El arte de no creer en nada Geoffroy VALLÉE Traducción, introducción y notas de Leandro GARCÍA PONZO

Introducción

Este pequeño libro, popularizado bajo el título de De arte nihil credendi, fue escrito por Geoffroy Vallée en 1570. Su estilo torpe y su construcción desordenada –que en numerosas ocasiones fueron argumentos para tildar a Vallée de loco– remiten a un autor recién salido de la adolescencia cuya formación estuvo influenciada por los debates de los círculos libertinos de la época. Una lectura atenta lo exime de inmediato de la acusación de insania. La facilidad con que se desenvuelven sus tesis principales y la determinación con que atacan al enemigo, muestran la perspicacia de un joven de ideas lo suficientemente agudas como para ser asediado por la Iglesia con poco más de veinte años. En sus páginas observamos una evaluación de los grados de ignorancia que el ser humano posee, en relación directamente proporcional a su fe en Dios. Vallée examina las creencias del papista, el hugonote, el anabaptista, el libertino y el ateo. Se distancia de este último: el ateo sigue comprometido con la creencia, y sucumbe ante el dogma, por no dedicarse a reflexionar por sí mismo. Señor de La Planchette, nació en Orléans hacia 1550 en el seno de una familia acomodada. Estudió en París, donde se relacionó por primera vez con grupos de jóvenes cultos que, no sin ambigüedades, pretendían emancipar el pensamiento de la autoridad religiosa. En esos ámbitos se le dio el sobrenombre de «bello Vallée». Geoffroy no era un ateo, sino un gnóstico: su Dios es un Dios de saber e intelección, y no de fe y de creencia. Confía en la capacidad del hombre de captar a Dios en los seres y las cosas pero también en la comprensión de sí mismo. Esta intuición, de ser difundida, debería llevar al ser humano a mantenerse lejos de las religiones, que no hacen más que sujetarlo, oprimirlo y volverlo desgraciado mientras aseguran su dominio por vía de la creencia ciega y del terror. En realidad esconAnales del Seminario de Historia de la Filosofía Vol. 29 Núm. 1 (2012): 267-274

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ISSN: 0211-2337 http://dx.doi.org/10.5209/rev_ASHF.2012.v29.n1.39463

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den que Dios es el mundo. Vallée prefigura así una larga tradición panteísta –muchas veces vinculada con el ateísmo– que recién encontrará su nombre con John Toland en 1710. El verdadero título del texto que presentamos a continuación es “La beatitud de los cristianos” o “El flagelo de la fe” y apareció sin mención del editor. Posee, en cambio, la peculiaridad –considerando que se trata de un texto polémico– de estar firmado por su autor. Su circulación llamó la atención del magistrado Nicolas Rapin, quien inició un proceso penal contra Vallée, conduciéndolo primero a los calabozos de Châtelet y luego a las cárceles del Parlamento. Su familia y amigos intentaron intervenir solicitando la demencia del joven Geoffroy. Cuando parecía que el Parlamento se inclinaba a aceptar una pena de prisión perpetua, el confesor de Carlos IX, Arnaud Sorbin –claro opositor de la Reforma y de la libertad de pensamiento– logró hacerlo colgar y quemar. Geoffroy Vallée fue ejecutado el 9 de febrero de 1574. La reputación que ganó el libelo se debe con seguridad al interés que despertó en coleccionistas y bibliómanos, pues su pervivencia se produjo menos por ser un escrito brillante que una curiosidad. Olvidado muchas veces, ha retornado sin embargo en las palabras de pensadores marginales cuya radicalidad los ha ido agrupando en un linaje subterráneo, en innumerables ocasiones perseguido por sus ideas políticas anticlericales y liberadoras. Quignard escribe: “El De arte nihil credendi fue escrito en el final de la adolescencia como el Contr’ un de La Boétie. Está repleto de esa contra-nostalgia, de esa Sehnsucht, de esa aspiración efervescente y vaga, de ese impulso incierto porque ignora todavía que su búsqueda es genital. […] Vallée, La Boétie, Rimbaud, extraordinarios genios bruscos. Vallée tiene veinticuatro años cuando muere en la hoguera. Vallée es el primer libertino.”1 La traducción al español que aquí ofrecemos ha sido realizada a partir de la versión establecida –y adaptada al francés moderno– por Raoul Vaneigem, publicada por la editorial francesa Payot & Rivages, en 2002. Leandro García Ponzo Córdoba, junio de 2011

