El encantamiento de don Quijote en Barcelona Christina H. Lee San José State University
Después de haber pasado tantas aventuras extraordinarias con su amo, Sancho comprende
finalmente,
en
un gran momento
de
lucidez,
que
los
verdaderos
encantamientos n o pertenecen al mundo fantástico de caballeros andantes, sino que se figuran en lo inexplicable e injusto de la experiencia humana.
1
Se encuentra éste
en la galera capitana de Barcelona, cuando al ver a los galeotes "en cueros" trabajar en una despiadada condición, dice atónico: Estas sí son verdaderamente cosas encantadas, y no las que mi amo dice. ¿Qué han hecho estos desdichados, que ansí los azotan, y c ó m o este hombre solo, que anda por aquí silbando, tiene atrevimiento para azotar a tanta gente? Ahora y o digo que éste es infierno, o, por lo menos, el purgatorio. (II: 523) Sancho utiliza el concepto del encantamiento para darle sentido al hecho que a los hombres se los pueda subyugar a estado tan bárbaro. El escudero percibe a los remeros, no c o m o a individuos, sino c o m o extensión de la maquinaria de la galera. Tal vez, así se explique por qué "[cjuando Sancho vio a una moverse pies colorados, que tales pensó él que eran los remos" (II: 523). Reparemos en que la v o z narrativa suprime la particularidades de los sujetos al insistir en llamarlos "chusma" durante todo el episodio y no "galeotes" o "remeros" c o m o en otras partes. Sancho articula de esta manera que el encantamiento radica principalmente en que al sujeto encantado se lo priva de su autonomía, fundamento sin el cual no puede quedar sino deshumanizado.
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D o n Quijote se entera en camino a las justas de Zaragoza de que, sin saberlo, está repitiendo la misma trayectoria de su h o m ó n i m o en el Quijote
apócrifo. Y a
fin de establecer su autonomía y autenticidad decide cambiar de rumbo para dirigirse hacia Barcelona. Barcelona, sin embargo, no se presenta como el centro de redención, sino que al contrario, se figura como inframundo donde el manchego sufre su máxima
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humillación y en donde queda enajenado de su identidad vital y de su filosofía de vida. Llegan amo y escudero a Barcelona el 2 4 de junio, durante las festividades de San Juan Bautista, período que por coincidir con el solsticio de verano ha tomado desde la antigüedad atributos sobrenaturales. Las celebraciones de la noche más corta y el día más largo del año mezclan elementos tan profanos y cristianos como supersticiosos y divinos. Por un lado, la fase luminosa de la fiesta se llena de tonalidades de esperanzas, amor, g o z o s y buena ventura (Liscano 27-28). Este es el día de suerte para hacer conquistas de amor o para emprenderse en aventuras. En la comedia de Lope de Vega, La noche de San Juan, vemos la ansiedad con la que Blanca espera que llegue la noche para poder
finalmente
encontrarse con su amado Pedro. D i c e Blanca:
¡Ay, noche, que siempre en ti libra amor sus esperanzas, corre, que si no le alcanzas no queda remedio en mí! ( 1 1 8 6 - 1 1 8 9 ) Despierta, noche, que estoy sin vida por ti.
¿Qué aguardas? (Acto II, 1202-1203)
También se v e en los viejos romances, los caballeros eligen la "Sanjuanada" para comenzar sus heroicas empresas.
