Jaguar afila sus garras

La nueva berlina es la apuesta de la casa inglesa para el segmento ejecutivo. Probamos la versión deportiva: el motor más potente de su mercado, 340 CV, y proyección láser de información en el parabrisas. El diseño del XE, la berlina con la que Jaguar desafía al monopolio alemán en el segmento ejecutivo, es obra del talentoso y experimentado Ian Callum, quien lleva 16 años como responsable del estilo de la marca británica. Quiere esto decir que el nuevo modelo, que será el coche en el que se trasladen los corredores del equipo FS en el proyecto Jaguar Running To The Marathon el próximo 1 de noviembre en Nueva York, combina felizmente rasgos de vehículos previos con otros actuales, pero siempre siendo fiel al ADN de Jaguar. Respeto por el pasado y elegancia en un segmento de mercado donde siempre existe alguna dosis de conservadurismo. En el XE S, la versión deportiva, que es la que hemos probado, las entradas de aire en el paragolpes delantero, de grandes dimensiones, insinúan la fuerza de su motor V6 de 340 CV, el más potente de su segmento, toda vez que BMW, Audi y Mercedes se quedan en 306, 333 y 333 CV, respectivamente. Además del V6 que monta la versión S, existe una unidad de cuatro cilindros y dos litros, con dos rendimientos máximos: 200 y 240 CV. Extensiones de las soleras de puertas, spoiler trasero, pinzas de freno rojas y llantas de aleación de 20 pulgadas (opcionales) completan el conjunto. La estructura en aluminio (75%), acero de ultraelevada resistencia y magnesio y la carrocería en aluminio son determinantes para aminorar el peso: 1.665 kg.

Como es casi obligatorio en esta clase, existen varios programas de conducción: Eco, Normal, Invierno o Dinámico. La eficacia sale igualmente beneficiada con el sistema de control de entrega de par en curva a través de la frenada, que disminuye el subviraje. Y muy interesante es también el programa All Surface Progress Control, desarrollado tras décadas de experiencia de Jaguar Land Rover en sistemas de tracción para conducción fuera de carretera. Se trata de un control de velocidad ideal para pisos poco adherentes como carreteras con nieve. Funciona entre 3,6 km/h y 30 km/h y permite recuperar la tracción de forma electrónica en milésimas de segundo. El conductor elige la velocidad deseada y se centra en sus acciones con el volante, sin tener que pisar los pedales. Lo primero que se nota al entrar es que los asientos están realmente bajos, algo agradable para una conducción más envolvente. Hay bastante anchura y se puede hacer un viaje con cinco ocupantes sin problema. Por primera vez en un Jaguar, los respaldos de los asientos posteriores se pliegan, lo que facilita compatibilizar el transporte de personas y de carga. El maletero es algo más pequeño que los de la competencia: unos 30 litros menos que los rivales alemanes. En el interior destaca también el sistema opcional Dual View de su pantalla táctil: el conductor puede consultar datos del vehículo mientras el pasajero delantero ve una película. Y la función Head-Up Display recurre a la tecnología láser para proyectar información en el parabrisas. Nada más apretar el botón Start queda claro que el cambio automático de ocho velocidades se entiende bien con el motor. Se puede privilegiar una conducción más calma o elegir el modo deportivo, que retrasa los cambios a marchas más altas y adelanta las reducciones. El ronquido del motor gana presencia. Además, podemos apreciar mejor las

contundentes aceleraciones. Los demás modos de conducción favorecen el confort. De esa forma, y en el conjunto de sus diferentes personalidades, el XE S se posiciona entre el más deportivo BMW 335i y el más confortable y refinado Clase C400 de Mercedes. En realidad tiene un poco de ambos, sin ser igual a ninguno. Ficha técnica Motor. 2.995 cc. Potencia. 340 CV. Medidas. (Largo/ancho/alto): ,672 / 1,850 / 1,416 metros. Peso. 1.665 kg. Velocidad máxima. 250 km/h. Aceleración de 0-100 km/h. 5,1 segundos. Consumo mixto. 8,1 l / 100 km. Precio. Precio. 61.000 euros.

Fuente: Fueradeserie

A tono en el último adults only de Lanzarote

El nuevo Barceló Teguise Beach se suma a la tendencia adults only con jacuzzis que miran al mar, comida saludable, música de dj y una piscina interminable que invita tanto al ejercicio físico como al dolce far niente… Todo bajo el sol de la isla canaria. Todo en blanco y verde Lanzarote, es decir, como dictan los preceptos de estilo arquitectónico que marcó el genial César Manrique. El Barceló Teguise Beach se integra a la perfección en este inquietante escenario volcánico salpicado de pueblos níveos. Eso sí, con un suave toque chic para la clientela que, como mínimo, tiene edad de votar.

