LUNES 8 DE JUNIO DE 2009   Comienzo la crónica este lunes algo tarde por el cansancio acumulado  en un fin de semana bastante ajetreado. El tiempo está fresco. Las  nubes cubren el cielo como en los últimos días y hacen retrasar los  calores del verano entre la impaciencia de los que quieren disfrutar de la playa, pero es una temperatura ideal para vivir, aunque los propietarios de los negocios en la playa no pensarán lo mismo, y hay  que comprenderlos. Muchas cosas tengo que comunicar. La primera será la más triste, ya  que ayer falleció una de las vecinas de más edad de nuestro pueblo.  Virtudes Jiménez Santos, que aunque residía en Saladaviciosa era muy  conocida y apreciada en el pueblo. Hoy será el entierro, a las cuatro de  la tarde aquí en Facinas. Fuimos Mary y yo anoche cuando terminaron  las votaciones hasta el tanatorio de Tarifa a dar el pésame a la familia.  Tenia varios hijos e hijas, yo mantengo más contacto y amistad con el  hijo Pedro, que le decimos Periquín. Descanse en paz esta mujer que ha  sido ejemplo de pundonor y sacrificio. También quiero mandar un abrazo con mis deseos de pronta  recuperación a Vicente Gil, que está hospitalizado con ese problema  tan doloroso cómo es la neuralgia. ¡Ánimo Vicente, que tú siempre has  podido con todo! Ya metidos en noticias, anunciaré que la niña de Adolfito que nació la  semana pasada, llevará el bonito nombre de María. El pasado 27 de mayo los alumnos de ESO de nuestro colegio, acompañados por su director Antonio Alba y Emilio, uno de los  profesores, realizaron un viaje a Sevilla subvencionado por la Junta de Andalucía. Allí, durante unos días tuvieron ocasión de convivir y visitar  muchas de las maravillas que contiene esa ciudad y sus alrededores. Yo animo a los amigos de esta página a que entren  en la del colegio, que  figura en la cabecera, piquen en el apartado dedicado a “ESO” y verán  una serie de imágenes que demuestran lo bien que lo pasaron y lo  importante de la actividad. Todo ello relatado paso a paso por los responsables. Yo solamente quiero añadir una vez más mi admiración y  reconocimiento al director del centro, nuestro amigo Antonio Alba, al claustro de profesores y a la AMPA, por prestar atención a estas  actividades que considero importantísimas en la formación de los niños.  Es la manera de que crezcan conociendo de primera mano todo lo de interés que contiene nuestra Comunidad. También reconocer la ayuda  de nuestra administración para que estos programas puedan realizarse.

Los niños y profesores en el parlamento Andaluz

En esta semana hemos vivido la inauguración de una guardería en  nuestro pueblo. Su nombre “CHIQUITINES”. Está acondicionada con  todo lo exigido por la ley y magníficamente dispuesta para atender a los  más pequeños del pueblo mientras sus padres trabajan o simplemente  desean hacerlos convivir con otros de su edad, mientras juegan o están  bien cuidados. Su impulsora y propietaria es María Luisa Rosano  Álvarez, “La Chiqui”, que está súper ilusionada con el proyecto y que  solamente necesita que las madres del pueblo comprueben las magníficas instalaciones. Yo le deseo toda la suerte del mundo, en  primer lugar por ella y también porque es algo que beneficia a la  imagen del pueblo en su conjunto. En estos días nuestro “patrono” Cristóbal Cózar me ha demostrado  hasta donde llega esta página, enviándome una documentación  encontrada en Internet donde hasta en Filipinas tienen noticias de que La Divina Pastora es la patrona de Facinas. Así lo reflejan en un  reportaje referente a esta advocación, donde nuestra imagen aparece  con otras de la misma Virgen que se veneran en otras ciudades. Si alguien está interesado puede buscar esta dirección: http://mozcom.com/~valmonte/DivinaPastora/otherimages.html Después poner Divina Pastora y creo que  saldrá.                                                                        El sábado se celebró en Los Tornos el Día Mundial de Medio Ambiente  con un programa que habían preparado conjuntamente La Dirección  del Parque de los Alcornocales, la asociación “Amigos del Parque”, los ayuntamientos de Facinas y Tarifa y la colaboración de una empresa  que realiza labores forestales. Fue una jornada muy bonita. En esta ocasión, como no había sido  posible un día de repoblación, los asistentes se dividieron en dos  grupos, que guiados por personal voluntario de Medio Ambiente, realizaron dos rutas por entre los montes de las cercanías. Una llegó ha  Las Cabrerizas y bajó por el Vilano, y la otra hizo un recorrido  entrando por el “Pimpollá”, subiendo a un cerro donde se conserva una buena “mojea” de chaparros, para bajar hasta el “Huerto Perdío” y tomar la carretera hasta la Zona Recreativa. En el transcurso de ambas, personal especializado comentaba las peculiaridades del entorno. Yo hice la más corta y asistí a los  comentarios que ofrecieron el Director del Parque y el Ingeniero de Montes del Ayuntamiento de Tarifa. Por la mañana  los participantes fueron recibidos por  los  representantes de las instituciones, entre los que estaban Don Alonso, presidente de la Asociación y defensor incansable de nuestros montes a  pesar de ser un “joven” jubilado, Don Marcos, director del Parque, Don Juan Manuel Pérez, ingeniero de Monte del ayuntamiento,  representantes de la empresa colaboradora, voluntarios y monitores. En breves palabras trasladaron el sentido de lo que celebrábamos. 

