Perfiles del letrado hispanoamericano en el Siglo XVII

Perfiles del letrado hispanoamericano en el Siglo XVII Susana Zanetti Universidad de Buenos Aires Es punto de coincidencia en la investigación actual...
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Perfiles del letrado hispanoamericano en el Siglo XVII Susana Zanetti Universidad de Buenos Aires

Es punto de coincidencia en la investigación actual el encarar los textos coloniales hispanoamericanos como discursos, sin poner el acento en su presunto estatuto literario. Interesa sobre todo analizar su escritura y lectura desde una perspectiva cultural que los interroga en cuanto estos discursos tejen una «red de negociaciones que tienen efectos en una sociedad viviente»1, en cuanto traman entre sí, y con los discursos metropolitanos, relaciones e interacciones que posibilitan al estudioso volverse hacia los sujetos que los producen, a los sujetos que en el interior de los textos se diseñan, así como a su peculiar diagrama de destinatarios y receptores. Tales inquietudes nos colocan hoy ante un acrecido número de letrados en el siglo XVII. Ampliados y modificados los focos de investigación, se ilumina un paisaje nuevo, al tiempo que se van diluyendo los conos de sombra que cubrían textos importantes, arrinconados por su «primitivismo» o interesantes solo por su acerbo etnográfico, cuando no folklórico2. La puesta en escena de este heterogéneo conjunto discursivo evidencia, entre otras preocupaciones, la de articular genealogías significativas respecto de problemas americanos aún no resueltos —problemas de identidad, de crisis nacionales o continentales, etc. Julio Ortega, por ejemplo, al preguntarse sobre la conciencia nacional, busca respuestas en la tradición colonial y engarza al Inca Garcilaso, Guarnan Poma y Caviedes. «Caviedes —afirma— nos dice que nuestras vidas, en el Perú, están a punto de ser paródicas. Somos la copia de un original remoto, pero una copia 1

Rolena Adorno, «Nuevas perspectivas en los estudios coloniales hispanoamericanos», Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, a. 14, n° 28, 2o semestre de 1988, p. 11. 2 Véase, como ejemplo, Augusto Tamayo Vargas, Literatura peruana, Lima, José Godard, 3 a ed., s.f. Especialmente los capítulos destinados a los cronistas indios y mestizos.

Studia Áurea. Actas del III Congreso de la AISO, I, Toulouse-Pamplona, 1996

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desmesurada ... Carecemos de identidad propia ... y la suplimos con la retórica, con el énfasis, en el laberinto de las apariencias que un sistema de castas convierte en ley y marca condenatoria, de destino y sumisión ...»3. Actitudes similares orientan las investigaciones de John Beverly respecto del Barroco de Indias, llevado por su preocupación entre «la complicidad de la literatura con la desigualdad y la dominación social»4, o los trabajos de Mabel Morana, quien vincula cuestiones coloniales con el imperialismo del siglo XX5. La articulación de tradiciones nacionales o de la entera Hispanoamérica vuelven ahora hacia el centro discursos colocados antes en los márgenes, alterando el discurrir de obras y autores al amparo de los cánones literarios y de la linealidad cronológica. Se revuelven las aguas de un mestizaje medianamente consolidado, con su cuota de originalidad, por la emergencia de miradas críticas que privilegian ejes de análisis basados en la subversión y la violencia6, mientras se deja de lado la idea de un siglo XVII —y de la colonia en general— en el que sólo brillan algunas pocas figuras excepcionales, seguidas de muy lejos por una muchedumbre de remedadores: «La existencia de sor Juana no es "milagrosa", como pensaba Vossler, sino que es uno de los signos de emergencia de una nueva sociedad. Ni sor Juana ni Sigüenza estaban solos; eran figuras centrales, pero no únicas, de un paisaje humano que fue mucho más rico de lo que se pensaba hasta hace poco ...»7. Hoy día, y a partir de los aportes de Jaime Concha y de Ángel Rama sobre todo8, los investigadores se concentran en la figura de los letrados y en el sujeto colonial para revisar sus vínculos con el poder y la emergencia de discursos legitimadores o contrahegemónicos; se analizan las estrategias que los hicieron posibles, atendiendo a esa figura del Otro, el nativo americano que, como señala Rolena Adorno, ocupa el centro del discurso colonial aunque no se lo mencione. Esta presencia importa aquí pues en el siglo XVII este sujeto se hace cargo de la escritura. Pero conviene insistir en señalar que la noción de sujeto colonial entraña a todos. La relación Metrópoli-Colonias atraviesa a los letrados más allá del lugar de nacimiento o del centro cultural en el que actuaron. Dos figuras contrapuestas en cuanto a textos y pertenencia, como son el Inca Garcilaso y Juan Ruiz de Alarcón, se emparejan bastante sin embargo si atendemos a su residencia en sus áreas de origen. A ambos los configura la condición colonial, es pertinente y productivo trabajar la cuestión en sus obras. El eje colonizador/colonizado sustenta estas investigaciones, pero tendiendo a matizar la oposición, sin ver la actividad letrada sólo sujeta a una dominación compacta y sin 3

