PERSONAJES DE LA CASA DE BERNARDA ALBA

PERSONAJES DE “LA CASA DE BERNARDA ALBA” Los personajes femeninos de Lorca suelen destacar por su hondura y buen trazado y La casa de Bernarda Alba es...
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PERSONAJES DE “LA CASA DE BERNARDA ALBA” Los personajes femeninos de Lorca suelen destacar por su hondura y buen trazado y La casa de Bernarda Alba es un buen exponente de ello. Pero el acierto del autor se aumenta porque la supresión física del personaje del varón implica un dominio extendido de su persona ausente. Pepe el Romano es reiteradamente nombrado desde que la Muchacha afirma haberlo visto en el duelo, si bien sólo dos veces entra a escena algo suyo, un retrato (acto segundo) y un silbido (acto tercero). Ese alejamiento conforma un carácter simbólico que casi lo mitifica. La caracterización de los personajes y del ambiente se encuentra más en boca de los integrantes del drama que en el texto de las acotaciones. Éstas son escasas y funcionales, lo que facilita las múltiples interpretaciones a que ha dado origen en los distintos montajes la presentación de las figuras. A) NOMBRES DE LOS PERSONAJES Los nombres se pueden clasificar en dos grupos: - Nombres propios, algunos de claro sentido simbólico: Bernarda ( "con fuerza de oso") Alba ( blanca); Magdalena ( por asociación con Mª Magdalena, tendencia a llorar); Adela ( de carácter noble); Amelia (puede significar “sin miel”, sin gracia”, y esta tercera hija de Bernarda es precisamente tímida y medrosa.); Poncia ( asociación con Poncio Pilatos: tendencia a lavarse la manos, gobernanta de la casa); María Josefa, la vieja madre loca de Bernarda, cuyo nombre contiene el de los padres de Cristo. - Nombres descriptivos (de su función o de su oficio) o genéricos (que designan una clase o grupo humano) B) CLASIFICACIÓN Y SIGNIFICACIÓN DE LOS PERSONAJES. - Personajes visibles: Aparecen en escena y figuran en el reparto inicial. Entre ellos hay que distinguir: protagonistas (su acción influye en el desarrollo de la acción dramática) y secundarios (aparecen esporádicamente o cumplen una misión dramática muy concreta, poner de relieve la crueldad social en el caso de la Mendiga) - Personajes invisibles: No aparecen en escena y, sin embargo, influyen en el desarrollo de la acción dramática, bien de forma decisiva (Pepe el Romano); bien de manera menos relevante (hija de la Librada, segadores). - Personajes aludidos: Personajes anecdóticos, sobre los que se menciona alguna particularidad, de quienes se nos refiere alguna historia, o a los que se alude simplemente para facilitar la entrada y salida de personajes de escena (Enrique Humanes, Paca la Roseta, etc.) Carecen de entidad dramática. En el caso de los personajes masculinos que se nos presentan como actuantes desde fuera (invisibles o aludidos), su ausencia del escenario no impide ni su importancia dramática ni la variedad de caracteres de que los ha dotado el autor. Así, por ejemplo, en el caso de Antonio García Benavides, cuya muerte funciona como desencadenante indirecto de la acción, se nos presenta como amo lujurioso a través de las observaciones de la Criada (“¡Ya no volverás a levantarme las enaguas...”), al tiempo que se alude a las malas relaciones que mantenía con Bernarda. Fundamental es el personaje de Pepe el Romano, cuyo papel se presenta como donjuanesco y al mismo tiempo movido por el interés: en esa doble actitud se apoya en gran medida el desarrollo trágico de la acción. Otros irán apareciendo a través de los comentarios y alusiones del texto y, en conjunto vienen a representar una buena parte de ese mundo exterior que se contrapone al mundo cerrado de la casa. En los personajes femeninos – todos secundarios si los contraponemos al protagonismo central de Bernarda –, encontramos diferentes grados de importancia y profundización dramática. Se nos presenta una gama de mujeres de edades que van desde los ochenta años de Mª Josefa hasta los veinte de la menor de las hijas, cada una con su correspondiente urgencia sexual, incluso la abuela-niña demente. A su lado la Criada y la Poncia, menos sujetas a la severa reclusión, pero sometidas por la dependencia económica. Para Lázaro Carreter, mientras Bernarda tiene “una recia personalidad íntima y externa; sus hijas por dentro son todas iguales, y sólo las diferencian los detalles externos”, afirmación quizás excesiva, pero que

