MERCADO SOLIDARI0 ARMANDO DE MELO LISBOA

1. Originalmente, el mercado es el lugar donde se comercializan, en pequeñas cantidades y a precios establecidos, los artículos de primera necesidad. Los mercados del vecindario son tan antiguos como la misma humanidad. Es importante recordar que el ágora, lugar público central en las ciudades griegas donde nace la idea de democracia y autogobierno, era la plaza donde se llevaba a cabo el comercio y también donde se realizaban las asambleas del pueblo. 2. Sin embargo, con el surgimiento de una gran burguesía y la expansión del comercio exterior, que de a poco se inserta en los mercados locales, motivada por la acción del Estado mercantilista y por la expansión colonialista a partir del siglo XVI, el mercado se convirtió en el mecanismo de la “mano invisible”, que automáticamente coordina y regula el orden social. Sin la acción de dichas fuerzas no se hubiera generalizado el principio del mercado tampoco ni habría sido impulsado el capitalismo. Las líneas de poder colonialistas, realizando una división económica geográfica entre centro y periferia, alimentaron y alimentan la formación de los grandes grupos económicos, aclarando que los precios son frutos del uso de la fuerza y la antigüedad del intercambio desigual. Es falsa y engañosa la tesis de una evolución natural y espontánea del “mercado físico” hacia el “mercado principio”, preconizada por la teoría de la modernización y por el liberalismo, donde la economía de mercado está en la cima evolutiva. La transformación de los mercados locales en una economía de mercado que se pretende que sea autoregulable fue producida políticamente, y no fue el resultado de su evolución gradual hacia los ámbitos nacional e internacional.

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3. Esta noción abstracta de mercado, en tanto un mecanismo auto-regulado a través de precios generados por el libre juego de la oferta y la demanda, no corresponde a la realidad de la economía moderna. Aún en los países capitalistas es imposible ignorar el papel fundamental de los elementos institucionales, de la herencia cultural y del contexto moral, de las relaciones de poder y los grados crecientes de monopolio que interfieren en los “automatismos”, haciendo que gran parte de los precios (especialmente de los precios de las mercancías fundamentales: mano de obra, tecnología, petróleo, energía, minerales, etc.) sea fijada administrativa y políticamente a partir de negociaciones no siempre transparentes. Los precios son resultados de correlaciones de fuerzas y de creencias compartidas, y muy raramente son establecidos de forma objetiva por alguna mano invisible que se guía apenas por el cálculo de la maximización del interés. El mercado no es sólo una abstracción que actúa de manera mecánica y determinista, pues la historia no se forma según las leyes de la economía pura, sino que también es moldeada por las fuerzas antisistémicas, por los contramovimientos de la sociedad. Incluso dentro del capitalismo siempre existió una regulación política del mercado y esta evoluciona históricamente: vea el caso de la prohibición del amianto; de las disputas concernientes al tabaquismo; de las leyes de control de los carteles; de las leyes de protección a la economía local; de la afirmación de un código de ética en el turismo que condene el turismo sexual; la lucha por la internalización de los costos ambientales; el debate acerca de las cláusulas sociales del comercio, y el consenso en contra de la esclavitud y la no explotación de niños en el trabajo, en contra del comercio de decisiones judiciales o armas nucleares. Existen transacciones bloqueadas: no todas las formas de competir son válidas. 4. No obstante, modernamente, la idea de mercado en tanto mecanismo de asignación de recursos a través de la oferta y la demanda, regulado por precios fluctuantes, se confunde con la utopía del mercado proclamada por el liberalismo. Éste anhela una sociedad de mercado auto-regulado sin mediaciones políticas, cuyo arquetipo se ve patente en la afirmación de Margareth Thatcher: “No existe esta cosa denominada sociedad, existen sólo los individuos y sus intereses”. 294