Julio Ortega, «Nacimiento del discurso crítico», Cuadernos Americanos, Nueva época, a. 3, vol. 6, n° 18, p. 188. 4 John Beverly, «Nuevas vacilaciones sobre el barroco», Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, a. 14, n° 28, 2 o semestre de 1988, p. 216. 5 Mabel Morana, «Barroco y conciencia criolla en Hispanoamérica», Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, a. 14, n° 28, 2° semestre de 1988, pp. 229-251. 6 Hago referencia a Raquel Chang-Rodríguez, Violencia y subversión en la prosa colonial hispanoamericana, siglos XVI y XVII, Madrid, Porrúa Turanzas, 1982. 7 Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 248. 8 Jaime Concha, «La literatura colonial hispanoamericana. Problemas e hipótesis», Neohelicón, a. 4, c n 1-2, 1976, pp. 31-50; Ángel Rama, La ciudad letrada, Montevideo, Fundación Ángel Rama, 1984.

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fisuras, represiva, del poder imperial y de la Iglesia de la Contrarreforma. Sin embargo, muchas veces estas perspectivas no se matizan lo suficiente y se vuelven estériles, meramente declarativas. Leonardo Acosta, por ejemplo, interpreta el ámbito letrado del Barroco de Indias como marcado por un proyecto de dominación imperial que lo vuelve parasitario y mitificador, castrando culturalmente a la colonia. Pensamos que tales perspectivas, reacias a detenerse en las muy diversas estrategias de los discursos del siglo XVII, son las que realmente amenazan con castrar a la Colonia9. La preponderancia de líneas de análisis como las que muy rápidamente mencioné, y que en ocasiones caen en el anacronismo, están muy unidas al hecho de que muchos de estos textos se han leído por primera vez en el siglo XX, o son objeto de interpretaciones medianamente numerosas bastante avanzado el siglo y esta situación suele marcarlas sobremanera. Son más bien escasos aquellos que han gozado de lecturas relativamente amplias y continuas desde el momento de su escritura hasta nuestros días, como ocurre con la obra del Inca Garcilaso, quien nos da un ejemplo valioso —más allá de la excepcionalidad de su producción por razones políticas, sociales y culturales— de una tradición de lecturas cumplidas a lo largo de tres siglos, surgidas en contextos y circunstancias diferentes. Se presenta muy dispar la literatura colonial hispanoamericana si sólo se privilegia el eje de escritura de los textos, o si se atiende también al momento real de su recepción y de su recepción ampliada, así como a la circulación de manuscritos10. La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España tiene para nosotros fecha de edición de 1632; su autor, Bernal Díaz del Castillo, había muerto en 1584. Pero la recepción de su obra es anterior a los Comentarios reales (1609), con lo que esto implica acerca de la comprensión de las civilizaciones precolombinas, por lo menos. La Histórica relación del reyno de Chile de Alonso de Ovalle se publica en Roma, simultáneamente en español e italiano, en 1646, y poco después salen en Londres los cinco primeros libros en inglés. Se trata de un caso de escritura y lectura coincidentes y de una difusión bastante amplia; pero solo se reimprime en 1888, dos siglos más tarde, igual que la Historia verdadera de Bernal Díaz del Castillo11. Algo similar ocurre con la obra de sor Juana Inés de la Cruz: accede a la edición y reediciones con éxito hasta poco después de su muerte, pero su redescubrimiento debe esperar hasta este siglo. Son muy numerosas las obras recién publicadas en el siglo XX. Unos pocos ejemplos de dispar envergadura: Las armas antarticas de Juan de Miramontes y Zuázola permaneció inédito hasta 1921, Luis de Tejeda hasta 1916, Guarnan Poma de Ayala tiene edición facsimilar en 1936. Por otra parte, el acceso más o menos sencillo y relativamente generalizado en el mundo académico de muchas de estas obras es bastante reciente. El problema de acceso a la edición es un tema que, dentro de las cuestiones generales que en el siglo XVII impregnan la producción textual, asume en las colonias Leonardo Acosta, El barroco de Indias y otros ensayos, La Habana, Cuadernos de Casa de las Américas, 1983. 10 Véase Susana Zanetti, «La lectura de la literatura latinoamerica. Algunas consideraciones», Filología, a. 23, n° 2, Buenos Aires, Instituto de Filología y Literatura Hispánicas, 1987, pp. 175-189. 11 La primera obra mencionada se reimprime en la Colección de Escritores de Chile, y la segunda, en la Biblioteca de Autores Españoles de Madrid.

