DE ASNO / JUMENTO

A ASNO /JUMENTO /RUCIO E N EL PRIMER QUIJOTE

CARLOS ROMERO

MUÑOZ

Università Ca' Fosean di Venezia

1. Rocinante (un animal, no un ser humano, pero de evidente importancia a lo largo de las dos partes del Quijote y, para colmo, bautizado -rebautizado- en su mismo comienzo) resulta registrado tan sólo en cuatro de los escasos «índices de personajes» - o bien « d e n o m b r e s » - presentes en la novela que conozco: los publicados en las Obras completas cervantinas, a cargo de Ángel Valbuena Prat (1946), en las ediciones de la más importante de todas realizadas por Vicente Gaos (1987) y Francisco Rico (2005) , y en el específico Dictionnaire de Dominique Reyre (1980: 135). ¿Qué ocurre, en cambio, con el rucio, actor no menos importante, aunque siempre confinado en los términos del «nombre común»? L o hallaremos únicamente en el Dictionnaire. En él se afirma que Sancho llama así a la bestia que cabalga «par euphemisme, car le mot 'asno' est injurieux». La definición sigue siendo útil, siquiera porque pone en la necesaria evidencia este aspecto «atenuante» del vocablo, hasta entonces casi siempre descuidado. Cabe, sin embargo, añadirle una precisión, a partir de la cual creo posible llegar a alguna conclusión: de acuerdo con la clara tendencia de Cervantes en cuanto se refiere a sus criaturas, «el rucio» no nace de manera explícita con este apelativo; en realidad deviene, llega a ser tal tan sólo al comedio de la Primera parte . La cual, si bien se mira, concluye cuando el autor no parece haber tomado aún una decisión de veras «definitiva» sobre el particular. 1

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Como es sabido, de una besüa asnal no se habla hasta el c. VII. El hidalgo, decidido hacer «segunda salida», convence con algunas fantásticas promesas para que lo siga, en funciones de escudero, a «un labrador

1

Sigo a q u í la p a g i n a c i ó n d e otra p r e c e d e n t e e d . del p r o p i o R i c o ( 2 0 0 4 a ) .

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C , de a h o r a en adelante.

5

H a c e ya m e d i o siglo q u e J o a q u í n C a s a l d u e r o ( 1 9 4 9 ) e m p e z ó a distinguir seriamente

entre el Quijote d e 1605 y el d e 1615: dos o b r a s -insistía, c o n r a z ó n - , muy distintas entre sí. L o sigo, d e s d e h a c e ya bastantes años, l l a m a n d o siempre, sin la m e n o r d u d a , 1605 a la P r i m e r a parte, 1615 a la s e g u n d a y 1614 a la d e q u i e n q u i e r a se e s c o n d a tras el p s e u d ó n i m o d e A l o n so F e r n á n d e z d e A v e l l a n e d a ( R o m e r o M u ñ o z , 1990: 95-96).

«Cervantesy

el Q u i j o t e . » Actas Coloquio internacional

(Oviedo,

27-30/10/2004)

CERVANTES Y EL QUIJOTE. Carlos ROMERO MUÑOZ. De «asno /jumento» a «asno / jument...

vecino suyo» (99). Este vecino, enseguida llamado Sancho Panza , declara su intención de llevar consigo «un asno que tenía muy bueno, porque él no estaba duecho a andar mucho a pie» (100). A partir de este momento, tanto el narrador como el « a m o » y el propio «criado» aludirán a la cabalgadura alternando, por razones sobre todo estilísticas, ora asno (considerado en la época no sólo «injurioso», como justamente indica Reyre, sino también -y sobre t o d o - « g r o s e r o » ) , ora el más neutro jumento. Para topar con la «tercera fórmula nominativa» hemos de esperar hasta el c. XXI (243-244): 4

En esto comenzó a llover un poco [... ] De allí a poco, descubrió don Quijote un hombre a caballo que traía en la cabeza una cosa que relumbraba como si fuera de oro [...] -[...] si no me engaño, hacia nosotros viene uno que trae en la cabeza puesto el yelmo de Mambrino, sobre que yo hice el juramento que sabes . [...] -¿Cómo me puedo engañar en lo que digo, traidor escrupuloso? -dijo don Quijote-. Dime, ¿no ves aquel caballero que hacia nosotros viene, sobre un caballo rucio rodado, que trae puesto en la cabeza un yelmo de oro? -Lo que yo veo y columbro -respondió Sancho- no es sino un hombre sobre un asno pardo, como el mío, que trae sobre la cabeza una cosa que relumbra. 5

Las palabras del escudero bien merecen un breve comentario. Conocemos algunas de las cualidades de Rocinante, pero con dificultad podemos imaginar el color de su p e l o . Parece como si C , en 1605, hubiera decidido mantener una sistemática «suspensión de informaciones cromáticas» referidas a las bestias caballares, mulares y asnales presentes en un libro casi enteramente desarrollado en campo abierto y en caminos recorridos por hombres a pie o a lomos de cabalgaduras. L o mism o ocurre en La Galatea, en las obras teatrales de la «primera época» y en el Persiles. Algunos datos —meramente casuales, nunca relevantes para el relato- sí se hallan en La ilustre fregona (383: dos muías rucias), en el Coloquio de los perros (550: una yegua rucia), en el Viaje del Parnaso (c. IV, v. 37: un caballo bayo), en el Entremés del rufián viudo (II, 912: «muy más que el potro rucio eres famoso») y, con mayor frecuencia, en 1615''. ¿Se6

S., de ahora en adelante, a no ser que se trate de citas cervantinas, donde conservo el nombre completo. Véase c. X ( 1 2 7 ) . Por lo menos, los no entendidos en la materia. Basándose en indicios esparcidos a lo largo de toda la novela, Justino Pollos Herrera (1976: 5 1 - 5 6 ) afirma que su capa, más que castaña peceña, como imagina un autor precedente, «era torda muy clara, casi blanca». Se trata de las «tres cananeas [por 'hacaneas'] remendadas» presentes en el c. X (769); de la «muy hermosa yegua tordilla» del XVI ( 8 1 9 ) , del «palafrén o hacanea blanquísima» del X X X (956) y del «caballo frisón, ancho y de color tordillo» del LVI ( 1 1 8 5 ) . N o se olviden las «seis muías pardas, encubertadas empero de lienzo blanco» del X X X V ( 1 0 0 5 ) ni la «poderosa muía, negra como el mismo azabache» del XLVIII ( 1 1 1 3 ) . 4

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nal de que algo ha cambiado, incluso en este descuidado ámbito lexical? La cuestión merecería ser considerada con el espacio de que ahora no dispongo. Tal desinterés por el vasto dominio del color tiene su paralelo en el de la onomástica. Nunca sabremos cómo se llamaba Rocinante precedentemente al comienzo de la historia, cuando don Quijote le da el nombre que ha de volverlo inmortal, aunque resulta lógico imaginar que alguno habrá tenido «ante(s)». En el caso del asno, puesto que de alguna manera lo habrán «designado» en casa de los Panza, es legítimo pensar que el apelativo coincidiría, sin más, con el de su propio pelaje. Es decir, a partir de cuanto el propio S. acaba de decir, quizá Pardo o Pardillo. Se trata, por otra parte, de capas y nombres muy corrientes, en la época de C. y hasta en la nuestra . (De todos modos, cabe imaginar que uno y otro fueran llamados por sus propietarios con el grado cero del nombre individual: caballo o/y asno, respectivamente. Sobre todo en el caso de S., en cuya casa parece no existir otra caballería; sí las había, en cam8

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bio,

en la de

DQ)

1 0

.

