Cardenal  Carlos  Amigos  Vallejo  

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Introducción "Si algunos quisieran tomar esta vida y vinieran a nuestros hermanos, envíenlos a sus ministros provinciales, a los cuales solamente y no a otros se conceda la licencia de recibir hermanos. Y los ministros examínenlos diligentemente de la fe católica y de los sacramentos de la Iglesia" (1R II, 1). Dos pilares fundamentales, por tanto, en la vida de la fraternidad franciscana: la fe y los sacramentos. Es decir, aceptar fielmente lo que Dios ha revelado de sí mismo, y hacer memoria de las acciones redentoras de Jesucristo. Dios se puso en el camino de Francisco y transformó completamente su vida. Dios era lo más admirable y grande, lo más íntimo y cercano y al que podía encontrar en la significación de todas las cosas creadas. Era el Bien absoluto, el Altísimo Señor. Por tanto, no era posible separar la fe, la Palabra que había recibido de Dios y la forma de vida a la que esa misma adhesión a la Palabra de Dios le llamaba. La creencia y la vida son inseparables. Como el Señor le había concedido a Francisco la gracia de tener hermanos, no solamente había que contar con ellos para que le hicieran compañía y le siguieran en su vida de penitencia. Si la fraternidad era un regalo de Dios, en ella había que encontrar también criterio y valor de discernimiento. El hermano no podía actuar de una forma individualista. Dios hablaba también por la boca y las actitudes de los hermanos. El rostro del Espíritu se contempla en la Iglesia y en la fraternidad. Francisco recurre una y otra vez a la creación para encontrar la significación de Dios que tienen todas las cosas. El agua, el pan, el aceite, el vino… Todo le habla de su Altísimo Señor. La unión con Dios llegaba a través de unas señales, sobre todo en aquellas que la Iglesia había recibido de Jesucristo y que ahora proponía como sacramentos de salvación. La sabiduría de Dios ha querido servirse de las cosas más sencillas de la vida cotidiana, para elevar al hombre a lo trascendente y ofrecerle, por obra del Espíritu, la gracia de la salvación. Los sacramentos, por tanto, no son simplemente unas señales exteriores, sensibles y palpables, sino una realidad de gracia en orden a la santidad. Todo aquello que realizamos en los sacramentos, signos y palabras, llegan más allá de lo que ven los ojos, oyen los oídos y gusta el paladar. Afecta a la persona entera y le hace comprender y vivir el misterio del mismo Dios manifestado en Jesucristo. La fe en el Dios Padre, la vida de Jesucristo y la acción del Espíritu Santo se reconocen y celebran en los sacramentos. “La *gracia+ que hace *nueva+ la vida cristiana es la gracia de Jesucristo muerto y resucitado, que sigue derramando su Espíritu Santo y santificador en los sacramentos; igualmente la *ley nueva+, que debe ser guía y norma de la existencia del cristiano, está escrita por los sacramentos en el *corazón nuevo+. Y es ley de caridad para con Dios y los hermanos, como respuesta y prolongación del amor de Dios al hombre, significada y comunicada por los sacramentos” (PDV 48), Son, pues, los sacramentos, acciones esenciales para la formación cristiana y franciscana. Enseguida se presenta una pregunta: ¿Cómo han de ser celebrados y recibidos los sacramentos en la fraternidad franciscana? ¿Qué modos y actitudes son los que hay que educar para vivir la gracia del sacramento en una vocación franciscana?

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Hablaremos, pues, de la formación franciscana y de los sacramentos. De lo que significa ir ayudando a la persona, al hermano, en su madurez humana y en su configuración con Cristo. Siempre se ha de tener delante el modelo del humilde y pobre Francisco. Pero, como el hermano menor es inseparable de la fraternidad, a la que el Señor le ha hecho llegar, será también, esa misma fraternidad, espacio espiritual y maestro que oriente la vida sacramental.

