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Norma y uso en español actual GÓMEZ-TORREGO, Leonardo, Investigador del CSIC

NOTA Este texto es una reescritura de la entrevista del mismo titulo con don Leonardo Gómez Torrego para el Curso MOOC de Corrección y estilo en español, II, de 2015. Ante cualquier duda sobre alguna referencia de este texto, prevalece, como es obvio, la versión oral original del entrevistado.

Cita de la entrevista correspondiente •

GÓMEZ-TORREGO, Leonardo, «Norma y uso en español actual», en Alcoba, S. (2015), Corrección y estilo en español II; http://bit.ly/correccionyestiloenespañol, curso MOOC de la Universidad Autónoma de Barcelona en la plataforma Coursera, de 6 semanas y 72 horas de ocupación, desde el 13/04/2015 al 22/05/2015. [consultado el --/--/20--]

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Entrevista a Leonardo Gómez Torrego [PRESENTACIÓN DEL INVITADO] Leonardo Gómez Torrego es investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), colaborador de la Real Academia Española, es miembro del Consejo Asesor de la Fundación del Español Urgente (FUNDEU) y es autor de numerosos libros de consulta sobre gramática y ortografía del español.

[ENTREVISTA] S. ALCOBA: Profesor Gómez Torrego, entre sus numerosas publicaciones que son referencia obligada y que directamente se ocupan de asuntos que vamos a tratar en un curso como este de “Corrección y Estilo en Español”, voy a mencionar un par de ellas como más destacadas: El léxico en el español actual del año 1995, y el Manual de español correcto, que se editó en dos volúmenes durante sucesivos años en ediciones revisadas y actualizadas, y que en la última edición ha cambiado y se ha revisado hasta el título, pasando a titularse precisamente Hablar y escribir correctamente en español. Pues bien, es evidente que por esos motivos parece muy oportuno oír sus palabras en el contexto de este curso, y agradecemos muy sinceramente que haya aceptado usted nuestra invitación para expresar algunas de sus propuestas sobre los conceptos y las condiciones de ‘norma y uso’ en la lengua española actual. L. GÓMEZ TORREGO: Muy bien. En principio quiero precisar qué entendemos aquí por la norma de corrección, que no es la norma en el sentido de Coseriu, de lo que es normal en una colectividad, que es lo que Coseriu nos decía. Al margen de cuestiones de prestigio o desprestigio, porque eso no se lo planteaba Coseriu. Para Coseriu, la norma era pues lo que era normal en una colectividad, en la realización colectiva de una serie de palabras, de expresiones, etc. Aquí lo que nos interesa es la norma de corrección, y por norma de corrección se entiende el conjunto de recomendaciones que se hacen para, en principio, buscar, dentro de lo posible, la mayor unidad posible de la lengua española, de la lengua castellana, ¿no? Esas recomendaciones tienen que ver con el prestigio en la medida en que lo que se considera desprestigiado no entra a formar parte de la norma de corrección. Y esas normas, como todos sabemos, son las normas que entendemos por «normas académicas», donde el concepto de prestigio es muy importante. El objetivo de buscar la unidad también es fundamento de la norma, por aquello de que el castellano se habla, como todos sabemos, en España, pero también en Hispanoamérica, donde son mjuchos millones de personas las que hablan esta lengua, ¿no? Y es bueno que haya una cierta unidad. Lo interesante desde esa perspectiva es lo que todos entendemos como un nivel estándar, nivel culto, más o menos, de un país o de un conjunto de países. Quiero decir que por nivel culto, por ejemplo, se entendería que un fenómeno

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concreto en Venezuela es normal si lo es en los medios de comunicación en Venezuela. Si es normal y no esporádico, de un periodista o de un momento determinado de un periódico, ¿no? Pero si es normal, si es general en ese periódico, entendemos que eso pasa a formar parte de la legitimación normativa. Las academias terminan reconociendo ese uso aunque sea de Venezuela, aunque sea de la Argentina o aunque sea de España. De modo que ya no se hace distinción en la norma de corrección como se hacía antes, cuando solamente lo español era lo correcto y que lo otro era raro o incorrecto. Afortunadamente lo hemos superado y la norma de corrección es una supranorma, que engloba distintas normas, de España y del español de América. Pero siempre entendiendo que lo importante es que el fenómeno se dé como