PROBLEMAS DEL SIGNIFICADO Normalmente consideramos que el significado de una palabra es esa cosa del mundo a la cual nombra. Por ejemplo, «gato» nombra a aquellos animales peludos y cálidos que maúllan y ronronean y que dormitan sobre cualquier mueble. Por tanto, esa cosa es la referencia de la palabra «gato». Sin embargo, desde las clasificaciones del lingüista Ferdinand de Saussure, solemos distinguir entre significado, significante y referente. El referente es la cosa del mundo que la palabra nombra, el significante es la cadena de sonidos («ga»/«to») o la inscripción («gato») que el hablante sea capaz de pronunciar o garabatear, y el significado corresponde a la representación mental que hablante tiene en el momento de utilizar el término. Ahora bien, el problema reside en hasta qué punto podemos fiarnos de nuestras representaciones de los objetos de mundo. Aunque parezca que el hombre primero tiene pensamiento (capacidad de representar) y luego le adviene el lenguaje (capacidad de expresar la representación), en realidad, bien puede afirmarse algo diferente: que es el lenguaje el que da al hombre la capacidad de representar, o sea, de pensar, y que, por tanto, «primero es el lenguaje y después el hombre». El problema del significado es, pues, el problema de la realidad y de la conexión entre las palabras y las cosas o entre el lenguaje y el mundo. Los filósofos, ya desde los tiempos griegos, han andado a la gresca con este tipo de asuntos. Y, muy en general, pueden distinguirse dos posturas al respecto: naturalismo y convencionalismo. El naturalismo afirma la conexión íntima y necesaria entre lenguaje y realidad. El lenguaje opera por mímesis de la realidad, de la que ofrece un reflejo fiel. El convencionalismo niega esa conexión directa. Los nombres nombran en virtud de la convención social. No hay lengua "verdadera". Es una postura filosófica crítica y negativa. Niega pues la capacidad del lenguaje de ofrecer un reflejo fiel de la realidad. Relativismo o universalismo El término relativismo lingüístico alude a la relación entre lengua y pensamiento y al modo en que se influyen o condicionan entre sí. El antropólogo y lingüista Edward Sapir (1884-1939) y su discípulo Benjamín Lee Whorf (1897-1941), que se dedicaron al estudio de las diferencias entre las diversas lenguas, constataron que las distinciones conceptuales que se codifican en las lenguas no son universales. Un ejemplo paradigmático para estos autores lo ofrece la nomenclatura de los colores: ninguna constante preside la división del espectro en las diversas lenguas. Whorf ilustra sus afirmaciones tomando ejemplos de diversas lenguas, en especial la lengua Amerindia de los hopi, que cuenta con una sola palabra para denominar todo aquello que vuela excepto pájaros, desde insectos hasta aviones; o la lengua hablada por los esquimales, que dispone de una gran variedad de palabras para denominar diversos tipos de nieve. Estos autores formularon diversas hipótesis que, en sus versiones más duras (determinismo lingüístico), establecen que la lengua determina el modo de pensamiento. Es decir, percibimos la realidad y la organizamos en conceptos y otorgamos a éstos significados según un acuerdo implícito de nuestra comunidad de lengua que lo ha codificado de ese modo. Como hablantes suscribimos el modo de organización y clasificación que nuestra propia lengua decreta. La lengua, según estas premisas, canaliza la experiencia. Nuestro pensamiento está determinado por las categorías que nos proporciona la lengua que hablamos y ello condiciona una organización imaginaria de lo real. Cada lengua —según estas hipótesis— entraña una determinada visión intraducible del mundo. En definitiva, la lengua moldea las ideas, el programa y la guía para la actividad mental del individuo. *