I. FORMACIÓN FRANCIACANA COMO TAREA PERMANENTE Cualquiera que sea el programa elegido para la formación del hermano franciscano, se habrá de tener en cuenta la motivación primera y el objetivo que se pretende, que no han de ser otros que los del seguimiento e identificación con Cristo, cuya palabra es la razón, y sus actitudes y comportamientos el modelo. Todo para llegar a la medida de Cristo (Ef 4, 7). Alcanzar ese sublime modelo, que es el Verbo de Dios hecho hombre, era el anhelo de Francisco. No tenía mayor deseo que la identificación con Cristo pobre, humilde y crucificado. Serán, pues, la pobreza, la humildad y entrega al servicio de los demás lo que marcará la vida de la fraternidad y las líneas que han de seguirse en la formación del hermano franciscano. Las bases fundamentales para alcanzar esa forma de vida, calcada en la misma de Cristo, no pueden ser otras que la fe, como aceptación incondicional de la revelación y de la misma experiencia personal de Dios que lleva, de una manera natural y diaria, a hacer de la presencia del Altísimo la propia casa. La itinerancia y la minoridad, que superan cualquier circunstancia, serán una señal de que Dios está en todo tiempo y momento. “Cuando van por el mundo, no litiguen ni contiendan con palabras, ni juzguen a los otros; sino sean apacibles, pacíficos y moderados, mansos y humildes, hablando a todos honestamente, como conviene” (1R III). Así que: bondadosos, llenos de paz, ecuánimes, sumisos y con actitud de permanente humildad. Éste podía ser el perfil humano del fraile menor, siempre unido a la condición de cristiano. Si Dios se ha comunicado a los hombres y ha manifestado su querer y voluntad en su palabra viva que es Jesucristo, ya no cabe ninguna otra forma de vivir. Por tanto, cualquier criterio y paso que se ha de tener y dar en la formación tiene su fuente en la misma palabra de Dios. Por otra parte, en la formación humana y cristiana del hermano menor, tiene que haber una permanente comunicación con Dios, pedirle luz para conocer bien el Modelo y fortaleza para poder seguirlo con fidelidad. No habrá que olvidar que el Modelo y Maestro ha puesto su casa y su escuela en la fraternidad de los hermanos. Allí es donde ha de estar viva la memoria del Señor y donde se aprende a vivir según su Palabra. Para hacer que se conozca y aprenda el seguimiento de Jesús, la formación básica y los programas a seguir han de tener a Cristo como el único capaz de sostener, de una manera real y eficaz la vida y el ministerio de los hermanos (cf. PDV 3). La dignidad y la responsabilidad de aquello que han de ser y a lo que han de servir, exigen una formación tan adecuada como firme en los convencimientos, y fiel en la

4     FORMACIÓN FRANCISCANA Y VIDA SACRAMENTAL   perseverancia. Si con Cristo ha de compartir la misión, es imprescindible identificarse también con él en la vida. No cabe, en forma alguna, la separación entre la vida espiritual y el testimonio. Pues a los hermanos se les ha de llevar al Evangelio, que es Espíritu y vida (Test) y principio de unidad y de coherencia entre lo que se vive y lo que se predica. No se trata por tanto de una formación encaminada únicamente para aprender la ciencia, sino para vivir, y para que los hermanos sean conscientes de que al recibir y administrar los sacramentos mediten lo que hacen; si celebran la eucaristía, reflexionen sobre lo que ofrecen; si recitan los salmos en el coro, vean con quién y de qué cosa hablan (cf. PDV 72). Ya desde los primeros momentos de la formación, habrá que reforzar la unidad entre lo que se cree, los sacramentos que se reciben y celebran, la caridad fraterna y la misión a la que se envía. Porque la fe sin los sacramentos queda sin vida, la caridad está muerta y la misión resulta estéril. Por otra parte, los sacramentos sin fe se convierten en ritualismo, se evade la responsabilidad de la caridad y no haya afanes evangelizadores. Sin caridad, la fe está muerta y el altruismo es la única razón mueve el intento de llevar a la persona, pero no de una forma íntegra y cristiana. Sin fe, la evangelización es un fraude, la caridad simple cooperación y los sacramentos antisignos de un misterio en el que ni se cree ni se vive. "

Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me ensañaba qué debería hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debería vivir según la forma del santo Evangelio" (Test). Los hermanos, por su misma pertenencia a la fraternidad se convierten en instrumento vivo que proclama lo que fuera, y continúa siendo, el anhelo máximo de la vida según el espíritu del padre Francisco: vivir según la forma del santo Evangelio.

II. SACRAMENTOS PARA LA VIDA "Y así como el cuerpo humano se ve dotado de sus propios recursos con los que atiende a la vida, a la salud y al desarrollo de sí y de sus miembros, del mismo modo el Salvador del género humano, por su infinita bondad, proveyó maravillosamente a su Cuerpo místico, enriqueciéndolo con los sacramentos, por los que los miembros, como gradualmente y sin interrupción, fueran sustentados "desde la cuna" hasta el último suspiro, y asimismo se atendiera abundantísimamente a las necesidades sociales de todo el Cuerpo" (Mystici Corporis Christi, 9). Este *desde la cuna+, que dice expresamente la Mystici Corporis Christi, debiera tenerse en cuenta a la hora de hablar de la formación en y para los sacramentos. Porque desde el momento del ingreso en la fraternidad, todo debe contribuir a la unión y conformidad con Cristo, a fin de vivir y practicar al santo Evangelio. Las Palabras de la encíclica de Pío XII nos ponen en el mejor camino para acercarnos a la praxis de los sacramentos, pues la fe en Cristo es una forma de vivir, y los sacramentos son fuentes del manantial del Vivificador, que llena de vida a la persona, en toda su realidad individual, "en cuerpo y alma". Las acciones exteriores y sensibles lo expresan, pero sólo la gracia es la que da la vida, la que santifica. Tiene pues el hermano el deber y el derecho de acercarse y recibir los sacramentos.

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La formación en y para los sacramentos ha de llegar por ese camino de la vida diaria, de meterlos muy dentro de la existencia como creyentes y hacer en ella la experiencia del encuentro con Dios. Por eso, es imprescindible, en cualquier intento de formación, la unidad entre fe, sacramento, caridad y misión, como hemos recordado anteriormente, pues sin fe, el sacramento quedaría reducido a mero ritualismo. Sin caridad, se caería en la evasión de la responsabilidad frente a las exigencias del mandato nuevo del Señor. Sin el testimonio evangelizador, será una misión fallida, una luz puesta debajo del celemín. Todas las criaturas llevaban consigo la huella de Dios. Y Francisco va leyendo en la creación entera las maravillas de la acción de Aquel que es el sumo bien. “Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas, especialmente el señor hermano sol, el cual es día, y por el cual nos alumbras. Y él es bello y radiante con gran esplendor, de ti, Altísimo, lleva significación” (Cánt). A través de las cosas más sensibles y cercanas, el Señor puede hacer ver la eficacia de su bendición sobre los hombres, igual que por la Palabra manifiesta la acción de la gracia del Espíritu Santo. De ti llevan significación, diría el padre San Francisco. Todo habla de Cristo. Especialmente en los sacramentos se encuentra vivo el rostro del Señor. Las señales no han sido sino el anuncio de la presencia de la gracia santificante. De lo visible, signos y palabras, a lo invisible de la acción la acción santificadora. Jesucristo, el Verbo de Dios, es la señal más clara y evidente de la presencia de la gracia del Altísimo en medio de su pueblo. Lo divino llega a lo más humano y se realiza el sacramento más admirable: el Verbo de Dios se hace hombre. En unos signos concretos y en unas palabras se manifiesta la eficacia de la intervención del mismo Cristo. El hombre es quien pone el agua, Jesucristo el que bautiza. Igual podemos decir que no son los méritos del que recibe los sacramentos unos avales para recibir la gracia, sino la acción completamente gratuita de Dios. El Bautismo señala el comienzo de la vida cristiana. Cristo une al hombre a su familia, le hace entrar en la Iglesia limpio de toda mancha. Queda configurado con Cristo, en su muerte y resurrección. La gracia ha propiciado este tránsito del pecado a la reconciliación. El hombre es una criatura nueva. La Confirmación es ese regalo del Espíritu que refuerza la gracia recibida en el bautismo, para que sea verdadero testigo de Cristo en medio del mundo y de la Iglesia, manifestando en ello que el Espíritu de Dios vive. Cristo vivo, presente y entregado en la Eucaristía. Sacramento de comunión y de identificación con Cristo y de unidad entre los hermanos. Presencia de Cristo través del pan de cada día. En la Penitencia, la reconciliación y el perdón de los pecados. El Evangelio de la misericordia en el que Cristo manifiesta su compromiso de perdonar La misericordia de Dios llega a la enfermedad, purifica conforta al enfermo y lo llena de esperanza. Es el Sacramento de la Unción.