mínimo en un país, no en una zona pequeña de un país. Así, el leísmo en España, como está restringido a una zona pequeña, no se legitima. No porque no lo diga la gente culta de esa zona, que sí que lo dicen, bastante gente culta, sino porque es una zona restringida geográficamente. De modo que aquí nos vamos a centrar en la norma de corrección, y en cuanto a la pregunta segunda, que no recuerdo cual era… S. ALCOBA: Sí, ¿cuáles serían las notas o criterios de distinción de las diferentes normas? Que serían geográficamente regionales, en los grandes focos culturales del hispanismo de Argentina, Buenos Aires, México… L. GÓMEZ TORREGO: Claro, muy bien. Claro, es lo que acabo de decir. Ahora mismo la norma tiene que ser una norma panhispánica, panhispánica en el sentido de que aquello que es correcto en una zona determinada, insisto, como mínimo un país, hay que considerarlo en la norma general, y hay que tenerlo en cuenta. Y en segundo lugar no solo el panhispanismo, sino también eso que yo he llamado «nivel culto estándar», son notas definitorias de la norma de corrección en estos momentos. Hoy la norma de corrección es panhispánica, y por lo tanto hay que respetar lo que es o lo que pertenece a ese nivel culto que, aunque queramos o no, está dirigiendo los medios de comunicación, porque los corpus académicos, es decir, el CORDE, sobre todo, el CREA y el CORPES, que son los últimos, están basados en un porcentaje muy muy alto en textos periodísticos. De modo que, queramos o no, los periódicos van a ser los que nos van a trazar la línea de lo que podemos entender como correcto en esa especie de norma estándar culta, y eso está muy bien, porque así podemos entendernos con los que leen un periódico o los que leemos un periódico en Buenos Aires, y nos entendemos, y nos enteramos de todo, y ellos pueden leer un periódico en España o en Venezuela o en Puerto Rico, por ejemplo, y nos enteramos de todo gracias a esta norma panhispánica y a ese nivel que restringe de manera socio-cultural la corrección de la lengua.

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S. ALCOBA: En la definición de las diferentes normas del español se puede hablar de distintos referentes, de distintas instituciones, objetos, libros, manuales, etc., que servirían de referencia para fijar, para orientar las condiciones que rigen, que manifiestan, que explican la norma o las diferentes normas del español. Entre ellas podríamos citar, las academias, los distintos tipos de diccionarios (generales, especializados o de dudas) o los libros y manuales de estilo, o, por último, los corpus, tan importantes, tan necesarios y tan fundamentales para discriminar los diferentes usos. Podemos recordar el CREA, el CORDE o el CORPES XXI. Y de este podríamos precisar que es el último corpus que se ha incorporado, que se ha abierto, y que es tan útil para referirse a los usos más actuales del español, de la península, del español de Europa, y del español americano. ¿Qué nos puede decir al respecto? L. GÓMEZ TORREGO: Son distintas formas, distintos medios, distintas instituciones. Pero empezando por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española (la llamada ASALE, ¿no?, Asociación de Academias de la Lengua Española), lo que hay que decir es que tenemos que felicitarnos todos por tener academias del castellano o del español. Academias, y no ya una academia como era antes la Real Academia Española, que parecía que era la que daba la norma, sino que hoy hemos de hablar mejor de academias, que nos informan de fenómenos que en sus países deben reconocerse, legitimarse como normativos. Tenemos que felicitarnos, digo, porque es un privilegio poder tener academias que encaucen la evolución de una lengua. La lengua ha evolucionado siempre, está evolucionando y va a seguir evolucionando, queramos o no. Yo solo he de decir que a la lengua no hay que ponerle diques de contención, como no se les pone diques de contención a las aguas de un río; las aguas del río tienen que fluir. Deja de ser un río si le ponemos un dique, se desborda, lo anega todo, y eso es contraproducente. Pues la lengua es lo mismo, es un río: va a evolucionar y siempre ha evolucionado. Ahora mismo no hablamos como se hablaba en el siglo XIII, en el siglo XIV o en el siglo XVIII, o en el siglo XIX. Estamos cambiando en la gramática, estamos cambiando en el léxico, estamos cambiando en la ortografía… todo cambia. De modo que las academias nos van a encauzar, son como los taludes de un río, es decir, nos van a