Petare Juan Carlos Rey

EDICIÓN IMPRESA

Henrique Capriles Radonski Gobernador del estado Miranda Adriana D’ Elía Secretaria General de Gobierno

Miriam Hermoso de Rivas Presidenta Libertad Scott Directora Editorial Juan Carlos Rey Textos Osmariz Carolina Pérez Transcripción de textos María Bolinches Corrección de textos

EDICIÓN DIGITAL

Henrique Capriles Radonski Gobernador del estado Miranda Juan Fernandez Morales Secretario General de Gobierno

Miriam Hermoso de Rivas Presidenta Fabricio Briceño Graterol Director Editorial Gaetano Iannuzzi Diseño gráfico

2016 Petare Colección: IDENTIDAD #9 Serie: Cuadernos de Historia Regional # 6

ISBN: 978-980-7316-22-4

Gaetano Iannuzzi Diseño gráfico

DEPÓSITO LEGAL: MI2016000486

2011 Petare Segunda edición

2016 Fundación Fondo Editorial “Simón Rodríguez” Av. Bolívar al lado del Boulevar Lamas, Casa de la Cultura “Cecilio Acosta”, piso 1. Los Teques. Edo. Miranda

ISBN: 978-980-7316-22-4 Depósito Legal: If42320119002810 Impresión: Editorial Ignaka, C.A. Tiraje: 500 ejemplares 2011 Fundación Fondo Editorial “Simón Rodríguez” Calle Ribas con Roscio, Torre Chocolate, piso 4, oficina 4 A. Los Teques. Edo. Miranda E-mail [email protected] +58 (0212) 364.14.19 Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción parcial o total por cualquier otro medio sin permiso del editor.

E-mail [email protected] +58 (0212) 364.14.19 Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción parcial o total por cualquier otro medio sin permiso del editor.

Petare Juan Carlos Rey

9 Cuadernos de Historia Regional 6

Contenido

(Desplázate por el libro con un click)

Pág. Presentación

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¡Petare! Tierra de lucha, tierra de indio de estirpe bravía Trabaja indio, trabaja

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Y nació el Buen Jesús de Petare

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Un pueblo que crece De cómo se repartió el valle de Petare

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Petare y la Independencia

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Las tierras en Petare: historia de un despojo

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El caudillismo, Petare y el mito de las elecciones

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Siglo XX, ¿progreso, modernidad?

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Bibliografía

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Presentación La colección Cuadernos de Historia Regional fue concebida por la Dirección de Cultura de la Gobernación del estado Miranda (1996), en el marco del programa Historia de Nuestra Identidad Regional, creado a través del Decreto sobre el Estudio de la Historia e Identidades Regionales, del Gobernador del estado Miranda (15/02/1990). En dicho decreto se considera que la historia y las manifestaciones culturales tradicionales son las que identifican al estado Miranda en el contexto cultural nacional; que debemos enriquecernos de ellas, pues forman parte del acervo legado a esta generación por nuestros antepasados: que la práctica de estas manifestaciones crea arraigo y pertenencia sobre nuestro ámbito, concientizándonos en la defensa del mismo; que la integridad de estas se encuentra amenazada por la transgresión constante y el desfase cultural en el que vivimos. La Gobernación del estado Miranda, convencida de que la difusión de la Historia de las regiones mirandinas favorece la valoración y el rescate de los elementos socioculturales que identifican y conforman la región, así como la ubicación de la presencia regional en el pasado, en el presente y dentro del contexto nacional y la construcción de un bosquejo de identidad regional con los elementos significativos que la delimitan (economía, política, sociedad y cultura), decide publicar, a través de la Fundación Fondo Editorial “Simón Rodríguez” y el Instituto Autónomo de Bibliotecas e Información de Miranda, la segunda edición de la colección Cuadernos de Historia Regional. Es así como Fundación Fondo Editorial “Simón Rodríguez”, en su interés por difundir las creaciones referidas a la tradición mirandina, integra la antigua colección Cuadernos de Historia Regional a la colección Identidad.

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En el libro Petare, el autor presenta su visión de la historia de la conquista, de la ocupación colonial española, del proceso de Independencia del año 1810 y de los inicios de la modernidad en Petare, hoy municipio Sucre del estado Miranda. Así nos enteramos de la lucha desigual que mantuvieron sus primeros pobladores, los indios mariches, con el despiadado conquistador español, quien cruelmente los despojó de sus tierras, los explotó y exterminó. La editora

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¡Petare! Tierra de lucha, tierra de indio de estirpe bravía Casi con igual intensidad, en un lugar más que en otro, la lucha de nuestros antepasados indígenas por la defensa de su tierra fue constante en toda Venezuela. El valle de Caracas fue, en ese sentido, uno de los escenarios de enfrentamientos más cruentos que registra nuestra historia. La horda invasora no se conformó con abatir a los aguerridos defensores, que desde tiempo inmemorial habían ocupado grandes extensiones de tierra en la larga costa y en el centro de Venezuela. Puntos de avanzada fueron quedando como marcas de las victorias de las armas españolas: Cumaná, Coro, El Tocuyo, Barquisimeto, Borburata y Valencia son testimonio de ese avance, que a su paso iba dejando un enorme saldo de sangre derramada. Pero la ambición desmedida de conquista tenía su objetivo precioso: el valle de Caracas. Se le entró por la costa, desde el litoral central, y también se le buscó por el centro y en camino largo desde El Tocuyo, se acometió la empresa de pacificación de la tierra de los toromaynas, meregotos, mariches, paracotos, teques y quiriquires. En sucesivas jornadas se intentó el sometimiento definitivo, pero la tenaz resistencia de los indígenas se oponía con terquedad al deseo del conquistador. En esto, la estirpe mariche representó el reducto más fuerte que enfrentaron los españoles del recién nacido poblado caraqueño. En un primer momento, aún antes de la fundación de Santiago de León de Caracas (1567), los soldados al mando de Francisco Fajardo, Juan Rodríguez Suárez y Pedro de Miranda, en ocasiones distintas pero con las mismas intenciones, buscaron imponer la fuerza de sus armas para acallar la rebeldía del natural. Para 1560, el señuelo del oro había despertado la codicia y la envidia entre los españoles. Ello fue motivo para la destitución de Francisco Fajardo de la empresa conquistadora, siendo nombrado en su lugar Pedro de Miranda. Sabía que hacia el este existía una indiada fuerte, atrincherada en montes y quebradas, que hacía difícil el total sometimiento: eran los mariches. Veinticinco hombres, al mando de Luis de Seijas, fueron enviados por Pedro de Miranda a tierras de los mariches. El contacto se dio, y un grupo de flecheros

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con el cacique Sunaguto al frente cercaron la avanzada española. Estuvieron peleando todo el día, solo el abrigo de la noche permitió el cese momentáneo de las hostilidades. De mañana, se reanudaron los disparos de flechas y balas, pero los españoles que disponían de un pequeño cañón sacaron la mejor parte. Vencidos Sunaguto y los suyos, huyeron en desbandada por los montes: entre los muertos se contó al valiente cacique Sunaguto. La ira del natural no se aplacó. Para los españoles era de vital importancia el dominio de las tierras ocupadas por las parcialidades indígenas, pues eran de lo más apetecibles por sus características: tierras llanas y vegas altas, con abundante agua para regadío. Este sería el premio que recibiría posteriormente el conquistador y sus descendientes, a más de los brazos indios otorgados en encomienda. Por el horizonte avizoraba la silueta de Diego de Losada. ¡Malas noticias! Comenzaba el año 1567 y una larga caravana salida de El Tocuyo se apresta a la conquista de lo que no habían logrado ni Francisco Fajardo, ni Juan Rodríguez Suárez, ni Pedro de Miranda. Eran 136 españoles, 500 indios de servicio, 200 bestias de carga y suficiente ganado para el mantenimiento de la gente. Demás está decir que, aunque venían en son de paz según ellos, las armas brillaban al sol en aquel cortejo. En no pocas ocasiones hubo de enfrentar Losada las arremetidas de los indios, de las cuales salió airoso. A mediados de 1567 ya se encontraba Losada donde se fundaría Santiago de León de Caracas; empero las constantes amenazas indígenas presumían la permanencia de un clima de guerra. Más que todo por parte de los mariches, quienes persistían en su rebeldía y mantenían en continuo acoso a los españoles. La ruta de conquista por el este caraqueño marcó hito con la desbandada el cacique Chacao y su gente. Mas luego, el propio Diego de Losada, con ochenta hombres, dispuso la incursión en tierra de los mariches, donde era fuerte el cacique Tamanaco. Dicen las crónicas que en esta jornada el capitán español se topó con una ranchería abandonada de indios mariches. Se hallaba el sitio cercano a una quebrada, y la única persona que allí encontraron fue una vieja india tullida, lo que dio motivo a los españoles para designar a ese lugar con el nombre de quebrada de La Vieja, la cual sitúa el cronista Lorenzo Vargas Mendoza como quebrada Galindo, en las inmediaciones del actual Petare.