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Contrariamente al mundo diseñado en los modelos de economía pura à la Escuela de Chicago (F. Hayek; G. Becker), que considera que todo comportamiento humano –incluso el amor– está orientado por el cálculo costo-beneficio, muchos son los que alertan –como la Escuela de Cambridge (Keynes; A. Sen; E. Fonseca) o aun los mismos capitalistas como G. Soros– que una sociedad desprovista de consideraciones éticas y regida apenas por el simple utilitarismo, donde las relaciones no fueran más que transacciones, se instalaría un clima de “todo vale” que llevaría a la extinción de la sociedad y, obviamente, a la eliminación de lo negocios. Evidentemente, una sociedad de mercenarios o formada por psicópatas sin sentimientos es inviable, ya que sería una sociedad de idiotas (del griego idios = propio, privado): seres totalmente absorbidos por sus intereses egoístas. 5. Las características y el significado del mercado se alteran cuando sus principios son los predominantes. En la distinción que hace Tönnies, en la Gemeinschaft (donde las instituciones son personalizadas, basadas en las relaciones de parentesco), las interacciones “económicas” son llevadas a cabo en una relación cara a cara. A su vez, en la Gesellschaft, los intercambios son impersonales e instrumentales, con un predominio de un individualismo posesivo. En el pasado, los mercados estaban reglamentados en enclaves específicos, controlados por autoridades políticas, y se limitaban en general a comercializar productos terminados y algunos insumos, sin incluir la mercantilización de los procesos de producción. Solamente con el desarrollo del capitalismo ocurrió la transformación de los principales insumos del proceso productivo en mercancía, los que pasaban a ser regulados por precios flexibles, establecidos por los juegos de poder y de la competencia. Como actualmente la mayoría de las transacciones incluyen intercambios entre productores ubicados en el interior de la larga cadena productiva, el mercado realmente existente está lejos de la simplista imagen de lugar de encuentro entre productores y consumidores finales. El surgimiento de la economía capitalista es contemporáneo a los cambios profundos en la organización social, una vez que exige la plena disponibilidad de los recursos productivos, es decir, que sean transformados en mercancías libres de cualesquiera restricciones. Ello posibilita profundizar la división social del trabajo, con una resul295

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tante: una diferenciación más grande de los papeles sociales y aumento en la productividad. El trabajo se separa de la economía doméstica, de modo que surge una división sexual acentuada en el mismo, transformándose en un producto comercializable. Organizar la economía a través de un mercado orientado según la máxima ganancia presupone una transformación de los elementos centrales de la vida social: además del ser humano, también la naturaleza y el dinero son transformados en mercancías, y pasan a ser, en el caso de los dos primeros elementos, denominados por la teoría económica “tierra” y “trabajo”. “El trabajo es sólo otro nombre para la actividad humana que acompaña la propia vida que, a su vez, no es producida para la venta. La tierra es apenas otro nombre para la naturaleza, que no es producida por el hombre. Finalmente, el dinero es apenas un símbolo del poder de compra y, como regla, no es producido sino que adquiere vida a través del mecanismo de los bancos y de las finanzas estatales” (Polanyi, 1980). Como no son, sustantivamente, mercancías, dicha transformación los degrada y amenaza la misma vida. 6. La existencia de un mercado que determina los precios es la expresión de la autonomía de la esfera económica. Para Polanyi, la civilización moderna es la primera sociedad donde la economía, a través del sistema del mercado, se encuentra diferenciada y tiene prioridad con relación a los demás subsistemas sociales y a la propia sociedad. En la mayor parte de la historia humana, las economías estaban incrustadas, embebidas en la totalidad de la sociedad, es decir, a servicio de finalidades sociales consideradas supremas. La peculiaridad de nuestra civilización es que ella se entreteje de manera casi indisoluble con la economía capitalista ya que crea el anhelo de acumulación de riqueza como finalidad máxima, libre de restricciones. Como es obvio, el concepto de capitalismo está centrado en el capital: la lógica primera del capitalismo es la autoexpansión del capital. Se acumula capital simplemente para que se pueda acumular más capital. Capitalismo es una palabra tardía que solamente se generaliza con Hobson y Sombart, a fines del siglo XIX e inicio del XX. Marx, aunque hable de “capitalistas” y utilice el adjetivo “capitalista”, no utilizó el término como sustantivo, limitándose a discutir de forma precisa el “modo de producción capitalista”, un modo de producción 296