ayudar a que la lengua evolucione, pero de manera controlada. Y eso es muy bueno para una lengua como el castellano, que se habla en tantos sitios tan diferentes. Porque si no hiciéramos esto correríamos un peligro, creo yo. Como pasó con el latín, ¿verdad?, que, al final, como nadie controlaba aquello, el que hablaba latín en La Galia no se entendía con el que hablaba latín en la Hispania y terminaron apareciendo las lenguas romances, las lenguas románicas. De modo que la labor de las academias es muy importante. Las academias por un lado. En ciertos planos de la lengua, lo único que hacen es sancionar ciertos usos; sancionan, son como notarios del uso, y dicen: «bueno, como el uso culto ya ha generalizado este fenómeno, aunque sea, en sus orígenes, anómalo, pero se ha generalizado, hay que reconocerlo». No pueden mirar las academias para otro lado.

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En el plano del léxico, por ejemplo, es así. En el plano de la pronunciación también: antes decíamos tángana y la mayoría de los periodistas decían tangana cuando se hablaba en televisión, pues la Real Academia termina reconociendo tangana. Y lo mismo pasa con la palabra rubéola: la gente empezó a decir rubeola, y la gente decía élite cuando tendría que haber dicho elite… pero la gente dice élite, y la gente dice rubeola. Esas formas pasan a ser sancionadas por las academias; ellas no imponen nada de eso, simplemente sancionan. Otra cosa es el plano de la ortografía, por ejemplo. En el plano de la ortografía, lógicamente son las academias las que tienen que marcar la pauta, las que tienen que marcar el sendero, porque la ortografía es como la piel del idioma, es muy delicada, y esa ortografía no la hace el pueblo. Las normas de acentuación, de puntuación, de si hay que poner b, v, etc., eso se dicta desde arriba, y nosotros, como usuarios de la lengua, tenemos que acatar esas normas. Tenemos que acatar todas, pero esas normas se hacen, como digo, desde arriba. Otra cosa es la gramática. A lo mejor en la gramática hay fenómenos que también surgen desde abajo, es decir, como ocurre en palabras como un modisto en lugar de un modista, que es masculino, y que es la única palabra que, curiosamente, tiene un sufijo variable como -ista, y tiene la forma –o; en España al menos, aunque puede que en alguna zona de América haya alguna otra palabra más por el estilo. Pero lo normal es que esas palabras con -ista sean todas invariables, porque -ista es un sufijo invariable. ¿Qué ha pasado? Que hay modisto y la gente habla de los modistos, una anomalía, una anomalía morfológica, y sin embargo se ha generalizado y la Academia no ha tenido más remedio que introducirlo en su gramática. Pasa lo mismo con extrovertido. Extrovertido no tenía sentido porque se formaba con extra y con el participio vertido: extravertido. En latín no había una forma extro-, pero sí había una forma intro- al lado de intra-. Intro- era preposición; intra- era adverbio. Con intra- se formaban palabras como intraocular, intravenoso, etc., y, con intro, se formaba introspección, etc., ¿no? Entonces, de introvertido, por analogía, se terminó diciendo extrovertido, cuando lo normal y lo originario y lo etimológico hubiera sido decir extravertido, que es lo que yo digo, por ejemplo. Pero hay muchos que dicen extrovertido, y escriben extrovertido, y ya está en el diccionario también extrovertido. De modo que un elemento gramatical como es el de ese compositivo extra-, se ha convertido en extro-, que es anómalo en su origen, pero ya está en el diccionario. Por eso, las academias son fundamentales. Los demás elementos, como los diccionarios de dudas, son muy interesantes, pero los diccionarios de dudas, para ser interesantes y para ser, «operativos», tienen que estar siempre actualizados, tienen que estar al día de los cambios que se han producido, y últimamente, como sabemos, se han producido muchos cambios normativos en las obras académicas. Ahí tenemos, desde 2005, el Diccionario panhispánico de dudas: fue una verdadera explosión normativa, porque es la primera obra que trata todos los planos de la lengua desde el punto de vista normativo, todos. Luego aparece, en el 2009, la Nueva gramática de la lengua española, extraordinaria obra, una obra descriptiva, pero que está salpicada de cuestiones normativas. Y últimamente, un año después, en 2010, se publicó la Ortografía de la lengua española, que también ha sido una revolución normativa, porque ha establecido cambios muy importantes.

