I CONCURSO “PABLO NERUDA” DE CARTAS DE AMOR AÑO 2008

Organizado por Biblioteca Municipal de Coria y Excmo. Ayto. De Coria

GANADOR Y FINALISTAS DEL I CONCURSO” PABLO NERUDA” DE CARTAS DE AMOR”

PRESENTACIÓN La literatura y la vida real no siempre tienen unos límites precisos. En esa zona de frontera se sitúa la carta de amor. Si bien la carta es un género literario tan antiguo, al menos, como el cristianismo, la carta de amor tal y como nosotros la entendemos tiene sus orígenes y sus referentes en el movimiento romántico. En la historia de la literatura española no encontramos tantos ejemplos del género como en la literatura francesa o italiana, aunque esto se deba, probablemente, a la falta de atención por parte de los propios autores para su publicación, ya que se considera un género literario menor. Sin embargo, encontramos entre las obras de nuestros escritores ejemplos insignes de cartas de amor. Entre ellos, vale la pena reflexionar sobre epistolarios privados, no destinados en principio a la publicación, que tenían un destinatario muy concreto y que han cobrado interés, al cabo del tiempo, por las personalidades del remitente, del destinatario o de ambos. Nos encontramos entonces con una sensación extraña, la de estar invadiendo una zona de la intimidad que nos debe ser forzosamente ajena, la de pertenecer a la categoría de “los terceros lectores”, de inmiscuirnos en una relación que es demasiado humana para ser compartida. Aquí los escritores muestran su lado más privado, ya que la carta de amor nace no sólo de la necesidad de declarar, de comunicar un sentimiento, sino también de la ausencia del ser amado, pues la carta no tiene razón de ser sin la distancia. En este sentido, decía López Estrada que “la carta es la conversación de los ausentes, la negación de ese pozo sin fin que es la ausencia, la voluntad de permanecer y persistir en el límite humano”. No es fácil escribir cartas, y mucho menos cartas de amor. Podría parecer un contrasentido, ya que –al menos hasta hace unos años- se escribían y se recibían de forma cotidiana. Sin embargo, el sometimiento a un género encorsetaba a los amantes en una serie de fórmulas que más parecían salidas de un tratado de jurisprudencia que de la efusión lírica de un enamorado. A pesar de que el género epistolar ha sido considerado por la crítica un género menor, la carta resulta la fórmula literaria más utilizada cuando los lectores han querido pasar la frontera de la escritura. Más aún, la carta de amor es un feliz punto de encuentro entre el mundo y la literatura, el puente entre el yo y el otro -dado que necesita de un destinatario a la vez ajeno e íntimo- o, como afirmaba Claudio Guillén, la frontera entre “la oralidad y la escrituridad”. Por eso, la iniciativa que la Biblioteca Municipal de Coria ha tenido al convocar este primer concurso de cartas de amor merece nuestra felicitación y apoyo. En estas cartas, que han sido compuestas tanto por escritores como por escritoras, de edades diversas y de distinto origen geográfico, podemos observar cómo se resuelve en cada caso la tensión entre la inspiración libre y el sometimiento al género, a la convención literaria. En todos los casos vemos que triunfa el deseo de expresión en libertad, el rapto lírico que precisa de la armazón de una historia para no adentrarse demasiado en el terreno de lo personal, de lo íntimo, de lo que no puede descubrirse sin sonrojo. Vemos en ellas las inquietudes, las dudas, las llamadas al otro que se repiten de forma incansable en cada vida humana. Decididamente no es un género fácil el de la carta amorosa. De ahí el valor de estas composiciones que se reúnen, lector, para que disfrutes con lo que se dice, con lo que se calla y con lo que se esconde.