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Diversas escaramuzas organizadas tanto por españoles como por mariches constituyeron los enfrentamientos entre ambos bandos. Sabían los españoles que sin la derrota de los indios vivirían en eterna zozobra. A su vez, pensaban estos que la única forma de conservar su tierra y su libertad era peleando. No había otra salida. Los españoles se valieron de todo para lograr el sometimiento indígena, al punto de que la traición de un indio les permitió asestar un duro golpe al pueblo mariche de Taparacay. Aún quedaba por someter el cacique Tamanaco, principal jefe mariche, que era señor de un territorio bastante extenso. Con Garci González de Silva se hace más intensa y descarnada la persecución de los indios. Las luchas son sangrientas, pero la firmeza de Tamanaco al frente de los mariches es muestra de valentía y voluntad ante el español opresor. Empero, ello no fue suficiente, como no fueron suficientes los 300 guerreros mariches que se enfrentaron a los soldados españoles. Tamanaco también cayó, y en un remedo de circo que hicieron los españoles rindió su vida ante las fauces de un feroz perro. Su espíritu de rebeldía lo tomará el indio Pariacare, que en posterior intento defenderá con valentía a su gente, para que al final también derrame su sangre mariche. Fue mucha la mortandad causada por las armas españolas. Cifras de informes de la época señalan que en una década (1560-1570) se perdieron aproximadamente 35.000 vidas indígenas. ¡Caro pagaron la defensa de lo suyo! Pero allí, por desgracia, no acabó todo, pues a los que se quedaron se les sometió al trabajo compulsivo en las encomiendas. Serían estas las bases primigenias, los fundamentos de la hechura de un pueblo. Vendría luego, también, la doctrina, y todo ello se amalgamaría para dar el primer soplo a Petare. Trabaja indio, trabaja… De verdad que para el indio nunca hubo paz. Aún fresca su sangre sobre el verdor de los montes de la parcialidad mariche, los españoles salieron en busca de los sobrevivientes para someterlos al trabajo compulsivo. Aun cuando se pondere la supuesta bondad del régimen de encomienda que aquí se estableció, dado que desde el punto de vista legal ello serviría para la protección del indio, la realidad era que el sufrimiento de este se multiplicó, al ¡Petare! Tierra de lucha, tierra de indio de estirpe bravía

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verse sometido a un estilo de vida y de trabajo totalmente opuesto al que habían tenido secularmente. Para el español esto importaba poco, menos aún si era su interés el sacar el mayor provecho de la fuerza de trabajo india que ahora era reagrupada. En más de una oportunidad se denunciaron los abusos que padecían los encomendados y se dieron conflictos entre quienes supuestamente debían proteger y amparar al indio, y la Iglesia. Esto habla a las claras demostrando que este tipo de relación resultaba odiosa, de allí que su existencia no resistiese el paso del tiempo. En esencia, el propósito de la encomienda era claro: al no conseguirse el apetecido oro, era necesario volcarse a la tierra y trabajarla, ya que ello constituía la única forma posible de subsistencia. Para el trabajo estaba el indio, o mejor dicho, los pocos que dejó la despiadada carnicería que llevaron adelante los mismos que ahora querían cubrir con un manto de piedad la explotación del ser humano. En Petare resulta así. Acá se repartieron los indios en encomienda para labrar las fértiles tierras que conformaban la jurisdicción de este poblado. Era la recompensa que se daba a los capitanes conquistadores: indios y tierras. Pueblos como Petare, Antímano, Maiquetía, Naiguata y Turmero, por ejemplo, se fundan como encomiendas otorgadas a los españoles en esos lugares. Luego se establecería la doctrina y se erigiría la iglesia, con lo cual la característica de pueblo de indios de doctrina quedaba completa. Cristóbal Gil y el capitán Francisco Infante, quienes acompañaron a Diego de Losada cuando inició la conquista del valle de Caracas, fueron de los primeros encomenderos de Petare. Correspondió a Gil la encomienda cercana a la quebrada de La Vieja, pero no hay claridad en cuanto a si el primitivo poblado indígena allí existente constituyó la matriz del futuro Petare. Francisco Infante también recibe indios de Petare y la posesión de estos va a generar líos judiciales. Las fuentes históricas consultadas no ofrecen detalles sobre este punto, pero sí indican que entre Francisco Infante y Alonso Andrea de Ledesma hubo litigio por tierras en Baruta, hecho ocurrido hacia finales del siglo XVI. Otros hombres se irán sumando a los ya mencionados. Las encomiendas, por sucesión, irán pasando de mano en mano. Siempre se hará alarde de los servicios prestados por el interesado y sus antepasados a la Corona española, para recibir en merced un grupo de indios para el trabajo. De este modo, la lista se agranda,

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y aparecen con título de encomienda, entre otros: Diego Ladrón de Guevara, Nofre Varrasquer, Alonso González Urbano, Pedro Alonso Galea de Mendoza y Gabriel de Ibarra. Para los años 1660-1662, el gobernador Pedro de Torres y Toledo, realiza la visita que por ley estaba obligado a efectuar a las encomiendas. De los resultados de ella, en lo que respecta a Petare, extraemos los datos siguientes. Habían 301 indios, de los cuales 112 estaban obligados a pagar tributo, 9 estaban exonerados, 97 eran mujeres, 28 niños y 55 niñas. De estos, 174 indígenas se encontraban a cargo de Diego Ladrón de Guevara, que era uno de los mayores encomenderos de toda Venezuela; 84 bajo control de Pedro Onofre Carrasquer; y 43, de Gabriel de Ibarra. Hechas las averiguaciones pertinentes en estas visitas, se constató que Diego Ladrón de Guevara había faltado a disposiciones reales que no permitían la posesión de dos encomiendas por una sola persona; tenía indios quiriquires y mariches, pero al final el fallo de la autoridad lo favoreció y siguió gozando del trabajo de estos. Para fines del siglo XVII, en el año1690, por auto del gobernador Diego Jiménez de Enciso, siguiendo expresas disposiciones del Rey, se mandó a levantar padrones de todos los indios encomendados en la colonia de Venezuela. Además, se solicitaba información sobre las rentas de las encomiendas y el tratamiento que se le daba a los indios. He aquí el resultado de este padrón en Petare: 396 indígenas encomendados en total, 69 indios útiles, con edades comprendidas entre los 18 y 50 años, que pagaban un tributo de seis pesos anuales por cabeza; 32 jubilados; 186 mujeres y 109 muchachos. Lejos estaban sus correrías por los montes; y ahora solo les quedaba satisfacer con dinero y con trabajo el ansia del conquistador. El mayor encomendero continuaba siendo Diego Ladrón de Guevara, con 127 indígenas bajo su dominio, pero además estaban Domingo Fernández Galindo y Sayas con 53 indios, María Ramírez Galeas con 102, Pedro Juan Carrasquer con 94 y Francisca Aguado de Páramo con 20 indígenas. Son estos indígenas encomendados nuestros ancestros. Entre ellos encontramos, en la encomienda de Diego Ladrón de Guevara, a los siguientes: Nicolás Caricoto, cacique principal, de 60 años de edad, casado con Juana, de 40 años de edad, con un hijo: Francisco, de 30 años, casado con Antonia, con 4 hijos; Sebastián, de 40 años, casado con Marta, con 6 hijos; Nicolás de 20 años, casado con Bernarda, con

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un hijo; Domingo de 22 años, casado con Magdalena, con 2 hijos; y Fernando, de 18 años, casado con Gracia, con un hijo. Las quejas de estos indios no se hicieron esperar. Denunciaron ante el propio Gobernador que les eran quitadas las tierras de sembradíos y recibían daños de los vecinos blancos, pues el ganado de estos destruía sus conucos. Acusados de estos abusos fueron señalados el propio Diego Ladrón de Guevara, así como María Galeas, Juan de Arrechedera, Baltazar del Soto, Antonio Mejías, Juan González, Juan Sánchez y Pedro Hernández. Por lo cual se mandó abrir averiguación, pero el testimonio histórico nada dice sobre su resultado. Los poderosos siempre impiden que las quejas de los oprimidos prosperen.

El Encantado, Petare

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… Y nació el Buen Jesús de Petare Desde que salió Cristóbal Colón de España, y a lo largo de 300 años de dominio ejercido por los españoles en América, la idea del sometimiento de los pueblos aquí existentes adquirió dimensiones y formas distintas. De este modo, la empresa conquistadora colonizadora empleó todos los medios posibles para el logro de su objetivo. En principio no les fue fácil conseguirlo, pero al final la fuerza de las armas decidió a favor del invasor. Liquidada una considerable parte de nuestra población indígena, la restante fue sometida al duro trabajo en las encomiendas, según hemos visto. Por esta vía se constituyeron muchos pueblos en Venezuela, así como se levantaron otros a través de las misiones religiosas, principalmente en el oriente del país. Petare se originó como pueblo de doctrina de indios. Con las encomiendas de Cristóbal Gil y de Francisco Infante se daría el primer paso. Son los pilotes iniciales en la construcción del futuro pueblo, que va a estar constituido por indios de nación mariche, descendientes directos de los que se habían inmolado en la guerra contra los españoles. Gente pobladora que se acrecentará con el paso del tiempo. El petareño se alimentará del mestizaje, donde los indios, españoles y esclavos negros constituirán el fundamento de nuestro gentilicio. El hecho fundamental tuvo un solo motivo, según la aspiración del español. Había en ello una doble intención: reagrupar a los indios en pueblos y doctrinarlos bajo los preceptos del cristianismo o, en otras palabras, sujetarlos al trabajo de la tierra y convertirlos a la fe católica. Pero además de ello, los indios en encomienda no reciben el trato que estaba estipulado en la concesión de esos títulos. Muchos encomenderos dejan de cumplir con sus obligaciones para con los indios, así como algunos curas doctrineros no les suministran los sacramentos, ni les imparten la doctrina, tal como era de su incumbencia. Por Real Cédula de 16 de abril de 1618, el rey Felipe III, en atención a las muchas quejas que había contra las encomiendas, ordenó al Gobernador y al Obispo de la Provincia de Venezuela que tomaran las acciones necesarias para reunir a los indios en pueblo. Para ese momento, gobernaba la Provincia don Francisco de la Hoz y Berrío, en tanto que el obispado estaba en manos de fray Gonzalo de Angulo. Dispuestos a dar cumplimiento al mandato real, tanto el gobernador como el obispo determinaron