Mucho se ha hablado de la legitimidad de reconocer en estas y en posteriores razones del escudero (248) una semilla -siquiera una semilladel perspectivismo a que C. parece tender de m o d o natural, no sólo en el Quijote, aunque en él resulte facilitado por la locura del héroe, típico «soñador con los ojos abiertos». Ello justifica la aclaración inmediatamente ofrecida por el narrador , que conciliará con toda satisfacción las contradictorias opiniones de amo y criado (245) . El barbero en cuestión, 11

12

8

D Q , d e a h o r a e n adelante, a n o ser q u e se trate d e citas cervantinas, d o n d e c o n s e r v o el

n o m b r e completo. 9

Escribe Francisco L ó p e z d e U b e d a (1605: 4 6 9 ) : « U n a n o t o r i a excelencia / q u e v e m o s

e n los borricos / es q u e casi todos son / d e u n color y talle m i s m o » . Y Santiago d e la V i l l a y M a r t í n (1881: 419-420): « D e c i d i d a m e n t e n o se observa e n estos seres la a s o m b r o s a v a r i e d a d y c o m b i n a c i ó n d e colores q u e e n el caballo. [...] E n el asno, el p e l o más c o m ú n , al m e n o s e n nuestro país, es el l l a m a d o rucio, q u e es u n p a r d o claro. / / L o s hay t a m b i é n d e pelo de rata, negros, blancos, tordos, castaños y rojos o melados. L a capa pía es bastante r a r a » . A l g o u n p o c o distinto - y e n más d e u n sentido, c o n t r a d i c t o r i o - afirma Pollos H e r r e r a ( 1 2 9 ) : « n i d e raza andaluza, ni d e raza z a m o r a n a , ni d e raza pirenaica o catalana, cosa q u e tan p o c o a b o n a su pelaje e x p l í c i t o » , para, casi e n s e g u i d a ( 1 3 0 ) , h a b l a r d e los «asnos corrientes d e la raza q u e se le dice castellana [...] L a m a y o r í a ostentan capa p e c e ñ a , a b u n d a n d o m e n o s los d e c a p a rucia, p o r q u e ésta, al parecer, tiene carácter genético regresivo: h a b í a m u y p o c o s d e capa b l a n c a o tord o clara, p o s i b l e m e n t e p r o d u c t o s d e cruces c o n sangre a n d a l u z a » . P a r a c o n c l u i r ( 1 3 2 ) : « E l j u m e n t o q u e c a b a l g a b a S. era, pues, d e c a p a rucia, q u e es u n pelaje asnal d e c o l o r grisáceo o pardo claro». 1 0

V é a n s e la « a d i c i ó n » al c. X X I I I registrado en la 2 e d . d e la novela p o r «Juan d e la CuesS

ta» ( 1 3 4 8 ) , los ce. X X V ( 3 1 4 ) y X X V I (323, c o n el c o r r e s p o n d i e n t e « a ñ a d i d o » : 1349). 1 1

N, d e a h o r a e n adelante.

1 2

«Es, pues, el caso q u e el y e l m o y el caballo q u e d o n Quijote veía era esto: q u e e n a q u e l

c o n t o r n o h a b í a dos lugares, el u n o tan p e q u e ñ o , q u e n o tenía botica ni b a r b e r o , y el otro, q u e estaba j u n t o a él, sí; y, así, el b a r b e r o del m a y o r servía al m e n o r , e n el cual tuvo u n e n f e r m o n e c e s i d a d d e sangrarse, y otro d e hacerse la b a r b a , p a r a lo cual venía el b a r b e r o y traía u n a b a c í a d e azófar, y quiso la suerte q u e al t i e m p o q u e venía c o m e n z ó a llover, y p o r q u e n o se le

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no bien vio echársele encima a DQ, se dejó caer «del asno abajo, y no hubo tocado el suelo, cuando se levantó más ligero que un gamo y comenzó a correr por aquel llano, que no le alcanzara el viento» (245-246). El hidalgo y su escudero mantienen enseguida una magnífica conversación acerca de lo ocurrido (246-248), hábilmente concluida con un auténtico «cambio de tercio» por parte del último: Pero, dejando esto aparte, dígame vuestra merced qué haremos deste caballo rucio rodado que parece asno pardo, que dejó aquí desamparado aquel Martino que vuestra merced derribó [...]. ¡Y para mis barbas, si no es bueno el rucio! [...] -Dios sabe si quisiera llevarle [...] o por lo menos trocalle con este mío, que no me parece tan bueno. Verdaderamente que son estrechas las leyes de caballería, pues no se estienden a dejar trocar un asno por otro; y querría saber si podría trocar los aparejos siquiera. -En eso no estoy muy cierto -respondió don Quijote-, y en caso de duda, hasta estar mejor informado, digo que los trueques, si es que tienes dellos necesidad estrema. -Tan estrema es -respondió Sancho-, que si fueran para mi misma persona no los hubiera menester más. Y luego habilitado con aquella licencia, hizo mutacio caparum y puso su jumento a las mil lindezas, dejándole mejorado en tercio y quinto (248-249). La precedente formulación del deseo de cambiar de cabalgadura, sencillamente porque la del barbero es «mejor», muestra a las claras que el tan decantado afecto del escudero para con la suya es, siquiera hasta el momento, muy limitada. El hecho - o el dato para la historia de otro devenir, a lo largo del Quijote— merece más atención de la que se le suele prestar , pero, aquí y ahora, importa tan sólo poner de relieve que, al exclamar ¡Ypara mis barbas si no es bueno elrucio!, S. se está riendo, no poco cruelmente, de su señor, si bien con menor descaro que en la recién concluida «aventura de los batanes» (c. XX, 239-240). Ya estamos en el c. XXV. Precisamente en el pasaje en que DQ, decidido a «hacer penitencia», a imitación de Amadís y de Roldan, desensilla a Rocinante y lo deja en libertad (305-306). 13

Viendo esto Sancho, dijo: -Bien haya quien nos quitó ahora del trabajo de desenalbaldar al rucio, que a fe que no faltaran palmadicas que dalle. [...] Y en verdad, señor Caballero de la Triste Figura, que si es que mi partida y su locura de vuestra merced va de veras, que será bien tornar a ensillar a Rocinante, para que supla la falta del rucio... (306) m a n c h a s e el s o m b r e r o , q u e d e b í a d e ser n u e v o , se puso la bacía s o b r e la cabeza, y, c o m o estaba limpia, d e s d e m e d i a l e n g u a r e l u m b r a b a . V e n í a s o b r e u n asno p a r d o , c o m o S a n c h o dijo, y esta fue la ocasión q u e a d o n Q u i j o t e le p a r e c i ó caballo r u c i o r o d a d o y y e l m o d e o r o . . . » 1 3

V é a s e R o m e r o M u ñ o z (1991: 3 4 ) .

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¡Aquí lo tenemos! Rucio, en principio «adjetivo», acaba de aparecer, con funciones de «sustantivo», referido al animal montado por el escudero, como habría podido ocurrir si lo hubiese llamado Pardo o Pardillo. Desde luego, todo puede explicarse como una «propagación» de la fórmula ya usada por éste en el c. XXI, pero ¿se trata de una propagación inconsciente o, por el contrario, bien consciente? ¿De algo que «se le ha pegado» a S., tras la aún reciente experiencia o, por el contrario, de una muestra más de su socarronería? N o sería de ninguna manera imposible que este brusco salto de la hasta aquí constante alternación binaria {asno / jumento) a otra nueva, de tipo ternario (asno / jumento / rucio), hubiera quedado discursiva y expresamente justificado en el fragmento de original (nunca sabremos si breve o extenso) que sin duda falta en esta sección del actual c. XXIII' . De la consulta de los diccionarios de la lengua «castellana» o «española» publicados entre 1570 y 1737, de mis propias lecturas y de la ya muy rica colección de testimonios recogida en el CORDE se deduce que llamar rucio, sin más explicaciones, a un asno constituye en la época algo en un más de un sentido «sorprendente» e incluso «ridículo», en la acepción más estricta del término. (Debe quedar claro que aquí me refiero a la lengua de la literatura, no necesariamente «alta», con tal de que no sea -porque así lo quiere el autor- «baja» e incluso «bajísima». Por supuesto, pecaría de irresponsabilidad si aquí intentase ampliar esta afirmación a la vida, más o menos «cotidiana»: en primer lugar, a la campesina, por naturaleza oral, escasamente recogida en documentos redactados por escribanos, etc. etc.) 4

i

2. Suspendo por un momento la ilustración de dicha hipótesis. Antes, creo conveniente concluir el repaso de las apariciones del animal en 1605, teniendo siempre muy en cuenta quién lleva la voz en cada una de ellas. En el citado XXV, asno está registrado en boca del escudero (307 y 312) , quien tampoco deja de recurrir por tercera vez a rucio, como adjetivo sustantivado, en términos de siquiera aparente «normalidad» (315) . En los ce. XXVI (323) y XXIX (372), es N quien demuestra haber introyectado la nueva denominación . 15

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18

1 4

V é a s e Geoffrey Stagg ( 1 9 5 9 ) .

