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Luis Franco El Poeta del Porvenir

¿Por qué Luis Franco? Este material tiene por objeto hacer conocer a la militancia, especialmente la más joven, la personalidad del poeta, escritor e historiador catamarqueño, tratando de responder a la pregunta que muchos compañeros hacen habitualmente: ¿el trotskismo no tiene personalidades conocidas? Presentamos aquí un artículo de recordación, que realizara especialmente para esta publicación, Horacio Lagar, dirigente del PT, quien conociera personalmente a Franco; además de una nota periodística realizada para la revista “El Periodista” en 1985 y la postrer nota de recordación aparecida en “Correo Internacional” de julio de 1988, queremos aportar tres pantallazos de Luis Franco para que lo descubran los compañeros, ya que hoy no es fácil encontrar en las librerías ejemplares de sus obras, algunas de las cuales mencionaremos para quienes deseen “bucear” en su búsqueda. Nuestro homenaje, a casi ocho años de su muerte para que el polvo de quienes pretendieron ignorarlo, sea barrido por el viento de la conciencia y convicción militante de nuestra juventud.

Partido de los Trabajadores (PT)

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Luis Franco (El poeta del porvenir) ¿De dónde diablos salió este poeta montañés, destripador de dioses presuntuosos, convocando con su flauta de caña a nuevas lealtades humanas? Esta pregunta se la debieron hacer los mandamás del patriarcado cultural cuando Luis Franco irrumpió en la lírica hispanoamericana con sones tan profundos y tan altos que para unos fueron herejías, para otros revelación y para todos, una nota mayor del canto del hombre en abrazo fraterno con la naturaleza. Ese montañés era un joven labriego de la sierra catamarqueña, nacido en Belén (sic!)... que a los 22 años, comenzó asombrando a los más destacados exponentes de la literatura contemporánea con una poesía vital, académicamente incalificable, en abierta rebeldía con todos los estilos y escuelas. Su amigo, el poeta Lucas Moreno, prologando el tomo-antología “Insurrección de Poema” (Editado por Eudeba), se refiere a él como un “hombre de letras y oficios”. Y así fue: el poeta bucólico y prosista brillante y mordaz, fue diestro practicante de todos los oficios del hombre que vive en laboriosa armonía con la tierra: arar, sembrar, cosechar, talar, criar animales, ordeñar, vendimiar, defender como un “cafoni” las aguas del canal de riego comunitario, enfrentarse a la autoridad del cacique terrateniente y soportar las demoras policiales en averiguación de antecedentes. Todo lo vivió Franco para sentirse libre de cualquier atadura oficial, excepto de aquella que lo afincaba solidariamente con sus vecinos emparentados por el trabajo en la tierra. Con semejante independencia, conquistada y mantenida hasta el final de su larga vida, Luis Franco, con el fanatismo de un cristiano primigenio en el circo romano, se dió el gusto -gusto costoso pero gratificante- de cantar al hombre puesto de pie ante la dictadura de los dioses y sus funcionarios de librea, cruz y espada. Cantándole a ese hombre erguido, alcanzó la gloria y el reconocimiento de muchos y buenos, pero no la consagración institucional, que a él le resultaba ajena y distante. Ellos, los “cuerpos orgánicos”, prefirieron honrarlo prudentemente con el silencio. Sin embargo, en su biografía sacrílega, Franco recogió elogios envidiables. Por decir algo, nomás, Leopoldo Lugones saludó la aparición de La flauta de caña, Constelación, El libro del gay vivir y Los trabajos y los días... llamándolo “el poeta pagano que nació con la facilidad del ala... doctor de la gaya ciencia...”. Por su parte, Roberto Arlt, escribió: “Leyendo a Franco he recordado la talla de los superhombres que hombrean el Renacimiento y almacenan en sus cuerpos una fuerza cósmica...”. Arlt no se cuidó de señalar, también, que semejante salto “cósmico” de la lírica castellana había merecido, hasta entonces, solamente... “tres años de fervoroso silencio”, sin saber, naturalmente, que su admirado autor recibiría después, nada menos, que el Premio Nacional de Poesía. Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Alfonso Reyes, Federico de Onís, José Donoso, son algunos de los nombres célebres que rindieron su enfervorizado homenaje a la poesía iconoclasta, devastadora, insurreccional de Franco, cuyo eje era la naturaleza y el hombre recuperado para sí mismo de todas las ataduras de la propiedad, el poder y la religión. El poeta Luis Franco no fue un trovador de palacio. Estaba tan comprometido con su tierra, su pueblo y con la historia, que jamás eludió las definiciones ideológicas y políticas. Pero el diablo campesino y nada diplomático que anidaba en el homenajeado poeta, se expresó en ocasión de visitar la famosa biblioteca Lenín. El asombro de los

