La mirada, los museos y la memoria

Correo del Maestro Núm.54, noviembre 2000 La mirada, los museos y la memoria Jesús Márquez Carrillo La importancia está en la mirada, no en la cosa m...
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Correo del Maestro Núm.54, noviembre 2000

La mirada, los museos y la memoria Jesús Márquez Carrillo La importancia está en la mirada, no en la cosa mirada. André Gide

Para el escritor francés Roland Barthes, el historiador da la impresión de contar hechos o acontecimientos, pero en realidad enuncia sentidos, maneras de ver las cosas que por demás remiten a una concepción de lo notable y producen un "efecto de lo real", una idea de lo verdadero. 1 Mientras que al leer un cuento o una novela sabemos de antemano que la narración es ficticia, al estudiar un libro de historia creemos enfrentarnos a la realidad de los sucesos, a la existencia de los acontecimientos.2 Por eso discutimos o ponemos en duda lo escrito, por eso con relativa facilidad decimos: en este libro las fechas están equivocadas, le faltan más datos, o -simplemente- no es cierto lo que dice. El cuento, la novela o el relato histórico son entidades construidas, representaciones elaboradas de la realidad. El discurso histórico coloca en el pasado las miradas del presente y construye una realidad a partir de indicios, murmullos, voces que han muerto. 3 Lo que llamamos explicación, es sólo la manera que tiene el relato de organizarse, de hacerse comprensible para nosotros, es la intriga o la trama.4 El historiador selecciona, recuerda, rescata e inventa trozos del pasado, los organiza de cierta manera y ofrece una mirada de los mismos, en la que está presente tanto su relación con el poder como sus múltiples determinaciones sociales, afectivas, morales, culturales e intelectuales.5 La historia, escribió el poeta francés Paul Valéry, es el producto más peligroso que la química del intelecto haya elaborado [...] Hace soñar, embriaga a la gente, engendra falsos recuerdos, exagera los reflejos, mantiene abiertas viejas heridas, atormenta en el reposo, conduce al delirio de grandeza o al de persecución, y vuelve a las naciones amargas, soberbias, insoportables y vanas. 6 Por lo mismo -en tanto que la reconstrucción del pasado se hace a partir del tiempo presentecualquier régimen sociopolítico es del mismo modo un sistema de imágenes, ideas, fines y creencias, "una estructura de sentido" que posibilita la acción común o la rivalidad de los actores sociales. 7 En México, durante muchos años, la lucha armada de 1910 y su posterior institucionalización fue un elemento importantísimo de identidad entre los mexicanos. La legitimidad de un grupo gobernante sobra decirlo- persiste en la medida que puede controlar y administrar los múltiples efectos de sentido de una sociedad determinada; es decir, en tanto produce, difunde y hace creíble en la mayor parte de la sociedad una determinada manera de ver la historia. Cada institución conoce la importancia de controlar su imagen, y siguiendo la misma lógica aunque a un nivel más complejo, cada sociedad organiza una o varias imágenes de sí misma y de su pasado [...] La escritura misma de la historia está ligada a instituciones académicas que en parte codifican las maneras de escribir sobre el pasado.8 Luego entonces, si un acontecimiento histórico no existe aislado, sino más bien es parte de un proceso que se construye en una extensa red de significaciones que son trama o intriga, el trabajo del historiador no es el de rehacer la historia, sino el de hacer la historia, el de producir nuevas miradas seleccionando y dando cuerpo (sentido) a los hechos. Es con esta forma de ver la historia que la sociedad toda -los y las estudiantes en particular- se debe familiarizar; comprender que la memoria

