Santa Misa de apertura - Asamblea de la CONVER

Caracas, 9 de mayo de 2011

Queridos hermanos y hermanas, Superiores Mayores de la Conferencia Venezolana de Religiosos y Religiosas: Con gran alegría presido la Eucaristía de apertura de vuestra Asamblea ya todos dirijo un fraternal y cordial saludo, en nombre del Santo Padre Benedicto XVI y en el mío propio. Creo que la invitación dirigida al Nuncio Apostólico - por la cual les estoy muy agradecido - pretende, sobre todo, manifestar, en manera más visible, ese "pecuiiar vínculo de comunión (efectivo y afectivo) que las varias formas de Vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica tienen con el Sucesor de Pedro en su ministerio de unidad y de universalidad misionera" (VC nA7). Les traigo igualmente los saludos de los nuevos Superiores de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, que desde el verano pasado se han alternado en la guía del Dicasterio: el estadounidense Mons. William Tobin, ex-Superior General de los Redentoristas, y el brasileño Mons. Joáo Braz de Aviz, Arzobispo emérito de Brasilia, respectivamente Secretario y Prefecto. Recemos también por ellos, además de hacerlo por el Papa, para que el Señor los ilumine y los sostenga en las tareas que les ha confiado al servicio de la vida consagrada en toda la Iglesia. Tenemos ante nosotros la importante cita eclesial del IV Congreso Eucarístico Nacional, cuyo título es: "Eucaristio pan de vida para Venezuela", convocado por los Obispos venezolanos, en el marco de la Misión Continental Evangelizadora y en recuerdo de la consagración de la Patria al Santísimo Sacramento (1899), que se celebrará en Caracas del 23 al 26 de junio próximo. Como Vida consagrada, que tiene un significativo papel de colaboración con los Obispos para el desarrollo armonioso de la Pastoral, dentro de las Iglesias particulares (y ello, tanto a nivel diocesano como nacional) (cf. VC n. 48) nos sentimos profundamente involucrados en este acontecimiento de gracia y queremos recoger la exhortación de nuestros Pastores a prepararlo con entusiasmo y alegría, a rezar por su éxito, a estar presentes en los diferentes actos y a acoger, a su tiempo, con fe, esperanza y caridad, sus conclusiones y recomendaciones que "promoverán nuestra vivencia de la Eucaristía tanto individual como comunitariamente" (Pregón). En este contexto, me parece oportuno reflexionar brevemente con ustedes sobre la relación entre la Eucaristía y la Vida Consagrada. También la Palabra de Dios que hemos escuchado, nos ofrece la ocasión para ello, sobre todo el Evangelio, que desde hoy hasta finales de la semana nos presentará la lectura continua del cap. 6 de San Juan, el famoso discurso del Pan de Vida.