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visitantes en ese Arca de Noé de la letra impresa, se explayaba sin límites celebrando la prontitud con que los funcionarios ponían a disposición de los visitantes cualquier libro de la literatura universal, desde el teatro de Esquilo hasta algún poema culinario de Petrona de Gandulfo. A su turno, Luis Franco no pudo menos que sumar su elogio al de los demás visitantes... pero reclamando que le mostrasen las obras escritas de León Trotsky, especialmente su monumental Historia de la Revolución Rusa. Durante el largo período de la “Guerra Fría”, la propaganda imperialista occidental y las organizaciones no gubernamentales (ONG), que siempre le acompañan, convocaron a cuanta demostración en defensa de los derechos humanos podía servir como munición de ataque contra la URSS y su gobierno. La expulsión de los judíos del territorio soviético resultó, en esos momentos, motivo propicio para realizar en Santiago de Chile, uno de esos encuentros internacionales. Luis Franco fue uno de los invitados a la mesa de expositores. Ante la desazón de los presentes, concluyó su alegato antirracista y contra las persecusiones, tanto de los stalinistas como de los nazis y demás cipayos del nacionalismo colonial, diciendo que el “cargo” mayor que podía hacerse a los judíos no era de ningún modo el que los genocidas antisemitas pretendían o los dirigentes del Kremlin pretextaban... sino el de haber dado origen al cristianismo. Los más importantes diarios y revistas del país se honraron en sus páginas con la firma de Luis Franco: “Caras y Caretas”, “El Hogar”, “Nosotros” y “La Prensa”, entre muchos otros. Y hasta “La Nación”, al principio, saludó la irrupción de Franco en el mundo de las letras; porque cuando el poeta se metió con el ensayo histórico, el vocero de los Mitre prefirió condenarlo al ostracismo y la proscripción. La razón era que Franco no sacrificaba sus convicciones de investigador de la historia argentina, a la ególatra satisfacción personal de verse en letras de molde en la sección literaria del “decano” de la prensa nacional. Y de resultas de esas investigaciones Franco había publicado ensayos en los que el general Mitre aparecía, no sólo como el maniobrero político de la oligarquía terrateniente, sino como un inepto militar, culpable, sin más, del genocidio de la Triple Alianza contra el pueblo paraguayo. A Franco le gustaba mostrar con croquis de expertos militares, sacados de insospechados archivos, que el famoso general Mitre no tenía ni idea de como disponer las tropas de línea y que la matanza de los soldados argentinos se debía más a los disparos de los mismos compatriotas que estaban detrás, que a las balas o piedras de los defensores guaraníes. Las charlas o conferencias de Franco sobre las “habilidades” del prócer de la oligarquía, solían levantar la hilaridad o la urticaria de los presentes según fueran estudiantes o doctos liberales de la “Línea Mayo-Caseros”, por aquel tiempo reclutados en las filas más gorilas del antiperonismo. Así ocurrió en una conferencia dictada por Franco en la Universidad del Sud en 1961, con el patrocinio del Colegio Libre de Estudios Superiores. Después de explicar con abundante documentación aquel período de la historia argentina, a Franco se le ocurrió leer la carta que un caudillo del interior le enviaba a Mitre, general en jefe del ejército aliado encargado de matar paraguayos... y argentinos. La carta del caudillo decía así: “Aquí le mando mi general... 40 voluntarios para que siga haciendo la guerra, pero no se olvide de devolverme los grillos...”. Sin duda alguna, no era esta la mejor manera de afianzar la gloria de nuestro prócer. Y así lo entendieron algunos aspirantes a próceres locales, en aquella conferencia de Franco, ya que optaron prudentemente por ceder el papel de anfitriones a los jóvenes

