El fantasma y el poeta Carmen Boullosa

El fantasma y el poeta Carmen Boullosa

Copyright © Carmen Boullosa, 2007 Primera edición en español: 2007 Fotografía de portada Donna Ferrato Copyright © Editorial Sexto Piso, S.A. de C.V., 2007 San Miguel # 36 Colonia Barrio San Lucas Coyoacán, 04030 México D.F., México www.sextopiso.com Diseño Estudio Joaquín Gallego ISBN 10: 968-5679-52-5 ISBN 13: 9-789685-679527 Derechos reservados conforme a la ley Impreso y hecho en México

Al doctor Mike Wallace, y a mis hijos, Juan Aura y María Aura

Índice

Mi copa, las tres de Darío, las tres veces de Pedro y la obsesión por el número tres de Nikola Tesla

19

La visión

34

Los enfermos del Dulles

36

El reporte del diablo

42

Santa Teresa visita el Beth Israel

44

Insomnio y fuga

54

El pez pequeño se come al grande

60

Yo sé quién soy

65

El cuento de nunca, con sapo y azuquítar

70

El fantasma y el poeta

88

La Sagrada y otras

106

Las fronteras sin moda

120

Diálogo entre el señor y la ofendida

128

La bola que me pasó Marshall Berman

132

Julieta Escopeta

138

Las verdades y las mentiras de Carmen Boullosa Juan Antonio Masoliver Ródenas

Frente a los que todavía defienden la independencia del texto con respecto a su autor, he estado siempre convencido de que en la mayoría de los grandes escritores su personalidad y sus experiencias quedan reflejadas en su obra. De otro modo no existirían ni el Quijote ni Los detectives salvajes, por mencionar un clásico y un contemporáneo. Como ocurre con Margo Glantz, no sólo su singular personalidad queda reflejada, sino que hay una voluntad de que sea así: de que leamos no sólo la escritura sino a sus escritoras. Y esta visión de la literatura da sin duda frutos excelentes, nacidos de un sentido de libertad y del humor que se traduce en desparpajo, en irreverencia, en una heterodoxa visión del mundo excitada por la imaginación. He conocido bien a Carmen Boullosa. Años tras años ella y el multifacético, divertido y algo histriónico (¿o sólo lo era su voz?, ¿o su condición de actor?) Alejandro Aura, me han acogido en su casa de la calle Tiépolo, a walking distance del Hotel

Diplomático donde solía alojarme. La energía de la pareja era apabullante, y resultado de esta energía lo fue El hijo del cuervo, el bar más concurrido de Coyoacán, si no de toda la Ciudad de México, donde se celebraban (palabra exacta) todo tipo de actividades. Como fui testigo de tanta fiesta también lo fui, lamentablemente, de la crisis de la pareja, hoy excelentes amigos. Él vive en Madrid, organizando actividades disparatadas en el mejor sentido de la palabra, y escribiendo buenos poemas, pese a que su desbordante personalidad no le ha ayudado a proyectarse como merece como poeta. Carmen, que vive en Nueva York con su actual marido, el conocido historiador Mike Wallace, también se entrega a diversas actividades públicas, pero en su caso todo surge de su literatura o gracias a la literatura. En este sentido su entrega es total, casi obsesiva, aunque esta obsesión raramente se refleja en su obra (Cielos de la tierra o De un salto descabalga la reina podrían ser la excepción). No recuerdo si conocí primero a Carmen o a sus libros. No importa: desde hace años mantengo una excelente relación con ambos. Recuerdo sí, la impresión que me produjo su libro de poemas La salvaja. En ellos y en sus novelas Son vacas, somos puercos y El médico de los piratas veo la raíz de toda su obra, tanto la poética como la dramática y, para lo que nos importa, la narrativa. Los relatos de El fantasma y el poeta hay que leerlos bajo este referente. Pero, asimismo, hay que integrarlos, como si se tratase de una trilogía, a sus recientes La otra mano de Lepanto y El Velázquez de París. Si en el primero recrea, con su singular capacidad de invención, a Cervantes, la batalla de Lepanto y la guerra de las Alpujarras, la misma recreación, en la que verdad y aventura se unen, se da en el segundo. Pues bien: entre los mejores relatos de El fantasma y el poeta están, precisamente, los dedicados a poetas y pintores. Al igual que la erudita y humanista Margo Glantz, no hay culturalismo en estas páginas. Le interesan, no sólo la obra, sino las misteriosas razones personales que llevaron a dicha obra. Y le interesa proyectarlas en esta barrera en la que se encuentran realidad y ficción, donde cabe la aventura y lo inverosímil, la 12

