JAVIER ECHEVERRI UNA AVENTURA DE VIDA HECHA ESCRITURA1

Nos engañamos al considerar que la muerte está lejos de nosotros, cuando su mayor parte ha pasado ya, porque todo el tiempo transcurrido pertenece a la muerte Séneca2

Augusto Escobar Mesa Universidad de Antioquia [email protected] Todo o casi todo ha hecho Javier Echeverri, o bien por el imperativo de sobrevivir, por el simple gusto del aprendizaje de los oficios o para complacer su vida que ha exigido siempre una cuota alta de adrenalina. Difícil encontrar un espacio, aún los más insólitos y recónditos, de la geografía colombiana y buena parte de la latinoamericana que sus pies no hayan hollado y su cuerpo y su voz, en apariencia frágil pero recia de verdad, no hallan hecho sombra. Echeverri ha hecho de la trashumancia una manera de vivir y de ser, una ontología, para sacrificarlo luego todo en el único ritual que finalmente interesa: la escritura. De ahí la contundencia y razón de ser del epígrafe inicial: “Escribir es para mí un imperativo que no logro explicar por qué. Es como el aliento que necesito para vivir”.3 “Esta vida es apenas un soplo de tiempo”, afirma uno de los personajes de Javier Echeverri. Instantes no más, a pesar de sus décadas de nomadismo en los que no ha hecho otra cosa que arrebatarle al destino nuevas y numerosas otras vidas que comienzan a tener historia en sus relatos, cuentos y novelas, por ejemplo, novias que narran el crimen de su amado en medio del asombro diario, relatos que muestran el tejido frágil de la endogamia nacional, textos que hablan de desapariciones y desaparecidos; artistas que se enamoran de su propia obra porque en ellas ven a la vez el máximo de perfección y de seducción; narraciones pobladas de espectros, fantasmagorías, espejismos y mitos populares profundamente acendrados en la mente de los habitantes de pueblos perdidos en las cumbres montañosas o en cálidos y perezosos llanos ávidos de infinito; historias de cajas que mantienen en vilo el aliento porque de su inadecuada o intencionada manipulación pende la vida de muchos inocentes transeúntes; pegadores de carteles que terminan envueltos en su propio drama de celos fantasiosos, de hambres acumuladas, de olvidos irremediables que enloquecen y matan; actores de violencia 35

–unos porque lo son y otros porque el afán de dinero los transforma en eso– de diversas pelambres que no tienen otro objetivo que el poder en las distintas formas de cobijo (tierras, Estado, instituciones públicas y privadas, droga, armas). Lo que Echeverri nos muestra en esta novela y las decenas de narraciones que ha escrito y sigue escribiendo es, generalizando, una metáfora en términos del goce verbal y escritural –casi incontinencia–, del estado de anomia de un sector amplio de la sociedad colombiana. Ese sector, en su voracidad, en su actitud casi esquizoide – porque le es ajeno el país y la mayoría de los que a diario la padecen y quieren–, han llevado su sociedad –como antaño lo hizo la clase política, clerical, terrateniente– al borde del abismo moral y mental. Las novelas y las llamadas “noveletas” por él cuentan, casi siempre, el regreso de seres anónimos y cotidianos a pueblos cruzados por todas las guerras que sólo deja silencio, olvido y muerte. Sus cuentos revelan el drama individual y colectivo, y los conflictos en pueblos cuya vorágine de sangre se empeña en tragárselo todo. Es la alucinación diaria del miedo colectivo, el anochecer y despertar bajo una sombra aterradora de muerte, de celos que enloquecen, de doble moral que enajenan, de ambiciones desmedidas que degradan la condición humana. Es la puesta al lector, explícita a veces, oculta algunas, del desquiciamiento de las estructuras básicas de la sociedad como efecto de desplome de las instituciones y de un Estado ausente del devenir de su comunidad. Igualmente es la decadencia de un sector de clase que se ha abrogado el derecho divino y de ley para sojuzgar y someter a pueblos trabajadores y sumisos, lo que trajo como efecto la desnaturalización de todo posible valor. En cada texto de Echeverri encontramos, como si fuera una ley inexorable, el exilio y autoexilio forzado no sólo de los personajes protagonistas, incluyendo el casi siempre agónico narrador, sino también de tantos otros seres que, al perder el arraigo, quedan a la deriva sin que puedan hallar nunca más asidero para sus cuerpos mutilados y conciencias enajenadas al peor de los postores. También en su narraciones hallamos la naturaleza plácida, bucólica, paradisíaca, maravillosa, sorprendente, “locus amœnus”, que contrasta con otra inasible, dantesca, misteriosa, infernal, “locus terribilis”, producto del efecto depredador del hombre y la tecnología. Estos y muchos temas van y vienen por una inmensa e inagotable cartografía que es Javier Echeverri. Viajero del mundo y gestor del propio porque ese ha sido su oficio y que traduce en: conocer, vivir, padecer, contar historias que revivirán luego en los lectores y perdurarán en el tiempo. Este filósofo de la escritura y de la vida, amante de la naturaleza, Javier Echeverri Restrepo (Jardín-Antioquia 1949), estudió Filosofía y Letras en la Universidad 36

