiano perseguido como tal. De él la gloria del Reino de los cielos. Cristo, presente en la encrucijada de los caminos de la vida, señala y crea la bendición de Dios sobre los que viven en su espíritu la voluntad del Padre. Cristo declara, como válido y divino, un programa en abierta antítesis con los valores de este mundo.

Meditemos: No perdamos de vista la fiesta que celebramos: Festividad de todos los Santos. Señalemos algunos puntos. a) Los Santos gozan de Dios.- La primera carta de Juan pregona con entusiasmo: Seremos

semejantes a él, lo veremos tal cual es. Convivencia inefable con Dios en Cristo o con Cristo en Dios. Transformación plena de nuestro ser en el ser de Dios: en el querer, en el ver y en el sentir. Cristo Resucitado es la imagen a la que nos arrimaremos para ser envueltos por la gloria divina. Comunión con Dios. Partícipes de las relaciones trinitarias. Como hijos en el Hijo, como amor en el Espíritu Santo, como dioses en Dios. La convivencia en Dios de sí mismo nos hará gustarlo como él mismo se gusta, amarnos y amarlo como se ama y nos ama. El Apocalipsis quiere darnos una idea, aunque vaga, del misterio, mediante el cuadro de una solemnísima liturgia celeste llena de colorido y belleza: aclamación, alabanza, luz… Las Bienaventuranzas lo proclaman y proponen de lejos: Reino de los cielos. Sin hambre, sin sed, sin necesidad de ninguna clase, sin estrecheces, sin odios ni rencores, sin dolor ni muerte. Alabemos a Dios por tal maravilla. Ni ojo vio, ni oído oyó lo que Dios tiene preparado para los que lo aman (Pablo). Y no es sólo Dios, es la multitud misma la que también acude a inflamar los espíritus de los bienaventurados que gozan de Dios: con Cristo, su madre y todos los santos b) Los Santos son los que cumplen la voluntad de Dios.- Para poseer a Dios hay que apetecerlo. Y apetecerlo es seguirlo. Y seguirlo es hacer su voluntad. Las Bienaventuranzas hablan de las condiciones indispensables para llegar a él: por encima de todo, afectiva y efectivamente, Dios. Dios es Cristo. La pobreza y sencillez; la paciencia y mansedumbre; el hambre y sed de Dios; la misericordia y la búsqueda de la paz; la constancia en los sinsabores que entraña el ser cristiano. Ese camino, con más o menos perfección, ha sido recorrido por los Santos. El salmo advierte, en forma de canto, de la necesidad de ser digno. Nadie puede entrar manchado a la presencia de Dios. Dios no se entrega a los perros: sería un sacrilegio y una profanación. Sólo podrá entrar en el Templo aquél que lo haya acompañado devotamente en el transcurso de su vida con ánimo de ascensión. La compañía de Cristo en este mundo es la garantía segura de la entrada al Reino de Dios. Recordemos los vestidos blancos y las palmas de que nos habla el Apocalipsis: la limpieza

en su sangre y la tribulación sufrida en su seguimiento. La marca de Cristo la llevan en su frente y en su pecho: en sus palabras y en sus obras. Han mantenido la blancura del bautismo o la han recuperado por una sana penitencia en su muerte y resurrección. Han cumplido la voluntad de Dios. Juan nos habla de la pureza de vida en la esperanza de Dios. c) La Iglesia Reino de Dios.- Los santos, que gozan de Dios, nos animan desde el Cielo. Son sus ejemplos y oración. Pero el cielo lo tenemos ya aquí, en misterio; poseemos, a modo de prenda y garantía, el Espíritu Santo. ¡Somos hijos! Debemos fomentar sentimientos de hijo. Debemos, en otras palabras, conformarnos a la voluntad de Dios en Cristo, su Hijo. Ser hijos en Hijo, movidos por el Espíritu Santo. Es una ascensión, es una peregrinación, es una esperanza viva. Llevamos la marca, la vestidura blanca, la palma: renuncia al mundo y al pecado. Cristo va delante y nos acompaña. Es nuestra alabanza a Dios, nuestra aclamación y nuestra gloria. Las Bienaventuranzas señalan el camino de realizar aquí la bendición divina. Seamos el reino del pobre, el consuelo del afligido, la paz en las discordias, el sostén del humilde, el pan del hambriento y la bebida del sediento. Una Iglesia así es ya reflejo y realidad, limitada por cierto, de lo que esperamos. Funjamos nuestra preciosa liturgia de palabra y de obra; revelemos nuestra semejanza con Cristo; vivamos la esperanza viva en pureza; manifestemos ser hijos de Dios. He ahí una Iglesia bella, expresión bella de la Iglesia celestial: Dios en medio de su pueblo.