realidad y lo visionario. El título del libro es, pues, fiel a lo que en él se expresa. Título tomado de uno de los cuentos, el más disparatado y al mismo tiempo inquietante, «El fantasma y el poeta» está narrado, como tantos otros relatos, en primera persona, aunque aquí no hay elementos autobiográficos, salvo la referencia a Mixcoac y a Brooklyn. El fantasma se llama Jan Rodrigues y había trabajado para los comerciantes de pieles. El fotógrafo Steinton se hace amigo de Darío y le propone ir a Governors Island, donde la médium Esther, magníficamente retratada, invoca a Rodrigues. Darío devora al fantasma, al que acabará, tras una crisis de alcohol y opio, arrojando por el culo. Carmen Boullosa no sólo ha sabido recrear un mundo delirante, sino todo el dramatismo del gran poeta nicaragüense, separado ya de Francisca y que encuentra en la enfermera del hospital a su ultima musa. Y entonces, en una curiosa vuelta de tuerca, Jan Rodrigues «resucita» en 1945 para aparecérsele a Octavio Paz, que por aquel entonces trabajaba en el Consulado de Nueva York. También él se traga a Rodrigues aunque lo expulsará, más dignamente, por la boca. Y si en el caso de Darío interesaba su delirante y destruida personalidad, ahora se rinde homenaje a Paz, incorporando versos de uno de sus más grandes poemas, Piedra de sol, que dan un nuevo sentido a un relato por lo demás divertido, agitado y disparatado. Rubén Darío reaparece como el protagonista de «Mi copa, los tres Daríos, las tres veces de Pedro y la obsesión por el número tres de Tesla», relato con el que se abre el libro y donde Boullosa, además de imponer claramente su presencia (la referencia a su hija María o a su marido el historiador), es capaz de dar unidad a distintas situaciones y permitir el encuentro de personajes que pertenecían a otra historia que aquí acaba por ser la misma. Las tres copas que rechazó Darío (dudo que rechazase muchas más) son el tema central, pero en cierto modo también lo es la personalidad negativa de Thomas Alva Edison, que se apropia la fama, y el dinero que la fama trae, al padre de la electricidad, Nikola Tesla, extraño personaje obsesionado con el número tres, obsesión que le llevará precisamente a coincidir con Darío. 13

«Las fronteras sin moda», donde de nuevo hace presencia la narradora («impertinente, muy de mi carácter») está centrado en Chateaubriand y en Gustave Doré quien, como otros personajes del libro (especialmente en «El pez pequeño se come al grande»), conoce el triunfo, no siempre merecido, y el fracaso. De nuevo hay un extraordinario retrato, el de la hija mayor del barón Chaplain, y una extraordinaria vitalidad. Y de nuevo hay referencias a las distintas versiones de los hechos, por eso «esto aquí escrito no necesita ser cuento, quedó armado con lo que le dio la realidad, las verdades y las mentiras de éstos y aquéllos, sin necesidad de que intervenga yo en el salón». En «Santa Teresa visita el Beth Israel», centrado en El libro de la vida de la religiosa, se confunden las extrañas visiones del marido enfermo, provocadas por la morfina, con las de la santa, aterrorizada ante lo que ella cree que es el diablo. En «Los enfermos de Dulles», Boccaccio sirve de pretexto para hablar sobre el engaño. «Yo sé quién soy» es una feroz burla de los concursos literarios, así como de los críticos y, sobre todo, los editores, pero también un homenaje a Bolaño. De nuevo la realidad, o la interpretación que nosotros hacemos de ella, pierde su prestigio ante las distintas versiones de los hechos. «Julieta Escopeta» es una ocurrente lectura de Romeo y Julieta, la tragedia de Shakespeare aquí en clave de comedia, donde se nos revela «la verdadera historia que escondía Romeo, más afecto a los encantos masculinos que a los de las féminas». Y, finalmente, en este recorrido literario, «Diálogo entre la señora y la ofendida», es un divertido diálogo, en realidad un monólogo, sobre la supuesta misoginia de Pedro Páramo, rotundamente afirmada y luego negada con la misma pasión por el mismo personaje. El lector advertirá enseguida que esta colección de relatos perfectamente estructurada y sin más punto de referencia que la propia Boullosa, pese a centrarse en figuras de la literatura o de la pintura tienen muy poco de culturalistas, precisamente por la fusión que hay entre personaje y, más implícitamente, 14