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hispanoamericanas dimensiones especiales. Los aspectos materiales —escasez de imprentas, distancias, etc.—, con mucha frecuencia tematizados y teñidos por conflictos, se explicitan al poner en escena las carencias, como ocurre en Juan de Espinosa Medrano («... la única ansia ... es que estos escritos, valgan lo que valgan, se manden a España, es decir, al otro lado del orbe, para ser publicados, y (porque estoy lo más lejos posible de la imprenta) que sean depurados de horribles erratas. Pues he visto que las obras de no pocos han padecido la suerte de estropearse feamente en casi todo ... Y puesto que nosotros, por vulgar error llamados "indianos", somos considerados bárbaros, no sin razón me recelo que tales vicios y solecismos recaigan contra el autor del libro»12. Prólogos, dedicatorias y licencias, merecedores de un estudio comparativo minucioso, hablan de estos problemas, dejando entrever los que plantean la censura y las directivas de la política metropolitana: acceder a la impresión es un proyecto palpable en las estrategias de escritura; sortear los posibles conflictos es una necesidad siempre presentada para el letrado y muy visible especialmente en la escritura historiográfica13. La atención actual a lo discursivo no debería de ningún modo clausurar el interés de la crítica hacia lo estrictamente literario. Por una parte, la capacidad y destreza en el manejo de los códigos expresivos y de los cánones literarios de la época, con sus artificios, requerimientos de erudición, etc., fue un punto de afirmación del letrado hispanoamericano del siglo XVII, barroco o no. Por otra, el barroco hispanoamericano, estrechamente unido al español, originó un tramado de tradiciones estéticas, estructuradas desde este siglo a partir de las vanguardias históricas. Más allá de la significación del neobarroco y de las peregrinas postulaciones de una esencia barroca de América Latina, me interesa señalar la perspectiva asumida por José Lezama Lima en La expresión americana14. A partir del trasplante, construye la figura del señor barroco, organizando otra red de legados que responde de modo original a la cuestión del mestizaje, tema fundamental en las discusiones sobre la identidad latinoamericana, por lo menos. Arrumbar ideas de mera imitación e insistir en las diferencias de la literatura del siglo XVII frente a los modelos metropolitanos15 es una de las lecciones de Lezama Lima, reacio a someterse a la linealidad y a la sucesión opacadora de corrientes estéticas, así como abierto a ahondar lazos articuladores de un legado vivo, como el que diseña entre Sor Juana, por ejemplo, y Muerte sin fin de Gorostiza, solitarias indagaciones cifradas en una especularidad barroca que propone como específicamente hispanoamericana. La creciente complejidad de la administración colonial, junto con el desarrollo urbano, impulsaron el aumento del peso de los letrados, por su número, por sus funciones en la burocracia, la Iglesia o la docencia, y también porque su presencia se 12