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estudiantes que continuaron con él, en un bar de las inmediaciones, sin protocolo alguno, desmenuzando historias y riendo con algunos cuentos provincianos. Porque debe recordarse que, sin tener grandes dotes de conferenciante u orador, el poeta-ensayista tenía sin duda, el don del decir profundo y mordaz. Como investigador de la historia argentina, hay que mencionar en primer término El otro Rosas, El General Paz y las Montoneras, así como Los grandes caciques de La Pampa. Con Milcíades Peña, el notable publicista e investigador marxista, Luis Franco compartió trabajos memorables, muchos de los cuales quedaron registrados originalmente en la revista “Estrategia”, una publicación de estudios teóricos nacida en el seno de la corriente trotskista impulsada por Nahuel Moreno. De esta impronta brotaron De Rosas a Mitre, Antes y después de Caseros y diversos artículos y ensayos reunidos en ediciones de conocidos sellos. La prosa de Franco floreció también en ensayos más abarcativos de la cultura. Su Biografía Patria y La Pampa habla, no cedieron en belleza y en enjundia a Revisión de los griegos, La hembra humana y El pequeño diccionario de la desobediencia. En todos estos trabajos brilla con luz especial su versatilidad literaria, que podía transportarnos desde Los hijos de Llastay hasta Walt Whitman, en un vuelo poético de naturaleza “cósmica”, como diría Roberto Arlt. Hay, sin embargo, un aspecto menos conocido de la prosa de Franco, que es esa que dejó registrada en sus Cuentos orejanos, un tomo del Centro Editor de América Latina, donde la técnica narrativa discurre con expresiones y metáforas de una profundidad y belleza que al leerlas, uno se sorprende de la poca difusión que han merecido en los medios que cultivan el género. Es posible que la industria editorial, en busca de la ganancia que depende del mercado, tenga razones para buscar objetos literarios más vendibles, habida cuenta del gran desarrollo de los medios de comunicación que generan gustos y preferencias. Franco, es de reconocer, pese a haber sido premiado con todos los elogios y honores, nunca fue el típico “best seller” de las librerías, aunque cualquier lector más o menos avisado haya rescatado de ellas, con verdadera fuición, trabajos como su recordado Hudson a caballo. Sin embargo, algo tenía de común con Jorge Luis Borges, si no en el contenido, al menos en la forma punzante de opinar. El catamarqueño autodidacta, que tanto bebía en Esquilo como en Lugones, sin dejar de lado a Dante, Shakespeare, Goethe, Shelley y otros como Khayyam y Whitman, fue preguntado alguna vez, en un reportaje de la televisión, sobre la opinión que le merecía su contemporáneo Borges. Con el sincero respeto de quien, como él, valoraba la calidad literaria de esa consagrada pluma mayor, dijo que “Borges era un maestro en el arte de escribir... pero que en su jardín poético las abejas libaban en flores de plástico...”. Sí. Sin duda, la mordacidad de Franco era tan insurreccional en sus dichos como en su poesía y su prosa. Cuando los generales de la Revolución Libertadora quisieron dar lustre de civilización a la barbarie fusiladora, tuvieron la audacia de ofrecer a Luis Franco la cátedra universitaria y hasta un rectorado. Por el contrario se sintió miembro informal de todas las organizaciones y movimientos sociales a través de los cuales el ser humano libraba su batalla de siglos por la libertad, sin por ello sentarse a llenar fichas de afiliación. Como marxista convicto y confeso, ejercía el derecho natural del artista a batir sus alas libremente, sin otro condicionamiento que el viento, como el pájaro en el aire del