6     FORMACIÓN FRANCISCANA Y VIDA SACRAMENTAL   Por la oración de la Iglesia y la imposición de manos del obispo, en el Sacramento del Orden, son consagrados aquellos que han de ser los servidores de la Iglesia en nombre de Cristo, a quienes se les darán las gracias necesarias para que puedan cumplir fielmente su ministerio. Es más que evidente la necesidad de formación para que el candidato pueda presentarse como apto para recibir este sacramento. En el sacramento del Matrimonio Dios garantiza el amor de los contrayentes y les ofrece la gracia de la perseverancia en la alianza conyugal. Como la ayuda de Dios llega en el momento en el que el hombre la necesita, la circunstancia también ha de tenerse en cuenta. Así, la situación de pecado reclama el bautismo y la penitencia. La fortaleza en la fe y el testimonio requieren la gracia de la confirmación. La unión con Cristo y alimento para su vida espiritual necesitan de la Eucaristía. Disponer de ministros que celebren los sacramentos, anuncien la Palabra y ayuden a la santificación del pueblo está en la razón del sacramento del Orden. Lo débil de la enfermedad se hace fuerte en la esperanza por la unción con el óleo santo. El amor recibe la fuerza de la alianza en el sacramento del matrimonio. El hermano menor, por la forma de su propia vida, tiene que ser como “sacramento” que lleve la significación del Dios lleno de misericordia y de bondad: Como bautizado, proclama que su vivir es Cristo, que ha renacido por el Espíritu, que es hombre nuevo y revestido de los sentimientos del mismo Cristo y que está unido a la Iglesia, de la que forma parte. Por haber recibido la confirmación, reafirma la fortaleza que ha recibido con los dones del Espíritu para ser testigo ante el mundo del Señor resucitado. Vive en esperanza el sacramento de la unción, que fortalecerá su Espíritu para el encuentro definitivo con el Señor. Si ha recibido el sacramento del Orden, el hermano permanecerá fiel a la imposición de manos y al ministerio de servicio a la Iglesia y a su fraternidad. Si con un carácter peculiar está configurado con Cristo, las actitudes y comportamientos del Señor se convertirán en señales del anuncio de la presencia de Cristo, servidor de los pobres y entre los pobres. El hermano que no ha recibido el Sacramento del Orden, tendrá que asumir las responsabilidades que su sacerdocio bautismal conllevan y, al mismo tiempo, mostrará la gran reverencia, estima y respeto que siente por los sacerdotes. Si Dios ha hecho del matrimonio una señal del amor y la fidelidad de Cristo y a la Iglesia, el hermano franciscano estará siempre en disposición de ayudar a la familia a que sea en verdad una comunidad de vida y de amor. Sin los sacramentos, la Iglesia sería como un cuerpo sin alma, sin vida, sin esperanza de reconciliación, que sucumbiría ante el dolor y el sufrimiento. Sería un cuerpo sin cabeza y sin sentido.