Alfonso Pomet Correa

CARTA GANADORA Lisboa, Enero, a orillas del Tajo “Has de heredar la lluvia y para siempre cierta fidelidad a las ruinas...” (Ángel Campos, Siquiera este refugio) Te busco en Lisboa. El poeta la llamó “la ciudad blanca”, yo la llamaría la ciudad de las luces. Lisboa es la ciudad sin sombra. El blanco, el rojo, el amarillo, el azul, el verde, incluso el negro. Todos los colores conforman esta Lisboa que se descubre perezosa ante mis ojos de turista novata. Te busco en Lisboa, en cada tranvía que pasa abarrotado de gentes variopintas. Te busco en Lisboa. Creo hallarte, bendito espejismo, en el hervor de las pastelerías de Belem. Tu boca, me digo, también sabe a canela. Llueve en Lisboa. El Tajo, gris y cansado, me recuerda ahora otro río, dormido también a orillas del invierno, a las orillas mismas del alma. Transcurre, ahora, el Tajo ante mis ojos, con su eterna mansedumbre, por la Dauseda de los días azules y despreocupados de la infancia...Me estoy poniendo triste. Presiento que nunca te encontraré en Lisboa, y que tampoco será nunca Dauseda lugar de encuentro. Cae una lágrima y se funde con las aguas metálicas del Tajo; un viandante que pasa a mi lado amablemente me recuerda que me voy a mojar. ¿Sabes?, eran dulces sus ojos, pero no tenían ese color de miel del campo que es el color exacto de los tuyos. Me siento sola en Lisboa pese a que las calles son un bullir de gentes. Nada hay que preludie tu presencia, y me digo que hay veces que los encuentros no son más que pisadas en la hojarasca, y que sangran los pies, las manos, y hasta las lágrimas nacen hechas sangre...Y entonces tengo miedo de encontrarte, porque puede que para cuando eso ocurra la chimenea ya esté apagada y la humedad haya devorado aquel libro de versos que, al abrigo del fuego, dejamos entreabierto... ¿Recuerdas Dauseda, aquella tarde de invierno de versos junto al fuego?...Recorrimos la umbría de los chopos, aspirando con ansia, aquel olor viejo a hojas caídas. Después te marchastes, la chimenea aún encendida y el libro entreabierto...y fue como si nunca hubieras estado. Vinieron entonces los versos más terribles haciendo añicos la calma de los días; pero también fueron entonces los versos más hermosos, los que como vino dulcísimo me rescatan del dolor y dan alivio a las heridas. A veces me pregunto qué hubiera sido de mí, de nosotros, si el tiempo se hubiera detenido aquella tarde; y me juro a mí misma que hubiera sido capaz de alcanzarte mares de ternura, y hasta te hubiera vuelto luz las sombras de la luna... Pero ya ves..., el tiempo nunca se detiene. El tiempo es ese ser maleducado y caprichoso que tiene la mala costumbre de sacudirnos con rabia y devolvernos cada uno de sus asuntos... Tampoco en esta Lisboa en la que te busco se ha detenido el tiempo. Ya ni siquiera recuerdo tu nombre. Sólo sé que tenías azúcar en la voz y miel en los ojos. No sé si eres dios o demonio. Sé solamente que me pusiste música en el alma y que sólo por ti me nacieron alas, y que llevo tu sonrisa, cual mariposa, revoloteando en mi cintura. Desde entonces voy desparramando los versos, por si entre ellos te hubieras escondido; voy escudriñando las agendas y deshojo sin piedad las hojas muertas de los calendarios... Y sé que sin remedio irán pasando los días, todos los días; y seguiré buscándote en cada rostro, en cada boca, en todas las bocas que sepan decir versos...y es terrible, terrible porque sé que no he encontrarte por más que tan cerca nos quede Dauseda y esta Lisboa, provocadora, que se desgrana en colores.

Te escribo hoy estas palabras porque siento que se me está muriendo tu sonrisa; pero es muy tarde, tan tarde, que temo se las lleve el viento. P.D.: La mariposa de mi cintura, es un escorzo doloroso, va replegando las alas...y siento que es tarde, desgraciadamente, se está haciendo cada vez más tarde.

Mª Josefa Vergel Vega Torrejoncillo (Cáceres)