1 5

« - M á s fue p e r d e r el asno, [...] pues c o n él se p e r d i e r o n las hilas y t o d o » .

1 6

« - D i g o q u e [... ] q u e soy u n asno. M a s n o sé p a r a q u é yo n o m b r o asno e n m i b o c a , p u e s

n o se h a d e m e n t a r la s o g a e n casa del a h o r c a d o » . 1 7

« P o r a m o r d e Dios, s e ñ o r m í o , q u e n o vea yo en cueros a vuestra m e r c e d , q u e m e d a r á

m u c h a lástima y n o p o d r é dejar d e llorar, q u e m e d u e l e la cabeza del llanto q u e a n o c h e hice p o r el r u c i o . . . » 1 8

« Y c o n esto les c o n t ó [al cura y a M a e s e N i c o l á s ] la p é r d i d a del r u c i o » y « L u e g o s u b i ó

d o n Quijote s o b r e Rocinante, y el b a r b e r o se a c o m o d ó e n su c a b a l g a d u r a , q u e d á n d o s e Sanc h o a pie, d o n d e d e n u e v o se le r e n o v ó la p é r d i d a del r u c i o . . . »

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¿Qué sucede, tras las citadas cinco apariciones del vocablo que nos interesa? A l g o en más de un sentido «chocante»: n o volverá a ocurrir en todo lo que queda de lá ed. princeps de 1605. La ventera, en el c. XXXV (457) usa jumento, como N en el XL1I (547). L o mismo hará en el XLIII (556) pero, en el XLIV (567), volverá a asno, refiriéndose al del barbero, de cuyos aparejos se ha apoderado S., y asno lo llamará el propio barbero víctima de la alucinación de D Q (568) . Don Fernando (c. XLV, 573), entrado de lleno en la burla, niega que la pieza contendida sea albarda de jumento y, por el contrario, afirma que se trata de un jaez de caballo. N o sólo: «uno de los cuatro [criados de don Luis]» vuelve a tratar de la albarda de este asno (574). En el XLVI, N (581) usa jumento, como D Q (583) y el propio S. (584), refiriéndose, de nuevo y hasta el resto de 1605, a su propia cabalgadura. En el XLVII, N torna a. jumento (592) y a asno (592 y 594). En fin, ya en el LII, último del libro, el mismo N (645) vuelve a usar asno. 19

Por si aún pudieran caber dudas de que rucio no pasa de ser una denominación a fin de cuentas episódica, casi del todo irrelevante a lo largo de la Primera parte, recordaré que el adjetivo sustantivado en cuestión está ausente en los poemas preliminares, compuestos, como es natural (y, además, el mismo C. lo declara en el estupendo p r ó l o g o ) , después de haberla concluido. Está ausente incluso donde su presencia podría haber parecido - p o r lo m e n o s - oportuna. Es decir, en el soneto que Gandalín, «escudero de Amadís de Gaula», dedica a S. (29, v. 9: «Envidio a tu jumento y a tu n o m b r e » ) , en mi opinión no tan sólo por motivos de decoro, ya que en un nuevo soneto, ocupado por un «Diálogo entre Babieca y Rocinante», 35, w. 5-8) reaparece la dimensión «injuriosa» del vocablo: B.

Anda, señor, que estáis muy mal criado, pues vuestra lengua de asno al amo ultraja. R. Asno se es de la cuna a la mortaja. ¿Queréoslo ver? Miraldo enamorado. A l llegar a este punto, no hay más remedio que volver a la misteriosa desaparición y a la no menos extraña reaparición de la bestia en la primera ed. de 1605. Una y otra debieron de ser bien pronto notadas por los primeros lectores de la novela, alguno de los cuales comunicaría al autor lo que con toda probabilidad él mismo habría ya visto. M e parece indudable que se trata de un descuido, en cierto m o d o grave, por más que algunos críticos se hayan empeñado en decirnos que no lo es tanto y hasta que no lo es en absoluto . Aquí me limitaré a recordar que, en 20

1 9

Éste último, d e m a n e r a n o p o c o retorcida, a l u d e a los jaeces d e lo q u e él creyó ser caba-

llo del posesor del y e l m o d e M a m b r i n o ; caballo q u e S. t o m ó c o n su licencia p a r a « a d o r n a r el suyo», p e r o n o p u e d e n c a b e r d u d a s d e q u e se trata d e los dos asnos pardos q u e b i e n c o n o c e m o s . 2 0

V é a s e J u a n Bautista A v a l l e - A r c e ( 1 9 7 5 : 70, n o t a 6 0 ) , T h o m a s R. L a t h r o p ( 1 9 8 4 ) , José

M a n u e l M a r t í n M o r a n (1990: 14) y A l b e r t o Sánchez ( 1 9 9 2 ) .

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la reimpresión de la princeps, publicada pocos meses después de ésta, en el mismo año de 1605, aparecen dos «añadidos», con las que se pretende poner remedio al desaguisado. La interpolación relativa al hallazgo o recuperación del animal, registrada en el c. XXX (388-389, y, en apéndice, 1348-1349), resulta satisfactoria; menos - o , sin más, nada- lo es la dedicada a explicar su pérdida, presente en la «adición» impresa en el actual c. XXIII (273 y, en apéndice, 1347-1348), mientras que lo más sensato habría sido encajarla en el XXV (304) . Sobre la cuestión vuelve nuestro autor, en tonos muy... cervantinos, en 1615, ce. III (714, donde Sansón Carrasco alude al rucio y el propio bachiller y S. al jumento), IV (715-716: S. dice jumento, rucio —dos veces—, jumento —tres veces—y asno; Carrasco, jumento más rucio) y XXVII (934: N se refiere a rució). Parece seguro que estas dos intervenciones emendatorias son de veras de C , a pesar de los no desdeñables argumentos con que algunos estudiosos muestran perpejidad e incluso niegan su autoría . Ahora bien, en la registrada -vuelvo a decir que por e r r o r - e n el c. XXIII (1347-1348) hallamos asno (dos veces), jumento (otras dos) y rucio (una sola), siempre en boca de N. Aparte la primera explícita declaración de afecto por el animal, que echábamos de menos en el c. XXI, el escudero no tiene en este «añadido» ocasión de dedicar una sola palabra al nombre o el adjetivo con que cabe suponer que llama ahora a su bestia. La situación cambia notablemente en la adición al actual c. XXX (1348-1349), donde se nos dice que 21

22

vieron venir por el camino donde ellos iban a un hombre caballero sobre un jumento, y cuando llegó cerca les pareció que era gitano; pero Sancho Panza, que doquiera que vía asnos se le iban los ojos y el alma, apenas hubo visto al hombre cuando conoció que era Ginés de Pasamonte, y por el hilo del gitano sacó el ovillo de su asno, como era la verdad, pues era el rucio sobre que Pasamonte venía [...] Viole Sancho y conocióle, y apenas le hubo visto y conocido, cuando a grandes voces le dijo: [...] No fueran menester tantas palabras ni baldones, porque a la primera saltó Ginés y, tomando un trote que parecía carrera, en un punto se ausentó y alejó de todos. Sancho llegó a su rucio y, abrazándole, le dijo: -¿Cómo has estado, bien mío, rucio de mis ojos, compañero mío? Y con esto le besaba y acariciaba como si fuera persona. El asno callaba y se dejaba acariciar de Sancho sin responderle palabra alguna. Llegaron todos y diéronle el parabién del hallazgo del rucio... 2 1