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III. FORMACIÓN Y VIDA SACRAMENTAL No deja de recordar, el bienaventurado padre Francisco, tanto a los hermanos como a todos los fieles, que reciban con devoción los sacramentos, particularmente el santísimo cuerpo de Cristo y el sacramento de la penitencia. Los sacramentos, celebrados y vividos, no sólo son fuente inagotable de orientación para la vida cristiana y franciscana, sino que alimentan de tal manera la vocación, que sin la gracia sacramental no sería posible la perseverancia. Además de la gracia sacramental, los signos tienen también un carácter educativo, señalando la relación entre lo sensible y los misterios de Dios. Los sacramentos llenan de vida la personalidad cristiana, al mismo tiempo que la configuran con Cristo. Si la acción del Espíritu Santo actúa independientemente de las disposiciones del ministro y de aquel que recibe el sacramento, sin embargo los frutos sacramentales serán más abundantes en la medida de la devoción de quienes los celebran y reciben. En la Iglesia es donde encontramos los sacramentos. Existen por ella y para ella, pues así lo ha querido Cristo. La misma Iglesia se convierte en sacramento de Cristo y signo de salvación universal (LG 1). También podemos decir que a través de los signos sacramentales se forma la comunidad, la fraternidad. Es lo que une a los hermanos, les ayuda a vivir con fidelidad la vocación a la que han sido llamados, son instrumento santo de salvación. Por lo tanto esenciales e indispensables para la vida de la fraternidad y para la santificación personal. Todos los hermanos han de recibir los sacramentos, pero también muchos de entre ellos van a ser llamados para ser ministros y administradores de esos mismos sacramentos. Los que van a ser Ordenados presbíteros necesariamente han de cuidar muy bien la preparación para tan santo ministerio. Siempre teniendo en cuenta que los sacramentos son para los hombres y que el ministro no es más que servidor y administrador, sin olvidar nunca que actúa in persona Christi. Si el hermano es destinado al ministerio sacerdotal, ha de recordar que: "El presbítero participa de la consagración y misión de Cristo de un modo específico y auténtico, o sea, mediante el sacramento del Orden, en virtud del cual está configurado en su ser con Cristo, Cabeza y Pastor, y comparte la misión de *anunciar a los pobres la Buena Noticia+, en el nombre y en la persona del mismo Cristo” (PDV 18). El Señor ha elegido a hombres de este pueblo para formar la fraternidad franciscana y de esta comunidad ha querido elegir algunos para que, recibido el sacramento del Orden, sean los servidores de los misterios de Dios. Nunca debe olvidar el hermano sacerdote su vinculación con la fraternidad, pues de ella recibido espíritu y vida y a ella debe servir dando testimonio constante de fidelidad y de amor a la Iglesia universal. Por el Sacramento del Orden recibe una nueva gracia y fuerzas para desempeñar un oficio de santificación. Pero todo cuanto se le ha dado y la misión que ha de desempeñar no le separa de la