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las diligencias que habían de hacerse para la erección de dichos poblados, entre los cuales se levantaría Petare en el año de 1621. Debían buscarse sitios a propósito para las fundaciones, con suficiente tierra y agua para sembradíos. La existencia del río Guaire y el Caurimare, así como de quebradas inmediatas, a más de la exuberante vegetación cercana, hacía posible que en esos predios se fundara, como en efecto se hizo, el pueblo de doctrina de indios del Buen Jesús de Petare. Serán los indios de las encomiendas de Juan Rodríguez de Navas, Alonso González Urbano, Diego de Alfaro, Andrés de Rebolledo y Alonso García Pineda los que conformaran el núcleo inicial de población. Ya para el año de 1620 se encuentran bastante adelantados los preparativos. Es comisionado el teniente Pedro Gutiérrez de Lugo para proceder, en nombre del gobernador, al acto de fundación. Por su parte, el obispo fray Gonzalo de Angulo por auto del 3 de agosto de ese mismo año, comisiona al padre Gabriel de Mendoza para que atienda todo lo referido a la cuestión religiosa de la erección del pueblo, que bien se puede resumir en las provisiones que debe tomar para el levantamiento de la iglesia. A los encomenderos corresponderá dotar a la iglesia de los ornamentos y útiles necesarios para la realización del culto. Debe elegirse, así mismo, el sitio para el cementerio, y deben hacerse esfuerzos para la construcción de la casa del cura. El 17 de febrero de 1621, el escribano Juan Luis de Antequera deja testimonio escrito de la fundación de la Doctrina del Buen Jesús de Petare. Le acompañan el capitán Pedro Gutiérrez de Lugo y el padre Gabriel de Mendoza. En ceremonia sencilla se realiza el acto. El pueblo es erigido y comienza sus pasos por la historia, que desde aquel momento hasta hoy tiene ya 390 años de vida. Vendrán los tiempos en que la tierra comience a producir, los de la vida diaria, de la crianza de los niños, de los sinsabores y alegrías. Será el esfuerzo del colectivo el que irá dando forma y empuje a esa historia. Cada petareño en su momento hará lo suyo por su pueblo. Construirá casas y abrirá caminos; pues no hay duda que, en el venezolano, el amor por la tierra que le vio nacer es un sentimiento que destaca por su intensidad.

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Un pueblo que crece Aunque lentamente, Petare verá sumar nuevas personas al número de sus habitantes iniciales. Se irán avecindando en el centro del pueblo y levantarán casas en sus alrededores. El esclavo trabajará, bajo duro régimen, en los trapiches y haciendas que van surgiendo en el transcurso del tiempo colonial. El mestizaje obrará en el entrecruce de colores que caracteriza a la población venezolana en general. Todo se anima en la búsqueda de la estabilidad definitiva; aun cuando las diferencias por el tono de la piel sean factor determinante de la categoría social: indio es indio, negro es negro y al amo o dueño de haciendas solo le interesa sacar el mayor provecho del sudor de aquellos. Según la matrícula de población que levanta en 1761 el padre Rafael Alvarado Serrano, cura doctrinero, hay para ese momento 2.977 habitantes en Petare. Estos están clasificados en gente blanca (167 personas, incluidos 37 niños), indios (585 personas, incluidos 142 niños), gente libre (283 personas, incluidos 70 niños) y un total de 1.942 personas que viven en sitios alejados: El Guaire (148), Caurimare (119), Cuesta de Auyama (89), Cabeza de tigre (146), Carrizal (79), Curicara (85), Sabana (833), Guairita (47) y Mariches (396). Entre las casas de la gente blanca se encuentran la de don Francisco Romero, viudo, quien vive con sus dos hijas, 4 nietos y 8 esclavos; la de don Salvador González, junto con Catalina de Seijas, su mujer, 4 hijos y 2 esclavos; y la de Francisca de Urbina, viuda, 3 hijos, 36 esclavos, 4 negros libres y un indio de Capaya llamado Martín. Otros vecinos que se pueden mencionar son: Gregorio Benito Seijas, José Antonio Sarmiento, José Arranz, Isabel Romero, José María Arocha, Bernardo García y Gaspar Hernández. Entre los indios podemos señalar a: Bernardo Flores, Juan Bautista Guevara, María Bonifacia Carrasquer, Francisco Arrioja y Antonia Vargas. Seis años después, el 23 de enero de 1767, el cura Marcos Francisco González concluye la matrícula de ese año: son 2.550 petareños, incluyendo los indios que ya señalamos con anterioridad. Hay 590 de ellos que conforman la población infantil, que en términos porcentuales alcanza el 23% del total. Cuenta Petare para entonces con 5 calles denominadas: Santísima Trinidad, Oración del huerto, Encarnación del Hijo de Dios, Nacimiento del Hijo de Dios y Presentación. Las casa tiene un santo patrono y así se rinde culto a Santiago Apóstol, nuestra Señora de la Luz, San Valentín, San Matías, Santa Úrsula, San Un pueblo que crece

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Pablo y San Bernardo, de una larga lista que refleja el apego de la población a la creencia cristiana. Para el año de 1772, el obispo Mariano Martí realiza su visita pastoral al pueblo del Buen Jesús de Petare. La información contenida en esta visita es de trascendencia histórica, por la variedad de los datos allí expresados. Había salido el obispo del pueblo Chacao en la mañana del 14 de octubre de ese año. Esa misma mañana llegó la comitiva al de Petare, e inmediatamente se comenzó a tomar nota de todo lo que era de interés. Afirma Martí el carácter del pueblo de Doctrina de Indios por el cual se fundó Petare, pero agrega que igualmente viven allí “… muchos vecinos españoles y de otras castas: fuera de la población también habitan algunos indios y de los vecinos españoles, en los campos donde tienen sus sementeras y haciendas de caña dulce y de cacao”. Prosigue en su relación Martí, y dice que la iglesia está dedicada al Santísimo Niño Jesús. Como dato curioso, expresa que lo más antiguo hallado en ella es un libro de bautismo del año 1704, pero presume el obispo que no sea este el primero de la parroquia, pues quizás los anteriores se perdieron en un incendio o bajo otras circunstancias. Para el año de esta visita se estaba reedificando la iglesia. Las observaciones del obispo dan cuenta que la misma, que para entonces está compuesta de tres naves… “distinguidas entre sí con columnas y arcos de ladrillos”, las paredes son de mampostería y estaba por concluirse la construcción de la sacristía. En el Altar Mayor estaba colocado el Santísimo Sacramento, al que había que añadir dos altares más: uno dedicado a San Miguel Arcángel y otro a San Francisco de Paula. También había en la jurisdicción de Petare dos oratorios privados: uno de ellos fue el del Marqués del Valle, el cual estaba situado en la hacienda que poseía en Caurimare. Otro hacendado, Sebastián de Arrechedera, poseía el suyo en su hacienda del sitio de Tócome. La matrícula o padrón de habitantes levantado para el año de la visita, da cuenta de un aumento de apenas 238 habitantes, en cinco años si se comparan las cifras poblacionales entre los años 1767 y 1772. En resumen, las cifras poblacionales recopiladas por Martí son las siguientes: 385 casas (132 de indios y 253 de españoles e igual número de familias), de los 2.833 habitantes incluidos los niños, había 637 indios y 2.196 españoles y otros. 14

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Ha de presumirse que con el desarrollo económico de la localidad, en virtud de la producción agrícola que allí opera por las haciendas que se establecen, la población tendiera a un crecimiento numérico de cierta importancia, mas no fue así, dado que los números que hablan de ello para finales del siglo XVIII, reflejan un aumento en el número de sus habitantes de 655 personas. Pablo José Romero, cura doctrinero de Petare el año 1786, levanta la matrícula correspondiente para ese año. Son, para ese entonces, 3.476 habitantes, de los cuales 908 son niños. El mismo cura, el año 1792, recoge en otra matrícula un total de 3.488 habitantes para ese año, incluidos 873 niños. Es de interés destacar en lo que respecta a la matrícula del año 1792, que la misma señala la existencia de haciendas, trapiches y sitios poblados que dan idea de una ocupación progresiva del espacio petareño. Los sitios mencionados son: Cabeza de Tigre, Mariches, Chaguaramos, Helechal, Potrero y La Guairita. En cuanto a las haciendas, se indican: - Hacienda de los Herederos de Manuel Suárez de Urbina, con 53 esclavos. - Hacienda de los Herederos de Sebastián de Arrechedera, con 66 esclavos. - Estancia de Ignacio Rengifo, con 18 esclavos. - Trapiche de Juan Tomás del Valle, con 28 esclavos. - Estancia de Micaela de Monserrate, con 17 esclavos. - Hacienda de Antonio Barreto, con 53 esclavos. - Hacienda de Juan José Castro, con 36 esclavos. - Hacienda de María Jesús Frías, con 23 esclavos. - Estancia del Marqués del Valle, con 16 esclavos. Ya entrado el siglo XIX, en 1801, la tendencia del crecimiento del poblado petareño es poco significativa; mas es importante destacar que el número de habitantes en la periferia inmediata del pueblo supera tres veces a los existentes en el casco central del pueblo. Estos números, según la matrícula que elabora el cura Pablo Antonio Romero, están discriminados así: 1.132, se incluyen en ese total 638 niños. En términos comparativos es fácil advertir cómo la población indígena