A s í se c o m p o r t a D i e g o C l e m e n c í n ( 1 8 3 3 ) . L o siguen - d e m a n e r a explícita o sin decir

p a l a b r a al r e s p e c t o - casi todos los editores d e l siglo X I X , sobre t o d o a partir d e J u a n E u g e n i o H a r t z e n b u s c h ( 1 8 6 3 ) . E n la p r i m e r a mitad del siglo X X h a c e n e x c e p c i ó n - q u e m e c o n s t e - R u d o l f Schevill / A d o l f o Bonilla (1928 y 1931) y Martín d e R i q u e r ( 1 9 6 2 ) . M á s tarde se generaliza el respeto a la lección d e la e d . princeps, i m p r i m i e n d o los « a ñ a d i d o s » c o m o sendas notas. 2 2

V é a s e L a t h r o p (1984: 2 0 9 ) , G a o s (1987: I I I , 2 1 8 ) , Sánchez (1992: 2 0 ) . D e c i d i d o s aser-

tores d e la autoría d e los « a ñ a d i d o s » se muestran, p o r e j e m p l o , R i c o (2004: ccxxvi-ccxxviii) y J o a q u í n Forradellas (2004, notas a. 1.).

CERVANTES Y EL QUIJOTE. Carlos ROMERO MUÑOZ. De «asno /jumento» a «asno / jument...

«Rucio de mis ojos». Bien considerado, ésta resulta ser la primera y única ocasión en que el escudero se dirige directamente a su cabalgadura, llamándola con una fórmula equivalente al Pardo o el Pardillo hipotizados páginas atrás. A l g o muy interesante, pero, por supuesto, no suficiente para afirmar que C. ha decidido de una vez por todas dar un nombre «casi p r o p i o » al animal.

3. Queda ahora por ilustrar, de la manera más breve y persuasiva posible, por qué rucio, en cuanto adjetivo sustantivado equivalente a asno o jumento, debe de haber sorprendido a quienes leyeron la princeps de 1605. Y hasta la segunda del mismo año, con los famosos «añadidos». Creo firmemente que el término les habrá sonado a cosa «excesiva», incluso en un libro de entretenimiento, ya por su casi total ausencia en los textos impresos dotados de un mínimo de «intencionalidad artística», ya porque acaso les recordaba algunos muy concretos - y aún actuales- testimonios del mismo, a los que no se les puede negar un alto índice de literariedad, pero... dentro de un género, como el paródico, marcado a radice por la voluntad de divertir, claro está que con muy diversas modalidades. N o estará de más detenerse un momento a considerar la condición insuperablemente histórica -y, hasta cierto sentido, también geográficadel humor y de su efecto: esa sonrisa o risa que nos caracteriza como hombres. ¿Cómo negar la existencia de códigos nacionales también en este ámbito, por más que la «globalización» tienda a nivelarlos un poco más cada día? ¿Quién no recuerda las ocasiones en que no hemos conseguido captar la dimensión irónica de una frase dejada caer por —y entre— amigos extranjeros o, al contrario, la de no haber sido comprendido por ellos mismos en lo que, para nosotros, es un « g o l p e » de infalible efecto? Si de lo sincrónico pasamos a lo diacrónico, incluso dentro de la tradición —lato sensu— nacional en la que nos sabemos inmersos, ¿cómo olvidar que palabras, locuciones, situaciones sin duda divertidas para los lectores del siglo X V I y comienzos del X V I I nos dejan hoy indiferentes o que, por el contrario, elementos que con casi total seguridad dejaban indiferentes a aquellos lectores hoy muy bien pueden hacernos reír, incluso a carcajadas? Buena prueba -siquiera a mi entender- de ello ofrecerán los numerosos datos que presento a continuación. Empezaré dando los resultados de una escrupulosa consulta de los diccionarios monolingües o bilingües —en algún caso, trilingües— publicados a lo largo de los siglos X V I , X V I I y primer tercio del X V L U . Para Cristóbal de las Casas (1570), rucio es 'leardo' y, rucio rodado, 'pomato': es decir, capas propias de caballos. Jeróme Victor (1609) define: rucio, 'gris, 'couleur de cheval'; grigio, 'colore di pelo di cavallo'; rucio rodado, 'gris pommelé, couleur de cheval', 'leardo pomellato, pelo di 2 3

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N a d a dice al respecto A n t o n i o d e N e b r i j a (¿1495?).

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cavallo'. Según Richard Percival /John Minshew (1599), rucio, sin más precisiones, equivale a 'a dapple grey horse' y, rodado, a 'a grey, dapple grey'. Para Francisco del Rosal (1601) es tan sólo un 'color de caballo'. César Oudin (1625), a. v. r[u]cio cavallo, se limita a indicar 'voyer rucio rodado', el cual resulta a su vez definido 'gris pommelé, couleur de cheval'. Nada dice al respecto Sebastián de Covarrubias (1611). John Minshew (1617) declara que rucio & rucio rodado equivalen a 'grey, dapple grey'. Para Lorenzo Franciosini (1620), rucio es 'color o peíame di cavallo, pelame grigio o leardo' y, rucio rodado, un 'cavallo leardo ro tato'.John Stevens (1706), por su parte, declara que rucio está por 'grey, only us'd in speaking of beasts', introduce la novedad de rucio de la Mancha = 'an ass' (sobre la que espero volver en otro lugar) y concluye con rucio rodado = 'a dapple grey'. Transcribo, en fin, por extenso, la definición del primer Diccionario de la Real Academia Española, comúnmente conocido como de Autoridades (o DA: tomo V, 1737): «rucio. Adj. L o que tiene, o es, de color pardo claro, blanquecino o canoso. Aplícase a las bestias caballares. Lat. Canis aspersus, albicans» / fam. El hombre entrecano. Canis aspersus». Y presenta dos testimonios: el primero, de C. (extraído precisamente áel605, c. X X I ) ; el segundo, de Góngora (tercetos burlescos en que se habla de una muía [...] rucia) . Rucio rodado es, en cambio, «el caballo de color pardo claro, que comúnmente se llama tordo. Y se dice quando sobre su piel aparecen a la vista ciertas ondas o ruedas, formadas de su pelo». De estas definiciones será conveniente recordar que rucio «aplícase a las bestias caballares», pero, implícitamente, ya no sólo, como aseguraba Stevens . ¿Es relevante la diferencia? El propio DA define caballar como 'lo que pertenece o es parecido a los caballos', mientras que mular se refiere a los machos y muías y, asnal (como su variante, menos frecuente, asnar), «todo l o que toca al asno, o caballerías menores, como carga asnal, soga asnal, herradura asnal». Algo, como se ve, elemental, pero que conviene tener muy presente, porque las novedades constatadles en las definiciones de rucio registradas en las sucesivas ediciones del diccionario académico (ya en un solo volumen, y sin las citas de autores ilustres, que tanto prestigian la primera, a partir de la publicada en 1780) con24

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C o m o r e c u e r d a J o a n C o r a m i n a s (1955-1957: a. v. rocío), R a m ó n M e n é n d e z Pidal d e j ó

b i e n claro q u e , e n realidad, deriva d e roscidus, 2 5

V é a s e Obras completas (2000: I , 277-278).

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N o se olvide q u e , e n la é p o c a d e C , el [caballo] rucio tenía particular prestigio, p o r su

resistencia y su valentía. Francisco d e la R e i n a (1547: fol. 52v) escribe q u e , « e n t r e las colores d e los cavallos, los rucios r o d a d o s y los castaños d e c o l o r d e castaña, y los rucios q u e m a d o s y los alazanes tostados suelen ser más t e m p l a d o s y d e más valor, y d e m e j o r y más robusta naturaleza». Y el a n ó n i m o autor d e la Pintura de un potro ( p r i m e r tercio del siglo X V I I : 1 0 ) : « D e los colores a b l a r é m u y b r e v e m e n t e d e los mejores, sin m e t e r m e e n sus q u a l i d a d e s y lo q u e s o b r e ellos p r e d o m i n a . / / L o s ruzios son m u y balientes y d e b o n d a d , y mejores los r o d a d o s » . 2 7

A decir v e r d a d , e n 1757, I b a r r a p u b l i c ó el p r i m e r v o l u m e n d e la « s e g u n d a impresión,

c o r r e g i d a y a u m e n t a d a » , t a m b i é n c o n autoridades, q u e n o tuvo continuación.