8     FORMACIÓN FRANCISCANA Y VIDA SACRAMENTAL   fraternidad, sino que le unen más a ella y esa fidelidad a la vocación primera que ha recibido, será garantía de lealtad al ministerio al que Cristo le llama. El único sacerdocio de Cristo es en el que participan los hermanos sacerdotes y los presbíteros seculares, por tanto los vínculos de caridad se expresan en la unión diocesana y la pertenencia el mismo presbiterio. Todos los hermanos, clérigos y laicos, están unidos en ese sacerdocio de Cristo. “El sacerdocio ministerial, conferido por el sacramento del Orden, y el sacerdocio común o *real+ de los fieles, aunque diferentes esencialmente entre sí y no sólo en grado, están recíprocamente coordinados, derivando ambos -de manera diversa- del único sacerdocio de Cristo. En efecto, el sacerdocio ministerial no significa de por sí un mayor grado de santidad respecto al sacerdocio común de los fieles; pero, por medio de él, los presbíteros reciben de Cristo en el Espíritu un don particular, para que puedan ayudar al Pueblo de Dios a ejercitar con fidelidad y plenitud el sacerdocio común que les ha sido conferido” (PDV 17). Es en la comunidad cristiana, en la fraternidad es donde están presentes los signos. Y de esa fraternidad es de la que Dios toma unos hermanos para llevarlos hasta la Iglesia, para que reciban los sacramentos, particularmente el del Orden. Si el hermano es un don que Dios ha hecho a la fraternidad, la gracia sacramental que ha recibido ha de llegar a toda la Iglesia, y de una forma particular a la misma fraternidad. Obra maestra de Dios y realidad santa se ha llamado a los sacramentos. Y con buena razón para ello, pues son las mismas acciones de Jesucristo las que se realizan por medio de los ministros a los que él ha llamado y consagrado. Aquel hermano que ha sido llamado, recuerde que “La vocación sacerdotal es esencialmente una llamada a la santidad, que nace del sacramento del Orden. La santidad es intimidad con Dios, es imitación de Cristo, pobre, casto, humilde; es amor sin reservas a las almas y donación a su verdadero bien; es amor a la Iglesia, que es santa y nos quiere santos, porque ésta es la misión que Cristo le ha encomendado" (PDV 33). Jesucristo siempre es el ministro que actúa por medio de los sacerdotes, que son servidores de los misterios de Dios. El hermano que recibe el sacramento del Orden se convierte también en un sacramento para sus propios hermanos y signo de la salvación que Dios ofrece. Igual que el sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio bautismal (LG 10), así el sacerdocio de un hermano está al servicio de toda la fraternidad. Y, en alguna manera, siempre actuando en la persona y el nombre de Cristo, el sacerdote franciscano representa a su fraternidad en el servicio sacramental. Con las necesarias explicaciones y las modificaciones que fueren precisas, también se puede decir del sacerdote franciscano con respecto a su propia fraternidad: para vosotros soy sacerdote, con vosotros soy franciscano. Y siguiendo a San Agustín: "Siendo, pues, para mí causa de mayor gozo el haber sido rescatado con vosotros, que el haber sido puesto a la cabeza, siguiendo el mandato del Señor, me dedicaré con el mayor empeño a serviros, para no ser ingrato a quien me ha rescatado con aquel precio que me ha hecho ser vuestro consiervo” (cf. PDV 20).