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Así, ahora, todos tenemos la necesidad de estar enterados de estos cambios que se están produciendo, de modo que los manuales de estilo, diccionarios de dudas, etc., todos tienen que estar actualizados, si no, no sirven para nada, más que para confundir. Las editoriales tienen que estar a la última en este terreno. S. ALCOBA: Hemos hablado de diferentes normas de prestigio, normas de corrección en una lengua que se extiende a uno y otro lado del Atlántico. Pero en este asunto de una lengua que podríamos llamar «policéntrica», en este sentido de ‘dotada de diferentes normas de cultura’ (americana, argentina, venezolana, chilena, mexicana o española), nos gustaría saber qué opina acerca de los ‘localismos’ y acerca del problema de la identificación o de cómo resolver a qué diferentes normas verter o qué diferentes normas usar como referentes en la versión de autores de referencia, de autores clásicos, de autores de prestigio fundamentales como puede ser el caso de Salinger, que es objeto de estudio en nuestro curso, y el uso que en él se encuentra de expresiones como pegar la hebra en las versiones españolas, o gilipollas y gilipolleces, que tanto han sorprendido a algunos editores como Adriana Hidalgo, o nevar a manta, que podríamos decir que son expresiones exclusivamente españolas. L. GÓMEZ TORREGO: Pues la verdad que es pregunta interesantísima desde un enfoque panhispánico, que, afortunadamente, rige ahora en lo que es normativo, ¿no? Y es verdad: yo me lo he planteado muchas veces ¿qué hace un traductor cuando tiene que traducir una obra de un autor extranjero? Traducir al español. Uno puede preguntar: ¿y a qué español o a qué tipo de castellano traducimos? porque no es lo mismo traducir para España, que traducir para Argentina, que traducir para Venezuela. En este sentido, mi opinión personal, siempre que se pueda, si el libro traducido se va a distribuir en todo el ámbito hispánico o en gran parte del ámbito hispánico, lo ideal sería familiarizarse un poco con lo que llamamos «español neutro», es decir, que el traductor, y en su defecto el corrector (el corrector que las editoriales deberían tener presente siempre), un corrector para la norma rioplatense, un corrector también para la zona del Caribe, etc. Lo ideal: ir a ese español neutro que consiste en mantener un núcleo que es común a la mayor parte de los usuarios del castellano. Es decir, que si hay varias palabras para designar un objeto, por ejemplo en el campo léxico, y una de ellas, una, es común a la gran mayoría de los países del ámbito hispánico, pues habría que elegir esa palabra, y las otras no. Y si hay una construcción sintáctica que es común o es muy mayoritaria en ciertos países, pues habrá que ir a esa forma. Un ejemplo: si es una obra que se va a traducir al castellano y se va a distribuir en toda América, por ejemplo, o en parte de América, no tendría sentido que una traducción como va a por el periódico, con esa agrupación (a por), estuviera en la traducción. ¿Por qué?, porque la agrupación a por, aun siendo correcta ya en el castellano de España, no lo es en los países de América. En América nadie dice voy a por el periódico. En América todo el mundo dice voy por el periódico o voy a y ponen un infinitivo: a comprar el periódico, voy a buscar a mi hijo o voy por mi hijo, pero no dicen voy a por. De modo que si es una traducción que pretende que el libro se distribuya en todo el ámbito hispánico o en gran parte del ámbito hispánico, lo mejor es que use este español neutro, ¿no? Ahora bien, si la pretensión de la editorial es que haya una traducción para España, otra

