III CONCURSO “PABLO NERUDA” DE CARTAS DE AMOR

Organizado por: Biblioteca Municipal y Ayuntamiento de Coria

Ganador y finalistas del III Concurso “Pablo Neruda” de cartas de amor

PRESENTACIÓN El género epistolar, como todo, se ha ido transformando con el tiempo. En la primera década del siglo XXI, el teléfono móvil ha venido a trastocar la estructura de los mensajes, su ortografía y hasta su contenido. En los sms los jóvenes han creado su propio lenguaje y, a través de él también se expresan su cariño. Quizá, por la ley del mínimo esfuerzo, prefieren la inmediatez de los sms a escribir cartas de amor a la antigua usanza, las cartas que sus abuelos escribían como único nexo para mitigar la ausencia de su enamorado o enamorada, con la letra menuda que, como golondrinas silenciosas emigraban hasta el corazón del ser amado en un instante fugaz e irrepetible, agostado de recuerdos y lunas. A unos les quedará el remordimiento que se aloja en un lugar recóndito de la memoria, “de lo que pudo haber sido y no fue” como dice un famoso bolero. Otras cartas se habrán vuelto escarcha, y sus autores habrán probado el sinsabor de la despedida, como un viento espeso que nos da en el rostro al pasar. Algunas misivas llevan la herida roja entre sus letras, unas letras que suenan a vacío, a amor difuminado; otras, la noticia gozosa de un reencuentro o un recuerdo que nos acompañará siempre ─dulce o amargo─, pero nuestro, por vivido. En la carta de amor se comparte el eco de unas voces que a veces anuncian miedo de sombras, el idioma crudo del huracán de la partida o la muerte de un amor que perdurará toda la vida en el recuerdo, como una antorcha abrasadora. Pero por mucho que avance la tecnología, la palabra escrita será siempre el mejor vehículo para traducir lo que dicta el corazón. Nada más estéticamente bello que una carta de amor —o de desamor— para expresarle a otra persona nuestros sentimientos. Por eso el género epistolar, este árbol añoso pero siempre verde, vivirá aún por mucho tiempo, y este concurso podrá renacer año tras año al amparo de su sombra. Últimamente, los concursos de cartas de amor han proliferado en forma notable, y el resultado es el enriquecimiento del lenguaje literario y la constante renovación del romanticismo. Pero lo maravilloso es que el lenguaje universal del amor no sólo se constriñe a hombre-mujer, sino que se extiende a un amigo, un familiar, una mascota o a la flor de tu ventana. Sobre cualquier clase de amor puede tratar el tema de la carta. Gracias a concursos como éste, convocado por la Biblioteca Municipal y el excelentísimo Ayuntamiento de Coria, podemos disfrutar de la lectura de un racimo de escritos variopintos, pero todos entrañables y llenos de sensibilidad. Y a propósito de cartas de amor, quisiera cerrar la Presentación compartiendo con el lector estos bellos versos de Mario Benedetti:

Una carta de amor no es un naipe de amor

Una carta de amor tampoco es una carta pastoral o crédito / de pago o fletamento en cambio se asemeja a una carta de amparo ya que si la alegría o la tristeza se animan a escribir una carta de amor es porque en las entrañas de la noche se abren la euforia o la congoja las cenizas se olvidan de su hoguera o la culpa se asila en su pasado una carta de amor es por lo general un pobre afluente de un río caudaloso y nunca está a la altura del paisaje ni de los ojos que miraron verdes ni de los labios dulces que besaron temblando o no besaron ni del cielo que a veces se desploma en trombas en escarnio o en granizo una carta de amor puede enviarse desde un altozano o desde una mazmorra desde la exaltación o desde el duelo pero no hay caso / siempre será tan sólo un calco una copia frugal del sentimiento una carta de amor no es el amor sino un informe de la ausencia

ROSA MARÍA LÓPEZ CASERO

CARTA GANADORA “CARTA DE AMOR DE ADÁN A EVA” Paraíso Perdido, día uno, del mes uno del año uno. Querida Eva No te escribo para reclamarte la costilla que me falta. En realidad es la mejor inversión que hice en mi vida, finita a partir de este momento. Si yo hubiera sabido la finalidad de esta extirpación, Dios no hubiera tenido que sorprenderme dormido, yo se la hubiera cedido de mil amores. Hemos dado de una sola vez inicio a la pareja humana y a la cirugía mayor. Naturalmente esto nos deja a los hombres la siguiente enseñanza: si queremos obtener a la mujer de nuestros sueños es posible que primero debamos sacrificar algo. Pero no dudo que cualquier hombre en cualquier tiempo, renunciará gustoso a una de sus costillas a cambio de una mujer como tú: UNICA. Porque costillas tenemos muchas, pero amor de verdad... ¡quién sabe!.Bien podríamos optar por recuperar la bendita costilla y restablecer nuestra integridad anatómica, pero a costa de quedar con un vacío mayor en el corazón, y está visto que un hombre puede vivir con una costilla menos pero dudo que pueda hacerlo sin corazón. Por eso debe ser que me siento incompleto cuando no estás a mi lado. No es cosa de ir por la vida con una de nuestras costillas dando vueltas por ahí a merced de cualquier oportunista. Otra de las cuestiones de nuestro nuevo estado es la institución de la seducción. Porque hasta hoy éramos lo mismo que dos plantas. A partir de hoy deberé conquistarte cada día. Tendré que ganarme el pan de tus besos con el sudor de mi alma. Este juego nos ha dado en descubrir la profundidad de una mirada, la importancia de las caricias y el lenguaje del cuerpo. Lo que hemos perdido de inocencia lo hemos ganado en humanidad. También me he dado cuenta que el paraíso no es un lugar exacto sino un lugar relativo. Tiene que ver mas con los sentimientos que con los mapas. He aquí un claro ejemplo de paraísos e infiernos relativos. ¿Relativos a qué?. A la presencia del amor. A partir de hoy el hombre asume que el paraíso o el infierno pueden ubicarse en el interior de su naturaleza humana mas allá de la bondad o crudeza del paisaje que lo contiene. Puedo estar rodeado de riquezas y en medio del más bello palacio pero sentirme en el infierno si estoy solo, y por el contrario, si estoy a tu lado me sentiré en el edén aunque esté parado en medio de un páramo inhóspito. Tampoco voy a reprocharte el tema de la manzana del árbol de la sabiduría. Dios te ha dado una naturaleza curiosa y en el futuro nuestros descendientes dirán con toda razón que la curiosidad mata al gato y embaraza a la mujer, de modo que no has hecho otra cosa que justificar la historia. Quiera Dios en su inmensurable sabiduría que nunca nos falten las manzanas en nuestro viaje temporal, ni los pámpanos que me permiten imaginar y redescubrir tu perfecta y blanca desnudez. Sólo por ti confluyen en mi sentimientos que serán propios de todos los hombres pero que hasta ahora estaban confundidos en el fondo de nuestros corazones. Estos son la ternura, la ilusión, la esperanza, el miedo, el dolor, el frenesí, la locura, la lascivia, los celos. Ahora somos personas ricas en espíritu y no juguetes de la Divinidad. Por muchos de estos sentimientos deberemos pedir perdón a Dios, pero esa es parte de su misión de Creador.

