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EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO El matrimonio de loe bautizados se convierte en el símbolo real de la nueva y eterna Alianza, sancionada con la sangre de Cristo. El espíritu que infunde el Señor renueva el corazón y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos amó. El amor conyugal alcanza de este modo la plenitud a la que está ordenado interiormente, la caridad conyugal, que es el modo propio y específico con que los esposos participan y están llamados a vivir la misma caridad de Cri sto que se dona sobre la cruz. Tertuliano ha expresado acertadamente la grandeza y belleza de esta vida conyugal en Cristo: "¿Cómo lograré exponer la belleza de ese matrimonio que la Iglesia favorece, que la ofrenda eucarística refuerza, que la bendición sella, que los ángeles anuncian y que el Padre ratifica? ...¡Qué yugo el de los dos fieles unidos en un sola esperanza, en un solo propósito, en una sola observancia, en una sola servidumbre! Ambos son hermanos y los dos sirven juntos; no hay división ni en la carne ni en el espíritu. Al contrario, son verdaderamente dos en una sola carne y donde la carne es única, único es el espíritu". Mediante el bautismo, el hombre y la mujer son insertados definitivamente en la Nueva y Eterna Alianza, en la Alianza esponsal de Cristo con la Iglesia. Y debido a esta inserción indestructible, la comunidad íntima de vida y de amor conyugal, fundada por el Creador, es elevada y asumida en la caridad esponsal de Cristo, sostenida y enriquecida por su fuerza redentora. En virtud de la sacramentalidad de su matrimonio, los esposos quedan vinculados uno a otro de la manera más profundamente indisoluble. Su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia. Los esposos son por tanto el recuerdo permanente, para la Iglesia, de lo que acaeció en la cruz; son el uno para el otro y para los hijos, testigos de la salvación, de la que el sacramento les hace partícipes. El sacramento les da la gracia y el deber de poner por obra en el presente, el uno hacia el otro y hacia los hijos, las exigencias de un amor que perdona y redime; les da la gracia y el deber de vivir y de testimoniar la esperanza del futuro encuentro con Cristo. Al igual que cada uno de los siete sacramentos, el matrimonio es también un símbolo real del acontecimiento de la salvación, pero de modo propio. "Los esposos participan en cuanto esposos, los dos, como pareja, hasta tal punto que el efecto primario e inmediato del matrimonio (res et sacramentum) no es la gracia sobrenatural misma, sino el vínculo conyugal cristiano, una comunión en dos típicamente cristiana, porque representa el misterio de la Encarnación y su misterio de Alianza. El contenido de la participación en la vida de Cristo es también específico: el amor conyugal comporta una totalidad en la que entran todos loe elementos de la persona -reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad-; mira a una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola carne, conduce a no hacer más que un solo corazón y una sola alma; exige la indisolubilidad y fidelidad de la donación recíproca definitiva y se abre a la fecundidad. Los cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de sí mismos la realidad del hijo, reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre. Sin embargo, no se debe olvidar que incluso cuando la procreación no es posible, no por esto pierde su valor la vida conyugal. La esterilidad física, en efecto, puede dar ocasión a los esposos para otros servicios importantes a la vida de la persona humana, como por ejemplo la adopción, las diversas formas de obras educativas, la ayuda a otras familias, a los niños pobres o minusválidos. Exhortación Apostólica de S.S. Juan Pablo II "familiaris Consortio n. 13-14"

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EL MATRIMONIO: PACTO INCONDICIONAL En el matrimonio, un hombre y una mujer se comprometen recíprocamente en un pa cto inquebrantable de total, y mutua donación del uno al otro, y prometen permanecer fieles uno al otro hasta el fin, a pesar de las dificultades que puedan sufrir. En este vínculo sacramental, el matrimonio forma una unión de amor; amor que no es una emoción pasajera, sino una decisión responsable y libre de unirse completamente "en la fortuna y en la adversidad. El contrato matrimonial es un pacto incondicional y duradero, tiene una estabilidad que no puede sufrir cambios. El matrimonio cristiano es un sacramento establecido como tal por Cristo. Este encierra los elementos del misterio del amor de Cristo por su Iglesia. La palabra "amor" tiene un significado sagrado y en el contexto del matrimonio cristiano debería ser usada con especial reverencia y respeto. Un amor de este tipo y el compromiso de fidelidad durante toda la vida exigen una preparación cuidadosa desde la niñez hasta el día del matrimonio. Y desde ese día, tras el intercambio de las promesas, el amor sigue creciendo y profundizándose, no disminuye con el paso de los años, sino que al contrario, va nutriéndose y robusteciéndose en el caminar del día al día con sus penas y alegrías, sus temores y sus esperanzas. El verdadero amor perdura y no es perturbado por las borrascas de los cambios. La gracia de Dios ayuda a sostener los lazos sacramentales y fortalece a la pareja para afrontar los retos de la vida. EL amor del esposo y de la esposa apunta más allá de sí mismos; surge una nueva vida, ha nacido una familia. Una familia es una comunidad de amor y de vida. La familia tiene la misión de ser cada vez más lo que es, es decir, comunidad de vida y amor, en una tensión que, al igual que para toda realidad creada y redimida, hallará su cumplimiento en el Reino de Dios. Por esto la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa. Ser padres conlleva preocupaciones y dificultades, así como alegrías y realizaciones: vuestros hijos son vuestro mayor tesoro. Es una triste realidad el hecho de que a causa de las presiones del trabaje y del ritmo veloz de la vida, para muchos padres se hace cada vez más difícil dedicar tiempo a sus hijos. No dejéis que vuestros hijos se conviertan en extraños que viven bajo el mismo techo. Los años transcurridos en casa pasan muy rápidamente y son años muy preciosos. Los ejemplos y las virtudes sociales indispensables para toda sociedad se aprenden en primer lugar en la familia. En ningún otro contexto se experimentan de una manera tan universal el poder y la intimidad del amor. Sobre todo en el hogar, se asimilan las verdades religiosas y se desarrolla una relación personal con Dios. La transmisión de la vida y la educación de los hijos no se inscribe en la cuenta del haber sino en la cuenta del ser de los esposos. El amor de los padres se transforma de fuente en alma, y por consiguiente, en norma, que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores ce dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto más sabroso del amor.

Juan Pablo II año 1989

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INDISOLUBILIDAD DEL MATRIMONIO La Iglesia sabe que va contra corriente cuando enuncia el principio de la indisolubilidad del vínculo matrimonial. Todo el servicio que debe a la humanidad le exige reafirmar constantemente esa verdad, apelando a la voz de la conciencia que, a pesar de los condicionamientos más serios, no se apaga completamente en el corazón del hombre. Sé bien que este aspecto de la ética del matrimonio es uno de los más exigentes y que, a veces, se dan situaciones matrimoniales verdaderamente difíciles e, incluso, dramáticas. La Iglesia procura tener conciencia de esas situaciones, con la misma actitud de Cristo misericordioso. Dichas situaciones explican cómo incluso en el Antiguo Testamento el valor de la indisolubilidad se había ofuscado tanto, que se toleraba el divorcio. Jesús explico la concesión de la ley mosaica con la dureza del corazón humano, y no dudó en proponer nuevamente con toda su fuerza el designio originario de Dios, indicando en el libro del Génesis: "Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne"(Gn 2,24) agregando: "De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios ha unido no lo separe el hombre" (Mt 19,6). Alguien podría objetar que eso sólo es comprensible y válido en un horizonte de fe. ¡Pero no es así! Es verdad que, para los discípulos de Cristo, la indisolubilidad se refuerza aún más gracias al carácter sacramental del matrimonio, signo de la alianza nupcial entre Cristo y su iglesia. Sin embargo, este "gran misterios" (cf.Ef 5,32) no excluye, es más, supone la exigencia ética de la indisolubilidad también en el plano de la ley natural. Desgraciadamente, la dureza del corazón, que Jesús denunció, sigue haciendo difícil la percepción universal de esta verdad, o determinando ciertos casos en que parece imposible vivirla. Pero cuando se razona con serenidad y mirando al ideal, no es difícil estar de acuerdo en que la perennidad del vínculo matrimonial brota de la esencia misma del amor y de la familia. Sólo se ama de verdad y a fondo cuando se ama para siempre, en la alegría y en el dolor, en la adversidad y en la prosperidad. ¿No tienen los hijos gran necesidad de la unión indisoluble de sus padres? y ¿no son ellos mismos, muchas veces, las primeras víctimas del drama del divorcio? ¿No forma parte de la lógica del auténtico amor conyugal la promesa de ser, el uno para el otro, el único hombre y la única mujer? Precisamente por esto una persona sufre tanto cuando se siente abandonada o traicionada por el hombre o la mujer amada, de quien tiene derecho a esperar plena correspondencia en el amor. Este testimonio de unidad y de fidelidad es también la espera más natural de los hijos, que constituyen el fruto del amor de un sólo hombre y de una sola mujer, y que exigen dicho amor con todas las fibras de su ser. Precisamente a la luz de esa característica de totalidad, típica de la alianza matrimonial, se comprende por qué la unión sexual tiene que realizarse exclusivamente en el matrimonio, que sella la elección de una plena comunión de vida, en el plano personal y social. Sólo en este ámbito el esposo y la esposa pueden revivir plenamente "aquel asombro originario que, en la mañana de la creación, movió a Adán a exclamar ante Eva: "Es hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Gn 2,23).

Juan Pablo II julio del año 1994

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MISIÓN PRIMORDIAL DEL MATRIMONIO CRISTIANO La misión primordial del matrimonio cristiano consiste en vivir plenamente las exigencias de la unión: "La indisolubilidad y la fidelidad de la donación recíproca definitiva" (Catecismo de la iglesia Católica, n.1643) y la apertura a la fecundidad, para ser "testigos de aquel misterio de amor que el Señor reveló al mundo con su muerte y resurrección (cf. Ef 5,25-27"(Gaudium et spes, 52). Los matrimonios cristianos tienen también un deber misionero y un deber de ayuda pera con los otros matrimonios, a los que desean justamente comunicar su experiencia y manifestarles que Cristo es la fuente de toda vida conyugal. "Una nueva e importantísima forma de apostolado entre semejantes se inserta de este modo en el amplio cuadro de la vocación de los laicos: los mismos esposos se convierten en apóstoles y gulas de otros esposos" (Pablo VI, Humanae vitae, 26). Favoreciendo el sentido de la escucha y de la acogida, a fin de conservar y hacer crecer el amor en el seno del matrimonio los esposos tienen el "deber de sentarse a hablar". En su diálogo confiado, los esposos pueden dar razón de su amor, sin pretender juzgar al otro y sin temor de ser juzgados a su vez, en una preocupación legítima de transparencia interior y con un espíritu de ternura y per dón, propicios para el intercambio y el desarrollo de las personas, y fuente de felicidad, Así se manifiesta concretamente la responsabilidad conyugal, que cada uno recibe en el sacramento: preocuparse por el otro y "ser testigos, el uno para el otro y ambos para sus hijos, de la fe y del amor de Cristo" (Lumen gentium, 35). La comunicación que abre a la comunión profunda favorece la promoción de las personas. Este constituye un testimonio elocuente, ante todo para los hijos. La educación de los jóvenes pasa por el ejemplo que se da de un amor sereno y capaz de vencer las dificultades, y por las numerosas enseñanzas que pueden brindarse diariamente. En un mundo que tiende a olvidar el papel de la familia, es necesario recordar incesantemente la importancia del hogar para los hijos. A través de una vida familiar entrañable y abierta a todos, los jóvenes pueden superar las diferentes etapas de su maduración humana y espiritual. En la Iglesia, la comunidad familiar percibe que es una pequeña Iglesia, compuesta por pecadores perdonados, que avanzan por el camino de la santidad, gracias al apoya de aquellos a quienes el Señor ha reunido en un mismo hogar. El sacramento del matrimonio, signo de la alianza entre Dios y su pueblo, entre Cristo y su Iglesia, es a la vez un camino de santidad (cf. Lumen gentium, 11 y 41),un servicio a la vida (cf. Evangelium vitae, 93) y el lugar del testimonio fundamental de los esposos. Los matrimonios se esfuerzan por hacer todo lo posible para afianzar el "sí" de su compromiso y vivir su amor, con la ayuda de otros matrimonios. Durante sus encuentros tienen la posibilidad. de completar su formación humana y cristiana, y compartir lo que constituye su vida conyugal y familiar,_respetando la intimidad de cada hogar. Dan gracias por el camino recorrido e imploran la asistencia del Señor. Reciben un nuevo impulso para el futuro y se les ayuda a superar las dificultades y las inevitables tensiones de la vida diaria. Renovados incesantemente por el diálogo del amor, que permite relaciones cordiales, los esposos se sienten impulsados a vivir con paz y alegría, y a ejercer plenamente sus responsabilidades de esposos y padres.

Juan Pablo II L Osservatore Romano 2 de enero de 1998

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TAREA DEL MATRIMONIO CRISTIANO "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla" (Ef 5). Los esposos cristianos están indisolublemente unidos el uno con el otro en una unión que tiene como finalidad hacer surgir y nutrir nueva vida. Al entregarse el hombre y la mujer uno a otro, consagran a Dios sus almas y sus cuerpos para que de esta unión pueda desarrollarse una comunidad familiar completa, una comunión de amor y vida. Mahatma Gandhi afirma: "el acto generativo debe ser controlado para el crecimiento ordenado de la humanidad. ¿Como se ha de conseguir la suspensión de la procreación? No por medios inmorales o artificiales, sino por medio de una vida de disciplina y de autocontrol. Los re sultados morales sólo pueden conseguirse con medios morales". La calidad de vida de una familia, depende de la presencie o ausencia de paz y fraternidad. Donde hay una atmósfera de paz, surgen grandes posibilidades de bien, que dan a las personas alegría y creatividad, les ayuden a crecer en su madurez y a trabajar Juntos como hijos e hijas de un Dios amoroso. Sólo podrá haber paz cuando haya justicia, libertad y respeto al prójimo. La violencia, la tensión y el egoísmo son la causa de la rotura de los matrimonios. Se dijo de santa Mónica que había sido "dos veces madre de Agustín", porque no sólo lo dio a luz, sino que lo rescató del mal para la fe católica y la vida cristiana. Así deben ser los padres cristianos: dos veces progenitores de sus hijos, en su vida natural y en su vida en Cristo y espiritual. Los padres han de preocuparse por su propia instrucción religiosa, para así llevar prontamente a sus hijos a la fuente bautismal, preocuparse de que reciban oportunamente la debida preparación para la primera comunión y la confirmación y para que se acerquen a estos sacramentos sin excesiva demora. Comunicad a vuestros hijos, un amor entusiasta y ardiente a Cristo, instruidlos en los contenidos esenciales ce la fe, que aprendan a Mirar todas las cosas desde la perspectiva del Evangelio. Que se formen en las virtudes humanas de la reciedumbre, la responsabilidad, la laboriosidad. Que aprendan a amar la virtud de la pureza y a luchar con denuedo contra la influencia de los medios que comercializan el sexo y exaltan el erotismo con el falso espejismo de ser más libres. Dice la Escritura: "¿Cómo mantendrá el joven la limpieza de su camino? Guardando, Señor, tu palabra"(Sal 119,9). Es una forma magnífica de amor paterno y materno la de trasmitir a vuestros hijos d esde los primeros años de vida un amor profundo a nuestro Señor Jesucristo, enseñarles cómo se reza, enseñarles las verdades del catecismo e introducirles en la vida de la Iglesia. ¡Padres!, tened una fe inconmovible en la eficacia del Espíritu Santo, trab ajad sin descanso con una entrega generosa y abnegada a la misión que la iglesia os ha confiado. Es verdad que os es difícil hacer frente a vuestras sagradas obligaciones y asegurar, entre otras cosas, la educación de vuestros hijos según vuestras propias convicciones, como es vuestro deber y derecho.

Juan Pablo II marzo del año 1989

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EL MATRIMONIO NATURAL Y EL DIVORCIO Los defensores del divorcio hacen hincapié en "que siendo el matrimonio un contrato no puede obligar contra la voluntad de las partes". Hay que responder a esto que no es un contrato cualquiera, sino un contrato cuya estructura está preordenada por la misma naturaleza. El hombre es libre para realizar o no el matrimonio, pero una vez llevado a cabo habrá de respetar las condiciones que constituyen la esencia misma de ese contrato, que son la unidad y la indisolubilidad. "La naturaleza del matrimonio está totalmente fuera de los límites de la libertad del hombre, de tal suerte que si alguien ha contraído matrimonio se halla sujeto a sus leyes y propiedades esenciales" (Casti Cómnubi) Dos argumentos incontrovertibles en favor de la indisolubilidad: Uno se apoya en loe derechos de los hijos y otro en la estabilidad de la familia. Los hijos tienen derecho a un hogar normalmente constituido. Si el divorcio destruye ese hogar, luego debe ser rechazado. Tienen derecho los hijos a que no sea destruido ese matrimonio que fue la razón de su ser. El divorcio viola derechos innatos, derechos sagrados que todo hijo posee por el simple hecho de haber venido al mundo. Los padres que van buscando una felicidad en el divorcio la quieren conseguir a costa de privar al hijo de algo que le es tan necesario; de su VERDADERO HOGAR. ¿Qué pasará por ese hijo al ver en lugar de su padre o madre otro extraño...? , "Es cosa clara, que el matrimonio, aún en estado de naturaleza pura y, sin ningún género de duda, ya mucho antes de ser elevado a la dignidad de Sacramento propiamente dicho, fue instituido por Dios, de tal manera que lleva consigo un lazo perpetuo e indisoluble, y es, por tanto imposible que lo desate ninguna ley civil"(Pio VI,1789) El hecho de que una norma moral natural esté confirmada por la Revelación cristiana no se sigue que deje de ser válida para quienes no son cristianos. Si así fuera lleg aríamos al absurdo de que las normas del Decálogo sólo obligan a los cristianos, y que el que no es cristiano puede ser homicida, ladrón... La indisolubilidad viene exigida por la Iglesia, pero antes que por la Iglesia viene exigida por el derecho natural. Son varias las razones que explican el aumento del divorcio: las doctrinas liberales que han ido impregnando la mentalidad del hombre moderno que considera bien supremo la libertad; la industrialización que por dificultades de desplazamiento o vivienda, los hombres se ven obligados a vivir separados de los suyos, con lo que se enfrían los lazos afectivos, se quebrantan las sanas costumbres y se crea un ambiente que favorece la disgregación de la familia; la introducción del divorcio en la legislación, al saber que hay esa salida no se ponen los medios para que el matrimonio marche bien con el mismo interés que cuando no hay posibilidad de divorcio; la relajación de loe vínculos religiosos; la defectuosa preparación con que se va al matrimonio. Las tres propiedades esenciales del matrimonio son: unidad, fidelidad e indisolubilidad. El divorcio engendra divorcio. ¿No seria mejor que todos pusiéramos de nuestra parte para que los jóvenes fueran al matrimonio mejor preparados en vez de gastar ríos de tinta en ca mpañas divorcistas?. En todos los hogares surgen dificultades cuando se quiere corresponder plenamente a la vocación de esposos y padres; seria ilusorio ignorarlas, o pretender resolverlas negando las exigencias morales que la conciencia cristiana impone. Hay que descubrir el designio maravilloso de Dios sobre sus vidas como un camino sembrado de pruebas y dificultades, pero nunca privado de la gracia y de la esperanza. Dedicar en medio de las ocupaciones y del trabajo unos minutos para volver a Dios el pensamiento será-un medio que ayudará a alcanzar le paz y la serenidad interior. entresacado del libro "La Familia ahora"

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LOS PADRES COLABORADORES DEL AMOR DE DIOS CRIADOR Dios, con la creación del hombre y de la mujer a su imagen y semejanza, corona y lleva a perfección la obra de sus manos; los llama a una especial participación en su amor y al mismo tiempo en su poder de Creador y Padre, mediante su cooperación libre y responsable en la transmisión del don de la vida humana. La doctrina de la Iglesia se encuentra hoy en una situación social y cultural que la hace a la vez más difícil de comprender y más urgente e insustituible para promover el verdadero bien del hombre y de la mujer. En efecto, el progreso científico-técnico, que el hombre contemporáneo acrecienta continuamente en su dominio sobre la naturaleza, no desarrolla solamente la esperanza de crear una humanidad nueva mejor, sino también una angustia cada vez más profunda ante el futuro. Algunos se preguntan si es un bien vivir o si seria mejor no haber nacido; dudan de si es lícito llamar a otros a la vida, los cuales maldecirán quizá su existencia en un mundo cruel, cuyos terrores no son ni siquiera previsibles. Otros piensan que son los únicos destinatarios de las ventajas de la técnica y excluyen a los demás, a los cuales imponen medios anticonceptivos o métodos aún peores. Otros todavía, cautivos como son de la mentalidad consumista y con la única preocupación de un continuo aumento de bienes materiales, acaban por no comprender, y por consiguiente rechazar la riqueza espiritual de una nueva vida humana. La razón última de estas mentalidades es la ausencia, en el corazón de los hombres, de Dios cuyo amor sólo es más fuerte que todos los posibles miedos del mundo y los puede vencer. Ha nacido así una mentalidad contra la vida (anti-life mentality), como se ve en muchas cuestiones actuales: piénsese, por ejemplo, en un cierto pánico derivado de los estudios de los ecólogos y futurólogos sobre la demografía, que a veces exageran el peligro que representa el incremento demográfico para la calidad de la vida. Pero la Iglesia cree firmemente que la vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad. Contra el pesimismo y el egoísmo, que ofuscan el mundo, la Iglesia está en favor de la vida: y en cada vida humana sabe descubrir el esplendor de aquel "Sí",de aquel "Amén" que es Cristo mismo. Al "no" que invade y aflige al mundo, contrapone este "Sí" viviente, defendiendo de este modo al hombre y al mundo de cuantos acechan y rebajan la vida. La Iglesia está llamada a manifestar nuevamente a todos, con un convencimiento más claro y firme, su voluntad de promover con todo medio y defender contra toda insidia la vida humana,en cualquier condición o fase de desarrollo en que se encuentre. Por esto la Iglesia condena, como ofensa grave a la dignidad humana y a la justicia, todas aquellas actividades de los gobiernos o de otras autoridades públicas, que tratan de limitar de cualquier modo la libertad de los esposos en la decisión sobre los hijos. Por consiguiente, hay que condenar totalmente y rechazar con energía cualquier violencia ejercida por tales autoridades en favor del anticoncepcionismo e incluso de la esterilización y del aborto procurado. Al mismo tiempo hay que rechazar como gravemente injusto el hecho de que, en las relaciones internacionales, la ayuda económica concedida para la promoción de los pueblos esté condicionada a programas de anticoncepcionismo, esterilización y aborto procurado. Por esto, junto con los Padres del Sínodo, siento el deber de dirigir una acuciante invitación a los teólogos a fin de que, uniendo sus fuerzas para colaborar con el magisterio jerárquico, se comprometan a iluminar cada vez mejor los fundamentos bíblicos, las motivaciones éti cas y las razones personalistas de esta doctrina. La aportación de iluminación y profundización, que los teólogos están llamados a ofrecer en el cumplimiento de su cometido específico, tiene un valor incomparable y representa un servicio singular, altamente meritorio,a la familia y a la humanidad. Exhortación Apostólica de S.S. Juan Pablo II "Familiaris Consortio" n.2B-30 y 31