Antes, todos los asistentes disfrutamos de un desayuno campero, con café, y pan con manteca”colorá” como es tradicional. A la vuelta nos esperaba un almuerzo compuesto de un buen cocido, carne de venado, frutas y toda clase de bebidas. Los niños fueron atendidos por un monitor, realizando diferentes  actividades al aire libre mientras los mayores recorríamos los montes. Los propietarios del chiringuito permanente que existe en el lugar también contribuyeron con un arroz y ricos chicharrones a la  animación. Un día extraordinario que hay que agradecer a todos los organizadores,  y muy especialmente a Juan Manuel Pérez. Personal de nuestro  ayuntamiento de Facinas, junto con el alcalde Andrés Trujillo  estuvieron presentes todo el día, atentos a cualquier ayuda. Estas  actividades son importantes para nuestro pueblo, porque sirven para una promoción del entorno, ya que son muchas las personas que  participan procedentes de pueblos de toda la provincia. El sábado también se celebró la boda de Juan Antonio Barragán y  Nazaret Silva. Él hijo del Comandante del Puesto de la Guardia Civil,  Diego Barragán y de Ani, y ella hija de Antonio Silva y Mª Isabel Salvatierra. Dos jóvenes y dos familias queridas y respetadas en el  pueblo. La celebración fue en el Rastrillo y tuvimos la ocasión de  disfrutar de los buenos platos del lugar y la compañía de muchos  amigos invitados. Desear a los nuevos esposos que la vida le traiga nada más que  momentos felices, ellos se o merecen. Por último hablar de las elecciones de ayer. No por darle un tinte  político a la información, sino para decir que después de un sábado con  una caminata por el monte por la mañana, una boda por la tarde y hasta  la madrugada, el domingo Mari y yo, todo el día en una mesa como  Interventor y apoderado. Por si alguien tiene curiosidad diré que los  resultados en las mesas del pueblo fueron los siguientes; En la del Ayuntamiento, 82 del PP, 110 PSOE, 5 IU, 3 PSA.  En la del colegio;   78 el PP, 102 el PSOE.  Esto de las elecciones tiene lecturas para todo  el mundo. Cada uno gana en un sitio y todos contentos. Lo importante es participar con buenas maneras y confiados en que gane quién gane  ya los tiempos son de democracia y siempre se vivirá más o menos  bien.  