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Quignard, Pascal, La barca silenciosa, El cuenco de Plata, Bs. As., 2010, p. 168.

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LA BEATITUD DE LOS CRISTIANOS o El flagelo2 de la fe por Geoffroy Vallée

Nativo de Orléans, hijo de Geoffroy Vallée Y de Girarde Berruyer, en cuyos nombres Reunidos, se encuentra: Lerre geru vrey fleo D [Engaño que cura verdadero flagelo de] La Foy bigarrée [La Fe abigarrada] Y en el nombre del hijo Va fleo règle Foy [El flagelo regla la Fe] De otro modo Guere la Fole Foy [Apenas la Loca Fe]3 Dichosos los que saben Y en el saber descansan.

2 El término francés “fléau” también puede vertirse como “calamidad”, “plaga” o “azote”. Es probable que Vallée haya incluido en esta oración el doble sentido del genitivo. En una de las lecturas, la fe sufriría un flagelo. En la otra, ella misma lo constituiría. Esta ambivalencia es un señuelo para atraer lectores y una estrategia de protección ante posibles persecuciones. 3 Lo que se observa en este pasaje es un juego anagramático sobre los nombres de la madre y del padre de Vallée. Aunque no es fácil de intuir lo que quería transmitir con el mismo, podría pensarse que el engaño al que se refiere con “lerre” (del verbo “leurrer”, engañar) podría ser su propio engaño. El título La beatitud de los cristianos es quizás una trampa para el lector desprevenido que, buscando la reproducción del dogma de la Iglesia, no encontraría más que su opuesto. Este fingimiento de Vallée sería el que está en condiciones de curar “el verdadero flagelo de la fe abigarrada”. La hipótesis se refuerza con el ejercicio anagramático final en el que se refiere al “verdadero engaño”, por un lado, y al “engaño”, por otro.

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EL VERDADERO CATÓLICO O UNIVERSAL Tengo mi voluptuosidad con Dios En Dios no hallo más que descanso.

El hombre no cuenta con más comodidad, descanso, beatitud, consuelo y felicidad que su saber, engendrado por la inteligencia y por el conocimiento. Y desde ese momento, cuando este saber antecede, su creencia permanece, lo quiera o no. Esta creencia se denomina creencia engendrada, pues es engendrada en el hombre por el saber que él posee, y jamás puede ser vencida. Pero aquel que cree por fe, o por el temor y el miedo que se suscitan en él, puede alejarse, cambiar y desviarse cuando encuentra algo mejor, desde el momento en que este gran temor ya no lo abraza. Y una creencia tal se denomina creencia provocada, porque un hombre la provoca en otro, sea por la fe que le sugiere o por el miedo que le genera. Esta creencia es muy mala y miserable, y de ella vienen todos los males que alguna vez conocimos y que han sido y serán fuentes de toda abominación. Y por ella el hombre es siempre mantenido y nutrido en la ignorancia. Alojado en este gran y pequeño credo o sobre una creencia semejante, deviene gran bestia; incluso viviendo mil años, no sabrá jamás nada. EL PAPISTA No tengo más que temor de Dios De Dios tengo miedo.