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¡Quién hubiera tal ventura / sobre las aguas del
mar, / c o m o hubo el infante Arnaldos / la mañana de San Juan! (citado en Caro Baroja 129). Por otro lado, se encuentra la oscura fase del San Juan de encantamientos y sortilegios de magia negra. Entre otras cosas, se cree que la víspera del día es propicia para la reunión de de brujas, hechiceros, y númenes encantados. Dicen unos versos del cancionero popular que "Junio es un m e s de infortunio... / para dar gusto al demonio (citado en Liscano 13). Pero los hombres esperan conjurar las fuerzas demoníacas por medio de los ritos de fuego, hierbas, y aguas (Llopis 302-303). En Cataluña, la tradición de prender hogueras, petardos y otros tipos fuegos pirotécnicos se remonta al siglo XII. Los antropólogos conjeturan que el rito supone "exorcisar lo perverso y rechazar al mal" (Passafari 141). Se recogen hierbas y plantas "mágicas" 4
c o m o la verbena, el trébol, la valeriana y el romero suponen espantar al demonio y traer beneficio a personas y lugares (Liscano 15). Las aguas toman virtudes milagrosas y purificadoras en la noche y la madrugada de San Juan, y se considera buena suerte tener contacto alguno con ellas. En Barcelona, todavía se acostumbra a ir al mar antes del amanecer para ver la puesta del sol más brillante del año. D o n Quijote y Sancho se encuentran también en la playa de Barcelona durante la noche de San Juan "esperando el día" (II: 506). Pareciera que los dos van a tomar
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parte de un San Juan luminoso y venturoso cuando atestiguan el "descubrirse por los balcones del Oriente la faz de la blanca aurora, alegrando las yerbas y las flores" (II: 506). Sin embargo, en seguida, se enturbia el paisaje con un gran aire de belicosidad El sol que parecía prometer sosiego, se compara ahora con lo crudo de una rodela, "un rostro mayor que el de una rodela, por el más bajo horizonte p o c o a p o c o se iba levantando" (II: 506). N o , la aurora que ve don Quijote no es la de alumbramiento y armonía, sino una que procrea belicosidad y trastorno del orden natural. En efecto, las expectativas de buena ventura y renovación que se v e n momentáneamente en "el mar alegre, la tierra jocunda, el aire claro" se enturbian en seguida con el humo y los espantosos estruendos belicosos que anuncian la aparición un caballero barcelonés que viene a buscar al manchego (II: 508). Este misterioso caballero, al cual se identifica 5
meramente c o m o "el avisado" del bandolero Roque Guinart, se acerca hacia don Quijote vestido en bizarro traje, encubierto entre "humo" y "espantoso estruendo," y acompañado de "infinitos caballeros" (II: 506). Con "comedidas palabras," se presenta ante el manchego e improvistamente le dice:
B i e n sea venido a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el norte de toda la caballería andante, donde más largamente se contiene. Bien sea venido, digo, el valeroso don Quijote de la Mancha: no el falso, no el
ficticio,
no el apócrifo que en falsas historias estos días nos han mostrado, sino el verdadero, el legal y el fiel que nos describió Cide Hamete Benengeli, flor de los historiadores. (II: 507) D o n Quijote, "encantado," se encuentra ahora impotente, y sin poder responder palabra alguna, se entrega por completo a disposición de su anfitrión. El último llega a subyugar a don Quijote de inmediato, gracias a su discreta capacidad de explotar las debilidades del mismo por medio del frío raciocinio y la palabra. N o s dice el narrador: "No respondió don Quijote palabra, ni los caballeros esperaron a que la respondiese, sino volviéndose y revolviéndose con los demás que los seguían, comenzaron a hacer un revuelto caracol al derredor de don Quijote" (II: 507). Es más, cuando el caballero le exige que "[vjuesa merced, señor don Quijote, se venga con nosotros," responde él ya c o m o renegado: "Llevadme do quisiéredes, que y o no tendré otra voluntad que la vuestra, y más si la queréis ocupar en vuestro servicio" (II: 508). Así, sin darse cuenta, don Quijote, pronuncia la fórmula que lo deja reducido a bufonesco títere de entretenimiento (Murillo 239). Veamos cómo el barcelonés y sus acompañantes no tardan en surcarlo y "encerrándole al son de las chirimías y de los atabales" lo llevan hacia la ciudad (II: 508). Sin duda, el barcelonés "encanta" a don Quijote, según la definición de Sancho. En analogía al estado de la chusma de la capitana, el barcelonés deja al manchego
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figurativamente
"en cueros" cuando apenas llega a su casa lo despoja de las armas