Aunque no es estrictamente nuevo, el Teguise Beach ha recibido tal reforma que da sensación de estreno. Para empezar es un hotel que mira y se emborracha de mar. Sus balcones caen encima del paseo marítimo de Costa Teguise, un rincón de la isla con mucha solera turística. No es mala idea, desde luego, pedir habitación con bañera de hidromasaje (la mayoría lo tiene) en la terraza para disfrutar del Atlántico metido en burbujas. Son los detalles del adults only, de los que está lleno este hotel. Frente al mar cuenta también con un solárium y una moderna piscina rectangular que parece ideada para tomar (y compartir) una foto. Es la piscina del chapuzón rápido y, por qué no, un poco de postureo. Ya metidos en pleno corazón de este hotel de 305 habitaciones, encontramos la piscina de los largos. Cosa seria. No hay que ser especialmente acuático para enamorarse de esta piscina más que olímpica: cuenta con 54 metros de longitud y está rodeada de palmeras. Sabores canarios Pero si el agua (climatizada cuando es necesario) incita a hacer unos largos, las camas balinesas llaman a la relajación total, igual que el resto de las tumbonas que pueblan el lugar con servicio de camareros. Ahora bien, si lo que desea es sucumbir al dolce far niente, mejor el final de la piscina, donde están las hamacas bajo el agua. Al otro extremo, ya queda más cerca el gimnasio… Aunque hay que decir que es un gimnasio más apetecible de lo normal porque es al aire libre. No hay que obviar tampoco que el Teguise Beach está bien surtido de bares. Además del Breeze Gastro Bar, cuyo territorio es la piscina y su especialidad la comida saludable (platos mediterráneos, ensaladas, aunque también mojitos y otros combinados), el hotel cuenta con el Champs Sports Bar a pie de playa, con pantallas gigantes para no perderse los eventos deportivos, además de billares y carta americana. El restaurante principal del hotel, por su parte, cultiva tres espacios: la zona asiática, la continental y la canaria, donde es imposible no rendirse a las papas arrugás con mojo, el gofio, y el almogrote. Relax con aloe vera El homenaje isleño puede continuar en el spa, con tratamientos a base de productos locales, como el aloe vera, la sal marina y piedras

volcánicas. Le esperan peelings, envolturas, masajes relajantes… También un circuito de aguas que incluye una piscina de agua de mar con cascadas y bancos para lumbares, baño turco, sauna aromática y más. Nada de esto intenta sustituir al mar, por supuesto, que siempre está a mano. El hotel se encuentra a 150 metros de la playa de Las Cucharas, donde es posible practicar todo tipo de deportes náuticos, especialmente los que necesitan el viento como aliado. Costa Teguise es, de hecho, sede de algunas de las pruebas más destacadas de la Asociación Profesional de Windsurfing. Otro plan es hacer running por el paseo marítimo o probar el segway para explorar el pueblo marinero, diseñado por César Manrique. Así, caer rendido al final del día está garantizado. En la habitación todas nuevas y de decoración minimalista- le espera ese jacuzzi para recuperarse, además de una cama king size de 2×2 metros con la que uno se levanta tan renovado como este hotel de Lanzarote.

Fuente: Ocholeguas/El Mundo

¿Podría un astronauta solo sobrevivir en Marte?

La radiación o las sales del suelo serían un inconveniente serio para la supervivencia de un astronauta abandonado el planeta, como plantea la película ‘Marte (The Martian)’.

Si necesitásemos un planeta distinto de la Tierra para vivir, el único que nos daría alguna opción de supervivencia sería Marte. Los robots exploradores que han visitado aquel planeta nos han enviado imágenes de un mundo parecido a los desiertos terrestres, sin vegetación ni ríos a la vista, pero algo más acogedor que la espléndida desolación que encontraron los astronautas cuando llegaron a la Luna. Desde que a finales del siglo XIX el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli descubrió los canales que surcaban el planeta rojo, aquel mundo ha capturado la imaginación de los terrícolas y en él se concentraron las esperanzas de encontrar vida extraterrestre. La llegada de las primeras sondas a Marte y el intento fallido de las Viking de encontrar vida microscópica enfriaron un poco los ánimos en torno a un planeta mucho más hostil para la vida que cualquier desierto terrestre. Desde que el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli descubrió los canales que surcaban el planeta rojo, aquel mundo ha capturado la imaginación de los terrícolas Según explica Victorino Parro, vicedirector del Centro de Astrobiología (INTA-CSIC) de Madrid, “aquella decepción cambió la manera de plantear las misiones a Marte, y ahora se trata de avanzar en el conocimiento de las condiciones que el planeta ofrece para la vida, con objetivos que se puedan cumplir, antes de lanzarse a buscar la vida en sí y arriesgarse a que suceda algo parecido a lo que pasó con las Viking”. Esta cautela no ha impedido que se sigan enviando sofisticadas misiones a Marte, para estudiarlo desde la órbita, pero también con robots sobre la superficie. Junto a estos proyectos, algunos como el explorador Curiosity que alcanzan los 2.500 millones de euros de inversión, las agencias espaciales mundiales, y en particular la NASA, siguen trabajando para lograr los apoyos necesarios con los que enviar una misión tripulada a aquel planeta. Mientras los ingenieros y los políticos se ponen de acuerdo en la mejor manera para llevar a humanos a un desierto abrasado por la radiación a millones de kilómetros de distancia, la ficción puede hacer más llevadera la espera. Mañana viernes se estrena en España Marte (The Martian), de Ridley Scott. En esta historia, basada en la novela de Andy Weir El Marciano, se cuenta la epopeya de Mark Watney, un astronauta interpretado por Matt Damon que, tras ser dado por muerto, se queda solo en Marte. Abandonado por sus compañeros y sin un medio de transporte para regresar a la Tierra, se da cuenta de que