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planeta. Pero para él, ese planeta no estaba dividido en “bloques” de países sino en clases sociales que con “paz” o sin ella, seguían peleando una guerra entre los que no tenían que comer y los que comían hasta el hartazgo, o como él decía, una guerra entre “ayunantes y eructantes”... . Cuando Pablo Neruda (a quién Franco admiraba como poeta), después de gozar todas las mesas del mundo capitalista como diplomático de cuanto gobierno chileno usurpaba el poder, escribió su “eructante” Oda a Stalin, Luis Franco (que acababa de rechazar un sitial de honor en la Academia Argentina de Letras) escribió un poema dedicado a León Trotsky, ese profeta desarmado del porvenir, expulsado de la URSS y sin visado en los estados convivientes con la paz del Kremlin. En ese poema no le cantaba a ningún “infalible”. Sino al ser humano que luchaba por hacerse dueño de la historia; y tampoco la inspiración brotaba de una paradisíaca Isla Negra, sino de la modesta vivienda de los altos cercana a la estación Ramos Mejía, sobre las vías del ferrocarril. No fueron estos versos el único tributo poético de Franco a un luchador revolucionario. Cuando el gobierno peruano de los gamonales tomó prisionero al dirigente campesino Hugo Blanco, aprestándose a imponerle la pena de muerte con el fin de escarmentar a los indios insurreccionados, el poeta puso a disposición del líder trotskista todo lo que tenía para dar: un poema que es una obra maestra de imágen, sonido y sustancia, y una caminata sin tregua por todos los despachos oficiales, oficiosos y contestatarios, aprovechándose de un prestigio y una autoridad moral que nadie podía desconocer. Juntó así, centenares de firmas de notables de la política y la cultura, que sirvieron para detener la mano asesina del gobierno peruano. Poco antes -mediados de 1961- la burocracia stalinista de Kruschev movilizó a los intelectuales del orbe para un “Congreso Mundial de la Paz y el Desarme”. Luis Franco integró la delegación argentina que viajó a Moscú, junto con otras figuras destacadas del país. Conoció y recorrió Europa y algunos países del Este, escribiendo luego su memorable Prometeo ante la URSS, con la sinceridad y la gracia que hacen hoy tan grata su lectura. En este viaje valoró todas las conquistas de la planificación socialista, aún limitadas y distorsionadas por la casta usurpadora del poder soviético; y no se cuidó de diferenciar lo que le presentaron como “socialismo real”, de lo que él y el marxismo consideraban que debía ser el verdadero socialismo internacionalista de los trabajadores. Dijo, por ejemplo, aludiendo a la “coexistencia pacífica”, levantada como bandera por la dictadura de los funcionarios, que “este pacifismo puro era la máscara de la contrarrevolución burocrática”. Disentía así con la verborragia de los anfitriones y la más o menos complaciente de los invitados que habían llegado de los cinco continentes. En declaraciones y peroratas de circunstancias (celebraciones, homenajes y reportajes que le hacían), no dejó de marcar la diferencia principista y estratégica del socialismo con la concertada parodia de “paz entre el lobo y las ovejas...”. El autodidacta campesino, que sostenía que “la moral política era como el Esperanto, una lengua universal... que nadie hablaba”, prefirió otra vez quedarse sólo con los perseguidos y ayunantes, y declinó el ofrecimiento argumentando que “ya estaba muy viejo para andar doblándose”. Y así siguió, hasta el fin de sus “trabajos y sus días”... que concluyeron en el invierno de 1988, en que la muerte abatió sus alas de cóndor.

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Había acumulado casi 90 orgullosos años con la satisfacción de no haber disfrutado privilegios arrodillándose ante nadie y ante nada, excepto ante el surco de secano de su Belén natal, y sólo para fecundarlo con el sudor de su frente y ayudarlo con sus manos a parir el salario del pan y el vino. En el cementerio de la Chacarita, despidieron sus restos conocidos artistas y poetas amigos. Y también lo hizo, en nombre del Movimiento al Socialismo y sus amigos trotskistas, el dirigente nacional Luis Zamora.

Horacio Lagar, Febrero de 1996.

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Luis Franco: La poesía y el precio de la integridad (Entrevista realizada por Daniel Chirom para la revista El Periodista de Buenos Aires Nº 60, del 1 al 7 de Noviembre de 1985)