y de su hábito de caballero andante. Deja al pobre don Quijote, así, en sólo en su humillante "acamuzado vestido," para exhibirlo al pueblo entero desde su balcón como si fuera su último botín ganado (II: 509). El barcelonés cumple el rol de "encantador," no sólo en el sentido que le da Sancho, sino también en el metafórico, que c o m o dice la Real Academia, trata de el que "embelesa y atrahe (sic) con apariencias y engaños (sic) deslumhrando la razón." Para don Quijote, entonces, el San Juan no se ha llevado a los malignos y acosadores hechiceros, sino q u e - a l contrario-ha traído a otro, a su último encantador. Al igual que los otros malignos encantadores que persiguen a don Quijote, su anfitrión se presenta anónimamente, como ya mencionamos, sin nombre, sólo como "el avisado de Roque." Richard Predmore en un estudio de la función de los encantamientos en el Quijote,
dice que los encantadores que tienen gran efecto en la novela son
anónimos. Explica Predmore que los únicos encantadores que llevan nombre, tales como Urganda, Alquife, Frestón, Lirgandeo,
Merlín y Malambruno, son los maquinados
por los amigos y conocidos de D o n Quijote (77). Es sólo después de que don Quijote se inscribe en el dominio del barcelonés que la v o z narrativa dice
finalmente
que
el nombre de éste es Antonio Moreno. Como ya lo he mencionado en mi artículo sobre D o n Antonio Moreno, su nombre y apellido tienen gran significancia. En el sentido más superficial, el nombre apunta al hecho que Quijote y Sancho hicieran su entrada a la ciudad por la famosa puerta de San Antonio al volveremos a hacer referencia abajo (Manegat 215). Lo que nos más nos llama la atención es que n o se le pusiera un apellido catalán. Varios de los editores de la novela, como Vicente Gaos, han conjeturado que Cervantes pudiera haber elegido ese apellido para distanciar el episodio de lo específicamente catalán. Pero nosotros pensamos que el valor del m i s m o yace en el hecho que expone la duplicidad de la identidad del caballero (DI: 867). Según Sebastián Covarrubias, "moreno" se usa como variante de "mora" y procede del sustantivo "moro." También Covarrubias hipotetiza que el significado toma raíz en el supuesto color oscuro de la piel de los moros ( 8 1 4 ) . Reparemos también que en otra parte de la novela, Cervantes usa 6
la palabra como sinónimo de "sucio" (Gaos HJ: 464). La combinación un poco disonante 7
del nombre cristiano de "Antonio" con el de "Moreno" apunta directamente al falaz carácter del personaje, que se va desdoblando p o c o a p o c o a través del episodio. En términos de la identidad del caballero, no obstante, nunca llegamos a saber nada concreto de él. La ambigüedad de la ente de don Antonio se contrasta con la honestidad con que, en última instancia, se identifican (o se confiesan) D o n Quijote, Sancho, Sansón Carrasco, Ricote y Ana Félix ante el caballero. A don Antonio Moreno se lo conoce c o m o caballero acaudalado y poderoso. Se nos dice que "la casa de su guía [. . .] era grande y principal, en fin, como de caballero rico," pero la información
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acerca de su profesión y ocupación oficial es nula (II: 508). Su linaje también es impreciso. Podría ser tanto un noble por herencia, un cavaller
(de la pequeña nobleza
catalana o de la nobleza propiamente dicha) o un chitada honrat (ciudadano distinguido) de título comprado (Elüot 6 1 - 6 6 ) . Entre los pocos datos que tenemos de don Antonio 8
se destaca el hecho que es uno de los líderes de los nyerros
y que tiene relaciones
estrechas con los bandoleros de Roque Guinart. Queda también establecido que la autoridad de don Antonio en Barcelona proviene de su riqueza de fuentes sospechosas. El cuadro que nos presenta Cervantes de Cataluña, c o m o territorio corrupto y depravado, se acerca bastante a lo que se dice de la provincia en fuentes históricas. Hacia comienzos del siglo 17, el principado de Cataluña se encontraba dividida, a trazos grandes, por dos facciones señoriales enemigas, la de los nyerros cadells.
y la de los
U n o s y otros estaban fuertemente involucrados con el bandolerismo. John
Elliot señala el hecho de muchos señores de la aristocracia mantenían sus propias bandas de maleantes. Algunos señores intentaban mantener a los habitantes de sus alrededores bajo control aterrorizándolos por las calles con grupos de rufianes armados (Elliot 68). La inestable situación social de Cataluña y la frustración del Virrey de entonces, el duque de Feria, le incita a escribirle a su secretario en 1600 que "ningún gobernador pueda haber tan bueno que pueda tener la provincia concertada, ni tan malo que la pueda descomponer más [...] Es la más desdichada provincia que hay en el mundo" (citado en Elliot 9 5 ) .