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EL AMOR HUMANO COMO DON DE SI El hombre, en cuanto imagen de Dios, ha sido creado para amar. El amor es por tanto la vocac ión fundamental e innata de todo ser humano. Todo el sentido de la propia libertad y del autodominio consiguiente, está orientado al don de sí en la comunión y en la amistad con Dios y con los demás. La persona es, sin duda, capaz de un tipo de amor superior; no el de concupiscencia, que sólo ve objetos con los cuales satisfacer sus propios apetitos, sino el de amistad y entrega, capaz de conocer y amar a las personas por sí mismas. Un amor capaz de generosidad, a semejanza del amor de Dios. Todo hombre está llamado al amor de amistad y de oblatividad; y es liberado de la tendencia al egoísmo por el amor de otros: en primer lugar, de los padres o de quienes hacen sus veces y, en definitiva, de Dios, de quien procede todo amor verdadero y en cuyo amor sólo el hombre descubre hasta qué punto es amado. Aquí se encuentra la raíz de la fuerza educativa del cristianismo. "¡El hombre es amado por Dios!". El amor revelado por Cristo, es ciertamente exigente. Su belleza está precisamente en el hecho de ser exigente, porque de este modo constituye el verdadero bien de la persona y la edifica, porque "el amor es verdadero cuando crea el bien de las personas y de las comunidades" lo crea y lo da a los demás. Es obvio que el crecimiento en el amor, en cuanto implica el don sincero de sí, es ayudado por la disciplina de los sentimientos, de las pasiones y de los afectos, que nos lleva a conseguir el autodominio. Ninguno puede dar acuello que no posee: si la persona no es dueña de sí por obra de las virtudes y, concretamente, de la castidad carece de aquel dominio que la hace capaz de darse. La castidad es la energía espiritual que libera del egoísmo y de la agresividad. En la misma medida en que el hombre se debilita en la castidad, su amor se hace progresivamente egoísta, es decir, deseo de placer y no ya don de sí. El amor, que se alimenta y se expresa en el encuentro del hombre y de la mujer, es don de Dios. El amor humano abraza también el cuerpo y el cuerpo expresa igualmente el amor espiritual. La sexualidad como donación física tiene su verdad y alcanza su pleno significado cuando es expresión de la donación personal del hombre y de la mujer hasta la muerte. Este amor está expuesto sin embargo, como toda la vida de la persona, a la fragilidad debida al pecado original y sufre, en muchos contextos socioculturales, condicionamientos negativos y a veces desviados y traumáticos. Sin embargo, la redención del Señor ha hecho de la práctica positiva de la castidad una realidad posible y un motivo de alegría, tanto para quienes tienen la vocación al matrimonio antes y durante la preparación, al igual que después, a lo largo de toda la vida conyugal, como para aquellos que reciben el don de una llamada especial a la vida consagrada.

Orientaciones educativas publicadas por el Consejo Pontificio para la Familia L Osservatore Romano 1 de noviembre 1996

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LA VIDA, DON MARAVILLOSO DEL CREADOR La vida es , en cierto sentido, mía. Yo soy responsable de lo que hago de ella. Pero si ninguna propiedad (de bienes o cosas) deja de tener una referencia social y transpersonal, menos aún la vida, que no es una propiedad cualquiera. Los cristianos tenemos un nombre para la dignidad y para el misterio de la vida: la vida humana es la gloria de Dios. Su dignidad le viene de su origen y dest ino divinos. El ser humano, creado a imagen de Dios, es la criatura capaz de repetir, a su modo, la relación de intimidad en la que el Hijo de Dios está desde siempre con el Padre en el Espíritu. Todo ser humano tiene, por eso, una sublime y misteriosa dignidad divina. Su vida es mucho más de lo que puede hacer o poseer: es una vida querida por Dios mismo. La aceptación social y legal de la eutanasia generaría, de hecho, una situación intolerable de presión moral institucionalizada sobre los ancianos, los discapacitados y sobre todos aquellos que, por un motivo u otro, pudieran sentirse como una carga para sus fa miliares o para la sociedad. Ante el "ejemplo" de otros a quienes se le hubiera aplicado la eutanasia de modo voluntario y reconocido ¿cómo no iban a pensar estas personas si no tendrían también ellas la "obligación" moral de pedir ser eliminadas para dejar de ser gravosas? Nadie debe ser inducido a pensar, bajo ningún pretexto, que es menos digno y valioso que les demás. La atención esmerada y cuidadosa de los más débiles es precisamente lo que dignifica a los más fuertes y timbre de verdadero progreso moral y social. Los hechos muestran que la aceptación social y legal de la eutanasia volunta ria arrastra consigo la eutanasia no voluntaria e incluso impuesta, es decir, el homicidio. Así nos lo dice no sólo la previsión, sino la experiencia de lo acontecido en los últimos años en los lugares donde la eutanasia ha sido despenalizada. En 1995 murieron en Holanda 19.600 personas de muerte causada ("sanitariamente") por acción u omisión. De estas personas sólo 5.700 sabían lo que estaba sucediendo. En el resto de los casos, los interesados no sabían que otros tomaban por ellos la decisión de que ya no tenían que seguir viviendo. En una sociedad que se consintiera esto, la desconfianza y el temor se apoderarían de muchos enfermos, de los ancianos, de los discapacitados. Sufrirían especialmente las relaciones entre los mayores y los más jóvenes, en el seno de las familias, y entre los pacientes y les facultativos, en las instituciones sanitarias. La eutanasia traería consigo, en definitiva, la depreciación de la vida humana, valorada más por su capacidad de hacer y producir, que por su mismo ser. El Credo que profesa la Iglesia nos lleva a esperar la vida eterna. "Tu gracia oh Dios, vale más que la vida, te alabarán mis labios"(Sal 62). Llegar a compartir en plenitud la vida de Dios, "junto con toda la creación, libre ya del pecado y de la muerte",es el horizonte último de nuestra vida. Este es el gran don de Dios que vale más que la vida temporal. Es la esperanza de la gloria que relativiza todas las dificultades y dolores de este mundo y nos da la fuerza necesaria para hacer de nuestra vida una ofrenda constante a Dios y a los hermanos. La fe en la v ida eterna nos permite vivir con serenidad y dignidad, incluso cuando nos vemos confrontados con el sufrimiento o con la injusticia. El sufrimiento de por sí es un mal; no lo adoramos a él, sino al Dios que puede sacar bien incluso del mal. El dolor, cuando es asumido con fe y esperanza, no destruye al ser humano, sino que contribuye también a engrandecerlo. La fe en Jesucristo resucitado nos lo dice bien cla ra a los cristianos. El sufrimiento puede sumir en la desesperación, pero puede también desarrollar en quienes lo encaran por amor y con esperanza capacidades físicas y morales insospechadas. Ninguna persona es jamás inútil. Pero quien sostiene su vida en medio del sufrimiento es, si cabe, útil en grado sumo. Su actitud íntegra y valerosa es el mejor muro de v contención contra la marea de la "cultura de la muerte". Declaración de la comisión permanente de la Conferencia Episcopal Española 1 de febrero de 1998

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EL HOMBRE ESPOSO Y PADRE Donde las condiciones sociales y culturales inducen fácilmente al padre a un cierto desinterés respecto de la familia o bien a una presencia menor en la acción educativa, es necesario esforzarse para que se recupere socialmente la convicción de que el puesto y la función del padre en y por la familia son de una importancia única e insustituible. Cono la experiencia enseña, la ausencia del padre provoca desequilibrios psicológicos y morales, además de dificultades notables en las relaciones familiares, como también, en circunstancias opuestas, la presencia opresi va del padre, especialmente donde todavía rige el fenómeno del "machismo", o sea, la superioridad abusiva de las prerrogativas masculinas que humillan a la mujer e inhiben el desarrollo de sanas relaciones familiares. Revelando y reviviendo en la tierra la misma paternidad de Dios, el hombre está llamado a garantizar el desarrollo unitario de todos los miembros de la familia. Realizará esta tarea mediante una generosa responsabilidad por la vida concebida junto al corazón de la madre, un compromiso educativo más solícito y compartido con la propia esposa, un trabajo que no disgregue nunca la familia, sino que la promueva en su cohesión y estabilidad, un testimonio de vida cristiana adulta, que introduzca más eficazmente a los hijos en la experiencia viva de Cristo y de la Iglesia. En la familia, comunidad de personas, debe reservarse una atención especialísima al niño, desarrollando una profunda estima por su dignidad personal, así como un gran respeto y un generoso servicio a sus derechos. Esto vale respecto a todo niño, pero advierte una urgencia singular cuando el niño es pequeño y necesita de todo, está enfermo, delicado o es minusválido. La solicitud por el niño, incluso antes de su nacimiento, desde el primer momento de su concepción y, a continuación, en los años de la infancia y de la juventud es la verificación primaria y fundamental de la relación del hombre con el hombre. Y por eso,¿qué más se podría desear a cada nación y a toda la humanidad, a todos los niños del mundo, sino un futuro mejor en el q ue el respeto de los DERECHOS DEL HOMBRE llegue a ser una realidad plena en las dimensiones del dos mil que se acerca? La acogida, el amor, la estima, el servicio múltiple y unitario material, afectivo, educativo, espiritual a cada niño que viene a este mundo, deberá constituir siempre una nota distintiva e irrenunciable de los cristianos, especialmente de las familias cristianas; así los niños, a la vez que crecen "en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres", serán una preciosa ayud a para la edificación de la comunidad familiar y para la misma santificación de los padres. Dios, con la creación del hombre y de la mujer a su imagen y semejanza, corona y lleva a perfección la obra de sus manos; los llama a una especial participación en su amor y al mismo tiempo en su poder de Creador y Padre, mediante su cooperación libre y responsable en la transmisión del don de la vida humana: "Y bendíjolos Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla". Así el cometido fundamental de la familia es el servicio a la vida, el realizar a lo largo de la historia la bendición original del Creador, transmitiendo en la generación la imagen divina de hombre a hombre. La fecundidad es el fruto y el signo del amor conyugal, el testimonio vivo de la entrega plena y recíproca de los esposos. La fecundidad del amor conyugal no se reduce sin embargo a la sola procreación de los hijos, aunque sea entendida en su dimensión específicamente humana: se amplía y se enriquece con todos los frutos de vida moral, espiritual y sobrenatural que el padre y la madre están llamados a dar a los hijos y, por medio de ellos, a la iglesia y al mundo. Exhortación Apostólica de S.S. Juan Pablo II "Familiaris Consortio" n.26-26-2B

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MAGNÍFICA VOCACIÓN Y RESPONSABILIDAD LA DE LOS PADRES La magnífica vocación y responsabilidad de los padres y, en Primer lugar, de las madres, consiste no sólo en dar a luz a sus hijos, sino también en guiarlos hacia la madurez espiritual. La familia es el ambiente natural en el que se realiza esta misión. El papel educativo de la familia nunca es fácil, pero es siempre una actividad humana, sublime y noble Mucho antes que las parroquias y las escuelas, las madres y los padres son los maestros de las bienaventuranzas que constituyen el programa completo de la vida cristiana. Nos enseñan a mostrar misericordia, a conservar la pureza de corazón, a amarnos unos a otros y a construir la paz. Esta es la ley de quienes caminan ha cia la plenitud del reino de los cielos, donde Dios enjugará todas las lágrimas de nuestros ojos (Ap 21,4). Por esta razón, Jesús dice: "Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos"(Mt 5,12). En la transmisión del espíritu evangélico, las familias cristianas tienen un mo delo perfecto en la Sagrada familia de Nazaret. No podemos creer que la Sagrada Familia estuviera exenta de problemas, pruebas y sufrimientos. La Sagrada Familia conoció la pobreza, el peligro, la persecución y la fuga. El trabajo duro era constante en su vida diaria. Una vida familiar feliz no brota de la ausencia de dificultades, sino de la valentía, la fidelidad y el amor -de unos a otros y a Dios- con los cuales los miembros de la familia afrontan las pruebas, superándolas o aceptándolas como expresión de la voluntad de Dios y como oportunidades de participar en el sacrificio redentor de Jesucristo. En nuestra fe y devoción, la Sagrada Familia destaca como evangelio vivo de la vida, del trabajo y del amor. Quiera Dios que las familias encuentren en la Sagrada Familia de Nazaret el camino para su viaje seguro a través de los trastornos, de los cambios sociales, oue amenazan con arrancarla, material y espiritualmente, de sus raíces sanas. Quiera Dios que las familias cristianas experimenten la efusión de la fuerza y la alegría del Espíritu Santo, para la gran tarea de ser evangelizadas a fin de convertirse en evangelizadoras. ¡Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor! Aleluya, aleluya..

Juan Pablo II 19 de septiembre del año 1995

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LOS CELOS El sentimiento de los celos puede presentarse antes de los dos años y después de los cuatro, y puede tener su auge en cualquier momento de la vida. En el sentimiento de los celos existen dos elementos: uno innato y otro introducido per el error del ambiente. Diferencias de trato ofensivas, comparaciones enojosas, conversaciones estúpidas ante el mismo niño hablando de celos. El elemento innato nace del sentimiento verdadero o falso de haber sido desposeído de un bien y es, de otra parte, una manifestación más del deseo de permanencia y de las ansias de dominio. Les celos no son una prueba de amor vigoroso, antes bien son una demostración de desconfianza, de prudencia. Y el amor es confiado y hasta imprudente. Los celos nacen de la duda del amor. Y la duda del amor es su misma negación. Les celos, con el miedo, nacen de un hecho imaginario. El temor injustificado a perder el cariño del ser querido hace nacer los celos; el temor a que el amor provocado sea disminuido por el afecto hacia otra persona, hace aparecer el sentimiento celoso. El niño no está celoso de su hermanita, sino de la madre que le presta cuidados y cariños que él, en su profunda egocentricidad, quisiera para sí. No es que crea que el n uevo ser no merece atención, cariño. Es que creía -y sigue creyendo- que él era el centro de todas las posibles atenciones, de todos los posibles cariños. Algunas veces los celos pueden ser provocados por un hermano mayor, cuando éste, por una circunstancia de su desarrollo o de su vida, hace como un reingreso en la familia. Los celos pueden manifestarse de maneras muy distintas. El niño, desde el primer momento, intentará compensar la pérdida de un bien con la adquisición de un nuevo dominio, abandonará la partida, pero Impondrá la superioridad en otro terreno. Reforzará la posesión de determinados objetos que no prestará a su hermana, no con el deseo de molestarla, sino con la intención de demostrar su poder y que sigue estando en el centro del mundo. Otras veces, impotente para realizar su afán de dominio, intentará superar a la hermana despertando un nuevo interés frente a la madre; simulará molestias, se quejara de dolores, no querrá comer (entre otras razones porque le habrán dicho que comiendo se haría mayor y él quiere permanecer siendo pequeño) se , provocará vómitos, hasta que su madre se preocupe de él y le preste una atención exagerada. Otras veces busca un nuevo sistema de dominio, no superando al recién venido sino situándose por debajo de él. Vuelve a orinarse en la cama, vuelve a necesitar que le den la comida, que le vistan, que se lo hagan todo. Cuando fracasan todas estas actitudes, si el sentimiento celoso es realmente muy profundo, adopta la más rara de las actitudes: la eliminación inconsciente del rival. eliminación imaginaria, claro está, pero con la que se crea un mundo, imaginario también, en el que no existe el ser que viene a gozar del amor de sus padres. Y se cierra en este mundo sin querer participar en nada de lo que le rodea. Cuando el niño ha pasado ya este período, sobre todo si es niña, puede manifestar el sentimiento de los celos imponiendo su ley al adoptar un papel maternal ante el hermano más pequeño, a quien arregla y sobre quien manda. Jerónimo de Moragas Pedagogía Familiar

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LA SANTIDAD MATRIMONIAL En el camino hacia la santidad conyugal y familiar los sacramentos de la Eucaris tía y de la penitencia desempeñan un papel fundamental. El primero fortifica la unión con Cristo, fuente de gracia y de vida, y el segundo reconstruye, en caso de que haya sido destruida, o hace c recer y perfecciona la comunión conyugal, amenazada y desgarrada por el pecado. Todos los cristianos deben ser oportunamente instruidos en su vocación a la san tidad. La caridad es el alma de la santidad. Por su íntima naturaleza la caridad -don que el Espíritu Santo infunde en el corazón- asume y eleva el amor humano y lo hace capaz de la perfecta entrega de sí mismo. La caridad hace más aceptable la renuncia, más ágil el combate espiritual, más generosa la entrega personal. El hombre no puede sólo con sus fuerzas realizar la perfecta entrega de sí mismo. Pero se vuelve capaz de lograrlo en virtud ce la gracia del Espíritu Santo. En el camino hacia la santidad, el cristiano experimenta tanto la debilidad humana como la benevolencia y la misericordia del Señor. Por eso el punto de apoyo en el ejercicio de las virtudes cristianas -también de la castidad conyugalse encuentra en la fe, que nos hace conscientes de la misericordia de Dios, y en el arrepentimiento, que acoge humildemente el perdón divino. Los esposos cristianos son testigos del amor de Dios en el mundo. Deben por tan to, estar convencidos, con la ayuda de la fe e incluso contra la debilidad humana ya experimentada, de que es posible con la gracia divina cumplir la voluntad del Señor en la vida conyugal. Resulta indispensable el frecuente y perseverarte recurso a la oración, a la eucaristía y al sacramento de la reconciliación, para lograr el dominio de sí mismo. La observancia de la ley de Dios, en determinadas situaciones, puede ser difícil, muy difícil: sin embargo jamás es imposible. Sería un gravísimo error concluir que la norma enseñada por la Iglesia sea de suyo solamente un "ideal", que deba adaptarse, promocionarse, graduarse -como dicen- a las posibilidades del hombre, "contrapesando los distintos bienes en cuestión". Pero ¿cuales son las posibilidades concretas del hombre? Y ¿de qué hombre se está hablando? ¿Del hombre dominado por la concupiscencia o del hombre redimido por Cristo? Porque se trata de esto: de la realidad de la redención de Cristo. ¡Cristo nos ha redimido! Esto significa que nos ha dado la posibilidad de realizar la verdad entera de nuestro ser. Ha liberado nuestra libertad del dominio de la concupiscencia. Si el hombre redimido sigue pecando, no se debe a la imperfección del acto re dentor de Cristo sino a la voluntad del hombre de substraerse de la gracia que deriva de aquel acto. El mandamiento de Dios es, ciertamente, proporcionado a las capacidades del hambre: pero a las capacidades del hombre a quien se ha dado el Espíritu Santo: del hombre que, sí ha caído en el pecado, siempre puede obtener el perdón y gozar de la presencia del Espíritu Santo. Reconocer el propio pecado, es más –yendo aún más a fondo en la consideración de la propia personalidad-, reconocerse pecador, capaz de pecado e inclinado al pecado, es el Principio indispensable para volver a Dios. reconciliarse con Dios supone e incluye desasirse con lucidez y determinación del pecado en qu e se ha caído. Supone e incluye, por consiguiente, hacer penitencia en el Sentido Más completo del término: arrepentirse, mostrar arrepentimiento, hacer propia la actitud concreta de arrepentido, que es la de quien se pone en el camino del retorno al Padre. Cuando nos damos cuenta de que el amor que Dios tiene por nosotros no se detie ne ante nuestro pecado, no se echa atrás ante nuestras ofensas, sino que se hace más solícito y generoso; cuando somos conscientes ce que este amor ha llegado incluso a causar la pasión y la muerte del Verbo hecho carne, que ha aceptado redimirnos pagando con su sangre, entonces prorrumpimos en un acto ce reconocimiento: Si, el Señor es rico en misericordia, y decimos a sí mismo: —El es misericordia. Juan Pablo 11