1

Durante los años cincuenta y sesenta del siglo XX, Noam Chomsky desarrolló el concepto de que cada oración tiene dos niveles distintos de representación: una Estructura Profunda y una Estructura Superficial. La estructura superficial de las oraciones es la que se corresponde con la diversidad sintáctica y léxica de las diferentes lenguas. Esta estructura, sin embargo, está conectada a otra —profunda— que, si bien no es idéntica, sí que muestra importantes similitudes en todas las lenguas humanas. Es, hasta cierto punto, «universal». Esta estructura profunda, también llamada «gramática generativa» modela el conocimiento que subyace en la capacidad humana de hablar y entender. Una de las principales ideas chomskianas es que la mayor parte de dicho conocimiento es innato y que todas las lenguas están compuestas a partir de una serie de principios, los que tan solo varían en ciertos parámetros (y por supuesto, el vocabulario). Por lo tanto, un niño en la fase de adquisición del lenguaje solamente necesita deducir los valores de determinados parámetros para la(s) lengua(s) que esté aprendiendo. Chomsky llega incluso a afirmar que los bebés no necesitan aprender construcciones que sean específicas de cada lengua. Y el motivo de esta afirmación es que todas los idiomas parecen seguir el mismo patrón de reglas, lo que se conoce como Gramática Universal. La dificultad de los argumentos de la lingüística chomskiana tanto como la complejidad de los modelos formales-matemáticos que construye exceden con mucho nuestra intención de presentar tan sólo una introducción. Interesa sobre todo mencionar la evidencia empírica con la que algunos autores han querido apuntalar la idea de una gramática generativa universal. Steven Pinker hable de la «inyección de gramática» que los hijos nacidos de hablantes de lenguas pidgin en las grandes plantaciones de caña de azúcar de Hawaii y Filipinas. Así como de la corrección espontánea por parte de los niños de las anomalías gramaticales del lenguaje de signos que se diseñó en Nicaragua. DOS PERSPECTIVAS FILOSÓFICAS Ludwig Wittgenstein En el pensamiento filosófico de Wittgenstein se distinguen claramente dos etapas: la que corresponde a la redacción de Tractatus Logico-philosophicus y la que se inicia a partir de 1929 y culmina con la redacción de su obra más importante, Investigaciones filosóficas (ninguna de las obras de este segundo período se publicó en vida de Wittgenstein); ambas tienen su correspondiente influencia posterior, sobre el Circulo de Viena la primera y sobre la filosofía analítica la segunda. Su primera obra, Tractatus Logicus-Philosophicus, tuvo unas repercusiones inmensas. Aunque la mayor parte del Tractatus habla de lógica y lenguaje (de la proposición), los párrafos iniciales tratan del mundo y de la visión metafísica del mundo, en términos de lo que Russell llama atomismo lógico. Mundo —totalidad de los hechos— y lenguaje —totalidad de las proposiciones— comparten una misma estructura lógica común y Wittgenstein relaciona realidad, lógica y lenguaje mediante tres conceptos fundamentales: hecho atómico, figura lógica y proposición.

2

El constituyente último del mundo son los objetos, o cosas, las entidades que percibimos con los sentidos; los objetos son simples y forman parte de los hechos atómicos. El hecho atómico (en alemán, Sachverhalt; en inglés, atomic fact) es la combinación o relación de objetos o cosas; éstos son la sustancia de que está hecho el mundo, su constituyente básico. Pero lo que puede conocerse de las cosas del mundo es sólo «lo que acaece», esto es, las combinaciones o relaciones de cosas y objetos: los hechos atómicos, o hechos simples y los hechos compuestos de simples, o simplemente hechos, cuyo conjunto constituye la realidad. Paralelamente, el lenguaje opone, a las cosas del mundo, nombres; a los hechos atómicos, proposiciones simples y a los hechos complejos, proposiciones compuestas. El lenguaje tiene la propiedad de representar, como en un espejo, la realidad del mundo; el lenguaje es imagen del mundo porque tiene capacidad pictórica, o capacidad de representación o configuración; cuando por medio de proposiciones describe hechos, sus elementos «reproducen» y «representan» la misma relación que establecen los objetos en los hechos atómicos. Lo que hace posible este isomorfismo entre lenguaje y realidad es la participación en una misma figura lógica, o estructura común. Sólo las proposiciones, y no los nombres, son significativas y muestran la forma lógica de la realidad; por ser «como flechas orientadas a las cosas» las proposiciones tienen sentido, aun en el caso de que sean falsas, porque siempre describen lo que acaece en el mundo. Y sólo describiendo lo que acaece puede una proposición tener sentido. Las que no describen hechos, carecen de sentido (aunque puedan ser verdaderas). Éstas son de dos clases: la primera clase comprende las tautologías, o enunciados necesariamente verdaderos, que nada dicen respecto del mundo (o sus negaciones, las contradicciones); la segunda clase comprende aquellas proposiciones que no comparten la figura lógica con la realidad que pretenden representar. Y esto último sucede de dos maneras: porque se da «a un signo un sentido falso», una mala orientación, construyendo enunciados que contienen signos carente de significado, como sucede con las proposiciones mal construidas o con las de carácter metafísico, o, simplemente, porque apuntan a objetos que quedan fuera del mundo, trascienden el mundo, queriendo expresar lo inexpresable, como pasa con las proposiciones sobre ética, y aquellas que quieren esclarecer el sentido del mundo. En resumen, sólo las proposiciones de las ciencias empíricas tienen sentido; la lógica consta únicamente de tautologías, y toda proposición sobre ética o metafísica es carente de sentido.