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diferente para Argentina, etc., pues entonces que tenga distintos correctores de modo que, cuando se trate de trasladar la traducción de la obra al español de Argentina, pues que haya una persona que sepa muy bien cuáles son las variedades propias de Argentina, no sé… el «voseo», por ejemplo, y que, en esa versión, donde aquí decimos tú marchas, pues allí se diga vos marchás, por ejemplo, ¿no? Y se escriba vos marchás. Es una cuestión muy interesante, que se tienen que plantear los traductores, y las editoriales, y para eso están también los correctores, que deben estar al día y al corriente de todos los cambios que se han producido últimamente, que, como digo, han sido muchos, y seguir esta especie de supranorma panhispánica que es la que rige en la legitimización normativa. S. ALCOBA: Estamos de acuerdo con eso que usted dice. Coincidimos en que, evidentemente, al final, la norma de referencia es la norma del lector, de modo que una publicación ha de especializarse en cierto modo, ha de cuidar de manera especial su texto según los lectores a los que se dirige, de manera que si es un texto que se va a difundir, o que se destina fundamentalmente a lectores europeos, o a lectores argentinos, o a lectores mexicanos, pues, quizá, lo correcto, como usted apunta, es que en esos textos tenga mayor prevalencia la norma de corrección de esos distintos territorios. Pero ¿qué nos puede decir acerca de este cambio de paradigma que podemos advertir entre la Galaxia Gutenberg y la «Galaxia Google», que podríamos decir? Cuando un lector argentino tiene que estar en condiciones, o está en condiciones de poder leer vía Internet y en lo que estamos llamando la Galaxia Google, textos producidos y generados desde España, y recíprocamente, un español que lee textos generados en México, o en Chile, o en Venezuela, o en Argentina. ¿Qué referentes han de fijarse o han de tomarse como orientadores o como encauzadores de los textos producidos o que se difunden en Internet, y que, por tanto, van a estar a la disposición de todos los hablantes del español, y van a tener lo que podríamos llamar una disponibilidad global del texto para todos los hablantes del español de todas las normas del español? L. GÓMEZ TORREGO: Sin duda hay que acostumbrarse a todo, pero, en principio, el hecho de que, como se está diciendo aquí, se pueda leer un periódico en Venezuela y lo entendamos, y ellos puedan leer un periódico en Barcelona o en Madrid y se enteren también de prácticamente todo, pues es una bendición y viene a corroborar lo que yo he dicho antes de la importancia de las academias, de las normas, etc. Por mucho que la gente diga que las normas encorsetan la lengua, las normas no encorsetan nada. Uno puede saltárselas cuando quiera, y puede quebrantarlas cuando quiera. Pero lo ideal es que si uno se salta una norma, y la quebranta o la conculca, está claro que debe conocer la norma, porque en la medida en que uno conculca una norma, cuando la conoce, es muy consciente de qué es lo que ha querido conseguir con esa conculcación. Un publicista en un anuncio, un autor literario, o un poeta se salta la norma, hace que un verbo impersonal, por ejemplo, como llover pueda funcionar como personal o lo usa con su

