ASTOLFO TAPIA M O O R E POEMAS DE LA OSAMENTA SANTIAGO 1931 CHILE

ASTOLFO TAPIA M O O R E POEMAS DE LA OSAMENTA IMPRENTA SANTIAGO N A S C I M E N T O 1931 CHILE PROLOGO El esqueleto más feo que había, tomó ...
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ASTOLFO

TAPIA

M O O R E

POEMAS DE LA

OSAMENTA

IMPRENTA SANTIAGO

N A S C I M E N T O 1931

CHILE

PROLOGO

El esqueleto más feo que había, tomó la canilla más flaca, y con ella escribió estos versos en la tierra mugrienta. Era un montón de huesos, apolillado; el más pobre diablo de todos y que se pasaba el día, refunfuñando y burlándose de medio mundo. Una vez, cuando terminó su poema, me lo mostró entero y no dejó que lo tocara. Después, todos los esqueletos venían a leerlo, y él lo miraba como a una siembra de papas o a una crianza de chanchos de su propiedad. Y en las noches se quedaba con las cuencas abiertas, con la sonrisa de irónico en su calavera de gran sátiro, mientras repetía de memoria el fruto de su concavidad:

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«Ya viene a buscarme, ¡qué negro el cortejo-' seis hombres de cuervos me esperan.—Mi madre no quiere soltarme.

«Seis tablas me encierran, ¡qué obscuro el pasaje! Estoy escondido del mundo y los diablos, ya nadie me encuentra, no quiero escaparme.

«Las velas chirrean, y me hacen jardín: las flores me besan con suaves olores, pegadas al techo y firmes paredes, del nítido espejo de mi camarín.

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«Y a un hombre que pasa, por frente a mi casa, pidiendo comer y aullando con pena: —¿Hay que componer? —No grites más, viejo, le digo muy quedo, que aquí ya soldado, el zinc de mi caja, lo está desde ayer.

—«No llores más, madre, no tienes por qué; las tablas no se abren con tu corazón. Mi blanca mortaja me cuida muy bien. Mi cálido llanto, ya ha hecho blanditas, las duras murallas, al ver tu dolor, y así, acostadito, es siempre mejor.

«Y en casa moderna de cal y ladrillo, de piezas chiquitas,

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con su arquitectura de estilo simplón, los hombres de cuervos metieron mi cama, menor mobiliario y humana armazón, en la compostura de un largo cajón».

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«Y nada turba el silencio, de! soberbio rascacielo, que nos guarda en el infierno. Sólo se escucha en el suelo, el tránsito poco intenso, del carro sepulturero.

«Cuando ya se quiebra el día, yo me acuesto en un tormento, porque la loca porfía, de un importuno lamento, no deja pegar mis ojos. Según me informo más tarde, son los humanos enojos de un avaro que hace alarde, viendo comer sus despojos.

«Sólo un horrible cobarde, es mi todo, de repente: en llanto y en alarido, se transforma el vecindario,

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y en su macabro sudario, tiemblan en su crujido, los huesos del más valiente. Es la voz de la conciencia, que llama al arrepentido. Todos dan, en penitencia, por cada falta, un quejido. Por eso en toda la noche, nadie se c/ueda en silencio»

III

«Muy bajo, muy bajo, llaman en la puerta de mi habitación. No, es el badajo de la vida muerta, de una mi ilusión.

«No hay nadie que llame, a mi reja fría. Las cuentas pagadas, las dejé en la vida. Ya ten¡?o la clave, de la duda mía: es la charla amena, de una casa amiga.

«Un cadáver viejo, cara de terrón, al nuevo vecino, le habla en su cajón:

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—Cuando yo vivía, bajo el padre Sol, sólo la alegría, era mi blasón. Llave poderosa fué el leal dinero, que una vida hermosa dió a su pasajero. Del amor, hastiado, y comodidad, llegué recostado, hasta esta ciudad. Y una tumba airosa, bella construcción, guarda muy celosa, mi alta condición, —De su gran riqueza, ya, mi caro amigo, y de sus proezas, soy un buen testigo; responde el vecino, al cadáver viejo, cara de terrón. Y oiga, Ud., Manuel, soy Carlos Espejo, su hermano menor. Como mi familia, al morir ayer, para sepultarme, tuvo que empeñar,

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no pudo, perpetuo, para mí escoger. Y aquí, calladito, y en un temporal, me metió en el nicho, al lado de Ud., como dijo el padre: «junto al de Manuel».

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IV

«Con el ajenjo de su ronca voz, se queja todo el día del mal olor, que le mata, poco a poco, la salud. Es un buen viejo, de más de un millón, a quien los sobrinos, en su gran dolor, días antes que muriera, ya el ataúd, habían comprado, para que a un ratón, le ocurriera usarlo, antes que el patrón».

