Anderson N., Park D. "LIBRE", DEVOCIONAL DE 40 DÍAS

Día 4

Corazones llenos de la verdad Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús. Filipenses 4:7 Ayer hablamos mucho con respecto a la fe, la clase de fe que realmente cambia nuestro carácter. Descubrimos que tener fe es poner nuestra confianza en la verdad y permitir que ello nos cambie. Consideremos de qué manera el elegir creer la verdad de que le pertenecemos a Dios, cambia la vida de una persona de manera profunda: Mi madre no estaba casada cuando yo nací, así que mi vida no fue fácil, Cuando comencé la escuela, mis compañeros me pusieron un apodo y no era muy lindo que digamos. Durante los recreos y en la hora del almuerzo, yo salía y me quedaba solo, porque las burlas de mis compañeros me herían profundamente. Y lo que me resultaba peor era ir al centro de la ciudad los sábados por la tarde y sentir que cada mirada me atravesaba. Todos se preguntaban quién sería mi padre terrenal. Cuando tenía unos doce años, recibimos a un nuevo predicador en nuestra iglesia. Yo siempre llegaba tarde y me escapaba temprano. Pero un día el predicador oró impartiéndonos la bendición, así que quedé atrapado y tuve que salir con el resto de la gente. Podía sentir que cada mirada en esa iglesia se fijaba en mí. Para cuando llegué a la puerta, sentí que una mano grande se posaba sobre mi hombro. Levanté los ojos y vi que el predicador me estaba mirando. « ¿Quién eres tú, muchacho? ¿De quién eres hijo?» Sentí que ese viejo peso volvía a caer sobre mí. Era como una nube negra y enorme. ¡Hasta el predicador me señalaba! Pero mientras me miraba, estudiando mi rostro, comenzó a sonreír con una amplia sonrisa de reconocimiento. «Un momento...», dijo. «¡Ya sé quién eres! Veo los rasgos de familia... ¡tú eres un hijo de Dios!». Me dio una palmada en las nalgas y dijo: «Muchacho, tienes una gran herencia. ¡Ve a reclamarla!» Esa fue la frase más importante que jamás me dijeron.1

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Alice Gray, “Belonging” (Pertenecer), Stories for a Teen’s Heart (Historias para el corazón de un adolescente), Multnomah Publishers, Sisters, OR, 1999, p.316.