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sujeto, y puede decir: «yo he llovido pétalos de rosas», por ejemplo. Está conculcando, pero sabe muy bien qué es lo que está haciendo. Sabe que eso no es o no pertenece a la norma. En cualquier caso, digo, eso es un privilegio: poder entendernos, y además, es verdad que todo el mundo tiene que estar ahora, como he dicho antes, alerta para percibir o percatarse de esos cambios que se han producido. Y es verdad que, con Internet, casi sin darnos cuenta, la gente se entiende. No ve el fenómeno concreto o no lo analiza a fondo, pero se va familiarizando. Es decir: si un lector, en Internet, por ejemplo, lee un texto mexicano y aparece qué tanto me gusta esto pues, aunque sea español, qué tanto, pues sabe que significa ‘cuánto me gusta’. Es decir, no hace falta decírselo, lo va percibiendo y se va familiarizando en la medida en que lo va leyendo. O si lee, por ejemplo, recién llegó a tal sitio, pues hombre, en España nadie dice recién llegó… En España todo el mundo emplea recién, el adverbio recién, con cierto tipo de participios, ¿no?: recién terminado, recién salido, recién nacido, recién… recién muerto ¿no? Con cierto tipo de participios que, aunque ahora no me voy a extender de qué tipo son, nunca lo empleamos ese recién en España, por ejemplo, y en ciertos países de América tampoco, pero sí con verbos en forma personal; como en muchos países de América: recién llegó, recién estuvo, etc. Así, cuando la gente, a través de Internet, lo lea ahora en un texto de un chileno, de un argentino, de un venezolano, etc., pues se va a ir familiarizando también con esas formas. Pongo un ejemplo muy claro: el famoso «que galicado», que es una construcción que parece que nos viene del francés, por eso se llama así, «que galicado». ¿Cuándo fue que viniste?, por ejemplo, en España nadie lo decía. En América es totalmente normal. Si es totalmente normal, la gente, cuando lea eso (cuándo fue que viniste), pues lo va a entender perfectamente, que es igual a ‘cuándo viniste’, que es lo que diríamos aquí en España. Nos familiarizamos así con ese tipo de construcciones que son muy interesantes y nos damos cuenta de que eso ya está reconocido académicamente. De modo que el «que galicado» famoso, y otras expresiones que antes nos corregían, como fue por eso que vino no sé quién, y nos decían: «no, no. Hay que decir fue por eso por lo que ¿eh?, o simplemente por eso fue ¿eh?, o fue por eso por lo que», ¿no? Bueno, pues eso hoy es totalmente normal; es una variante del que galicado que he comentado antes. Ya está en la norma, pero porque se dice en América. Claro que se va a familiarizar la gente. Las nuevas tecnologías nos van a ayudar a eso, a que la gente se familiarice con las nuevas construcciones que se dan en las distintas variedades del español siempre y cuando, insisto, sean variedades, esto es muy importante, que pertenezcan a ese español estándar medianamente culto o culto que está en los medios de comunicación. Porque si en los medios de comunicación se escribe cuándo fue que llegó fulano de tal, y se usa de modo general ya en los medios y no como algo esporádico, pues hay que reconocerlo también como normativo, de modo que la era Google, evidentemente, es muy importante para muchas cosas y también para esto.