Javeriana de Bogotá; se hizo narrador, cuentero, novelista, editor, cronista, maestro, fabulador, cuentista, jurado de concursos literarios, director de talleres de literatura; hombre de todas las actividades que el destino le ha puesto enfrente: desde mesero, fabricante de sus propios utensilios y cobijo, hasta hacendado, domador de bestias sin distingo, ecologista por su condición de espíritu libre y no por interés particular –de no pocas ONG–, pasando por sus tres mejores oficios: escritor de tiempo completo, trotamundos y soñador. Su obra ha sido reconocida por ese esperpéntico imaginario que la soporta: se inició como finalista en 1982 en el Concurso Nacional de Cuento-Testimonio de Pasto con La gota de aceite; seis años después, en 1988, fue finalista en el Premio Novela de la Editorial Diana de México con Stop, tierra mágica, y al mismo tiempo publica la novela policíaca La serpiente siete. Dos años más tarde es finalista del Concurso Nacional de Cuento Tomás Carrasquilla de Medellín con El pegador de carteles (1990). Viene otro compás de cuatro años para ganar, en 1994, el premio nacional de novela de la Cámara de Comercio de Medellín con Sangres marcadas, pero para ello se había ejercitado escribiendo varias noveletas policíacas: Besa mi tumba en 1989, Frank Rojo en 1990 y la novela sobre el narcotráfico El valle del Dum-dum en 1991. Un año después del Premio Cámara de Comercio obtiene el más importante premio de novela del país, el de Colcultura, con El camino del caimán (1995), cuyos jurados, el venezolano Luis Britto García y los colombianos Oscar Collazos y Ricardo Cano Gaviria consideraron la novela de Echeverri, además de original, un texto vivo, distinto, que renueva el lenguaje y abre otro espacio en la literatura colombiana al salirse de los clichés convencionales de la novela. Al año siguiente es el primer finalista del Concurso Nacional de Novela José Eustasio Rivera de Neiva con Yerba roja en 1996. En 1998 participa y gana el Premio Latinoamericano de Cuento de Puebla con Ataúd por teléfono y la vez recibe el Premio Nacional de Cuento Efe Gómez de Medellín con La caja. En ese mismo año viaja a Cuba y escribe allí la novela A tambor de hierro cuya acción e historia de desarrolla en esa isla caribeña. Termina también la novela de ambiente mejicano Suelos cerrados & cielos abiertos e Inicia la novela El espanto de hojas anchas con la que participa y queda en el segundo lugar en el Concurso de Novela Ciudad de Pereira de 1999. Desde los albores de los años noventa comienza a gestar una historia del tema del narcotráfico y sus efectos en la clase pudiente del barrio El Poblado de Medellín. Es así como se da un proceso de escritura y reescrituras durante casi diez años de la novela Adiós Caballo que da conocer a finales del mismo año 1999 y en el 2001 es aceptada para figurar en la colección de Autores Antioqueños que hoy, tres años después, ve su aparición.