12 de febrero 1997

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LA SAGRADA FAMILIA MODELO DE FE Y DE FIDELIDAD Como en Belén, la mirada de fe nos permite abrazar al mismo tiempo al Niño di vino y a las personas que están con él: Su Madre santísima, y José, su padre putativo. ¡Cuán hermoso es para loa esposos reflejarse en la Virgen María y en su esposo José¡ ¡Cómo consuela e los padres, especialmente si tienen un niño pequeño! ¡Cómo ilumina a los novios, que piensan en sus proyectos de vida¡ El hecho de reunirnos ante la cueva de Belén, para contemplar en ella a la Sagrada Familia, nos permite gustar de modo especial el don de la intimidad familiar, y nos impulsa a brindar calor humano y solidaridad concreta en las situaciones, por desgracia numerosas, en las que, por varios motivos, falta la paz, la armonía, en una palabra, falta la "familia". El mensaje que viene de la Sagrada Familia es, ante todo, un mensaje de fe: la casa de Nazaret es una casa en la que Dios ocupa verdaderamente un lugar central. Para María y José esta opción de fe se concreta en el servicio al Hijo de Dios que se le confió, pero se expresa también en su amor recíproco, rico en ternura espiritual y fidelidad. María y José enseñan con su vida que el matrimonio es una alianza entre el hom bre y la mujer, alianza que los compromete a la fidelidad recíproca, y que se apoya en la confianza común en Dios. Se trata de una alianza tan noble, profunda y definitiva, que constituye para loa creyentes el sacramento del amor de Cristo y de la Iglesia. La fidelidad de los cónyuges es, a su ve z, como una roca sólida en la que se apoya la confianza de los hijos. Cuando padres e hijos respiran juntos esa atmósfera de fe, tienen una energía que lee permite afrontar incluso pruebas difíciles, como muestra la experiencia de la Sagrada Familia. ¡Dios nos ama! Nos ama con un amor ilimitado. Nos lo recuerda la solemnidad li túrgica de hoy, que nos invita a invocar a la Virgen santísima con el título de "Madre de Dios". ¿Qué significa proclamar a María "Madre de Dios"? Significa reconocer que Jesús el fruto de su vientre, es el Hijo de Dios, de la misma naturaleza del Padre, engendrado por él en la eternidad. ¡Gran misterio, misterio de amor! Jesús, el Hijo unigénito del Padre se hizo uno de nosotros (cf. Jn 1,14). Al venerar a la Virgen santísima como Madre de Dios, queremos subrayar también que Jesús, el Verbo hecho carne, es verdadero "hijo de María". Ella le transmitió una humanidad plena. Fue su madre y educadora, infundiéndole la dulzura, la delicada reciedumbre de su temperamento y las riquezas de su sensibilidad. Precisamente en virtud de este misterio de amor, no he dudado en centrar mi men saje para este primer día del año, en el que se celebra la Jornada Mundial de la paz, en un tema tan exigente como vital: "Ofrece el perdón, recibe la paz". Sé muy bien que es difícil perdonar y que, a veces, parece imposible, pero es el único camino, pues toda venganza y toda violencia engendran otras venganzas y otras violencias. Resulta, ciertamente, menos difícil perdonar cuando se tiene conciencia de que Dios no se canea de amarnos y perdonarnos. ¿Quién de nosotros no tiene necesidad del perdón de Dios? La Virgen santísima, la Madre de Dios, nos estimula a comenzar este año nuevo con un gesto de amor y, si es necesario, de reconciliación, con el propósito de contribuir a la construcción de un mundo mejor, donde reinen la justicia y la paz. No olvidemos nunca que todo pasa y que sólo lo eterno puede colmar el corazón. Viviendo bajo el signo de una verdadera fraternidad, seremos capaces de ofrecer siempre el perdón para recibir el don precioso de le paz. Juan Pablo II 29 de diciembre del año 1996

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LA FAMILIA "LA SAL Y LA LUZ DEL MUNDO" Queridos padres, os repito las palabras de Cristo:"Vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo". Ciertamente, la familia, atraviesa múltiples dificultades que a menudo la hacen frágil. Os preocupa el problema de la educación humana y moral de vuestros hijos, mientras a vuestro alrededor el sentido espiritual se debilita y se ponen en tela de juicio muchos val ores fundamentales, como la indisolubilidad del matrimonio o el respeto a la vida. "Vosotros sois la luz del mundo". La luz se ve desde lejos, disipa las tinieblas y permite ver el rostro de los demás. Con vuestro modo de vivir dais testimonio de la belleza de la vocación al matrimonio. El ejemplo diario de esposos unidos alimenta en los jóvenes el deseo de imitarlo. Los jóvenes que reciben en su familia el testimonio del amor de Dios serán impulsados a descubrir su profundidad. Vuestros hijos tienen en el corazón el deseo de hacer de su vida algo grande. !Ojalá que vuestra vida, que encuentra su sentido en Cristo, tenga sabor para los que os rodean!. Que sea radiante, porque en el fondo de vuestro corazón se halla presente el Señor. Es precisamente el hecho de saberse amado lo que permite avanzar por el camino con confianza. La relación de amor contribuye al crecimiento de los cónyuges. Es un servicio al otro. La vida conyugal nunca está libre de pruebas, que hacen atravesar momentos dolorosos en los que parecen vacilar el amor y la confianza en el otro y en sí mismo. Los esposos encontrarán su fuerza uniéndose a los sentimientos de Cristo durante la noche del Viernes Santo. Muchos han hecho ya esta experiencia: el haber pasado la prueba puede contribuir a purificar el amor. Pero hay también momentos intensos de alegría, que brotan de la comunión en el amor. Esos instantes nos recuerdan que, más allá de todo sufrimiento, están la luz resplandeciente y la victoria definitiva de la mañana de Pascua. En efecto, el sacramento del matrimonio tiene una estructura pascual. En el matrimonio y en la familia, cualquier encuentro exige acoger al otro con delicadeza. En nuestro mundo, en el que la preocupación del lucro en todas las actividades deja poco espacio a los encuentros gratuitos, es importante que los matrimonios y las familias puedan gozar de momentos de diálogo, que les permitan afianzar su amor. La vida conyugal pasa también por la experiencia del perdón, pues, ¿qué sería un amor que no llegara hasta el perdón?. Esta forma de unión, la más elevada, compromete todo el ser que, por voluntad y por amor, acepta no detenerse ante la ofensa y cree que siempre es posible un futuro. El perdón es una forma eminente de entrega, que afirma la dignidad del otro, reconociéndole por lo que es, más allá de todo lo que hace. Toda persona que perdona permite también a quien es perdonado descubrir la grandeza infinita del perdón de Dios. El perdón hace redescubrir la confianza en sí mismo y restablece la comunión entre las personas, dado que no puede haber vida conyugal y familiar de calidad sin conversión permanente y sin despojarse de su egoísmo. El cristiano encuentra la fuerza para pedir perdón y perdonar en la contemplación de Cristo en la cruz que perdona. Estáis llamados a mostrar al mundo la belleza de la paternidad y de la maternidad, y a promover la cultura de la vida, que consiste en acoger a los hijos que Dios os dé y a educarlos. Todo ser humano ya concebido tiene derecho a la existencia, pues la vida dada no pertenece ya a los que la engendraron. Juan Pablo II A los esposos y a los padres en su visita a Francia el 2o de septiembre de 1996

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QUE LAS FAMILIAS CRISTIANAS SEAN VERDADERAS IGLESIAS DOMESTICAS En virtud de le libre aceptación de la voluntad de Dios, María se ha convertido en Madre de Cristo Señor (cf. Lc 1,26-38) y, en él, de toda la humanidad por la cual él realizó su sacrificio redentor. Así pues, ella se preocupa con solicitud ma terna por los hombres de todas las épocas y de todos loe lugares, y va "a su encuentro en toda la gama de sus necesidades" (Redemptoris Mater,21). Esta acción amorosa de María en favor de la humanidad, especialmente en los momentos difíciles, nos recuerda con fuerza el tema del valor de la familia, santuario de la vida desde su primer instante hasta su fin natural. El hogar doméstico, a pesar de las numerosas dificultades que hoy está atravesan do, sigue siendo el lugar privilegiado del amor, de la acogida y de la solidaridad. Es preciso que la familia tome cada ve z mayor conciencia de su misión y se comprometa en ella con decisión, porque de esto depende la solidez y el progreso de toda la comunidad. En efecto, en la familia se realiza la primera transmisión de los valores fundamentales que ayudan a la persona a crecer armoniosamente y a insertarse de modo provechoso en el entramado social. Además, la familia proporciona el ambiente idóneo donde el don de la fe puede germinar y desarrollarse. Cuando los esposos, viviendo plenamente su vocación crecen en la comunión reciproca, no pueden menos de intercambiarse también los dones de su pertenencia a Cristo. Así se convierten en misioneros del amor, dispuestos a compartir con los hijos que Dios les ha dado el patrimonio de su adhesión gozosa al Evangelio. !Ojalá que l as familias cristianas sean, en la oración y en el amor, verdaderas iglesias domésticas, primer centro propulsor de la anhelada civilización del amor. Donde el bien y el respeto a los demás forman el criterio de las relaciones recí procas, reina la verdadera libertad, que se apoya en el fundamento solidísimo de la ley natural, además de fundarse en la ley de la gracia. La persona no pierde su identidad, si sabe ir generosamente al encuentro del otro, ayudándolo a potenciar los valores que el Creador ha depositado en él. "Es el evangelio del amor la fuente inagotable de todo lo que nutre a la familia como comunión de personas". En el amor encuentra ayuda y significado definitivo todo el proceso educativo, como fruto maduro de la recíproca entrega de los padres" (Carta a las familias, lb). Mientras nos encaminamos hacia el tercer milenio cristiano, es cada vez más ur gente que los creyentes se comprometan a ser evangelizadores. En la familia se realiza la primera evangelización, que luego se difunde en los diversos ámbitos de la sociedad para aliviar, con el bálsamo de la caridad, las necesidades de los numerosos pobres que el Señor ha dejado como herencia a su Iglesia (cf. Nc 14,7). Invito a todos proseguir generosamente en estos comprometedores propósitos. Estoy seguro de que permitirán a cada uno afrontar sin miedo los desafíos diarios de nuestro tiempo. La gracia divina no dejará de derramar los dones de la paz, de la concordia civil, de la unidad eclesial y de la integridad de las familias.

Juan Pablo II a las familias, el 2 de febrero de 1996

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LA INSTITUCION FAMILIAR ES DEPOSITARIA DEL RICO PATRIMONIO DE VIRTUDES

Ya en la primera página de la Biblia el autor sagrado nos presenta esta insti tución: "Dios creó al hombre a imagen suya y los creó varón y mujer"(Gn 1,27). En este sentido, las personas humanas en su dualidad de sexos son, como Dios mismo y por voluntad suya, fuente de vida: "Crezcan y multiplíquense" (Gn 1,28). La institución familiar es depositaria del rico patrimonio de virtudes. Aquellas familias, fundadas sólidamente en los principios cristianos, así como en su sentido de solidaridad familiar y respeto por la vida, fueron verdaderas comunidades de cariño mutuo. Se caracterizaron también -como muchos hogares de hoy- por la unidad, el profundo respeto a los mayores, el alto sentido de responsabilidad, el acatamiento sincero de la autoridad paterna y materna, la alegría y el optimismo tanto en la pobreza como en la riqueza, los deseos de luchar por un mundo mejor y, por en cima de todo, por la gran fe y la confianza en Dios. La familia, célula fundamental de la sociedad y garantía de su estabilidad, sufre sin embargo, las crisis que pueden afectar a la sociedad misma. Esto ocurre cuando los matrimonios viven en sistemas económicos o culturales que, bajo la falsa apariencia de libertad y progreso, promueven o incluso defienden una mentalidad antinatalista, induciendo de ese modo a los esposos a recurrir a métodos de control de la natalidad que no están de acuerdo con la digni dad humana. Se llega incluso al aborto, que es siempre, además de un crimen abominable (cf. Gaudium et apes,51), un absurdo empobrecimiento de la persona y de la misma sociedad. Ante ello la Iglesia enseña que Dios ha confiado a los hombres la misión de transmitir la vida de un modo digno del hombre, fruto de la responsabilidad y del amor entre los esposos. La maternidad se presenta a veces como un retroceso o una limitación de la li bertad de la mujer, distorsionando así su verdadera naturaleza y su dignidad. Los hijos son presentados no como lo que son -un gran don de Dios-, sino como algo contra lo que hay que defenderse. El camino para vencer estos males no es otro que Jesucristo, su doctrina y su e jemplo de amor total que nos salva. Ninguna ideología puede sustituir su infinita sabiduría y poder. Por eso es necesario recuperar loa valores religiosos en el ámbito familiar y social, fomentando la práctica de las virtudes. E1 matrimonio, con su carácter de unión exclusiva y permanente, es sagrada porque tiene su origen en Dios. Los cristianos, al recibir el sacramento del matrimonio, participan en el plan creador de Dios y reciben las gracias que necesitan para cumplir su misión para educar y formar a los hijos y responder al llamado de la santidad. Es una unión distinta de cualquier otra unión humana, pues se funda en la entrega y aceptación mutua de los esposos con la finalidad de llegar a ser "una sola carne"( Gn.2,24). En la vida matrimonial el servicio a la vida no se agota en la concepción, sino qu e se prolonga en la educación de las nuevas generaciones. Los padres, al haber dado la vida a sus hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole y, por consiguiente, deben ser reconocidos como los primeros y principales educadores de sus hijos. Muy grande es la vocación a la vida matrimonial y familiar, inspirada en la pa labra de Dios y según el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret. Que la Virgen, Madre en el hogar de Nazaret, interceda por todas las familias. Juan Pablo II

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LA FAMILIA "COMUNIDAD DE VIDA Y AMOR E1 deber de servicio nos corresponde a todos y cada uno, pero es una responsabilidad que atañe de modo particular a la familia, que es una "comunidad de vida y amor"(Gaudium et spes,48). Hermanos y hermanas, no olvidéis, ni siquiera por un instante, el gran valor que significa en sí misma la familia. Gracias a la presencia sacramental de Cristo, gracias a la alianza libremente sellada, con la que los cónyuges se entregan recíprocamente, la familia es una comunidad sagrada. Es una comunión de personas unidas por el amor, del que san Pablo escribe:"Se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta, y no acaba nunca" (Co 13, 6 -8). Cada familia puede construir ese amor. Pero en el matrimonio sólo y exclusivamente se puede lograr si los cónyuges realizan una "entrega sincera de sí mismos" (Gaudium et spes,24), de forma incondicional y para siempre, sin poner límite alguno. Este amor conyugal y familiar queda constantemente ennoblecido y perfeccionado por las preocupaciones y las alegrías comunes, por la mutua ayuda en los momentos difíciles. Cada uno se olvida de sí mismo por el bien de la persona amada. Un amor verdadero no se extingue nunca. Se convierte en fuente de fuerza y fidelidad conyugal. La familia cristiana fiel a su alianza sacramental, se transforma en auténtico signo del amor gratuito y universal de Dios a los hombres. Este amor de Dios constituye el centro espiritual de la familia y su fundamento. A través de este amor, la familia nace, se desarrolla, madura, y es fuente de paz y felicidad para los padres y los hijos. Es un verdadero nido de vida y unidad. Queridos hermanos y hermanas, esposos y padres, el sacramento que os une, os une en Cristo. Os une con Cristo. "¡Gran misterio as éste!" (Ef 5,32). Dios "os dio su amor": Viene a vosotros, está presente en medio de vosotros y habita en vuestras almas, en vuestras familias, en vuestras casas. Lo sabía muy bien san José. Por eso, no dudó en encomendarse a Dios él mismo y su famili a. En virtud de ese abandono, cumplió a fondo su misión, que Dios le confió con respecto a María y a su Hijo. Sostenidos por el ejemplo y la protección de san José, dad un testimonio constante de entrega y generosidad. Proteged y rodead de cariño la vida de cada uno de vuestros hijos, de toda persona, especialmente de los enfermos, de los débiles y de los minusválidos. Dad testimonio de amor a la vida y compartidla con generosidad. A1 llevar un día a vuestros hijos para ser bautizados, os habéis comprome tido a educarlos en la fe de la Iglesia y en el amor a Dios. Estos niños, cuando los presentáis a la Iglesia para recibir por vez primera la sagrada Comunión, es signo de que habéis asumido ese compromiso y tratáis de cumplirlo con sinceridad. Os pido que nunca renunciéis a él. Los padres son los primeros que tienen el derecho y el deber de educar a sus hijos, en sintonía con sus propias convicciones. No cedáis este derecho a las instituciones, que pueden transmitir a los niños y a los jóvenes la ciencia indispensable, pero no les pueden dar el testimonio de la solicitud y el amor de los padres. No os dejéis engañar por la tentación de asegurar a vuestras hijos las mejores condiciones materiales a costa de vuestro tiempo y de vuestra atención, que necesitan para crecer "en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres"(Lc 2,52).Si queréis defender a vuestros hijos contra la corrupción y el vacío espiritual, que el mundo presenta con diversos medios y, a veces, incluso en los programas escolares, rodeadlos del calor de vuestro amor paterno y materno, y dadles el ejemplo de una vida cristiana. Rindo homenaje a todos los padres que asumen el compromiso diario de mantener y educar a sus hijos. Encomiendo vuestro amor, vuestros esfuerzos y vuestras preoc upaciones a la Sagrada Familia. Que la protección de Jesús, María y José os conforte. Bendigo de corazón a todos. Juan Pablo II. 4 de junio de 1997

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CUATRO NOTAS CARACTERISTICAS DE LA FAMILIA CRISTIAMIA En esta noche santa de Navidad, deseamos hablar sobre uno de los puntos fundamentales para conseguir la paz: La solidez de la institución familiar. Esta fue para cada uno de nosotros el punto de partida. Y este "Siervo de los siervos de Dios" que os habla, se permite abriros su corazón y ofreceros en confianza un testimonio personal que va muy bien para la fiesta de Navidad. El simple pensamiento de lo que fue para Nos el ejemplo de nuestros humildes padres, su sencillez de vida, su prudencia cristiana, la mutua concordia y colaboración doméstica que hicieron reinar en una familia que contaba con una treintena de personas, todo esto nos enternece y nos llena de emoción, reavivando en Nos la resolución de no cejar jamás, de dar gracias a Dios por habernos dispensado tal beneficio. ¡Matrimonio sagrado e inviolable, dentro del respeto a sus cuatro notas características:    

fidelidad castidad amor mutuo y santo temor del Señor espíritu de prudencia y de sacrificio en la vigilada educación de los hijos!

Siempre y en toda circunstancia ha de existir en la familia la disposición de ayudar, de perdonar, de otorgar a otros la confianza que nosotros quisiéramos fuera otorgada a nosotros mismos. Así es como se edifica la casa que jamás se derrumba. Para el cristiano existe una regla que le permite determinar con certeza el alcance de los derechos y deberes de la familia dentro de la comunidad del Estado. He aquí la fórmula: "La familia no es para la sociedad, sino que la sociedad es para la familia". La familia es la célula fundamental, el elemento constitutivo de la comunidad del Estado, porque para emplear las palabras mismas de Nuestro Predecesor Pio XI: "Tal será la sociedad cuales sean las familias y los individuos de que consta". Queridos hijos, continuad por el camino seguro que forma los sinceros cristi anos y los buenos ciudadanos, porque sitúa en el primer puesto el deber esencial del hombre: Amar a Dios, orar, vivir de su misma vida mediante la gracia. No os dejéis impresionar por la mentalidad mundana que no encuentra la paz, porque ya no sabe orar. vosotros, perfumar todas vuestras acciones con el soplo animador de la oración. De este modo, vuestra vida -de ello estamos seguros- se desarrollará armoniosamente y será bendecida con los favores del cielo y de la tierra y sabréis también comunicar a otro s la plenitud de los ideales que os dilatan el corazón.

Juan XXIII Noche de Navidad año 1952

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DOS COSAS URGENTES PARA LAS FAMILIAS CATOLICAS La familia se encuentra en el centro de la gran lucha entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte , entre el amor y cuanto se opone al amor. La situación en que se halla presenta aspectos positivos y aspectos negativos: signo, los unos, de la salvación de Cristo operante en el mundo; signo, los otros, del rechazo que el hombre opone al amor de Dios. Por una parte existe una conciencia más viva de la libertad personal y una mayor atención a la calidad de las relaciones interpersonales en el matrimonio, a la procreación responsable, a la educación de los hijos. Por otra parte no faltan, sin embargo, signo s de preocupante degradación de algunos valores fundamentales: una equivocada concepción teórica y práctica de la independencia de los cónyuges entre sí; la graves ambigüedades acerca de la relación de autoridad entre padres e hijos; las dificultades concretas que con frecuencia experimenta la familia en la transmisión de los valores; el número cada vez mayor de los divorcios, la plaga del aborto. Cuando un hombre y una mujer se unen sin reservas mediante su promesa de ser fieles "en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad", excluyendo cualquier otro amor físico, se transforman en cooperadores del Creador, trayendo nueva vida al mundo. Vosotros, padres, podéis mirar con amor a vuestros hijos y decir: ésta es "carne de mi carne"(Gn 2,2 3). Vuestra vida se define gracias a vuestro deseo y deber, tanto paternos como maternos, de dar lo mejor a vuestros hijos: una casa llena de amor, una educación y un comienzo sano y positivo en el camino de la vida, ahora y para la eternidad. Desde muchos Puntos de vista, estos son tiempos difíciles para los padres que desean transmitir a sus hijos el tesoro de la fe católica. A veces, vosotros mismos no estáis seguros de lo que la iglesia es y su proyecto de salvación para todos los hombres. Hay falsos maestros y voces discordantes. Los malos ejemplos causan graves daños. Además una cultura hedonista mina muchos de los valores que están en la base de una sana vida familiar. Hay dos cosas urgentes que las familias católicas pueden hacer para fortalecer s u vida familiar. La primera es la oración, tanto personal como familiar. La oración eleva nuestra mente y nuestro corazón a Dios, para darle gracias por sus bendiciones y pedirle ayuda; e introduce el poder salvífico de Jesucristo en las decisiones y en las acciones de la vida ordinaria. En particular, recomiendo a las familias la oración del santo Rosario. La familia que reza unida permanece unida. La segunda sugerencia que hago a las familias es la de usar el Catecismo de la Iglesia católica para instruirse sobre la fe y responder a las cuestiones morales, que hoy todo el mundo tiene que afrontar. Queridos padres, sois educadores porque sois padres. Por el bautismo hacéis posible que vuestros hijos se conviertan en hijos amados de Dios, unidos místicamente a Cristo e incorporados a su iglesia. Considerad cuan importante es para vosotros alimentar la vida de fe y de gracia en vosotros mismos y en vuestros hijos. Las familias que tienen dificultades o las parejas en situación irregular también tienen derecho a la atención pastoral de la Iglesia. Otras familias más fuertes espiritualmente y más maduras pueden desempeñar un papel magnífico, llevando aliento y ayuda a esas parejas y familias. Todo fortalecimiento de los vínculos familiares es una victoria para la sociedad.