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S. ALCOBA: Por último queríamos, para ir terminando, un par de cuestiones suscitadas por Carlos Franz, en una columna, en una colaboración reciente del periódico a propósito de la reciente publicación del diccionario, de la última edición del diccionario de las Academias, cuando advierte que los diccionarios, los diccionarios académicos, van introduciendo cada vez más americanismos, y que el número de americanismos, según él, alcanza en torno a un diez por ciento, lo cual, dice él, contrasta en cierto modo con el 90 por ciento de usuarios que serían americanos, de manera que, a lo mejor habría que acentuar ese crecimiento de la presencia de términos americanos, y no dejarlo reducido a las meras publicaciones de diccionarios de argentinismos, diccionarios de chilenismos, diccionarios de mexicanismos, diccionarios de venezolanismos, argentinismos, mexicanismos, etc., que son de difusión no muy extendida y que, evidentemente, son para el uso de sus respectivos territorios, pero que, en realidad, a quienes más interesan es a los hablantes de los otros territorios. No cree que quizás convendría aumentar la cantidad de esos americanismos en el diccionario general de todas las academias. ¿Qué opina sobre ese incremento o esa necesidad de volcar, y más en las versiones digitales, mayor número de americanismos en los diccionarios académicos? Y, recíprocamente, ¿qué opina sobre el problema contrario del marcaje de los españolismos, o sea, de términos de uso exclusivamente peninsular, o de uso propio de España o del español de Europa y que, pues muchas veces no están marcados en las versiones actuales del diccionario? L. GÓMEZ TORREGO: Sin duda, sin duda. Pero vamos a ir a lo primero. ¿Tiene que haber más americanismos en el diccionario? Sin duda, sin duda. Se están introduciendo palabras incluso de ámbitos coloquiales ¿eh?, que el hecho de que sean coloquiales no quiere decir que no tengan que estar en el diccionario; claro que tienen que estar. S. ALCOBA: Claro, porque son de consulta. L. GÓMEZ TORREGO: Claro, lógicamente. En las redes sociales todos hemos estado viendo y haciendo chistes sobre palabras nuevas que se usan en América y que aquí nadie las usa, como amigovio me parece que era, ¿no? ¿Cómo era? Amigovio. Sí, que era un ‘novio’, un ‘amigo que es como novio’ ¿no? Una palabra muy interesante que se da en algunas zonas de América pero en España no se conocía. Como marinovio, que es ‘marido y novio al mismo tiempo’, o sea, ‘novio, pero que actúa como un marido’. Eh… Chévere, que ha entrado hace tiempo en el diccionario. Americanismos hay, pero todavía son muy poquitos. Debemos incluir muchos más. Ahora bien: el hecho de que muchos americanismos no estén en el diccionario académico muchas veces no es culpa de los académicos de la Real Academia Española; muchas veces es “culpa” (entre comillas, evidentemente) de los informantes, académicos, de las academias hispanoamericanas o de la Academia de Filipinas. A lo mejor tenemos pronto una Academia de

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Guinea, ojalá. Parece que se ha anunciado que podemos tener próximamente la Academia de Guinea, también. Son ellos los que tienen que dar información de una palabrita que se usa: «mira, pues esta palabra en Venezuela es totalmente normal y no está en el diccionario». Si eso se lo mandan a la Real Academia Española, a la Asociación de Academias, se toma nota normalmente de ese fenómeno y luego se hacen las averiguaciones oportunas para ver si es verdad que está o no está, y si es verdad que se da en el uso y está muy documentada esa palabra, aunque sea de Venezuela nada más, aunque sea de la Argentina nada más o aunque sea de la zona del Caribe. Y se introduce en el diccionario. Es decir, que los académicos están deseosos de que los académicos de las otras academias den noticias, ofrezcan palabras, expresiones, que en su opinión deberían estar en el Diccionario académico porque son palabras de uso frecuente. Esto es muy importante: de uso frecuente, que no sean esporádicas o que no sean de una región muy restringida geográficamente, sino de un país o de un conjunto de países, insisto. Las academias americanas tienen mucho que decir al respecto, y yo creo que nadie va a poner ningún tipo de traba para que el diccionario crezca en americanismos. Ojalá sea así; todos nos felicitaremos por ello. Y en cuanto al marcaje o las marcas de localización de uso, claro que sí: hay que poner la marca España