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sisten casi tan sólo en las variaciones del tipo de animales que reciben el adjetivo de manera «natural», digna de ser codificada. Así, en la de 1832 hallamos un sencillo 'Aplícase a las bestias', que hace pensar en una sensible extensión del uso precisamente a las mulares ( c o m o ya demostraba el testimonio g o n g o r i n o citado en el DA) e incluso a las asnales™. Desde el siglo X I I hasta comienzos del X V I I , no pocos documentos nos muestran que, en la lengua de «simple comunicación», sin la menor pretensión «artística», rucio / rucia indican un simple color, siempre - q u e me conste- acompañado por el nombre del animal a que se aplica (a no ser cuando se trata de caballo, que entonces es frecuente encontrar el simple adjetivo, con funciones sustantivas) . Los testimonios no faltan, como es natural, en los libros de medicina ni, sobre todo, en los tratados de zoología, albeitaría o de monta . Abundan en los de historia , (sin olvidar las «relaciones» ni la hagiografía) y, aún más, en los distintos subgéneros de novela o relato breve . Asoman en las colecciones paremiológicas , en la crítica y la teoría de literatura , en los tratados de arte , en las colecciones de apotegmas , en el teatro . Resulta evidente, sin embargo, que es la poesía (en sus distintos subgéneros) 29

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V é a s e R o m e r o M u ñ o z ( e n p r e n s a b).

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E n el Libro de cuentas del pagamiento de las gentes de armas (1364)

la Documentación

municipal de la cuadrilla de Salvatierra

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se halla u n a muía r.; e n

u n caballo r. cárdeno, u n rocín r. peloso

y u n rocín r. pomelado. J u n t o a las bestias caballares, m u l a r e s y asnales p u e d e n a p a r e c e n p a r e cer otros, c o m o la nobiella de III modios, rucia per colore ( « V e n t a d e u n a h e r e d a d e n N o l i a » [ 1 1 2 2 ] , e n el Cartulario de la Iglesia de Santa

María...).

3 0

A b r a h á n d e T o l e d o (1250: fol. 155v) h a b l a d e la « l e c h e d e las asnas r.»

3 1

E n el Libro de los cavallos (c. 1275) se a l u d e a u n c. r. pezenno, otro r. savino y a otro r. roán.

Francisco d e la R e i n a (1547: fol. lvij) d a u n a lista d e caballos r.: rodado, pedrado, mermoleno, melado, abutardado, quemado, cabos negros, rosillo, sabino..., q u e P e d r o d e A g u i l a r (1572: fol. 2v) a m plía c o n los r. marmoleños azules y rosados. 3 2

Francisco L ó p e z d e G o m a r a ( 1 5 5 3 ) : c. r. picado; B e r n a l D í a z d e l Castillo (1568-1575):

c. r. picado, yegua r. y muía r. 33

Relación del recibimiento que se hizo

3 4

A l o n s o d e Villegas ( 1 5 9 4 ) * : u n c. r. trapado.

( 1 5 4 3 ) * : u n c. r. rodado.

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Roberto el Diablo ( 1 5 0 9 ) : c. rucio; J e r ó n i m o F e r n á n d e z ( 1 5 4 7 ) : c. rucio; P e d r o H e r n á n d e z

d e V i l l a u m b r a l e s ( 1 5 5 2 ) : c. r rodado y palafrén r.; J o r g e d e M o n t e m a y o r ( 1 5 5 9 ) : c. r. rodado; Luis Gálvez d e M o n t a l v o ( 1 5 8 2 ) : y. r. rodada; G i n é s Pérez d e H i t a ( 1 5 9 5 ) : c. r. rodado y y. r. rodada; M a t e o A l e m á n ( 1 5 9 5 ) : r. rodado, r. color de cielo. 3 6

P e d r o d e V a l d é s ( 1 5 4 9 ) escribe: « A l c a el r a b o , rucia, q u e vanse los d e O l m e d o » ( n ú m .

475: a mi e n t e n d e r r e f e r i d o a u n a muía; el testimonio tiene, d e c u a l q u i e r m o d o , particular interés, p o r q u e es lo d e los p o c o s —poquísimos— e n q u e se insinúa u n a f o r m a n u n c a d o c u m e n t a d a e n u n a o b r a d e a l g ú n m o d o « l i t e r a r i a » ) , y « D e M e d i n a a V a l l a d o l i d , o toparás fraile, o puta, o muía r.» ( n ú m . 1227); e n G o n z a l o d e C o r r e a s ( 1 6 2 7 ) * : « k a b a l l o ruzio r o d a d o , a n tes m u e r t o q u e c a n s a d o » . Luis M a r t í n e z Kleiser (1953: n ú m . 8204) registra, e n fin, « r u c i o r o d a d o y alazán tostado, p o r lo d u r o y p o r lo l l a n o » . 3 7

F e r n a n d o d e H e r r e r a ( 1 5 8 0 ) y B . J i m é n e z Patón ( 1 6 0 4 ) .

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J u a n d e A r f e y Villafafe ( 1 5 8 5 ) : c. rucio.

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J u a n R u f o (1596, n ú m . 6 9 1 ) : c. r. rodado.

4 0

El Bachiller J u a n R o d r í g u e z [ F l o r i á n ] ( 1 5 5 4 ) : «y g u a r d a tu rucio p a r a otro a l a r d e » .

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la que presenta un mayor número de ocurrencias, ya se trate de los poemas heroicos a la italiana , ya de los españolísimos romances (en sus múltipes modalidades, pero, sobre todo, en los «nuevos»), a los que volveré dentro de un momento. A la vista de todo lo anterior, es natural pensar que el maestro Bartolomé Jiménez Patón tiene razón cuando, en la Elocuencia española en arte (1604), al tratar de la sinécdoque, escribe: 41

Aquí también se reducen las formas accidentales cuando los adjetivos se ponen por los sustantivos, por series muy anexos y particulares, como «puro», «aloque», «blanco», «tinto», sin decirle se entiende vino; «bayo», «overo», «cuatralbo», «rucio», «morcillo», «castaño», «melado», se entiende caballo.

4. Echemos ahora un vistazo algo más demorado al romancero. Los testimonios que nos interesan se hallan casi sin excepción recogidos —como ya he dicho— en el «nuevo» y, dentro de éste, en el «morisco», tan abundante en las dos últimas décadas del siglo X V I . A q u í y ahora, cabe recordar varios de caballo(s) rucio(s) (o, sin más, rucios)**, bien acompañados de otros de yeguas**, potros** y machos* . Entre los que aluden a potros, algunos los presentan en un tono heroico o, por lo menos, «heroico-galante». ¿Qué ocurre en los demás? La increíble difusión de una de esas composiciones, debida al joven pero ya famosísimo Lope de Vega, autor, allá por 1583-84 (me refiero, claro está, a la que comienza 5

Ensíllenme el potro rucio del alcaide de los Vélez...)

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acabó bien pronto provocando un repetido ejercicio de «reducción paródica» o de «hastiada reacción sarcástica», por parte de autores de muy distinto calibre . De veras memorable es el llevado a cabo por el grande y - n o sólo para L o p e - temible cordobés, ya en 1585 : 47

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4 1

J e r ó n i m o d e U r r e a ( 1 5 5 0 ) * : c. r. rodado; Cristóbal d e V i r u é s ( 1 5 8 8 ) : caballo r.; J u a n d e

Castellanos (1575-1589): caballo r., c. r. rodado); G a b r i e l L o b o Lasso d e la V e g a ( 1 5 9 4 ) : r. rodado; P e d r o d e O ñ a ( 1 5 9 6 ) : caballo r.yc.r. 4 2

plateado.