Juan Pablo II En su viaje a Estados Unidos 7 de octubre de 1995

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LA FAMILIA ES EL PILAR SOBRE EL QUE SE FUNDAMENTA LA PERSONALIDAD DEL NIÑO No es propio del hombre maduro arrastrarse por la vida, mendigando nimiedades o pregonando desventuras y fracasos. Los niños aprenden estas actitudes de la vida diaria de sus educadores. La fiesta de la vida es para aquellos que saben gozar debidamente de todo, muy por encima de circunstancias y acontecimientos. Es urgente recrear en la vida del niño un ambiente familiar favorable y equilibrado. Si en un hogar existe un ambiente turbio, en el que dominan las discusiones, la incomunica ción, la ausencia de expresiones de cariño, los conflictos emocionales se multiplican, causando intranquilidad, desasosiego y frustración. Las peleas entre los padres, así como los avisos a gritos, las crispaciones violentas o las situaciones conflictivas, no sirven para nada en el proceso educativo. Consiguen que el niño se desequilibre, que sienta verdadero terror al ruido o que se haga insensible al chillido como forma de educación. Los gritos desaforados de los padres intimidan al niño, creando un clima tenso, desagradable, que a menudo termina en lágrimas muy amargas. Para un niño es terrible observar cómo sus pa dres se pelean. Intuye que no se quieren, que se van a separar y que él puede quedarse solo. Hay que evitar las escenas trágicas, saturadas de gritos, maltratos y ofensas, que hieren gravemente la seguridad infantil. Ello no significa que los padres no puedan discutir si lo hacen de una forma ordenada, dentro de un tono sereno. Incluso estas discusiones civilizadas permiten ayudar al niño a entender que la vida tiene sus problemas, que hay que saber afrontar debidamente. La familia es el pilar sobre el que se fundamenta la personalidad del niño. Para crecer saludablemente resulta fundamental hacerlo en un medio sano, en el que todos los mi embros de la familia se preocupen de vivir en agradable convivencia. Es necesario que los padres se quieran, que lo demuestren, que se patenticen respeto y acogida, para que la felicidad familiar aflore en todo momento. Un niño que vive en un estimulante ambiente hogareño podrá sufrir problemas y contratiempos, pero sabrá llevarlos equilibradamente y sin que le causen d años irreparables. La confianza, la comprensión y el cariño son factores imprescindibles para que el niño se convierta en un adulto sano y feliz. El niño debe sentirse aceptado y valorado, aun en medio de sus debilidades, con sus quebrantos e inseguridades, sabiendo que encontrará siempre en el momento oportuno la mano comprensiva de sus padres. Un niño no aceptado ni valorado se convierte en un ser inseguro, abocado a un inevitable fracaso, preocupado por el excesivo temor a equivocarse, pensando que haga lo que haga, lo va a hacer mal y va a cometer errores de bulto. Es muy lamentable la situación de los padres que se hacen víctimas inocentes de los desajustes hogareños. Jamás deben ampararse los padres en frases tan lamentables como "me haces sufrir demasiado", "me matarás a disgustos", "estoy muy decepcionado de ti", cuyos efectos son demoledores al crear enormes dosis de culpabilidad. Tampoco convence el argumento de aquellos padres muy ocupados que afirman trabajar a todas horas para que no les falte nada a sus hijos. La presencia y el cariño son más importantes que todas las cosas del mundo. Lo cierto, por encima de todo, es que el ambiente familiar va marcando la vida de los pequeños y que los padres no pueden olvidar, en forma alguna, que son ellos quienes crean y recrean el espacio educativo. La letra, los hábitos procedentes de comportamiento, las actitudes vitales ante la propia situación, no entran en el niño a fuerza de golpes o de imposiciones, sino por imitación y con la presencia ventajosa de aquellas personas que son significativas en su vida. Gregorio Mateu

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LA FAMILIA, CAMINO DE AMOR Queremos animar a las familias recién formadas para que dejen espacio y tiempo al Señor Jesucristo en sus hogares. Con mucha franqueza les decimos que sin dialogar con Él, se debilita el diálogo entre ustedes. Escuchándola a él aprenderán a escucharse y comunicarse sin dificultad. En esto descubrirán que la oración es vida. "El que no permanece en mi, no tiene vida "Jn 15,4-6). Ser buenos esposos, buenos padres, buenos hijos o buenos hermanos sólo es posible en la proximidad de Dios que da la oración. Pidan al Señor su fuerza para no darse por derrotados. No dejen de dialogar con verdad y con bondad. A mayor verdad en lo que digan, pongan mayor bondad en las palabras. Ambas cosas son urgentes e indispensables. Cada situación o problema familiar es siempre una oportunidad de crecimiento y conversión. Jesús amó a la familia de Lázaro, a la samaritana y a la adúltera. Somos mensajeros de la reconciliación y nos gustaría por eso ayudarlos al reencuentro, el diálogo, a sanar heridas y a otorgar perdones. Inspirados en la palabra de Jesucristo y en la experiencia milenaria de la Iglesia les decimos que vayan al fondo de sus corazones a descubrir el amor o culto que poseen. Contemplen largamente al Crucificado para aprender a amar como Él nos ha amado. Nuestras puertas quieren estar siempre abiertas para ayudarlos a recibir el sacramento del perdón. A quienes formaron una familia que conoció el fracaso o rompieron la promesa que con ilusión un día establecieron, también queremos expresarles nuestra cercanía. Sabemos el dolor que eso significa. Sufrimos solidariamente con cada familia que se rompe, pero no podemos dejar de repetir que el matrimonio es indis oluble. "no separe el hombre lo que Dios ha unido" (Mt 19,6). En la familia todos hacemos los aprendizajes fundamentales de la vida. Ella es la comunidad íntima de amor, y de vida. En ella se revela la verdad última del hombre, creado y llamado a ser imag en del Dios que es familia. "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gn 1,26). La familia, como se experimenta tantas veces, es nuestro espacio para el amor. Allí los esposos manifiestan su ternura. Allí aprenden a crecer en la amistad los padres y los hijos. Allí conviven con sus cualidades, valores y diferencias los hermanos. Allí se aprende a servir y ayudar a los necesitados. Allí se abren las puertas para acoger a los que buscan bondad. Especialmente en la familia cristiana se aprende a reconocer y a tratar a Dios como a un Padre, se reconoce a Jesús como el hermano mayor de una multitud de hermanos, se alcanza unidad por el Espíritu del Amor, y se vive en la proximidad de nuestra Madre, la Virgen María, que es modelo de la Madre Iglesia. Que Dios viva en medio de ustedes. Que le invoquen confiadamente. Que su Palabra sea conocida. Que el amor los una. Que todas sus actividades ayuden en la construcción de un mundo mejor. Que diariamente los padres ayuden a sus hijos en el conocimiento de Dios, enseñando a perdonarse y ayudarse unos a otros. ¡Qué maravillosa vocación han recibido! ¡Qué hermosa tarea tienen por delante!

Mensaje de la Conferencia Episcopal de Chile a las Familias, junio de 1994

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LA FAMILIA Y LAS VOCACIONES A LA VIDA CONSAGRADA Y SACERDOTAL Hoy los jóvenes no quieren comprometerse, por temor al futuro y por falta de testigos capaces de ser ejemplos convincentes y atrayentes. Es importante que el pueblo cristiano crea que Dios sigue llamando incansablemente a hombres y mujeres a su servicio, en lo más íntimo de su corazón y a través del testimonio de la comunidad eclesial. Por eso, todos los fieles de Cristo tienen que dar su contribución para ayudar a los jóvenes a afrontar el futuro sin excesivo temor, para hacer que descubran la alegría que produce el seguimiento de Cristo, y para impulsarlos a confiar en sí mismos y a discernir pacientemente la voz del Señor, como hizo el profeta Elías con el joven Samuel (cf. 1 5 3, 1-19) En este aspecto la FAMILIA TIENE UN PAPEL ESPECÍFICO que desempeñar. Los jóvenes aprenden ante todo de sus padres las primeras nociones de la fe, el camino de la oración y la práctica de las virtudes. Del mismo modo, la disponibilidad a responder a una vocación particular viene de la disposición filial de un corazón que quiere cumplir la voluntad del Señor y sabe que Cristo tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68). Algunas familias pueden sentirse preocupadas al ver que sus jóvenes se comprome ten en el seguimiento de Cristo, particularmente en un mundo donde la vida cristiana no representa un valor social atractivo. Sin embargo, invito a los padres a dirigir una mirada de fe al futuro de sus hijos y a ayudar a los jóvenes a realizar libremente su vocación; así serán felices en la vida, pues el Señor da a quienes elige la fuerza y los recursos espirituales necesarios para superar las dificultades. La entrega total de sí al Señor y a la Iglesia es fuente de alegría y "síntesis de la caridad pastoral" (Pastores dabo vobis, 23). Exhorto a LOS FIELES laicos a comprometerse en la pastoral de las vocaciones y a sostener a los jóvenes que muestran deseos de consagrarse al servicio de la Iglesia; afortunadamente, algunos laicos ya participan en las actividades de los servicios diocesanos de vocaciones, pero no debe ser únicamente preocupación de unas pocas personas. En esta perspectiva, es importante que, en el seno de las familias y de las comu nidades cristianas, se reconozca claramente el lugar del sacerdote y el de las personas consagradas. En particular, todos deben recordar que la vida eclesial no puede existir sin la presencia del sacerdote, que actúa en nombre de Cristo, Cabeza de la Iglesia, y que, en su nombre, reúne al pueblo en torno a la mesa del Señor y le transmite el perdón de los pecados. De igual modo, la ausencia de personas consagradas, contemplativas o de vida activa, puede hacer que se olvide que el compromiso por el reino de los cielos es el aspecto primordial de toda vida cristiana. Es evidente que si los jóvenes no tienen contactos personales con sacerdotes o personas consagradas, y si no perciben la misión específica de cada uno, les resultará difícil pensar en escoger este tipo de compromiso. Constatáis que algunos jóvenes que piensan en el sacerdocio o en la vida consa grada y algunos seminaristas ya en formación han atravesado periodos difíciles en su vida. Unos siguen siendo frágiles, a veces a causa de una ambiente social o familiar que ha podido producirles heridas que requieren mucho tiempo para cicatrizarse, o bien, como se ha comprobado durante recientes visitas canónicas, a causa de la movilidad permanente de las familias, que dificulta un arraigo humano, o a causa de las costumbres degradadas que se encuentran frecuentemente en la sociedad, o incluso, por el hecho de que algunos candidatos se han convertido recientemente. Conviene ayudarles a forjar su personalidad, para que lleguen a ser el edificio espiritual del que habla san Pedro (cf lP 2,5). Esto requiere de vosotros padres y de los responsables de los servici os de vocaciones una atención especial, para guiar con esmero y delicadeza la etapa del discernimiento y de la preparación. Juan Pablo II sábado 22 de marzo de 1997

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EL AMOR QUE PROCEDE DE DIOS, FUENTE DE AMOR FAMILIAR El matrimonio es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor. No es efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes. ¡Qué gran misión la vuestra, padres y madres! "El amor procede de Dios". Este amor es el que ha de nutrir la vida familiar. Han de ser conscientes el hombre y la mujer cuando, acercándose al altar pronuncian las palabras contenidas en el Ritual del Sacramento del Matrimonio. "Yo... te recibo... por esposa (o esposo) y prometo serte fiel en l as alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos loa días de mi vida". Todo esto constituye el contenido de la alianza matrimonial. Existe el pacto conyugal cuando el amor es fiel, honesto, y cuando hay de por medio un compromiso pleno que dure hasta la muerte. El amor matrimonial es un gran don, porque el hombre y la mujer se entregan recíprocamente para vivir el uno para el otro y para la familia. Es simultáneamente un gran deber y un gran compromiso. Comporta el empeño no sólo de mantener, sino de acrecentar constantemente el amor y la mutua donación. Al matrimonio no le es suficiente un amor cansinamente mantenido. Los casados tienen el grave deber de acrecentar continuamente el amor conyugal y familiar. Hay quiene s se atreven a negar, e incluso ridiculizar la idea de un compromiso fiel para toda la vida. Esas personas no saben desgraciadamente lo que es amar. Quien no se decide a querer para siempre, es difícil que pueda amar de veras un sólo día. No admitir que el amor conyugal, puede y exige, durar hasta la muerte, supone negar la capacidad de autodonación plena y definitiva; equivale a negar lo más profundamente humano: la libertad y la espiritualidad. Desconocer esas realidades humanas significa contribuir a socavar los fundamentos de la sociedad, porque puestos en esa hipótesis ¿se podría continuar exigiendo al hombre la lealtad a la patria, a los compromisos laborales, al cumplimiento de leyes y contratos...? El amor es grande y auténtico, no sólo cuando aparece fácil y agradable, sino sobre todo, cuando se confirma en medio de las pruebas, así como el oro Se aquilata por el fuego. Tendría un pobre concepto del amor conyugal quien pensare, que al llegar las dificultades, el cariño y la alegría se acaban. Es ahí donde revela su verdadera consistencia. La tarea más importante es hacer de la familia, un remanso de paz, de serenidad; que por encima de las pequeñas desavenencias diarias, se perciba un cariño hondo y sincero, una tranquilidad profunda, fruto del amor y de una fe real vivida. Las obligaciones familiares, por pequeñas y corrientes que parezcan son un lugar de encuentro con Dios: Si uno de los cónyuges demostrara gran interés por los problemas del trabajo, de la sociedad, de la política y descuidar a los de la familia, podría decirse que ha trastocado su escala de valores. El tiempo mejor empleado es el que se dedica a la esposa, al esposo, a los hijos. El mejor sacrificio es la renuncia a todo aquello que pueda hacer menos agradable la vida familiar. La tarea más importante que tenéis entre manos, es empeñaros para que fructifique con mayor intensidad cada día, el amor dentro del hogar. La relación matrimonial no sería auténtica si se descuidara el aspecto espiritual y religioso del hombre. No podéis olvidaros de Dios, ni oponeros a su voluntad: "Sin mi no podéis nada" "No os intimidéis por nada,ni os acobardéis, porque Dios es nuestra esperanza" (Eclo 34,14)

Juan Pablo II 8 de abril de 1987

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VALOR ESENCIAL DEL HOGAR: CLIMP. AFECTIVO Las ciencias psicológicas y pedagógicas, concuerdan en destacar la importancia decisiva, en orden a una armónica y válida educación sexual, del clima afectivo que reina en la familia, especialmente en los primeros años de la infancia y de la adolescencia y tal vez en la fase prenatal también, periodos en los cuales se instauran los dinamismos emocionales y profundos de los adolescentes. Ciertas graves carencias o desequilibrios que existen entre los padres (por ejemplo, la ausencia de la vida familiar de uno de ambos padres, el desinterés educativo o la severidad excesiva), son factores capaces de causar en los niños traumas emocionales y afectivos que pueden entorpecer gravemente su adolescencia y a veces marcarlos para toda la vida. Es necesario que los padr es encuentren el tiempo para estar con los hijos y dialogar con ellos. Los hijos, don y deber, son su tarea más importante, si bien aparentemente no siempre muy rentable: lo son más que el trabajo, más que el descanso, más que la posición social. En tales conversaciones y de modo creciente con el pasar de los años es necesario saberlos escuchar con atención, esforzarse por comprenderlos, saber reconocer la parte de verdad que puede haber en algunas formas de rebelión. La familia cristiana puede ofrecer una atmósfera impregnada del amor a Dios, que hace posible el auténtico don recíproco. Los niños que lo perciben están más dispuestos a vivir según las verdades morales practicadas por sus padres. Tendrán confianza en ellos y aprenderán aquel amor que vence el miedo. Así el vínculo del amor recíproco, que los hijos descubren en sus padres, será una protección segura de su serenidad afectiva. Tal vínculo afina la inteligencia, la voluntad y las emociones, rechazando todo cuanto puede degradar o envilecer el don de la sexualidad humana que, en una familia en la que reina el amor, se entiende siempre como parte de la llamada a la entrega de sí en el amor a Dios y a los demás. La comunión y la participación vivida cotidianamente en la casa en los momentos de al egría y de dificultad, representa la pedagogía más concreta y eficaz para la inserción, responsable y fecunda de los hijos en el horizonte más amplio de la sociedad. En definitiva, la educación en el auténtico amor, que no es tal si no se convierte en amor de benevolencia, implica la acogida de la persona amada, considerar su bien como propio y, por tanto, instaurar justas relaciones con los demás. La educación en la castidad, en cuanto educación en el amor, es al mismo tiempo educación del espíritu, de la sensibilidad y de los sentimientos. El comportamiento hacia las personas depende en buena parte de la forma con que administran los sentimientos espontáneos, haciendo crecer algunos, controlando otros. La castidad en cuanto virtud, nunca se reduce a un si mple discurso sobre el cumplimiento de actos externos conformes a la norma, sino que exige activar y desarrollar los dinamismos de la naturaleza y de la gracia, que constituyen el elemento principal e inminente de la ley de Dios y de nuestro descubrimiento de su condición de garantía de crecimiento y de libertad. La educación en la castidad es inseparable del compromiso de cultivar todas las demás virtudes, y de modo particular, el amor cristiano, que se caracteriza por el respeto, por el altruismo y por el servicio que, en definitiva, es la caridad. La sexualidad es un bien tan importante, que hay que protegerlo siguiendo el orden de la razón iluminada por la fe. Para educar en la castidad "es necesario el dominio de sí, que presupone virtudes como el pudor, la templanza, el respeto propio y ajeno y la apertura al prójimo". Son también importantes aquellas virtudes que la tradición cristiana ha llamado las hermanas menores de la castidad: modestia, capacidad de sacrificio de los propios caprichos, alimentadas por la fe y por la vida de oración.

Orientaciones educativas publicadas por el Consejo Pontificio para la Familia. Osservatore 1 de noviembre de 1996

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LOS PADRES MODELOS PARA SUS HIJOS El buen ejemplo y el liderazgo de los padres es esencial para reforzar la formación de los jóvenes en la castidad. La madre que estima la vocación materna y su papel en la casa, ayuda muchísimo a desarrollar, en sus hijas, las cualidades de la feminidad y de la maternidad y pone ante los hijos varones un claro ejemplo, de mujer recia y noble. El padre que inspira su conducta en un estilo de dignidad varonil, sin machismos, será un modelo atrayente para sus hijos e inspirará respeto, admiración y seguridad en las hijas. Lo mismo vale para la educación en el espíritu de sacrificio en las familias, sometidas hoy más que nunca a las presiones del materialismo y del consumismo. Sólo así, los hijos crecerán "en una justa libertad ante los bienes materiales, adoptando un estilo de vida sencillo y austero, convencidos de que el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene". En una sociedad sacudida y disgregada por tensiones y conflictos, por el choque violento entre los varios individualismos y egoísmos, los hijos han de enriquecerse no sólo con el sentido de la verdadera justicia, que conduce al respeto de la dignidad de toda persona, sino también y más aún con el sentido del verdadero amor, como solicitud sincera y servicio desinteresado hacia los demás, especialmente a los más pobres y necesitados, "la educación se sitúa plenamente en el horizonte de la civilización del amor"; depende de ella y, en gran medida, contribuye a construirla. Nadie puede ignorar que el primer ejemplo y la mayor ayuda que los padres dan a sus hijos es su generosidad en acoger la vida, sin olvidar que así les ayudan a tener un estilo más sencillo de vida, y además, "que es menor mal negar e los propios hijos ciertas comodidades y ventajas materiales que privarlos de la presencia de hermanos y hermanas que podrían ayudarles a desarro llar su humanidad y a comprobar la belleza de la vida en cada una de sus fases y en toda su variedad". Recordamos que, para lograr estas metas, la familia debe ser ante todo casa de fe y de oración en la que se percibe la presencia de Dios Padre, se acoge la palabra de Jesús, se siente el vínculo del amor, don del Espíritu, y se ama y se invoca a la purísima Madre de Dios. Esta vida de fe y oración "tiene como contenido original la misma vida de familia que en las diversas circunstancias es interpretada como vocación de Dios y actuada como respuesta filial a su llamada: alegrías y dolores, es peranzas y tristezas, nacimientos y cumpleaños, aniversarios de la boda de los padres, partidas, alejamientos y regresos, elecciones importantes y decisivas, muerte de personas queridas, etc. señalan la intervención del amor de Dios en la historia de la familia, como deben señalar también el momento favorable a la acción de gracias, a la petición y al abandono confiado de la familia en el Padre común que está en los cielos. En esta atmósfera de oración y de reconocimiento de la presencia y la pa ternidad de Dios, las verdades de la fe y de la moral serán enseñadas, comprendidas y asumidas con reverencia, y la palabra de Dios será leída y vivida con amor. Así la verdad de Cristo edificará una comunidad familiar fundada sobre el ejemplo y la guía de los padres que "calan profundamente en el corazón de sus hijos, dejando huellas que los posteriores acontecimientos de la vida no lograrán borrar".

Orientaciones educativas publicadas por el Consejo Pontificio para la Familia L Osservatore Romano 1 de noviembre de 1996

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QUE LOS HIJOS SE EDUQUEN EN UN AMBIENTE DE PAZ Es difícil esperar que los niños sepan un día construir un mundo mejor, cuando se ha faltado al deber precioso de su educación para la paz: Ellos tienen necesidad de "aprender la paz": es un derecho suyo que no puede ser desatendido. Recuerdo las condiciones con frecuencia dramáticas en que viven muchos niños de hoy. Sin embargo, no pretendo ceder al pesimismo, ni ignorar los elementos que invitan a la esperanza. ¿Cómo no hablar, de tantas familias en todo el mundo donde los niños crecen en un ambiente sereno? ¿Cómo no recordar los esfuerzos de tantas personas y organismos que hacen asegurar a los niños en dificultad un desarrollo armónico y gozoso? Los resultados alcanzados animan a seguir este empeño tan loable. Si se les ayuda y ama convenientemente, los niños mismos saben hacerse protagonistas de paz, constructores de un mundo fraterno y solidario. Con su entusiasmo y con la naturalidad de su entrega, pueden llegar a ser "testigos" Y "maestros" de esperanza y de paz, en beneficio de los mismos adultos. Para no desperdiciar esta potencialidad, es preciso ofrecer a los niños, con el debido respet o favorable para una maduración equilibrada y abierta. Una infancia serena permitirá a los niños mirar con confianza la vida y el mañana. ¡ay de los que apagan en ellos el ímpetu gozoso de la esperanza! Los pequeños aprenden muy pronto a conocer la vida. Observan e imitan el modo de actuar de los adultos. Aprenden rápidamente el amor y el respeto por los demás, pero asimilan también con prontitud los venenos de la violencia y del odio. La experiencia que han tenido en la familia condicionará fuertemente la s actitudes que asumirán de adultos. Por tanto, si la familia es el primer lugar donde se abren al mundo, la familia debe ser para ellos la primera escuela de paz. Los padres tienen una posibilidad extraordinaria de dar a conocer a sus hijos este valor: e l testimonio de su amor recíproco. Al amarse, permiten al hijo, desde el comienzo de su existencia, crecer en un ambiente de paz, impregnado de aquellos elementos positivos que constituyan de por sí el verdadero patrimonio familiar: estima y acogida recíprocas, escucha, participación, gratuidad y perdón. Gracias a la reciprocidad que promueven, estos valores representan una auténtica educación para la paz y hacen al niño, desde su más tierna edad, constructor activo de ella. El comparte con sus padres y hermanos la experiencia de la vida y de la esperanza, viendo como se afrontan con humidad y valentía las inestimables dificultades, y respirando en cada circunstancia un cli ma de estima por los demás y de respeto ce las opiniones diversas de las personas. Es ,sobre todo, en casa donde, antes incluso de cualquier palabra, los pequeños deben experimentar, en el amor que los rodea, el amor de Dios por ellos, y aprender que Él quiere paz y comprensión recíproca entre todos los seres humanos llamados a formar una única y gran familia.