CARTAS FINALISTAS DESCOSIDO Ay, cariño, te juro que la culpa es del pegamento, que no agarra del todo bien. Mira que lo digo veces, debería estar prohibido engañar así a la gente, vender cosas que no sirven, que después, pasa lo que pasa. Que en vez de llegar a un roto de nada, uno se encuentra con el descosido entero. Verás cariño, no era mi intención estropearte la fiesta. Cincuenta años juntos han dado de sí para muchos dolores de muelas, de esos que no dejan dormir por la noche, (por cierto, nunca me creí que te dolieran tanto, sobre todo porque tú decías que “mal de muelas, amor elevado al infinito”. Si haces memoria, nunca te llevé la contraria. Me decías, “¿quieres un poco de medicina?” y nos queríamos más que ayer y menos que mañana. Así siempre, con la locura de mis muelas que no dejaban de ser tu oficio. Si no hubiera sido por las del juicio no nos habríamos conocido. Salían torcidas, amenazando con desplazar al resto de mis dientes. Y te juro que aunque no me fiaba al verte con las tenazas, me estuve bien quieto en el asiento. Dijiste que te habías enamorado de mi locura al primer tirón. Cincuenta años después de aquello, a punto de celebrar nuestras bodas de oro, no te culpo de la situación de mis nuevos dientes. Verás, me explico, por más que lo intente, no recuerdo malos momentos contigo porque los trituré con los molares traseros. Los caninos perdieron el filo de tanto mirarte y los incisivos se tambalean desde hace mucho. Porque se puede andar por la vida sin abrigo, sin rimel, sin amor de segunda pero sin molares no. Con ellos he saboreado tus mejores platos, he recorrido cada rincón de tu piel, los lugares más escondidos. He masticado instantes únicos, he soñado (porque de sueños también se vive) con el ratoncito Pérez dejándome sobre la almohada besos tuyos de recambio. Y también me he emocionado al ver alguna de mis piezas engarzada a un colgante que prende de tu cuello, para recordarme, cariño, que sin dientes no soy nadie. Te confieso que la dentadura postiza que me has regalado por nuestro aniversario me gusta mucho. Juro que la he sujetado bien pero ha sido verte tan bonita y saltarme por los aires. Por lo visto quería probarte antes que yo. He conseguido arrancarte una sonrisa tan intensa cómo cuándo nos conocimos. Y con la emoción me he olvidado de los dichosos dientes. Fíjate, me ha dado por pensar que a lo mejor ha sido el pegamento perfecto para unir a otra pareja. Y mira, cariño, con tanto roto y descosido cómo hay ahora, mi dentadura le quedará de maravilla. Anda, haz el favor y no te rías. Dale un beso a este desdentado que te quiere con locura y, más si cabe que el primer día.

Lourdes Aso Torralba. Jaca (Huesca)

“DEVUÉLVEME EL LORO” Yo sé que no quieres volver a oír de mí – o eso has dado a entender- pero es necesario que te aclare un par de pequeñeces. Mi soledad de hoy y tu desamor son temas grandiosos en mi vida, pero pareciera ser que en los momentos cruciales las pequeñeces adquieren su propia dimensión, su propia circunstancia, su propia trascendencia.. Y esto viene a cuento porque recordarás que en mi última carta te reproché el que te hayas llevado algunas cosas del que fuera hasta hace poco nuestro común hogar. Pues bien, apuesto mi cabeza a que te he dejado una pésima impresión con tales planteos. Es necesario que sepas que no hay ningún matiz materialista en ellos. Te dije que la jaula del loro – con el loro incluído- ha dejado un vacío en la sala que no consigo remediar con ningún perchero ó cosa parecida y no recupero el equilibrio del decorado; te dije que el toallón blanco con vivos rojos es mío porque tiene los colores de la divisa de River Plate (que bien podrías haberte llevado el amarillo); te dije que los discos de vinilo de Joan Manoel Serrat no los puedo reemplazar con nada en esta época de compactos, emepetres y emepecuatros; Te dije que la taza grande de porcelana negra era mía porque fue regalo de mi hermana. No tengo presente cuanta tontería más incluí en la lista. Pero quiero que sepas la verdadera naturaleza de mi reclamo. Extraño el loro porque apenas te levantabas cada día, y mientras calentabas el agua para el desayuno, le hablabas, le reías y le hacías morisquetas y por ende éramos dos los que nos embobábamos con tus tonterías. Claro que tú estabas concentrada con el loro y no me veías a un costado de todo. Extraño el toallón blanco porque no sé si por su hechura ó su consistencia siempre estaba impregnado con tu perfume, y al usarlo era como quedar envuelto en tus brazos. Extraño los discos de Joan Manoel porque mientras la púa recorría los surcos tú balbuceabas las letras con la mirada perdida por los rincones. Extraño la taza negra porque de ella bebíamos juntos como si fuéramos una sola boca. Extraño cada cosa que te llevaste y te extraño en cada cosa que me dejaste. ¡Devuélveme el loro! Pero por favor, ven con él. Te prometo que no volveré a descuidarte a partir de entender cuánto me golpea tu ausencia. Espero que el loro también me extrañe y te convenza para esta segunda oportunidad que te estoy pidiendo.