tiene que asumir que es hombre muerto o apañárselas para sobrevivir durante cuatro años hasta la llegada de la siguiente misión de exploración marciana. Watney elige vivir y sabe que solo la ciencia le dará alguna posibilidad de escapar de aquel mundo. En un evento organizado en el Centro de Astrobiología de Madrid (CAB) con motivo de la Semana del Espacio, el astronauta Pedro Duque comentaba que las peripecias de Watney le hicieron sonreír por momentos debido a su similitud con las situaciones que se pueden vivir en una misión espacial. Sin embargo, también reconocía que el entorno al que se tendría que enfrentar una persona abandonada en suelo de aquel planeta sería aún más hostil de lo que se muestra en la película. Una de las más importantes es que Marte es algo más que un desierto seco y helado. La Tierra cuenta con un potente campo magnético producido por su núcleo de hierro, situado a más de 3.000 kilómetros de profundidad. Esa barrera protectora desvía parte de la radiación que barre el espacio y que resulta dañina para los seres vivos. Se sabe que Marte contaba con un intenso campo magnético parecido al terrestre, pero desapareció hace 4.000 millones de años, 500 después de la formación del planeta. Sin ese escudo, el planeta rojo está sometido a un intenso bombardeo radiactivo, que obligaría a los exploradores humanos a llevar algún tipo de indumentaria que les protegiese. Según comentaba Pedro Duque, con el traje de astronauta de Watney, la prolongada exposición a la radiación le condenaría en poco tiempo a sufrir intensas mutaciones y cáncer. Este es el motivo por el que algunos de los diseños para las futuras colonias marcianas sean subterráneos. Otro de los importantes contratiempos que sufriría un naúfrago en Marte sería la comida. Watney es botánico y debe aplicar todo su talento para producir patatas con las que sobrevivir hasta la llegada de una misión de rescate. Sin cuestionar las habilidades del astronauta de Ridley Scott, que vive su aventura en un futuro no muy lejano, en la actualidad aún queda mucho por aprender para convertir el desierto marciano en un entorno más o menos fértil. Algunos estudios han mostrado que plantas como los tomates pueden germinar en una recreación del suelo marciano y el uso de desechos humanos podría servir para aportar los nutrientes que faltan en Marte.

No obstante, algunos aspectos de la composición de aquel terreno harían difícil el cultivo de suficientes plantas para alimentar a un humano. Uno de los venenos escondidos en el suelo es, precisamente, el que hace posible que exista agua líquida en aquel planeta. Los percloratos son un tipo de sales que harían posible que el agua fluyese a temperaturas por debajo de cero, pero también resultan tóxicas para los vegetales. Marte carece del campo magnético que protege a la Tierra de la radiación espacial Para solventar este contratiempo, además de desarrollar técnicas para limpiar el suelo, se está trabajando con plantas transgénicas capaces de obtener alimento y sobrevivir en terrenos extremos. Estas capacidades se suelen obtener a partir de los genes de microorganismos capaces de obtener alimento o energía en condiciones imposibles para otros seres vivos. Junto la falta de nutrientes o la toxicidad de algunos elementos de la tierra en Marte, cultivar vegetales terrestres en aquel planeta supondría enfrentarse a una gravedad mucho menor que la de nuestro planeta. Con un tercio del efecto gravitatorio terrestre, en Marte es posible que un volcán como el monte Olimpo crezca hasta los casi 25 kilómetros de altitud. Esas dimensiones en la Tierra le harían caer bajo su propio peso y es previsible que la menor gravedad también condicionaría el crecimiento de plantas acostumbradas al efecto gravitatorio terrestre. Por último, el pequeño agricultor atrapado en Marte también debería sufrir la falta de luz solar. En la superficie de nuestro planeta vecino, solo se recibe la mitad de luz del Sol que en la Tierra, una cantidad que se reduciría aún más si se necesita proteger los cultivos dentro de un invernadero. Marte es, en definitiva, un mundo que en las imágenes que conocemos puede parecer inhóspito, pero que en la realidad lo es aún más. Esto no intimida a astronautas como Duque o a científicos como los del CAB. Todos reconocen las dimensiones del reto, pero consideran que se puede afrontar, siempre con la misma herramienta a la que el astronauta Watney se agarra para salir con vida del planeta rojo: la ciencia.

Fuente: El País

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Fuente: Autobild