Juan Pablo II Con motivo de la Jornada ce la Faz 6 de diciembre de 1555

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CONFIANZA Y ESPERANZA DE LOS PADRES El Consejo Pontificio para la Familia es consciente de la gran necesidad de material válido y específicamente preparado para los padres, de acuerdo con los principios ilustrados en la presente guía: "Verdad y significado de la sexualidad humana". Los padres dotados de la debida competencia y convencidos de estos principios han de empeñarse en la preparación de tal material. Ofrecerán así la propia experiencia y sabiduría para ayudar a otros en la educación de sus hijos en la castidad. La misión de los padres no termina nunca. Frente a los grandes retos para la castidad cristiana, los dones de naturaleza y de gracia otorgados a los padres constituyen las bases más sólidas sobre las que la Iglesia forma a sus hijos. Gran parte de la formación en la familia es indirecta, encarnada en un clima de amabilidad y ternura, que surge de la presencia y del ejemplo de los padres cuando su amor es puro y generoso. Si se tiene confianza en los padres para esta tarea de educación en el amor, se sentirán estimulados a superar los retos y problemas de nuestro tiempo con la fuerza de su amor. Los padres deben recordar que la familia no es la única o exclusiva comunidad formativa. Han de cultivar una relación cordial y activa con las personas que pueden ayudarles, sin olvidar nunca que sus derechos, son inalienables. Se ha de respetar el papel particular de la familia en cada cultura, sin imponer ningún modelo occidental de educación sexual. El Consejo Pontificio para la Familia exhorta por tanto, a los padres para que, convencidos del apoyo de Dios, tengan confianza en sus derechos y en sus deberes en orden a la educación. de sus hijos, y la lleven a cabo con sabiduría y responsabilidad. En este noble deber, los padres han de poner siempre su confianza en Dios, invocando al Espíritu Santo, el dulce Paráclito, dador de todos los bienes. Pidan la poderosa intercesión y protección de María Inmaculada, Virgen del amor hermoso y modelo de la pureza fiel. Invoquen a san José, su esposo justo y casto, siguiendo su ejemplo de fidelidad y pureza de corazón. Apóyense los padres constantemente en el amor que ofrecen a sus hijos un amor que "elimina todo temor", que "todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (1 Co 13,7). Dicho amor tiende y ha de ser orientado a la eternidad, hacia la eterna felicidad prometida por nuestro Señor Jesucristo a quienes le siguen: "Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8).

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EL SIGNIFICADO DEL DEBER DE LOS PADRES Este derecho implica una tarea educativa: si de hecho no imparten una adecuada formación en la castidad, los padres abandonan un preciso deber que les compete; y serían culpables también si tolerasen una formación inmoral o inadecuada impartida a los hijos fuera del hogar. Esta tarea encuentra hoy una dificultad particular debido a la difusión, a través de los medios de comunicación social, de la pornografía, inspirada en criterios comerciales que deforman la sensibilidad de los adolescentes. A este respecto se requiere, por parte de los padres, un doble cuidado: una educación preventiva y crítica de los hijos y una acción de valiente denuncia ante la autoridad. Los padres, individualmente o asociados, tienen el derecho y el deber de promover el bien de sus hijos y de exigir s la autoridad leyes de prevención y represión de la explotación de la sensibilidad de los niños y de los adolescentes. Ante una cultura que "banaliza" en gran parte la sexualidad humana, porque la interp reta y la vive de manera reductiva y empobrecida, relacionándola únicamente con el cuerpo y el placer egoísta, el servicio educativo de los padres debe basarse en una cultura sexual que sea verdadera y plenamente personal. En efecto, la sexualidad es una riqueza de toda la persona -cuerpo, sentimiento y espírituy manifiesta su significado íntimo al llevar a la persona hacia el don de sí misma en el amor. No podemos olvidar, de todas maneras, que se trata de un derecho-deber, el de educar en la sexualidad, que los padres cristianos en el pasado han percibido y ejercitado poco, posiblemente porque el problema no tenía la gravedad actual. o porque su tarea era, en parte, sustituida por la fuerza de los modelos sociales dominantes, y además por le suplencia que en este campo ejercían la Iglesia y la escuela católica. No es fácil para los padres asumir este compromiso educativo, porque hoy resulta muy complejo y superior e las posibilidades de las familias, y porque en la mayoría de los casos no existe le experiencia de cuanto con ellos hicieron sus padres. Por esto, la Iglesia considera como deber suyo contribuir a que los padres recuperen la confianza en sus propias capacidades y ayudarles en el cumplimiento de su tarea. El ambiente de la familia es, pues, el lugar normal y originario para la formación de los niños y de los jóvenes en la consolidación y en el ejercicio de las virtudes de la caridad, de la templanza, de la fortaleza y, por tanto, de la castidad. Como Iglesia doméstica, la familia es, en efec to, la escuela más rica en humanidad. En un hogar cristiano los padres tienen la fuerza para conducir a sus hijos hacia una verdadera madurez cristiana de su personalidad, según la medida de Cristo, en el seno de su Cuerpo místico que es la Iglesia. Los padres, no pueden contentarse con evitar lo peor -que los hijos no se droguen o no cometan delitos- sino que deberán comprometerse a educarlos en los valores verdaderos de la persona, renovados por las virtudes de la fe, de la esperanza y del amor: la lib ertad, la responsabilidad, la paternidad y la maternidad, el servicio, el trabajo profesional, la solidaridad, la honradez, el gozo de saberse hijo de Dios y, con esto, hermanos de todos los seres humanos. Nadie puede realizar la educación moral en este delicado campo de la sexualidad mejor que los padres, debidamente preparados.

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PADRE Y MADRE COMO EDUCADORES Dios, al conceder a los esposos el privilegio y la gran responsabilidad de llegar a ser padres, les concede la gracia para cumplir adecuadamente su propia misión. Los padres, en esta tarea de educar a sus hijos, están guiados por dos verdades fundamentales. La primera e s que el hombre está llamado a vivir en la verdad y en el amor. La segunda es que cada hombre se realiza mediante la entrega sincera de sí mismo. Como esposos, padres y ministros de la gracia sacramental del matrimonio, los padres se encuentran sostenidos día a día por energías particulares de orden espiritual, otorgadas por Jesucristo, que ama y alimenta a la Iglesia, su esposa. En cuanto cónyuges, hechos "una sola carne" por el vínculo matrimonial, comparten el deber de formar a los hijos mediante una voluntaria colaboración, nutrida por un vigoroso y mutuo diálogo, que "tiene una fuente nueva y especifica en el sacramento del matrimonio, que los consagra a la educación propiamente cristiana de los hijos, es decir, los llama a participar de la misma auto ridad y del mismo amor de Dios Padre y de Cristo Pastor, así como del amor materno de la Iglesia, y los enriquece en sabiduría, consejo, fortaleza y con los otros dones del Espíritu Santo, para ayudar a los hijos en su crecimiento humano y cristiano". En el contexto de la formación en la castidad, la "paternidad maternidad" incluye evidentemente al progenitor que queda solo y también a los padres adoptivos. La tarea del progenitor que queda solo no es ciertamente fácil, pues le falta eh apoyo del otro cónyuge, y con ello, la actividad y el ejemplo de un cónyuge de sexo diferente. Dios, sin embargo, sostiene a los padres solos con amor especial, llamándolos a afrontar esta tarea con igual generosidad y sensibilidad con que aman y cuidan a sus hijos en otros aspectos de la vida familiar. Hay otras personas llamadas en ciertos casos a asumir el puesto de los padres: quienes toman de manera permanente su papel, por ejemplo, en relación a los niños huérfanos o abandonados. Sobre ellos recae la tarea de formar a los niños y a los jóvenes en sentido global y también en la castidad, y recibirán la gracia de estado para hacerlo según los mismos principios que guían a los padrea cristianos. Los padres nunca deben sentirse solos en esta tarea. La Iglesia los sostiene y los estimula, segura de que les cabe desarrollar esta función mejor que cualquier otro. Misión que incumbe igualmente a los hombres y mujeres que, frecuentemente con gran sacrificio, dan a los niños sin padres una forma de amor paterno y materno y de vida de familia. Todos deben afrontar este deber con un espíritu de oración, abiertos y obedientes a las verdades morales de la fe y de la razón que integran la enseñanza de la Iglesia, y considerando siempre a los hijos y a los jóvenes como personas, hijos de Dios y herederos del reino de los cielos.

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DEMOS A LOS HIJOS UN FUTURO DE PAZ Esta es la llamada que dirijo confiado a los hombres y mujeres de buena voluntad, invitando a cada uno a ayudar a los niños y a los jóvenes a crecer en un clima de auténtica paz. Es un derecho suyo y es un deber nuestro. Quisiera que en todas partes la relación armónica entre adultos y niños favoreciese un clima de paz y de auténtico bienestar. Lamentablemente, no son pocos en el mundo los niños víctimas inocentes de las guerras. En los últimos años han sido heridos y muertos a millones: una verdadera masacre. La especial protección establecida para la infancia por las normas internacionales ha sido ampliamente inobservada y los conflictos regionales e interéctnicos, multiplicados de un modo excesivo, hacen vana la tutela prevista por las normas humanitarias (cf. Convención de las Nacion es Unidas del 20 de noviembre de 1989 sobre los derechos de los niños, en particular el art. 38). El recuerdo de millones de niños asesinados, los que son utilizados en la mendicidad, o peor aún, para ser introducidos en la prostitución, en el ámbito del llamado "turismo sexual", fenómeno absolutamente despreciable que degrada a quien lo practica y también de algún modo a todos los que lo favorecen. Existen, además, personas que no tienen escrúpulos en reclutar niños para el tráfico de drogas, con el riesgo, entre otras cosas, de quedar enganchados en el uso de tales sustancias. Los ojos tristes de tantos niños que sufren cruelmente nos invitan a emplear todas las vías posibles para salvaguardar o restablecer la paz, haciendo cesar los conflictos y las g uerras. Además, son muchos los niños que deben soportar los traumas derivados de las tensiones entre los padres o de la misma ruptura de la familia. La preocupación por su bien no logra frenar medidas dictadas con frecuencia por el egoísmo y la hipocresía de los adultos. Detrás de una apariencia de normalidad y serenidad, más convincente aún por la abundancia de bienes materiales, los niños se ven obligados a crecer en una triste soledad, sin una justa y amorosa guía y sin una adecuada formación moral. Abandonados a sí mismos, encuentran habitualmente su principal punto de referencia en la televisión cuyos programas presentan a menudo modelos de vida irreales o corruptos, frente a los que su frágil discernimiento no es todavía capaz de reaccionar. ¿Cómo sorprenderse de que una violencia tan multiforme e insidiosa acabe por penetrar también en sus corazones jóvenes cambiando su natural entusiasmo en desencanto o cinismo, su espontánea bondad en indiferencia y egoísmo? De este modo, persiguiendo falaces ideales, la infancia corre el riesgo de encontrar amargura y humillación, hostilidad y odio, absorbiendo la insatisfacción y el vacío de lo, que está impregnado el ambiente circundante. Es bien sabido que las experiencias de la infancia tienen repercusiones profundas y a veces irremediables para el resto de la vida. La acogida, el amor, la estima, el servicio múltiple y unitario -material, afectivo, educativo, espiritual- a cada niño que viene a este mundo, deberá constituir siempre una nota distintiva e irrenunciable de los cristianos, especialmente de las familias cristianas; así los niños, a la vez que crecen "en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres",serán una preciosa ayuda para la edificación de la comunidad familiar y para la misma santificación de los padres. "Dejad que los niños vengan a mí, que de ellos es el reino de los cielos" (Lc 18,16).

Juan Pablo II Jornada de la paz 8 de diciembre de 1995

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DEFENDED Y PROTEGED LA FAMILIA COMO DON PRECIOSO La familia es patrimonio de la humanidad, porque a través de ella, de acuerdo con el designio de Dios, se debe prolongar la presencia del hombre sobre la tierra. Por desgracia, hoy se está difundiendo en el mundo un engañoso mensaje de felicidad imposible e inconsistente, qu e conlleva sólo desolación y amargura. La felicidad no se consigue por el camino de la libertad sin la verdad, porque se trata del camino del egoísmo irresponsable, que divide y corroe a la familia y a la sociedad. ¡No es verdad que los esposos, como si fueran esclavos condenados a su propia fragilidad, no pueden permanecer fieles a su entrega total, hasta la muerte! El Señor, que os llama a vivir en la unidad de "una sola carne", unidad de cuerpo y alma, unidad de la vida entera, os da la fuerza para una felicidad que ennoblece y hace que vuestra unión no corra el peligro de una traición, que priva de la dignidad y de la felicidad e introduce en el hogar división y amargura, cuyas principales víctimas son los hijos. La mejor defensa del hogar está en la fidelidad, que es un don de dios, fiel y misericordioso, en un amor redimido por él. Quisiera, una vez más, lanzar aquí un clamor de esperanza y de liberación. Familias del mundo entero, no os dejéis seducir por ese mensaje de mentira que degrada a los pueblo s, atenta contra sus mejores tradiciones y valores, y hace caer sobre los hijos un cúmulo de sufrimientos y de infelicidad. ¡Defended como don precioso e insustituible vuestras familias!; protegedlas con leyes justas. Existen en la historia moderna numerosos fenómenos sociales que nos invitan a hacer un examen de conciencia sobre la familia. En muchos casos hay que reconocer con vergüenza que se han producido errores y desvaríos. ¿Cómo no denunciar aquellos comportamientos, motivados por el desenfreno y la irresponsabilidad, que conducen a tratar a los seres humanos como a simples cosas o instrumentos de placer pasajero y vacío?¿Cómo no reaccionar ante la falta de respeto, la pornografía y toda clase de explotación, de la que en muchos casos los niños pagan el precio más caro? Las sociedades que se despreocupan de la infancia son inhumanas e irresponsables. Los hogares que no educan íntegramente a sus hijos, que los abandonan, cometen una gravísima injusticia, de la que deberán rendir cuentas ante el tribunal de Dios. Sé que no pocas familias, a veces, son víctimas de situaciones que las superan. En esos casos, es preciso apelar a la solidaridad de todos, porque los niños acaban sufriendo todas las formas de pobreza: la de la miseria económica y, sobre todo, d e la miseria moral, que da origen a que haya muchos "huérfanos de padres vivos". Acoged a vuestros hijos con amor responsable; defendedlos como un don de Dios, desde el instante en que son concebidos, en que la vida humana nace en el seno de la madre. Que el crimen abominable del aborto, vergüenza de la humanidad, no condene a los niños concebidos a la más injusta de las ejecuciones: la de los seres humanos más inocentes. Padres y familias del mundo entero, dejad que os lo diga: Dios os llama a la santidad. El os ama muchísimo y desea vuestra felicidad, pero quiere que sepáis conjugar siempre la fidelidad con la felicidad, pues una no puede existir sin la otra. No dejéis que la mentalidad hedonista, la ambición y el egoísmo entren en vuestros hogares. La entrega mutua, bendecida por Dios e impregnada de fe, esperanza y caridad permitirá alcanzar la perfección y la santificación de cada uno de los esposos. En otras palabras, servirá como núcleo santificador de la misma familia y será instrumento de difusión de la obra Juan Pablo II. Encuentro del Santo Padre Juan Pablo II con las familias en Río de Janeiro durante los días 2-6 octubre 1987

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LOS PADRES AFRONTAN UNA PREOCUPACIÓN REAL Por desgracia hoy, incluso en las sociedades cristianas, no faltan motivos a los padres para estar preocupados por la estabilidad de los futuros matrimonios de sus hijos. Deben, sin embargo, reaccionar con optimismo, procurando dar a sus hijos una profunda formación cristiana que los haga capaces de superar las diversas dificultades. El amor a la castidad, favorece el respeto mutuo entre el hombre y la mujer y confiere la capacidad de compasión, ternura, tolerancia, generosidad, y sobre todo, espíritu de sacrificio, sin el cual ningún amor se mantiene. El respeto de los padres hacia la vida y hacia el misterio de la procreación, evitará en el niño o en el joven la falsa idea de que las dos dimensiones del acto conyugal, la unitiva y la procreativa, puedan separarse según el propio arbitrio. Una educación cristiana de la castidad en familia no puede silenciar la gravedad moral que implica la separación de la dimensión unitiva de la procreativa en el ámbito de la vida conyugal, que tiene lugar sobre todo en la contracepción y en la procreación artificial: en el primer caso, se pretende la búsqueda del placer sexual interviniendo sobre la expresión del acto conyugal a fin de evitar la concepción; en el segundo caso, se busca la concepción sustituyendo el acto conyugal por una técnica. Esto es contrario a la verdad del amor conyugal y a la plena comunión esponsal. La formación en la castidad ha de formar parte de la preparación a la paternidad y a la maternidad responsables, que, se refieren directamente al momento en que el hombre y la mujer unié ndose, "en una sola carne", pueden convertirse en padres. Este momento tiene un valor muy significativo, tanto por su relación interpersonal como por su servicio a la vida. Ambos pueden convertirse en procreadores -padre y madre- comunicando la vida a un nuevo ser humano. Las dos dimensiones de la unión conyugal, la unitiva y la procreativa, no pueden separarse artificialmente sin alterar la verdad íntima del mismo acto conyugal. Es necesario también presentar a los jóvenes las consecuencias, cada vez más g raves, que surgen de la separación entre la sexualidad y la procreación cuando se llega a practicar la esterilización y el aborto, o a buscar la práctica de la sexualidad separada también del amor conyugal, sea antes, sea fuera del matrimonio. De este momento educativo que se coloca en el plan de Dios, en la estructura misma de la sexualidad, en la naturaleza íntima del matrimonio y de la familia, depende gran parte del orden moral y de la armonía conyugal de la familia, y por tanto, depende también de él, el verdadero bien de la sociedad. El amor conyugal, de acuerdo con lo que afirma la encíclica Humanae Vitae, tiene cuatro características: es amor humano (sensible y espiritual), es amor total, fiel y fecundo. Los padres que ejercen el propio derecho y deber de formar en la castidad a los hijos, pueden estar seguros de ayudarlos a formar, a su vez, familias estables y unidas, anticipando de esta forma, en la medida de lo posible, el gozo del paraíso.

Orientaciones educativas publicadas por el Consejo Pontificio para la Familia. L'Osservatore Romano 1 de noviembre de 1996

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EL DERECHO Y DEBER EDUCATIVO DE LOS PADRES La tarea educativa tiene sus raíces en la vocación primordial de los esposos a participar en la obra creadora de Dios; ellos, engendrando en el amor y por amar una nueva persona, que tiene en si la vocación al crecimiento y al desarrollo, asumen por eso mismo la obligación de ayudarla eficazmente a vivir una vida plenamente humana. Como ha recordado El Concilio Vaticano II: "Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole, y por tanto hay que reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus hijos. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Es pues, deber de los padres crear un ambiente de familia animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos. La familia es, por tanto la primera escuela de las virtudes sociales, que todas las sociedades necesitan El derecho-deber educativo de los padres se califica como esencial, relacionado como está con la transmisión de la vida humana; como original y primario, respecto al deber ed ucativo de los demás, por la unicidad de la relación de amor que subsiste entre padres e hijos; como insustituible e inalienable y que, por consiguiente, no puede ser totalmente delegado o usurpado por otros. Por encima de estas características, no puede olvidarse que el elemento más radical, que determina el deber educativo de los padres, es el amor paterno y materno que encuentra en la acción educativa su realización, al hacer pleno y perfecto el servicio a la vida. El amor de los padres se transforma de fuente en alma, y por consiguiente, en norma, que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto más precioso del amor. Aún en medio de las dificultades, hoy a menudo agravadas, de la acción educativa, los padres deben formar a los hijos con confianza y valentía en los valores esenciales de la vida humana. Los hijos deben crecer en una justa libertad ante los bienes materiales, adoptando un estilo de vida sencillo y austero, convencidos de que "el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene. La familia es la primera y fundamental escuela de socialidad; como comunidad de amor, encuentra en el don de sí misma la ley que la rige y hace crecer. El don de sí, que inspira el amor mutuo de los esposos, se pone como modelo y norma del don de sí que de be haber en las relaciones entre hermanos y hermanas, y entre las diversas generaciones que conviven en la familia. La comunión y la participación vivida cotidianamente en la casa, en los momentos de alegría y de dificultad, representa la pedagogía más concreta y eficaz para la inserción activa, responsable y fecunda de los hijos en el horizonte más amplio de la sociedad. Para los padres cristianos la misión educativa, basada en su participación en la obra creadora de Dios, tiene una fuente nueva y específica en el sacramento del matrimonio, que los consagra a la educación propiamente cristiana de los hijos, es decir, los llama a partici par de la misma autoridad y del mismo amor de Dios Padre y de Cristo Pastor, así como del amor materno de la Iglesia, y los enriquece en sabiduría, consejo, fortaleza y en los otros dones del Espíritu Santo, para ayudar a los hijos en su crecimiento humano y cristiano. En virtud del ministerio de la educación los padres, mediante el testimonio de su vida, son los primeros mensajeros del Evangelio ante los hijos. Es más, rezando con los hijos, dedicándose con ellos a la lectura de la Palabra de Dios e introduciéndolos en la intimidad del Cuerpo de Cristo mediante la iniciación cristiana, llegan a ser plenamente padres, es decir, engendradores no sólo de la vida corporal, sino también de aquella que, mediante la renovación del Espíritu, brota de la Cruz y Resurrección de Cristo. Exhortación Apostólica de S.S. Juan Pablo II "Familiaris Consortio" n.36-37-38 y 39

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LOS PADRES Y LA ESCUELA CATÓLICA