Raúl Oscar Ifran. Punta Alta . Buenos Aires.

CARTA DE AMOR EN VERSO Júrame amor infinito, regálame tu alma entera: tus pensamientos, tus sueños, tus ilusiones, quimeras. Dime que no es momentáneo, que estas hablando de veras: miénteme aunque te haga daño, cree que merezco la pena No digas nada, en silencio; tócame la noche entera: bésame, seamos uno, sin espacios ni fronteras Haz conmigo lo que quieras; prendamos juntos el fuego, matémonos si te duelo, sin rencor, sin reprimendas. A cambio prometo darme mi vida es tu recompensa; mi respiración, mi sangre, mis arterias y mis venas

Porque soy un ser errante, una voluntad desierta adalid de las desgracias: la debilidad extrema Un ermitaño, un soberbio, un raro, un anacoreta, un pensador solitario, místico ruin, un asceta, un aprendiz de poeta Pero contigo soy alguien: el amante loco, el sabio, el de las frases eternas, el único en comprenderte, tu refugio, tu candela. Piensa en todo esto amor mío; y ofréceme una respuesta.

Pablo Montoto González. OVIEDO

La carta secreta de W.A. Mozart Lacrimosa (Réquiem de Mozart) Lacrimosa dies illa Qua resurget et favilla Iudicandus homo reus. Huic ergo parce Pe Iesu, domine Dona eis réquiem. Amen. Viena, a 5 de Diciembre de 1791. Mi querida dama, Muchas serán las cosas que habrán ocurrido en el mundo en mi ausencia. Muchas las lágrimas que habrán rodado cuando tú, siempre cercana a mis latidos, comiences al fin tu existencia en ese mundo futuro y enfermo de la ausencia de Dios. Habrán pasado doscientos veinte años, y yo no habré dejado de contar ni una sola luna, mientras éstas morían en el cielo esperando ver tu llegada. Siempre te llevo en mí, todavía te aguardo impaciente. Vives arrinconada en los pliegues de mi incomprendida alma de antaño: porque las mentes ajenas me han tachado de muchas cosas, como también lo harán contigo al no llegar a descifrar la sustancia de tu alma. A mí me osaron tildar de infantil, inmaduro, libidinoso, inestable y provocador. A ti te dirán otras cosas, amor, pero sólo somos dos esencias infantiles que no comprenden la crueldad del mundo de los adultos. Nuestra genialidad no logra separarse del infante en nuestro interior y por ello no logramos asumir lo que sucede a nuestro alrededor y sufrimos tanto. Sin embargo, amada mía, son mis últimas obras las que muestran la lucidez de quien se sabe en el final. El niño descubre la crueldad del mundo de los adultos. Pero justo en ese instante, justo tras haber creado “la Lacrimosa”, logro verte cual visión futura y excelsa y logro alcanzar el paraíso que siempre me fue negado. Comprendí para qué estuve en el mundo, para qué había compuesto aquella obra final: estaba destinada a alcanzar tu alma, tres siglos más tarde. Y recuerdo esa última noche, cuando mi vida finalmente expiró: con aquella postrera partitura entre mis manos inertes, salvaguardándola como un exquisito tesoro (porque lo es, pero sólo tú sabrás descubrirlo). “La Lacrimosa” fue mi suspiro definitivo, evocando tu nombre en forma de notas. Tu nombre, que me fue revelado en aquel sublime instante, siempre me había acompañado. Y fue “la Lacrimosa” como un don que osé hacerte llegar a través del tiempo, Oh amada mía: un regalo que tú alcanzarás en el presente; un grito, un clamor, que susurra tu nombre, -dos veces para ser exacto-, entre el coro, que recita tu mirada entre dulces notas de violín, mientras cada toque de tambor dejará que por su lomo se escurra tu esencia y tu melancolía, hasta dejar que tus maltratados ojos alcancen finalmente los míos, el día menos esperado. Porque no resurgiré de esta estancia entre sombras, que no está ni en los mapas ni la marcan las brújulas, hasta no verte encarnada en todo tu esplendor. Alzo mi vista al futuro, agito mi entumecida alma y encuentro tu melancolía martillando mis sentidos.