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manifiesta un hecho indudable: sus caracteres son siempre establecidos a través de las diferentes reacciones que cada una plasma, en torno a un conflicto central y determinante: el instinto reprimido. Bernarda Es la representación hiperbólica de las fuerzas represivas de la autoridad y el poder. Ante todo, representa las convenciones sociales de la tradición española más retrógrada. De ahí su obsesión por las apariencias, por “el qué dirán”, por guardar la decencia de su casa de puertas afuera, y posee la concepción de la honra propia del siglo XVII- recuérdese el concepto de honor calderoniano-. Bernarda se caracteriza también por su exagerado orgullo de casta, de pertenecer a una clase social privilegiada. Las manifestaciones de esta característica son abundantes. Recuérdense estas palabras suyas, hablando de sus hijas con la Poncia:” No hay a cien leguas a la redonda quien se pueda acercar a ellas. Los hombres de aquí no son de su clase”. Ella impidió el noviazgo de Martirio por razones sociales. Y a todas les recordará a qué obliga a ser “de su clase”. Su autoritarismo es el primer rasgo del que el espectador tiene noticia- incluso antes de ver al personaje en escena. Bernarda es caracterizada por la Poncia como “mandona”, “dominanta”, “tirana de todos los que la rodean”. Pone así de manifiesto todo su odio contra su señora, acumulado a lo largo de treinta años que ha estado a su servicio. El odio hacia Bernarda no sólo es manifestado por Poncia; según ella, los parientes del marido no han asistido al funeral porque “La gente de él la odia”. Entra Bernarda en escena y el espectador queda sorprendido tanto por su aspecto (va vestida de negro y con un bastón en la mano- signo de autoridad y símbolo fálico-) como por las primeras palabras que pronuncia, “Silencio! (…) Menos gritos y más obras. (…) Vete”. Bernarda entra imponiendo silencio y limpieza. Queda así definida una parte muy importante de supertonalidad: orden y autoridad. La más significativa e importante para la tensión dramática es la imposición a sus hijas de riguroso luto durante ocho años, orden que recalca apostillando:” Aquí se hace lo que mando yo”. La casa se convertirá así en una cárcel para las cinco hijas, que permanecerán bajo el dominio absoluto de la madre. Hay que tener en cuenta que, en una sociedad tradicional, el poder se relaciona con el hombre; “la fuente de poder es masculina” (García Posada). Como Bernarda ha quedado viuda asume el papel del hombre; de ahí que en algún momento de la obra se la compare con un varón: “Siempre bregando como un hombre” (curiosamente, en cierta representación, el papel de Bernarda lo encarnó un actor ya fallecido, Ismael Merlo). Esta tiranía se explica por el hecho de que Bernarda encarna las convenciones morales y sociales de la mentalidad tradicional vigente. Lo que pretende es salvaguardar la honra. El temor a la maledicencia de las vecinas le lleva a mostrar rasgos de una crueldad cercana a lo inhumano. Por ejemplo, cuando deja salir a su madre loca a dar una vuelta por el patio, advierte a la criada que no le permita acercarse al pozo, pero no lo hace para que no caiga en él, sino para que no la vean las vecinas. También su opresión, que se manifiesta en sus hijas como es notorio (“Tú no tienes más derecho que obedecer”, dirá a Angustias en el segundo acto), se hace particularmente vejatoria con las criadas, incluso con Poncia: “Me sirves y te pago. Nada más! Ahora bien: en el aspecto sexual es donde más se manifiesta más claramente esta mentalidad. Las ideas que Bernarda defiende corresponden a la concepción tradicional del papel de la mujer en su comportamiento sexual: a los impulsos eróticos hay que oponer la decencia, la honra y la virginidad. La represión sexual a la que somete a sus hijas es el desencadenante del conflicto dramático. Su obsesión por la decencia se pone de manifiesto a lo largo de la obra: pega a su hija Angustias porque se ha atrevido a mirar a un hombre, y, más tarde, la reprende severamente cuando pretende salir a ver a su novio con polvos en la cara. Frente a la sexualidad evocada por Poncia en su noviazgo con Evaristo o a la imagen de su propio marido levantando las enaguas a su criada, Bernarda impone a sus hijas la represión sexual más absoluta. En este sentido, las indecencias de Paca la Roseta y de la prostituta contratada por lose segadores, o su cruel alusión a la historia de lupanar de la madre de la Poncia funcionan como contraste estructural necesario para resaltar esa virginidad que obsesivamente vigila Bernarda. Es importante añadir que ese poder encarnado por Bernarda es un poder irracional. En cierta ocasión, dice: “No pienso (…) Yo ordeno”. Y ello va acompañado de un claro voluntarismo: un querer hacer las cosas como su voluntad dispone. Va a hacer que las cosas sean como ella quiere que sean, forzando si es necesario su