Que sean todos felices, hasta la semana próxima.   Chan  

COSAS DE NUESTRO

PUEBLO “JUEGOS DE LOS AÑOS CINCUENTA” Al repasar en mi memoria costumbres de mi niñez en el pueblo, he  querido dedicarle un rato a aquellos juegos que nos servían de  entretenimiento. Juegos que eran generalmente compartidos con otros chiquillos, muy diferente a la actualidad donde es muy corriente ver a los “zagales” de cualquier edad con la cabeza gacha, ensimismados, peleándose contra una pantallita donde una gama de dibujos en  movimiento simulan guerras o partidos de fútbol. Y solamente hablan  entre ellos para ver quién ha hecho más puntos. En mis tiempos casi todos eran al aire libre, y utilizábamos utensilios  que generalmente eran fabricados por nosotros mismos. Ya la pelota comenzaba a ser el objeto más deseado, aunque era difícil contar con  una aunque fuera de goma. Los balones de cuero casi no los veíamos. Una pelota no la tenía cualquiera, así que el dueño se convertía en el  destino del “cobeo”. Todos queríamos ser su amigo y ofrecerle lo mejor  que teníamos, que solían ser pocas cosas, para que nos dejara jugar. Por lo general eran chicas, ni la mitad de un balón, blancas, o con una  franja azul, que a mí cuando las veía rodando me causaban una  sensación extraña y seductora. Solían pincharse y entonces había que recurrir al parche. Había  verdaderos expertos en esta faena, uno de ellos era Elías Quintana, y  cobraba por ello. Vendían un “kit” de aquellos elementos, que eran los mismos que los que se utilizaban para arreglar las ruedas de las bicicletas. Estaba formado por una cajita de lata con uno de los lados preparado para rascar los alrededores del “pinchazo”. También solía  hacerse con el rascador de la caja de cerillas o algo parecido. Un tubo de pegamento, que le decíamos “disolución” y los parches de goma de diferentes tamaños. Algunos tenían un trozo de goma del que se  cortaba el tamaño necesario. La operación era frotar repetidamente los alrededores del “boquete”, untarle la “disolución” y colocarle el parche que había que mantenerlo  “apretado” un buen rato. Como dije, había verdaderos expertos, pero Elías era el mejor, además  se buscó una aguja para inflar las pelotas. Éstas tenían dentro un taco  de goma maciza que le decíamos “el botador” y que se suponía que era  lo que hacía que botara más. Pues bien, Elías buscaba a tientas este  taco e introducía a través de él la aguja por donde le echaba el viento.  Disfrutábamos cuando la veíamos tersa de nuevo y botando. Más de  una vez se pasaba con el aire y el juguete se “ahuevaba” y ya no había  quién la “barajara”, cuando botaba cogía para donde quería. Muchos partidos jugábamos con las pelotas ya casi inservibles,  arrastrando las tiras de goma colgando del poco cuerpo que le iba quedando. El mejor campo que teníamos antes de que llegara la  costumbre de ir al Matavacas, era el paseo, unas veces el de arriba y otras el de abajo. A mi ha sido el juego que más me ha apasionado 

desde siempre. Otro juego que se necesitaba un elemento era el trompo o la peonza como empezó a llamársele ya en los tiempos modernos. Para nosotros  era el trompo, y los había de diferentes tamaños, aunque no mucho más  granes unos de otros. Eran de madera y el color podía ser casi blanco,  los nuevos, y de un gris indescifrable cuando ya estaban “manoseados”. Acostumbrábamos a pintarle algún adorno en la  “corona” que tenía su atractivo cuando estaba bailando. Las “puyas” eran también de distintos tamaños, y  algunos sabían cambiarlas por  una más grandes y picudas para conseguir mejor resultado. El juego no era solamente hacerlo bailar. Solíamos señalar una  circunferencia en el suelo y poner algunas monedas de cinco o diez céntimos dentro. Consistía  era sacarlas con la punta del trompo al  tirarlo para bailar, pero había que hacerlo con la maestría suficiente  para que no terminara el baile dentro del redondel y se quedara encerrado. Entonces se perdía y si alguien lo sacaba de un “trompazo”, se lo ganaba. Había auténticos maestros entre las pandillas. También  trompos vistosos o con fama de ser mejores. El cordel con el que se bailaba era de un material especial y lo vendía Vicente Gil. Tenía una  medida estándar. Era una especie de mecha de la que se utilizaba para  los quinqués. Como las calles eran casi todas terrizas, en cualquier sitio  se organizaba una “partida”. Era frecuente ver en el paseo de abajo varios grupos de chiquillos delante de su círculo, en plena faena, a  veces discutiendo por la posición del trompo, si estaba fuera o dentro. Otros grupos jugaban al “jincote”. Este se hacía con un trozo de hierro,  al que se le daba ese nombre, de unos cincuenta centímetros o algo  más, terminado en punta, La destreza consistía en lanzarlo y clavarlo  en la tierra. También se hacía un círculo con monedas u otros  elementos dentro que había que ganarlos dándole con la punta del  hierro y haciéndolos saltar al exterior, pero  el hierro debía  quedar  clavado. De nuevo se ponía en evidencia los más diestros y los que  sabían conseguir los hierros de más calidad y con mejor punta. Algunos  hacían malabarismos al lanzarlo. Los bolos (canicas en fino) era uno de los más practicado. Cualquier  chiquillo llevaba unos cuantos en el bolsillo dispuesto a echar una partida. El grueso del “tesoro” se guardaba en una bolsita de saco. Aquí  si que había verdaderos maestros. Gentes con un ”tino” de artista. El juego consistía en lanzarlos cada jugador  primero desde una señal  hecha en el suelo. Una vez que todos estuvieran colocados, los jugadores por turno decidían a cual de los adversarios dispararle con el  suyo. La posición era agachados  y la forma de lanzarlo era la que  acostumbrara cada uno. Unos lo hacían impulsándolo solamente con el  dedo gordo, por lo que era suficiente una mano, y otros practicaban la modalidad más sofisticada de las dos manos, la izquierda  con el dedo  meñique en el suelo, mientras que con el pulgar y la uña del del  centro  de la otra, se lanzaba. Ésta era la que yo practicaba y no era de los  peores, pero había muchos que me ganaban. Se jugaba también al “cribi” y a la “pavita”.  El primero consistía  en marcar  un triángulo en el suelo en cuyos vértices y en el centro 