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donde el capital tiene la prioridad. No es el mercado el eje del capitalismo, sino el capital, un conjunto de cosas dominadas por el poder de los propietarios dirigidas a la búsqueda de valorización de sí mismas, abarcando relaciones sociales que son establecidas para alcanzar dicha acumulación de más capital. El capitalista es el elemento dominante porque, dado que tiene una movilidad más amplia, está menos sujeto a la “lenta compulsión de las circunstancias”, como lo dijo Marx –es decir, al hambre–, además de poder manipular los precios. Sin embargo, esta acción voraz y maximizadora del capital se realiza a través de la capacidad que éste tiene para multiplicar el valor de cambio a través del comercio de mercancías. Es decir, se realiza en el mercado (como en la renombrada fórmula de Marx: DM-D’), generando la grave confusión e imprecisión de referirse indistintamente a la “economía capitalista” y “economía de mercado” como si fueran sinónimos. El capitalismo es la primera manifestación de la sociedad de mercado, y nació con el advenimiento de la misma. A pesar de que el capitalismo sea impelido por la mercantilización de la vida cotidiana, capitalismo y mercado no son sinónimos. Es importante subrayar lo obvio: el espacio del mercado, de los intercambios, dado que es tan antiguo como la misma humanidad, es anterior al capitalismo y probablemente deberá superarlo (si lo sobrevivimos). 7. La estructura arquitectónica de la casa braudeliana de tres pisos ayuda a aclarar: el capitalismo no abarca toda la economía mercantil, sino que se sitúa en el interior de un conjunto más vasto, donde se ubica en la posición más elevada. En el piso intermedio tenemos la vida económica de la competencia de los mercados. A su vez, en la base subyace la “vida material” cotidiana y que se encuentra por todas partes. Es la infra-economía, la mitad informal de la actividad económica, el mundo de la auto-suficiencia y de los intercambios en un radio muy corto. El dominio del capitalismo es el mundo de las grandes corporaciones, del poder, de los monopolios y de la especulación, sosteniéndose por encima de la amplia superficie de los mercados. Es la zona del contramercado, el reino de los más fuertes. Más que una distinción, Braudel encuentra una oposición tajante entre el capitalismo y el mercado, donde el capitalismo, sin eliminar completamente la li297

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bre competencia de la economía de mercado, se alimenta de ella. La competencia favorece la proliferación de los monopolios. En el capitalismo existe un parasitismo social, una acumulación de poder de modo que el intercambio se basa en una relación de fuerza, más que en la reciprocidad. Las transacciones capitalistas dependen decisivamente de los vínculos de comunidad y de confianza que reducen significativamente los costos de transacciones. 8. Complejizando un poco más lo concerniente a Braudel, Santos (2000) analíticamente distingue seis espacios estructurantes de la sociedad: espacio doméstico, de la producción, del mercado, de la comunidad, de la ciudadanía y del espacio mundial. Cada uno de estos espacios es irreductible a otro; empero, todos ellos son multidimensionales, se interpenetran y están entretejidos unos con otros. La producción, por ejemplo, no se restringe al espacio productivo, sino que carece de otros espacios para anclarse de modo que su presencia pueda ser reconocida en los demás. La dinámica de la reproducción social sobrepasa a la dinámica específica relativamente autónoma que cada espacio posee, los cuales no siempre son compatibles entre sí. Además de ello, dicha pluralidad de campos sociales es traspasada por las dimensiones de la cultura, de la economía, de la política, del derecho y del conocimiento. Es decir, encontramos en cada uno de los seis espacios estructurales diferentes formas culturales, económicas, políticas, jurídicas y epistemológicas. Sólo podemos aprehender a la sociedad en su totalidad por el conjunto de todas sus múltiples dimensiones, que configuran una resultante que se designa mejor por su carácter civilizatorio. En nuestro caso, la denominamos civilización occidental moderna. Llamarla capitalista sería confundir la amplia dinámica civilizatoria con uno de los recortes analíticos de la misma. Aunque la sociedad moderna esté envuelta por la economía, ella es un haz de diferentes dimensiones estructurales, donde ninguno tiene la prioridad total (no hay un principio único de reglamentación). El capitalismo no abarca a toda la reproducción material de la vida social. Por lo tanto, no hay una única economía capitalista, sino economías, incluso aquellas solidariamente orientadas y que también pueden insertarse en el mercado. A pesar de que se le diga sociedad de mercado, el mercado no regula una gran parte de nuestras vidas. ¡No todo está en el mercado con un 298