"Puesto que los padres han dado la vida a sus hijos, están gravemente obligados a la educación de la prole y, por tanto, ellos son los primeros y obligados educadores. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Declara igualmente el sagrado Concilio que los niños y adolescentes tienen derecho a que se les estimule a apreciar con recta conciencia los valores morales y a prestarles su adhesión personal y también a que se les estimule a conocer y amar a Dios. Hermosa es, por tanto, y de suma importancia la vocación de todos los que ayudando a los p adres en el cumplimiento de su deber y en nombre de la comunidad humana, desempeñan la función de educar en las escuelas. Esta vocación requiere dotes especiales de alma y de corazón, una preparación diligentísima y una facilidad constante para renovarse y adaptarse". Concilio Vaticano II - EC n.1,3,5

"Más que cualquier otro programa de educación promovido por la Iglesia, la escuela católica tiene la oportunidad y la obligación de estar orientada al servicio cristiano, porque ayuda a los estudiantes a adquirir cualidades, virtudes y hábitos del corazón y de la mente, que se necesitan para un servicio efectivo a los demás. Basándose en lo que ven y oyen, los estudiantes deberían tomar mayor conciencia de la dignidad de toda persona humana y asimilar gradualmente los elementos clave de la doctrina social de la Iglesia y su solicitud por los pobres. Las instituciones católicas deberían continuar su tradición de compromiso en favor de la educación de los pobres, a pesar de la carga financiera que implica. En algunos casos, puede ser necesario encontrar modos de repartir más equitativamente esta carga, para que las parroquias que tienen escuelas no las sostengan solas. La escuela católica es un lugar donde los estudiantes comparten una experiencia de fe en Dio s y aprenden las riquezas de la cultura católica. Las escuelas católicas, al tener debidamente en cuenta las etapas del desarrollo humano, la libertad de las personas y los derechos de los padres en la educación de sus hijos,deben ayudar a los estudiantes a profundizar su relación personal con Dios y a descubrir que el significado más profundo de todas las cosas humanas está en la persona y en la enseñanza de Jesucristo. La oración y la liturgia,especialmente de los sacramentos de la Eucaristía y la penitencia, deberían marcar el ritmo de la vida de la escuela católica. Transmitir conocimientos sobre la fe, aunque es esencial, no basta. Para que los estudiantes de las escuelas católicas adquieran una genuina experiencia de la Iglesia es fundamental el ejemplo de los profesores y de los demás responsables de su formación: el testimonio de los adultos en la comunidad escolar es parte vital de la identidad de la escuela. Innumerables profesores , religiosos y laicos,así como muchos miembros del personal de las escuelas católicas, han mostrado cómo a lo largo de los años, su competencia profesional y su empeño se basan en los valores espirituales, intelectuales y morales de la tradición católica". Juan Pablo II L"Osservatore Romano 19 de junio de 1998

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LA ESCUELA SE INICIA EN EL HOGAR Se educa para el éxito, para ganar más, para llegar a lo más alto en la cúpula de los placeres. El cerebro va archivando mensajes para ampliar sus conocimientos, para conocer con más exactitud los secretos del triunfo. Y se olvida que la educación debería tender a hacer de nuestros niños adultos felices. Los niño se desesperan entre deberes, obligaciones, presiones, imposiciones, lecciones... Y apenas queda tiempo para el juego, para la conversación amistosa. Una sociedad que no es generosa, que lo hace todo pensando en la ganancia máxima, que no sabe de gratis, es una sociedad enferma. Y una sociedad enferma genera individuos infelices. La escuela que quiera cumplir su misión pedagógica de una forma satisfactoria deberá: . Crear espacios de madurez donde el individuo descubra la verdad por sí mismo, sin imposiciones encadenantes. 

Convertirá los conflictos en motivos de provechoso aprendizaje



Logrará encontrar la síntesis adecuada entre bienestar y felicidad



Buscará la posesión de sí mismo, y no de cosas superficiales que no pueden llenar el corazón



Entenderá la belleza de la gratitud, de la donación generosa



Sabrá descubrir las vetas de felicidad escondidas en el corazón de las cosas, de las personas y de los acontecimientos

La escuela se inicia en el hogar de cada niño. Muchos fracasos escolares comienzan por la mañana, antes de salir de casa, cuando los niños afrontan un día lleno de tensiones, de crispación, de falta de ternura y de amor. La perfecta sintonía de los padres entre sí y el apropiado equilibrio entre las actividades escolares y las labores familiares nos abren los caminos de una educación feliz. Si dejáramos la enorme preocupación por unos resultados inmediatos, si valorásemos el esfuerzo, la dedicación y la cordura de miles de niños, lograríamos que se desarrollaran oportunamente sin traumas ni decepciones. Aun sin darnos cuenta, vamos dejando en el alma del niño el resquemor de nuestras frustraciones o la desilusión de nuestros fracasos o la decepción de nuestra falta de voluntad. Proyectamos todo aquello que es significativo en nuestra existen cia sobre la frágil vida de cada niño. Si deseamos que nuestros hogares y nuestras escuelas sean irradiación de felicidad, debemos cambiar la competencia por la colaboración; la ausencia prologada por el acercamiento amistoso; lo superficial por lo profundo; la sospecha por la confianza; la desesperación por la cordura; el consumismo por el crecimiento equilibrado; la vida amarga por una vida feliz. Todo un programa para tantos educadores y padres que se debaten en la inútil actividad de hacer de los n iños depósitos de conocimientos que, más tarde, no saben integrar en una vivencia gozosa. El destino de los niños es la felicidad. Mientras haya profetas de la felicidad y de la esperanza se mantendrá en nuestro mundo la luz radiante de una educación acertada.

Gregorio Mateu Estarellas licenciado en psicología y pedagogía

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FAMILIA Y TELEVISÓN "Para el recto uso de los medios de comunicación es absolutamente necesario que todos los que se sirven de ellos conozcan y lleven a la práctica en este campo las, normas de orden moral. Consideren, pues, la especial naturaleza de las cosas que se difunden a través de estos instrumentos, según la peculiar naturaleza de cada uno; tengan a la vez, en cuenta las circunstancias o condiciones todas, es decir: el fin, las personas, el lugar, el tiempo y demás datos que entran en juego en los diversos medios de comunicación, y aquellas otras circunstancias que pueden hacerlos perder su honestidad o cambiarla; entre las cuales cuenta el carácter específico con que actúa c ada instrumento, es decir, su propia fuerza, que puede ser tan grande que los hombres, sobre todo, si no están formados, difícilmente sean capaces de advertirla, dominarla y, si llega el caso, rechazarla". MC n.4

"La televisión puede enriquecer la vida familiar. La televisión puede perjudicar la vida familiar: al difundir valores y modelos de comportamientos falseados y degradantes, al emitir pornografía e imágenes de violencia brutal; al inculcar el relativismo moral y el escepticismo religioso, al dar a conocer relaciones deformadas, incluso cuando los programas televisivos no son moralmente criticables, la televisión puede tener efectos negativos en la familia. Puede contribuir al aislamiento de los miembros de la familia en su propio mundo, impidiendo auténticas relaciones interpersonales; puede también dividir a la familia, alejando a los padres de los hijos y a los hijos de los padres. Dios ha confiado a los padres la grave 'responsabilidad de ayudar a los hijos desde la más tierna edad, a buscar la verdad y a vivir en conformidad con la misma, a buscar el bien y a fomentarlo. Tienen el deber de conducir a sus hijos a que aprecien todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro y de amable. Además de ser espectadores capaces de discernir por sí mismos, los padres deberían de contribuir activamente a formar en sus hijos hábitos de ver la televisión, que les lleven a un sano desarrollo humano, moral y religioso. Los padres deberían de informar anticipadamente a sus hijos acerca del contenido de los programas y hacer una selección responsable, teniendo como objetivo el bien de la familia, para decidir cuales conviene ver y cuáles no. Deberían también discutir con sus hijos sobre la televisión, ayudándoles a regular la cantidad y la calidad de los programas, y a percibir y juzgar los valores éticos que encierran determinados programas, porque la familia es el vínculo privilegiado para la transmisión de aquellos valores religiosos y culturales que ayudan a la persona a adquirir la propia identidad. Formar esos hábitos en los hijos a veces equivale simplemente a apagar la te levisión porque hay algo mejor que hacer, porque es necesario en atención a otros miembros de la familia, o porque la visión indiscriminada de la televisión puede ser perjudicial. Los padres de forma regular y prolongada usan la televisión como una especie de niñera electrónica, abdican de su papel de educadores primarios de sus hijos. Tal dependencia de la televisión puede privar a los miembros de la familia de las posibilid ades de integración mutua a través de la conversación, las actividades y la oración en común. Los padres prudentes son también conscientes del hecho de que los buenos programas han de integrarse con otras fuentes de información, entretenimiento, educación y cultura. La Iglesia apoya la libertad de palabra y de prensa. Al mismo tiempo, insiste en el hecho de que se ha de respetar el derecho de los individuos, de las familias y de la sociedad a la vida privada, a la decencia pública y a la protección de los valores esenciales de la vida". Juan Pablo II 24 de enero de 1994

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LA FAMILIA ANTE LAS ALTERACIONES CEREBRALES DE SUS HIJOS El cuerpo de una persona es siempre un cuerpo humano con un carácter personal. Independientemente de la gravedad de su alteración cerebral, estas personas no pierden nada del valor absoluto que les ha conferido el acto creador del amor de Dios. Por eso, sostenemos que es muy importante tener siempre presente la dignidad de las personas con alteraciones cerebrales, independientemente de cuán graves puedan parecer. En efecto, las personas pierden de vista su dignidad cuando la mentalidad hedonista y utilitarista dominante las suprime mediante el aborto eugenésico, el infanticidio y la eutanasia. Proclamamos la absoluta e inviolable dignidad de las personas con alteraciones cerebrales. Su esperanza de rehabilitación se basa en esta verdad. Reafirmamos que los padres son los primeros maestros, los maestros naturales de sus hijos, y esto vale también para las familias en las que hay personas con alteraciones cerebrales. Declaramos que la familia puede afrontar las situaciones más difíciles, transformando el sufrimiento en amor. las alteraciones cerebrales no deberían describirse simplemente como una "crisis familiar" o como un "peso que hay que soportar". Cuidar a estos miembros de la familia es verdaderamente una vocación de amor abnegado. Recomendamos que se ofrezca el máximo apoyo social a quienes tienen esta responsabilidad. Esperamos que un día la Iglesia pueda proclamar santa a una persona con alteraciones cerebrales. Ciertamente, muchas familias pueden testimoniar los milagros de gracia y reconciliación que estas personas especiales realizan en sus hogares. Reafirmamos el derecho fundamental de toda persona humana a la vida. Desde el momento de la concepción, el embrión y el feto humano deben ser tratados como personas. La persona humana jamás puede ser destruida directa y voluntariamente. El aborto, el infanticidio y la eutanasia no eliminan los defectos; eliminan a la persona que tiene esos defectos. Estas prácticas minan la compasión y desalientan la búsqueda de modos eficaces para mejorar el tratamiento, el cuidado y la atención de los hijos por nacer y de los recién nacidos. Del mismo modo, rechazamos la esterilización de las personas con alteraciones cerebrales (cf. Catecismo de la Iglesia Católica,n.2.297). En lugar de proteger a estos hombres y mujeres, a los que habría que controlar y educar adecuadamente, la esterilización evita las responsabilidades, degrada a estas personas y les hace un gran daño. En vez de impedir la solidaridad humana, la presencia de personas con alteraciones cerebrales puede ser el modo como Dios nos exhorta a una mayor solidaridad en la sociedad, en particular a la luz del correspondiente principio de subsidiariedad. Un cerebro lesionado no impide amar a Dios o a los demás, porque el amor supera las capacidades físicas e intelectuales. Las personas con limitaciones físicas no tienen necesariamente también limitaciones espirituales, aunque no siempre puedan expresarse. Las personas con esas dificultades tienen un misterio, un "secreto especial". En la interioridad y en la oración encuentran a Dios, y así llegan a amarlo a él y a los demás. Pueden revelar estos secretos" susurrándolos a sus amigos que saben permanecer en silencio y escucharles. Recomendamos que la catequesis dirigida a los niños con alteraciones mentales, tanto en la familia como en la parroquia, promueva el sentido de Dios, en particular a través de la oración y la recepción de los sacramentos. Sin embargo, creemos que no somos nosotros quienes conferimos la vida espiritual a estos niños, porque son ellos los que pueden ofrecernos dones espirituales maravillosos. Es preciso oponerse al abuso de la práctica del diagnóstico prenatal, teniendo en cuenta los derechos de todos los hijos por nacer y la rápida evolución de las formas de terapia prenatal y posnatal aplicada a los niños con alteraciones mentales. Congreso internacional "la familia ante las alteraciones cerebrales de sus hijos" organizado por el Pontificio Consejo para la familia. del 12 al 14 de junio del 1997

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RESPONSABILIDAD EDUCATIVA DE LA MADRE ¿Por qué se equivocan con tanta frecuencia los padres a la hora de criar los hijos? ¿Qué se puede hacer para que mejore el quehacer educativo en el hogar? Sabemos que la madre, para bien o para mal, influye notablemente en la salud psíquica de los niños y más significativamente en los primeros años de la vida. Pero, por desgracia, tenemos que constatar la inmadurez de tantas madres que no están preparadas para afrontar debidamente la delicada labor de ayuda al crecimiento del hijo. La persona inmadura se conoce porque en ella predominan los procesos afecti vos -casi siempre irracionales- por encima de los juicios racionales y lógicos, que son los que dan consistencia y validez a los comportamientos humanos. Cuando predomina el corazón sobre las actitudes ponderadas y serenas, llegan situaciones límites, que desequilibran la personalidad. Explotar por cualquier causa, agrandar y agravar las situaciones, alarmarse ante los problemas, no saber tomar decisiones, condicionar la vida de los demás con amenazas y crispaciones, la falta de razonamientos lógicos y sopesados son, entre muchas otras, algunas de las manifestaciones de una persona inmadura. Lo realmente peligroso es que la inmadurez se transmite por imitación y contagio. Y si para los adultos resulta difícil y problemático tratar con personas inmaduras, la situación se agrava cuando los que reciben la influencia negativa del educador inmaduro son los niños. La inmadurez y la falta de serenidad en las posturas de los mayores son el cáncer de la educación. En los primeros años de la vida infantil, la madre tiene una muy especial influencia, ya que ella absorbe en gran parte la vida del pequeño que se mueve y se desarrolla en su entorno. Hemos llegado a unos conocimientos psicológicos y educativos que nos apremian a educar de una forma más apropiada y conveniente. Pero tienen que ser los padres quienes apliquen esta forma educativa en sus hogares. La escuela jamás podrá sustituir la labor formativa del hogar. Las dos grandes lagunas de la crianza en muchos hogares son la ignorancia y la comodidad. No se educa mejor porque se desconocen, en gran parte, las técnicas, los modos de una crianza científica y beneficiosa. Los dos errores que los padres repiten con mayor frecuencia en estos últimos tiempos son. El primero consiste en educar a los hijos sin desarrollar en ellos la capacidad de esfuerzo, ya que todo se lo dan hecho, no les enseña. el trabajo que cuesta conseguir algo, no les inculcan el valor del dinero, no se les estimula a usar debidamente el tiempo. Ello ha propiciado que muchos niños no han educado su voluntad, y por ello, carecen de energía en sus actuaciones y no mantienen la suficiente capacidad de esfuerzo. En segundo lugar, se inculca con marcado interés la búsqueda del triunfo a toda costa. Es cierto que en esta sociedad, montada en torno al éxito, fracasar es el mayor de los quebrantos. La imagen del fracaso ha ido acompañada de decepción, de inevitable desastre, olvidando que las derrotas, los reveses, responsablemente asumidos, son la mejor lección para seguir caminando, incrementa el impulso que nos lleva a seguir luchando por encima de toco para conseguir nuestros propósitos. No parece aceptable que los padres abdiquen de sus responsabilidades educativas, ya que nadie les puede sustituir en el proceso de creación de un clima afectivo en el hogar. Este ventajoso espacio afectivo permitirá al niño afrontar sus responsabilidades escolares con acierto y eficacia, al tiempo que contribuirá a madurar sus potenciales. El secreto de una buena educación radica en no hacer lo que un niño puede hacer por sí mismo. Jerónimo de Moragas Pedagogía Familiar

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LA GRANDEZA EMINENTE DE LA MATERNIDAD Tal vez más hoy que nunca, es necesario revalorizar la idea de la maternidad, que no es una concepción arcaica. Aunque se multipliquen y aumenten las ocupaciones de la mujer, todo en ella muestra y exalta su actitud, su capacidad y su misión de engendrar un nuevo ser. Ella está más preparada que el hombre para la función generativa. En virtud del embarazo y del parto, está unida más íntimamente a su hijo, es más inmediatamente responsable de su crecimiento y participa más intensamente en su alegría, en su dolor y en sus riesgos en la vida. Aunque es verdad que la tarea de la madre debe coordinarse con la presencia y la responsabilidad del padre, la mujer desempeña el papel más importante al comienzo de la vida de todo ser humano. "Es un papel en el que resalta una característica esencial de la persona humana, que no está destinada a cerrarse en sí misma, sino a abrirse y entregarse a los demás" (Gaudium et spes,24). Esta orientación hacia los demás es esencial para la persona, en virtud de la altísima fuente de caridad trinitaria de la que nace el hombre. Y la maternidad constituye un momento culminante de esa orientación personalista y comunitaria. Por desgracia debemos constatar que el valor de la maternidad ha sido objeto de contestaciones y críticas. La grandeza que se le atribuye tradicionalmente ha sido presentada como una idea retrógrada. Algunos la han considerado un límite impuesto al desarrollo de la personalidad femenina, una restricción de la libertad de la mujer y de su deseo de tener y rea lizar otras actividades. Así muchas mujeres se sienten impulsadas a renunciar a la maternidad no por otras razones de servicio, y en definitiva, de maternidad espiritual, sino para poder dedicarse a un trabajo profesional. Muchas, incluso, reivindican el derecho a suprimir en sí mismas la vida de un hijo mediante el aborto, como si el derecho que tienen sobre su cuerpo implicara un derecho de propiedad sobre el hijo concebido. En alguna ocasión, a una madre que ha preferido afrontar el riesgo de perder la vida, se la ha acusado de locura o egoísmo, y en todo caso, se ha hablado de atraso cultural. Son aberraciones en las que se manifiestan los terribles efectos del hecho de haberse alejado del espíritu cristiano, que es capaz de garantizar y de reconstruir también los valores humanos. La concepción de la personalidad y de la comunión humana que se deduce del Evangelio no permite aprobar la renuncia voluntaria a la maternidad por el simple deseo de conseguir ventajas materiales o satisfacciones en el ejercicio de determinadas actividades. Eso constituye una deformación de la personalidad femenina, destinada a la propagación connatural mediante la maternidad. La unión matrimonial no puede agotarse en el egoísmo de dos personas: el amor que une a los esposos tiende a propagarse en su hijo y a transformase en amor de los padres a su hijo. La persona del hijo, aunque acabe de ser concebido, ya goza de unos derechos que se deben respetar. El niño no es un objeto del que su madre puede disponer, sino una persona a la que debe dedicarse, con todos los sacrificios que la maternidad implica, pero también con las alegrías que proporciona (cf.Jn 16,21): A la luz de la revelación bíblica y cristiana, la maternidad aparece como una participación en el amor de Dios hacia los hombres: amor que según la Biblia, tiene también un aspecto materno de compasión y misericordia(cf. Zs 49,15).

Juan Pablo II Julio del año 1994

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DEJAR QUE UN HIJO SE MARCHE NO SIEMPRE ES FACIL El respeto y la solicitud amorosa hacía los padres y familiares forme parte esencial del mensaje cristiano. Pero si se trata de la llamada a su seguimiento particular, Jesús pide que también se alejen de su familia: los Apóstoles abandonaron a su familia, su profesión, su patria. Ese modo de seguir a Cristo continúa en la historia hasta nuestros días. Algunos padres se alegran de que uno de sus hijos o hijas tome esa decisión, pero a este respecto, pueden surgir conflictos con los familiares. Jesús mismo lo previó (cf.Mt 10,37). Dejar que un hijo se marche no siempre es fácil, ni siquiera en el caso del matrimonio. De todos modos, si se abandona la casa por la llamada de Jesús y con plena libertad, no se trata de huir de los deberes familiares, y no se puede achacar a un influjo injustificado por parte de una comunidad. Sólo sería criticable si se buscara a desde una ruptura con los familiares que se esfuerzan también por vivir su fe cristiana. En efecto, todo miembro de la familia es libre de escoger su camino en la vida. También a este propósito es preciso ser tolerantes, respetando la decisión de la conciencia de la persona. Si se vive el seguimiento de Jesús con amor, con decisión y con afecto cristiano, y si se respeta la libre decisión de cada uno, se puede crear una relación de confianza entre la familia natural y la espiritual, con resultados muy positivos. "Los consejos evangélicos de castidad consagrada a Dios, pobreza y obediencia tienen su fundamento en las palabras y el ejemplo del Señor. Recomendados por los Apóstoles, los Padres de la Iglesia, los doctores y los pastores, son un don de Dios, que la Iglesia recibió de su Señor y que con su gracia conserva siempre"(Lumen gentium,43)La decisión de seguir esta forma de vida, si se toma voluntar iamente, no viola los derechos humanos, sino que es la respuesta a una llamada particular de Cristo. De todos modos, los responsables de las diversas comunidades deben apoyar la disponibilidad de los miembros con sinceridad y ayudarles a que fructifique en el espíritu de una verdadera comunión, para la edificación de la Iglesia y para el bien de los hombres. El Evangelio dice que los cristianos no son "del mundo"(Jn 17,16), sino que cumplen su misión en el mundo" (in 17,18). Alejamiento del mundo no significa separación de los hombres y de sus alegrías, preocupaciones y necesidades, sino alejamiento del pecado. Por tanto, Jesús ora por sus discípulos: "No te pido que los restires del mundo, sino que los guardes del maligno" (Jn 17,15). Si los cristianos no hacen ciertas cosas como los demás, o si no siguen completamente la moda, no quiere decir que desprecien el mundo. Sólo rechazan lo que va en contra de su fe o lo que no consideran más importante porque han encontrado "el tesoro escondido en un campo"(hit 13,44). La unión con Cristo debe impulsarlos a no apartarse a un mundo propio, sino a santificar el mundo, transformándolo en la verdad, en la jus ticia y en la caridad. En una sociedad marcada por los medios de comunicación social, en la que la Iglesia d ebe ser una "casa de cristal", debemos afrontar también el desafío de ser trasparentes en el sentido de la primera carta de san Pedro, es decir, "siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza" ( 1 P 3,15). En efecto, la Iglesia, por una parte, es una "sociedad de contradicción", y por otra, una comunidad misionera en medio del mundo. Todos los hombres, viven en el mundo, pero al mismo tiempo se oponen al espíritu del mundo, porque tienden a una meta que está más allá del mundo. Precisamente así cumplen su misión por el bien del mundo. Para decirlo brevemente, lo que es el alma en el cuerpo eso son los cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo, y los cristianos los hay por todas las ciudades del mundo. Habita el alma en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; así los cristianos habitan en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; así los cristianos son conocidos como quienes viven en el mundo, pero su religión sigue siendo invisible. Tal es el puesto que Dios les señaló y no les es licito desertar de él.