colocaba cada jugador un bolo. Se lanzaba desde un lugar marcado para  sacar con un golpe alguno de los puestos sin que el del jugador  quedara dentro. Si así era, éste se quedaba allí expuesto a que otro se lo  llevara. Existían unas expresiones que señalaban alguna preferencia. Por  ejemplo se decia; “quin por si da” que quería decir que si el bolo se  frenaba porque topaba con el pie de alguno, éste se alejaba tras lanzarlo  contra el zapato. Si no se había dicho nada y el bolo chocaba, entonces  uno decía; “no quin” y el otro; “quin”. Imperaba el que hubiera sido el primero en hablar. Cuando se quería limpiar de piedrecillas o arena los alrededores  del bolo se decía; “¡seplo!”, o “¡no seplo!” si hablaba antes el que no quería que se limpiara. Una expresión muy corriente era; “¡ quin por si  da y seplo ondecaiga!”, así se adelantaba a lo que pudiera pasar. L a “pavita” era un hoyo hecho en la tierra. Los jugadores se colocaban a una distancia señalada y lanzaban el bolo intentando atinar  con el hueco. Los que lo conseguían tiraban desde el borde a los que se  habían quedado por los alrededores. El premio era siempre quedarse  con aquel al que se le daba. Había bolos de muchas calidades. De barro, que se partían al  primer “mecarro”, de china, que eran brillosos y de colorines, y por último, los más deseados, los “cristalinos”. Un bolo cristalino era un tesoro. A veces hacíamos cambios. Uno “cristalino” equivalía a diez de  barro, o más si el de cristal era especial. El aro era otro motivo de entretenimiento. Consistía en un círculo  de hierro, lata o madera. Se utilizaban unas abrazaderas que traían los  barriles o barricas. También otras que reforzaban los fondos de los  cubos de cinc. Se conducían con una “guía” hecha con un trozo de alambre gordo, puesto doble o triple, o de una barra de hierro fina. Era recta, de unos sesenta o setenta centímetros de larga y con una  curvatura en la punta por donde se introducía el aro. Se jugaba  corriendo junto al objeto empujándolo con la guía, con dos posiciones  distintas, una para correr mucho y otra para frenar y hacer filigranas. Grandes carreras o competiciones de destreza se organizaban entre el sonido ensordecedor de los hierros y latas. Recorríamos todo el pueblo  como si fuéramos montados en algún vehículo. Nos parábamos a  descansar  y al rato decíamos; “v a m o s a i r a ….” Entonces nos levantábamos cogíamos los aros y a correr otra vez. Aquello sí que era  hacer ejercicio. Los caballos de caña o carros de la misma composición también  nos servían para “desplazarnos”. Hacer una cabeza de caballo de un “canuto” de caña no lo hace cualquiera. Por aquellos tiempos había  verdaderos maestros. Mi padre me los hacía preciosos. Se le ataban  unas cintas entre las “orejas” que nosotros movíamos mientras  corríamos como si de un “Peralta” se tratara. Las carreras de cinta eran auténticas competiciones populares. Tanto o más ilusionantes  que las  que se celebran hoy con caballos de verdad. Me parece estar oyendo el sonido de un grupo de caballos arrastrándose por la calle. En el molino  de mi abuelo, con mi primo Giráldez y Antonio Manso, los teníamos de 