Deberemos prepararnos para esta nueva etapa. Yo debo conseguir un empleo para mantener el nuevo hogar, tú debes aprender a cocinar, a lavar la ropa, implemento recientemente adquirido y a cantar nanas para acallar a los niños. Piensa que estamos sentando las bases de la humanidad futura donde habrá restaurantes, lavaderos y guarderías... pero por ahora, contentémonos con hacer todo a mano. Ya no caerán gratuitamente a nuestros pies los frutos que nos servirán de alimento, ahora habrá que arrancárselos a la tierra a fuerza de trabajo. Y tú sufrirás al parir a nuestros hijos y ellos mismos te traerán más procupaciones y dolores. En resumen, querida Eva, esta carta que de movida parece un libro de quejas no es más que un testimonio de eterna gratitud, de imperecedera declaración de amor, de base para que a partir de ella, nuestros descendientes adquieran la buena costumbre de sentir y de escribir esos sentimientos. Por siempre tuyo. Adán, hombre mortal . Autor: Raúl Oscar Ifran Lugar: Buenos Aires, Argentina

CARTAS FINALISTAS 1ª FINALISTA “YA VES...” Nunca imaginé que después de tantos años juntos, de los hijos, de tantas tardes de rutina y de tantos domingos con más inviernos que primaveras, me viera en una de estas…Escribiéndote una carta de amor. De amor, sí, no te sorprendas, de amor. Ya ves… Yo que siempre me reía sarcástico cuando escuchaba decir a esos matrimonios sesentones de tu oficina con los que me obligas a salir de vinos los segundos viernes de cada mes, que aún estaban enamorados. Como el primer día… ¡Qué bonito! ¿Dónde hay que firmar? Les decía yo con ironía. Pues ya me ves. En estas ando. Creo que todo comenzó cuando nuestros hijos se fueron de casa. No sé…Parece como si nos hubiéramos redescubierto. Ahora volvemos a ser tú y yo. Como en los viejos tiempos. Quizás sea debido a que ya no tenemos que repartir nuestro cariño y nuestro tiempo entre el niño de tus ojos (a ver si la pobre Raquel le aguanta en la convivencia ahora que se han comprado el piso) y mi princesita (disfrutando de la dolce vita londinense con la excusa del Erasmus). El caso es que te siento diferente. Vuelvo a disfrutar otra vez de ti y de aquellos vicios tan nuestros. De nuestros “momentos” como solíamos llamarlos. Especialmente de las mañanas sin prisas de las que tanto disfrutábamos. No existen para mí mejores días, cariño. Los espero impaciente toda la semana. Esos días de amaneceres juntitos sin nada que hacer. Cuando recién despiertos del mediodía, aún nos acurrucamos un rato bajo la maraña de mantas arrugadas y cálidas. Cálidas de ti y de mí. Dejamos que corran los minutos cercanos el uno del otro, tendidos boca arriba y mirando al techo como si este fuera un hermoso e infinito cielo azul y yaciéramos nosotros sobre césped verde de primavera. Y juntos volvemos al principio de todo… Nos mecemos al sosiego de los segundos lentos del mediodía y somos de nuevo entonces amantes y amigos; chiquillos que se cortejan; citas de teatro los domingos; paraguas bajo la tormenta; abril de mariposas bajo el abrigo… Sin hacer caso al reloj. Móviles apagados. Bajamos el volumen al mundo en un silencio elegido hasta escuchar tan solo como respiras…Como se acompasan tus latidos y los míos. Y entonces jugamos a cosas sencillas. Jugamos, por ejemplo, a poner los universos encima del edredón, y contamos tus estrellas, mis planetas…Y nos dedicamos a romper divertidos las fórmulas de la física y a boicotear las matemáticas de la rutina. Pasamos los minutos charlando risueños. Sosegados. Jugamos a desnudar lo cotidiano, diseccionamos lo divino y lo humano, incluso también lo frívolo, ¡por qué no! Comentamos lo que dicen las revistas o los concursantes del reality de turno. Y reímos. Sobre todo reímos… Y entonces, pobrecita tú, cuando llega mi turno de divagaciones, sufres estoicamente, como cuando éramos adolescentes, mis pájaros en la cabeza, las hadas, los sueños, las embestidas de niño iluso contra esos gigantes que asolan el mundo, y que son sólo molinos de viento. La utopía… Aguantas porque me quieres, supongo, y porque asumiste hace tiempo la cruz que supone convivir con un pobre poeta. Fíjate que a veces, cuando creo que te aburro, hasta miro de reojo por si duermes aburrida de mis historias. Y en cambio observo como me miras con esos vivarachos ojillos tuyos como de niña pequeña mientras le cuentan un cuento. Y en ese instante a mí me pareces etérea. Como un espejismo del cual no pudiera tocar su belleza. Y entonces, mi vida, se me eriza el vello de quererte…