Juan de Espinosa Medrano, Apologético, selección, prólogo y cronología de Augusto Tamayo Vargas, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1982, p. 399. 13 Véase Rolena Adorno, «Literary Production and Supression: Reading and Writing about Amerindians in Colonial Spanish Americans», Dispositio, vol. 15, n° 28/29, p. 1-25. 14 José Lezama Lima, La expresión americana, cinco conferencias pronunciadas en el Centro de Altos Estudios del Instituto Nacional de Cultura de La Habana, los días 16, 18, 22 y 26 de enero de 1957. 15 El encuentro del barroco español con el paisaje americano le permite articular de modo diferente el pasado social, cultural, literario hispanoamericano, sin someterlo a la simple sucesión de las corrientes literarias europeas.

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hacía sentir en ciudades alejadas de los grandes centros, que cobraron nueva relevancia en el siglo XVII —Córdoba, por ejemplo. Estos letrados diseñaron, según Ángel Rama, la ciudad escrituraria, desprendida de la ciudad real y de sus circunstancias de represión y explotación concretas. Creo que la impronta que este texto de Rama ha dejado en los investigadores debe ser matizada, para ser productiva. El mismo Rama en otro trabajo ejemplifica el protagonismo de indios, mestizos y negros en un texto de Sigüenza y Góngora16. Si bien es cierto que estos letrados cumplieron un papel relevante en el control social por su manejo de los lenguajes simbólicos, llevaron adelante esta función en un ambiente de tensiones y rivalidades, de límites y postergaciones diversas, vinculadas a la vida social y cultural de sus centros específicos, cuyas marcas son más que perceptibles en sus textos. Los une el hecho de que los letrados son parte de la emergencia de formas de conciencia criolla hacia 1620 y aun antes. Por sobre los frenos que la corona imponía en el acceso a cargos de jerarquía políticos, administrativos, militares y eclesiásticos, se produce un avance notable en el siglo XVII de los criollos en el predominio económico. Son estos sectores dominantes grupos en competencia entre sí. Crecen también en importancia los sectores medios criollos poderosos, contribuyendo con sus discursos al nacimiento de una conciencia criolla, que recién a fines del siglo XVIII conseguirá articularse en un proyecto común. Ella resulta de un complejo tramado que corre el riesgo de simplificación, insisto, si se lo analiza según pautas correspondientes a nuestro siglo. Entre los letrados mestizos e indios ejercer influencia a través de la escritura y la edición es mucho más difícil, y ésta será la zona más evidentemente silenciada: a su importancia en la producción discursiva se accede prácticamente en este siglo: lecturas cuidadosas, como la de Lafaye entre otras17, permiten percibir la presencia de una conciencia mestiza en figuras relevantes por su actividad en la corte y la Iglesia, como sor Juana. Los letrados promueven su visibilidad como conjunto mediante la creación de espacios específicos de consagración —las academias, los certámenes—, al tiempo que multiplican su incidencia en las fiestas y espectáculos religiosos o cortesanos18. Destacan en sus textos la preminencia de su rol social: «... los poetas deben ser honrados de las ciudades y puestos en lugares eminentes y dignidades nobles por ser partos dichosos y raros de la naturaleza», afirma Bernardo de Balbuena. Lo habitual, sin embargo, es la lucha por el ascenso social o el bienestar, y la comprensión de sus límites, satirizados, entre otros, por Juan del Valle y Caviedes en su romance al conde de la Monclova, también poeta: «porque en dando en ser poeta, / os concederán vestido /

16 Me refiero a «La señal de Jonás sobre el pueblo mexicano», Escritura, a. 5, n° 10, julio-diciembre de 1980. 17 Jacques Lafaye, Quetzalcoatl y Guadalupe; la formación de la conciencia nacional en México, México, Fondo de Cultura Económica, 1977. 18 Véanse, entre otros, Poetas novohispanos, estudio, selección y notas por A. Méndez Planearte, México, UNAM, 1942-45; Cancionero peruano, estudio preliminar, edición y bibliografía de R. ChangRodríguez, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 1983.