individual y la memoria compartida son tan selectivas, como el olvido y el aprendizaje; que, a fin de cuentas, uno recuerda lo que quiere, puede, necesita y le interesa recordar: la llave de un cuarto de hotel, el número de acceso a una cuenta bancaria, el cumpleaños de un ser querido, la fecha de un examen cualquiera, etcétera.9 Pero en tanto la memoria individual se edifica sobre la conciencia temporal y la revisión biográfica del pasado (un mismo acontecimiento lo podemos interpretar de distintas formas y darle diferente importancia a lo largo de nuestra vida), la memoria cultural o colectiva se construye mediante ciertos soportes institucionales y a través de determinadas prácticas sociales; es decir, se elabora en el seno de instituciones creadas para almacenar, resguardar, conservar, difundir y establecer la memoria social legítima. De ahí que el archivo y la biblioteca, junto con el museo y la escuela, sean las instituciones específicamente creadas y configuradas para conservar, recrear y transmitir tanto la memoria y el saber acopiados como los silencios y los olvidos acumulados. 10 Además, los monumentos conmemorativos y las celebraciones cívicas institucionalizan y difunden su interpretación de los hechos, pero también excluyen y suprimen otras versiones de la historia. 11 Para el historiador Marc Ferro, la imagen que tenemos de otros pueblos, y hasta de nosotros mismos, está asociada a la historia tal y como se nos contó cuando éramos niños. Ella deja su huella en nosotros para toda la vida, y sobre esta imagen se incorporan de inmediato opiniones, ideas fugitivas o duraderas, como un amor..., al tiempo que permanecen, indelebles, las huellas de nuestras primeras curiosidades y nuestras primeras emociones.12 Del conjunto de instituciones creadas para almacenar, resguardar, conservar, difundir y establecer la memoria social legítima, quisiera referirme a los museos públicos. La historia de los museos públicos, en términos generales, es la de los distintos significados que desde el poder ha tenido la memoria cultural para los y las integrantes de una comunidad. Desde hace dos siglos, a cada nueva perspectiva de cambio social ha correspondido una 'museización' distinta del pasado: un acto de 'imaginar' museográficamente la historia, el arte o la vida misma, con las implicaciones políticas, sociales y culturales que de ello se derivan.13 En el caso de México, el museo público fue producto del mestizaje entre las ideas sociales y políticas de la Revolución, la influencia museológica del neoyorquino Osborne y las teorías antropológicas de Franz Boas. Sus creadores, Alfonso Pruneda y Jesús Galindo y Villa, lo concibieron como un espacio para la investigación científica y la educación pública, no como un almacén de cosas viejas -que así lo consideraba la museografía porfiriana.14 Y esta concepción se enlazó, años más tarde, con una idea dinámica del museo, pues se le definió como una institución al servicio de la sociedad que adquiere, conserva, y permite la valorización de los testigos materiales de la evolución de la naturaleza y del hombre.15 Sobre esta base, la Dirección General de Museos del Instituto Nacional de Antropología e Historia puso en marcha en 1972 un programa de museos locales y escolares, con el propósito no sólo de "enseñar, proteger y divulgar la importancia del patrimonio cultural en las comunidades", sino también con la mira de servir de complemento a los programas de enseñanza formal estimulando de esta manera la organización de los grupos sociales locales que promuevan los procesos de cambio hacia mejores formas de organización económica y social. Se trataba de mostrar objetivamente el desarrollo económico, cultural, político y social del hombre en un área geográfica determinada, de manera que los visitantes del museo puedan darse cuenta de los problemas que interesan, afectan y determinan la vida de la región.16 Para 1978, sin embargo, apenas se habían abierto once museos en el país, y además en ellos se había prestado muy poca atención a la relación del museo con la comunidad. 17 Yolanda Díaz Galicia escribió:

En la política de la planeación de los museos locales, es evidente su instalación arbitraria ya que no se toman en cuenta las decisiones y opiniones de los miembros de la comunidad, misma que al ser creados no participa activamente.18 De este modo, la política encaminada a la apertura de museos locales y escolares no tuvo los resultados esperados. Creo, sin embargo, que es de vital importancia ponerla de nuevo en marcha, aprovechando los avances recientes de la historiografía. En las últimas décadas del siglo xx, los temas, problemas y enfoques del quehacer historiográfico mundial experimentaron importantes cambios. Hoy la historia -entendida como el estudio de las diferentes formas a través de las cuales las comunidades y los individuos, partiendo de sus diferencias sociales y culturales, perciben, dotan de sentido y comprenden su sociedad y su propia historia- ha conquistado nuevos espacios y tiende a ser cada vez más un campo importantísimo del conocimiento social y humano.19 Todo aquello que antes se daba por sentado, ahora es visto como algo que varía de una sociedad a otra, de un siglo a otro y que es, por lo mismo, social e históricamente construido.20 A los relatos de batallas gloriosas y biografías de hombres ilustres (necesarios en el siglo xix para la consolidación de los estados nacionales) se han sucedido en los últimos treinta años las historias de los acontecimientos menudos y de los hombres y mujeres de carne y hueso que viven y sueñan en sociedad. La historia que hoy nos ocupa y nos preocupa no pretende ser objetiva, tiene que ver con nuestro entorno, con nuestras preguntas, necesidades y angustias, es más íntima y vivencial; su ejercicio puede hacernos más humanos, fraternos y solidarios, tanto más si aspiramos a la libertad, el respeto y la tolerancia entre nosotros, si con todos nuestros recursos intelectuales, morales y afectivos imaginamos -aquí y ahora- un mundo distinto. De ahí el afán y la necesidad por 'historizar' la construcción de sentidos, confrontar discursos y prácticas, interpretar y comprender la tensión entre las capacidades inventivas de los individuos o las comunidades y las coacciones, las normas y las convenciones que limitan -más o menos fuertemente según su posición en las relaciones de dominación- aquello que les es posible pensar, enunciar y hacer.21 En esta perspectiva, la propuesta de establecer museos locales y escolares se inscribe en una doble vertiente. Por un lado pretende incorporar y difundir a nivel local los avances de la historiografía social y cultural; por otro, busca motivar la participación activa del conjunto social en la hechura de su historia. No es su propósito mostrar objetivamente y desde afuera la historia de las comunidades; intenta crear un espacio para la participación y el diálogo; un lugar para el conocimiento y la reflexión del pasado. Un eje, a final de cuentas, desde donde se pueda articular una nueva memoria social y culturalmente legítima. Porque no sólo se trata de pulir nuestra capacidad de observación con los objetos a la mano, sino -y fundamentalmente- de interpretar y comprender, a partir de nuestras propias inquietudes y en una perspectiva histórica, la vida material, los intereses y los sueños, las esperanzas y luchas cotidianas de quienes nos precedieron en el tiempo y cuya huella hoy respiramos.22 A los niños y niñas les llama mucho la atención saber cómo vestían sus padres, madres, abuelas y abuelos, qué calzado utilizaban, cómo se peinaban, cómo se transportaban, a qué diversiones asistían, o bien qué era lo que comían.23 Estas cuestiones, sin duda, deben estar presentes en los museos locales y escolares, pero también la historia de los usos y funciones de los objetos, un bacín por ejemplo. 24 El hecho que esté en el lugar donde se abordan distintos aspectos económicos de la Nueva España impide comprender su contexto específico, aun cuando se lo vincule a las actividades productivas de una época. Obviamente, todos los bacines del periodo colonial desempeñaron la misma función, pero no siempre estuvieron hechos de lo mismos materiales ni tampoco se invirtió en ellos la misma calidad y cantidad