La creencia que el papista dice tener es proferida y hablada como por un loro. Es engendrada en él por temor y miedo, desde la cuna, sin que oiga ni se le haga jamás oír qué es creer. Pues el miedo que posee de ser prontamente incinerado, y el temor, después de la muerte, de ser condenado si no dice que cree en Dios, en virtud de la instrucción de su padre y madre, [lo incitan] a pensar que no creer en Dios es el mayor mal que hay en todo el mundo. Y no posee tiempo para pensar ni intrepidez alguna, tanto el miedo como el temor lo poseen, estando siempre entre dos diablos y verdugos, no pudiendo ser más miserable de lo que es ni estar más condenado de lo que está: privado de inteligencia, de razón, de justicia, de verdad y amistad. Y podemos decirle sin problemas bestia, por no tener conciencia de nada y poseer el entendimiento de Dios tan lleno de temor y miedo. Pues, temiendo a Dios, el hombre pierde el intelecto, no quedándole más que un entendimiento romo y terrestre, como a la bestia. Y permanecerá para siempre igual: colérico, loco, malo y desdichado.

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EL HUGONOTE No tengo solamente miedo de Dios De Dios tengo la esperanza4

La creencia del hugonote, que se engendra, está compuesta de fe y temor. No lo vuelve tan tonto como al papista, puesto que es instruido en alguna demostración y falsa inteligencia, mediante este temor y a través de golpes, de que si no cree no puede ser salvado. Si supiera algo de Dios, es posible que lo condujéramos nuevamente para hacerle conocer y entender que [su actitud] lo condena en lugar de salvarlo y desde entonces juzgaría que eso es su creencia y su fe.5 Pero es una cosa verdaderamente difícil hacer comprender a un hombre al que no lo acompañan la audacia y el celo por el saber, pues [si tuviera esta audacia y este celo por el saber] entonces conocería todas las blasfemias, venenos, pestilencias, abominaciones y maldades que aportan todas las religiones, las que, en lugar de otorgar el verdadero conocimiento de Dios, lo quitan. Y se puede decir que el hombre está en un infierno terrestre, porque no hay [otra] maldición que ser privado de este saber e intelecto. Y este saber y esta intelección, jamás podrá poseerlos aquel que cree y que tiene fe, al menos si no supera su creencia y su fe. Que intente [más bien] por todas las vías y las ciencias alcanzar este saber: porque todas las ciencias no tienen otro fin que este conocimiento y ciencia [suprema] que se denomina Sapiencia. Y ésta, no puede ser obtenida mediante el miedo y la fe. Es más bien el celo y el deseo de conocer lo que es necesario inculcar al hombre, y no decirle que hay que comenzar por temerle a Dios y tener fe en Él. Puesto que en lo que nos toca de cerca, queremos poseer este conocimiento, este saber y esta inteligencia [de Dios], como de alguien que podría hacernos dar cuenta de algo grande, quien tendría la gentileza de decirnos: ahí está lo que tengo para enseñarte, créeme; nosotros responderíamos: quiero saberlo y comprenderlo, pues el único descanso y la única felicidad están en el saber y la intelección, no en la creencia y en la fe. Imaginad que alguien a quien ya hemos pagado una deuda considerable viniera a reclamárnosla otra vez. Sinceramente, ¿qué le responderíamos? ¿«Creo que le he pagado» o «Sé que le he pagado»? 4 Vallée dice en francés “De Dieu j’ai l’espérance”. Es difícil precisar si se quiere decir que el Hugonote posee la esperanza de la presencia divina o, más bien, que éste recibe esta misma esperanza precisamente de Dios. Queda descartado que se trate sólo del primer caso, pues hubiéramos encontrado algo como “J’ai espérance en Dieu”. Sin embargo, también sería exagerado traducir “De Dios obtengo la esperanza” porque se bloquearía automáticamente el matiz que convoca el primer sentido y que la preposición francesa “de” conserva. He optado por el verbo “tener” en español para trasladar del modo más adecuado posible este pequeño nudo semántico. 5 Pues la creencia engendrada por alguien distinto de sí mismo vuelve versátil y dispuesto a cambiar de fe.