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como a mí y a otros ingenios / de andrajos de baratillo»19. Rodríguez Freyle, en general discreto en referir lo autobiográfico, muestra sus trabajos diversos, que le dan pie para defenderse de posibles objeciones: «No me haga cargo el lector de que me detenga en estas relaciones, porque le respondo: que gasté los años de mi mocedad por esta tierra, siguiendo la guerra con algunos capitanes timaneses»20. La probanza de méritos individual confluye con la valoración del ámbito propio, americano. Los sentimientos de marginación personal abrevan la afirmación de preeminencias regionales o continentales. En una sociedad estamental como la del siglo XVII es frecuente valerse de la valoración del linaje, pero muchas veces los textos conforman primacías más abarcadoras. Luis de Tejeda se califica en su poema autobiográfico —que el artificio barroco coloca en una dimensión bastante abstracta e ideal— a través del relato de la milagrosa cura de su hermana menor en 1622, de la promesa de su padre cumplida por Tejeda, de fundar un convento de Carmelitas en su propia casa bajo el patronazgo de Santa Teresa21. También escribió un soneto a Santa Rosa de Lima. No tematiza el hecho de provenir de familia de viejos conquistadores. Podemos pensarlo, entonces, integrado a un discurso fuerte de los letrados del XVII, acerca del carácter privilegiado de América por haber merecido la elección divina, evidenciada en milagros, apariciones (la Virgen de Guadalupe)22 y prédicas —como la legendaria de Santo Tomás, antes de la conquista española, tematizada por Ovalle, Sigüenza y Góngora, entre otros letrados. Los alcances ideológico-políticos de esto último, que no puedo considerar dada la brevedad de esta ponencia, se articulan con otras defensas, como la de Guarnan Poma y otros cronistas mestizos e indios. La exaltación americana, frente a la mirada desvalorizadora metropolitana, reivindica el esplendor urbano de los grandes centros virreinales; las bondades de la naturaleza se traslucen en la capacidad intelectual y moral de quienes en América viven23. Espinosa Medrano defiende su calidad de letrado y el posible estigma de inferioridad —quizás mayor por su condición mestiza o india—, destacando la colocación privilegiada de América en nuestro planeta: «Me siento obligado a presentar mi Philosophia Thomística al mundo letrado, si bien trémulo y no inconsciente de mi insignificancia para que salga al público. Pues los europeos sospechan seriamente que los estudios de los hombres del Nuevo Mundo son bárbaros». Y luego: «¿Que si habré demostrado que nuestro mundo no está circundado por aires torpes y que nada cede al Viejo Mundo? ... Los peruanos no hemos nacido en rincones oscuros y despreciables del mundo ni bajo aires más torpes, sino en un lugar aventajado de la tierra, donde sonríe un cielo mejor, por cuanto las

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Juan del Valle y Caviedes, «Habiendo escrito el excelentísimo Sr. Conde de la M o n c l o v a un romance, los ingenios de Lima lo aplauden en muchos y el poeta en éste», en Obra completa, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1984, p . 225. 20 21 22 23

Agustín Knelo.

Juan Rodríguez Freyle, El Carnero, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1979, p . 347. Luis de Tejeda, Libro de varios tratados y noticias, Buenos Aires, Corni, 1947. Véase J. Lafaye, ob. cit. Son importantes en este sentido, entre otras obras, la Crónica moralizadora de la orden de San (1638) del padre Antonio de la Calancha y El Paraíso en el Nuevo Mundo de Antonio de León