Te hago cosquillas y me llamas tonto. Y yo me río contigo de ese que duerme a tu lado y que cree que todo lo sabe. Como hacíamos antes. Del niño, del poeta, del que soñaba escuchar en la voz de un niño la palabra padre. Y entonces, esa mañana cualquiera, vuelve a nuestra ventana la primavera. Y entran por los pasillos mil destellos de luz radiante… Y tu beso de buenos días, ese que abrasa los labios, vale una vida… Y si, acto seguido, tocan al desayuno las tostadas con mantequilla de toda la vida, esa mañana el café y la rutina me saben a gloria. Si las comparto contigo, amor. Si después de tantos años tú estás conmigo… Y yo estoy contigo… Autor: César Férnandez Rollán Lugar: Bizkaia

2ª FINALISTA BOCETO DE MIRADAS Querido desconocido: Por vez primera me he sentido avergonzada. El poderío de tu mirada me ha dejado cierto aire de turbación; apenas sí he podido sacudírmelo de encima. En un principio parecía como si quisieras comerme con la vista. Pero me equivocaba por completo: estabas sorprendido. Te he descubierto en un renuncio, esquivando el primer cruce severo con el vistazo que yo te estaba echando encima. ¿Para qué negarlo? Me fijé en ti cuando entraste. Luego volqué una ojeada hacia la ventana, forzada por el soplo de timidez que me invadió. Afuera debía hacer mucho frío, yo tan acalorada entre estas cuatro paredes. Pero me hubiera gustado estar allí, en la oscuridad de la tarde que acababa de morir, debajo de la nevada que estaba cayendo a cámara lenta; los copos, que parecían estar creados para acariciarme tras los cristales, habrían aliviado los trazos de rubor que se habían apoderado de mi piel, invadida palmo a palmo por tus ojos azules. Nunca antes me había sentido así: turbada en mi desnudez. Has estado un buen rato contemplándome de manera punzante, sin mover un solo dedo, y yo ya soñaba con que me acariciaras de manera tierna y sin mediar palabra. No he reconocido en ti ni un solo vestigio de descaro. Me has sonreído de manera tímida, tus dientes casi temerosos de mostrarme su blancura; incluso te has ruborizado un poco. En ese instante ya éramos cómplices. Me has hecho sentir bien. De repente, ya no me ha importado mostrarte mi cuerpo desnudo, y he comenzado a desnudarte en mi imaginación. Tú parecías ir a lo tuyo, pero sin dejar de mirar de hito en hito toda la extensión de mi cuerpo. Te he observado fijamente durante un rato. Las voces a mi alrededor parecían acoplarse a una larga distancia, hermanadas con un eco huidizo. He grabado tu rostro en mis retinas, escurriéndose sus trazos como un colirio que ha aliviado el escozor de mis ojos, irritados de tener que soportar esta atmósfera tan cargada. Tu mirada ha sido un bálsamo. Tu presencia ha hecho las veces de tratamiento paliativo para la soledad que padezco. Y aún no hemos cruzado una sola palabra, entre nosotros un espacio de aire con esencias de musgo. Al acabar, has recogido tus cosas. Yo seguía inmóvil, pero tiritando por dentro: te estabas marchando, me mostrabas la espalda y mi corazón galopaba detrás de ti. Mis labios hubieran querido acariciarte de manera serena. Hubiera querido decirte tantas cosas… El profesor me ha acercado la bata. He calzado las zapatillas. He corrido hacia la ventana. Seguía nevando. Yo ya sentía el frío de tu ausencia. Te he visto salir, caminar por la acera, que incluso has resbalado, y a punto has estado de dar con tus huesos en el suelo, mi ánimo ya arrastrado por la angustia de no saber si volveré a verte. Te has vaporizado bajo el manto ambarino que tienden sobre la calle desangelada las pobres farolas. Y he escrito esta carta. La dejaré sobre la banca que has ocupado hoy. Espero que puedas leerla.

Mañana, cuando estemos frente a frente, cuando de nuevo dibujes mi cuerpo desnudo, nos miraremos, trazaremos un boceto de miradas y en tus ojos descubriré si anhelas dibujar mis sentimientos, si sueñas con bosquejar mi alma. Yo ya te tengo en el marco de mi corazón. Julia, la modelo. Autor: Juan Carlos Pérez López Lugar: Bormujos, Sevilla