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naturaleza. La realidad, pues, se adecua a sus deseos. Así lo podemos ver en toda la obra, de principio a fin: en el primer acto, cuando la Muchacha dice que Pepe el Romano estaba en la iglesia, Bernarda niega la realidad, por salvaguardarla honra de sus hijas. Es como si tuviera una venda en los ojos, y mantener el orden y la decencia fuera para ella una cuestión de vida o muerte. Tanto es así que ante el trágico final de su hija Adela no sólo no reconoce haber cometido error alguno, sino que se reafirma en su postura y grita contra toda evidencia:”Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen!” LAS HIJAS Todas viven entre la reclusión impuesta y el deseo del mundo exterior (= querer salir). Las cinco hijas adoptan actitudes que van desde la sumisión a la resignación o rebeldía. Todas están más o menos obsesionadas por lo erótico. A ello alude Adela hablando de “lo que nos muerde”; pero, refiriéndose precisamente a Adela, Martirio dirá.”No tiene ni más ni menos que lo que tenemos todas”. Los anhelos eróticos o de amor podrán aparecer unidos (o no) a la idea de matrimonio, único cauce permitido para salir de aquel encierro. Pero descendamos a los casos particulares. Ante su situación, las cinco hijas de Bernarda encarnan un abanico de actitudes que van, como apuntamos, de la sumisión o la resignación a la rebeldía, con grados intermedios. Ello puede traslucirse hasta cierto punto, pero dudosamente a veces, en el aparente simbolismo de sus nombres. Angustias (39 años) Es hija del primer matrimonio y heredera de una envidiable fortuna que no tarda en atraer- pese a su edad y su falta de encantos a un pretendiente, Pepe el Romano. Para ella está claro lo que supone el matrimonio: Afortunadamente-dice desafiante- pronto voy a salir de este infierno. Angustias es consciente de que es mejor ser rica que hermosa.”Más vale onza en el arca que ojos negros en la cara”, les dice a sus hermanas, envidiosas de su situación. Pero no hay en ella algo que pueda llamarse pasión o ilusión verdadera, lo que contrastará fuertemente con Adela, e incluso con Martirio. Magdalena (30 años) Da muestras, por una parte de sumisión (“Cada clase tiene que hacer lo suyo”), pero puede sorprendernos con amargas protestas (por ejemplo, cuando exclama: “Malditas sean las mujeres! “). Y, cosa curiosa, hubiera preferido ser un hombre (“Sé que ya no me voy a casar. Prefiero llevar sacos al molino”). Parece la más inteligente de las hermanas, al menos que la que mejor entiende la situación; es la única que expresa en voz alta una de las verdades que pesan sobre la casa: “Nos pudrimos por el qué dirán- dice añorando épocas más alegres. Tampoco le falta mala intención: “Desde luego hayque reconocer que lo mejor que has tenido siempre es el talle y la delicadeza”- responde a su hermana Angustias con sarcástica ironía. Martirio (24 años) Es un personaje más complejo. Está perfectamente definida por el simbolismo de su nombre, o sea, está martirizada. Enferma, deforme y atormentada, es la única que pudo haberse casado si su madre no se hubiera opuesto. Vive torturada entre el trauma infantil (“Es preferible no ver a un hombre nunca”) y el deseo sexual reprimido (roba, por ejemplo, el retrato de Pepe el Romano). Es precisamente esta pasión la que desata sus celos contra Adela y rige su comportamiento. Sus palabras se cargan de mala intención y sus acciones la llevan hasta una irreprimible y nefasta vileza. Su alma va llenándose de odio -como dice la Poncia: “Es un pozo de veneno”- y se convierte en colaboradora de Bernarda cuando ésta interviene como justo juez en el episodio de la Librada. También es ella la que vigila constantemente a Adela y la que descubre los encuentros furtivos de ésta con Pepe, y la que persigue a Adela cuando huye al corral para acabar confesando que también lo ama: “¡Sí! Déjame que el pecho se me rompa como una granada de amargura. Le quiero! “. Amelia (27 años) Es la hija mediana. Quizá por ese motivo es el personaje más desdibujado. Mantiene una relación estrecha con Martirio, se preocupa por su salud, está pendiente de sus dolores, y hablan entre sí con mayor armonía y cariño que las otras hermanas. Parece resignada, medrosa, tímida. Adela (20 años) Es la encarnación de la abierta rebeldía frente a la dictadura de Bernarda porque no se resigna a la infelicidad amorosa, a pudrirse en el sepulcro familiar. Es la más joven, hermosa, apasionada y franca (su nombre,