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apenas conforma el 12% de las cifras generales. En ese sentido, conviene señalar que ello es consecuencia del mestizaje que conjuga el entrecruce de indios, esclavos y blancos lo que se puede comprobar, en este caso, por el número mayoritario de pardos que existe para el momento en Petare. Casi al concluir la primera década del siglo XIX, en el año 1807, la situación con respecto a la población desde el punto de vista cuantitativo, es prácticamente invariable. Esto, de hecho, nos presenta un cuadro bastante estático, donde no se aprecian bajas ni alzas pronunciadas en el número global de habitantes, con la sola excepción de la esclavitud, que ve aumentar sus cifras de 899 en 1801, a 1.519 en 1807. De cómo se repartió el valle de Petare La naturaleza dotó al valle de Caracas de una exuberante vegetación, regada por un buen número de ríos y quebradas que hacían que su tierra fuese bastante fértil. Con un clima agradable, los cerros y tierra llana que conforman este ambiente se vieron en tiempos pasados colmados de haciendas, trapiches de caña y huertos que suplían las necesidades de comestibles de los habitantes del valle. Con el paso de los años, debido al crecimiento desmesurado de la ciudad capital, este paisaje sufrió un cambio notable. Hoy un cinturón de miseria y hacinamiento rodea Caracas; y solo el cerro El Ávila permanece inalterable, ante la acometida de un urbanismo cuyos promotores han llevado a la ciudad al caos en los servicios y las comunicaciones. Ese cuadro de belleza antes cubría la totalidad de lo que un poeta llegó a calificar como “sucursal del cielo”. Hacia el este, las aguas del Guaire, el Caurimare y el Tocome, regaban las haciendas y huertos petareños, y la tierra no se hacía esperar por los frutos de sus entrañas. Al principio, muchos puntos del valle fueron la posesión natural de los indios, que lo ocupaban con rancherías. Labraron la tierra y extrajeron batatas, mapueyes, maíz y yucas para el sostenimiento de las tribus. Danzaban y cantaban para que la tierra produjese más, en un rito que desde tiempo remoto venían practicando. Pero llegó el español y las cosas cambiaron. Ya no solo la depredación consistió en la carnicería humana que se daba sobre los indios, sino también se afincó en el despojo que se hacia de sus tierras. Todo ello como consecuencia de la política de conquista que se practicaba. 16

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El único bien de que se disponía el indio era la tierra y ella sirvió para que la Corona española pagase a los capitanes de conquista los servicios prestados. Ella serviría para conseguir riqueza y nivel social: títulos nobiliarios y otras distinciones iban unidos a la posesión territorial y en línea de sucesión ,cubrió un amplio espacio de nuestra historia. Con la agrupación de indios en encomienda, se otorgaron paralelamente porciones de tierra a aquellos que formaron así el núcleo inicial de apropiación territorial en Petare. Fue, como en toda Venezuela, una modalidad que hacía que al correr del tiempo se solidificara la presencia de una clase social fuerte, que también iba a ascender en el medio político, alcanzando cargos de importancia en la administración local. El testimonio histórico es elocuente sobre este particular, y ya para el año 1641 comienzan los líos sobre posesiones territoriales en Petare; como el caso de la instancia judicial promovida por Gonzalo Matín Gramiso contra Bartolomé Obregón, por unos terrenos en Mariches. Probablemente antes de ese año también hubo otros procesos similares, pero no tenemos prueba documental que así lo confirme. De hecho, el número de propietarios y la cantidad de tierras otorgadas en Petare resultó de importancia. Una relación de parte de ello, nos la ofrece el cronista Lorenzo Vargas Mendoza, cuando anota los que poseían siembras de trigo para el año 1680. También la caña de azúcar, el cacao y el café, además de frutos menores, serán productos que el suelo petareño ofrecerá no solo a la subsistencia local, sino también a la economía del valle caraqueño. El trigo dará paso a esos frutos y, por ser más rentables su producción, pronto las colinas y sabanas del lugar se verán llenas de haciendas y trapiches. De este modo, la tierra adquiría su exacta dimensión como elemento generador de riquezas; ya no solo por su posesión, sino además por la explotación de productos agrícolas. Socialmente, esto significa, a su vez, la acentuación de las diferencias existentes a nivel de propietarios y de quienes trabajan incansablemente en haciendas y trapiches: indígenas, esclavos y jornaleros eventuales conforman este sector poblacional, sobre cuyas espaldas recae tan fatigosa tarea. Además, ello traerá como consecuencia, en no pocas ocasiones, un cúmulo de reclamos o demandas judiciales que ponían de manifiesto la apetencia en torno

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a la posesión territorial. En Petare, estos casos se presentaron con regularidad, según veremos a continuación. Para los años1689 y 1690, se da un proceso judicial entre Luis Damián y Miguel Mendible, ambos propietarios de terrenos en Petare, específicamente en el sitio de Cabeza de Tigre. Es el caso, que tanto Damián como Mendible se acusaban mutuamente ante las autoridades de ocupar ilegalmente parte de sus propiedades. Los terrenos de Damián, según dice su propia demanda de 23 de agosto de 1689, fueron comprados en 180 pesos al capitán Diego Ladrón de Guevara, uno de los principales terratenientes de la localidad petareña. Tanta era la tierra que este último poseía, que las de Miguel Mendible también le pertenecieron en una oportunidad. Pero si Luis Damián denunciaba la usurpación de sus terrenos por parte de Mendible, este a su vez le acusaba de invadir su propiedad, pues laboró en parte de su tierra y hasta construyó casas en la misma. Fue un lío que se extendió en réplicas y contrarréplicas de parte y parte, y aún para el 4 de diciembre de 1690 no se había logrado ninguna solución. En el año 1691, Bartolomé Fernández Graterol, en representación de su mujer María Ignacia de Guevara, pide la posesión judicial de 6 fanegadas de tierra que donó a esta el capitán Diego Ladrón de Guevara. Hecha la solicitud correspondiente, don Sebastián de Ponte, alcalde ordinario, determina el 3 de septiembre de ese año dar la posesión de las tierras al solicitante. Según el escrito, eran tierras de sembraduras de maíz, trigo y yuca, y sus linderos los siguientes: este: tierras de Diego Ladrón Guevara; oeste: tierras de los naturales del pueblo de Petare; norte: Quebrada de Oro o del Loro; sur: Quebrada de Cucharas. Otros casos en que se solicitan testimonios probatorios de propiedad, se dan con irregularidad a lo largo del siglo XVIII. Esto, por supuesto, pone en evidencia el interés de los propietarios por legalizar sus posesiones, así como señala la ocupación progresiva del espacio petareño. Se trataba de clarificar situaciones dudosas, generadas en muchas ocasiones por la apetencia de obtener otras tierras, o para ensanchar las existentes. Una lista de estos casos, es como sigue: Año 1715. El maestro de campo Manuel de Urbina, solicita posesión de tierras en Petare. Año 1721. Francisco García Blanco, solicita propiedad de tierras en Petare. Año 1730. Bernardo de Ochoa, pide aclaratoria sobre un derecho de propiedad de tierras de Mariches. 18

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Año 1736. Sebastián de Arrechedera, sobre propiedad de tierras en Quebrada de la Vieja, Cabeza de Tigre y Petare, y hace oposición a un pedazo de tierra que se dio a Nicolás de Ponte y Juan de Seijas. Año 1748. José Antonio Monserrat, sobre propiedad de una hacienda. Año 1751. Francisco Castillo y Sebastián Palomares, litigio por tierras en Cabeza de Tigre. Año 1771. El Marqués del Valle de Santiago, sobre agregar 18 fanegadas y medias de tierras en la Quebrada de la Vieja. Año 1775. Francisca María de Urbina, solicita deslinde y posesión de 40 fanegadas de tierra en Cabeza de Tigre. Año 1794. Bernardo Butragueño, sobre propiedad de tierras en Mariches. Año 1797. Juan Isidro Pérez, contra el teniente de Justicia Mayor de Petare, por seis fanegadas de tierra. En otro aspecto, igualmente vinculado con el asunto de la tierra, los despojos y usurpaciones no solo afectaron las propiedades existentes en manos de particulares; pues las comunidades indígenas venezolanas, en buen número de ocasiones, también debieron soportar la intromisión en sus tierras de individuos ajenos a esa propiedad colectiva. Así sucedió, por ejemplo, en La Vega, Turmero y Baruta, pueblos en donde la ambición desmedida de los “terrófagos” dio lugar a la apertura de procesos judiciales que buscaban el amparo de los indios en sus tierras. Ello representa, sin duda, un elemento más en la permanente lucha que tuvieron que llevar adelante nuestras comunidades indígenas por la defensa de lo suyo. De esta manera procedieron los indios naturales del pueblo de Petare el año 1734. Para ese momento, algunos propietarios del lugar tomaron terrenos pertenecientes a la comunidad. La documentación histórica consultada no indica los linderos de la propiedad indígena, pero sí señala su extensión, consiste en una legua a los cuatro vientos, o en cuadro, según se estipulaba para entonces la dimensión de estas tierras comunales. Eran tierras para viviendas, establecidas en el pueblo, y otras para labranzas que servían de sostenimiento al grupo humano allí asentado. Poco importó al Un pueblo que crece

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usurpador el destino de la comunidad. En más de una ocasión, el indio denunció el atropello de que era objeto; y aun cuando sus quejas fueron atendidas, la práctica del despojo se mantuvo. En este sentido, las cosas en Petare no fueron diferentes a las ocurridas en otros pueblos fundados como doctrinas de indios. Ya ni siquiera podían estar tranquilos es ese espacio de tierra que le habían dejado para vivir, tierra que en toda su extensión había sido suya desde antiguo. Razones tenían para pelear, y así lo hicieron en este año de 1734, cuando elevaron su protesta ante el gobernador y capitán General Martín de Lardizábal. Para el 22 de octubre de este año, el Corregidor y Teniente de Justicia Mayor de Petare recibe una orden del gobernador Lardizábal, en la que se dice que aquellos propietarios usurpadores debían presentar los títulos de sus tierras. Se trataba de precisar la situación legal de estos dueños de terrenos, y de resultar que habían invadido las tierras de los indios, estas debían ser reintegradas a la comunidad. Fueron 24 vecinos españoles los comprendidos en ello, pero los resultados del proceso no aparecen consignados en la documentación histórica consultada. De hecho, las intenciones de este grupo de vecinos iban en pos de la apropiación indebida de las tierras comunales. Es posible que hayan triunfado en su propósito, pues al observar algunos de sus títulos y apellidos nos daremos cuenta de que pertenecían al sector poderoso de la sociedad de entonces, según la lista que insertamos a continuación: Regidor Joseph de Liendo Francisco García Blanco Herederos de Juan Sarmiento Mesa Marqués del Valle de Santiago Licenciado Domingo Ballina Rosa Brizuela Tomás Cadenas Sebastián de Arrechedera Mateo Xedler Maestre de Campo Lorenzo de Ponte 20