3

El análisis filosófico ayuda a esclarecer el sentido de las proposiciones del lenguaje ordinario; las del lenguaje filosófico, en cambio, las declara carentes de sentido; aun las del propio Tractatus, una vez comprendidas y aplicadas, deben desecharse como carentes de sentido. Hermenéutica Martin Heidegger es un filósofo imprescindible del siglo XX. La radicalidad de sus planteamientos y la inmoderada ambición de su pensamiento revolucionaron en su día los círculos culturales de Europa. Sus propuestas más extremas tienen por objeto la naturaleza del lenguaje y de nuestra relación con él. Una de las perspectivas de su reflexión parte de Hölderlin (el maravilloso poeta romántico alemán) del que toma la idea de que «el lenguaje es la casa del ser»: «[el lenguaje] es la condición irrevocable de todo lo humano. Los hombres dice Hölderlin, somos un diálogo, y el lenguaje es nuestra morada. Pero lo es en la condición de que escuchemos lo que el lenguaje nos dice». Y más adelante: «El lenguaje es un don destinado a determinar todo lo humano: la conducta y el trabajo, el conocimiento y la existencia social, la orientación del pensamiento» La capacidad del hombre de experimentarse a sí mismo y al mundo, y la posibilidad misma de la conciencia, están sustentadas en el uso del lenguaje. Sin lenguaje no hay pensamiento. Nosotros los humanos nacemos y nos desarrollamos en comunidades que se asientan y se cohesionan en la posesión de un lenguaje común. Aunque decir «posesión» no es exacto: en tanto que el lenguaje es previo a la formación de la conciencia del hombre, no es el hombre el que «dispone» del lenguaje, sino el lenguaje el que «dispone» del hombre. Esto es lo que la expresión «el lenguaje habla» («Die Sprache spricht») afirma: el lenguaje tiene una sustancialidad propia que se sirve de nosotros sin que nosotros podamos nunca servirnos completamente de él. Solamente los poetas acceden a la experiencia originaria del lenguaje. Pero no cualquier poeta, solamente aquellos que son capaces de adentrarse en los límites de la experiencia común del sentido. * La filosofía de Heidegger es, además de interesante, extremadamente difícil y a menudo oscura. Su influencia contribuyó al llamado conflicto entre filósofos analíticos y continentales. Filósofos que creen que la mayor parte de problemas filosóficos surgen de un uso inadecuado del lenguaje y que, por tanto, se resolverán en un análisis cuidadoso de los términos y recursos lingüísticos de la tradición. Éstos asumen que el modelo ideal al que debe aproximarse la filosofía, si es que ha de seguir existiendo, es el de las ciencias. El campeón de los analíticos es, sin lugar a dudas, Wittgenstein. Los continentales, en cambio, siguiendo la estela de Nietzsche y Heidegger, tienden a cuestionar el monopolio de la verdad que se arroga el discurso metódico de la ciencia. Es por eso que uno de los más influyentes discípulos de Heidegger, Hans Georg Gadamer, tituló su obra más importante Verdad y método (1960). Gadamer tiene, entre otros, el mérito de haber domesticado la filosofía heideggeriana, haciéndola útil para la discusión de aspectos relacionados con la metodología de las ciencias sociales, la historia, la experiencia del arte, etc. Esta propuesta recibe el nombre genérico de «hermenéutica». Su afirmación fundamental consiste en que el hombre, antes de la explicación científica, antes del análisis, está ya en contacto con la verdad a través de la comprensión. Antes de explicárselo (científicamente), el hombre comprende el mundo. Además, la comprensión es posible porque se dan unas estructuras previas de pre-comprensión. Es decir, en todo proceso de comprensión se parte de presupuestos o prejuicios —en el sentido etimológico de juicios previos—, que son los que hacen posible todo juicio y constituyen una memoria cultural insoslayable que abarca teorías, mitos, tradiciones, etc.

4

El sujeto de la comprensión no parte, pues, de cero ni se enfrenta al proceso de comprensión a partir de una tabula rasa, sino que tiene detrás suyo toda la historia. Esto debe ser asumido y esta tradición debe jugar un papel activo ayudando a adoptar una actitud de apertura total hacia lo que se interpreta, ya que solamente a partir de la tradición pueden abrirse caminos nuevos. De esta manera, Gadamer denuncia el prejuicio contra el prejuicio. Los prejuicios o presupuestos son constitutivos de la realidad histórica del ser humano, son condiciones a priori de la comprensión, y la pretensión cientificista de eliminar todo prejuicio es, a su vez, un prejuicio, pero en el sentido de un falso prejuicio. Este afán por desembarazarse de todo prejuicio (que ya se halla en Descartes, que quería evitar toda precipitación y prevención, y que se desarrolla durante la Ilustración) pretendía una comprensión libre de presupuestos. Pero tal pretensión no es posible, puesto que significaría salir de la historia y del lenguaje que constituyen a la conciencia. La conciencia del interprete, de hecho, es producto de un círculo hermenéutico constituido por la historia de las interpretaciones previas que se presentan como un horizonte (que actúa inadvertidamente) de prejuicios. El medio de toda comprensión es el lenguaje, y toda comprensión es necesariamente un proceso lingüístico. El lenguaje no es un mero instrumento del pensamiento, sino que es constitutivo del mundo del hombre y dimensión fundamental de su experiencia. Lenguaje, comprensión y experiencia del mundo mantienen una estrecha relación, y es en el lenguaje donde se revela la significación del mundo. De esta manera, Gadamer puede decir que el lenguaje es el que permite que los hombres tengan mundo, o que la existencia del mundo humano está constituida de forma lingüística. De ahí, en la línea de las investigaciones iniciadas por Heidegger, Gadamer concluye la identificación de ser y lenguaje, dando lugar a su giro ontológico de la hermenéutica: «el ser que puede llegar a ser comprendido es lenguaje».

5