3ª FINALISTA ENTRE EL AMOR Y LA MUERTE Querido Mundo: Es ésta una carta de despedida. Me llamo Alicia Martínez y esto que cuento aunque no lo crean me pasó en el baño. Estaba sola en casa y sin perspectivas de compañía familiar en la próxima hora: sin niños, colgando los problemas del trabajo en una percha como si fueran un albornoz. Decidí darme una autosatisfacción relajante: olvidarme del mundo. Había preparado la bañera con agua tibia y sales de baño. Encendí una varita de sándalo y dos cirios estucados, apagando los escrutadores ojos de buey. Me desprendí del sujetador ahuecando el estómago. Dejé que mis voluptuosos senos se desplegasen en libertad. Deslicé las braguitas por mis muslos brillantes con suavidad y hasta con cierta ternura. Corrí la cortina exterior de hilo con motivos burgueses del Neoclásico. El vapor, como una bata, me envolvió el cuerpo desnudo. Miré la bañera y en la superficie del agua vi unas ondas concéntricas que me desconcertaron. Me introduje en la bañera de porcelana recostándome con serenidad. El olor del sándalo y la penumbra de los cirios me adormecían. No quería pensar en el infierno físico ni en el psicológico; no quería pensar en los moratones de la cara, ni en las magulladuras sexuales, ni en mi nariz gorgoteando sangre como un grifo siniestro, mal cerrado, ni en las quemaduras de cigarrillo por todo el cuerpo que hicieran pensar que yo era un cenicero donde apagar todas sus amarguras; no quería pensar en los gritos, ni en las humillaciones públicas por celos imaginarios, ni en sus sutiles ironías que maquillaban el desprecio y me dejaban vulnerable, en la indefensión más absoluta, ni siquiera quería pensar en la vergüenza ajena que sentía cuando le escuchaba bastamente jactarse de su machismo decimonónico que llegaba sin mansedumbre hasta la orilla de nuestros días… Haría abstracción. Me abandonaría al placentero silencio, a la pacífica soledad de la autocomplacencia. Ensoñaría con praderas mecidas suavemente por el viento transparente, con campos de naranjos brillantes de fruto dulce, o con campos de lilas simbolismo inventado de la mujer, o con campos de higueras cristalizadas por un azúcar tan empalagoso que te hace estremecer los labios, con cumbres montañosas y vistas espectaculares que cautivan la retina menos sofisticada, con lagos de nenúfares flotantes que seducen incluso al embeleso, con mares pasivos que son acariciados por la mano tibia del sol… Y los sueños fueron conquistados por algo mucho más real que la fantasía que auguraréis, os lo prometo. En medio de la paz el líquido se arremolinó con olas espumosas hasta perfilarse en una transparente forma humana. Un hombre de agua me abrazó con ternura; sus manos de agua me acariciaron las mejillas, los galardones de mis hombros, los costados del pecho condolido, con la delicadeza de los dioses; y sus labios de agua me besaron siendo correspondidos por la inercia de los míos. El sofoco me barnizó todo el universo del cuerpo con una hemorragia de pudor superior al de los rojos amaneceres de África. Vibré con sentimientos que se caramelizaban en cada gesto, en cada respiración, en cada latido. Mis pezones brotaron desafiando mi vergüenza, naturales. Mis ojos se entornaron deleitándose en el mayor de los delirios. Sentí un cosquilleo en el pubis trigueño que era inédito. Luego, con una dulzura infinita, el hombre de agua se introdujo dentro de mí con un

fuego acuoso que me recorría amablemente cada una de mis venas; una delicia de la mejor de las Afroditas modeladas. Bebí en mis propias carnes el inusitado placer de la ambrosía, el jugo del amor; hasta el alma, virgen, se me conmovía por primera vez para algo bueno... Salí de la bañera preocupada por mi veleidad. Todavía mis ojos entontecidos no daban crédito. Encendí los ojos de buey: sus saetas de luz me atravesaron; sin apagar las velas vi como un pie de agua se perdía por el sumidero. Si el maltratador de mi esposo se enterara de la realidad expresada con la más grande de mis sinceridades… Ojo, alerta, que la sinceridad no agrada a los belicosos cobardes. Al exponer estos hechos sacándolos a la luz pública… denme por muerta, perdonen la brusquedad queridos lectores, pero a éstos, los conozco bien; seguro que piensa que es mi mayor desliz, piensan que son poseedores hasta de los pensamientos, y que, por puta, merezco un castigo tan severo e inexorable como el que me espera. Ojalá alguien, guarde, la luz de mi relato, como un homenaje a las mujeres frágiles de nuestra estirpe, las que, como nosotras, nos vemos abocadas a ser asediadas por el desencanto cotidiano de la vejación, ojalá, sea, la narración, como el recordatorio que se pone para todos los santos en los cuartos de baño por algunos creyentes, con ese cielo terráqueo tachonado de mariposas de luz que arden en la oscuridad. Me llamo Alicia Martínez y esto que cuento aunque no lo crean me pasó en el baño. Y es ésta mi triste carta en prosa, de despedida. Autor: Ginés Mulero Caparrós Lugar: Viladecans (Barcelona)

4ª FINALISTA CONSUELO Y SOLEDAD Madrid, 14 de febrero de 2010 Querido Manuel: Te escribo para contarte el duro trance que atravieso. Lo hago por el correo tradicional, ya que lo encuentro más seguro… Como tú ya sabes me debato entre dos amores, por un lado está Consuelo, guapa muchacha de formas voluptuosas y cabellos al viento, y por otro, Soledad, mujer aguda y precisa con la que una conversación es el placer más acabado. ¿Qué puedo hacer, mi amigo? Cuando estoy con Soledad, me encuentro sin consuelo… y cuando estoy con Consuelo, me hallo en soledad… ¿Me entiendes? Días pasados he escrito dos correos electrónicos. Uno a cada una de ellas, pero, por error, he confundido los envíos, razón por la cual Consuelo recibió el de Soledad y Soledad el de Consuelo. A Consuelo le propuse una tarde de teatro clásico y a Soledad una madrugada de juerga disparatada. Curiosamente, ambas aceptaron. Soledad me ha dicho que apreciaba que hubiera descubierto la fiera indómita que anida en lo más recóndito de ella y Consuelo se prodigó en plácemes porque yo advertí sus sensibilidades más ocultas, eclipsadas –claro está– por un cuerpo de la hostia. Si bien a esta altura a ti te consta que se ha tratado de una involuntaria confusión, debo confesarte que no he podido salir de ella y que he agravado sus consecuencias con flagrantes embustes que me han acorralado. Ahora, hago el amor sin consuelo y converso en soledad. En el límite de la razón, me encuentro atormentado. Antes veía a Soledad durante el día y a Consuelo por las noches. Por estas horas, mis días son de soledad y mis noches sin consuelo. He pensado en concurrir al psicólogo para que alivie mis penurias, pero temo que al hablarle de Soledad ya no tenga consuelo y que al referirme a Consuelo me inunde la soledad. Adivino, querido amigo, que has de estar un poco sorprendido, piensa entonces, cómo he de estarlo yo. Hoy mismo, día de San Valentín, pondré punto final a mi relación con Soledad y también a la que me une con Consuelo. A Consuelo le diré que necesito un poco de soledad y a Soledad que procuro algo de consuelo. Si por alguna casualidad, no pudiera tener éxito, te pido un solo favor, llama por teléfono a ambas y diles que las amo con amor enamorado, de ese modo combatiré la soledad de Consuelo y llevaré consuelo a Soledad. Un fuerte abrazo. Rafael, solo y desconsolado. P. D.: En adelante, ya no escribiré correos electrónicos, me he dado cuenta de que mis problemas no son en verdad de amores, sino a causa de Internet. Autor: Ricardo Tejerina Lugar: Buenos Aires, Argentina