Luis Franco nació en 1898. Su copiosa obra como poeta y prosista recibió reiterados elogios, a veces de figuras tan dispares como Lugones o Arlt. Sin embargo, su voz parece condenada al olvido quizá porque siempre rehuyó los honores como cuando no aceptó ser miembro de la Academia Argentina de Letras. Es un día gris, desapacible. Estoy en una confitería esperando al poeta, narrador e historiador Luis Franco, un hombre de 87 años cuyo rostro me es desconocido así como es desconocida su obra para la mayoría de sus compatriotas. Pese a sus casi cuarenta títulos publicados la literatura argentina se permite cometer con él el pecado de la elusión. Y no por mérito propio, ya que su obra fue elogiada reiteradamente en muchos países. La razón del silencio reside en su intransigencia con los foros del poder, una actitud que lo llevó a rechazar dos veces la invitación a ser miembro de la Academia Argentina de Letras. Ya en 1941 Roberto Arlt se quejaba del vacío que rodeaba al autor de Suma: “¡Tres años de silencio en torno a un bosque de poesía! Es maravillosa la justicia de los hombres de descoloridos labio apretados... Me dicen que su autor, no ´se si en La Rioja o en Catamarca, en soledad virgiliana, ara, siembra y cosecha con sus propias manos un trozo de tierra y cuece su pan. Está bién. Es la hermosa bestia completa en la Edad del Maniquí”. Es necesario remarcar que el creador de las Aguafuertes porteñas y nuestro entrevistado jamás se conocieron. Sin embargo, un odio acérrimo por las convenciones sociales y un ideario fraternal con los desposeídos los hermanó. El cielo se desploma en una lluvia torrencial. Temo por la suerte de la entrevista. Fue Franco quién dispuso el lugar de encuentro. No quiso que se hiciera en su casa. Según me han dicho, la razón es que vive en un geriátrico en condiciones muy humildes y su orgullo, ese que llevó a la cárcel varias veces en su vida, le impide recibir visitas en su domicilio. Cuando ya estoy guardando los apuntes en la convicción de que la charla se tendrá que postergar, veo que entra un anciano alto, erguido, de contextura robusta. Está empapado pues no lleva paraguas . Antes de que me levante se encamina hacia mi mesa. Me saluda. Le pregunto cómo hizo para reconocerme. “Es la intuición” me dice. Le creo cuando miro esos ojos profundos enmarcados por cejas selváticas. Su rostro está tallado. Es uno de esos hombres privilegiados para los que la vida no ha pasado en vano. Antes de que pueda comenzar con las preguntas, extrae del bolsillo de su saco raído un papelito manuscrito que está encabezado por la palabra autopresentación. “Es para ahorrarle tiempo”, me asegura. Coincido y transcribo: “Señores: A mi carencia de condiciones oratorias se agrega hoy las fallas de memoria que la mucha edad trae consigo. Seré, pues, brevísimo. Movido por un instinto de independencia y libertad que llamaré salvaje, abandoné cuando mozo mis estudios universitarios (abogadiles) cuando advertí que ¡el pueblo más conculcador del derecho romano era... el creador de nuestro derecho! Me retiré a mi aldea nativa -Belén de Catamarca- y me convertí en granjero, trabajando como un desaforado. Eso sí, por la noche -a veces hasta el alba- estrechaba mis relaciones con la literatura y la historia universales y también con las filosofías y las religiones. Saqué una conclusión única: la verdadera historia de la humanidad aún no está escrita. Hay que aprender a reírse respetuosamente de casi todos los sabios y libertadores del pasado y del presente”. -No entiendo bien su referencia al derecho romano.

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-El derecho romano era escrito justamente por el pueblo que avasalló a todos los demás países de la época y que fue la negación de todo derecho. De esto han dejado constancia los principales historiadores. -A usted se lo ha calificado como un historiador marxista. -Yo coincido con Trotsky, Marx y Engels pero descoincido con ellos en un sólo aspecto: el origen de las clases sociales. Ellos no parecen poder explicar cómo una pequeña minoría se adueñó de todo. Eso lo ha tratado en forma muy convincente un pensador árabe del siglo X cuando dijo que los pueblos nómades invadían las ciudades, que entonces eran bastante indefensas, y se convertían en años esclavizando a la gente. -Entonces, ¿se lo puede calificar de comunista? -Siempre he tenido una repugnancia histórica por los ismos, en la política como en literatura. Además, los trabajos de Rodolfo Mondolfo me han convencido de la trágica distancia entre la realidad objetiva y los dirigentes rusos de la primera hornada que los forzó a realizar concesiones procapitalistas que trajeron, no la dictadura del proletariado, sino la del partido y su burocracia sobre el proletariado. -¿Y anarquista? -Nunca comulgué con el credo anarquista aunque muchos de sus hombres me honraron con su amistad de extraordinaria calidad moral. El anarquismo aspira a la igualdad de clases y no a la eliminación de las mismas. -Regresemos a su autopresentación. ¿Cómo era Belén en sus tiempos? -Era pintoresco pero primitivo. Había acequias sin estar cubiertas, de modo que la gente sacaba agua de donde bebía el ganado. Esto cuando había, porque la mayor parte del tiempo escaseaba, pues cuando el río crecía, con el agua del cerro, el lecho llegaba a tener ¡como siete cuadras de ancho! Sí, era un Paraná del desierto con agua turbia. -¿Y cómo era su familia? -A mi padre casi no lo conocí. Yo tenía cuatro años cuando él murió. Dejó una pequeña fortuna pero el abogado que hizo la sucesión se quedó con casi todo. Es muy común que eso suceda en la provincia. Además, estaban los hermanos. -¿Por qué deja Belén por primera vez? -Los estudios universitarios y el servicio militar me trajeron para Buenos Aires. Logré ubicarme en la Biblioteca Nacional del Maestro, situación muy modesta pero cómoda, con bastante tiempo libre. Allí conocí a Leopoldo Lugones. Yo era un lector apasionado de su obra. -Sin embargo, entre su actitud y la de Lugones hay una brecha muy grande. -Para mí él era un maestro, me puse contento cuando leí su comentario sobre mi primer libro de poesía, La flauta de caña. Entre otras cosas decía: “Franco canta como el pájaro por llamamiento de la naturaleza y el poema de alabanza a la cosecha es un verdadero himno sagrado al trabajo de la tierra como pocas veces se oyó, si se lo ha oído alguna vez tan noble y puro como nuestro idioma”. ¡Estas cosas yo no las puedo olvidar! Imagínese, Lugones hablando así de mi obra. En cuanto a nuestras disidencias, él no podía atacar a Mitre, además era militarista y antirradical. -¿Por qué abandona la capital a pesar de que había entrado con el pie derecho? -Lo que yo tenía entre ceja y ceja era la ambición de ser un hombre sencillamente libre y sospechaba que tal cosa me sería difícil si no comprometía en ello la más obstinada voluntad de trabajo y de vivir a lo pobre. Creo que lo cumplí al pie de la letra. En mi tierra natal aprendí a manejar la pala, el hacha, el pico, el arado y el lazo. Al cabo de doce años de fajina y sudor el erial de zanjas y tocones se convirtió en una granja que podía albergar una docena de vacas lecheras y algunos caballos y ovejas.

