Notas sobre el Patrimonio Industrial de las Cinco Villas

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Notas sobre el Patrimonio Industrial de las Cinco Villas PILAR BIEL IBÁÑEZ

El sector agrario de la comarca de las Cinco Villas, en el siglo XX, se renovó gracias a la aplicación de nuevos medios técnicos, como los arados de vertedera, segadoras, trilladoras, o cosechadoras, que mejoraron las distintas labores agrarias y al uso de abonos químicos que aumentaron el rendimiento de la tierra de labor, provocando un nuevo periodo de expansión en el que, además del cereal, la comarca cultivó la remolacha azucarera destinada al abastecimiento de fábricas de azúcar próximas, como eran las de Gallur, Luceni o Alagón entre otras. Esta dedicación agrícola se tradujo en una abundancia de molinos harineros y fábricas de harina que se complementó con la existencia de otro tipo de fábricas agroalimentarias como las de elaboración de chocolate (en Ejea de los Caballeros y Sos del Rey Católico) o aceite (Castiliscar, Ejea de los Caballeros, Sierra de Luna, Tauste) a las que se añadían otro tipo de actividades industriales como la fabricación de materiales para la construcción (Ejea, Sádaba y Tauste), las fábricas de hielo (Sádaba y Uncastillo), las imprentas (Ejea, Farasdués u Tauste), o los talleres de serrería y maderas (Ejea y Tauste). Finalmente, destacar la presencia de la industria extractiva con minas para la obtención de cobre en los yacimientos de Biel-Fuencalderas desde 1846 y hoy abandonadas, de hierro en Tiermas y de piedra caliza y yeso en diversas localidades.

El molino harinero y la fábrica de harinas Esta evolución económica condicionó el desarrollo de la arquitectura protoindustrial e industrial de la zona, ya que junto a la pervivencia del molino tradicional, característico de una agricultura artesanal y manual, que mantuvo su función, en las primeras décadas del siglo XX se levantaron las primeras fábricas de harinas que progresivamente fueron imponiendo un modelo industrial de transformación del grano hasta la total sustitución del molino por la fábrica industrial.

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La construcción de estas modernas harineras supuso, desde el punto de vista arquitectónico, el abandono de una tipología de raigambre popular, como era la construcción de molinos, y su sustitución por otra plenamente industrial, en la que cobrarán protagonismo los materiales industriales, hierro, ladrillo y hormigón, y la organización del espacio en función del proceso tecnológico. En definitiva, la principal característica de la arquitectura industrial de las Cinco Villas fue la convivencia entre los establecimientos productivos tradicionales (los molinos) con las nuevas unidades de producción (las harineras) encontrando, por un lado, construcciones relacionadas con los rasgos de la arquitectura popular de la zona, donde perviven las tradiciones de la carpintería y cantería y, por otro, las fabricas de pisos y de naves con un lenguaje arquitectónico propio de la industria. El molino harinero de esta comarca era hidráulico, es decir, su maquinaria se accionaba gracias al movimiento giratorio provocado por la acción del agua sobre la rueda, también llamada rodezno, que era transmitido por el eje a las muelas encargadas de moler el grano. Por ello, los molinos se localizaban cerca o sobre una corriente de agua, de modo que un número importante de los conservados se aglutinan en torno a los ríos Arba de Luesia (Pinto, Sibirana, los dos molinos de Luesia, el de Loperena en Uncastillo, los dos de Malpica, el de Biota y el de Rivas), Arba de Biel (los molinos de Luna y El Frago) y Onsella (con los molinos de Navardún, Isuerre, Lobera y Longás) mientras que el resto se levantaron en las riberas de los ríos Arba (molino de Arana en Ejea de los Caballeros) Orés (molino de Orés), Agonía (Asín y Farasués) y Riguel (Uncastillo). En general, eran molinos de rueda horizontal predominando los de cubo. Su sistema hidráulico se componía de un restaño o presa para almacenaje del agua; de un cubo o pozo, por donde el agua entraba al molino; del saetín por donde resbalaba y del rodezno, que giraba gracias a la fuerza de caída del agua poniendo en marcha la maquinaria de la molienda. Para moler el grano se necesitaba una tolva por donde se vertía el cereal, con forma de embudo que se colocaba sobre el ojo o agujero central de las muelas. Éstas eran dos, una fija o durmiente, que se encontraba embutida en un banco o guardapolvo, y la otra móvil o volandera que era accionada por el eje que se comunicaba con el rodezno. De la mayor o menor aproximación de las piedras y de su dureza dependía la calidad de la harina. El grano se repartía por igual entre sus caras interiores. Así, en la parte central o antepecho se rompían las semillas y se separaba la piel del grano, mientras que en la parte más cercana al exterior o moliente el salvado se enrollaba y la semilla se convertía en harina.Con el siglo XX se introdujeron una serie de mejoras en la molinería tradicional: las máquinas de limpia y los cernedores. Las primeras ayudaban a separar las impurezas del grano y lo humedecían mediante una rosca continua reduciendo el tiempo de limpieza y secado de los granos que solía realizarse de forma manual en las acequias. Por su parte, los cernedores tenían como finalidad diferenciar la cali-