todas “razas” tamaños y colores, y raro era el día que no celebráramos  alguna carrera. Con los carros pasaba lo mismo. Una caña larga y en un extremo  un trozo de hierro o palo redondo de unos cincuenta centímetros con  dos ruedas de corcho corrian sobre el suelo mientras en el otro extremo, “el conductor” accionaba otra rueda del mismo material que hacía de “volante”. Se organizaban auténticos “rally” por todo el pueblo. Pasaba como con los aros y los caballos de caña, recorríamos el  pueblo con la ilusión de ir montados. Algunos chiquillos de los más mayores comenzaron a destacar  como mecánicos y construyeron unos carros para montarse en ellos.  Consistían en una pequeña plataforma de madera con tres ruedas de  bolas que nosotros le decíamos “rodamientos”. Dos iban colocadas detrás y una solamente delante introducida en un eje de madera que se  accionaba con una mano o con el pié y dirigía el carrito. Yo nunca tuve  ninguno de estos. La “carretera” solía ser el tramo de acera junto al  paseo de arriba, desde la fuente hasta la puerta de entrada. Aquello se convertía en una auténtica pista de velocidad, y el ruido era casi el de  la fórmula I. Otro juego con algún utensilio era el “zumiyo”. Se necesitaba un trozo de tuna con sus puyas y se jugaba con las navajas. La tuna se colocaba en el suelo y los jugadores se sentaban alrededor. Tenían que  clavar la navaja de distintas formas. Con la mano hacia delante o atrás,  desde la cabeza o con la boca. Se clavaba un trozo de astilla de madera en la tuna y se iba hundiendo con golpes de la navaja dados por los que ganaban. El perdedor final tenía que sacar la  “cuña” con los dientes, corriendo el peligro de pincharse con las “puyas” y entre las risas de los otros. Otros juegos al aire libre eran los de coger o esconder, que todo el mundo sabe como es. Uno se queda y debe coger a la carrera a alguno de los demás. Estos cuentan con lugares estratégicos donde se estaba a  salvo. El de esconder consistía en dar un tiempo para que el grupo se  escondiera mientras el que se quedaba contaba hasta veinte con la cabeza pegada a la pared. Después, intentar encontrarlos antes de que  llegaran al lugar donde se estaba a salvo. Había otra modalidad que le llamábamos “Marro” y se jugaba en equipos que trataban de ir capturando a los contrarios. También de  llegar a un lugar sin ser visto. Un compañero podía salvar a otro que  estuviera cautivo si conseguía llegar a tocarlo sin ser visto por los  contrincantes. Auténticas “algarabías” de chiquillos corriendo por las calles hasta bien entrada la noche, entre gritos de ¡Marro!. Había otro que se necesitaba elasticidad y fuerza física. Era “me la jastro”. Tras un sorteo, el que se quedaba debía permanecer inclinado  hacia delante mientras los demás pasaban saltándole tras apoyar las  manos en la espalda de aquel. Se hacía una señal en el suelo o se  colocaba un trozo de madera que marcara el lugar desde donde se saltaba, que iba alargándose poco a poco  por cada ronda de los 