«¿Por qué ha de seguir el sufrimiento? clama, compungida, una señora, a su arribo triunfal en el infierno, y da compasión: —¡Ay, Señor, continúa el tormento! no ha de terminar jamás mi hora, siendo para mí, compró mi yerno, más corto el cajón».

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«En la noche más negra sueño con la luz: Es mi bella, que quedó en la tierra, con mi juventud.

«Es la voz de la misma poesía, que me canta en las llagas de mi alma.

«Es la cuerda que sólo la alegría, le tocó amistosa al muchacho en flor.

«Y la dejo con su verso y armonía, para que la juzguen, como a un simple autor».

V

«Nostalgia infinita. El río de mi cuenca mojaría mis huesos con sal de mis penas, si otra vez, amargo, lo fuera a hacer correr

«Aquel día de vida, porque volví a llorar, pensando en un recuerdo, volviendo a desear, la carne me quemaba, en su obsesión de amar.

«Reproduzco el cuadro, de mi primera ojeada para atrás de la puerta, que se quedó entornada : Vivo con el sufrir, sufro con el dolor,

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nadie me puede mentir, ni hablarme, ya más, de amor. Sólo un tranquilo cadáver, abrazaría mi bella, lo mismo que una botella, que ya no tiene licor.

«Ya no soy de la tierra, ni amigo del más amigo. Ya no veré la guerra, por la justicia del siglo. Mujeres y cabarets, las farras de la alegría, todo, obligado dejé, tras la cortina mía.

«Ni víctima de la suerte, ni juego de la fortuna; hasta la misma muerte se escapa de mi figura. Y sufro terriblemente, en mis tremendas torturas, de haber llorado, demente, las dichas, las hermosuras, y la ausencia de la vida».

VI

«Hoy ya somos compinches, todos en nuestro barrio: ya, esta mañana, un muchacho pidió dinero prestado. Nuestros cueros carcomidos, días después de llegar al amable vecindario, son pruebas de su amistad. Ya los huesos dejaremos, en herencia a su calor.

«Hoy estamos de farra, en nuestro grupo mejor. Salimos desde temprano, a beber en la alegría. ¡Cómo gritan los muchachos, en su embriaguez de amor! Todos estamos borrachos, con infernal licor.

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«Hasta los esqueletos, en sus huesos se levantan, y en su armazón se sostienen, para seguir nuestra danza.

«¡Ah, mágico cabaret de ensoñaciones y orgía! Las mujeres se apresuran a buscar nuestra mirada, antes que el tiempo, alevoso, les coma toda la carne, y en su loca fantasía, se avalanzan a la llama que las seca, día a día,

«Yacen montones de huesos, que fueron lo que no son; esperan una caricia, y ya, hoy, nadie los mira. ¿Por qué, borrachos y hastiados, los hombres de la alegría, estamos sin corazón?

*Un pobre viejo se queja, en su verdura mayor: una mujer le desprecia,

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porque no pudo encontrar en su faz, ya calavera, dos labios en qué besar.

«Y sigue la fiesta del vividor. No para la orquesta en su furor.

«Nadie se apresta, para dejar la sala. Solo se va apresurado, a buscar un escondite, un muchacho reidor. Es que recién se ha enterado, por un nuevo en el convite, que el sastre de allá en la tierra, está rindiendo su alma, en el lecho del dolor.

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«Hoy recuerdo con tristeza una noche de la tierra.

«Aquel momento que fué, no volveré otra vez.

«Ya soy casi un esqueleto, y todavía lo veo.

«Fué un momento de cariño, saturado del amigo: Estaba en un cabaret, y, sin embargo, pensaba. Dos compañeros al frente, me dictaron un papel, y creo que ni un poeta, mentiría encima de él.

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«Y vaya lo que escribí, cuando reía un violín: —Y aquí en la noche de la farra, en la bulla del cabaret, mis amigos me dan el alma, con sus carcajadas del humo... y amé...

«Y el violín siguió burlón, cuando nació mi canción: —Compañeros de mi farra, bebamos el alquitrán del alma de una malvada, y amarán... que en la copa del perdón, se emborracha el corazón».

VIII

«Los chiquillos quisieran apilarse en el corro espectador de un conventillo; mas, las puertas del largo pasadizo, habrían para siempre de entornarse. Las mujeres pudieran escaparse de sus cuartos de cal y de ladrillo, ya estarían en sádico corrillo, de montones de huesos de comadres.

«Hay motivo que llame a la ventana, para ver lo que ocurre en la calleja; numeroso vecindario que se queja, con amargo dolor, esta mañana; son los ayes y grandes sufrimientos de cadáver y algunos esqueletos, privados del derecho de respeto, y amoblado de crueles lanzamientos.