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partes superiores son preferibles a las inferiores y las diestras a las siniestras»24. Pero, además, ve al Perú como el espacio ideal para albergar mitos clásicos: comentando el equívoco que la palabra myla griega genera por ser a la vez nombre de la manzana y la oveja, considera: «y en fin si aquellas reses eran como nuestras vicuñas y pacos, que por su color rubio y encendido merecen el pelo de oro; mejor que en África pudieran en nuestro Perú haber fingido el huerto de las Hespérides». Podríamos arriesgar que los méritos del espacio y los habitantes del Perú se extienden a la lengua. Por una parte, el Lunarejo, al traducir Virgilio al quechua, está afirmando la capacidad de esta lengua de expresar sin desmedro la alta poesía clásica. Por otra, cuando destaca el encanto de las particularidades de la lengua latina hablada en España, por entonces área marginal del Imperio Romano, pareciera traslucir una posibilidad semejante del castellano colonial de su época con el de la Metrópoli, al afirmar que el «ruido de palabrones» «enamoró a toda la poesía latina cuando se dejó enseñar de la bizarría española»25. Las dificultades para llevar adelante su labor intelectual o artística, la situación de exclusión respecto de Europa y aun del propio medio americano, las carencias económicas, así como las múltiples funciones que el letrado se ve forzado a cumplir simultáneamente, suelen impregnarse de contradicciones, de prejuicios, o por lo menos complejizan la afirmación de esta conciencia criolla, dando lugar a interpretaciones muchas veces encontradas de los críticos. Me gustaría, para concluir, señalar este problema en Carlos de Sigüenza y Góngora, cosmógrafo real, profesor de la Universidad de México y sin dudas el científico más destacado en el siglo XVII hispanoamericano. Si su orgullo de letrado se funda con la preminencia mexicana, que celebra, por una parte, en Primavera indiana (1662) —dedicado a la Virgen de Guadalupe—, en las Glorias de Querétaro... (1680) y en el Paraíso Occidental (1684), y por otra, en sus trabajos que presentan al México precortesiano como modelo y ejemplo de alta civilización26, este espacio privilegiado se transforma en limitado y hostil cuando relata los Infortunios de Alonso Ramírez (1690). Las ideas de continuidad y grandeza de un proceso civilizatorio que ha unido las antiguas civilizaciones mexicanas con el imperio español en el Virreinato de la Nueva España, parecen amenazadas en su relato del motín de 1692, durante el cual, aunque sea momentáneamente, indios, mestizos y otros grupos marginales apedrean e incendian el palacio virreinal y otros edificios públicos, hacen retroceder a la defensa militar así como obligan al virrey a ocultarse. Sigüenza y Góngora, si bien mesurado, no silencia las duras críticas y la mofa de los amotinados contra los grupos de poder españoles de México, y más aun, las transcribe: «Este corral se alquila para gallos de la tierra y gallinas de Castilla»27. Como tampoco silencia, muy por el contrario, destaca, la larga «peregrinación lastimosa» alrededor del mundo de Alonso Ramírez, viaje que relata auxiliado por su saber y valiéndose de una trama de 24

Juan de Espinosa Medrano, ob. cit., p . 89.

25

Id., p . 51. 26 Se conservan los nombres de las monografías perdidas de Sigüenza y Góngora, Historia del imperio de los chichimecas, La genealogía de los reyes mexicanos, Calendario de los meses y fiestas de los mexicanos. Fueron leídas y comentadas o tomadas en cuenta por los sacerdotes Francisco de Florencia y Agustín de Vetancourt, así como por el viajero italiano Gemelli Carreri. 27 Carlos de Sigüenza y Góngora, Seis obras, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1984, p. 128.

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voces, que acerca y a veces pareciera sobreimprimir a ambos sujetos en un común destino de desvalidos. Los Infortunios de Alonso Ramírez ponen en escena otra amenaza a la grandeza exaltada por Sigüenza y Góngora, al mostrar el peso que va adquiriendo en regiones remotas, pero también en los mares más próximos, con los barcos de piratas, corsarios y contrabandistas, el mercantilismo y el deterioro del poderío imperial español. El prodigio deja lugar al desengaño, desengaño que clausura las utopías de algunos letrados al inicio del siglo —Guarnan Poma, el Inca Garcilaso— e impregna finalmente la doble conciencia criolla de don Carlos de Sigüenza y Góngora.

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