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Como la persona de la historia, todos debemos permitir que la verdad de que pertenecemos a la familia de Dios cale hondo en nuestros corazones. Sea lo que fuera que Dios nos esté llamando a creer, ya sea una verdad con respecto a Cristo o a nuestra identidad en él, necesitamos alcanzar un nivel de confianza que trascienda nuestra comprensión de esa verdad. Dios quiere que tengamos una fe que resulte evidente ante los demás. Pablo lo puso en estas palabras: «Que gobierne en sus corazones la paz de Cristo» (Colosenses 3:15). ¿Entendemos lo que significa «gobernar»? ¿Alguna vez hemos presenciado un partido de béisbol? Cuando el árbitro emite su juicio en la base del bateador, él está gobernando. ¿El lanzamiento ha sido bueno o malo? Él emite su juicio. Tenemos que permitir que la paz de Dios, al igual que un árbitro, sea la determinante en nuestras vidas. Si la paz de Dios va a ser el árbitro en nuestras vidas, entonces resulta obvio que la verdad de Dios debe estar plantada firmemente en nuestras mentes. Tal como sucede con el reglamento del que se vale un árbitro, la palabra de Dios debe estar en su lugar de modo que podamos experimentar la paz de Dios. El pasaje de Colosenses continúa así: «Que habite en ustedes la palabra de Cristo con toda su riqueza: instrúyanse y aconséjense unos a otros con toda sabiduría» (Colosenses 3:16). La palabra «habitar» significa «morar». ¿Quién o qué, según Pablo, debería establecer su residencia en nuestros corazones? La palabra de Cristo, es decir, la verdad que se centra en Cristo debe estar en el mismo centro de nuestro ser. Debemos permitir que su paz sea la que juzgue, o determine, como el árbitro en el juego de béisbol. Fuera de Cristo, no tenemos la capacidad natural para diferenciar lo correcto de lo incorrecto. Cuando se trata de las cosas del corazón, necesitamos un árbitro (la Palabra) que nos guíe. Cada uno tiene una opinión acerca de las distintas cuestiones que se presentan en la vida. El mundo tiene una opinión, la carne tiene la suya, y el diablo la de él. Si escuchamos todas esas opiniones, vamos en camino a la esclavitud. Lo que necesitamos es la opinión de Dios, porque él nunca miente ni nos engaña.2 Yo (Dave) fui el primero de mi familia en aceptar a Cristo como salvador. A medida que empecé a interiorizarme de la palabra de Dios y a renovar mi mente, comenzó la batalla. El enemigo no estaba dispuesto a renunciar al espacio que había logrado obtener en mi vida antes de que conociera a Cristo. Antes de conocerlo, nunca me había preocupado por lo que entraba en mi mente; y luego de aceptar a Cristo, el enemigo deseaba usar esas cosas para controlarme. Cuando no tenemos paz, percibimos que se produce una batalla constante por el control de nuestras mentes, y muchas veces nos sentimos tentados a darnos por vencidos por el cansancio que produce esa lucha. Se nos dice que nos sometamos a Dios y resistamos al diablo (ver Santiago 4:7). Cuando nos sentimos debilitados por la batalla es 2

Strong’s Exhaustive Concordance of the Bible (Concordancia exhaustiva de la Biblia Strong), ver en “dwell” (permanecer).

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probable que hayamos estado luchando con nuestras propias fuerzas humanas. Tenemos que recordar que «las armas con que luchamos no son del mundo, sino que tienen el poder divino para derribar fortalezas» (2 Corintios 10:4). Necesitamos que la paz de Dios guarde nuestras mentes y corazones (ver Filipenses 4:7). Imaginemos que la mente es como nuestro automóvil. Y que últimamente hemos estado conduciendo por donde tuvimos ganas de hacerlo, y recorriendo algunos caminos muy sucios y pecaminosos. Un día decidimos que queríamos regresar al camino correcto con Jesús. Y nos dimos cuenta de que el automóvil estaba en malas condiciones, así que lo llevamos al lavadero de autos. Y allí lo limpiaron por dentro y por fuera. Le quitaron todas las manchas, el barro y la mugre, los insectos aplastados contra el vidrio, y el polvo del camino. Ese lavadero de automóviles es como la palabra de Dios. Necesitamos ir a la Palabra cada día para lavar nuestras mentes, renovarlas y limpiarlas. Pero tenemos que hacer algo más. Si continuamos viajando por las viejas rutas, no van a pasar diez minutos antes de que el automóvil vuelva a estar tan sucio como antes. Debemos elegir nuevos caminos. Es difícil. Las viejas sendas parecen más cortas; las conocemos muy bien y hasta aquí nos han resultado convenientes. Pero con el paso del tiempo, llegaremos a conocer esos senderos nuevos y limpios, y se nos volverán familiares. Seguiremos necesitando ir al lavadero de la palabra de Dios, pero más para que nos pasen cera y nos saquen lustre que para lavarnos del barro. Nuestros automóviles (o nuestras mentes) se mantendrán limpios siempre que andemos por el camino correcto y los lavemos con regularidad. Esta ilustración refuerza lo que hemos aprendido anteriormente con respecto a la parte que nos toca en nuestra propia santificación. El apóstol Pablo dice: «Esfuérzate por presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse y que interpreta rectamente la palabra de verdad» (2 Timoteo 2:15). No hay nada que substituya el estudiar la palabra de Dios y meditarla. Dios no va a realizar el estudio en nuestro lugar. El se ha revelado en cuanto a su persona y sus caminos en la Palabra, y es nuestra responsabilidad conocer la verdad. De acuerdo con la Escritura, la meditación constituye una manera certera de permitir que la palabra de Dios more abundantemente dentro de nosotros. Veamos qué podemos aprender con respecto a la disciplina de la meditación, según lo que descubrimos en las historias bíblicas. El estudiar la palabra de Dios constituye una de las herramientas más importantes con las que contamos cuando se trata de vivir como Jesús. Josué 1:8 dice que meditar en la palabra de Dios es la clave para una vida satisfactoria: «Recita siempre el libro de la ley y medita en él de día y de noche; cumple con cuidado todo lo que en él está escrito. Así prosperarás y tendrás éxito». Este versículo nos pide dos cosas: que hagamos lo que la palabra de Dios dice y que meditemos en la verdad. Si hacemos estas dos cosas, la Biblia declara que seremos sabios y tendremos éxito.