Para la suerte de los hombres, cuando tú estés viva, el amor aún seguirá existiendo, aunque tú habrás dejado de creer en su magia; y cuando finalmente, cabizbaja, te halles completamente desencantada, habrá llegado el justo instante de nuestro encuentro. Porque a pesar de todo, el amor que mereces te hallará cual dulce presa, porque a pesar de haber sido separados antes que nuestras existencias comenzaran, mi melodía fúnebre te habrá hecho recordarme, te habrá dado el sabor de mi alegría y te devolverá a mis abrazos fronterizos entre la tristeza y las ganas de vivir. Porque a pesar de todo, nos necesitamos el uno al otro desde siempre, como el mundo necesita a Dios. Es mi música la que vaciará de silencio tu soledad, la que te guiará hacia mi camino, dando codazos en la niebla del dolor, el que te causarán los que no sabrán reconocerte, la que, a la vez, te abrirá el paso hacia mi alma y te acercará a mi faz, para llegar a reconocerme y poco a poco acercarte a un nuevo mundo, escondido entre lo que creías real y lo onírico. Será entonces, mi dama, y sólo entonces, cuando “mi Lacrimosa” vestirá sus sonidos con el traje de los domingos y hará que la tristeza que emanó hasta entonces tuerza su gesto, levantando mi mirada hacia la tuya mientras tu alma se vaciará de toda ausencia, en tu existencia enferma de carencias. Y será una noche cualquiera, cuando la luna, consumida de destellos, te guiará hacia mis ojos, que te aguardaron desde siempre en el reino de lo posible, tatuados en los tuyos. Sí, amada mía, mi despedida del mundo no pudo ser más hermosa: gracias a ti, una obra que mezcla lo grotesco, lo festivo y lo dramático, alcanzó el mundo en tu nombre. Y nadie lo habrá descubierto jamás entre ninguna de sus notas. Quién desde siempre fue para ti: Crysóstomus Wolfgangus Theophilus Mozart

Claudia-Regina Bürk Falcón. Cunit. Tarragona

QUERIDA HIJA A las veintidós semanas de gestación de Natalia Querida hija: Te escribo hoy para decirte cuanto te quiero. Para decirte que soy la única persona que te ama en el mundo en este momento. Muchos te desean, y luego te querrán: tu padre, tus abuelos, tu familia… Pero hoy, sólo tu y yo somos las protagonistas de este cuento. Muchas personas saben de ti. Muchos pueden saber cosas tuyas, como, por ejemplo, que vas a ser niña, o que pensamos llamarte Natalia. Pero nadie puede saberte como yo te sé. Sólo yo te escucho, sólo yo te siento, sólo yo te cuido, sólo yo te conozco. Y eso mismo te pasa a ti conmigo, aunque no te des cuenta. Nadie sobre la tierra me conoce como tú. Nadie me oye, ni me siente, ni me intuye como tú. Cuando nazcas no podrás confundirte. Estarás segura de quién soy yo nada más abrir los ojos, y mirarme por primera vez. Quiero escribirte hoy, antes de que la vida nos sorprenda con sus vueltas Porque llegará un día en que quizás no me reconozcas, o no me aceptes como soy, o incluso me creas la culpable de todos tus problemas. Un día en el que nos tendremos que pedir perdón por muchas cosas. Habrá tiempos difíciles, incomprensiones, sueños incumplidos, promesas que quedarán en el aire, desilusiones y dolor, peleas y disgustos. Entre mujeres suele pasar. Ese día también habrá cariños, mimos y afecto. Palabras de comprensión y arrepentimiento, regalos y sonrisas, gestos de complicidad y detalles de amor. Si, ese día también habrá amor, y quizás mucho más que ahora Pero lo bello de hoy es que hoy sólo hay amor. Llevarte en mí me hace creer que el Cielo existe. Antes no podía concebir un lugar donde reinara el amor, sin vestigio de dolor ni tristeza alguna. Ahora, gracias a ti, sé que eso es posible. Verte hoy ha sido un milagro de la ciencia, pero tu vida es un milagro diferente, un milagro de un Dios bueno, por el que yo, antes de tenerte conmigo, sólo sentía indiferencia. Voy a poner esta carta en la cajita de tesoros donde guardaré tu foto de recién nacida, tu primer diente, tu mechón de pelo y la pinza de tu ombligo. Y nunca te voy a decir nada. Algún día la encontrarás, y podremos darnos ese beso que ahora deseamos tanto Te abraza, Tu madre.