E n G a b r i e l L o b o L a s s o d e la V e g a ( 1 5 8 7 ) se h a l l a n : «salta e n u n r. andaluz»

y » e l r.

andaluz». 4 3

D u r a n (1851: n ú m . 1149): « . . . c a b a l g a n d o e n u n a y e g u a / h e r m o s a , rucia r o d a d a » .

4 4

P é r e z d e Hita, Guerras civiles ( 1 5 9 5 ) .

4 5

A n ó n i m o s , r e c o g i d o s e n la Segunda parte d e la Silva de varios romances ( 1 5 5 0 ) , e n l a

Rosa de varios romances ( 1 5 7 3 ) y e n la Rosa española. Segunda parte de romances de Joan

Timo-

neda ( 1 5 7 3 ) . 4 6

P u b l i c a d o e n la Flor de varios y nuevos romances, p r i m e r a parte ( 1 5 8 8 ) y e n el Romancero

general d e 1600-1604 ( e n D u r a n , n ú m . 2 2 ) . 4 7

V é a s e A n t o n i o C a r r e i r a , e d . d e los Romances d e G ó n g o r a (I, 345-346).

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Romances (1,347-355).

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Ensíllenme el asno rucio del alcalde Antón Llórente; denme el tapador de corcho y el gabán de paño verde; el lanzón en cuyo hierro se han orinado los meses, el casco de calabaza y el vizcaíno machete... C o m o es sabido, entre 1603-1604 las relaciones entre C. y L o p e eran no ya «menos que buenas», sino, sencillamente, malísimas . Sic stantibus rebus, nuestro novelista muy bien podría haber querido aludir a su ya por entonces enemigo, precisamente a partir del concreto asno rucio destructor del gallardo potro rucio originario y del casco de calabaza (imagine el lector una de las pequeñas y... amarillas). C o m o ya he dicho más atrás, quién sabe si, en la porción de texto con seguridad perdido en el c. XXV, había un pasaje —tal vez tan sólo unas frases— en boca del narrador o del hidalgo (improbable, por no decir imposible, es pensar, desde esta perspectiva, en el escudero), de no difícil decodificación para el lector avezado a «notar» este tipo de alfilerazos o, como diría años más tarde Avellaneda, «sinónimos voluntarios» . 49

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5. Pero no se trata de esto sólo. A fin de cuentas, la posible —no diré probable, ni, menos, probada— alusión, más o menos maliciosa, a L o p e puede quedar entre paréntesis, ya que disponemos de al menos otra clave para explicar de manera más -sólo convencionalmente— aceptable la aparición de rucio en 1605. En el ya citado pasaje perdido del c. XXV bien podría haber constado una dirimente intervención de DO_. Recuérde-

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V é a s e , p. ej., J u a n

Mille y j i m é n e z

(1930: 37-54, 61-68, 83-86...), Justo G a r c í a S o r i a n o

(1944: 49-71...) y, más r e c i e n t e m e n t e , p. ej., José Luis P é r e z L ó p e z (2002: 59-64). 5 0

A mi entender, n o es d e n i n g u n a m a n e r a gratuito q u e yo t o m e e n esta ocasión la peli-

g r o s a s e n d a d e las conjeturas. Si b i e n se mira, p o d r í a m o s estar ante u n caso e n cierto m o d o p a r e c i d o al del r o m a n c e l o p i a n o « D e p e c h o s s o b r e u n a t o r r e . . . » , q u e Rafael O s u n a ( 1 9 8 1 ) cree p a r o d i a d o p o r C. e n el q u e , e n 1615 (c. LVII: 1191-1193), canta Altisidora e n el patio d e l castillo d e los d u q u e s , u n m o m e n t o antes d e q u e D Q y S. lo a b a n d o n e n , p a r a r e e m p r e n d e r el c a m i n o d e Z a r a g o z a . C o n v i e n e a ñ a d i r q u e mi referencia al r o m a n c e g o n g o l i n o , b i e n sé q u e inserto e n el Entremés de los romances, n o c o m p o r t a d e n i n g u n a m a n e r a a d h e s i ó n a la viej a tesis d e R a m ó n M e n é n d e z Pidal (1920: 14-29) acerca del decisivo influjo d e la a n ó n i m a p i e cecita e n la c r e a c i ó n d e los p r i m e r o s cinco capítulos d e 1605. N o c r e e n e n tal influencia (sí, más b i e n , e n la inversa: del Quijote e n el Entremés) Emilio C o t a r e l o y M o r i (1920: 45-66) y F r a n cisco R o d r í g u e z M a r í n (1949: IX, 165-169). R e c o r d a r é la total aceptación d e la tesis d e M e n é n d e z Pidal, q u e sufragan c o n nuevos datos, d e Millé y j i m é n e z (1930: 37-45, 87-147, 149-157, 205-219) y G a r c í a S o r i a n o (1944: 49-59). M á s r e c i e n t e m e n t e , vuelven a expresarse a favor d e la m i s m a A n t o n i o P é r e z L a s h e r a s ( 1 9 8 8 ) , F e r n a n d o L á z a r o C a r r e t e r (2004: xxvi-xxviii) y G o n zalo P o n t ó n (2004: cxciv-cxcv). D u d a s , e n fin, s o b r e tal relación d e causa y efecto expresa, p o r el contrario, G i u s e p p e D i Stefano (2004: voi. c o m p l e m e n t a r i o , 27-28).

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se que, hasta llegar al mismo, el hidalgo ha preferido usar jumento para referirse a la caballería de S. Tan sólo en tres ocasiones «se permite» usar asno. En la primera de ellas, la elección léxica puede «justificarse» recordando el momento realmente disfórico por él vivido cuando, en la aventura de los rebaños (c. XVIII, 213), se ve obligado a reconocer que ha sido una vez más engañado por los encantadores . Tal desolado estado de ánimo lo habría podido inducir a desatender la exquisitez con que normalmente se expresa. En la segunda (c. XXI, 248), se limita a repetir, airado y, una vez más, corrido, las palabras de su escudero . En la tercera (c. XXV, 299), se siente explícitamente enfadado por la sarta de refranes que acaba de soltar el fiel acompañante y vuelve a descuidar su característica corrección . H e dicho más atrás que el rucio ocurre a lo largo de 1615 con notable frecuencia, pero casi siempre sin una particular relevancia. Casi siempre: la tiene, en cambio - y notable- cierta precisión que S. hace al escudero del Caballero del Bosque o de los Espejos en el c. XIII (793-797). En la nocturna conversación que ambos sostienen, el recién aparecido procura inducir al acompañante de DQ a abandonar su peligrosa profesión, volverse a casa y dedicarse a «ejercicios más suaves», 51

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como si dijéramos cazando o pescando, que ¿qué escudero hay tan pobre en el mundo a quien le falte un rocín y un par de galgos y una caña de pescar con que entretenerse en su aldea? —A mí no me falta nada de eso —respondió Sancho—. Verdad es que no tengo rocín, pero tengo un asno que vale más que el caballo de mi amo. Mala pascua me dé Dios, y sea la primera que viniere, si lo trocara por él, aunque me diesen cuatro fanegas de cebada encima. A burla tendrá vuesa merced el valor de mi rucio; que rucio es el color de mi jumento. Aquí tenemos esa declaración que hasta ahora hemos echado de menos. El asno o jumento de S. resulta ahora ser de veras rucio, es decir de pelo algo más «canoso» o «blanquecino» que el pardo por él mismo declarado en 1605, c. XXI (244). N o es mucho, pero es algo. ¿Acaba así el j u e g o de quien, por el motivo que fuere (dentro de un momento habrá ocasión de volver sobre el pasaje), aplica a su cabalgadura un adjetivo de algún modo «demasiado alto», teniendo en cuenta los horizontes de espera del lector - n o hablo del pobre campesino analfabeto— de la época, a no ser que —como S. en el citado párrafo— no haya dejado perfectamente en claro que se trata de un asno y no de otro animal?