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IV. HACER PENITENCIA Siendo necesarios todos los sacramentos, en la vida y escritos de San Francisco se resaltan, con particular importancia en la vida de los hermanos, la Penitencia y la Eucaristía. "Hacer penitencia" es una expresión tan frecuente como de profundo significado en el pensamiento y la palabra de Francisco. El Señor le dio la gracia de hacer penitencia; los hermanos llegan para hacer penitencia; cuando no sean recibidos en algún lugar vayan a otra tierra para hacer penitencia; comenzar a hacer penitencia; hacer frutos dignos de penitencia; que hagan penitencia de los pecados… Ser llamado a hacer penitencia es gracia que viene de Dios. ¡Dejaros reconciliar por Dios! (2Cor 15.20). El Padre misericordioso es quien ha tomado la iniciativa. No se trata de un acto de voluntad por parte del hermano, sino del acatamiento de la Palabra de Dios que le llama a seguir el camino de fidelidad que Cristo le ha señalado en el Evangelio. Todo lo referido a la penitencia está unido a la misericordia de Dios, pero tiene un rostro incuestionablemente humano. Es imprescindible que, en la formación, todo aquello que se refiere a la penitencia, tanto la conversión del corazón como el sacramento y la virtud moral, resplandezca siempre la ternura del corazón misericordioso de Dios que acoge y perdona. Esta actitud humilde es la que debe tener el hermano que, reprendido por su mala conducta, aceptar de buen grado el perdón y la penitencia que se le ofrece. Es aceptación de su debilidad y de la generosa bondad del Señor que perdona. Los signos de penitencia, gestos y disposiciones corporales, son muy importantes para Francisco. Habla a Dios con todos sus sentidos, con sus actitudes humildes y con sus palabras. En el hacer penitencia se manifiesta la caridad fraterna, pues es forma de ejemplaridad y estímulo a la misericordia. La celebración del sacramento de la penitencia tiene una dimensión fraterna. El hermano que se había separado vuelve la comunión, a la fraternidad. Si se hizo mal a los ojos de Dios y al de los hermanos, justo es que la alegría del retorno llegue a los ojos del Señor y a los de los hermanos. El signo sacramental de la penitencia está repleto de significación. Es como tiempo sagrado en el que se manifiesta, de en una forma particular, el perdón misericordioso de Dios. El Señor devuelve la alegría de su salvación y el hermano emprende de nuevo el camino de la verdadera penitencia. La vida de penitencia entre los hermanos tiene su ámbito propio en la fraternidad. Una comunidad que vive el perdón de Dios y que está siempre abierta al perdón del hermano que ha pecado. La fraternidad no permanece en una actitud pasiva, sino que tiene una dimensión reconciliadora, especialmente por el ministerio del hermano guardián, que corrige, amonesta e invita a confesar los pecados al sacerdote y recibir el perdón. Al hermano se le recibe como hermano y, aunque sea pecador, ni se debe reparar en sus pecados, ni hacer que pase vergüenza por recriminárselos. Que cada repare en sí mismo y todos juntos miren a Dios.

10     FORMACIÓN FRANCISCANA Y VIDA SACRAMENTAL   Que la corrección sea antes fraterna que de reprensión y que la compasión esté por encima del recuerdo del pecado del hermano. El abrazo entre los hermanos será también un signo de gratitud a Dios que a todos perdona y ofrece su misericordia.

V. LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA “Así pues, os ruego a todos vosotros, hermanos, besándoos los pies y con la caridad que puedo, que manifestéis toda reverencia y todo honor, tanto cuanto podáis, al santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, en el cual las cosas que hay en los cielos y en la tierra han sido pacificadas y reconciliadas con el Dios omnipotente” (…) Los sacerdotes, los son y los que serán, que celebren con reverencia el verdadero sacrificio del santísimo cuerpo y sangre de Jesucristo” (CtaO 12-37). “Sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual en el que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura”(PDV 48). Por eso, los hermanos han de procurar que la fraternidad sea incuestionablemente eucarística, y colme sobradamente los anhelos de unidad fraterna que alberga el corazón humano y, al mismo tiempo, eleva la experiencia de fraternidad; expresa este vínculo de comunión invisible que, en Cristo y por la acción del Espíritu Santo, nos une al Padre y entre nosotros. La palabra de Cristo lo ha cambiado, lo ha transformado todo... No se puede separar la persona de su Palabra. No se puede separar a Cristo de su Evangelio

La Eucaristía es el sacramento de los sacramentos: - Por el bautismo el hermano se incorpora a la comunidad y un día será recibido a la Eucaristía. - La confirmación lleva a su plenitud el misterio del bautismo y quien ha recibido el Espíritu recibirá el pan de la Eucaristía. - La penitencia devuelve la gracia perdida, reconcilia al hermano pecador con Dios y le admite de nuevo a la comunión con el Cuerpo de Cristo. - El sacramento del Orden, por la oración de la Iglesia y la imposición de las manos del obispo, se recibe la potestad de actuar in persona Christi y hacer presente el Cuerpo y la Sangre del Señor. - En el matrimonio la alianza de los esposos significa la de Cristo con su Iglesia: haced esto en memoria mía. La Unción de los enfermos y la Eucaristía como viático para la vida eterna.