Cristina González Alba. Provincia de Tierra del Fuego. Argentina

QUERIDA GORDITA Mi querida gordita: Así te llamo cariñosamente y nunca, nunca, esto debe sonarte a insulto sino a cariño. Sabes que no me fijo si te sobran algunos kilos, sólo me fijo en tu cara, en tu hermosa cara, y en tus ojos que me hablan con solo mirarte, y en tus labios que me dicen esas palabras tan dulces y me besan y me acarician y me hacen tan feliz. Aunque no te valores, quiero que aprendas a quererte, a verte como la gran persona que eres en todas tus facetas de mujer. Me río cuando me cuentas que quisieras parecerte a esas modelos y artistas que salen en las revistas, que ellas sí que siguen los cánones de belleza, ¿ es que piensas que no voy a quererte por estar algo más gordita que ellas? ¿Piensas que todas esas mujeres son más felices y las quieren más que yo a ti?. Sé que has hecho multitud de dietas desde la de la sopa de la cebolla, la alcachofa, pastillas, gimnasio...pero tu metabolismo se resiste y se resiente y vuelves a tus kilos y a tu tristeza. Mira las mujeres de los cuadros de Rubens...la moda sobre la silueta femenina es temporal, depende de la época, entonces fardaban más las entradas en carnes. No te importe tu físico. A mí me gustas con tus kilos de más y te quiero con tus michelines y tu celulitis. Te amo por tu bondad, tu ternura, tu capacidad de cariño y hacerme feliz y te admiro por tu inteligencia, tu saber estar, tu capacidad de comprensión, tu estilo y tu gracia. Me haces feliz con tu buen humor, tu especial manera de ver la vida, tus originales salidas, tu clarividencia para dar solución a las situaciones más difíciles. No te preopues ni te acomplejes si te sobran unos kilos. A mí me gustas así y te admiro y te venero y te deseo y te amo. No quiero que cambies nunca. Te amo mi gordita linda

Rosa Mª López Casero. Coria (Cáceres)