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Hay ciertas cosas que debemos hacer y ciertas otras que debemos evitar para asegurarnos de que nuestros corazones permanezcan llenos de la verdad. En primer lugar, tenemos que tener cuidado de a qué personas escuchamos y de la clase de consejos que recibimos. Si guardamos la palabra de Dios en el corazón pero luego aceptamos que amigos de influencia perniciosa nos convenzan de pecar, en realidad no le estamos permitiendo a la palabra de Dios que se haga cargo de nuestra mente. « ¿Qué tienen en común la justicia y la maldad? ¿O qué comunión puede tener la luz con la oscuridad?» (2ª Corintios 6:14). ¿Con qué grupo andamos por ahí, con el de los santos o con el de los pecadores? Si andamos con los santos, seremos edificados. Si andamos con los pecadores, probablemente acabemos haciendo lo mismo que ellos. «No se dejen engañar: "Las malas compañías corrompen las buenas costumbres"» (1 Corintios 15:33). Tampoco tenemos que tomar en broma la palabra de Dios, o burlarnos de lo que es moralmente recto. Algunas personas piensan que aquellos que viven para Jesús son un blanco fácil para sus bromas y gracias. Pero debemos darnos cuenta de que aquellos que meditan en la palabra de Dios son Bienaventurados. La Biblia dice que una persona así: «es como el árbol plantado a la orilla de un río que, cuando llega su tiempo, da fruto y sus hojas jamás se marchitan. ¡Todo cuanto hace prospera!» (Salmo 1:3). El guardar la palabra de Dios en el corazón significa mucho para el Señor. En Deuteronomio 6:6-9 leemos: Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalas a tus manos como un signo; llévalas en tu frente como una marca; escríbelas en los postes de tu casa y en los portones de tus ciudades. En otras palabras, no importa lo que hagamos ni dónde lo hagamos, sino que durante todo ese tiempo meditemos en la palabra de Dios. Ella tiene que convertirse en parte de nuestra vida cada minuto del día. Si meditamos en la palabra de Dios cada día, eso va a afectar a todos los que nos rodeen: a nuestros compañeros en la escuela, a nuestros hermanos y hermanas, a nuestros padres, a nuestros maestros y a nuestros entrenadores. Dios se preocupa por nuestras ciudades, por nuestros hogares y por lo que hacen nuestras manos. Estas tres cosas se mencionan en Deuteronomio. El Salmo 63 presenta al rey David en una situación muy depresiva: él está en la costa occidental del Mar Muerto, a la que describe como «tierra seca, extenuada y sedienta» (v. 1). Esta área desértica es la misma en la que Satanás confrontó a nuestro Salvador. A través de todas las Escrituras encontramos que el desierto es un lugar de prueba y tentación. En