5ª FINALISTA SIN TÍTULO Querido Miguel: Hoy he vuelto a encontrar la pasta de dientes en la nevera. Quizá se deba a que asumiste con una terquedad infantil tu propio y absurdo axioma de que la combinación de flúor y frío blanquea la dentadura. Me produce cierto sonrojo pensar que tu manía de “refrigerar el dentífrico” sea el Crusoe de tu naufragio. Sara no lo lleva tan bien. Llamó esta mañana, se traslada a Barcelona. Tú dirías que ante ella se abre la maravillosa experiencia de descubrir una ciudad, que sus posibilidades de ascenso están allí, pero yo creo que se aleja de nosotros. No te culpo, bueno, sinceramente, a veces sí. Y mucho. Intento imaginar tus ausencias, quizá no sean tan terribles. Puede que regreses a tus vivencias preferidas, que habites paisajes imposibles, una melodía aún no inventada o quizá el cuerpo de aquella mujer que siempre anhelaste. Yo también tengo ausencias. Las provoco. Ayer sin ir más lejos, vino nuestra vecina de la casa del pueblo, pero yo no la escuchaba. Estaba contigo en aquel baile. ¿Recuerdas mi vestido rojo? Mi madre sólo me dejó hasta las diez. Desde luego que con ese vestido no tenía intenciones demasiado decorosas. Y tú tampoco. De eso me di cuenta después... pero a lo que iba, que Paquita creyó que yo también me había ido, como tú, y se asustó un poco la mujer. Pero yo no quise sacarla del equívoco. Así no vendrá más. Lleva unos días lloviendo. Las gotas de lluvia golpean los cristales tan insistentemente que parece que van a romper la meridiana superficie. Se parece al día en el que nos conocimos, en la escuela rural ¿te acuerdas? Qué tonta, claro que no lo recuerdas. Era mi primer día de colegio y estaba lloviendo a cántaros. Cuando entré en la escuela había un centenar de niños dispuestos desordenadamente en unos viejos pupitres. Y allí estabas también tú, compartiendo una pizarra gastada con un niño más pequeño. Tampoco he podido olvidar aquellos atardeceres, cuando nos saludábamos con la mano, cada uno desde la puerta de su cortijo, separados por un profundo valle a nuestros pies. Un valle que se me presentaba enorme, como un abismo, tan profundo y ancho que cabía un mundo entero allá abajo, y ya ves, hace poco que volví con Sara allí, lo encontré diminuto, un obstáculo ridículo para separarnos aquellas noches de verano. Ahora he aprendido que la memoria no es inocente, es caprichosa, mentirosa, zalamera e incluso cruel en algunas ocasiones, rememora y distorsiona las vivencias a su antojo, probablemente el nuestro, conduciéndonos a hechos que contienen una buena dosis de inventiva. Hechos en los que nos gusta sumergirnos cuando ya no deseamos almacenar nuevos recuerdos. Y el amor tiene tanto de recuerdos... Tus ausencias también vinieron un día de lluvia. Habíamos almorzado en la mesita de la cocina, los dos solos. Era arroz con pescado, lo recuerdo perfectamente. Quité los platos y el mantel y nos sentamos a ver la televisión. Fue entonces cuando me preguntaste si habíamos almorzado. Me parecía insólito que alguien no pudiera recordar el simple hecho de haber comido. Un hecho que, además, queda fuera de posibles dudas, del que no cabe discusión. Ahí empecé a temer que algo extraño sucedía. Luego llegaron otros olvidos, algunos menos cotidianos, otros más extraordinarios. Como aquella tarde que Sara vino a tomar café con nosotros, y saliste del cuarto de baño gritando que había un extraño en casa, que quién era aquel hombre. Efectivamente, había un señor mirándote fijamente: era tu reflejo. Sara y yo nos reímos a carcajadas. Pero creo que fue aquel despiste el que la dejó más impactada, ver a su padre completamente indefenso ante su propio reflejo...