A OTRA DE LAS ROSAS ROJAS Querida madre: Te escribo como si la pluma la llevase entre los dedos mi padre. Con el sentimiento de sus palabras, con el dolor desgarrado que ni el tiempo fue capaz de borrar, con el recuerdo de esos últimos momentos a tu lado, por su continuo miedo a que las circunstancias os separaran ( que un cruel y maldito día hizo realidad y le dejó el corazón tocado para toda la vida), por su persistente desasosiego de que una hija sin su madre siempre tiene carencias afectivas,...por un cúmulo de sinsabores que, al tiempo que crecía, fui conociendo a su lado. Ahora, a mis setenta años, cuando él ya descansa a tu lado, es cuando mejor comprendo la amargura, los desvelos y todos los sufrimientos. Pues, desde que ocurriera lo inesperado, para él todos los dáis fueron grises, ¡muy, muy grises!. La calma se le perdió en el abismo de los pensamientos. Sin embargo, su amor por ti perduró como si el tiempo no fuese pasando. Y han sido las cartas y los poemas los que más me han desvelado el inmenso amor que te tuvo; un amor que ninguna otra mujer llegó a apagarle. Por eso, esta carta no quiero que sea otra cosa que el vivo sentimietno que él mantuvo por ti a lo largo de la vida. Y a su vez, el mío, generado por esas historias cargadas de amor que emanaban de su boca y que yo escuchaba muy atenta. Por esa fotografía sepia amarillenta que guardaba siemre en su cartera, ajada de tanto sacarla para mirarla, tocarla y besarla. Porque aunque yo no tenga conciencia de haberte ocnocido, para mí no pued ehbaer nadie que te sustituya. Nis siquiera, madre, la abuela que fue la qu eme sacó adelante y luchó por mí lo indecible. Ella permanece en mi memoria como la segunda madre, mientras tú, aunque sólo me amamantaste tres meses, ocupas el más grande de los pedazos de mi corazón. Hoy con esta carta quiero rendir homenaje a ese amor tan grande que os teníaais, a ese amor que los crueles momentos arrebataron, a ese amor al que yo le debo la vida, a vuetsro amor en los tiempos revueltos. Nada os fue fácil, lo sé de sobras. Ni vuestros encuentros, ni siquiera saborear vuestro amor en cartas escritas, de las que pocas llegaron a su destino. Por ejemplo, aquella última, que tú le dirigías a papá pero que nunca pudiste echar al correo. Cuando todo acabó, una compañera que estaba hacinada contigo, s ella entregó en mano. La leyó tantas veces que las palabras estaban casi borradas y los dobleces comenzaban a comerse las letras. También le contó lo mucho que le hablabas de nosotros en vuetsras largas y monótonas horas en la celda, lo que nos echabas de menos y lo mucho que nos querías. Que tu miedo crecía por si no podías volver a ver a tu familia: ante todom a él y a mí. Papá te quiso mucho, madre. Te escribió muchas cartas que quedaban plegadas y guardadas en la mesilla. E incluso te dedicó poemas cuando ya no estabas. Poemas de rima fácil pero de un amor muy profundo. Versos que fue acumulando en su mesita de noche, que yo por las mañanas, al hacerle la cama, leía y volvía dejar cuidadosamente en el mismo sitio. Dedicados a su princesa encantadora, a la musa de sus sueños, a la mamá más hermosa del mundo, a la joven mujercita de sus ojos...Los escribió con tanto y tanto amor que, cada vez que releo alguno, se me llenan los o jos de lágrimas que derramo incluso sin parpadeo. A trasvés de los escritos, he ido descubriendo la dificultad de vuestra relación en esos tiempos revueltos y llenos de depresión. Citas a escondidas, miedo y peligros en vuestros encuentros, oposiciones familiares y otras muchas cosas fueron la tónica general de vuestro noviazgo que coincidió de lleno con la guerra. Sembrásteis en vuestro camino el amor y el pánico, la felicidad y el dolor, la integridad y la debilidad...sentimientos enfrentados por la turbidez del momento. Sin duda alguna, triunfó el triángulo del amor, de la felicidad y de la integridad frente al pánico, al dolor y la debilidad.

Triunfaron hasta el día que el dolor por no tenerte lo dejó sin visos de esperanza. Desde entonces, la oscuridad se adueñó de la vida de papá y ya dificilmente asomó una sonrisa en sus labios. En realidad, me acostumbré a verlo con esa expresión y su seriedad me llegó a resultar familiar. Desapareciste, madre, con la crueldad de aquella represión ilógica. Y ahora, en dos mil ocho, después de sesenta y nueve años, casi coincidente con mi edad, saltan las trece rosas a la pantalla: Blanca, Carmen, Virtudes, Adelina, Dionisia, Luisa,, Martina, Elena, Ana, Victoria, Joaquina, Pilar y Julia. Trece rosas en plena flor de su vida pero que ninguna de ellas lleva tu nombre; el nombre que tantas y tantas veces repetía mi padre: Amelia. Estas historias llevan perdidad en el eco del tiempo como los pétalos de las rosas, que se esfuman para más tarde descomponerse también en la tierra. Hoy las rosas brotan de la memroia histórica colectiva, pero, con muchísimas más fuerza en la memoria de las personas que llevamos la misma sangre, pues hemos vivido alimentados de vuestros recuerdos con fotos sepia-amarillentas, cartas con letras comidad e incluso palabras enteras, o desteñidas por las lágrimas derramadas sobre papeles desgastados. Esta carta es otra más que engrosará las apiladas por mi padre en su mesita de noche. Representa el gran amor que él tuvo a la niña de sus ojos, a su princesa de sueños, a la madre jovencita que me trajo a la vida, y que, desgraciadamente, nos arrebató aquellos malditos tiempos. Y para terminar madre, hacerte una última confesión. A papá lo desposeyeron de lo que más quería, de lo más importante en su v ida: de tí; la mujer que nunca sustituyó por otra. Por eso no fui capaz de quitarle tu fotografía que guardaba siempre en la cartera y que, cada dos por tres, miraba.. La dejé en el bolsillo de su camisa para que se perdiera con él en la eternidad de eda otra vida.