9
Con este contexto histórico y con lo que sabemos de don Antonio, se deduce que la riqueza del mismo proviene de los salteos de maleantes y muy posiblemente, de salteos c o m o los ejecutados por la banda de Roque Guinart en el capítulo 60. Lo más factible es que don Antonio sea el sustentador financiero y político de Roque Guinart y su banda. Sino, ¿cómo se explica que Roque, se ponga en tal peligro al traer a don Quijote a campos enemigos?
N o queda duda que Roque considera
obligación—de subalterno—el satisfacer a su señor con un nuevo gracioso. D o n Quijote y Sancho entran a la ciudad guiados por don Antonio y probablemente por la puerta del santo de mismo nombre, pero irónicamente, se encuentran él y su amo en real inframundo. N o es coincidencia la repetida imagen de don Quijote sudando, como si se estuviera consumiendo en un infierno. Dice el narrador del bufonesco traje de paño leonado que le hace vestir en pleno verano "pudiera hacer sudar en aquel tiempo al mismo y e l o (sic)" (II: 512). La alusión de los malignos espíritus que se encarnan en don Antonio y compañía se concretiza aún más en la escena del sarao que ofrece la mujer del barcelonés esta misma noche. D o s damas picaras sacan a danzar a don Quijote con tanta fuerza que "le molieron, no sólo el cuerpo, pero el ánima [...] Requebrábanle como a hurto las damiselas, y él también las desdeñaba" Finalmente, D o n Quijote trata de desquitarse de las burlonas damas gritándoles, a forma de exorcismo: "Fugite, partes adversae;" dejadme en mi sosiego, pensamientos
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mal venidos (II: 513). El conjuro de don Quijote, sin embargo, no tiene efecto, ya que subsecuentemente se vuelven a presentar como cómplices en la burla de la cabeza encantada. Sancho toma al quebrantado don Quijote y lo lleva a la cama para que "sudase" el tormento del baile (II: 514). C o m o ya se ha sugerido arriba, el San Juan de don Quijote y Sancho se presenta c o m o puro espejismo. N o hay nada en el paisaje que indique la buena dicha que se espera en este día. Al contrario, se cubre la luz del alba con humos negros y detonaciones belicosas. Tampoco hay mención de enramadas de plantas o flores benéficas que ese día espantaran a malos espíritus. Al contrario, unos muchachos eligen espinosas aliagas para insertarlos en los traseros de Rocinante y el rucio por mandato del "malo que todo lo malo ordena" (II: 5 0 8 ) .
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Como dice Murillo, "el malo" es un eufemismo
para diablo, pero a esta pertinente glosa quisiera añadir que es también posible ver conjuntamente
la figura de "el malo" de la forma más literal; o sea, c o m o referencia
directa a don Antonio (II: 508 n. 11). N o nos sorprende, entonces, que cuando un castellano le advierte a don Quijote que se vuelva a su pueblo, don Antonio—"el malo"-naturalmente lo blasfeme (en el m i s m o día de San Juan) diciéndole: "andad enhoramala, y no os metáis donde no os llaman" (II: 512). Hasta cierto punto pareciera que don Quijote anticipa la aparición de don Antonio. Recordemos lo que dice don Quijote en el castillo de los duques sobre los malignos encantadores que lo persiguen: Esta raza maldita, nacida en el mundo para escurecer y aniquilar las hazañas de los buenos, y para dar luz y levantar los fechos de los malos. Perseguido m e han encantadores, encantadores me persiguen y encantadores me persiguirán hasta dar conmigo y con mis altas caballerías en el profundo abismo del olvido; y en aquella parte m e dañan y hieren donde veen que más lo siento. (II: 290) Según Predmore, "el encantamiento es el principio por el cual D o n Quijote se explica el hecho inquietante de que las personas y las cosas parecen con tanta frecuencia lo que realmente son" (67-68). Lo que confunde al manchego es que en Barcelona las personas y las cosas no son lo que parecen ser. He aquí la ironía. A pesar de que D o n Quijote se alerta de encantadores malignos de mundos
ficticios,
ahora no
se reconoce como víctima de encantamiento, porque ni el inframundo ni su "encantador" son literarios. Estos pertenecen al mundo factual y empírico. A diferencia de Sancho, don Quijote nunca llega a comprender que los "verdaderos" encantamientos n o se encuentran en una cueva encantada o en un caballo de madera, sino que se presentan en la dimensión más cotidiana de la vida, cuando un ser humano corrompe a otro sin misericordia alguna, dejándolo "en cueros" y negándole su libre albedrío.