obra, entre realidad y ficción y entre las distintas interpretaciones que tenemos de un mismo hecho. Tal vez en los relatos «pictóricos» la presencia de la obra es más determinante aunque, curiosamente, está igualmente acentuado el elemento de disparatada invención, con un humor muy cervantino. En «El cuento de nunca, con sapo y azuquitar» hay un fuerte ingrediente autobiográfico, evidentemente exagerado: la narradora y su marido son escritores y mal pagados, los dos tienen 52 años y quieren dejar de dar clases, por lo que deciden buscar otro esposo o esposa con dinero. Ponen un anuncio, visitan el Museo de Cleveland y allí aparece el candidato, el joven Oscar, un Cupido muy parecido a James Gallatín, secretario de embajador de los Estados Unidos desde los quince años y que debe su fama póstuma a un diario y a que fue modelo de J. L. David. El cuadro que contemplan es Psique y Cupido, un pintor aburrido, felizmente casado, convertido en jacobino, «es un pintor intelectual (y eso debiera gustarnos), es un pintor de la Revolución (eso debiera gustarnos), pero es frío, amanerado, grandilocuente, atroz». A las observaciones pictóricas se añade el divertido desenlace del joven Oscar clavado ante el cuadro, posiblemente como si se mirara en un espejo, y mostrándose despectivo con la pintura de Vermeer y con el desesperado matrimonio. «La Sagrada y otras» es el relato central y el más complejo del libro. Hay una divertida y aguda interpretación de la Huida a Egipto de Caravaggio. Hay asimismo una declaración estética que vale para todo el libro: «los que dormitan, con los ojos cerrados, generan vida». Y hay un personaje muy completo del que se nos van revelando todas sus frustraciones y su reconciliación final. Estudia en una academia de pintura romana en la especialización de copista, cuando lo que ella hubiese querido era ser creadora. Tuvo una infancia difícil, «mi maldita infancia», sin entrar en demasiados detalles sobre el pasado y los padres que le tocaron en desgracia. Es solterona y poco agraciada físicamente, como vemos en otros de los magníficos retratos caricaturescos o despiadados. Pero el mismo Caravaggio que 15

despertó en ella sentimientos negativos le hace comprender que «lo mío es observar y reproducir, dominar la técnica, fijar las formas, gobernar el pincel y controlar el color», que es el proceso por el que ha de pasar todo creador antes de llegar a esta libertad que tanto admiramos en Carmen Boullosa. Los relatos que no están basados en escritores o pintores suelen ser los más breves. Registros siempre distintos en torno a obsesiones parecidas. En «La visión» los personajes se mueven como en la realidad de la vigilia y la paradoja es que la única persona aterrorizada ante la visión del muerto, que los demás describen con absoluta naturalidad, es ella, precisamente porque estaba cegada por el miedo. «Insomnio y fuga» es una inquietante pesadilla contada como si fuese real como lo es, por supuesto, para el que la vive. Y, finalmente, están los relatos alimentados por el sarcasmo. En «El reporte del diablo», la narradora está convencida de que la muerte de Pinochet es tan falsa como lo fueron sus enfermedades. Y en el mencionado «El pez pequeño se come al grande» asistimos a triunfos y fracasos de los escritores famosos y atractivos frente a los pobretones y feúchos, para convertirse, al final, en una implícita referencia a George Bush, un Pez Chico que «ha invadido países, comenzado guerras que parecen interminables. Encima, todavía millones de personas lo aman, avalando que un pececito tan pequeño como un charal rascuache se engulla peces chicos, medianos, grandes y hasta ballenas». Más que en ningún otro relato se alimenta también de la vitalidad de la lengua. Carmen Boullosa acude a coloquialismos o a palabras inventadas que en ningún momento alteran esa armonía cervantina (del Cervantes de las Novelas ejemplares) a la que he hecho referencia y que subrayan la relación entre ficción y realidad, el desenfado, el buen humor y el extraordinario sentido de libertad que alimentan toda su obra y, por supuesto, a El fantasma y el poeta, voz familiar y al mismo tiempo nueva y refrescante. Cosas que el lector podrá comprobar por su cuenta sin necesidad de tanto discurso crítico. Un discurso que en realidad sólo quiere ser un homenaje.