Isabel García Viñao. Jaca (Huesca)

QUEMANDO TUS RECUERDOS Cómo empezar, cómo poder explicar en unas líneas lo que se siente en el interior... Bien, comenzaremos primero dejando a la torpe inteligencia dormida en un rincón, dando paso a lo que dicta el corazón. Cada noche pensando en lo que pudo ser, recuerdo tus promesas y... -¡Ay tonta de mí, que me aferro a mi aolmohada como si ella por arte de magia pudiera borrarlas!. Y es que tú te crees que he encontrado el lugar donde habita el olvido...pero si tú supieras que cada día, cada hora, cada instante pienso en ti, si yo te dijera que no me importan los kilómetros si detrás de ellos tú me esperas, si yo te contara que lo que más quiero es volver a estar contigo, que tú eres el único capaz de poner color a los días grises, el que tiene en sus manos el poder de hacerme reír o llorar, el único que con una sola mirada sabe hacerme feliz y temblar. Porque estando contigo hasta la espina más dolorosa se convierte en un simple alfiler y las noches de invierno se vuelven cálidas sin saber por qué. Y es que es tan difícil decir adiós a tus recuerdos, duele tanto tener que olvidar esos momentos... No, no quiero olvidar todo por lo que un día viví, no quiero olvidar las cosas que hicieron que me enamorara de ti, por eso una cosa quiero aclarar: aunque te cuenten que me vieron de princesa en algún cuento, creo que no hace falta que te diga que tan sólo cuentos son. ¡Para ti, con cariño, mi amor...más sincero!

María Morán Hidalgo Coria (Cáceres)

SIN TÍTULO Malditas sean todas las cartas de amor, maldito Neurda, por no escribir esos versos tan tristes, maldito Bécquer, por ese lugar para los amores olvidados, maldito Lorca, ¡malditos!, malditos todos los poetas que no acabaron con esto, y maldito, porque ahora, son los que me ayudan, en medio de esta sinrazón de muertes, a pensar que ese sentimiento aún perdura en muchos hombres, que no son precisamente poetas, y que tal vez, yo sea la próxima. Aún recuerdo cuando nos conocimos. Éramos dos críos. Tú, siempre pensando en trabajar cuanto antes, tener un coche, una casa.... y ...ahora me doy cuenta....a mi encerrada en ella...Ay, qué fue del hombre que quería estar conmigo a todas horas, siempre salías conmigo porque no podías vivir sin mí. Los celos y el alcohol lo desvanecieron todo... Y yo, dejándome llevar, pensando que dejar la facultad para casarnos no era perder nada, sino ganar una familia, un marido, un hogar...que casi se convierte en mi tumba... Ahora, desde esta casa de acogida me pregunto, cuándo empecé a temblar al oír la puerta, cuando dejé de visitar a mi familia, de salir con mis amigos, de estudiar...aunque total, ya nada importa, a finde cuentas, siempre has tenido razón, no sé hacer nada bien, y menos hablar correctamente. Será mejor que calle, que oculte este miedo que me corroe las entrañas, que nadie sepa lo que me pasa...aunque, si estás leyendo esta carta, al menos te hicieron llegar mis últimas palabras de amor, pero también que te cogieron, te encarcelaron, o tal vez estés libre, aunque eso signifique que fui la siguiente de esa interminable lista, en la que, de nada sirven los poetas, las cartas de amor, los “te quiero”, y que tampoco esta vez el 016 pudo llegar a tiempo.... Siempre tuya...

Don Fernando Izquiero Aguado Centro Penitenciario Cáceres II Ctra. Trujillo s/n 10005, Cáceres Badajoz, 14 de febrero de 2008 Sr. Izquierdo: Una vez resueltos los trámites administrativos de su esposa, se le hace llegar documento depositado en esta notaría a su nombre. Sin otro particular, reciba un cordial saludo.

Fdo: Ignacio Haro Notario

Eva Mª Romero Rivero. San Vicente de Alcántara (Badajoz)