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Estoy seguro de que no hay más bello creyente que aquel dispuesto a renunciar de buen grado a decir «creo» para decir «sé». Y eso debe demostrarnos que aquellos que predican y sostienen que es necesario creer no son más que descarados engañadores. En la comprensión y el saber se aloja toda la consolación, toda la felicidad, todo el descanso del hombre. Y no en esta creencia y en esta fe donde ellos quieren que permanezcamos encerrados toda nuestra vida. ¡Y aún en la muerte nos cantan el credo! EL ANABAPTISTA Le tengo miedo a Dios De Dios tengo esperanza6

La creencia del anabaptista es en cierto modo cercana a la del hugonote, excepto que no demuestra tanto temor a Dios, lo que lo vuelve menos insensato y menos ignorante que aquél. Los anabaptistas no desean tanto el dinero ni los bienes materiales, son más liberales entre sí y son más felices en su religión que los papistas y los hugonotes. Y, de la misma manera que el hugonote desvía al papista de su religión, el anabaptista podría desviar al hugonote de la suya. En efecto, las gracias y las virtudes ayudan enormemente a este conocimiento que cada uno desea, como la amistad, la liberalidad, la razón, el hecho de ser verdadero, de no ser ignorante de las ciencias, sean cuales sean, incluidas las artes. Pues Dios quiere poseerlo todo y ser conocido en todo. Él, que es tan grande, es convocado por las ciencias supremas. ¡Oh! ¡Cuánto se alejan de Él los ignorantes cuando no reconocen su propia ignorancia! Puesto que la ignorancia inherente al hombre le aporta esta desgracia: menos sabe, más cree saber. [Y así se aleja de Él] si no posee este celo y este deseo de querer saber y de no amar a nada tanto como a las ciencias. EL LIBERTINO7 Dudo de Dios Sin Dios estoy atormentado

El libertino no tiene ni creencia ni falta de ella. No se fía de nada, desconfía de todo, lo que lo sumerge sin cesar en la duda. Pero está bien instruido y se consagra a menudo a la reflexión, puede arribar a un puerto más feliz que los otros, que creen.

6 Ver nota nº 4. Se introduce aquí un matiz importante respecto de la construcción que evaluábamos hace un instante. “Espérance” aparece ahora sin artículo, lo que podría indicar una deflación del segundo sentido (aquél en el que se acentuaba la obtención de la esperanza por medio de Dios) y una prevalencia del primero, más cercano a “Confío en Dios”. Por lo demás, sería consecuente con el avance de la capacidad humana de pensar que se observa entre el Hugonote y el Anabaptista. 7 Este retrato es más bien el del escéptico.

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No obstante haber pasado por la hugonotería, sobrepasa al papista en inteligencia, pero si no tiene cuidado, se encerrará pesadamente y se arriesgará a caer en el ateísmo (aunque es verdadero que el hombre creado por Dios no puede estar jamás sin Dios). Puede asimismo caer en un estado peor que los que he nombrado más arriba; sin descender empero al nivel del papista, que es tan estúpido que proclama que el bien es el mal y el mal es el bien, como ya lo he dicho. A esto escapa el libertino. En efecto, quiere el bien pero no lo quiere sino a través suyo y no puede obtenerlo de Dios porque duda de Él. Todas las religiones han velado por despojar al hombre de la felicidad del cuerpo en Dios, con el propósito de volverlo cada vez más miserable y de acaparar lo mejor para aquellos que las han inventado o para quienes las mantienen. EL ATEO Encuentro mi voluptuosidad sin Dios En Dios no hay más que tormento.