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Una colección de relatos titulados Cuentos de Jardín (1999), le sirven a Echeverri para cerrar el final del decenio noventa, del siglo XX y del segundo milenio, asimismo que atesta sus primeros cincuenta años de aventurera existencia. Es un morderse la cola de su experiencia existencial, porque son los cuentos de infancia recordados de labios de viejos cuenteros y de su madre pero que armonizan, sin nostalgia, con el efecto disgregante y atomizador que generó el dinero fácil, el narcotráfico, el paramilitarismo, la guerrilla, los sicarios y paramilitares, en apacibles y casi arcádicos –en apariencia– poblados de las varias y diversas esquinas de la geografía colombiana. El tema del narcotráfico como una vasta y compleja red que todo atrapa se observa en otra novela y desde otro espacio continental americano, México, This is my Mexico, que venía trabajando desde finales de los ochenta que titula Stop, tierra mágica. El siglo XXI se abre con la noveleta El regreso de Nil Sierra (2000), la reescritura de Adiós caballo (2001) y de la crónica novelada y en parte autobiográfica, A voz de balazo, testimonio dramático de su secuestro, texto que comenzó a escribir en 1994, luego de varios años de convivencia en territorio “chilapo”, como llama él a ese territorio de nadie donde la vida y las propiedades valen lo que decidan los dos grupos que lo someten a su arbitrio: guerrillas y paramilitares. En 1989 Echeverri decide abandonar la capital del país para buscar otras fortunas en la sabana cordobesa, en el municipio de Valencia, y allí permanece hasta 1994, luego de haber recuperado la libertad después de haber sido secuestrado por la guerrilla y vivido con dolor esa pesadilla, y sobre todo, la muerte de su hermano que fue el mediador de su rescate. A voz de balazo es pues una crónica testimonial novelada de hechos reales en los que se cruzan ignominiosa pasiones y el alma en vilo de alguien que estuvo al borde del abismo sin más asidero que las propias palabras que martillaban la conciencia lacerada. Por eso dice que esta novela la escribo para mí, pues de otra forma siento que arrojo la verdad a los perros. Amo lo que me acerca al presente, no importa que viva con los pensamientos en otro lugar. Aunque de oficio soy escritor, mi nombre allí es sólo bagazo agrario del trabajo, escrito a espejo diario. En este testimonio hay algo de estilo sin alma, pues su soporte no tiene otra excusa que la dureza documental y el tamaño de mis torpezas.4 En el 2002, luego de una estadía en Argentina, Echeverri emprende la escritura de la novela Los bocados del rey Midas, como efecto del derrumbe institucional, económico, moral y mental de una sociedad que se preció siempre en América de una identidad incólume. Echeverri enfrenta los mitos sobre los que se construyó esa sociedad pluricultural y étnica y comienza un ejercicio de deconstrucción de los mismos para dejar ver las fisuras profundas de su tejido de antes y más de ahora. 38

Con esta novela y las anteriores sobre México (This is my Mexico), Cuba (A tambor de hierro), Colombia (Adiós Caballo) y las que desea urdir sobre otros países de América, a Echeverri lo mueve un solo afán que viene de tiempo atrás: romper fronteras, acabar con lo llamado por el crítico uruguayo, Ángel Rama, la “balcanización política” y cultural de América por efecto de todo tipo de colonialismos y neocolonialismos, de las oligarquías locales, que han dificultado la natural expansión y desarrollo de regiones “donde los elementos étnicos, la naturaleza, las formas espontáneas de socialidad, las tradiciones de la cultura popular, convergen en parecidas formas de creación literaria”.5 No sólo interesa a Echeverri abolir los lindes geográficos y culturales, sino también y sobre todo “de escritura entre los vecinos patios de América con la primera propuesta multipolar de una escritura contrapolítica”,6 es decir, que un escritor colombiano o de cualquier parte pueda no sólo apropiarse de las historias de sus vecinos de América o de cualquier rincón del universo, sino también asumir sus prácticas discursivas como suyas. Una vez “rotos estos populismos de estado endógamos –agrega el escritor de Jardín–, los nacionalismos toman nuevo curso, buscan otros aires y se asoman a las fronteras vecinas con la cara de la mundialización”.7 Esta intención universalista de tender redes, de fortalecer los vasos comunicantes que permitan al escritor nutrirse de las savias de aquí y allá sin límite de ninguna naturaleza, Rama lo había anunciado décadas atrás cuando sostenía que “sin una mutua fecundación –muy obligada en el momento actual de intensa conjunción de los distintos valores culturales universales– se desfigura el fenómeno creador”8 Esta amplia producción se complementa con otros cuatro libros de “relatos ácidos”, como los llama Echeverri, publicados en distintos momentos y como ejercicios de escritura para tomar distancia con textos suyos de más largo aliento, ellos son: Relatos de prosa roja (1983), Comandos TNT (1985), La razón y el dinosaurio (1989), El tintero del diablo (1995), y dos novelas más de limitada difusión: una histórica, Los cuadernos de Oro de Manco Cápac (1984) y Teléfono a media noche (1992). A lo anterior se añaden los ensayos inéditos de: La aistesiología (1980) y Hojas de selva (1990), y cuatro diccionarios, igualmente inéditos, de habla chilapa, guajira, chocoana y sicarial. Una simple mirada sobre la obra publicada, premiada, inédita de Echeverri, permite afirmar sin equívocos que, después de Tomás Carrasquilla y Manuel Mejía Vallejo, es el narrador contemporáneo más prolífico de la literatura antioqueña y uno de los más dedicados y singulares de la literatura colombiana actual. No sólo por el número de obras escritas y en proceso de escritura y reescritura, sino y sobre todo, por su dedicación absoluta a la literatura que no comparte sino con el oficio complementario de editor de sus propias obras; por su trashumancia por aquí, por 39