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precio determinado! Aun en el seno del capitalismo –lo aclara Castoriadis– la sociedad no se transformó en pura sociedad económica hasta un punto que las demás relaciones sean prescindibles. Las relaciones económicas, aunque hegemónicas, no son posibles sin las demás relaciones sociales, ya que no son un sistema completamente autónomo e independiente. A pesar de ello, incluso sin que haya una determinación causal absoluta, el capitalismo es la forma económica hegemónica que, impulsada particularmente en el espacio de la producción (donde reina como el modo de producción dominante) y configurada en tanto economía de mercado, actualmente subordina y se apropia de todos los espacios estructurantes de la sociedad, así como de las demás dimensiones, e impone su lógica de valorización. Si el capitalismo no es el conjunto social que abarca a toda la economía y toda la sociedad, tampoco es simplemente un “modo de producción”: él vive del orden social, así como el dinamismo de la empresa capitalista es un transmisor privilegiado del mundo moderno. El entretejido del proyecto de la modernidad con la dinámica capitalista otorgó al capitalismo una solidez social y cultural que lo hizo sobrepasar ampliamente el campo de lo económico. 9. Convergentes a partir del siglo XIX, la vida societal occidental moderna y el capitalismo poseen dinámicas diferenciadas. La primera es muy anterior al capitalismo y se convierte en el modo de desarrollo dominante, y puede llegar a desaparecer antes que el capitalismo pierda su dominio. De una manera increíble, el capitalismo, a pesar de ser la más amplia manifestación del proceso civilizatorio de la modernidad urbano-industrial, macabramente se fortalece y se reproduce con la guerra, las catástrofes ambientales y el hambre. Cada vez más, el capital se apropia de un modo autodestructivo tanto de la fuerza de trabajo como de la naturaleza, de modo que hoy la reproducción ampliada del capital es degenerativa. Este carácter tétrico y vampiresco de un capitalismo que se robustece con la descomposición de la vida agrava nuestros dilemas. Paradójicamente, vivimos una grave crisis civilizatoria articulada con una simultánea “prosperidad” capitalista, confusión que vuelve aún más trágica a la encrucijada civilizatoria en la cual nos encontramos, pues, frente a la más grande abundancia 299

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material de la historia, queda difícil no percibir la profundidad de los dolores de los problemas contemporáneos. Pero la diferencia entre sociedad y capitalismo también deja brechas a sociabilidades alternativas, para otros modos de vida. Para Gorz, los caminos de superación del capitalismo pasan por potenciar al máximo dicha brecha, ensanchando esta zona de no identificación entre el capitalismo y la subjetividad en su entorno. El surgimiento de la economía solidaria (ES) es un síntoma de esa transición civilizatoria. La economía capitalista de mercado no es el destino ineluctable de la sociedad humana. 10. No se puede interpretar la persistencia de las relaciones económicas mercantiles simplemente como una victoria del laissez-faire. A pesar de la gran transformación, los mercados siguen siendo un espacio sociológico y antropológico, una forma de socialización donde se producen encuentros, intercambio de informaciones, y no sólo transacciones utilitariamente orientadas. Históricamente, el mercado tuvo un papel civilizador. Braudel (1996) lo reconoce cuando afirma que sin el mercado “no habría economía [...] sino apenas una vida ‘encerrada’ [...]. El mercado es una liberación, una apertura, el acceso a otro mundo”. Aún hoy, el “mercado público” se refiere a un espacio central de socialización, el lugar que llena el alma de nuestras ciudades de colores, aromas, identidad. El mercado es uno de los locus estructurantes de la sociedad moderna, es el espacio de las mercancías, el lugar de la distribución y del consumo. La “superación de la sociedad de mercado no significa, bajo ninguna forma, la ausencia de mercados”, según lo afirma Polanyi, lo que nos lleva a diferenciar “sociedad de mercado” de “sociedad con mercado”. Tanto la mercadofilia liberal, que quiere eliminar la política, como la mercadofobia, que inversamente busca eliminar el mercado, son incapaces de percibir que el mercado es una realidad humana siempre políticamente construida (nunca intercambiamos cualquier cosa, de cualquier modo y con cualquiera), y ambas perspectivas son inadecuadas para afrontar el desafío de la regulación social de los mercados. No obstante, aceptar la dinámica de la competencia en búsqueda de beneficios es reconocer la necesidad de someterse a un determinado arbitraje por parte de los consumidores, y admitir algún grado de indeterminación e imprevisibilidad en la economía. Una econo300