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dad de la harina obtenida en la molienda clasificándola en harina de primera, segunda, y tercera categoría. La harina se ponía en contacto con un filtro de tela de seda que según las calidades señaladas tenía distinto grosor en su malla. Los diferentes elementos tecnológicos descritos se cobijaban en una sola edificación de planta rectangular que solía presentar tres alturas: el cárcavo, la zona de producción y la vivienda del molinero. El primero de ellos, el cárcavo, se localizaba a nivel de semisótano y era una pequeña cavidad abovedada de piedra sillar donde se encontraba el mecanismo de rotación y por donde el agua excedente salía al exterior. La sala de producción se ubicaba en la planta baja y la vivienda del molinero en el primer piso. A la zona de residencia se accedía bien directamente desde el espacio de trabajo o bien desde una puerta localizada en la zona posterior del edificio. El material constructivo era la piedra. Se solía utilizar la piedra sillar para el basamento y para reforzar las esquinas y los vanos aunque en algunos molinos puertas y ventanas se consolidaban con travesaños de madera. Mientras que para levantar los muros se optaba por el sillarejo sin enfoscar. La cubierta habitual era a una sola vertiente con tejas de tipo árabe y en un número más escaso a cuatro aguas. Las armaduras incluían rollizos y encañados y las vigas apeaban directamente sobre los muros. De los molinos conservados en las Cinco Villas destacan por su antigüedad, su maquinaria y sus características constructivas los molinos de Luna, de Tauste y de Uncastillo. El molino de Luna, localizado en el río Arba de Biel, sobresale por su arquitectura ya que el molino se sustenta sobre unas bóvedas de medio cañón ligeramente apuntadas construidas con piedra sillar donde se ubican los ro-

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deznos que reciben el agua de un cubo cilíndrico, también construido en piedra, recogiéndola directamente de la acequia. Sobre esta estructura se elevan dos espacios uno dedicado a la elaboración del producto y otro destinado a vivienda del molinero. El alzado presenta una cierta variedad de materiales dado la antigüedad de esta edificación (1496 según la inscripción presente en la jamba derecha de la puerta) y las sucesivas reformas que, previsiblemente, ha sufrido aunque predomina la piedra sillar. En su interior se conservan las muelas ubicadas en la primera planta y los cernedores y demás elementos en el piso superior. El molino estuvo funcionando hasta el año 1993. El molino de Tauste, situado en una de las márgenes del canal homónimo, es una construcción renacentista que se ajusta como ningún otro molino aragonés del Renacimiento a las normas de construcción dictadas en los Veintiún Libros de los Ingenios y las Máquinas. Es un molino de regolfo de dos pisos de altura sobreelevados sobre tres bóvedas de medio punto construidas con sillares que cobijan tres rodeznos de regolfo. El resto de los muros del molino se levantan en ladrillo definiendo una fachada sobria en la que los vanos se abren en la misma en arista viva, siguiendo la estética sobria y funcional propia de estas construcciones. Con posterioridad sufrió varias transformaciones ya que los rodeznos fueron sustituidos por turbinas en la segunda mitad del siglo XIX y las piedras para moler la harina por otras para la molienda de la sal siendo, finalmente, transformado en una fábrica de lejías. Por su parte, el molino de Loperena en Uncastillo, sobre el Arba de Luesia, es una construcción de planta rectangular y dos pisos con muros de mampostería