allá y allende, es decir, por su otro oficio vital, el de aventurero de la vida que le ha permitido escribir sobre experiencias conocidas, vividas de cuerpo presente, padecidas con dolor, gozadas hasta el riesgo. Echeverri vive el presente con tal intensidad como si el pasado hubiera huido ineludiblemente y ya no le correspondiera y el porvenir es una fugaz quimera. Es aquí donde las palabras de Baudelaire al respecto tienen fundamento: “el gusto por el placer nos liga al presente”, pero también el riesgo. “Quien se liga al presente –dirá luego el poeta francés– me produce el efecto de un hombre que rueda por una pendiente y que, queriendo prenderse a los arbustos, los arrancará y los arrastrará consigo en su caída”.9 Ningún otro escritor colombiano como Javier Echeverri ha viajado tanto a pie, a caballo, en canoa y en cualquier medio por selvas, llanos, desiertos, ríos, ciudades del país y pueblos de América Latina para nutrir su espíritu y su imaginación. Echeverri ha convivido con comunidades nativas de las sabanas urabeñas, cordobesas, guajiras, del Llano; con indígenas de las selvas chocoanas y amazónicas; con ciudadanos de urbes como Bogotá donde residió por casi veinte años, o Medellín, o Buenos Aires, o México o La Habana. Ha compartido con los paisanos de los pueblos del suroeste antioqueño que conoce en sus pliegues y reversos, y con tantos otros de la vasta y desgarrada geografía colombiana. Casi nada le es desconocido, nadie es indiferente para él, todo aguijonea su espíritu y por eso el deseo insaciable de plasmar literariamente los pálpitos de nuestra historia, el devenir cotidiano de hombres y mujeres que arriesgan cada día su piel para sobrevivir a los embates de tantas fuerzas oscuras que Echeverri se afana en aprehender y desvelar. Pero, paradójicamente, mientras más se acerca a su intelección, más ocultan su verdadera significación y las causas que las generan. Así, y como acicate, recomienza uno y otro y múltiples proyectos de escritura – igual que la vida– tratando de dilucidar, mínimamente, cuáles son los móviles que llevan a sus personajes a forjarse una imagen del mundo que termina confluyendo en la propia, porque la de los otros, la de los seres reales, se oculta sin remedio, aunque pareciera ser posible de asir cuando en verdad lo que se observa en él y en los otros es una imagen refractada en los múltiples espejos de la vida. Como sostiene uno de sus personajes: “ninguno es más grande que su verdad” y la suya es la de sus libros, espejos de su alma sedienta de andanzas y palabras. Adiós Caballo es la puesta al desnudo de un estigma que flagela la alta burguesía antioqueña y colombiana, su doble moral, y que la obliga, de boca para fuera, negar lo que es de conocimiento común entre ellos y el resto de la sociedad: la aceptación, usufructo de las jugosas ganancias de los narcotraficantes con el negocio de la droga, inicialmente de la “marimba” (mariguana) y luego de la coca, 40