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-¿Qué interlocutores tenía allí? -No muchos. Una de mis relaciones más queridas fue con el doctor Illía . El leía mis cosas. Un día, cuando fue a recorrer Catamarca, me vino a visitar. Hubo simpatía mutua. Era un hombre honrado. Y después pasaron los años, no recuerdo cuántos, y llegó a la presidencia. Por intermedio de un amigo común, el presidente me dijo que cuando quisiera lo fuera a saludar. Un día fui. Recuerdo que mi hijo, que en ese momento era un mocoso (hoy en día es albañil) me dijo: “che papá, ¿que le vas a pedir al Presidente?” Y yo le contesté: “si tu papá le pide algo al Presidente dejaría de ser tu padre, porque yo sería un tipo deleznable”. Entonces me dijo que le pidiera un retrato. Eso era otra cosa y ahora mi hijo, que es una persona humilde, tiene un retrato autografiado de Illia. -¿Por qué vuelve a abandonar Belén? -Comenzó una lucha con la gramilla y el oficialismo. Fui encarcelado dos veces sin que el abuso cesara. Había llegado el peronismo. En mi pueblo, su representante era Saadi, que al principio supo ser del Partido Conservador. El Diccionario de la Literatura Latinoamericana publicado en 1961 por la Organización de los Estados Americanos (OEA) da la siguiente definición de Luis Franco: “En general, lo que Franco persigue es la reivindicación de los valores esenciales de la personalidad humana, segun ciertos ideales de emancipación social. En su misión redentora hay una profunda fe en el pueblo como nuevo y único protagonista de la historia, una indudable sinceridad y constancia que hablan de su integridad moral, de su conducta cívica irreprochable. El poeta alciónico se ha convertido en el vate de otros tiempos: acaso como diría Shelley, en el ‘legislador no reconocido de la humanidad’ “. -¿Cuáles fueron sus primeras lecturas? Cuando era joven era un lector ¡qué diablos!, leía todo lo que me caía en las manos: filosofía, historia, poesía. Empecé a leer a Thoreau, Whitman y la poesía francesa, sobre todo a Víctor Hugo. También conocí a Horacio Quiroga, a Hudson, a Banchs y sobre todo a Sarmiento. Para mí él es uno de los máximos ejemplos de la honradez política. -¿Se lo podría ubicar en la generación del '20? -En algunos aspectos, nada más. Para mí la poesía de Borges es solamente ingeniosa. Sus abejas liban flores de papel. Cuando afirma que Lugones escribe mejor, tiene razón. En cambio, Banchs, bastante académico, tiene una escritura de un castellano purísimo. ¡Da gusto leerlo! -Tanto en sus poemas como en sus prosas usted pinta admirablemente los paisajes de nuestra patria. -Cuando hablo de mi tierra lo hago en su sentido panteísta, no patriótico. Cuando presento la selva no es la selva argentina, es la selva. Patria significa algo en un sentido relativo; por ejemplo, cuando se agrede al espíritu americano. Tiene que existir una unión. Por supuesto, las características de cada pueblo existen, como aquí el gaucho que tan bien describió Hudson en la historia del ombú. -¿Su poesía es dionísica? -Lugones me llamaba “el poeta pagano”. -¿Qué piensa de la poesía contemporánea? -La poesía de hoy en día es opaca, no habla con claridad. Es el caso de Neruda, un poeta de tinieblas, de ahí su éxito. La gente lo entiende nada o muy poco y lo admira como en la religión. El se ha cotizado gracias a la diplomacia, sin ella no hubiera sido nunca nada. ¡Casi todos los poetas actuales parecen funcionarios! -¿No le parece que su opinión de Neruda es un tanto exagerada?