de mano de obra, los hubo diferentes y para diversos públicos. Reconstruir los usos sociales de los bienes exhibidos es una tarea imprescindible y necesaria para interpretar y comprender la sociedad y sus cambios. Igual sucede con los aperos de labranza, los utensilios de cocina o la historia de la escuela. Preguntarnos por su pasado nos lleva a investigar la vida toda de la comunidad y sus protagonistas ¿Qué objetos existían para tal o cual actividad? ¿Cómo se usaban? ¿Dónde y cómo se compraban? ¿Quién los vendía y compraba? ¿De qué materiales eran? ¿Qué significado tenían?, etc., etc. Debemos recordar que las pinturas y las esculturas de la época colonial no son obras de arte en sí mismas; antes que eso, nos permiten comprender los cambios en las devociones y el ornato de los templos y las casas novohispanas. La reconstrucción de la vida cotidiana y su sentido, gracias a los avances de historia social y cultural, nos ofrece la mejor oportunidad para modificar nuestra idea del mundo y su organización. Un museo local o escolar puede contribuir, ciertamente, a este propósito, pero también ser parte fundamental en la hechura de una nueva memoria social y culturalmente legítima. La patria chica, apunta Luis González, es el pueblo entendido como conjunto de familias ligadas al suelo, es la ciudad menuda en la que todavía los vecinos se reconocen entre sí, es el barrio de la urbe con gente agrupada alrededor de una parroquia o espiritualmente unida de alguna manera, es la colonia de inmigrados a la gran ciudad... es el gremio, el monasterio y la hacienda, es el pequeño mundo de las relaciones personales y sin intermediario.25 En este pequeño mundo pueden sembrarse las semillas de una cultura cívica para la vida democrática, en este pequeño mundo puede alentarse la participación individual y colectiva de hombres y mujeres comprometidos con las múltiples determinaciones sociales de su tiempo, en este pequeño mundo pueden nacer y prosperar, afortunadamente, los museos locales y escolares: las formas nuevas de mirar la historia, de querer la vida, los espejos que fuimos, somos y hemos sido. Si el historiador en vez de contar hechos enuncia maneras de ver las cosas y produce una idea de lo verdadero, que al mismo tiempo -independientemente de sus múltiples determinaciones sociales, culturales y afectivas- mantiene estrechos vínculos con el poder y se apoya en un conjunto de instituciones creadas para almacenar, resguardar, conservar, difundir y establecer la memoria social legítima, la propuesta de impulsar la creación de museos locales y escolares -aprovechando los recientes avances de la historiografía social y cultural- pretende servir de base para tejer una nueva memoria colectiva, una memoria legítima e incluyente, una cultura cívica para la democracia. Sin embargo, para que tenga sentido esta propuesta es muy importante el interés de la comunidad por escribir su historia, las visiones que la habitan y los sueños que la reconfortan, porque a fin de cuentas, la historia: no se aprende de manera pasiva, no puede ser otorgada ni dotada por otro, es un proceso de desarrollo y transformación de la conciencia individual que después se asimilará a la conciencia colectiva.26 Es, en suma, una perenne mudanza del yo frente al espejo, un cotidiano e interminable fluir -aguas tranquilas, mansas, turbulentas- hacia un nosotros sin fronteras: la identidad, nuestra identidad, evanescente y siempre a prueba. Notas: 1 Roland Barthes, 1967, pp. 65-75. 2 Ricoeur, 1987, pp. I: 27-28; Berger, 1979, p. 285-290. La novela "es indispensable al hombre, como el pan... porque en ella se encontrará la clave de lo que el historiador... ignora o disimula", opina Carlos Fuentes. Vid. Kundera, 1985, p. XVI.

3 Certeau, 1985, pp. 126-129. 4 Veyne, 1984, pp. 67-72. 5 Lewis, 1984, pp. 21-23. 6 Aron, 1983, p. 101. 7 Ansart, 1983, pp. 11-16. 8 Orellana, 1983, p. 9. La crítica y el estudio de dichas maneras es el campo de la historiografía. 9 Le Goff, Santoni Rugiu, 1996, p. 21, 55; Viñao Frago, 1996, p. 34; Bertrand, 1977, pp. 60-63. 10 Viñao Frago, 1996, p. 34-36. 11 Benjamin, 1996, p. 115. 12 Ferro, 1990, p. 9. 13 Básicamente estas ideas las expone Morales Moreno. Vid: 1993, pp. 157-158. 14 Sobre los orígenes del museo "moderno" mexicano, sus características teóricas y doctrinarias, vid: Morales Moreno. 1993, pp. 160-161. 15 Ramos Galicia, 1978, p. 1. 16 Ramos Galicia, 1978, pp. 2-3. 17 He aquí la lista de los museos locales: San Miguel Amantla Azcapotzalco, en el Distrito Federal; Valle de Santiago y Acámbaro, en Guanajuato; Ocotlán, Puerto Vallarta y Ciudad Guzmán, en Jalisco; Compostela, en Nayarit; Córdoba y Santiago Tuxtla, en Veracruz; Taxco, en Guerrero, y Yautepec, en Morelos. 18 Ramos Galicia, 1978, p. 5. 19 Chartier, 1994, pp. 10- 11; Darnton, 1987, p. 11; Duby, 1982, pp. 13-17. 20 Burke, 1991, p. 26. 21 Chartier, 1994, p. 11. 22 Sobre por qué es necesario el conocimiento histórico y su enseñanza, vid: Viard Rodríguez, 1990, 226-228. 23 Galván de Terrazas, 1996, p. 26. 24 Martí Cotarelo, 1994, p. 121-122. Un bacín, según el diccionario, es un vaso para los excrementos. 25 González y González, 1973, p. 27 26 Lamoneda, 1990, p. 8.

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