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decíamos anteriormente, significa “de naturaleza noble”). Antes de entrar en escena, sabemos que se ha atrevido a romper el riguroso luto al ponerse un traje verde (símbolo de vitalismo) y salir al corral a que la vieran las gallinas. Adela en el segundo acto ha superado los miedos:” Te he tenido miedo.¡Pero ya soy más fuerte que tú! , dirá a la Poncia. No se somete a la tiranía represora de su madre y defiende su derecho a ser libre sexualmente (“ ¡Yo hago con mi cuerpo lo que me parece!”). Su fuerza, su pasión-por lo que alguien la llama “una mulilla sin desbravar”- le hace prorrumpir en exclamaciones “escandalosas: “Mi cuerpo será de quien yo quiera” o “¡Lo tendré todo! Adela antepone el amor no sólo al dinero sino a la honra y la decencia. En el tercer acto, provoca el desenlace del drama al salir al corral en busca de Pepe. Adela ha decidido asumir hasta las últimas consecuencias el destino dramático de su amor, consciente de lo que ello significa en un medio dominado por la decencia y la honra: “Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre, perseguida por los que dicen que son decentes (…)”. En desafío abierto con la moral establecida, está dispuesta a convertirse en “querida” de Pepe (aunque sea ponerse “una corona de espinas”). El momento culminante será aquél en que rompe el bastón de mando de Bernarda, al tiempo que exclama: “¡Aquí se acabaron las voces de presidio!”. Pero ya sabemos que, al no querer someterse a la tiranía de Bernarda o envejecer entre la desesperación y la locura como María Josefa, o pudrirse en el sepulcro familiar como sus hermanas, sólo con la muerte libremente asumida puede alcanzar, paradójicamente, su liberación. OTROS PERSONAJES María Josefa (80 años) Es un genial hallazgo de Lorca: como ciertos personajes de Shakespeare, en sus palabras se mezclarán locura, verdad y poesía. María Josefa vive, con claro simbolismo, encerrada en un cuarto no visible de la casa, y la primera noticia que de ella hemos tenido nos llegó al oír su voz llamando a Bernarda: “¡Déjame salir!”, convirtiéndose así en portavoz de un anhelo común. Bernarda puede encerrarla, pero no puede impedir que diga la verdad. Posteriormente, hará dos apariciones decisivas: al final del acto I y en un momento de máxima tensión hacia el final de la obra. Esas intervenciones tienen como efecto agrandar líricamente los problemas centrales: el anhelo de matrimonio y de maternidad, el ansia de libertad, de espacios abiertos… La Poncia La función dramática de La Poncia, criada de Bernarda, es también estructuralmente importante. Tiene su misma edad (60 años) y una mentalidad similar con respecto a los hombres. Como vieja criada, podría ser “de la familia”; y, en efecto, interviene en las conversaciones, en los conflictos, hace advertencias, da consejos; hasta tutea a Bernarda. Pero ésta no deja de recordarle las distancias que las separan (“Me sirves y te pago. ¡Nada más!”). Ella asume su condición (“Soy perra sumisa”), pero está llena de odio (“¡Buen descanso ganó su propio marido!”),le dice a Bernarda en el acto primero Tampoco quiere a las hijas:”No os tengo ley a ninguna”. Poncia vigila a Adela y la reprende en el asunto de Pepe el Romano, pero no lo hace por cariño, sino porque se rige, como Bernarda, por el código de la decencia, de las apariencias:”Quiero vivir en casa decente”. La Poncia, “siempre con crueldad”, aconseja inútilmente sobre el drama familiar a Bernarda; es “buena perra” de su ama como ella misma se caracteriza, pero también se identifica con ella. Lorca no quiso caracterizar positivamente a las sirvientas. Muestra de ello es la disputa que la mendiga y la criada mantienen por las sobras en el acto primero. La teatralidad de la criada (“rompiendo a gritar”) porque un señorito le levantaba las enaguas pone de manifiesto la hipocresía moral tanto de criados como de siervos. Desde el primer acto sorprende el lenguaje obsceno de este personaje. Le gusta hablar de sexo con las hijas de Bernarda mientras cosen; cuenta con el desgarro propio de las mujeres de su extracción social, el primer encuentro con su marido, y acentúa la tensión erótica de las hermanas cuando se oyen los cantos de los gañanes.