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VI. FRATERNIDAD EUCARÍSTICA La Eucaristía es manantial y cumbre de la fraternidad y sacramento de unidad con la Iglesia. Por tanto, en la formación del hermano menor, la Eucaristía será el centro de unidad de todas las demás acciones educativas: - Vivir adorando y gozando de la presencia de Cristo en la Eucaristía: “Y como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan sagrado. Como ellos, con la mirada de su carne, sólo veían la carne de él, pero, contemplándolo con ojos espirituales, creían que él era Dios, así también nosotros, viendo el pan y el vino con los ojos corporales, veamos y creamos firmemente que es su santísimo cuerpo y sangre vivo y verdadero” (Adm 1). La presencia de Cristo no es estática, sino que contiene el dinamismo que lleva a hacernos suyos, nos asimila a él... “El centro es Cristo que nos atrae hacia sí, nos hace salir de nosotros mismos para hacer de nosotros una sola cosa con él" (Benedicto XVI, Bari 29-5-05). - La Eucaristía como alimento para una fraternidad itinerante y peregrina: “Su amor al sacramento del cuerpo del Señor era un fuego que abrasaba todo su ser, sumergiéndose en sumo estupor al contemplar tal condescendencia amorosa y un amor tan condescendiente. Comulgaba frecuentemente y con tal devoción, que contagiaba su fervor a los demás, y al degustar la suavidad del Cordero inmaculado” (San Buenaventura. Leyenda Mayor (LM) 9,2). "Comer este pan es comulgar, es entrar en comunión con la persona del Señor vivo. Esta comunión, este acto de "comer", es realmente un encuentro entre dos personas, es dejarse penetrar por la vida de Aquel que es el Señor, de Aquel que es mi Creador y Redentor. La finalidad de esta comunión, de este comer, es la asimilación de mi vida a la suya, mi transformación y configuración con Aquel que es amor vivo. Por eso, esta comunión implica la adoración, implica la voluntad de seguir a Cristo, de seguir a Aquel que va delante de nosotros” (Benedicto XVI, Corpus 05). - La Eucaristía adorada y vivida: “Y quiero que estos santísimos misterios sean sobre todas las cosas honrados, venerados y colocados en lugares preciosos” (Test). - La adoración eucarística es prolongación o dimensión contemplativa de la celebración. Es una manera de permanecer en el misterio, gustar la bondad de Dios, ponernos a disposición suya para que él esté en nosotros. - La Eucaristía como fuerte vínculo de la caridad fraterna. Sentarse con Cristo, en comida de tanto amor, es urgencia para salir al encuentro de la fraternidad. Un amor en tal forma eficaz que haga resplandecer allí la presencia de Cristo. - La Eucaristía es acción de gracias y la caridad reconocimiento: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos (1Jn 4, 11).La Eucaristía es alabanza de las maravillas de Dios; la caridad, hacer vivo el amor de Cristo: “amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13,34).

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La Eucaristía es sacrificio y la caridad amor en la entrega: aunque diera mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad de nada me sirve (1 Cor 13). La Eucaristía es presencia escondida. La caridad es patente y sinceridad: el que no ama a su hermano a quien ve, cómo va a amar a Dios, al que no ve (1Jn 4, 20). La Eucaristía, en fin, es fuente y cima de la vida fraterna. Y la caridad es la señal de que somos reconocidos como discípulos de Cristo: en esto se conoce que sois discípulos míos, en el amor que exista entre vosotros. (Jn 13, 35). ***** La formación en la vida sacramental es siempre una admirable, imprescindible y eficaz “pedagogía eucarística”. La fraternidad, como la Iglesia, “vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, "misterio de luz". Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: "Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron" (Lc 24, 31) (EDE 6).