allí donde una palabra se usa solo en España. Si se usa solo en España, igual que se pone Arg., para Argentina, o se pone Ven para Venezuela o se pone Col para Colombia, o simplemente Am para decir que se emplea en América, evidentemente, si es una palabra española hay que poner España, la marca Esp., por ejemplo ¿no? Y ya se venían marcando algunas de ellas, pero yo he visto que todavía no hay una unidad de criterio en la cuestión. Yo he visto que está, por ejemplo, la palabra botellón, que es solo de España, y está ya en el diccionario con la marca España, o guay (esto está guay, es guay) con la marca España, pero hay otras, como pasota, o pasotismo, que aquí son normales (gilipollas, gilipollez, etc.). Claro… montones de esas palabras que no están marcadas todavía con la marca España, claro, y deberían estarlo porque son solo palabras de España. Okupa, por ejemplo, con k, es una palabra que debería estar marcada como de España, porque okupa y okupar, con k, está en el diccionario académico, pero no llevan delante la marca España, y yo creo que debería llevarla, porque no creo que en América sepan muy bien qué es un okupa si no pasan por España o leen algún periódico español donde ya aparece en titulares, por ejemplo, un grupo de okupas, con k: un grupo de okupas han sido desalojados o ha sido desalojado… O sea que esas formas tienen que estar marcadas, y muchas como esas, muchísimas que todavía no lo están, pero bueno, tenemos que felicitarnos porque aunque antes no estaban con la marca España algunas ya lo están. Yo creo que poco a poco, en ediciones sucesivas del diccionario, y ahora en avances de la nueva edición, pues se irán marcando con Esp palabras que se vea que son solo de aquí. Por ejemplo, pienso en la familia léxica de maruja: marujeo, marujil, marujear, marujón, marujo… incluso ya aplicado al hombre. Bueno, pues eso, que se sepa, solo en España se usan; es verdad que es coloquial, pero están en el diccionario. Si están estas palabras en el diccionario tienen que llevar la marca Esp.

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S. ALCOBA: Por último, para concluir, con mi agradecimiento y el de los seguidores de este curso, ¿le gustaría añadir algo más que quisiera destacar? L. GÓMEZ TORREGO: Más que añadir, resumir brevísimamente algo que para mí es fundamental: que las normas, se diga lo que se diga, son necesarias para una lengua como el castellano, que se habla en tantos lugares tan diferentes, y que sin las normas, tendría el riesgo de que se disgregara en exceso y llegara el momento de que podríamos no entendernos al leer un periódico de alguna zona de Hispanoamérica, o no entenderíamos una gran parte de un artículo periodístico. Porque ese peligro existe si no hay normas. Hemos de acatar las normas, pero no entendamos que las normas están para encorsetar: las normas están para orientar, para dirigir, para que la lengua pueda ser controlada, y eso no quiere decir que quien quiera saltarse la norma no lo puede hacer, claro que lo puede hacer, sobre todo cuando es un autor literario, un publicista, etc. Están para eso muchas veces las normas; nos las saltamos para buscar un efecto expresivo, un efecto estilístico y bienvenido sea eso siempre que el salto de la norma resulte transparente. Lo digo porque, a veces, la publicidad hace uso peligroso del quebrantamiento de normas, de la conculcación de normas. Una palabra que se escribe con b, escribirla con v sin avisar. No sé si nos acordamos de aquel anuncio que ponía espléndido de un coñac, espléndido no sé qué… y ponían con s, borraban, ponían una x, volvían a borrar la x, salía la s… y al final el telespectador no sabía si espléndido y toda la familia de esa palabra (esplendoroso, etc.) se escribían con s o se escribían con x. Creó mucha confusión, y hubo un problema. Hay que tener cuidado. Incluso yo me atrevería a decir que una palabra como telefónica, donde se ha hecho el diseño ese del rabito encima de la o para que parezca un acento, mire, mejor que ponga el acentito y la gente pueda leer telefónica y no telefonica. En la publicidad también hay que tener mucho cuidado cuando se quebranta una norma. Hay que quebrantarla sabiendo que eso va a producir un efecto determinado, apelativo, que va a llegar más al receptor, pero al mismo tiempo procurando que sea transparente esa transgresión porque no creará confusión en el receptor. S. ALCOBA: Muchas gracias, y encantado. Estoy seguro que a nuestros seguidores les van a parecer muy provechosas sus palabras. Gracias.