el “bazuco” (pasta de coca) y las drogas sintéticas (anfetaminas). No sin reparos iniciales, verbalizados hacia fuera, termina un sector de la burguesía involucrado en el asunto de los beneficios económicos directos o indirectos. Connivencia que implicará –onerosamente– que hijos y familias compartan, permisivamente y por conveniencia de artificio, gustos, lugares de descanso, afinidad en el consumo; sin embargo, la burguesía “blanca” siempre ha sido segregacionista, lo que ha llevado, consciente e inconscientemente, a la complacencia y aceptación del otro exteriormente y el rechazo profundo en su conciencia –porque para ella no es admisible que otros se asimilen a su clase porque eso es casi que legado histórico además de providencial, incluyendo la parte heráldica–, lo que pone de manifiesto una evidente postura de blanquería, típico fenómeno y rezago del llamado “familias de marco de plaza” pueblerina. Para el imaginador de Jardín “escribir es la pasión de sí mismo”,10 entendida esa pasión en doble sentido, como acto catártico que libera fuerzas íntimas y como trasunto doloroso en busca de respuestas que remiten siempre e ineludiblemente a las mismas preguntas metafísicas que no han abandonado al hombre desde el primer momento que comenzó a pensar. Adiós Caballo es un complejo entramado de la condición humana que perdió sus riendas en un momento en que se rompieron los hilos de la moral y de las instituciones del Estado y de la sociedad colombiana anta el afán desmedido del lucro cesante. Razón tiene Petronio cuando sentenciosamente se pregunta: “Quid faciant leges, ubi sola pecunia regnat?”.11 Adiós Caballo es, como lo señala Echeverri, una fábula apasionante de escritura sobre la cartografía urbana de Medellín y, por extensión, de Colombia, porque la peste del dinero fácil producto del narcotráfico y la violencia que le acompañó como su sombra se extendió como una mancha de aceite sobre el mapa de agua del país y lo permeó hasta en lo más esencial. Es igualmente la imagen de la infancia que perdimos irremediablemente. Nina y Rosi, niñas pertenecientes a dos clases antagónicas, terminan irremediablemente unidas por el motivo que seduce a ambas familias, el dinero, ese que –como dirá Jacinto Benavente en su Rosas de otoño (1905)– “es como el agua: por muy limpio que sea su origen, al correr pasa por muchos lodazales y no llega siempre limpio a nuestras manos. Cuando se manejan intereses, no está siempre con la conciencia tranquila”.12 En las familias de las dos jóvenes protagonistas se fusionan la tradición atávica y el afán de dinero de la burguesía y el arribismo exacerbado, la avidez de poder y consumo, amén de una moral inescrupulosa de la mafia. A estos llama Echeverri “poderes maníacos” que se dan “en medio del desorden, desconcierto y descalabramiento nacional”. Adiós Caballo, asevera el escritor, es:

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un texto sembrado de frases rápidas, una tras otra en galopantes oleadas de escritura vivaz y escalofriantes metáforas. Los personajes son copias vivientes de emociones encontradas, pasiones, desatinos: risas y lágrimas, gozos y maldiciones. Por esta novela desfila el diccionario vibrante de nuestras locuras, un amor bravo, una guerra ciega no tan ciega con nombre de amos y las prisas fatigantes del dinero13 Sería bueno terminar esta presentación con una brevísima autobiografía de Echeverri que sintetiza ejemplarmente lo que ha sido y es: “quisiera presentarme, primero, como artesano del libro y, luego, como arquitecto de escritura y escritor. Para juntar ambos oficios digamos que soy artesano de aventuras”.14 Pero esta autodefinición sería incompleta sin que se explicitara su voz entorno a las supercómplices vida-muerte, importante eje estructurante e imagen del mundo obsesiva en su obra literaria: la vida es el espectáculo más grande del universo y la muerte su caricatura final. En este asunto estoy de parte de los santos que vencieron la muerte y no de los filósofos. Existe en toda mi obra una burla total contra el mascarón de la muerte. Esta convicción nace de un hombre que ha vivido varias veces la muerte y sabe que la alegría es más profunda que sus lágrimas y su miedo final.15 Pero si algo caracteriza al fabulador de Jardín es eso que él autodenomina “arquitecto de escritura”. Pocos escritores hay a quien tanto halague las palabras hasta el regodeo, hasta el ensimismamiento; da la sensación de que entra en ellas como lo hace el místico en la noche oscura, ascética y arrobadora. Funcionan como espejos múltiples donde él se mira y se refracta a la vez hasta perderse, por eso vuelve repetidamente sobre ellas hasta el infinito. Cada libro suyo es una página más de sus muchas vidas recorridas con inusitada pasión; es un extenso diario – siempre inconcluso– de aventuras por el lenguaje y la vida. Es un diálogo, diremos con palabras de Elías Canetti, con ese “interlocutor cruel” que es la palabra. Precisamente la experiencia afín con las palabras que vive Canetti sirve para concluir este viaje breve por la vida y obra de Javier Echeverri. Afirma el ensayista, novelista y premio Nobel de Literatura (1981) búlgaro: Un hombre como yo que conoce la intensidad de sus impresiones y siente cada uno de los detalles de cada día como si fuera aquél su único día, que en realidad vive de exageraciones –imposible expresarlo en otros términos–, pero al mismo tiempo no combate esta disposición puesto que le interesa justamente el relieve, la agudeza y la concreción de todas las 42

cosas que van formando una vida, resulta, pues, que un hombre de estas características explotaría o acabaría desintegrándose de cualquier otra forma si no se 'calmara' escribiendo. Este tranquilizarme es quizá la razón fundamental por la que llevo un diario. Parece casi increíble lo mucho que la frase escrita calma y amansa al ser humano.16