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este salmo, los parajes desolados en sí ya nos resultan deprimentes, pero lo que empeora las cosas es la razón por la cual David se encuentra en ese lugar. Está escapando por su vida. Huye del rey Saúl, o tal vez de alguno de los hijos de Absalón que intenta arrancarle el reino de Israel (los eruditos discrepan en cuanto al momento exacto en que fue escrito). Pero el corazón de David está firme en Dios aun en medio de sus circunstancias. ¿Cómo es posible? Porque David medita en las verdades de Dios: Oh, Dios, tú eres mi Dios; yo te busco intensamente. Mi alma tiene sed de ti; todo mi ser te anhela, cual tierra seca, extenuada y sedienta. [...] Tu amor es mejor que la vida; por eso mis labios te alabarán. Te bendeciré mientras viva, y alzando mis manos te invocaré. Mi alma quedará satisfecha como de un suculento banquete, y con labios jubilosos te alabará mi boca. En mi lecho me acuerdo de ti; pienso en ti (o medito acerca de ti) toda la noche (Salmo 63:1, 3-6). La vida es muy dura, y, lamentablemente, no debemos esperar mucho antes de tener que usar la técnica que David utilizó para lograr paz en su corazón. David rememora todos sus grandes momentos con Dios. Recuerda los tiempos en que Dios lo bendijo, protegió y cuidó. Entonces utiliza esos momentos para dirigir su ser hacia la adoración. Hay ocasiones en las que David alza sus manos y aun se arroja al suelo delante de la presencia de Dios. Cuando experimentamos presiones en nuestra vida, pensemos en Jesús. Si lo necesitamos, intentemos levantar nuestras manos y aun cantar. Recordemos que a Dios no le importa si somos afinados o no. Solo quiere que lo adoremos y que meditemos en sus verdades. No nos sorprendamos de que nuestra mente atribulada llegue a experimentar una notable sensación de consuelo y paz. Puede ser que Dios no cambie las circunstancias, pero descubriremos que él nos da el consuelo que necesitamos para atravesarlas. « ¿Por qué voy a inquietarme? ¿Por qué me voy a angustiar? En Dios pondré mi esperanza y todavía lo alabaré. ¡Él es mi Salvador y mi Dios!» (Salmo 43:5). Si hoy nos toca luchar con alguna cuestión particular en nuestra vida, no temamos pedir a otros que nos ayuden a encontrar una porción específica de la palabra de Dios que contribuya a renovar nuestra mente en esa área. No le hagamos frente solos. El cuerpo de Cristo tiene que ser una familia. Permitamos que otros oren por nosotros y nos ayuden a descubrir esa poderosa verdad de Dios que nos libere.

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Para considerar • • • •

¿En qué cosas debemos creer y poner nuestra confianza para que se produzca en nosotros una fe que cambie realmente nuestro carácter y conducta? Pablo dijo: «Que gobierne en sus corazones la paz de Cristo» (Colosenses 3:15). ¿Qué significa el verbo «gobernar» en este versículo? La expresión «dejar entrar» y «habitar» vienen de la misma palabra en el texto griego original. ¿Cuál es su significado? ¿Cuál sería una forma segura de permitir que la palabra de Dios more abundantemente en nosotros?

La Mentira que rechazamos Rechazo la mentira de que alguna situación nefasta pueda regir mi vida.

La Verdad que aceptamos Acepto la verdad de que, cualquiera sea la forma en que yo me sienta, siempre puedo meditar sobre los increíbles caminos del Señor y sobre su Palabra.

Oración Amado Padre celestial, tú eres mi Dios. Mi alma tiene sed de ti, mi cuerpo te anhela, aun en medio de una tierra seca y extenuada. Porque tu amor es mejor que la vida, te voy a glorificar. Te alabaré mientras viva y en tu nombre levantaré mis manos. Pensaré en ti y meditaré acerca de tu gloria y de tu provisión cotidiana. Oro a ti en el nombre de jesús. Amén.

Lectura •

1 Corintios 3:10-23