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Petare y la Independencia Como se sabe, las cosas en la primera década del siglo XIX no están nada halagadoras para la monarquía española. Napoleón Bonaparte desarrolla la ampliación de su imperio y bajo él cae España. El rey Fernando VII es puesto preso y un hermano de Bonaparte asume el control de la Península. En Venezuela el ambiente se caldea; la intención se reduce a condenar la posición de las Cortes de Bayona (que apoyaba a José Napoleón) y la creación de una Junta Conservadora de los Derechos del Rey. Los cabildos venezolanos con el transcurrir colonial fueron llenándose de criollos y sobre todo de familias de alto nivel económico, a consecuencia de la política de venta de los oficios de alcaldes y regidores desarrollada por los reyes de España. Este proceso fue creando ciertos roces con la monarquía, fundamentalmente por el afán de autonomía de los criollos; es así como en el año 1810 las contradicciones llegan al punto de ebullición. Petare, como todas las ciudades y pueblos, no escapa a este proceso y es precisamente la cercanía con la ciudad capital la que lo hace partícipe directo de todos los sucesos que en ella acontecen. Dado el carácter de vinculación económica entre uno y otra, tras las haciendas que los capitalinos mantenían en la zona petareña, vemos cantidad de apellidos de familias que participaron activamente en el proceso de emancipación y que estaban ligados a Petare. Incluso, individualidades como Francisco Espejo, Juan Antonio Rodríguez, Andrés Bello, José F. Coto Paúl, Felipe Fermín, Paúl Vicente Alemán, José Correa, José María de las Casas, ligadas al pueblo, despuntaron en la causa independentista; además Lino de Clemente, oriundo de Petare, uno de los firmantes del Acta que el 5 de julio de 1811, inicia y establece la emancipación de los territorios de la hoy República de Venezuela. Muchos de los acontecimientos que se suscitan para esta época en la ciudad capital no afectan de manera directa a la localidad petareña; sin embargo, sus consecuencias se hacen sentir en el pueblo. Por un lado, por su carácter de sitio de tránsito entre Caracas y los Valles del Tuy y de la zona de Barlovento, y por el otro, por su estrecha vinculación agrícola. Así vemos como el terremoto del 26 de marzo de 1812, que devastó la ciudad capital, es motivo de inmigración masiva de parte de todos los estratos sociales caraqueños hacia Petare, pues este no afectó significativamente su espacio. Petare y la Independencia

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La conmoción fue generalizada; el párroco del pueblo, Jesús María Xedler, participó activamente en la colaboración solidaria que urgía a los damnificados; a su vez aparece un personaje que se convertiría con el tiempo en ejemplo de ayuda y protección a los necesitados: doña Ana Francisca Pérez de León, quien desde su hacienda Tócome, con su peculio, crea la casa de auxilio sanitario que se mantendrá a lo largo de toda la historia petareña hasta nuestros días, convertida más tarde en el hospital Pérez de León dándole relevancia histórica al pueblo. El estado español, de manera categórica, no acepta el pronunciamiento emancipador del 5 de julio de 1811, y los criollos por su parte echan a andar aquel proceso que se torna indetenible; es así como los vastos territorios americanos se envuelven en cruenta guerra fraticida con el imperio. Todas las instituciones y la población en general se vieron afectadas, así como también las estructuras de producción agrícola y pecuaria. Las plantaciones de café y las haciendas de caña (que comenzaban a surgir de manera promisoria) se resisten; los sitios de sembradío eran: La Urbina, Guere Guere, Marrón, El Convento, Plariches, Lira, Maturían, Limoncito, Las Tapias, Turumo, La Esperanza, La Estrella, San Rafael, Las Mercedes, La Florida, Santa Ana, Guaicoco, La Ciénaga, Los Naranjos, El Helechal, El Rodeo y la Subida de la Cuesta. Estos comienzan a ser abandonados a consecuencia de la guerra; la fuerza de trabajo esclava escapa a los montes o es reclutada para el ejército de alguno de los bandos en pugna. El apoyo petareño a la causa emancipadora no se hizo esperar, es tal el reconocimiento que el patriota José Félix Ribas denomina un batallón con el nombre de Petare. Es importante mencionar que, para el año 1814, a la caída de la Segunda República, se da la inmigración a oriente, producto del miedo a los desmanes que se supone harían los realistas en Caracas. Muchos oriundos del pueblo, al paso de los inmigrantes, se les suman para definitivamente ponerse al servicio de los republicanos. En vista de las transformaciones que la estructura del pueblo habría de sufrir a lo largo de su historia, vale la pena recordar sus antiguas calles: la calle Orinoco, Libertad, Caracas, el Peligro, la Industria, el Comercio, el Calvario, el Baño, el Loro, del Río, las tunitas y del Puente, las Artes, el Recreo, la Paz y la Iglesia. También sus principales barrios y vecindarios que eran: Buena Vista, Tócome, Sebucán, la Cañada, Píritu, Cabeza de Tigre, Alto de la Cuesta, entre otros.

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Es necesario además rememorar personajes que de una u otra forma tuvieron activa participación en los acontecimientos, pues aportaron su grano de arena por Petare; ellos son: Lucas Amaya, Silvestre Pacheco, Luciano Camejo, Rafael de Yánez, José María Padrón, Antonio Muñoz, Juan González, J.J. Gil, Rafael Díaz, José Antonio Díaz, Pablo Arvelo, Alemán, J.R. Marrero, Juan Esteban García, Marcos Borges, José Antonio Carrasquel, José Antonio Toro, José Rodríguez, José María Betancourt, Prudencio Marrero, Nicolás Rodríguez, Toribio Amaya, Juan J. Monegui y José Francisco Rivero, entre otros. Por su parte, las matrículas parroquiales dan una idea bastante certera de cómo se dio el movimiento poblacional en el pueblo, que luego sería cantón, en aquellos años de cruenta guerra. Llama la atención el no haberse modificado en gran medida los totales de población para la época, aunque sí es importante notar que los cuadros de matrículas elaborados para la época republicana y que discriminan a los habitantes por sexo, arrojan los resultados de un desbalance considerable en cuanto a la cantidad de hombres con respecto a las mujeres. Muy probablemente por las reclutas, huidas de esclavos y, en fin, por el trágico resultado lógico de la guerra que son los muertos. Las matrículas con sus respectivos párrocos son las siguientes: en el año 1811, la relación arroja resultados interesados, pues el párroco Antonio Díaz Argote la elabora a partir de la diferenciación social existente en la época: son 1.146 blancos, 416 indios, 795 pardos libres, 503 negros libres y 1.489 esclavos; en total, suman 4.349 habitantes en Petare. Para 1817 se encuentran variaciones sustanciales por las secuelas de la guerra. En su padrón, el párroco José María Xedler informa que los blancos han disminuido a 950 personas; la cantidad de indios también desciende a 387 personas; al igual que los pardos libres, a 696 y los esclavos, a 1.331, probablemente debido a su emigración del pueblo a consecuencia de la quiebra de algunas haciendas y/o por la dolorosa rutina de la guerra. Es importante destacar el incremento de los negros libres que se duplica en el lapso de seis años, como producto de los movimientos poblacionales desde Caracas o desde algunos pueblos aledaños en determinados momentos de aumento de la intensidad bélica, lo cual influye en el incremento poblacional del pueblo de Petare en más de 400 personas con respecto al año de 1811. En el año de 1822 el mismo párroco Xedler, recoge en su matrícula la situación que se vive en Petare. Los blancos son ahora 884 personas, los indios 434, los esclavos 1.131 y los negros libres disminuyen a 240 individuos.

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Diez años más tarde se instaura la República, en 1832, cuando rondan ahora las ideas de libertad e igualdad, los datos son expresados sin distingos de grupos étnicos, así se discriminan en 837 hombres, 1.379 mujeres y 1.655 niños, que arrojan un total de 3.871 pobladores en Petare. El motivo de estas variaciones obedecía a la idea francesa del respeto por la individualidad de los hombres, solo que en nuestro país estas ideas se deforman y las cosas cambiaron de nombre, pero en realidad siguieron siendo iguales: el rico es rico y el pobre es pobre. El pueblo, a pesar de la guerra, incrementa su población y ya para el año 1821 se suscita la preocupación por trasladar el cementerio, pues las sepulturas ya sobrepasan su capacidad y los temores de epidemia se expresan en la población, esto sumado a que se encontraba en el centro del pueblo. Se solicita un nuevo sitio y se construye el cementerio de La Candelaria, que estuvo activo hasta 1880 en que el presidente Guzmán Blanco lo manda a demoler. El incremento de la población, la reactivación de la economía y la inestabilidad política significan una oportunidad propicia para la solicitud de la autonomía que los petareños ansiaban. Así, en 1822, Petare, de tener el rango de partido de la municipalidad Caracas, se transforma en capital del cantón en el cual están incluidos los pueblos de El Hatillo y Baruta y, en consecuencia, se crea un circuito judicial que ahora se integra a Caucagua y Curiepe. Los primeros que asumen los cargos del recién estrenado Cabildo son: Lucas Amaya, alcalde de 1er. voto; José María Padrón, alcalde de 2do. voto; y Antonio Xedler y José Miguel Vargas, como regidores. Este Cabildo enfrenta, al inicio de su ejercicio, su primer problema de envergadura, pues el año 1824 un número considerable de esclavos se alzan contra el gobierno republicano, quizás pensando que con el antiguo régimen se vivía mejor y porque muy probablemente muchas de las promesas que les hicieron para ganar su aceptación en la guerra fueron incumplidas. Es así como enarbolaron las consignas de “Viva España”, “Viva la Libertad”. El general José Antonio Páez envía un batallón, detiene a los responsables y los expulsa del cantón de Petare, pasando sobre la autoridad del intendente Juan de Escalona y del Cabildo petareño, que habían solicitado el tratamiento del caso por la Corte Suprema de Justicia y elevan su queja al Consejo Municipal de Caracas que se reunió y sancionó a Páez.