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-No, él tiene algunos libros como los 20 poemas de amor o el Canto General. El resto no es claro. En cambio, Maiakovsky se suicidó porque se le cerraron los caminos. Eligió entre ceder a sus creencias o morir. ¡Era un hombre como lo fue Vallejo! -¿Por qué piensa que la poesía es cada día menos leída? -Antes la poesía ocupaba un lugar primordial en la sociedad, el poeta era como un sacerdote. Nuestra sociedad masificada ha perdido eso. Pero hay que remarcar que el progreso, tomado en general, es relativo, pues la sociedades evolucionan, luego decrecen, degeneran y terminan en alguna catástrofe. Nuestro mundo podría terminar así, no sería difícil pues si el poderío atómico sigue adelante, el hombre tendrá que esperar lo peor. -¿Qué diferencia tiene la prosa con respecto a la poesía? -El cuento o la novela atraen más a la gente porque los personajes son más palpables, hay un interés anecdótico. La poesía no es tan concreta; además para leerla hay que tener cierta cultura, trabajar, y la gente no está educada. Apenas vive para sostener su miseria. -¿Por qué no aceptó ser miembro de la Academia Argentina de Letras? -Fue Banchs quién me invitó a entrar. Contesté agradecido sin tratar de herirlo pero diciendo que no me veía como miembro de una corporación en la que tuviera que consonar con ciertos modos de ver que diferían de los míos y que por ser los míos y que por ser los míos los prefería a los ajenos. Tampoco acepté ser profesor universitario por la misma razón, porque si se piensa diferente, sobre todo en provincia, a uno le empiezan a tomar por loco. En mi pueblo nadie decía nada porque me veían trabajar la tierra. Por otro lado, debo recordarle lo que decía Heine: “El laurel de un gran poeta es tan odioso como la púrpura de un gran rey”. -¿Y el Gran Premio de Honor de la SADE que le otorgaron el año pasado? -Tuve que aceptarlo, ya me daba vergüenza negarme. Mis amigos insistían tanto. Lo mismo sucedió con el Gran Premio de Honor de Fundación Argentina para la Poesía. -A pesar de estos reconocimientos usted sigue siendo un escritor olvidado, ¿por qué? -Fundamentalmente por mis ideas, pero yo no podía esperar otra cosa, ¡gracias que he podido sobrenadar hasta ahora! Creo que lo he logrado porque he hecho una vida física intensa, con mucha sudoración y no una vida de escritorio. Yo no estoy resentido por el olvido, hay gente que se jugó por mí. -¿Espera la recompensa en el otro mundo? -Yo no creo en la recompensa. El cielo es para engolosinar a la pobre gente y el infierno es para hacerla temer y volverlos obedientes. Mire, para mí la religión es una venda fundamental contra la inteligencia y el instinto humano. Imagínese si no ese fabuloso harén que tenía Luis XV. Era dirigido por una monja y las muchachas eran reclutadas por un cardenal. Claro, no es fácil ponerse en contra de la religión. De allí que Montaigne dijera “son mis rodillas las que se doblan, no mi espíritu”. - Y en este mundo, ¿hay lugar para la esperanza? -Todo tiende a masificarse pero yo sigo creyendo en el desinterés material, conformarse con un mínimo para vivir y acercarse a la gente de abajo, aquella que necesita ser iluminada y libertada. Esta actitud es la define a un hombre y yo conozco a varios que aún no la tienen. Lo demás es lo de siempre: aquel que ambiciona el poder económico no puede dirigir un mensaje que valga la pena. -¿De qué vive actualmente? -Yo vivo de algo de lo mío y de la generosidad de algunos editores. Como empecé a ser perseguido y era un peligro tener mis libros, me regalaron parte de algunas

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ediciones, así que tengo un pequeño capital en libros. Voy a ponerlos a la venta en los sindicatos porque allí se reúne gente trabajadora. Curioso y preciado capital el de Luis Franco: sus libros. Ningún escritor verdadero aspiraría a más.