participantes. El agachado iba retirándose de la señal y el que saltaba  debía decir “¡me la jastro!” si lo hacía desde la señal, o “¡ me la jastro  en media o en dos media!” si creía que necesitaba dar un paso o dos  entre la señal y el cuerpo del otro. Había algunos que parecían de goma  y volaban a unas distancias increíbles. Perdía el que no conseguía pasar  sobre el cuerpo o le rozaba con mucha fuerza. A veces se hacía una especie de “carrusel” en el que el que saltaba se agachaba y se formaba una cadena con un par de metros de distancia entre unos y otros, así el último debía saltar sin pararse a  todos los que estaban agachados en hilera. Aquí existía la maldad de  dar un “taconazo” en el culo al pasar o cogerle un “pellizco” o hincar los nudillos  al colocar las manos sobre la espalda.  Eso provocaba  encarnizadas peleas. Otra costumbre que había por aquellos tiempos siendo yo muy  chico y que a mí me encantaba eran las cometas. Ver volar aquellos  artilugios me transportaba a un mundo de ilusiones extraño. Me  imaginaba la tierra desde allá arriba. Se hacían generalmente con un “esqueleto” de cañas atadas,  formando un aspa. Se rodeaba con una cuerda y se cubría con papel de  colores de seda que se pegaba con una pasta hecha con agua y harina. Una especie de tirantes de cuerda se formaba desde los extremos de las cañas, y desde allí partían todos los metros que se le pudieran atar y  que sería la altura que tomaría. En un lateral se le añadía una tira hecha  con trozos de trapos unidos por nudos y que buscábamos por los  “regajos”, era la cola. Para “volarla” primero se salía corriendo  mientras la cometa tomaba contacto con el aire e iba subiendo al tiempo en que se soltaba más cuerda. Cuando se conseguía que cogiera  toda la altura del carrete, aquello era un espectáculo. Todavía lo  recuerdo con una ilusión y añoranza grandes. A veces en el cielo de  Facinas podían observarse varias cometas. A mí me las hacía mi madre  y mi tía Isabel. Recuerdo que mi abuela Isabel las llamaba  “pandorgas”. Había algunos juegos de mesa como tres en raya, el parchís, la oca  o las damas, pero los que atraían eran aquellos al aire libre. Vinieron  también algunas modas pero creo que estos que he relatado eran los  preferidos. Recuerdo uno que se hacía con las tapas de cartón de las  cajas de cerillas. Se convertían en pequeñas cartas que se dejaban de  caer desde una altura señalada, consistiendo la “gracia” en llevarse aquella que quedara debajo de la que caía. En esto nos “empicamos” Gaspar Perea y yo en la tienda de Paquito Jiménez. Recuerdo que yo le  rompía las cajas de cerillas a mi madre aunque estuviesen llenas. Es  curioso, pero cosas a las  que normalmente no le damos importancia, se  convierten en objeto deseado si se le atribuye algún valor con motivo  de alguna competencia. Las niñas de aquellos años también tenían sus juegos, algunos   diferentes al de los niños. Recuerdo el del “tocadé”. Se señalaban  varias losas y se le ponían unos números con tiza o rallándolas con  trozos de loza. Cada jugadora tenia su “china” que era un trozo de loza de cerámica. Había que lanzarla desde un lugar alternativamente hasta  cada número. La jugadora debía recorrer todas las lozas con uno o los 

dos pies completando un “castro” entre cantos y expresiones típicas. También tenían sus juegos de carreras como era el de “hilo negro”. Las mariquitínas o los cromos ilusionaban a las chicas. Las  mariquitinas servían para vestir y desvestir a las muñequitas de papel  con aquellos trajecitos de la misma materia. Los cromos eran unas pequeñas figuras de papel que se ponían  boca abajo y había que volverlas con un golpe con la palma de la mano  hueca. La que conseguía volverlos se quedaba con ellos. La comba era otro juego muy practicado por las niñas, y a veces  hasta por los niños. Unas veces se hacía balanceando una cuerda  solamente por debajo de los pies mientra la niña saltaba y evitaba  tropezar, y otras dándole toda la vuelta por encima de la cabeza sin  parar. Este juego era muy bonito porque a la habilidad para saltar sin que la soga tropezara, se unían las canciones que cantaban entre las que  saltaban y las que “le daban” a la cuerda. ¡Quién no recuerda aquellas que decían!;  

Al pasar la barca me dijo el barquero, Las niñas bonitas  no pagan dinero. Yo no soy bonita ni lo quiero ser, Pasaré la barca uno, dos, y tres.   

O aquella otra,  

Jardinera tú que entrastes en el jardín del amor….  

Muchas y bonitas letras que solían oirse en el silencio de las tardes o en  los recreos de la escuela. Hasta aquí este repaso a aquellos juegos de mi infancia, que coincidirán  con los de tantos otros que tengan más o menos mi edad. Posiblemente  se me olviden algunos, por ello sería bueno que alguien  añadiera  aquellos que a mí se me han pasado, así entre todos conseguiremos  traer hasta hoy aquellas vivencias de nuestra niñez. Facinas, 5 de junio de 2009 Sebastián Álvarez cabeza