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mía con mercado necesariamente cuenta con un cierto nivel de auto regulación. El hecho de que los consumidores se rehúsen a consumir productos transgénicos fuerza a que éstos desaparezcan de las góndolas: las líneas de producción no son fijadas meramente por el planeamiento, sino que se adaptan a las preferencias de los consumidores. Hoy en día, distinguimos la fuerza creciente del consumo solidario, donde los consumidores, cuando seleccionan productos, crean una economía justa y sustentable. Evidentemente, dicha “soberanía del consumidor” es muy relativa, y no pasa de pura mistificación ideológica, pues los juegos de feedback en este contexto son muy fuertes: la producción capitalista también engendra su propio consumo, forjando y condicionando los deseos. En sociedades complejas, donde el principio de la individualidad está indisolublemente entrañado y donde el consumo cuenta con una fuerte amplitud, éste no es adecuadamente comprendido si es definido como secundario frente a la producción. Se trata de un antiguo debate que se arrastra desde Malthus, en el seno de la economía política. El consumo en la modernidad también es una forma de expresión individual y colectiva, y está grávido de elementos estéticos. Si en cualquier sociedad humana existe una dimensión simbólica inevitable en los objetos, ello ocurre aún más en una sociedad productora de mercancías. Consumimos no sólo para la satisfacción de necesidades (valores de uso), o como una respuesta a la lógica de la valorización de las mercancías (valores de cambio), también consumimos significaciones (valor-signo) y nos vinculamos socialmente (valor de vínculo). El consumo también pertenece al orden del ritual, es el mundo del glamour, de la moda y del reconocimiento. Cuando, por ostentar marcas, el valor de un producto se ve varias veces incrementado en comparación al costo de la producción, estamos frente a la transformación del producto en fetiche. En la sociedad contemporánea, el mercado tiene, como un vector-eje, la lógica del fetiche de las mercancías. Para Baudrillard (1995) el fetiche no es un sinónimo de una fuerza mágica y sobrenatural, ni de una “falsa conciencia”, sino un concepto analítico que se refiere a la fascinación que un objeto ejerce como resultante de los juegos de signos y simulaciones alrededor del mismo. Cuando hay una apertura hacia un espacio más grande donde no hay un control completo de los productores y consumidores asociados, el hechizo de la mercancía empieza a liderar. El principio de la fetichización es la forma de 301