El fantasma y el poeta

Mi copa, las tres de Darío, las tres veces de Pedro y la obsesión por el número tres de Nikola Tesla

Mi copa viene a cuento porque se la birló de casa una visita, alguien que vino a cenar. Era Salviati, un regalo muy especial que recibimos de Marisa, irreemplazable porque han descontinuado el modelo, preciosísima. Las tres de Rubén Darío, el gran poeta —y gran borracho— son las veces que declinó una copa durante su última estancia aquí, en Nueva York, en el invierno de 1914 y la primavera del 15. Las de Pedro son las que renegó del Salvador, ya las conocemos pero vale la pena volver a ellas a la luz del recién descubierto Evangelio de Judas. Siguiendo la lógica de este manuscrito, Pedro no sería un cobarde sino un hombre impecablemente leal que aparenta traicionar para comprobar que el Maestro no se equivoca nunca, da fe de la infalibilidad de su palabra. Le tocó en suerte pasar a la historia como un collón de quinta, bailar con la fea, como a Judas.

Nikola Tesla, padre de la electricidad y de la radio, se obsesionó con el número tres. Repetía tres veces las rutinas de sus caminatas, escribía tres veces su nombre en una carta, requería en la mesa tres servilletas dobladas, tres copas y tres vasos, etcétresra. Tesla es casi desconocido, no tiene la reputación que se merece, sombra inversa de Judas. Eso, en cuanto al título, baste como explicación y pasemos a lo que sigue. Una tarde, me bajé del subway dos estaciones antes que la habitual para ir a cortarme el pelo con Sheril, que en realidad se llama Toya. Es colombiana, lleva la mitad de su vida en Nueva York, habla un inglés impecable y tiene manos de ángel. Es la única peluquera que no ve con horror el largo y aspecto de mi cabello y esto no per se sino porque sabe que mi hija María es la novia del‑hijo‑del‑árabe en la telenovela que se llamó Los Plateados. Está convencida de que somos como de la familia, cree que se lo ganó porque ella sí vio todos los capítulos completos, excepto el último que cayó en la fecha en que consiguió para su mamá un boleto a Colombia de tarifa irresistible. Siente que conoce a María mejor que yo. Además, por lo del último capítulo, porque su mamá enfureció cuando supo que Toya le había comprado el boleto para el día del último episodio de Los Plateados y porque su enojo desencadenó una tensión aún irresoluta y enervada entre ellas, Sheril‑Toya está convencida de que nos une una complicidad inquebrantable que tiene que ver con la relación madre‑hija. Yo, la madre de la hermosa actriz de aspecto virginal que es forzada en el capítulo treinta y pico por el galán Humberto Zurita y abandonada por el novio un momentito antes de ser despachada por los productores rumbo a Europa, y ella, mi peluquera, que arrebató a su mamá (y a sí misma, porque la acompañó al aeropuerto, «cómo dejarla irse sola») el último y ansiado episodio de Los Plateados. Por esto, por el final que ni ella ni yo vimos, es que le pone el corazón a sus tijeras y me corta el cabello maravillosamente. La adoro tal vez tanto como ella a mi hija en su versión novia‑del‑árabe interpretado por un actor mexicano, el hijo del 20