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NOTAS Este trabajo es una extensión de otro artículo titulado "Don Antonio Moreno y el "discreto" negocio de los moriscos Ricote y Ana Félix." En el último trato las ambigüedades e ironías textuales que cercan al personaje de Don Antonio y su contexto, con fin de desarroparlo de toda interpretación romántica y de exponerlo como desalmado caballero que sólo busca provecho personal y probablemente monetario en la situación precaria de los moriscos. Claro que Sancho no hace más que expresar de forma concreta, las particularidades del encantamiento que se ya se habían presentado en la novela. Tal como lo plantea el escudero, 1
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la falta de autonomía es lo que tienen en común todos los personajes encantados. Don Quijote queda enjaulado en el carro de bueyes como si fuera bestia, el encantamiento de la condesa Trifaldi y sus dueñas consiste en que no pueden dejar de prevenir que les crezcan las barbas, Dulcinea queda convertida en oliente labradora, y Montesinos y compañía quedan internados indefinidamente bajo tierra. A los enamorados de Marcela también se los describe como si estuvieran encantados ("Leandra nos tiene a todos suspensos y encantados, esperando sin esperanza y temiendo sin saber de qué tememos" [I: 595]) Y antes de llegar de vuelta al pueblo, Sancho se reconoce también como inmerecida víctima de encantamiento después de que lo someten al martirio de pellizcones y alfilerazos a fin de la supuesta salvación de Altisidora. Se lamenta él diciendo que "(a)gora sí que vengo a conocer clara y distintamente que hay encantadores y encantos en el mundo, de quien Dios me libre, pues yo no me sé librar" (II: 563). El escudero apunta al hecho que las maldades de aquellos que lo castigan tan repetidas veces y con tanta crueldad con sólo el fin de burlarse no pueden ser otra cosa que malignos encantadores (¡Esas burlas, a un cuñado; que yo soy perro viejo" [II: 560]). Luis Murillo conjetura que la elección de la fiesta demuestra otra parodia de la literatura caballeresca (506 n. 3). Agradezco a Hillaire Kallendorf por proveerme con la referencia al trabajo de Passafari. El Dietario de Barcelona indica en 1613 que "...tiraren los bauarts com és de costum y també tirarem les galeres del General" (Riquer 98). Según Juan Aranda Doncel, el estereotipo de la negrura del morisco no representa la realidad de la situación. Los censos municipales de 1579 y 1583 de los desterrados del Reino granadino muestra que una amplia mayoría de los moriscos era de talla alta, tez blanca, seguida de la morena (103). En el capítulo 32 de la segunda parte, se describe el cuello de Don Quijote como "medianamente moreno" con sentido de sucio (II: 287). Es de notar que en Cataluña el "don" estaba reservado solamente para los miembros de la nobleza alta (Elliot 61). En el Quijote, sin embargo, lo probable es que se lo haya usado en la misma forma que se usaría en el resto de España. Elliot presume que la causa principal del bandolerismo, suscitado y protegido por estas facciones, se debe a que la corte madrileña de Felipe III había excluido a los nobles e hidalgos catalanes de los cargos de honores y de provecho financiero, reduciendo así el ingreso de capital e aumentando la desmoralización de la clase señorial (69-73). La aliaga es una planta espinosa, cuyas puntas tiernas se usan para el ganado. Dice el Diccionario de Autoridades (1726) que "cuando está verde engaña la vista a poca distancia pareciendo romero." El romero, al contrario de la aliaga que es casi inservible, se considera medicinal y es una de las elegidas para la noche de San Juan. 3
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