Si has conseguido leer estas líneas y llegar hasta aquí, quiero que sepas que pese a todo, creo que hemos sido felices y he de agradecerte los momentos compartidos. La verdad no me importa si el amor es un engaño para sobrevivir, una forma de compartir soledades y gastos de hipotecas, si es sentimiento, estado, concepto o cóctel hormonal. He sido feliz contigo y eso me basta. La compañía siempre fue estupenda, incluso cuando la pasión se enfrió como tu dentífrico. Unas buenas dosis de ternura y complicidad hicieron el resto. Y por ello ahora, después de pasar una larga vida juntos, a veces cómplices, a veces distanciados, perdonándonos lo cotidiano, hemos llegado a una dolorosa paradoja: cuando a mí sólo me queda recordar, tú ya no puedes hacerlo. Posiblemente has dejado de quererme, ¿acaso puede vivir el amor desde el olvido? Cerca de tí, esperando que regreses, Julia. Autor: Belén Sevilla García Lugar: Ronda, Málaga

6ª FINALISTA SIN TÍTULO Mi querida y anhelada espectadora: Hoy, nuestra cita semanal vendrá coronada por esta carta. ¿La razón? Bien la sabes, picaruela, de modo que no abras tus sonrientes ojos fingiendo sorpresa; conmigo no necesitas sacar tu cajita de encantos para tenerme cautivo a tus pies. Hoy, querida, es 2 de marzo. Hace cuarenta años que nos conocimos. Ese día, asomado desde mi dimensión de sueños engañosos y mentiras mágicas, te descubrí discretamente sentada en el asiento 24 de la mítica fila 7. Fui el elegido de un instante único, de un intenso destello que se convirtió en mi punto de no retorno. Y yo, que hasta entonces había alimentado mi ser de aplausos aduladores y de hermosísimas mujeres que me acompañaban en increíbles gestas, caí desarmado ante tu expresión sencilla, hecha de tímida adoración y de deliciosa pasión contenida. Esperé con loca avidez la siguiente sesión a la que asistirías, para revivir juntos mis aventuras en blanco y negro. Sabía que volverías. El ansiado reencuentro se produjo una semana después. Sentí de nuevo la llamada silenciosa de tus ojos brillando en la oscuridad, y en ese momento comprendí que estaba perdido. Desde entonces, una vez por semana, nuestros mundos han permanecido unidos de la manera más atípica y profunda durante una intensa hora y media que hacía del tiempo un puñado de arena en las manos. Sin haber podido dar con la clave que nos permitiera saltar de una dimensión a otra y estar físicamente juntos, lo hemos compartido todo, lo hemos hecho todo, y nos lo hemos dicho todo. Lo que parecen haber inventado los enamorados actuales con las nuevas tecnologías como cómplices para sus relaciones virtuales, querida mía, ya lo inventamos nosotros hace cuarenta años en la oscura sala de un cine. Con mi carta, te invito a renovar esta locura nuestra, y a pasar juntos cuarenta años más. No, no me importarán las huellas del tiempo en tu semblante, ni tendré en cuenta tu cabello salpicado de estrellas plateadas. Sólo te pido dejar que la arena siga escapándose imaginariamente por entre nuestros dedos entrelazados hasta la eternidad. Sigue ocupando el asiento 24 de la fila 7, porque te necesito allí; tu presencia hace que mi existencia de celuloide tenga sentido. Te espero mañana, como cada semana, y no olvides que te pertenezco en imagen y alma. Tuyo, entregado y devoto, Gary Cooper. Autor: Mercedes Pajarón Pajarón Lugar: Barcelona

7ª FINALISTA PARA EDELMIRA Recuerdo el primer día que nos vimos. Tú intentabas en vano acercarte a mí, pero cada vez que lo hacías, huía. No me fiaba de nadie. Con el tiempo y tu perseverancia conseguiste que me dejara acariciar, no estaba acostumbrado, te miraba con recelo pensando que en cualquier momento podías pegarme, pero no lo hiciste. Me cogiste en brazos y me trajiste a casa, llenaste la bañera y metiste mi pequeño cuerpo, molido a palos y lleno de garrapatas, en el agua, y yo me dejé hacer por miedo a que me pegaras, pero no lo hiciste. Tuviste que cortarme el pelo porque era imposible deshacer todos los nudos que se fueron formando durante todos los años que pasé en la calle, me hiciste un poco de daño y te gruñí, dejé de hacerlo porque pensé que me pegarías pero lo único que hiciste fue decir, mientras me acariciabas, que era mejor dejarlo para mañana, que todo en un día no se podía hacer. Me secaste con mucha suavidad, intentaste peinarme pero no me dejé y te volví a gruñir. Después de darme de comer me preparaste una camita con una manta vieja y pusiste encima de ella una colcha de tantas que haces a ganchillo, fue la primera vez en mi vida que dormía sobre una manta y la primera vez que lo hacía a cobijo. Cuando te levantaste y fuiste a la cocina a preparar café te seguí, pero lo hice con un poco de miedo, recuerdo que me acariciaste mientras me decías “buenos días preciosidad” y fue entonces cuando por primera vez mi cola empezó a moverse de alegría, no era precioso, todo lo contrario, soy bastante feo y destartalado, pero tú me quieres como soy, incluso ahora que estoy viejo y enfermo. Después de desayunar me pusiste la correa y me bajaste a la calle. Lo de la correo no lo llevé muy bien, me costó mucho acostumbrarme, no me gustaba sentirme atado, mi otro dueño siempre me tuvo atado a una cadena de sólo tres metros en un terreno donde tenía una plantación de naranjos, venía de vez en cuando a cuidar de los árboles y era entonces cuando me daba pan duro y llenaba el cubo, donde bebía, de agua, a veces ese cubo se caía y estaba sin beber, o bebiendo la poca agua de lluvia que caía durante los días hasta que él regresaba. Aquel día, después del paseo, me llevaste al veterinario y te dijo, cuando terminó de examinarme, que sería un perro con muchos problemas porque mi cuerpo estaba lleno de huesos rotos y mal soldados, y que le parecía imposible que estuviera vivo. A mi también me lo parece, había veces que después de la paliza estaba más de dos días tumbado, con unos dolores horribles sin poder moverme, fue una paliza precisamente lo que me salvó, en una de ellas, mi antiguo dueño creyó que estaba muerto y me tiró por un barranco que había cerca de la plantación. Estuve allí tirado varios días pero poco a poco empecé a moverme y a buscar un poco de comida y así renqueando deambulé por los caminos hasta que me encontraste. Recuerdo que cuando salimos del veterinario me dijiste que había que buscarme un nombre y es que tú no sabías que me llamaba Negro, aunque cuando él me pegaba me solía llamar deshecho o inmundicia. Nunca entendí porque me pegó tanto, supongo que hay seres humanos que necesitan tener a alguien a quien maltratar para sentirse superiores. Después de mucho pensar decidiste que me llamara Coco, no fue difícil atender cuando me llamabas y es que te quiero tanto que lo hubiera hecho aunque sólo me hubieras silbado. Han pasado algunos años, los mejores de mi vida, y sigo junto a ti, a tu lado, mientras tú sigues tejiendo tus colchas y tapetes de ganchillo. Has tenido que llevarme muchas veces al veterinario y sé que por mi mala salud has gastado mucho dinero, pero aunque sólo vives con una pequeña pensión a mí nunca me ha faltado de nada, has preferido quitártelo de cosas que tú