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«Si n o , haz u n a cosa, S a n c h o , p o r m i vida, p o r q u e te d e s e n g a ñ e s y veas ser v e r d a d lo

q u e te d i g o . S u b e e n tu asno y sigúelos b o n i t a m e n t e , y verás c ó m o , e n alejándose d e a q u í u n p o c o , se vuelven e n su ser p r i m e r o y, d e j a n d o d e ser c a r n e r o s , son h o m b r e s h e c h o s y d e r e chos c o m o yo te los pinté p r i m e r o » . 5 2

« A s í q u e , S a n c h o , deja ese caballo o asno o lo q u e tú quisieres q u e s e a . . . »

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« P o r tu vida, S a n c h o , q u e calles, y d e a q u í adelante entremétete e n espolear a tu asno,

y deja d e hacello e n lo q u e n o te i m p o r t a » .

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Una situación prácticamente idéntica hallamos en el c. XXXI. A m o y criado se han encontrado, en el XXX (956 y ss.) nada menos que con una pareja ducal, en el momento conclusivo de una partida de caza de altanería. Los señores no dudan en invitarlos a pasar unos días con ellos. Es natural que en el largo segmento de descanso palaciego (ce. XXXI-LVII: 961-1194), Rocinante y el rucio resulten menos presentes que cuando sus propietarios se hallan en campo abierto. De todos modos, no falta en él alguna que otra referencia a ambas o a una sola de las cabalgaduras. La primera de las cuales está registrada en el c. XXXI (962). A l entrar en la «casa» o «castillo», S. se descuida de la suya (N la llama rucio), pero, arrepentido, se dirige a una «reverenda dueña» (la inolvidable doña Rodríguez), a quien dice: -Querría que vuesa merced me la hiciese de salir a la puerta del castillo, donde hallará un asno rucio mío; vuestra merced sea servida de mandarle poner o ponerle en la caballeriza... Asno rucio, y no tan sólo rucio, como, líneas antes, había dicho N, pero a los lectores, que ya «están en el secreto». S., en cambio, se cree obligado a no confundir a la desconocida, porque, efectivamente, rucio, decontextualizado, hacía en la época pensar sobre todo - y casi s ó l o - en un caballo. El argumento definitivo se halla registrado en el c. XXXIII (995), al final de la memorable conversación sostenida por la duquesa y el escudero mientras D Q y el duque duermen la siesta. El escudero está aún aturdido por lo que acerca del encantamiento de Dulcinea le están haciendo creer (sin que, por otra parte, su socarronería le deje convencerse de ello) y, al mismo tiempo, agradecidísimo por lo que la aristocrática señora acaba de decirle (995). .. .y por ahora vayase Sancho a reposar, que después hablaremos más largo y daremos orden como vaya presto, a encajarse, como él dice, aquel gobierno . De nuevo le besó las manos Sancho a la duquesa y le suplicó le hiciese merced de que tuviese buena cuenta con su rucio, porque era la lumbre de sus ojos. —¿Qué rucio es éste? —preguntó la duquesa. - Mi asno -respondió Sancho-, que por no nombrarle con este nombre, le suelo llamar «el rucio». 54

Del c. XXXIV al LXXIII, último en que se habla de cabalgaduras, reina, frente a las pocas ocurrencias de asno y jumento, el adjetivo sustantivado. En general, dichas excepciones carecen de la menor importancia. Una sola, no referida al de S., sino insertada en un refrán traído muy oportunamente a colación por DQ, la tiene —y, a mi parecer, notable—

El d e la « í n s u l a » , g r a c i o s a m e n t e c o n c e d i d o p o r el d u q u e e n el c. X X X I I ( 9 7 3 ) .

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para acabar de explicarnos la triple apelación de la «bestezuela» en 1615 y, yendo hacia atrás, incluso en algunos -escasos- pasajes de 1605. El hidalgo, que cree - o parece creer- de la manera más natural imaginable cuanto ha dicho Merlín a propósito del encanto de Dulcinea y de las condiciones para devolverla a su «prístino estado» (c. XXXV, 1006-1008) y ha instado repetidamente al escudero a cumplir con su promesa de propinarse «tres mil azotes y trecientos / en ambas sus valientes posaderas», acaba, en el LXXI (1310-1311), ofreciéndole un premio en dinero por cada uno de los que se dé, claro está que de su propia voluntad. Ello induce al criado a dedicarse a la tarea, pero ya sabemos que bien pronto decidirá dar los golpes a los árboles que lo rodean, suspirando -eso s í - de cuanto en cuando, con la mayor socarronería de este mundo (1313). DQ, temeroso de que no se le acabase la vida y no consiguiese su deseo por la impaciencia de Sancho, le dijo: -Por tu vida, amigo, que se quede en este punto este negocio. [...] Más de mil azotes, si yo no he contado mal, te has dado: bastan por agora, que el asno, hablando a lo grosero, soporta la carga, más no la sobrecarga. «Hablando a lo grosero». Ésta es la auténtica «prueba del nueve» de cuanto quedó dicho en el pasaje, arriba reproducido, del c. XXXIII (995). Y, en efecto, si bien miramos, el mismo D Q que - c o m o ya he puesto de relieve páginas atrás- recurre tan sólo dos veces al último término a lo largo de 1605, no lo ha hecho nunca—lo que se dice nunca— en 1615. Pienso que precisamente por su ya aludido ideal de lengua cuidada, «cortesana» . Un ideal bien compartido, como demuestran - p o r acuerdo o por desacuerdo- los testimonios de la época que ofrezco a continuación. Francisco Agustín Tárrega, en el Discurso o recopilación de las necedades más ordinarias en que solemos caer hablando (1592: 425) escribe: « A este cabo quiero, por dalle remate, aplicar los regüeldos, y no digo con perdón de vs. ms., como hazen muchos quando nombran un asno...» Leemos en el romance de Góngora a Ero y Leandro que comienza «Aunque entiendo poco griego...» (1998: II, 231): «...a la vela o romería / llegó en un rocín muy flaco / el noble alcalde de Sesto / y la alcaldesa en un asno / (con perdón de los cofrades)...» El propio C , en Rinconetey Cortadillo (180), pone en boca del j o v e n m o z o de espuertas que conduce a los protagonistas a casa de Monipodio: «ansia es el tormento, rosnos los asnos, hablando con perdón»; en 1605 en la del «Burlador» (c. LII, 651: w. 7-10 del soneto dedicado a S.): 55

6 5

El licenciado p o r S a l a m a n c a q u e a p a r e c e en el c. X I X d e 1615 ( 8 5 8 ) r e s p o n d e a cier-

tas palabras d e S. s o b r e su p r o p i o m o d o d e expresarse, p o r fuerza más p r ó x i m o al rústico sayagués q u e al p u l i d o t o l e d a n o : « E l lenguaje p u r o , el p r o p i o , el e l e g a n t e y claro está en los discretos cortesanos, a u n q u e hayan n a c i d o e n M a j a d a h o n d a : dije discretos p o r q u e hay m u c h o s q u e n o lo son, y la discreción es la gramática del b u e n lenguaje, q u e se a c o m p a ñ a c o n el u s o » .