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Este pleito tenía además otro trasfondo, en tanto que para 1828, como continúan las pugnas contra el general Páez, el Cabildo se reúne y proclama la autoridad del Libertador Simón Bolívar, por supuesto con la clara intención de enfrentar la posición de Páez de separar a Venezuela de la Gran Colombia, la cual se concretó con el movimiento conocido como La Cosiata, auspiciado por la oligarquía caraqueña que rechazaba la unidad con los hermanos de los otros países. Sin embargo, es bien sabido que estos intentos restauradores que posteriormente se dieron para mantener la unidad de los países bolivarianos, fueron infructuosos. Por otro lado, estos sucesos no son obstáculo para que la vida cotidiana transcurra de manera normal, y así las diversiones y celebraciones tradicionales se mantienen a todo lo largo del siglo. De esta forma, la Semana Santa, la fiesta en honor a la Virgen del Rosario, la fiesta a la Virgen del Carmen, a la Virgen de Candelaria y las fiestas patronales son momentos de gran regocijo para la población. El festejo realizado en torno al patrono del pueblo “el Buen Jesús o Niño Jesús” es particularmente interesante, pues la imagen del Santo Niño recibe una túnica de seda bordada, y es guardado en una casa de El Cerrito hasta que el pueblo en procesión lo lleva hasta la iglesia parroquial para la misa de rigor. El acontecimiento es recibido con fuegos artificiales, y luego se declara la fiesta con una feria en la que se reparten bebidas, tocan conjuntos musicales y hay juegos de toros coleados, palos ensebados y juegos de azar; el regocijo es general, aunque con el pasar del tiempo la tendencia es a su eliminación en nuestro siglo. El pueblo del cual hablamos está constituido en 1830, según la sociedad de amigos del país, por un total de 6.730 habitantes discriminados en 1.574 hombres, 2.544 mujeres, todos adultos; y los niños en 1.046 varones, 1.250 hembras y 316 recién nacidos. El interés cultural, a pesar de lo sucedido, no cesa en los pobladores petareños; así vemos cómo existió la intención por desarrollar el ámbito escolar y en ello ponen especial énfasis. Surge pues la idea de una escuela; la casa parroquial se ofrece como sede y se crea allí la escuela de Petare, en la que ofrece sus conocimientos el maestro Juan (famoso por la atención a diversas escuelas de la zona). Es sumamente interesante y se convierte en un gran acontecimiento del pueblo el momento en que se examina a los niños públicamente a ver si aprobaban el lapso correspondiente.

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Las tierras en Petare: historia de un despojo Desde el mismo momento en que se declara la Independencia, la repartición de tierras en Petare se tornó un problema. El estado español respetó las costumbres y propiedades indígenas; con la emancipación aparecieron los interés económicos egoístas y los indígenas como el sector más desprotegido, el cual, legalmente, llevó la peor parte. Los documentos nos muestran de manera cruda cómo se desarrolló la polémica. En el año 1814 José María Padrón solicita a los tribunales devolver a los indios mariches los terrenos que el rey español le concedió en 1805 como arrendatario en tierras indígenas, ya que con la guerra los frutos de su hacienda de café no pudieron ser cosechados y además no pudo continuar el proceso del cultivo, por lo tanto se declaró en quiebra y suplica la entrega de las tierras a los indios mariches para no seguir pagando el arrendamiento. Así comienza la historia de nunca acabar; si las tierras dan provecho se arrebatan a los indígenas y si no, se les dejan. La voracidad se inició con la República. El 14 de enero de 1883, presenta una queja ante el Cabildo petareño, el señor Juan Antonio Fernández Trujillo, como apoderado de los indios mariches, y la petición se reduce a que se suspendan los trabajos que particulares realizan en sus tierras. La proposición la trata el Cabildo de “descaro”, “mentiras” y “calumnias”. Los cabildantes informan que el terreno en cuestión es de dos leguas, de naciente a poniente y de norte a sur, y que ya existían arrendatarios establecido en el lugar; sus nombres, ya se sabía, eran los grandes propietarios en busca de mayores beneficios; así los podemos mencionar: el presbítero Gaspar Ascanio (¡qué lejos quedó la Iglesia protectora de los indios!), Francisco Espejo, Martín Herrera, José Ignacio Moreno, Juan Antonio Rodríguez, José María Muro, Manuel Monserrate, Cayetano Carreño, José Ignacio Palacios, Andrés Bello, Carlos Plaza, Pedro González y Vicente Alemán. En total tenían en tierras mariches más de mil fanegadas de terreno. La polémica se desató y como veremos, la actitud del Cabildo claramente indicaba sus intenciones; el argumento no se hizo esperar: en aquellos vastos territorios los indígenas, en lugar de aumentar, se han reducido casi hasta su exterminio “por los acontecimientos de 1810”. El otro argumento es demoledor: a partir de 1821 todos los indios que hayan nacido deben ser declarados libres y 26

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sólo los tributarios tienen opción a la propiedad del territorio. A esto se suma el que los indios solicitaron todos sus terrenos para que cada uno se acomodase, o cambiase de lugar en el momento que le pareciera. Si examinamos las costumbres indígenas veremos que sus tradiciones y modos de vida dependían del traslado de uno y a otro sitio, y por tanto no podían aceptar la colocación en un determinado lugar, porque se modificaba su razón de ser ancestral. El año de 1833 fue particularmente conflictivo en cuanto a la repartición de las tierras. El 1º de julio se presenta nuevamente el litigio; el Cabildo acusa a los procuradores indígenas de seducirlos, y el argumento fue que el terreno es inmenso y los indios no pueden cultivar ni la décima parte “atendida su natural constitución y el corto número que existe”; por tanto, se justifica la repartición del sobrante, para dar confianza a los grandes hacendados “en beneficio de sus familias y del Estado”. De esta forma comenzó a llegar el progreso. La intención no es tomar partido, sino observar y meditar acerca de lo que pasó y así aprender de la historia.

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El caudillismo, Petare y el mito de las elecciones En la segunda mitad del siglo XIX el país entero vivía una profunda crisis; los alzamientos, asonadas y golpes de Estado estaban a la orden del día. De todas las regiones surgían caudillos que arrastraban tras de sí a la muchedumbre con la pretensión de hacerse con el poder y con las más variadas ideologías; sobresalían entre ellos, por el don de mando y de convencimiento que ejercían sobre el pueblo, los liberales y los conservadores. El congreso, incluso, había sido tomado por asalto; la acción es repudiada por el país en general, a pesar de que los hechos de armas eran rutina diaria; la situación es bastante colorida; las ideas se identifican con colores y por ellos se hería y se mataba. Los amarillos, los azules, los rojos, los blancos y los individuos que a capa y espada defendían su color eran muestra de la inestabilidad existente. En general las pretensiones de los caudillos eran las de tomar el poder y la mayoría representaba los intereses de uno y otro grupo que dentro de la clase social que gobernaba el país quería mayores beneficios. Así se fue gestando de parte de las clases inferiores un sentimiento de fraude, pues la Independencia y la República no cumplieron con las promesas ofrecidas y los cambios se veían cada vez más lejanos. A consecuencia de todo esto, en 1858 se dictaminó una nueva Constitución, que pretendía la continuidad de la situación y ello, sumado a la espera de cambios por décadas, desató uno de los acontecimientos que en nuestra historia marcó un hito fundamental: estalla la Guerra Federal. El país se ve envuelto en ella y Petare como es lógico suponer no era observador, sino que tuvo activa participación; incluso varios de los nacidos en su seno, que ya habían desarrollado vida política en diversos hechos, se incorporan y adquieren gran relevancia. Vemos entonces a José Rafael Pacheco, Luciano Mendoza y su hermano Natividad Mendoza envueltos en la contienda, pero, su visión de las cosas los hacía solidarios con las ideas federales siempre y cuando estas defendieran a los desposeídos. En 1861 ya han transcurrido tres años de guerra y los petareños demuestran su adhesión firme a la causa federal, pues en su territorio se efectúa un encuentro entre partidarios del Gobierno y federalistas desarrollado en la zona de Mariches. Luciano Mendoza, su hermano y Zenón Piñango, dirigen las tropas federales y la victoria es el retroceso de las fuerzas gubernamentales. 28

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Petare, a consecuencia de estos hechos, pasa a formar parte del Gobierno provisorio de Caracas y entre sus participantes figura Luciano Mendoza; pero las cosas no serían las mismas a partir del asesinato de Ezequiel Zamora y nuevamente las promesas quedaron incumplidas, por lo que puede decirse que en el Tratado de Coche en 1863 donde se pone fina la guerra, se establecen pequeños cambios para que todo siguiera igual. En 1864 se asienta la sede del Gobierno estatal en Petare debido a un sinnúmero de discusiones que se dan en el Congreso, donde triunfa esta proposición, dado el convencimiento de que era contraproducente seguir manteniendo la sede del Gobierno estatal y la del Gobierno nacional en la misma ciudad de Caracas; de ahí que la intención fuese descentralizar el poder, y la región más desarrollada en los alrededores capitalinos y más cercana era Petare, lo que la hacía más acorde para ese fin. En 1865, motivado a todas esas reuniones en el Congreso Nacional, se le cambia el nombre de estado Caracas por el de estado Bolívar. Por su lado, la agricultura para este período adquiere un auge inesperado, fundamentalmente en lo que se refiere al café. En Petare para el año 1851 existían un total de 181 haciendas con una producción anual de 14.762 quintales. Estas cifras sobrepasaban en buena medida la producción de las haciendas de cada uno los pueblos cercanos a Caracas (que posteriormente conformarían el territorio de estado Miranda). Producción anual aproximada de café Lugar Cantidad Ocumare del Tuy 10.520 5.600 Cúa 4.550 Yare 4.550 Tácata 17.605 Santa Lucía 9.285 Guarenas 1.120 Caucagua 14.762 Petare 5.798 Hatillo 723 Baruta 74.503