necesitabas para que yo estuviera bien. El veterinario te dijo el otro día que era mejor que me durmieras porque estoy muy enfermo y muy viejo, pero tú le dijiste que yo me moriría cuando Dios quisiera, en mi camita y a tu lado, y aquí estoy, en un colchoncito que hiciste para que no me dolieran los huesos y que parece que estoy entre algodones. Casi nunca me dejas solo y cuando lo haces porque tienes que ir a comprar me miras y me dices: “Coco no te vayas sin estar yo”, y te espero y cuando abres la puerta me gustaría poder hablar como lo hacéis los humanos, te diría que eres lo mejor que me ha pasado en la vida y que te agradezco que fueses tan perseverante para que me dejara coger. Gracias a tu constancia he podido saber que se siente cuando alguien te quiere y espero que cuando ya no esté a tu lado me recuerdes en los mejores momentos y que nunca te olvides de lo mucho que te he querido, de lo mucho que te quiero. Coco Autor: Magdalena Pecino Menéndez Lugar: Villajoyosa, Alicante

8ª FINALISTA TAN SÓLO UNA CARTA PARA TI Querido amor: He querido escribirte esta carta, más para mí que para ti. Más para aclararme que para declararme. En realidad, para poner todos mis sentimientos encima de la mesa, mirarlos y ordenarlos, para que así pueda ponerle cierto orden a mi cabeza. Sé que ya no soy solo yo la que gobierna mi vida y eso me vuelve loca… Apareciste cuando lo pedí ¿lo sabías? Sé que sí, porque te lo dije, pero sé que tú no me creíste. Era muy joven, tal vez demasiado, y creía en la Luna, en el destino, en pedir con fuerza un deseo y que todo se conjure para condecértelo. Y te pedí. Pedí tenerte a mi lado cuanto antes, conocerte y saber quién eras, para calmarme y poder empezar a amarte porque siempre he pensado que por muchos años que viva a tu lado, nunca serán suficientes. Nunca será suficiente para mí. Y apareciste. Lentamente y sin avisar, nunca pensé que serías tú, pero tuve la certeza la primera vez que soñé que te abrazaba y me mirabas con amor en tus ojos. Lo vi. Y ya no había nada que hacer. Desde entonces fuiste excavando en mi pecho hasta alcanzar mi corazón y ahí te has quedado desde entonces. Refugiado, palpitando, calentándome la sangre por ti. Haciendo retumbar mi pulso en mis venas, en mis oídos, cada vez que te veo… ¡Qué tranquilo se debió quedar el destino! Porque dejé de estar yo sola y te quedaste dentro de mí. Pasara lo que pasase, siempre estabas ahí. Dentro, caliente. Tú. Para entonces yo ya no tenía fuerza de voluntad contigo. Te amé poco a poco y me resistí todo lo que pude, tú bien lo sabes. Me negué porque a pesar de que te ansiaba, los cambios cuestan y sabía lo que eso significaba. Aceptarte era dejar de ser quien era. La de antes se fue. Y me costó decirle adiós a esa niña para amarte por entera. Pero lo hice y me enseñaste el significado de la palabra Amor. Y pasé por todos ellos. Al principio fue atolondrado, excitante y vertiginoso. Todo era demasiado para mis sentidos y respiraba con dificultad al verte, al besarte, al sentirte o simplemente al pensar en ti. Era una fuerza irresistible y jamás me sentí tan viva como entonces. Era la sonrisa más grande del mundo: nuestro amor. Luego se calmó, por fortuna. El ritmo se acompasó a mis sentimientos y cada uno de mis pálpitos era hacia ti. Me acomodé a sentirte en mi cuerpo. A saber que eras tú el que marcaba mi pulso y mis recuerdos. Y la intensidad se hizo más fuerte al intuir por instinto que te quedarías y te querría por siempre. Es algo muy poderoso, saber que amas tan intensamente. Pero como todo poder, eres vulnerable y se convierte en tu punto débil. Así será siempre. Mi punto débil eres tú. Al parecer no se puede vivir esta vida sin correr riesgos y sin pasar por ellos. Te entregué mi corazón y fue lo más bonito que he hecho nunca. Lo más vivo y sincero. Lo que me define a mí, eres tú en mi vida, mi amor por ti. Ya no me acuerdo de mí sin ti. Es simple. Vivo para amarte a ti. Yo sola no cuento. Y ese fue mi riesgo. Darme entera y perderme por el camino. Porque te perdí. Éramos jóvenes ¿No es esa la excusa que busco siempre? O será que necesito justificación de por qué no fui lo suficiente para que te quedaras a mi lado. Tú nunca te fuiste de dentro y eso me partía el alma cada día. Ya no fue solo el dolor de tu pérdida sino saber que yo ya no estaba completa sin ti. Saber que tú seguías ocupando un hueco en mi cuerpo y en mi alma que nadie más supo ocupar. Ese sitio siempre fue tuyo y yo no dejé que nadie se atreviera a reclamarlo. Me marcaste tan dentro que me quemé cuando te fuiste. Y yo tampoco sabía quién era. Me encontré por la mitad sin