El ateo –o quien se dice tal, pues no es posible para el hombre estar sin Dios– posee una creencia contraria a las otras, pero de todos modos cree: cree que no existe Dios. Es por lo que no encuentra, cuando piensa en Dios, más que tormento y aflicción, preguntándose si Él lo ha abandonado por tener la voluptuosidad del cuerpo y ejercer todas sus pasiones, atormentándose siempre por saber verdaderamente –digo saber y no creer– si hay o no un Dios. Pues al saber, no lo posee. Aunque su boca profiera que no hay Dios, su conciencia lo abruma, pues jamás descansa y no podrá hallar reposo sino en Dios. Así, del mismo modo que aquellos que he nombrado más arriba dicen que hay un Dios, el ateo dice que no lo hay. Y todos, para bien o para mal, no saben nada de Dios. Creen [igualmente] en Él y a eso le llaman saber. Eso debería llamarse más bien griterío. Pero el verdadero hombre, que tiene sapiencia, está entre ellos. Ve y conoce sus errores y defectos. Conoce cómo la creencia que se ha engendrado en ellos es causa de su ignorancia y del temor que experimentan respecto a Dios. No se dan cuenta de que el saber posee una fuerza tal en el hombre que la [verdadera creencia] resultante permanece en él, quiera o no. Y de este saber no podrá salir jamás la comprensión de otra cosa que la siguiente: que la creencia está a mitad de camino entre la ciencia y la ignorancia y que hay dos formas de creencia, una engendrada en nosotros por el saber y la otra engendrada, para nuestra ignorancia, por la fe y el miedo que se nos infunde y que atribuimos a Dios. La fe no existe sino por la ausencia de conocimiento pues, donde está el conocimiento, la fe está muerta y no tiene razón de ser. El pobre cristiano está en todo derecho de considerarse el más miserable entre todos los hombres de la tierra, porque su salvación, su paraíso, su descanso, su condición, su beatitud, su felicidad están fundados sobre la ignorancia y el desconoci273

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miento que representan su creencia y su fe. Y aunque afirmen siempre que saben y conocen, es un saber de bestia, de loro. No hacen otra cosa que proferir y hablar sin inteligencia, con el temor que siempre los acompaña y acosa. Quien está en el temor sin importar de qué temor se trate no puede ser feliz.

Sino que feliz será aquel que, como lo ha profetizado David al comienzo de su primer salmo, no [habrá sido] del consejo de los malos reyes o tiranos, y quien no se detendrá al final ni en el camino del vulgar ignorante, aquél que cree y posee la fe, y no habrá adquirido cargo, rango o beneficio en las casas de pestilencia, blasfemia y abominación. Sino que en lugar de caer en tales ambiciones e ignorancias, medita día y noche, y contempla todo lo relativo al Eterno y al hombre. Pues el hombre es el conocimiento, los mandamientos y la Ley. ¿Y en qué consiste esta Ley? En la razón, la justicia, la verdad y la amistad, que se le han hecho perder por el temor y el terror en Dios de los que ha sido nutrido. Y esto lo ha despojado del intelecto. Se lo ha saciado de credo y de fe, dos bellos ejemplos para hacer con él, durante su vida, doctor de dama Ignorancia. En lugar de tener sapiencia y conocimiento de la verdad, a través de lo cual podría juzgar por sí mismo en qué medida es falso aquello que se le hace oír, se le infunde el temor y el terror en Dios como se confiere la virtud y la nobleza a las armas. Que ponga en cambio la virtud y la nobleza [en el arte] de conocer, saber, obtener la inteligencia de lo que es Dios y de lo que es el hombre y que le dé pavor más bien la toma y manejo de las armas. Entonces conocerá un comienzo de sabiduría y la sostendrá poseyendo la razón en la cabeza, sin salir a buscarla en otro lado o en la espada. Y pondrá la amistad, la justicia y la equidad, que los hombres se deben naturalmente los unos a los otros, en el corazón y las afecciones, y no en el bolsillo o en la boca. A prenez par ma recherche [A. prended por mi investigación] En el alimento de esta Girarde Le Berruyer, bajo cuyo nombre Se halla De Bray Lerur Gerir [Del verdadero engaño curarse] Y unido con aquel del hijo Lerre geru vrey fleo D [Engaño que cura verdadero flagelo de] La fe abigarrada.

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