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«...insolencias y agravios del tacaño / siglo, que aun no perdonan a un borrico. / / Sobre él anduvo (con perdón se n o m b r e ) / este manso cord e r o . . . » ; por fin, en la de cierto escudero presente en la jornada I de Pedro de Urdemalas (815-816): «y, con perdón sea nombrado, / no hay seguro asno en el prado / de los gitanos cuatreros» . 56

6. En suma, el hecho de que S. y el narrador llamen rucio varias - n o muchas-veces, en poquísimos capítulos de 1605, al asno o jumento se puede justificar de tres maneras distintas, pero de algún m o d o ligadas entre sí. Consiste la primera en la posible extensión a las ce. XXV y XXVI de una forma «burlona» de S., originada en el XXI, que no deja de aparecer también -ya de algún m o d o alterada- en los «añadidos» de la segunda edición (ce. XXIII y X X X ) ; la segunda, en la posible alusión maliciosa a Lope de Vega; la tercera, en la sospecha -sólo e s o - de una «suave inducción» por parte de DQ, con lo que rucio se convertiría en un eufemismo atenuador, más que de la carga injuriosa de asno, como afirma Reyre, de la sensación de «crudeza» que el término producía en muchos españoles del siglo XVI y, por lo menos, la primera mitad del XVII. Si mi información no resulta insuficiente, es Avellaneda quien vuelve primero con notable insistencia, en libro impreso, al adjetivo sustanti-

5 6

C o m o es c o n s a b i d o , a ú n más g e n e r a l i z a d o era evitar el sustantivo puerco (el s i n ó n i m o

cerdo, sin d u d a a f i r m a d o p o r m o ü v o s precisamente eufemísticos, se g e n e r a l i z a r á sólo más tard e , a partir d e la t a m b i é n eufemística f ó r m u l a ganado de cerda). A q u í bastará r e c o r d a r q u e e n el c. X L V d e 1615 ( 1 0 8 8 ) u n « a c u s a d o » ante el g o b e r n a d o r S. P a n z a declara: « - S e ñ o r e s , yo soy u n p o b r e g a n a d e r o d e g a n a d o d e c e r d a , y esta m a ñ a n a salía d e este l u g a r a vender, c o n p e r d ó n sea d i c h o , cuatro p u e r c o s . . . » N o se d e b e olvidar, sin e m b a r g o , q u e N, e v i d e n t e m e n t e amig o d e « l l a m a r al p a n p a n y al v i n o v i n o » , d i r á c o n provocativo d e s e n f a d o e n 1605 (c. II: 5 3 ) : « E n esto s u c e d i ó acaso q u e u n p o r q u e r o q u e a n d a b a r e c o g i e n d o d e u n o s rastrojos u n a m a n a d a d e p u e r c o s ( q u e sin p e r d ó n así se l l a m a n ) . . . » E n el c. IX ( 1 1 8 ) , resulta q u e el m o r i s c o e n cuya m a n o N h a puesto el manuscrito q u e a c a b a d e c o m p r a r e n el A l c a n á d e T o l e d o , «se c o m e n z ó a reír. / P r e g ú n t e l e yo q u e d e q u é se reía [...] y él, sin dejar la risa, dijo: / - E s t á , c o m o h e d i c h o , a q u í e n el m a r g e n escrito esto. 'Esta D u l c i n e a del T o b o s o , tantas veces e n esta historia referida, d i c e n q u e tuvo la m e j o r m a n o p a r a salar p u e r c o s q u e otra m u j e r d e toda la M a n c h a ' » . N o c a m b i a r á la actitud d e N e n 1615. E n efecto, e n el IX ( 7 5 8 ) , la n o c h e d e la tercera salida d e D Q a b u s c a r las aventuras, « [ d ] e c u a n d o e n c u a n d o r e b u z n a b a u n j u m e n t o , g r u ñ í a n p u e r c o s , m a y a b a n g a t o s . . . » ; e n el X L I I ( d e d i c a d o a los p r i m e r o s « c o n s e j o s » d e D Q a S.), el p r i m e r o dice: « D e l c o n o c e r t e saldrá el n o hincharte c o m o la rana q u e quiso igualarse c o n el buey, q u e si esto haces, v e n d r á a ser feos pies d e la r u e d a d e tu l o c u r a la c o n s i d e r a c i ó n d e h a b e r g u a r d a d o p u e r c o s e n tu tierra». A lo q u e r e s p o n d e el s e g u n d o : « - A s í es la v e r d a d [ . . . ] , p e r o fue c u a n d o m u c h a c h o ; p e r o d e s p u é s , a l g o h o m b r e c i l l o , gansos f u e r o n los q u e g u a r d é , q u e n o p u e r c o s » ( 1 0 5 9 ) . T o d o q u e d a c o r o n a d o c o n la « c e r d o s a a v e n t u r a » , n a r r a d a e n el actual c. L X V I I I (1290-1292). A c e r c a d e l pasaje del c. X X X I I I d e 1615, l e e m o s e n n o t a ( n ú m . 5 5 ) : «[rucio]

se e m p l e a c o m o e u f e m i s m o d e a s n o o b u r r o , t é r m i n o s q u e r e s u l t a b a n m a l s o -

nantes, e n especial d e l a n t e d e u n a d a m a » . P e r o , e n la a m p l i a c i ó n d e la cit. nota e n el vol. c o m p l e m e n t a r i o t o d o se limita a u n « R M » . El cual, e n su e d . p o s t u m a del Quijote (1948: VI, 86-87) trae s e n d o s testimonios, a l g o más tardíos, d e B. J i m é n e z P a t ó n (1621: fol. 199v) y F r a n cisco R o d r i g u e s L o b o (1630: fol. 8 4 ) .

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vado en cuestión . ¿Reparó en la posibilidad de que esa denominación muy bien podría constituir un nuevo «sinónimo voluntario» contra su tan admirado Lope? N o lo sabemos. Probable -para mí, seguro- es que C. aprovecha en 1615 la ocasión de esta «novedad» introducida por su rival para denunciar con irónica pero también puntillosa precisión, ya en los ce. III-IV (714-716) y XXVII (934), la frecuente mendacidad -«histórica» y, sobre todo, « p o é t i c a » - de 1614. 57

BIBLIOGRAFÍA

58

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5 7

D e s d e l u e g o , se trata d e « o t r o » rucio. El falsario tiende a d a r p o r definitivo cuanto e n -

cuentra registrado p o r p r i m e r a vez e n 1605. Véase R o m e r o M u ñ o z (1990: 9 6 ) . E n este caso, siquiera p o r d e d u c c i ó n , la i n e x p l i c a d a desaparición d e la « b e s t e z u e l a » e n el c. X X V . 5 8

I n d i c o c o n u n * las obras a q u e h e t e n i d o acceso a través del CORDE. P o r corrección

- n o p o r c u l p a b l e falta d e d i l i g e n c i a - m e h e limitado e n esta ocasión a d a r las indicaciones bibliográficas f u n d a m e n t a l e s , q u e el lector p o d r á c o m p l e t a r a partir d e las noticias ofrecidas p o r ese b a n c o d e datos.

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CERVANTES Y EL QUIJOTE. Carlos ROMERO MUÑOZ. De «asno /jumento» a «asno / jument...

Rufo.Juan Los 600 apotegmas (1596)*: ed. de Alberto Blecua. Madrid, Espasa-Calpe, 1972. Sánchez, Alberto (1992): «Fábula quijotil del asno perdido», en Cervantes aPadova, a cura di Donatella Pini Moro e Carlos Romero Muñoz. Padova, Ed. Programma. 13-29. Schevill, Rudolph y Bonilla, Adolfo (1928-1941): ed. del Quijote. Madrid, Gráficas Reunidas (4 vols.). Stagg, Geoffrey (1959): «Revisión in Don Quixote. Part I», en Híspanle Studies in Honour of I. González-Llubera, Frank Pearce, ed. Oxford, The Dolphin Books. 347366. Stevens, John (1706): A New Spanish andEnglishDictionary [...]. London, George Sawbridge. Tárrega, Francisco Agustín (1592): Discurso o recopilación de las necedades más ordinarias en que solemos caer hablando*, ed. de Evangelina Rodríguez Cuadros. Valencia, 1993. Urrea, Jerónimo de (1550): Orlando furioso [...], trad. por...* Valdés, Pedro de (1588): Libro de refranes*: ed. de Jesús Cantera Ortiz de Urbina, Julia Sevilla Muñoz y Guillermo Blázquez. Madrid, 2000. Victor, Jeróme: Tesoro de las tres lenguas Francesa, Italiana y Española / Thrésor des trois langues [...]. Le tout recuilli des plus célebres auteurs [...]. Genéve, Philippe Albert et Alexandre Pernet. Villa y Martín, Santiago (1881): Exterior de los principales animales domésticos y particularmente del caballo* Villegas, Alonso (1594): Fructus sanctorumy quinta parte delFlos sanctorum* Virués, Cristóbal de (1588): El Monserate.*

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