(Nota aparecida en Correo Internacional Nº 35, Julio de 1988)

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Luis Franco Falleció el destacado escritor argentino, co-fundador del MAS El pasado 1º de Junio, a los 89 años, falleció en Buenos Aires el escritor Luis Franco, Argentina y América perdieron así a uno de los grandes de la literatura. Entre los honores que rechazó y los que injustamente le negaron, hicieron que su figura y su obra no fuera suficientemente conocida. Y que desde arriba siempre hayan intentado mantenerlo en el anonimato, tiene una sencilla y profunda explicación: fue un gran desobediente. Y eso es intolerable para los que manejan esta sociedad. Luis Franco nació en Belén, un pequeño pueblo montañoso ubicado en la provincia argentina de Catamarca. Tuvo una niñez sin sobresaltos en un hogar de comerciantes prósperos. Desde muy pequeño evidenció un profundo apego y fascinación por la naturaleza, el paisaje y la gente que lo rodeaba. Desde muy temprana edad intimó y trabó amistad con arrieros, hacheros, campesinos y artesanos, que dejaron una huella imborrable en su memoria y que ayudaron a moldear sus ideas y espíritu. Luego vino un traslado hasta la capital de la provincia para asistir a la escuela. Más adelante llegó el llamado al servicio militar que lo trajo a Buenos Aires, donde tiempo después hizo una corta experiencia como estudiante universitario. El mismo dejó escrito que no pasó mucho tiempo cuando se dio cuenta “que no había nacido para abogado”. Decidió volver a su Belén natal y vivir del producto del trabajo de sus manos. Tenía algo más de 22 años cuando escribió su primera obra “La Flauta de Caña”. Apenas conocida ésta, recibió el primer elogio de otro grande de las letras americanas, Leopoldo Lugones. En estos años empieza también su actividad como periodista, colaborando con diarios de la época. Y así, con total naturalidad, Luis Franco fue combinando las dos grandes pasiones de su vida: el trabajo manual del campo y las letras. Que gran parte de su vida haya pasado en un pueblito del interior, no hizo de Luis Franco un hombre indiferente a los problemas sociales y políticos. Por el contrario, desde muy joven, se ubicó del lado de los explotados y oprimidos, a la vez que apoyó como pudo sus luchas y reivindicaciones. Franco no dudó en afirmar que “la sociedad de clases es una ofensa a la naturaleza humana y a la otra”. Como no vaciló tampoco en decirse admirador de Lenín y Trotsky a la vez que escribía “la revolución proletaria mundial, al terminar con la división de clases, permitirá conquistar la primera cultura universal”. Que dijera y escribiera cosas como éstas es la explicación de los honores que siempre le negaron. Pero la desobediencia de Franco iba más allá de los capitalistas y sus esbirros. También desafió y enfrentó a la burocracia stalinista que tenía un peso monumental entre los artistas e intelectuales años atrás, denunciando sus crímenes y atropellos. Es por eso que cuando el profesor de la Sorbona Louis Sala Molina encargó que se tradujera al francés su brillante Pequeño diccionario de la desobediencia y destacó las virtudes literarias de Franco, los stalinistas franceses intervinieron para impedirlo. Mentiríamos si dijéramos que Luis Franco fue un militante político. Pero eso no evitó que cuando pudo y lo creyó necesario se jugara por apoyar la causa de los trabajadores. Nuestra corriente, por ejemplo, mucho le debe a este gran poeta. Citemos algunos hechos. En 1956, encabezó el staff de nuestra revista teórica Estrategia. Más adelante estuvo al frente de la campaña por la vida y la libertad del compañero Hugo Blanco en Perú. Finalmente en 1982 fue parte de la junta promotora que fundó el Movimiento al Socialismo en Argentina.

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Quizás ahora, después de contar estos hechos de su vida, muchos lectores comprendan por qué a Franco lo mantuvieron sumergido. No podían perdonarle sus ideas. Los días de Luis Franco terminaron casi como empezaron: escribiendo, trabajando, cultivando sus amistades y creyendo fervientemente en la necesidad de una sociedad nueva y justa, una Argentina y un mundo socialistas.