1816 46 48 12 12 33 5 181 132 22 491

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En líneas generales, entre los años 1860 y 1896 se da el gran auge del café en Venezuela, por lo que en esos años el país llegó a ubicarse en tercer lugar como productor mundial, esto sumado o ayudado por la baja que se da en Francia respecto a los derechos arancelarios impuestos a la importación. La década comprendida entre 1870 y 1880 es significativa en cuanto al ramo agrícola para Petare, los datos estadísticos nos demuestran la importancia que revestía. De café, por ejemplo, se producía anualmente 3.9910.000 kilos, con lo cual copaba el mercado interno y se exportaba a Europa; el aguardiente se producía en cantidad de 67.000 litros para consumo de Petare, Caracas, Valles del Tuy y la zona de Barlovento; el papelón (producto del procesamiento de la caña) arrojaba 903.100 kilos; del maíz se producían 25.760 kilos de almidón. El caso de la papa merece mención aparte, pues su producción era de 110.400 kilos, pero lo interesante es que la “papa de Petare” se cotizaba en los mercados con altos precios debido a su calidad, y a su vez era muy solicitada. La producción de café, dado el auge nacional e internacional que obtuvo, hizo que se desarrollaran nuevos fundos y que en los antiguos se destinaran buena cantidad de parcelas para su cultivo. En resumen, lo que se dio fue una especie de “fiebre del café” y la cifra de haciendas dedicadas a la actividad cafetalera creció en gran medida, al punto que en Petare se llegó a 380 fundos dedicados íntegramente a ese fin. Sin embargo, no todo es color de rosa; el pueblo pasó en esta última mitad del siglo pasado por graves crisis: primero se vio afectada la población por varias epidemias que la diezmaron. Estas, que tenían su foco infeccioso en Caracas, se trasladaban a Petare por diversas vías y el problema se agravaba por el desconocimiento de las causas que las producían. Así pues la fiebre amarilla, el vómito negro y la viruela conllevaron la muerte y la tristeza a los hogares petareños; diariamente transportes conducían cadáveres al cementerio. Igualmente, concurren dos hechos que llevan al desastre la agricultura: primeramente se da la invasión de la plaga de las langostas que como nubes arrasan los sembradíos y para atacarlas se necesitaban instrumentos modernos inexistentes para la época, pero luego se suma a esto la caída abrupta de los precios del café en los mercados internacionales. Grandes transformaciones se producen también en el pueblo con la llegada de Guzmán Blanco a la Presidencia de la República. En ese tiempo, en Petare se inaugura el servicio de acueducto; el telégrafo comienza a funcionar y se 30

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desarrolla la comunicación eléctrica con Caracas y otras poblaciones, se instalan postes e infraestructura en general para el servicio de luz eléctrica, se pone en funcionamiento el tan esperado ferrocarril para el transporte de personas y productos agrícolas destinados a la venta en los mercados caraqueños y además comienzan a circular por las calles los primeros tranvías para el transporte público. En el área cultural se inicia en firme la edición de periódicos locales para mantener informados a los vecinos de Petare y algunos pueblos cercanos. Así, surgen los periódicos El Bolivarense, El Colaborador y El Ávila. Se crea la Sociedad Filarmónica Santa Cecilia y la Banda Pacheco, para deleite de los petareños en los actos dominicales en la plaza pública del pueblo. Se decreta también la Ley de Matrimonio Civil. En el ámbito político territorial, se modifica de manera notable el papel de Petare, pues la capital del estado pasa a ser La Guaira y Petare queda entonces como municipio cabecera del distrito Urbaneja, con el nombre de Pacheco, al que están unidos Baruta y El Hatillo. Posteriormente, al decretarse el estado Miranda, Petare pasa a ser capital. De esta forma entra Petare al siglo XX sin sospechar los cambios profundos que le acarrearían el “progreso” y la “modernidad”.

Iglesia Petare colonial

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Siglo XX, ¿progreso, modernidad? Comienza el nuevo siglo. En Petare hay incredulidad y a la par deseos de superación. Sin embargo, el 24 de octubre, a manera de recibimiento, ocurre el terremoto denominado del “novecientos” que, con su intensidad de 4 ½ grados en la escala de Richter, significó daños de cierta consideración en los inmuebles petareños; afortunadamente no hubo pérdidas humanas, pero sí mucho temor y superstición en la población. Pero, el progreso ya se había iniciado a fines del siglo pasado y las mentalidades comenzado a madurar. En la década del 70, en el XIX, se habían inaugurado la carretera de Petare a Santa Lucía y la de Caracas-Petare-Guarenas, que se denominó “carretera del este”. El ferrocarril, ya para la década del 90, dejaba su estela de humo por la calle de los Baños de Petare, denominada hoy Lino de Clemente. La luz eléctrica arrastró a su paso muchas creencias y supersticiones que pervivían en la oscuridad. La Compañía Anónima Luz Eléctrica de Venezuela había inaugurado una gran planta eléctrica en el sitio de El Encantado, que comenzó su iluminación en el año 1897. El tranvía, que se nutría de la electricidad de la planta, esperaba impaciente los pasajeros en la estación Las Tunitas desde el año 1906, a partir de las 7 de la mañana. En el año 1900 se conforma el Concejo Municipal del distrito Sucre con su sede en Petare; los ediles que estrenan el Ayuntamiento del nuevo siglo son: como presidente Jesús María Sanabria y como concejales Juan Bautista Torres Páez, Avelino Ramírez y Miguel Jacinto Hernández. Posteriormente, entre 1905 y 1908, el Cabildo deja de sesionar gracias a una disposición del Gobierno central en la que el distrito pasa a formar parte del Distrito Federal como departamento Sucre. Esta situación se mantuvo hasta 1909, y perjudicó a Petare de manera sustancial por dos hechos fundamentales: el primero, las consecuencias lógicas de no seguir siendo la capital del distrito, en cuanto a los beneficios políticos y económicos por la recaudación de impuesto e inversión de los mismos que ello implicaba; y el segundo porque esta decisión llevó a la pérdida también de la categoría de capital de estado, pues esta pasó a Ocumare del Tuy, manteniéndose por varias décadas. Con la ascensión al poder del general Juan Vicente Gómez en 1909, Petare se convierte nuevamente en sede del ayuntamiento y cabeza del municipio; el nombre que se da a esta nueva división político territorial es el de Pacheco en recuerdo del valioso general petareño José Rafael Pacheco. El 26 de agosto se instala el Concejo y depende otra vez del estado Miranda, cuya capital aún 32

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permanece en Ocumare del Tuy. La lucha por la autonomía será larga y difícil, además la Dirección General de Rentas se centralizó en Caracas y por ello hubo un vacío documental desde 1904 a1909. Estos obstáculos, sin embargo, no impiden el desarrollo de la política educacional que desde el siglo XIX se había dado. Entre 1909 y 1910, el Ejecutivo municipal mantiene el decreto de Gratuidad de la Instrucción Primaria y con él se establecieron las escuelas denominadas “unitarias”; también se crean las escuelas federales en las que se avanza hasta 4to., 5to., y 6to. grados. En el periodo comprendido entre 1910 y 1920, pese a que el presupuesto municipal sufre vaivenes considerables y que la inversión en educación no es precisamente de primer orden, las escuelas para varones y niñas que se mantenían con escasos recursos desde el pasado siglo se mantienen en funcionamiento. El plantel de niños deja de funcionar en 1921, por esta escasez de recursos, situación que se mantuvo hasta 1936. Posterior a la muerte del general Gómez, se crean 10 escuelas en distintos lugares del distrito. Debido a las variantes del presupuesto, para 1942, de estas 10 escuelas solo 3 quedan en funcionamiento. En 1958 el Concejo Municipal, con un presupuesto de 2.722.000 bolívares destinado a la educación, mantenía estables 19 planteles en el distrito. Algunos de estos planteles todavía hoy funcionan: escuelas “Juan de Dios Guanche”, “Andrés Bello”, “Delgado Chalbaud”, “San Miguel”, la Escuela Técnica de “Campo Rico” y otros. Por otra parte, para 1916 aparece una nueva oleada de la plaga de langostas que hace estragos en las cosechas y llena de pesadumbre al pueblo por el desastre económico que esto vuelve a provocar. Pero este no es el único mal que la naturaleza impone a los pobladores; además entre 1918 y 1919 todo el país, y Petare dentro de él, comenzó a sentir los efectos nefastos de la epidemia conocida como gripe española. Así vemos que no ha sido fácil la construcción de un pueblo con tanta historia. Es en 1924 cuando las cosas vuelven a la normalidad, el pueblo aprovecha la ocasión para conmemorar el centenario de la Batalla de Ayacucho y así develan un busto del gran Mariscal Antonio José de Sucre, colocado en la plaza que hoy lleva su nombre. La realidad en esta época se modifica aceleradamente, la población del valle de Caracas comienza a expandirse hacia el este y a sitios que los caraqueños escogían para sus días de vacaciones. Las poblaciones aledañas comenzaban a adquirir Siglo XX, ¿progreso, modernidad?