L Osservatore Romano 15 de agosto de 1997

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METODOS E IDEOLOGIAS QUE LOS PADRES DEBEN EVITAR No es posible indicar todos los métodos inaceptables: se presentan solamente algunos más difundidos, que van contra los derechos de los padres y la vida moral de sus hijos. En primer lugar deben rechazar la educación sexual secularizada y antinatalista, que pone a Dios al margen de la vida y considera el nacimiento de un hijo como una amenaza. La difunden grandes organismos y asociaciones internacionales, promotoras del aborto, la esterilización y la contracepción. Dichos organismos buscan suscitar entre los niños y los jóvenes el temor ante la "amenaza de la superpoblación", para promover así la mentalidad "anti -vida"; difunden falsos conceptos sobre la "salud reproductiva" y los "derechos sexuales y reproductivos" de los jóvenes. Algunas organizaciones antinatalistas sostienen clínicas que, violando los derechos de los padres, ofrecen el aborto y la contracepción para los jóvenes, promoviendo la promiscuidad y el incremento de los embarazos entre las jóvenes. "Mirando al año 2000, ¿cómo no pensar en los jóvenes? ¿Qué se les propone? Una sociedad constituida por cosas y no por personas; el derecho a hacer todo, desde la más tierna edad, sin límite alguno, pero con la mayor seguridad posible. Por otra parte vemos que la entrega desinteresada de sí, el control de los instintos y el sentido de la responsabilidad son considerados nociones pertenecientes a otra época. Otro abuso tiene lugar cuando se imparte la educación sexual enseñando a los niños, también gráficamente, todos los detalles íntimos de las relaciones genitales. Esto se realiza hoy frecuentemente con el fin de ofrecer una educación para el "sexo seguro", sobre todo en relación con la difusión del sida. En este contexto, los padres deben rechazar la promoción del llamado "safe sex" o "safer sex", una política peligrosa e inmoral, basada en la teoría ilusoria de que el preservativo (condón) puede dar protección adecuada contra el sida. Los padres deben insistir en la continencia fuera del matrimonio y en la fidelidad en el matrimonio como la única educación verdadera y segura para la prevención de dicho contagio. Otro método ampliamente utilizado, y a menudo igualmente dañoso, es la llamada "clarificación de los valores". Los jóvenes son animados a reflexionar, clarificar y decidir las cuestiones morales con la máxima "autonomía" ignorando, sin embargo, la realidad objetiva de la ley moral en general, y descuidando la formación de las conciencias sobre los preceptos morales cristianos específicos, corroborados por el Magisterio de la iglesia. Se infunde en los jóvenes la idea d e que un código moral ha de ser algo creado por ellos mismos, como si el hombre fuera fuente y norma de la moral. Los padres han de prestar atención también a los modos con los cuales la instrucción sexual se inserta en el contexto de otras materias, sin duda útiles (por ejemplo: la sanidad y la higiene, el desarrollo personal, la vida familiar, la literatura infantil, los estudios sociales y culturales, etc.) En estos casos es más difícil controlar el contenido de la instrucción sexual. Es necesario tener presente, como orientación general, que todos los distintos métodos de educación sexual deben ser juzgados por los padres a la luz de los principios y de las normas morales de la Iglesia, que expresan los valores humanos de la vida cotidiana. No deben olv idarse los efectos negativos que algunos métodos pueden producir en la personalidad de los niños y de los jóvenes.

Orientaciones educativas publicadas por el Consejo Pontificio cara la Familia L Osservatore 1 de noviembre de 1996

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CONSECUENCIAS DE LAS FAMILIAS DISGREGADAS Es conocido el sufrimiento de muchas familias que se encuentran disgregadas, hijos que desde hace tiempo están separados de sus padres creciendo lejos del afecto de la familia y sin recibir formación, con el riesgo de que los más pequeños y los más vulnerables queden marcados física y psíquicamente. ¡Cuánto desearía que todas las familias se sintiesen envueltas por el amor de Jesucristo Redentor! Compete de hecho a la pareja como "comunidad íntima de vida y de amor" la misión de guardar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo por la Iglesia. El matrimonio, a través del cual los esposos son llamados a crecer continuamente en la comuni ón interpersonal; y a ofrecer estabilidad y esperanza a un mundo destrozado por el odio y por la división. Dios no dejará de darles la gracia necesaria que alimente y desarrolle la comunión de vida y la mantenga indisoluble hasta la muerte. Me limito a acentuar la necesidad de que os pongáis en guardia, contra un peligro insidioso: de ser envueltos y arrastrados por una mentalidad contraria a la vida. Se trata de las concepciones materialistas y visiones del mundo inmanentista que pretende inculcar, y no dudan en propagar sistemas en los que se parta del principio, no justificado, de que el progreso sólo será posible si la población no crece. Contra esta aberración, la Iglesia está decididamente a favor de la vida, pues no está demostrado, mínimamente, que todo el crecimiento demográfico es incompatible con el desarrollo auténtico. Pero, conociendo bien les graves problemas producidos por la superpoblación en algunas regiones y las situaciones difíciles a las que las parejas tienen que enfrentarse, la Iglesia, favorecedora de una paternidad responsable, da normas en orden a que se conozcan y se respeten los métodos naturales para regular la fecundidad. En la medida en que la familia se mantenga fiel al proyecto de Dios podrá corresponder a todas las necesidades de la Iglesia y de la sociedad. La familia es el eje donde convergen los valores que protegen la misma vida y el núcleo social fundamental de toda la civilización del amor. ¡No cedáis a las teorías extrañas ni a las presiones que debilitan vuestra unidad y estabilidad y destruyen la felicidad! ¡No caminéis por las sendas del egoísmo, que os alejan de vuestros valores y tradiciones! ¡La familia es una comunidad y una fuente de amor! ¡Sed fermento de reconciliación y de unidad en la familia! Usad de la caridad para con todos, no os dejéis abatir por el desánimo, sed siempre pacíficos, como Cristo nos enseñó. La Iglesia, al defender la moral conyugal y la indisolubilidad, sabe que contribuye a la instauración de una civilización verdaderamente humana; ella compromete al hombre a no abdicar la propia responsabilidad para someterse a los medios técnicos; defiende con esto mismo la dignidad de los cónyuges. Fiel a las enseñanzas y al ejemplo del Salvador, ella se demuestra amiga sincera y desinteresada de los hombres a quienes quiere ayudar, ya desde su camino terreno, a "participar como hijos en la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres".

Juan Pablo 1I octubre de 1988

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LOS PADRE5, MAESTROS DE ORACION En virtud de su dignidad y misión, los padres cristianos tienen el deber específico de educar a sus hijos en la plegaria, de introducirlos progresivamente al descubrimiento del misterio de Dios y del coloquio personal con Él: "Sobre todo en la familia cristiana, enriquecida con la gracia y los deb eres del sacramento del matrimonio, importa que los hijos aprendan desde los primeros años a conocer y a adorar a Dios y a amar al prójimo según la Fe recibida en el bautismo. Elemento fundamental e insustituible de la educación a la oración es el ejemplo concreto, el testimonio vivo de los padres; sólo orando junto con sus hijos, el padre y la madre, mientras ejercen su propio sacerdocio real, calan profundamente en el corazón de sus hijos, dejando huellas que los posteriores acontecimientos de la vida no lograrán borrar. Escuchemos de nuevo la llamada que Pablo VI ha dirigido a las madres y a los padres: "Madres, ¿enseñáis a vuestros niños las oraciones del cristiano? ¿Preparáis de acuerdo con los sacerdotes, a vuestros hijos para los sacramentos de la primera edad: confesión, comunión, confirmación? ¿Los acostumbráis, si están enfermos, a pensar en Cristo que sufre? ¿A invocar la ayuda de la Virgen y de los santos? ¿Rezáis el rosario en familia? Y vosotros, padres, ¿sabéis rezar con vuestros hijos, con toda la comunidad doméstica, al menos alguna vez? Vuestro ejemplo, en la rectitud del pensamiento y de la acción, apoyado por alguna oración común vale una lección de vida, vale un acto de culto de un mérito singular; lleváis de este modo la paz al interior de los muros domésticos: Recordad, así edificáis la Iglesia. Hay una relación profunda y vital entre la oración de la Iglesia y la de cada uno de los fieles, como ha afirmado claramente el Concilio Vaticano II. Una finalidad importante de la plegaria de la Iglesia doméstica es la de constituir para los hijos la introducción natural a la oración litúrgica propia de toda la Iglesia, en el sentido de prepararse a ella y de extenderla al ámbito de la vida personal, familiar y social. De aquí se deriva la necesidad de una progresiva participación de todos los miembros de la familia cristiana en la Eucaristía, sobre todo los domingos y días festivos, y en los otros sacramentos, de modo particular en los de la iniciación cristiana de los hijos. Las directrice s conciliares han abierto una nueva posibilidad a la familia cristiana, que ha sido colocada entre los grupos a los que se recomienda la celebración comunitaria del Oficio divino. Para preparar y prologar en casa el culto celebrado en la Iglesia, la famili a cristiana recurre a la oración privada, que representa gran variedad de formas. Además de las oraciones de la mañana y de la noche, hay que recomendar explícitamente -siguiendo también las indicaciones de los Padres Sinodales- la lectura y meditación de la Palabra de Dios, la preparación a los sacramentos, la devoción y consagración al Corazón de Jesús, las varias formas de culto a la Virgen Santísima, la bendición de la mesa, las expresiones de la religiosidad popular. Dentro del respeto debido a la libertad de los hijos de Dios, la Iglesia ha propuesto y continúa proponiendo a los fieles algunas prácticas de piedad en las que pone una particular solicitud e insistencia. Entre éstas es de recordar el rezo del rosario: "Y ahora, en continuidad de intenció n con nuestros predecesores, queremos recomendar vivamente el rezo del santo Rosario en familia... no cabe duda de que el Rosario a la Santísima Virgen debe ser considerado como una de las más excelentes y eficaces oraciones comunes que la familia cristia na está invitada a rezar. Nos queremos pensar y deseamos vivamente que cuando un encuentro familiar se convierta en tiempo de oración, el Rosario sea su expresión frecuente y preferida. Así la auténtica devoción mariana, que se expresa en la unión sincera y en el generoso seguimiento de las actitudes espirituales de la Virgen, constituye un medio privilegiado para alimentar la comunión de amor de la familia y para desarrollar la espiritualidad conyugal y familiar. Ella, la Medre de Cristo y de la Iglesia, e s en efecto y de manera especial la Madre de las familias cristianas, de las iglesias domésticas.

Exhortación Apostólica de S.S. Juan Patio II "Familiaris Consortio" n.60-61

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NUNCA ES TARDE PARA AMAR El impulso, el deseo, la satisfacción del sexo no son el amor. Tienden a él pero no lo alcanzan. El amor es superación. Entiéndase bien, así como la cúspide de la pirámide forma parte de ella, así el amor no queda fuera del sexo sino que es su cima y así como una pirámide quedaría truncada si le faltara la cúspide, así el sexo queda truncado, reducido a su mínima expresión cuando le falta el amor. Amor que está por encima del impulso, del deseo, de la satisfacción. Amor que es donación, que es caridad, que es entrega. Amor que es vivir otro dentro de mí mismo. Pero este amor, no puede ser cerrado voluntariamente en el círculo de dos seres si no quiere ahogarse en el egoísmo de lo inmanente. Necesita una mayor transcendencia y por esto nos han sido dados los hijos como consecuencia y transcendencia de nuestro amor. Queramos o no queramos nuestros actos, para bien o para mal, tienen su peso y su volume n y para que éstos tengan un sentido positivo no es suficiente que nuestros actos se produzcan de una manera automática o circunstancial. Sobre el acto automático, ha de actuar una voluntad; sobre el acto fruto del azar, ha de presidir una conciencia, o por decirlo de una manera más clara: nuestros hijos no han de ser tan sólo el fruto de nuestro impulso, sino también y por encima de todo, de nuestro amor. Nos damos cuenta de que son muchos los matrimonios que esta cima del amor aún no la han alcanzado. Matrimonios que se realizan, llegan a constituir una familia que no abandona a los hijos, que los cuida, pero sin llegar a alcanzar el amor. Comúnmente se confunde el amor con el enamoramiento y se cree que dos enamorados -por sólo el hecho de estarlo- son dos seres que realmente se amen. El enamoramiento es una de las grandes puertas para entrar en el amor y muchos son los enamorados que acaban amándose, pero también pueden acabar amándose aquellos que, partiendo de razones ajenas al enamoramiento, han aprendido a vivir juntos con abnegación y fidelidad. No es el enamoramiento la única puerta para entrar en el amor, ni a veces es la más segura. El estar enamorado, no es una esencia del individuo, no forma parte de su substancia; es un estado y como todo estado puede desaparecer sin apenas dejar rastro. El amor no es un estado, es una perfección, es decir, una forma definitiva para quien lo alcanza. El que está enamorado puede dejar de estarlo algún día. El que ama nunca deja de hacerlo. El que a través de su enamoramiento alcanzó el amor tal vez se dará cuenta algún día de que su enamoramiento se desvaneció, pero no su amor. El que a pesar de haber estado enamorado no alcanzó el amor, cuando se da cuenta de que su enamoramiento desaparece, se encuentra frente al más terrible y angustioso de los vacíos. Son muchos los matrimonios que no aciertan a alcanzar el amor porque se casaron sin estar enamorados y creen que por este no haber estado enamorados ya no pueden ser amorosos. ¡Tremendo error! Muy pronto en la vida pasa la edad de enamorarse, pero nunca es tarde para amar. Porque el enamoramiento es característico de ciertas edades, mientras que el amor es posible en todas ellas. Cuanto mayor es el hombre, cuanto mayor es la mujer, más capaces son para el amor, porque ha disminuido su capacidad para el egoísmo. Que no se acongoje aquel a quien le decimos que sólo el que ama consigue la ple nitud y la grandeza de su sexo si se da cuenta de que él aún no ha amado. Aún está a tiempo. Hoy mismo que mire a su esposa con nuevos ojos, que reciba a su esposo con nuevos brazos, que sepan comenzar a vivir viviendo el uno en el otro. Y hoy mismo comenzará su felicidad a través de su entrega. Jerónimo de Noragas "Pedagogía Familiar"

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ELOGIO DE LA MUJER HACENDOSA "Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas preciosas. Su marido se fía de ella, y no le faltan riquezas. Le trae ganancias y no pérdidas todos los días de su vida. Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre. Está vestida de fuerza y dignidad, sonríe ante el día de mañana. Abre la boca con sabiduría y su lengua enseña con bondad. Sus hijos se levantan para felicitarla, su marido proclama su alabanza: "Muchas mujeres reunieron riquezas, pero tú las ganas a todas. Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura, la que teme al Señor merece alabanza. Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza" (Del libro de los Proverbios 31, 10-31). "La esposa viene a ser como el sol que ilumina a la familia. Dice la Sagrada Escritura: "El sol brilla en el cielo del Señor, la mujer bella, en su casa bien arreglada". Sí, la esposa y la madre es el sol con su generosidad y abnegación, con su constante prontitud, con su delicadeza vigilante y previsora en todo cuanto puede alegrar la vida a su marido y a sus hijos. Ella difunde en torno de sí luz y calor; y se suele decirse de un matrimonio que es feliz, cuando cada uno de los cónyuges, al contraerlo, se consagra a hacer feliz, no a sí mismo, sino al otro, este noble sentimiento e intención, aunque les obligue a ambos, es sin embargo virtud principal de la mujer, que le nace con las palpitaciones de madre y con la madurez del corazón; madurez que, si recibe amarguras, no quiere dar sino alegrías; si recibe humillaciones, no quiere devolver sino dignidad y respeto, semejante al sol que, con sus albores, alegra la nebulosa mañana y dora las nubes con los rayos de su ocaso. La esposa es el sol de la familia con su ingenua naturaleza, con su digna sencillez y con su majestad cristiana y honesta. ¡Oh si supieseis cuán profundos sentimientos de amor y de gratitud suscita e imprime en el corazón del padre de familia y de los hijos semejante imagen de esposa y de madre! (Pio XII 11 de marzo de 1942). "La Iglesia defendiendo la dignidad de la mujer y su vocación ha mostrado honor y gratitud para aquellas que -fieles al evangelio- han participado en todo tiempo en la misión apostólica del pueblo de Dios. En cada época y en cada país encontramos numerosas mujeres "perfectas" (cf. Prov 31,10) que, a pesar de las persecuciones, dificultades o discriminaciones, han participado en la misión de la Iglesia. El testimonio y las obras de mujeres cristianas han incidido significativamente tanto en la vida de la Iglesia como en la sociedad. También ante graves discriminaciones sociales las mujeres santas han actuado "con libertad", fortalecidas por su unión con Cristo. También en nuestros días la Iglesia no cesa de enriquecerse con el testimonio de tantas mujeres que realizan su vocación a la santidad. Las mujeres santas son una encarnación del ideal femenino, pero son también un modelo para todos los cristianos, un modelo de la "sequela Christi" -seguimiento de Cristo-, un ejemplo de cómo la esposa ha de responder con amor al amor del esposo".

Juan Pablo II Carta Apostólica "Mulieris Dignitatem"

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"APRENDIÓ SU FE EN LAS RODILLAS DE SU MADRE" "Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día"(Jn 6,40). Ante la muerte, el ser humano siente precisamente ese miedo, el miedo de perderse. Su corazón vacila; todas sus certezas le parecen precarias; y la oscuridad de lo desconocido lo lleva al desconcierto. Estas consideraciones, surgen espontáneas en nuestro corazón, mientras nos encontramos reunidos en oración ante los restos mortales de nuestro hermano, el querido Eduardo Francisco Pironio, cardenal, a quien hoy acompañamos a su última morada. Fue testigo de la fe valiente que sabe fiarse de Dios, incluso cuando, en los designios misteriosos de su Providencia, permite la prueba. Aprendió su fe en las rodillas de su madre, mujer de formación cristiana sóli da, aunque sencilla, que supo imprimir en el corazón de sus hijos el genuino sentido evangélico de la vida. "En la historia de mi familia -dijo en cierta ocasión el recordado cardenal- hay algo de milagroso. Cuando nació su primer hijo, mi madre tan sólo tenía 18 años y se enfermó gravemente. Cuando se recuperó, los médicos le dijeron que no podría tener más hijos, pues, de lo contrario, su vida correría un grave riesgo. Fue entonces a consultar al obispo auxiliar de La Plata, que les dijo: "Los médicos pueden equivocarse. Usted póngase en las manos de Dios y cumpla sus deberes de esposa". Mi madre desde entonces dio a luz a otros 21 hijos -yo soy el último-, y vivió hasta los 82 años. Pero lo mejor no acaba aquí, pues después fui nombrado obispo auxiliar de La Plata, precisamente en el encargo de aquel que había bendecido a mi madre. El día de mi ordenación epi scopal -prosigue el cardeanl Pironio- el arzobispo me regaló la cruz pectoral de aquel obispo, sin saber la historia que había detrás. Cuando le revelé que debía la vida al propietario de aquella cruz, lloró". He querido referir este episodio, narrado por el mismo cardenal, porque pone de manifiesto las razones que sostuvieron su camino de fe. Su existencia fue un cántico de fe al Dios de la vida. Lo dice él mismo en su testamento espiritual: "¡Qué lindo es vivir! Tú nos hiciste, Señor, para la vida. La amo, la ofrezco, la espero. Tú eres la vida, como fuiste siempre mi verdad y mi camino". La fe del cardenal Pironio fue probada duramente en el crisol del sufrimiento. Debilitado en su cuerpo por una grave enfermedad, supo aceptar con resignación y paciencia la dura prueba que se le pedía. Sobre esta experiencia dejó escrito: "Agradezco al Señor el privilegio de su cruz. Me siento felicísimo de haber sufrido mucho. Sólo me duele no haber sufrido bien y no haber saboreado siempre en silencio mi cruz. Deseo que, al menos ahora, mi cruz comience a ser luminosa y fecunda". El cardenal Pironio tenía un vivo sentido de la fragilidad humana: en su Testamento espiritual, que nos ha servido de guía en estas reflexiones, varias veces pide perdón. Lo pide con humildad, con confianza. Ante la santidad de Dios, toda criatura humana no puede menos de darse golpes de pecho y confesar: "Te compadeces de todos, porque todo lo puedes" (Sb 11,23). La palabra de Cristo se convierte, en la única clave para resolver el enigma de la muerte. Es la luz que ilumina el camino de la vida y da valor a cada uno de sus instantes: incluso al dolor, al sufrimiento y a la separación definitiva: "Todo el que vea al Hijo y crea en él, tiene la vida eterna", afirma Jesús. Creer en él es fiarse de su palabra, contando sólo con el poder de su amor misericordioso.