«Son muchos pobres diablos ya morosos, cuyo nicho temporal está vencido, y aún a renovarlo no han venido; muchos creen que son unos tramposos.

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De su viejo y terráqueo ataúd, que los deja por causa de un arriendo, los vecinos morosos van cayendo en el coche que los lleva a «la común».

«¡Ingratos son los deudos que dejaron acarrearles tan grande sufrimiento! No supieron expresar su sentimiento, por los suyos que fueron y pasaron. Es por eso que a nadie en su dolor, vi, de negro, llorar ante sus lozas, y en sus penas de hermano, o de esposa, les dejara siquiera alguna flor».

IX

«Joviales estudiantes, jugamos a la vida, y así nos disfrazamos de flores de alegría. Formamos de la noche, un claro y largo día, y hacemos de la clase, cimarra colectiva.

«Salimos a la calle, con cálida pareja, y en nuestros ratos de ocio, hacemos las tareas. En nuestros carnavales, llevamos corazón, lanzando serpentinas de rollos de ilusión.

«Con nuestros poetastros volamos a la luna, y siempre en nuestras clases estamos con sus musas.

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Feliz la muchachada, que juega así a la vida, vestida con su harapo de la mortaja, encima.

«En esto el esqueleto, con faz ya calavera, admite diferencia al frente de la tierra: No tiene este estudiante tan hueca la cabeza, para pedir reforma, o hacer alguna huelga.

«Seguimos siempre alegres, en nuestro carnaval, y sólo estamos tristes, la máscara, al colgar. Queríamos soñar en nuestra gran ficción. Rompió la realidad, entera la ilusión. ¿Qué haremos, estudiantes de eterna vacación?»

X

«Ya, casi puro hueso, os huelo con pasión. Con vuestro fresco beso renace el corazón.

«Flores del cementerio, aroma de la prisión; vidas del cautiverio, de los que ya no son.

«Coquetas enredaderas, que subís hasta el balcón de las flores pasajeras, que bebieron la ilusión.

«Todas, no hagáis aparato, para llamar la atención, que desde aquí, a cada rato, os damos el corazón.

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«¡Y que miráis orgullosas, con muestras de afectación! ¿No conocéis, hermosas, vuestra real situación?

«Son Uds. nuestra vida, cuando en esta condición, vuestra mejor comida, nuestros despojos son.»

XI

«Y ya llegó mi turno, de irme de la pieza, pues nadie me la paga: se vive aquí «a la inglesa».

«Me toman de las piernas, con lánguida pereza, y de mi triste facha, se suelta la cabeza.

«Me lanzan con descuido, en el furgón huesero, y cae mi corbata, y el ala del sombrero.

«Entonces los agentes los echan al cajón, para embargarlo todo, en su obra de ambición.

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«Y viajo por los aires, ya libre de ataúd: es que me dan más tierra, al darme «la común».

XII

«Es mi choque macabro de caída, un abrazo apretado a las canillas, calaveras, talones y costillas, de una nueva y amistosa palomilla.

«Cada día nos abraza un par de impertinentes, que aumentan la manía, de mil huesos crujiendo eternamente.

«En la noche, yo me aburro ya aquí, solemnemente, pues no oigo más que el boche de mil diablos que gimen tristemente.

«En un rincón, una vieja recita su rosario con las cuentas de un largo costillar, y un viejo hipocritón,

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le hace coro que no ha de terminar, para dar a un burlón y gran ateo, motivo para hablar.

«A veces llega un tonto atolondrado, que nos cuenta sucesos de la tierra, y nos dice que arriba andan los hombres, oliendo tras los rastros de un entierro que cambia de lugar a cada rato, y en su viaje fugaz los ha observado, corriendo tras la luz de un fuego fatuo».

XIII

«En mi vueio fugaz hacia ia idea, es mi carro, el mismo en que viajó el poeta Elias.

«A las puertas de un jardín de cuento de hada, me detengo, para hablar a la prenda más amada:

«Es un viejo gran artista que en su trono me saluda, y me invita a subir, con dulce tono.

«Cuando llego a las plantas de la vida que me da en su obra inmortal de gran artista, le grito con pasión y eterna dicha: dame luz de tu sol que en la sombra misma brilla.

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«Y no me cierres tu libro, que estoy leyendo en tu alma,

«porque tus ojos me miran, en las frases de la página.

«Quiero seguir escuchando, tus palabras de alma hermana.

«Viene a mi dulce tristeza, tu elixir mejor, que sana,

«por los chorros de la idea que en las letras se embalsama.

«Y no me cierres tu libro, que estoy leyendo en tu alma».

EPILOGO

Y una mañana me dijo el esqueleto pobre diablo que, cuando lo echaron a la osamenta por no haberse renovado el arriendo de su nicho temporal, había pensado escribir estos versos.

Santiago, Diciembre 9 al 17 de 1930