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importancia y entrar en movimiento debido a su proximidad a las haciendas que concentraban un gran número de trabajadores. Tal situación explica el nacimiento de los centros poblados Los Chorros y Los Dos Caminos. Además, comienza para el este del valle un intenso proceso de compra y venta de terrenos, que originalmente eran utilizados para el cultivo del café y la caña dulce. Un hecho importante, que acelera este proceso, es la crisis de sobreproducción acontecida en el mundo de los países industriales denominada el “Crack de 1929”, con efectos catastróficos para el cultivo y comercialización del café, segundo producto de las exportaciones venezolanas. Los fundos y las haciendas comienzan a abandonarse, pues la actividad mercantil se traslada a otros rubros. Debido a esto comienza en firme el proceso de cambio de lo rural a lo urbano. A pesar de estos profundos cambios nacionales e internacionales, Petare se mantiene de espaldas o indiferente. El alzamiento del cuartel San Carlos y las revueltas de los estudiantes de 1928, solo producen una serie de rumores y alguna intranquilidad para algunos adeptos al Gobierno. Dada esta situación, Petare va perdiendo importancia económica y política y así, en la década de los 30, el estado Miranda estrena nueva capital. Los Teques sería la ciudad agraciada y se mantendrá como capital hasta nuestros días. En 1935, el 17 de diciembre, muere el general Gómez. Los primeros días de su desaparición transcurren tranquilos en Petare, luego hubo saqueos y desórdenes, como respuesta del pueblo a casi 30 de oprobio del dictador. El general Eleazar López Contreras asume la presidencia y considera que para aquietar los ánimos hay que abrir nuevas fuentes de trabajo. En lo que respecta a Petare, se consigue la contratación de muchos pobladores en los trabajos de pavimentación de la Carretera del Este en el tramo de Los Dos Caminos. Por supuesto, ya había comenzado la declinación de las haciendas de café y era menester buscar el jornal diario en otras fuentes de trabajo. La modernidad también se traduce en otros campos. En 1927 se da la primera señalización y nomenclatura de las calles principales del pueblo. Ellas son: Orinoco, Caracas, La Industria, El Peligro, El Comercio, El Calvario, El Puente, Las Artes, El Oro, El Recreo y El Río. Por el lado de la población también se observan cambios importantes. El censo de 1926, informa la existencia en el pueblo de 1.680 casas donde habitaban 9.554 pobladores, 4.533 hombres y 5.021 mujeres. Para 1936, la población había ascendido a 13.791 habitantes, de los cuales 6.675 eran hombres y 7.116 34

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mujeres. Para 1941 se incrementó en 17.759 habitantes. Y en 1950, asciende a 25.053 habitantes. Posteriormente, por el proceso urbanizador de la zona, el ascenso poblacional es vertiginoso y sin parangón en la localidad. El censo de 1961 arroja un total de 82.723 habitantes discriminados en 41.823 varones y 40.900 hembras. El de 1971 notifica un crecimiento desmedido que llega a 229.614 habitantes, 227.727 en el área rural de Petare. La conclusión es visible, atrás quedo la vivencia del pueblo, la capital la arropó con signo de “modernidad” y “progreso”. Sin embargo, este proceso de crecimiento ayuda al poblado a cobrar importancia política y de esta forma, según Ley del 17 de junio de 1948 y por la reforma parcial del 4 de julio de 1955, a Petare le corresponde en la división territorial ser la capital del Distrito Sucre que abarca los municipios Baruta, Leoncio Martínez, Chacao y El Hatillo. En cuanto a lo agrícola, aun a pesar de la fuerte influencia urbanística, existía gran resistencia por parte de los productores. Esta lucha se prolongó varias décadas y muestra de ello es el censo agrícola realizado en 1950, donde se observa la existencia en Petare de 49 unidades de explotación de café que producían 402.212 K anuales; pero ya en 1961, pese a que las unidades de explotación aumentaron a 59, la producción bajó considerablemente a la cifra de 94.842 K anuales. A pesar del avance urbanístico de la capital venezolana en las últimas cuatro décadas, con la consecuente ocupación del espacio antes destinado el laboreo agrícola, Petare aún conservaba algunos modestos espacios dedicados a la labranza, tal como lo señala el censo agrícola de 1961. Con respecto a la producción de hortalizas se registra en toneladas métricas los siguientes rubros: 7 de cebolla, 2,6 de berro, 647 de lechuga, 181 de remolacha, 211 de repollo y 115 de vainitas. Empero, los habitantes del pueblo no han cesado su amor por la tierra y cada vez más, dan impulso todo lo que pueden para ayudar en su desarrollo. Así, se logró que en el año 1972 la casa de la hacienda La Urbina fuera decretada monumento histórico nacional, hoy es sede del Colegio de Arquitectos de Venezuela. El Hospital de Caridad que funcionó en la calle de la Federación, en 1955, fue derribado y se construyó nueva sede en la avenida Francisco de Miranda el cual se denominó “Pérez de León” en homenaje de la labor caritativa de Doña Francisca en los inicios del siglo XIX. Existen además diversos sitios destinados a la labor cultural en toda el área; las Casas de la Cultura, las bibliotecas Paúl Harris y Raúl Leoni, fundación José Siglo XX, ¿progreso, modernidad?

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Ángel Lamas, el museo de Arte Popular, la galería Tito Salas, el Ateneo de Petare, la Comisión de Educación y Cultura y el Centro de Historia Regional son algunos de ellos. Se mantienen también tradiciones como las de febrero en honor al Dulce Niño o Buen Jesús y los carnavales; en marzo o abril el Vía Crucis y el Martes Santo se da la tradición particular de Petare de darle libertad a un preso; en mayo los Velorios de Cruz; en julio la fiesta en honor a Nuestra Señora del Carmen; en septiembre la celebración del Cristo de la Salud, que curó a los enfermos de la epidemia; y en diciembre y enero Navidad y Año Nuevo, cuando se da la bajada del Niño Jesús desde lo alto del pueblo. Marcan pauta periodística en la localidad petareña, la Gaceta de Petare, creada en 1975, y la revista Karimao, impresa a partir del año 1990. Ya de las antiguas haciendas no queda sino el recuerdo para la historia; con este objetivo las mencionamos: hacienda Cabeza de Tigre, La Limonera, El Marqués, Guere Guere, Caurimare, Mosquito, San Pablo del Prado, Moreno, Arvelo, Limoncitos, Buena Vista, La Vega de Buena Vista, Las Verdes. La Viuda, Comoropo, Mariches, Lira, Maturín, Las Tapias, Turumo, La Esperanza, La Estrella, San Rafael, Las Mercedes, La Florida, Santa Ana, El Carpintero, El Convento y La Marrón. Hoy todo es movimiento. Petare y Caracas casi son la misma cosa; las vías de comunicación y el descomunal crecimiento urbano y poblacional se han encargado de esta unión. El metro hoy llega a Palo Verde; existe la autopista hacia Guarenas y Guatire, construida sobre la antigua vía del ferrocarril; la avenida Francisco de Miranda que funciona desde 1958, construida sobre el antiguo camino real, la calle Comercio o la calle Bolívar y la Cota Mil bordeando las faldas del Ávila. La transformación ha sido radical. Bajo las ruinas del pueblo se han construido inmensas urbanizaciones, en el terreno de la antigua hacienda Guere Guere, donde nació el prócer Lino de Clemente, se construyó en 1964 la urbanización La California; El Marqués, en 1965, en la que fue la hacienda del Marqués de Santiago Francisco de Berroterán; y muchas más como El Portón, La Industria del Este, Guaicoco, Palo Verde, Horizonte, Las Praderas y La Urbina en la antigua hacienda La Urbina. La dinámica comercial e industrial es muy intensa y se encuentra ubicada en El Llanito, Mariches, El Marqués, La Urbina, La Redoma de Petare, Palo Verde y a lo largo de la avenida Francisco de Miranda, fuentes principales de recursos económicos del distrito. 36

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Bibliografía ARCHIVO DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA: Colección Caracas, Matrículas de Indios, Tomo 138, Vitrina 2, Salón. ARCHIVO ARZOBISPAL DE CARACAS: Sección Matrículas, Petare. ARCHIVO DEL REGISTRO PRINCIPAL DEL DISTRITO FEDERAL: Sección Tierras, Documentos relativos a Petare. Diversos años. ARCILA FARÍAS, EDUARDO (1979). El régimen de la encomienda en Venezuela. Caracas: Facultad de Ciencias económicas y Sociales, UCV. BRUNI CELLI, BLAS (1965). Los secuestros en la guerra de Independencia. Caracas: (s/e) DÍAZ LEGORBURU, RAÚL (1968). La aventura pobladora. Caracas: Editorial Arte. FUNDACIÓN POLAR (1997). Diccionario de historia de Venezuela. Caracas: Fundación Polar, Tomo P-Z. MONTENEGRO, JUAN ERNESTO (1983). Caracas y guaiqueríes, razas caribes. Caracas: (s/e), pp. 290. NECTARIO MARÍA, HERMANO (s/f ). Historia de la conquista y fundación de Caracas. Caracas: Ediciones del Concejo municipal del DF., pp.416. VARGAS MENDOZA, LORENZO (1968). Aspectos bibliográficos de Petare. Caracas: Imprenta UCV, pp. 4.855. VERACOECHEA, ERMILA DE (1983). Los censos en la Iglesia colonial venezolana. Caracas: Academia Nacional de la Historia, Colección Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela, v. 153,154 y 155.

Bibliografía

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La Gobernación del estado Miranda, convencida de que la difusión de la Historia de las regiones mirandinas favorece la valoración y el rescate de los elementos socioculturales que identifican y conforman la región, así como la ubicación de la presencia regional en el pasado, en el presente y dentro del contexto nacional y la construcción de un bosquejo de identidad regional con los elementos significativos que la delimitan (economía, política, sociedad y cultura), decide publicar, a través de la Fundación Fondo Editorial “Simón Rodríguez” y el Instituto Autónomo de Bibliotecas e Información de Miranda, la segunda edición de la colección Cuadernos de Historia Regional. Es así como Fundación Fondo Editorial “Simón Rodríguez”, en su interés por difundir las creaciones referidas a la tradición mirandina, integra la antigua colección Cuadernos de Historia Regional a la colección Identidad. En el libro Petare, el autor presenta su visión de la historia de la conquista, de la ocupación colonial española, del proceso de Independencia del año 1810 y de los inicios de la modernidad en Petare, hoy municipio Sucre del estado Miranda. Así nos enteramos de la lucha desigual que mantuvieron sus primeros pobladores, los indios mariches, con el despiadado conquistador español, quien cruelmente los despojó de sus tierras, los explotó y exterminó.