entenderlo y me costó volver a encontrar el camino de vuelta a casa, el camino de vuelta a ti. Nunca dejé de quererte. Es tan real como que nunca logré dejar de respirar. Es una lástima, nadie se muere de dolor de amor. Se acepta y se aprende. Y eso me hizo más fuerte a todo, pero nunca más fuerte a ti. Dicen que las historias de amor deben tener un final feliz y sigo luchando por mi historia, porque sea así, con final feliz. Pero sin ponerle aún la palabra Fin. Cuando más sufría por haberte perdido, yo cerré los ojos y vi que no podía ser yo sin tenerte. Así que dejé de llorar y empecé a luchar. Luchar por vivir feliz, por ser sincera y buena. Por convertirme al alguien de quien te sintieras de nuevo enamorado, volver a sacar esa chica que se merecía el palpitar de tu corazón. Te deseé tanto a mi lado, te pedí tantas veces a la Luna que volviste a mí. Aún no sé cómo. Pero volviste. Y de nuevo ocupaste tu espacio, me reclamaste dentro de tu vida y te acurraste a mi lado para decirme todo lo que siempre ansié escuchar: que me amabas. De nuevo así de simple. ¡El amor se quita y se da tan de repente! De nuevo volvió mi corazón a palpitar en tu nombre. Porque es así, no hay más explicación. Yo te quiero y siempre volverás a mí. Porque siempre fuimos dos. Por mucho que nos cueste. Te amo. Te amo porque no lo puedo controlar y además no quiero. Te amo porque debe ser así, me cueste lo que me cueste. Te amo porque das calor a mi vida, sentido a mi alma. Completas mi existencia y no sé qué hacer sin amarte. Es verdad que lo daría todo por ti, ya lo hice, lo hago y lo haré siempre. Algo invisible nos une poderosamente, algo inquebrantable que nos atrae como imanes. Tan cierto como que el sol sale cada día y se pone, tú y yo nos amamos. Y eso es para siempre. Pase lo que pase. Venga quien venga. Siento que podemos superarlo todo si es nuestro amor el que nos calienta. No pierdas nunca de vista esa llama porque yo estaré siempre al otro lado, esperándote. Yo siempre me levantaré por ti, todas la veces que caiga. Te lo prometo. Yo siempre te amaré… No sé por qué “no puedo vivir sin ti. No hay manera… No puedo estar sin ti. No hay manera…” Tuya siempre: Tu Hada. Autor: Blanca Naranjo Rodríguez Lugar: Badajoz

9ª FINALISTA ¡OH, APOLO MÍO! Oh, Apolo mío: Aquí me tienen, amado mío, pues paz no alcanzaré hasta haber confesado mi sentir. Dicen que mi desgracia inició con las certeras flechas del niño alado, disparando una de fuego a ti, délfico Apolo, y otra de plomo en mis muslos. Falso. Absolutamente falso. Eros abrió su aljaba y acarició una flecha destinada a mi perdición. Su tiro fue certero. Me abrasó un fuego chispeante que aún arde como blanquecina brasa. Cierto. Eros acertó el tiro, pero no fueron flechas disparejas, sino dardos con ritmo. Así, quedé inflamada de amor hacia ti, o mi adorado Apolo; no soy la única mujer que encuentra un mar en donde flotar. Tú hablabas y miraba tus ojos de oliva, chispas multicolores, estrellas sagradas. Mi cordura fría se estaba derritiendo. ¡Ah! Qué labios de dátil, frescos, jugosos, platillo para ser devorado. Mis pupilas recorrerán cada parte de su rostro, temiendo que voltearas y yo me ruborizara. Quiseira entregarme y también cubrirme; pedía a la Locura viniera a desgarrar mi vestido. ¡Cuánto padece una mujer que ama con delirio a un dios prohibido! Y ésta precisamente, fue mi desgracia. Demasiado pronto supe el destino que Zeus Padre me había fijado. ¡Ay! La crecida de mi río se resecó muy pronto, pues sólo una vez sentí el goce de la seducción y el flujo del deseo. Fue entonces cuando el pueblo me señaló el destino marcado por el Sacro Carnero, Zeus. ¡Ay! tres, y tres veces. Esa noche, al llegar a mi lecho cubierto de sábanas bordadas y almohadones de seda, retiré las finas prendas, y las arrojé a la fogata, pues jamás las usaría contigo, divino mancebo. Lloraba y sudaba; era títere sobre saltón fuego. Temblé desconcertada con arritmia. La neblina me cubría. Busqué un costal donde guardaba el forraje para bestias, descosí su orilla hasta extenderlo. Me recosté entre llanto. Estaba inquieta y me movía. Mi piel ardió enrojecida, el dolor penetró hasta mis huesos. ¿Por qué mi lecho se volvió cilicio? ¿Por qué aquella noche fue tormenta a descubierto? Sé que ya no pudimos hablar. ¿Cómo?, si tú eres el dios de la palabra. Autor: Antonio Ponce Rivas Lugar: México D.F.

El fallo del Certamen tuvo lugar en Coria, el 10 de marzo de 2010, estando el jurado formado por: Vicente Calderita Chaparro Cándida Delgado Díaz Rosa Moreno Santos Marisol Núñez Santos Mª Luisa Rodríguez Serrano