Bibliografía de Javier Echeverri Restrepo Novelas (1984) Los cuadernos de Oro de Manco Cápac. Medellín, Árbol de Tinta. (1988) Stop, tierra mágica. Medellín, Árbol de Tinta. (1989) Besa mi tumba. Medellín, Árbol de Tinta. (1990) Frank Rojo. Medellín, Árbol de Tinta. (1991) El valle del Dum-dum. Medellín, Árbol de Tinta. (1994) Sangres marcadas. Medellín, Cámara de Comercio de Medellín. (1994) A voz de balazo. Medellín, Árbol de Tinta. (1996) El camino del caimán. Bogotá, Colcultura. (1996) Yerba roja. Medellín, Árbol de Tinta. (1999) This is my Mexico. Medellín, Árbol de Tinta. (1999) Suelos cerrados & cielos abiertos. Medellín, Árbol de Tinta. (2000) El regreso de Nil Sierra. Medellín, Árbol de Tinta. (2000) A tambor de hierro. Medellín, Árbol de Tinta. (2000) Lápiz de guerra. Medellín, Árbol de Tinta.

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(2001) Adiós Caballo. Medellín, Árbol de Tinta. (2002) Los bocados del rey Midas. Medellín, Árbol de Tinta. Cuentos y relatos (1982) Relatos de prosa roja. Medellín, Árbol de Tinta. (1985) Comandos TNT. Medellín, Árbol de Tinta. (1999) El espanto de hojas anchas. Medellín, Árbol de Tinta. (1999) El tintero del diablo. Medellín, Árbol de Tinta. (1999) Los cuentos de Jardín. Medellín, Le Apuesto. (1999) La caja. Bogotá, Magisterio.

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Prólogo de la novela Adiós Caballo de Javier Echeverri Restrepo. Medellín, Autores Antioqueños, 2003, y aparece parcialmente en: Con-textos. Revista de Semiótica literaria. Universidad de Medellín 31 (jul.-dic.):105-112. 2 Cit. María Zambrano. El pensamiento vivo de Séneca. Buenos Aires: Losada, 1944, p. 159. 3 Entrevista con el escritor, Envigado agosto de 2003. 4 A voz de balazo. Medellín: Árbol de Tinta, 2001, p. 5-6. 5 “Diez problemas para el novelista latinoamericano” en: Barnet, Benedetti, Carpentier, Cortázar y otros. Literatura y arte nuevo en Cuba. Barcelona: Estela, 1971, p. 211. 6 Así lo afirma el escritor en el epílogo a su novela Adiós caballo. Medellín: Árbol de Tinta, 1999, p.237. 7 A tambor de hierro. Medellín: Árbol de Tinta, 1998, p. 185. 44

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En: Literatura y arte nuevo en Cuba, ed. cit., p. 206. Diarios íntimos. Buenos Aires: Arca-Galerna, 1977, p. 102. 10 Idem. 11 “¿Qué pueden las leyes donde sólo impera el dinero?” 12 Rosas de otoño (Obras completas. Madrid: Aguilar, 1942-1946) es una pieza dramática en la que Benavente hace una apología del amor conyugal, particularmente de la esposa hacia el marido; tema recurrente en el dramaturgo español. Cicerón será aún más contundente con respecto al dinero cuando afirma que “no existe nada tan sagrado que el dinero no pueda violar; nada tan fuerte que el dinero no pueda expugnar” (Nihil tam sanctum quod non violari, nihil tam munitum quod non expugnari pecunia possit). 13 Adiós Caballo, ed. cit., p. 237. 14 Conferencia dictada por el escritor en Medellín el 31 de mayo del 2001 en las Jornadas de Literatura-Comfama. 15 Idem. 16 La conciencia de las palabras. México: Fondo de Cultura Económica, 1981, p. 71. 9

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