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poder en el espacio del mercado (Santos, 2000), es el modo como se realiza la producción cuando se busca efectivizarla a través de su inserción en el mercado total. Los resultantes de este hechizo son los intercambios desiguales en el mercado: se paga por la marca, se consume la etiqueta, se venden emociones. La fetichización impide la reciprocidad completa en el intercambio mercantil, la transparencia generalizada de las mismas. 11. La economía solidaria que tenemos se realiza en el mercado. Aunque busquemos articular redes, es compitiendo en el mercado que nos encontramos. Singer (2002) considera que la competencia con los emprendimientos capitalistas desafía a las unidades económicas solidarias a que los superen, estimulándolas a aggiornarse tecnológicamente, a mejorar la calidad y a conformarse como un modo de producción realmente superior. Hoy en día, la imprescindible construcción de alternativas exige superar la estúpida dicotomía: “El capitalismo sabe producir, pero no sabe distribuir. En el socialismo pasa lo contrario”. Las exigencias del tiempo presente vuelven este dualismo obsoleto e impone una racionalidad más integrada. La economía solidaria apunta a un camino para construir una economía reintegrada en la sociedad y en la biosfera, dirigida a la provisión de la vida de las personas, lo que posibilita superar el economicismo corrosivo de la vida moderna. Sin embargo, hay una implicación profunda cuando la economía solidaria se afirma dentro del espacio del mercado: en este caso, esa dinámica de fetichización recorre hasta a la misma economía solidaria. Aunque el mercado pueda estar sometido al control social, aun así cuenta con el hechizo de la mercancía como dinámica propia. Pero no es por ello que deja de estimular relaciones emancipatorias y antisistémicas. Aunque se pueda invertir la relación mercancía-ser humano-mercancía (donde el valor de la persona es medido por la mercancía que se le atribuye) y superar la alienante sociabilidad capitalista, si permanecemos en el espacio del mercado (como ocurre ahora) algún grado de fetiche permanecerá presente. Reveladoramente, una de las experiencias ejemplares de la economía popular solidaria brasileña, la cooperativa de las costureras del Conjunto Palmeira (Fortaleza), utiliza una marca para sus ropas, la “Palma Fashion”, que se presenta como “la marca del Banco Palma$” (nombre fantasía del sector de socioeconomía popular so302

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lidaria de la asociación de vecinos del barrio, ASMOCONP). Es importante resaltar que los productos de la economía solidaria, aunque sean producidos de manera solidaria, necesariamente requieren de cuidados estéticos en cuanto a la apariencia y los envoltorios (aspectos típicos de la fetichización), además de buscar ostentar sellos sociales, ecológicos y de calidad. Ello les da un toque especial que les agrega más valor y les permite un diferencial en el mercado y de mercado. Precios perfectamente justos sólo son posibles cuando están restringidos a las transacciones planeadas y coordinadas en los espacios de la red que se forman entre estos emprendimientos y los clubes de consumidores asociados, ya que en ellos predominan las relaciones de poder más equitativas. Pero una cosa es el intercambio entre actores organizados, y otra es cuando el producto de la socioeconomía solidaria se transforma en mercancía para ser realizada en el mercado. 12. El mercado significa poder, es una “conspiración para bajar salarios y aumentar los precios”, frente a los cuales los trabajadores “reaccionan como pueden”, como lo decía Adam Smith. Las relaciones mercantiles siempre involucran relaciones de poder, como todo lo que es inherente a lo humano. Los espacios de mercado que la economía solidaria conquista permiten el empoderamiento de los históricamente excluidos, lo que revierte el ciclo vicioso por el cual los pobres, justamente por no tener poder, son pobres. En países como Brasil, donde la exclusión es inmensa, el acceso a los mercados representa un acto de democracia e incluso de rebeldía. El mercado, por estar involucrado en redes concretas de relaciones sociales, es inevitablemente una construcción social y, por ello, es también un campo de conflictos, permanentemente recreado y adaptado. Los mercados, en tanto espacios de poder, están lejos de ser realidades dadas naturalmente, sin existencia abstracta y universal. Luego, el surgimiento de la economía solidaria en espacios mercantiles no sólo significa la presencia de otras orientaciones económicas en el mercado, además de las que simplemente buscan la máxima valorización, sino que representa asimismo un profundo reordenamiento de las relaciones de fuerza vigentes en un mercado actualmente hegemonizado por la lógica capitalista, construyendo la posibilidad de una mayor democratización de la economía y, por lo tanto, de la sociedad. 303