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y un basamento de piedra sillar almohadillada, tratamiento que se repite en los dinteles de los vanos y en las esquinas del edificio. En el piso inferior se realiza el proceso de producción mientras que en el superior se localiza la maquinaria de cernido y las habitaciones del molinero, compuestas de una cocina con chimenea y dos alcobas. El molino cuenta con un restaño que recibe el agua derivada desde el río Arba de Luesia a través de una acequia que llega al rodezno. Todo ello dentro de un cárcavo cubierto con una bóveda de piedra almohadillada. Sin embargo, este molino presenta una singularidad ya que el rodezno se encuentra encerrado en una caja cilíndrica lo que le permite mover con uno solo los dos molinos que disponía en su interior, ya que al estar el rodezno confinado provoca que el agua, al precipitarse, choque contra las paredes y la fuerza generada se multiplique y mueva los dos molinos simultáneamente. La renovación del sector harinero estuvo propiciada por la utilización del motor único y por la innovación tecnológica experimentada por la maquinaria de molturación y de cernido. El motor único, generalmente una turbina, accionaba todas las máquinas de la harinera mediante embarrados de eje horizontal. El movimiento generado por la turbina se transmitía a este eje principal que a su vez, por medio de correas de cuero, accionaba las diferentes máquinas. Pero la transformación definitiva se produjo con la introducción tanto de los molinos cilíndricos que sustituyeron a las clásicas muelas como de los planchister y sasores que mejoraron las labores de cernido de la harina. Para poder rentabilizar las nuevas máquinas era necesaria su disposición en altura. Las máquinas se distribuían en distintos pisos estando conectadas mediante elevadores de cangilones que subían el producto y tubos por donde la harina caía por gravitación. Las transmisiones se localizaban en la planta sótano, el piso de molinos dispuestos en batería se ubicaba en la planta baja, los tubos de madera junto con el sistema de aspiración neumática se encontraba en la segunda y los planchister, los sasores y el sistema de limpia se situaban en la tercera. Por ello, era necesario un nuevo tipo de edificio, la fábrica de pisos, que acogiera todo el proceso de producción de manera racional y funcional. Esta tipología arquitectónica apareció por primera vez en Aragón en torno al año 1880 en la harinera levantada por la sociedad de Villarroya y Castellano al mismo tiempo que adoptaron los nuevos modelos de máquinas, aunque había sido ensayada con anterioridad en las fábricas textiles catalanas como por ejemplo la fábrica de Miralda en Manresa de 1820. En las Cinco Villas la primera harinera de estas características la encontramos en Ejea de los Caballeros, localidad donde en 1908 un grupo de ejeanos puso en marcha la sociedad anónima Electro Harinera de Cinco Villas, también conocida como La Modelo, con un capital inicial de quinientas mil pesetas. Se construyó una moderna fábrica de tres pisos «de alta molienda por cilindros accionada por electricidad, con una capacidad fabril de dos vagones de harina diarios, utilizando la ventaja de ser esta comarca la principal en calidad y cantidad de trigo» tal y como indicaba el periódico Heraldo de Aragón. Esta harinera fue el primer

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ejemplo en la comarca de un modelo arquitectónico que pervivió en las fábricas de las localidades de Biel, Ejea de los Caballeros (Harinera de Santa Lucia), Sádaba y Luna (Harinera de La Varluenga, desmantelada recientemente). En general, se tratan de edificios de planta rectangular que se elevan de dos a tres plantas, con los muros de ladrillo y las cubiertas de teja árabe a Tauste. Antigua fábrica de harinas La Victoria doble vertiente. La sinceridad de sus volúmenes queda ornamentada con el refuerzo de las esquinas con piedra sillar y de los vanos con molduras. A pesar de esta homogeneidad, entre todas ellas podemos destacar la harinera de Tauste ya que define, mejor que otras, las notas propias de la arquitectura industrial. En la actualidad la harinera de Tauste engloba una antigua fábrica de harinas, ya desmantelada, y una moderna fábrica de sémolas. La fábrica de harinas La Victoria se fundó en el año 1918, ampliando sus instalaciones en 1981 con la construcción de nuevos edificios y dos silos donde se ubicó la Fábrica de Sémolas Cinco Villas S.L. Ambas funcionaron durante un breve espacio de tiempo, hasta la década de los noventa, momento en el que la harinera dejó de producir, al ser poco rentable. La antigua harinera estaba formada por el edificio de fabricación más dos naves de almacenaje y cuatro silos, siendo el inmueble principal una construcción de cuatro alturas con una estructura levantada en hormigón y ladrillo. Es una edificación en la que se manejan los conceptos propios de la arquitectura industrial de principios del siglo XX como son la seriación y lo modular y en la que se utilizan materiales propios de la misma como son el hormigón y el ladrillo industrial. Gracias a estos materiales el edificio es una estructura autoportante que ya no necesita muros de carga quedando los mismos como elementos de cerramiento. En ellos se abren vanos estandarizados que ocupan la mayor parte del paramento mural separados en tramos que componen y modulan los alzados principales al resaltar la estructura vertical mediante un color diferente. Otras tipologías arquitectónicas que surgieron para dar respuesta a las necesidades generadas por la sociedad industrial y para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos fueron las infraestructuras de transporte y las urbanas. Dentro de las primeras la estación de ferrocarril. Simultáneamente, las carreteras mejoraron y se construyeron nuevos puentes carreteros que bien podían ser metálicos o de piedra. En cuanto a las infraestructuras urbanas, proliferaron la construcción de mataderos (Ejea de los Caballeros y de Erla), lavaderos (Sádaba o Farasdúes) y depósitos de agua (Ejea de los Caballeros y de Tauste).

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