Juan Pablo II En la misa de funeral en sufragio del cardenal Eduardo Francisco Pironio 7 de febrero de 1998

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LA ESPOSA QUE LLEGO A SANTA María Margarita, viuda, nació el día 15 de octubre de 1701. Era la mayor de tres hermanas y tres hermanos. A los siete años se quedó huérfana de padre y su familia supo entonces lo que es la pobreza. Estudió dos años en las Ursulinas y cuando regresó a su hogar, ayudó a su madre en el cuidado de la casa y en la educación de sus hermanos. Jovencita conoció a François con el que no tardando contrajo matrimonio y del que tuvo seis hijos, de los cuales dos sólo sobrevivieron. Bien pronto comprendió que su marido no se interesaba por la familia y se ausentaba frecuentemente para el comercio del alcohol con los indios. A estas pruebas se añadía la convivencia con la suegra, que era muy exigente. Cuando su marido enfermó de improviso, ella corrió a atenderlo con gran ternura hasta que murió dejándola en cinta del sexto hijo. Fue entonces cuando comprendió mejor el amor solícito de Dios hacia todos los hombres. Siguió con gran esmero la educación de sus hijos y al mismo tiempo acogió en su casa a una chica ciega y abandonada. María Margarita se nos presenta como una mujer que escuchó decir al Señor: "Consuela a mi pueblo", prepara mi camino saliendo a buscar a los más pobres, aquellos cuya vida es una larga vida de sufrimientos sin solución". Y ella, viuda joven, se da al servicio de los más necesitados todo lo que sus fuerzas y tiempo le permiten. Reconoce a Jesucristo en la persona de los pobres, de los que sufren, de las madres y esposas necesitadas de consuelo y orientación. ¡A cuántos hogares les llegó la luz y la paz a través de los consejos y orientaciones de María Margarita! Santa María Margarita, nos dona con todos los santos una nueva imagen del mundo en el que reinan el amor, la verdad, la justicia y la paz. En su devoción cotidiana María Margarita llevó a los más desprovistos un poco de esta novedad: una comunidad de de amor en la que se respeta a los demás porque el Señor está en cada uno de ellos, está en sus corazones. María Margarita puso su vida completamente en las manos de Dios Creador. Día tras día, con espíritu de profunda confianza, buscó ofrecerse a sí misma con Jesús a nuestro Padre Celestial. Comprendió el significado de la exhortación de san Pedro: “Conviene que viváis en santa conducta y en la piedad, esperando y acelerando la venida del día de Dios”- (2 P 3,11-12); llegó a comprender que todos los hombres y las mujeres son de verdad hermanes y hermanas, que su Padre Celestial no dejará nunca ce estar junto a ellos, y que su amor les llama a una vida activa al servicio de los demás.

Juan Pablo II En la canonización de María Margarita. 9 de diciembre del año 1991

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BEATIFICACION DE DOS ESPOSAS Y MADRES Elevamos hoy al honor de los altares a dos mujeres italianas: Cianna Heretta y Elisabetta Canori. Mujeres de amor heroico. Ambas, esposas y madres ejemplares, que en su vida diaria dieron testimonio de los valores exigentes del Evangelio. Poniendo a estas dos mujeres como modelos de perfección cristiana, deseamos rendir homenaje a todas las madres valientes, que se dedican sin reservas a su familia, que sufren al dar a luz a los hijos, y luego están dispuestas a soportar cualquier esfuerzo, a afrontar cualquier sacrificio, para transmitirles lo mejor de sí mismas. La maternidad puede ser fuente de gozo, pero también puede llegar a ser manantial de sufrimiento, y a veces, el amor se convierte en una prueba, a menudo heroica, que cuesta mucho al corazón de una madre. Hoy no sólo queremos venerar a estas dos mujeres excepcionales, sino también a todas las que no escatiman esfuerzo alguno para educar a sus hijos. ¡Qué extraordinaria es, a veces, su participación en la solicitud del Buen Pastor! ¡Cuánto deben luchar contra las dificultades y loe peligros! ¡Cuántas veces están llamadas a afrontar auténticos lobos, que quieren arrebatarles el rebaño! Y estas madres heroicas no siempre encuentran apoyo en su ambiente. Es más, los modelos de civilización, a menudo promovidos y propagados por los medios de comunicación, no favorecen la maternidad. En nombre del progreso y la modernidad, se presentan como superados los valores de la fidelidad, la castidad y el sacrificio, en los que se han distinguido y siguen distinguiéndose innumerables esposas y madres cristianas. Así sucede que una mujer decidida a ser coherente con sus principios, a menudo se siente profundamente sola. Sola con su amor, al que no puede traicionar y al que debe permanecer fiel. Su principio-guía es Cristo, que nos reveló el amor que nos tiene el Padre. Una mujer que cree en Cristo encuentra un fuerte apoyo precisamente en ese amor que todo lo soporta. Es un amor que le permite considerar que lo hace por un hijo concebido, nacido, adolescente o adulto, lo hace también por un hijo de Dios. Afirma san Juan en la lectura de hoy: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues lo somos" (1Jn 3,1). Somos hijos de Dios. "Cuando esa realidad se manifieste plenamente, seremos semejantes a Dios, porque lo veremos tal cual es" (1Jn 3,2). Os damos las gracias, madres heroicas, por vuestro amor invencible. Os damos las gracia s por el sacrificio de vuestra vida. Os damos las gracias por la intrépida confianza en Dios y en su amor. Tened confianza en Cristo. Sólo él es la piedra angular en que se apoya la dignidad del hombre y su futuro. Y en nadie más existe salvación. En ti, Cristo Jesús, confiamos. Sé tú nuestra salvación y el camino que nos lleva al Padre. ¡Bendice y reconforta en la fe, esperanza y caridad a todas las esposas y madres!

Juan Pablo II 24 de abril de 1994

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BEATIFICACIÓN DE ELISABETTA CANORI Elisabetta nación en Roma en el seno de una familia acomodada, profundamente cristiana y atenta a la educación de sus hijos. El día diez de agosto de 1796 se casó con el joven abogado Cristóbal Mora. El matrimonio fue par a ella una opción madura, pero después de algunos meses, la fragilidad psicológica de Cristóbal puso todo en peligro. Seducido por una mujer de modesta condición, traicionó a su esposa y se alejó de la familia reduciéndola a la miseria. Su respuesta a la infidelidad del marido fue un limpio testimonio de coherencia ética y religiosa: Elisabetta estaba convencida de que nadie se salva solo, y que dios ha confiado a cada uno la responsabilidad de la salvación de los otros para realizar su proyecto de amor. Di os es fiel y paga su fidelidad sacrificando a Cristo. Por ello, no hay razones, convicciones ni intereses que puedan justificar cualquier transgresión al código de la fidelidad que es el amor y la total donación. A las violencias físicas y psicológicas del marido, Elisabetta respondió con una total fidelidad. Con el trabajo de sus manos hizo frente a las necesidades de la familia, atendió con esmero a la educación de sus hijas: Mariana y Lucina. Además del cuidado de la casa, se dedicaba a la oración, al servicio de los pobres y a la asistencia de los enfermos. Su casa fue punto de referencia para numerosas familias que se dirigían a ella buscando auxilio en sus necesidades espirituales y materiales. Desarrolló un apostolado particular en favor de las famili as en dificultad El heroísmo de Elisabetta se expresó en lo cotidiano, en la vida hecha de trabajo, en el compromiso educativo de sus hijas. Vivía sin demasiadas cosas, sencilla y acogedora: para ella la familia era el espacio de las personas, el lugar de la fecundidad, de la solidaridad y de la responsabilidad. El proyecto de mujer encarnado por Elisabetta es muy actual: esposa y madre, trabajadora, anticonformista sin exhibiciones, emprendedora, creativa a la hora de afrontar los conflictos familiares y sociales. Una mujer de ayer y de hoy. Nada condicionó su estilo de vida pobre y humilde ni su espíritu de servicio a los pobres y alejados de Dios. Ofreció su vida por la conversión de su marido; murió en roma, su ciudad, el 5 de febrero de 1825. Inmediatamente después de su muerte, su marido se convirtió, ingresó en la orden secular de los trinitario, más tarde profesó como religioso de los franciscanos conventuales y se ordenó sacerdote.

Juan Pablo II Homilía de beatificación de elisabetta en la plaza de San Pedro el domingo 24 de abril de 1994

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LA RIQUEZA DE LA SENSIBILIDAD FEMENINA El componente femenino al servicio de la sociedad y de la comunidad cristiana, iluminado por la fe, enraizado en la fuente inagotable de la revelación e injertado en la vida de la Iglesia, puede mostrar válidamente, en las formas apropiadas y para beneficio de todos, el “genio” con que dios creador ha querido enriquecer a la mujer. Las narraciones evangélicas nos muestran que la actitud de Cristo con las mujeres se inspiró siempre en la afirmación de la verdad sobre su ser y su misión. Con sus palabras y sus obras, Cristo se opuso a todo lo que ofendía su dignidad. Por tanto, el mensaje del Redentor es obra de liberación; verdad que, una vez conocida, hace libres (Jn 8, 32), de modo que quien vive en ella va a la luz (Jn 3, 21). Lo comprendieron muy bien la Madre de Jesús y las discípulas, que no abandonaron jamás al Maestro, ni siquiera cuando parecía que su vida terrena había concluido con la tragedia de la cruz. Para premiar su fidelidad, Cristo quiso elegirlas como primeros testigos de su resurrección (Mt 28, 1-10; Lc 24, 8-11; Jn 20,18). La sensibilidad característica de la feminidad hizo de las discípulas, an unciadoras privilegiadas de las maravillas realizadas por Dios en Cristo (cf. Hch 2,11) manifestando así la vocación profética que compete a la mujer en la Iglesia y en el mundo. “Entendida así la vocación, lo que es personalmente femenino adquiere una medida nueva: la medida de las “maravillas de Dios”, de las que la mujer es sujeto vivo y testigo insustituible” (Mulieris dignitatem, 16). La sensibilidad femenina se transforma en riqueza para la comunidad de los creyentes y en instrumento insustituible par a la edificación del humanismo cristiano, que es el fundamento de la “civilización del amor”. Amadísimas hermanas, en virtud de esta vocación específica, la mujer está llamada a ser sujeto activo en los procesos que se refieren, ante todo, a ella misma, co mo el respeto a su dignidad personal, su igualdad efectiva como trabajadora, la valoración de la aportación cultural y política que puede ofrecer a la vida civil, su papel en el anuncio del Evangelio, y la promoción de las riquezas de su feminidad en los ámbitos sociales y eclesiales. Se trata de valorar las potencialidades típicas de la mujer, complementaria de los dones con los que dios ha enriquecido la sensibilidad masculina. Ambos constituyen un complemento recíproco y, gracias a esta dualidad, lo “humano2 se realiza plenamente. Hermanas amadísimas, dejaos guiar y sostener por la fuerza de Cristo Redentor; así, viviréis más profundamente la misión que Dios os ha confiado de estar al servicio de la vida por el amor, a imagen de María, “la esclava del Señor” (Lc 1, 38). Esta misión os impulsa a vosotras, mujeres, a ser protagonistas en la humanización de las complejas cuestiones que interpelan o preocupan a la humanidad de nuestro tiempo. Estáis llamadas a ser constructoras de esperanza efectiva, una esperanza que para los creyentes está fortalecida por la gracia del Espíritu Santo, el cual guía y sostiene los esfuerzos a favor de la edificación de una civilización y de una historia cada vez más inspiradas en los valores evangélicos de la justicia, el amor y la paz.

Juan Pablo II. L Osservatore Romano 2 enero 1998

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CARTA DE CONCHA ARMIDA, DE MÉXICO, A SU HIJO MAYOR, PANCHO, EL DÍA QUE SE DESPOSÓ CON ELISA BAZ Agosto, 2 de febrero de 1910. Hijito mío muy querido: has sido un hijo modelo. Espero que serás un esposos tan cristiano, digno, amante y noble como lo fue tu padre, así harás verdaderamente feliz a tu joven y excelente esposa, que con tanta bondad y amor primero, va a unir su suerte con la tuya. Evita cualquier disgusto y procura conservar la paz de tu casa y con su familia, no se te haga pesado ningún sacrificio. Vale más doblegarse que romperse. Con prudencia, educación y cierta condescendencia, evitarás muchos males. Domina a tu esposa con dulzura, prefiriendo el convencimiento y la razón a la fuerza y autoridad, que resfrían, y piensa, que en el matrimonio es muy peligroso apagar la llama del amor, del respeto y de la estimación. No lleves con frecuencia amigos a tu casa, pero tampoco caigas en el odioso papel del celo, porque los maridos desconfiados honran muy poco su dignidad. Con la familia de tu esposa, nunca uses de familiaridad: una estimación sincera, digna y siempre igual, evitando disgustos, aunque tengas que sacrificarte. No tengas nunca para Elisa palabras duras, menos ofensivas; cuando estés violente, calla en los primeros impulsos y, nunca te arrepentirás. Concurre a las diversiones honestas y siempre con tu esposa. Cuando esté enferma, no la dejes por los amigos; estos compromisos le dolerían mucho, aunque tenga la prudencia de no decírtelo. Te diré que ya en el matrimonio, aunque hoy es necesario tener sociedad, es más el amor del hogar, hacerlo amable, sembrarlo de flores, estudiarse mutu amente el carácter y dedicarse a los hijos sacrificándose. Nunca gastes más de lo que tienes, siempre menos. La economía evita en los matrimonios muchas penas. Tampoco seas nunca un avaro; un justo medio, conservando la posición decente y decorosa, evitando el lujo aunque llegaras a ser rico. Que los pobres sean uno de tus gastos ordinarios, y Dios no te faltará. No dejes a tus hermanos si yo falto; ve por ellos como veía su mismo padre a quien tú has representado, mira por su porvenir y más por sus almas. Perdóname, hijito, todos los malos ejemplos que te haya dado y no los sigas. Yo tendría mucho gusto en que este día tan feliz en que Dios va a bendecir tu unión, que usaras ese reloj que trajo tu padre hasta el último día de su vida, recíbelo como obsequio mío y de mucho valor por los recuerdos que encierra. Sé, pues, dichoso en tu matrimonio y lo serás siempre que cumplas la voluntad de Dios y la lleves en medio de tu corazón.

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EL TRABAJO NO DEBE IMPEDIR A LA MUJER CUMPLIR SUS FUNCIONES FAMILIARES DE ESPOSA Y MADRE La entrada de la mujer en la fábrica ha contribuido a cambiar el tradicional estilo de vida, ha quitado en parte a la figura femenina de esposa y madre la tarea, en otros tiempos casi exclusiva, de educar a los hijos y administrar la casa. El ritmo del trabajo, la ausencia prolongada de la casa y la mayor autonomía, tanto económica como psicológica, no han dejado de influir profundamente en las costumbres mentales y en los comportamientos comunes hace algunos decenios. Todo esto no sólo ha tenido repercusiones positivas, sino que con frecuencia, la mujer ha pagado a un precio elevado el progreso moderno. La personalidad femenina, presenta dos dimensiones: la maternidad y la virginidad. Se trata de dos caminos de su vocación de persona que se justifican y se complementan recíprocamente. Sólo si se profundiza la verdad sobre la persona humana, que “no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí misma a los demás, se puede abrir el camino a una comprensión plena de la maternidad de la mujer” (Gaudium et spes, 24) y (Mulieris, 18). En esta maternidad, unida a la paternidad del hombre, se refleja el misterio eterno de la generación, que está en Dios mismo. Aunque ambos, el padre y la madre, son padres de sus hijos, “la maternidad de la mujer constituye una parte especial de este ser padres en común, así como la parte más cualificada”. Es la mujer, en efecto, la que tiene que “pagar directamente por este común engendrar, que absorbe literalmente las energías del su cuerpo y de su alma”. El hombre contrae una deuda especial con la mujer. A la luz de estas consideraciones, es evidente que ningún programa de igualdad de derechos entre el hombre y la mujer puede ser válido si no contempla cuanto acabo de mencionar, pues sería humillante e injusto con las mujeres, a las que de palabra intenta promover y tutelar. Cambian los tiempos y los modos de organizar la sociedad, y se aceleran los ritmos productivos, pero la dignidad y el orden del amor deben permanecer inmutables. La mujer represe nta un valor particular como persona humana, y al mismo tiempo, como aquella persona concreta por el hecho de su feminidad; su dignidad es medida en razón del amor, que es esencialmente orden de justicia y de caridad. El trabajo, como participación personal en la transformación de la creación y fuente de sustento digno, no debe quitar a la mujer, esposa y madre, la posibilidad de cumplir las funciones sociales y familiares que le son características, ya que sólo de esta forma ella encarna su vocación humana , incluso en el horizonte de su femineidad. Una ocupación que limitara los espacios de la mujer y la llevara fuera de su función de amor, impidiéndole la realización total de sí misma, privaría a la comunidad humana y cristiana de una protagonista indispensable para su evolución y su crecimiento como civilización. ¡Cuán necesario, es pues, poner en práctica una nueva evangelización y una pastoral del mudo obrero cualificada y eficaz, que responda concretamente a las exigencias que plantea la organización moderna del trabajo! Sólo así será posible reivindicar y promover un espacio real para el papel de la mujer, esposa, madre y educadora. Sólo en estas condiciones, la familia no sufrirá la ausencia de la función femenina y los hijos no quedarán privados del afecto y del apoyo materno, indispensable para el crecimiento armonioso y el desarrollo equilibrado del núcleo familiar

Juan Pablo II marzo de 1991

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DÍA DE LA MUJER Se celebra hoy en muchas naciones del mundo el “Día de la mujer”. Es una cita significativa que invita a reflexionar en el papel de la mujer en la sociedad, y más aún, en el plan de Dios. Es un papel cuyo reconocimiento ha encontrado muchos obstáculos en la historia; y no puede decirse que actualmente se hayan superado todas las resistencias. Aprovecho con gusto esta ocasión para expresar el deseo de que se llegue finalmente al pleno reconocimiento de la igual dignidad de la mujer y a la adecuada valoración de sus dotes peculiares. La mujer y el hombre se complementan entre sí: no sólo se integran en sentido físico y psíquico, en el orden del obrar, sino también más profundamente en el del ser. La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, se une a la conciencia de que Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano. Naturalmente, cada hombre es confiado por Dios a todos y cada uno. Sin embargo, esta entrega se refiere especialmente a la mujer –sobre todo en razón de su femineidad- y ello decide principalmente su vocación. Tomando pie de esta conciencia y de esta entrega, la fuerza moral de la mujer se expresa en numerosas figuras femeninas del Antiguo Testamento, del tiempo de Cristo, y de las épocas posteriores hasta nuestros días. De este modo, la “mujer perfecta” (cf. Prov 31,10) se convierte en un apoyo insustituible y en una fuente de fuerza espiritual para los demás , que perciben la gran energía de su espíritu. A estas “mujeres perfectas” deben mucho sus familias, y a veces, también las naciones (Mulieris Dignitatem n.30) Desgraciadamente, somos herederos de una historia de enormes condicionamientos, que han entorpecido el camino de las mujeres, cuya dignidad a veces no se ha reconocido, cuyas prerrogativas no han sido tenidas en cuenta, y que con frecuencia, han sido marginadas. Esto les ha impedido ser plenamente lo que deben ser y ha privado a toda la humanidad de auténticas riquezas espirituales. ¡Cuántas mujeres han sido y son valoradas aún hoy más por su aspecto físico que por sus cualidades personales, su competencia profesional, las obras de su inteligencia, la riqueza de su sensibilidad, y en definitiva, por la dignidad misma de sus ser! ¿Y qué decir de los obstáculos que, en tantas partes del mundo, impiden aún a las mujeres su plena inserción en la vida social, política y económica? A este propósito, recordan do que este año se celebra el quincuagésimo aniversario de la Declaración Universal De Derechos Del Hombre, deseo hacer un llamamiento a favor de las mujeres a los que aún hoy, los regímenes políticos de sus países les niegan derechos fundamentales: mujeres segregadas, a las que se les prohíbe estudiar, ejercer una profesión e incluso manifestar en público sus opiniones. ¡Ojalá que la solidaridad internacional acelere el debido reconocimiento de sus derechos! Que María, model de mujer realizada, ayude a todos, y em primer lugar a cada mujer, a comprender el “genio femenino”, no sólo para realizar un designio precioso de Dios, sino también para dar más cabida a la mujer en los diversos ámbitos de la sociedad. Que María presente al Señor las expectativas y las oraciones, el compromiso y los sufrimientos de todas las mujeres del mundo y a todos los hombres y mujeres, les muestre su cercanía materna en el camino de la vida.

Juan Pablo II Ángelus del 8 de marzo de 1998

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EL TRABAJO DE LA MUJER A LA LUZ DEL EVANGELIO La madre es la que da la vida, es como enseña la experiencia, el corazón de la comunidad familiar. El organismo humano deja de vivir cuando deja de funcionar el corazón. No puede faltar en la familia la que hace las veces de corazón. La enseñanza social de la Iglesia pide, que sea plenamente apreciado como trabajo todo lo que la mujer hace en casa, toda su actividad de madre y educadora. Tan importante trabajo no puede ser socialmente despreciado, debe ser constante mente revalorizado si la sociedad no qui ere actuar en daño propio. Si es justo el principio: “ante todo, no el hombre para el trabajo, sino el trabajo para el hombre”. Este axioma humanista debe tener validez en especial cuando se trata del trabajo profesional de la mujer. El trabajo profesional unido al don divino de la maternidad expresa la misión de esposa y madre mediante la transmisión de la verdad de la fe y de los valores éticos. Ella es, en primer lugar la que engendra. Dando la vida al niño, la madre participa en el misterio de la vida. Dios es dador de toda vida y cuanto vive está sometido al cuidado paterno de Dios. Por eso, el niño que vive en el seno de la madre, vive al mismo tiempo en Dios. Junto a Dios, la madre encuentra la gracia del amor y la fuerza espiritual para la protección materna. Unos padres que piden el bautismo para su hijo, asumen conscientemente la tarea de educarlo en la fe. Se han de aplicar con todas sus fuerzas para que el niño pueda alcanzar el completo desarrollo físico y espiritual, y sobre todo, con el ejemplo de la propia vida guían al hijo a la madurez de la vida cristiana. Es verdad que la igual dignidad del hombre y de la mujer justifican plenamente el acceso de la mujer a los cargos públicos. El derecho de acceso a los diversos cargos públicos –propios tanto del hombre como de la mujer- impone contemporáneamente a la sociedad el deber de intervenir con el fin de promover un desarrollo tal de las estructuras laborales y de las condiciones de vida que las esposas y las madres no se vean obligadas a trabajar fuera de casa, y el trabajo en casa, asegure a la familia su completo desarrollo. Los hijos tienen especial necesidad de la dedicación materna para poder crecer como personas responsables, religiosas, oralmente maduras y psíquicamente equilibradas. El bien de la familia es tan grande, que requiere con urgencia de la sociedad de hoy, en todas las partes del mundo, una revalorización de las tareas maternas en el campo de la promoción social de la mujer y entre los que sostienen la necesidad de que ella realice un trabajo remunerado fuera de casa.

Juan Pablo II A las obreras de la fábrica textil de Polonia 13 de junio de 1987