dueño del estanquillo, lo que aquí en Nueva York llaman deli y en otros lados «tienda pequeña», que no se parece nada a ningún comercio de Atlantic Avenue sino a los que antes había en la Ciudad de México en cada segunda esquina y que han sido devorados por las cadenas de supermercados. La familia de mujeres con burkha (pasé por una Islamic Fashion para que sirviera de modelo al vestuarista —aunque nunca entendieron bien a bien cómo se encasqueta el velo, las actrices mexicanas lo usaron estilo Virgen de pastorela—) lleva a la pantalla un ingrediente de la vida de los mexicanos inmigrantes en Nueva York, y —un tiro para dos pájaros— hace sentir al espectador nostalgia por un México antiguo. Los Plateados juega a ser Sheril y Toya, los productores suman ésta a la anterior telenovela donde también actuó María (El alma herida), las vicisitudes de una familia dividida por la frontera. De las dos telenovelas no vi sino los fragmentos donde buscaba yo a mi hija, muchas veces con suerte, tratando de encontrar en el personaje no ya a la actriz (por supuesto que no al personaje y menos la trama en que estaba envuelta) sino a mi vástaga, a quien extraño perramente. No era mucho el alivio a mi ansia materna verla siempre llorando. Estaba yo con Sheril en el salón de belleza, frente a la hilera de cuatro espejos y de espaldas a los otros cuatro, contándolos una y otra vez hasta llegar a ocho, un pálido equivalente al tres que obsesionó a Tesla, quien también fue despojado por un ser honorable y de algo de mayor valor que una copa Salviati, Thomas Alva Edison le había prometido el equivalente a un millón de morlacos si resolvía los problemas de los motores que fabricaría en serie, Tesla lo consiguió y Edison se negó a pagarle un clavo arguyendo que, como era serbio, no había entendido el humor norteamericano en su (bromístico, que no generoso) ofrecimiento. No sólo eso, a la larga Edison también le robó la autoría de sus hallazgos. No sólo eso, le negó un alza de sueldo cuando pidió veintitrés en lugar de los dieciocho semanales. No sólo eso, a Nikola Tesla le dio un enfado tan podrido que renunció. No sólo eso, Edison fue cada día más rico, Nikola Tesla cada día más pobre, un inventor medio pirado, sin reconocimiento, 21

que por ende o sin ende se convirtió en un maníaco obsesivo con particular fijación en el número tres. Ya estuvo suave de nosoloesos, aunque sólo sean cuatro, la mitad de mi ocho querido, continuó: Aquel día en el salón de belleza, dejé de pensar en Tesla y Edison y pretendí ya no contar los espejos o recordar mi copa. No me era fácil, Vicky fue quien me recomendó el lugar para cortarme el cabello (vive sólo a unas cuadras del salón, está a un paso de la uni de Columbia) y fue precisamente en casa de Vicky donde yo había re‑encontrado a la Caco a quien conozco porque es mexicana, por esto amiga de amigos, somos como muéganos, nuestras redes sociales son pegajosísimas, y fue esa vez en casa de Vicky donde la invitamos, a ella y a su esposo, a cenar a casa. A Vicky no porque al día siguiente de aquella reunión en su casa voló a Roma. Mi copa, ¡mi copa, como el tiempo perdida sin posibilidad de recuperación! ¿Por qué se la robó? ¿Es cleptómana? ¿Obedece a una voluntad superior a la propia, como Judas, o es un ser deleznable, como fue desde tiempos remotos el dicho? ¿ O es una iluminada y en un rapto divino se apropia de lo ajeno? ¿Tengo derecho a despreciarla? ¡Mi copa! ¿Se lo cuenta a su marido? A él no lo veo tolerándole esta bajeza, sea por plegarse a una voluntad superior o por la propia. A nadie le puede caber duda de que es un hombre decente, de pe a pa, así como es fácil saber que ella tiene un ladito de volada, pasa a menudo entre artistas. Él es en cambio un historiador, como mi marido, también gringo, aunque en honor a la justicia debo decir que no faltan en su campo (ni en su país) los pirados, pero en todo caso no lo veo a él robando la copa número ocho. Si no por intuición, lo descarto porque no traía dónde embolsársela, así que él está fuera de toda sospecha, lo mismo la otra pareja invitada esa noche, amigos de hace ya tiempo, que antes se dejarían quemar los pies a lo Cuauhtémoc que rebajarse a robarme una copa, así sea esa preciosidad irreemplazable y que tampoco traían bolsas o anchos vestidos donde esconderse mi Salviati. 22