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Asimismo, los mercados favorecen innumerables oportunidades. La economía solidaria trabaja con mercados crecientemente segmentados y con un inmenso potencial de expansión. Son mercados que valoran productos que hacen referencia a lo cultural, los productos ecológicos y con sello social (con certificación de que respetan los derechos de los niños, por ejemplo), así como el artesanado se vuelve un commodity cada vez más buscado. Además de ello, el fortalecimiento de los mercados locales, la conformación de las redes de comercialización y un mercado solidario entre los emprendimientos de la economía solidaria abren y garantizan nichos de mercado que, al asegurar su propio espacio socioeconómico, van a crear una fuerza endógena y una mayor autonomía del sector frente al movimiento cíclico de la economía capitalista. Justamente por comprender que mercado es poder, Razeto (1985) entrevé la posibilidad de un mercado democrático donde el poder esté “compartido entre una infinidad de actores sociales”. Éste surgiría a partir del crecimiento del sector de economía solidaria, paralelo a la democratización del sector estatal (que él denomina de mercado regulado) y un mayor control sobre las tendencias monopólicas y concentradoras del capitalismo. 13. Aún entablando conexiones con los emprendimientos solidarios y con los consumidores organizados, buscando el dominio de las cadenas productivas en las que está insertada, la ES de algún modo se encuentra subordinada en la división internacional del trabajo, y se encuentra frente a las cadenas productivas globales y complejamente fragmentadas, que continuamente transponen las fronteras. Así, dado que no rechaza totalmente el mundo moderno, sino que busca ser una alternativa de vida en el seno del mismo, la ES no teje redes cerradas, ya que intenta superar la sociedad de mercado a través del mismo mercado. De este modo, la competencia se ubica dentro de la ES, y debido al hecho de que hay productos similares en las redes, se hace necesario elegir entre los mismos. Assmann y Sung (2000) muestran que la lógica mercantil que premia a los mejores puede favorecer la mejora de los productos y servicios de la propia ES. La competencia, cuando es guiada por un ethos no individualista y/o posesivo y orientada por la dimensión de la responsabilidad 304

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ecológico-social, además de estimular la innovación, proporcionar calidad y multiplicar las energías productivas, no trae los efectos perjudiciales de los juegos de suma cero (mercados tipo “gana-pierde”) de la economía casino predominante hoy en día, lo que significa ir más allá de las virtudes clásicas del mercado. La ES es la afirmación de la posibilidad de una economía manejada con reglas en las que todos ganen a través de una simbiosis entre cooperación/competencia. Reconocer las virtudes del mercado no equivale a convertirlo en una panacea, ya que la ES no ignora su carácter ambiguo: el mercado, cuando no es socialmente dirigido, posee una tendencia excluyente, aunque simultáneamente incluya a los que pasan el test de la competencia. La legitimidad del mercado como institución asignadora de recursos, cuando es regulada políticamente, no se confunde con la falacia de la excesiva confianza en sus mecanismos, que genera serios problemas: (a) tendencia a que la competencia se elimine a sí misma (dada la necesidad de leyes anti-monopolio); (b) carácter corrosivo del interés particular sobre el contexto moral; (c) ceguera del mercado frente a los bienes públicos y las externalidades negativas causadas a la naturaleza. Cuando se acepta el desafío del mercado, la ES muchas veces se desdibuja, pero la principal garantía, que le da seguridad para afrontar el cantar de la sirena mercantilista, es estar basada en un proceso económico metabólicamente distinto del capitalista, en un control genuinamente social sobre los medios de producción, realizado por individuos cooperativamente asociados. De cierta forma, aceptar el mercado significa aceptar la limitación de la condición humana y renunciar a los sueños megalomaníacos y patológicos de una sociedad paradisíaca. F. Dürrenmatt (1998) señala: “Conviene discernir entre lo que es posible y lo que es imposible para el hombre. La sociedad humana jamás podrá ser justa, libre, social; puede apenas tornarse más justa, más libre, más social”. Por lo tanto, si bien hace falta limitar nuestros sueños, tampoco hace falta abandonarlos, ya que estamos hechos de la misma materia que ellos. “La renuncia al mejor de los mundos no es, de ningún modo, la renuncia a un mundo mejor”, lo recuerda Morin (2002).

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Bibliografía

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