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Pero, por encima de todo, Poncia es un personaje inolvidable por su sabiduría rústica, por su desgarro popular, la riqueza y la creatividad de su habla. Las vecinas y la otra Criada Quedan las vecinas: esas mujeres de luto que asisten al duelo (los hombres asistían al duelo aparte) y que son como un “coro”, con sus rezos… y sus habladurías. O Prudencia, que visita a Bernarda al comienzo del acto III. También se mencionan otros: Paca la Roseta, la indecente mujer del pueblo; Maximiliano, el hombre que encarnece a Paca la Roseta; don Arturo, el que hace las particiones; Adelaida, la amiga que se ha echado novio recientemente……Y, en fin, hemos de aludir a un personaje que no aparece en escena y que, paradójicamente, está omnipresente y actúa como desencadenante del conflicto dramático: Pepe el Romano. Pepe el Romano Es la encarnación del Hombre, del “oscuro objeto del deseo”. Pero todo lo que de él se va diciendo compone un retrato suficientemente perfilado (se destaca su doblez: va por el dinero de Angustias, pero enamora a Adela. Por lo visto, Lorca se inspiró para este personaje en una persona real, un individuo llamado Pepe Romilla. El cambio de nombre da al personaje una aureola mítica (Roma = imperio, fuerza). Su caracterización, a través de las palabras de los personajes, como gigante-así lo llama María Josefa- o como león, incide en la fuerza de la masculinidad. En contraste con esta imagen que tienen de él las mujeres de la obra, para el espectador el personaje se tiñe de connotaciones negativas: es interesado, cobarde y ruin, como lo demuestran sus actos. C) RELACIONES ENTRE LOS PERSONAJES: Entre los personajes visibles se establecen cuatro tipos de relaciones fundamentales: - Relación entre señora y criadas: Están dominadas por el odio y el resentimiento de clase. Un tanto peculiares son las que mantienen Bernarda y Poncia: cierta confianza, función informativa de Poncia sobre el mundo exterior. - Relaciones entre madre e hijas: Están presididas por el autoritarismo y la rigidez de una educación que condena a las hijas a obedecer sin "rechistar". Fruto de esta educación basada en el miedo será la rebeldía de Adela. - Relaciones entre las hermanas: Están presididas por el odio y la envidia. Hay sin embargo una relación de afecto entre Magdalena y Adela, por un lado, y entre Amelia y Martirio, por otro. - Relaciones entre Bernarda y sus vecinas: Las vecinas temen a Bernarda y este temor deriva hacia un odio mutuo, que se expresa mediante insultos en ausencia del personaje implicado. D) CARACTERIZACIÓN DE LOS PERSONAJES Para caracterizar a los protagonistas, el autor ha empleado diversas técnicas: - Caracterización indirecta: A través del diálogo, un personaje nos informa del comportamiento o la ideología de un tercero, adelantando información sobre él o completando el juicio que nos habíamos formado. Así conocemos a Bernarda antes de que salga a escena, pero también se completa su caracterización a partir de las conversaciones de sus hijas o los apartes de las vecinas. - Autodefinición de los personajes: El personaje acerca de sí mismo. Por ejemplo, Martirio se reconoce "débil y fea". - Caracterización por la acción y el diálogo: Es el método dramático fundamental. En la actuación de los personajes se advierten unos rasgos configuradores de su conducta que actúan como factores del drama. Estos factores pueden ser: desencadenantes de la acción (instinto sexual de Adela, ceguera de Bernarda) o instrumentales (ambigüedad de las acusaciones de Poncia, locura de Mª Josefa, que resta a su palabras efectividad).

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- El lenguaje se emplea también con intención caracterizadora e identificadora. Nótense, por ejemplo, los insultos y vulgarismos de Poncia; el lenguaje imperativo de Bernarda; o el uso de un lenguaje surrealista y simbólico en las intervenciones de Mª Josefa. - También el movimiento de los personajes en escena es representativo de su personalidad y función dramática: la coordinación entre gestos, movimientos, tonos de voz, contenido y expresión de las palabras, y actitud del personaje es absoluta. Así, por ejemplo, frente al dinamismo de Bernarda encontramos el estatismo de sus hijas que permanecen casi siempre sentadas, en actitud de espera. Este estatismo y los movimientos delicados de las mujeres contribuyen, por otra parte, a dotar a la obra de un ritmo lento que provoca sensación de monotonía, la misma monotonía que preside estas vidas apagadas, sombrías... - Caracterización por los objetos: Cuatro de sus personajes poseen objetos propios significativos: Bernarda, su bastón; Adela, un abanico de colores; Angustias, el retrato de Pepe el Romano; Mª Josefa, las flores en el pelo y la oveja. Cada uno de estos objetos está cargado de connotaciones simbólicas específicas: autoridad, rebeldía, deseo y frustración, libertad y amor, instinto maternal...

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