Después de la multiplicación de los panes, la gente sigue a Jesús porque se había saciado gracias al milagro y quería más pan. Había visto lo ocurrido, pero no había logrado profundizar, captar el signo y la llamada de Dios, contenidos en el milagro. Se queda en la superficie, la abundancia de la comida. Busca pan y vida, pero solamente para el cuerpo. Jesús les pide que den un paso hacia delante. Además de trabajar por el pan material, deben trabajar por el alimento imperecedero. Este nuevo alimento se lo dará el Hijo del Hombre, indicado por Dios mismo. Él nos trae la vida que dura para siempre. Él nos abre a un nuevo horizonte sobre el sentido de la vida y sobre Dios. Esto es lo que Jesús quiere hacer entender a sus interlocutores en la conversación que entabla con ellos en la sinagoga de Cafarnaúm, compuesta por siete diálogos, llamados, precisamente, el Discurso del Pan de Vida. Sabemos por nuestros estudios exegéticas que el discurso sobre el Pan de Vida va desarrollándose y profundizándose cada vez más, según ese estilo típico del cuarto evangelista, que repite siempre el mismo tema, casi como un estribillo, pero siempre en un nivel más alto y profundo. Alguien lo ha comparado con una escalera de caracol, que parece girar siempre sobre sí misma, pero que al final te lleva al punto más elevado. Así aquí, al principio, el Pan de Vida, es la persona de Jesús, de la cual nos apropiamos mediante la fe - "La obra de Dios - dice Jesús en el Evangelio de hoy - consiste en que crean en aquél a quien Él ha enviado". El Pan de Vida es Jesús mismo. Comer el pan del cielo es lo mismo que creer en Jesús. Es creer que Él vino del cielo como revelación del Padre. Es aceptar el camino que Él nos enseña. Después, el discurso se hace más claramente eucarístico: el Pan del cielo es "mi carne para que el mundo tenga vida" (v. 51). En lugar del maná y del cordero pascual del primer éxodo - está claro que todo el capítulo 6 es una continua referencia al éxodo de los Hebreos de Egipto y al camino en el desierto - estamos llamados a comer el nuevo maná y el nuevo cordero pascual, que se inmoló en la cruz por la vida de todos: //Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en ér' (vv. 56-58). Aquí se evoca la dimensión mística de la participación en la Eucaristía, que se enlaza a otra expresión del Evangelio de Juan: //EI que me ama será fiel a mi palabra y mi Padre lo amará; vendremos a él y habitaremos en (14,23). También para la Vida consagrada, la Eucaristía es la fuente en la cual encontrar la luz y la fuerza capaz de generarla siempre "de nuevo", el lugar en el cual vocación y misión se hacen una cosa sola, modelo y perfecto cumplimiento de sus exigencias fundamentales, como dice la Instrucción "Caminar desde Cristo, un renovado compromiso de la vida consagrada en el tercer milenio"; "La Eucaristía, memorial del sacrificio del Señor, corazón de la vida de la Iglesia y de cada comunidad, aviva desde dentro la oblación renovada de la propia existencia, el proyecto de vida comunitaria, la mision apostólica" (no 26).

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A la Eucaristía debe dársele un puesto central en la vida personal V comunitaria de todo consagrado. De aquí la urgente invitación a celebrarla V adorarla cotidianamente, cada día. Lo encontramos en la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Vita Consacrata, expresado más como una exigencia que como un deber: "Quien ha sido llamado a elegir a Cristo como único sentido de su vida en la profesión de los consejos evangélicos/ ¿cómo podría no desear instaurar con Él una comunión cada vez más íntima mediante la participación diaria en el Sacramento que lo hace presente/ en el sacrificio que actualiza su entrega de amor en el Gólgota/ en el banquete que alimenta y sostiene al pueblo de Dios pereqrino?" (n. 95). Lo volvemos a encontrar en la homilía del Beato Juan Pablo 11 con motivo de la Jornada de la Vida consagrada del 2 de febrero de 2001: "Recomenzar desde Cristo/ centro de todo proyecto personal y comunitario: he aquí vuestro compromiso. Queridos hermanos/ encuéntrenlo y contémplenlo en modo muy especial/ en la Eucaristía celebrada y adorada a diario/ como fuente y culmen de la existencia y de la acción apostolica". Sé que para algunas comunidades, sobre todo femeninas, no es fácil poder contar con la Santa Misa cada día, vello debe ser motivo de preocupación V de compromiso por parte de todos, Obispos, sacerdotes, Superiores religiosos, etc., para encontrar soluciones adecuadas, pero quién no tiene este tipo de problemas, como podría dejar un solo día de celebrar - los sacerdotes - V participar - los demás - en la Eucaristía y encontrar - todos - un buen espacio de tiempo para permanecer en oración contemplativa ante ella! Creo que todos hemos vivido con gozo la Beatificación del Papa Juan Pablo 11, recordando también la gracia que fueron sus dos visitas para Venezuela, en 1985 V en 1996, V retomando el rico Magisterio que nos dejó en aquellas circunstancias, que me parece de una sorprendente actualidad. Pues bien, al declararlo Beato, la Iglesia nos lo presenta como intercesor benévolo ante Dios, pero también como modelo de vida cristiana. Queremos esta tarde tomar de él una enseñanza V un ejemplo, que se refieren al amor a la Eucaristía. En noviembre de 1995, él festejó el quincuagésimo aniversario de su Ordenación sacerdotal V, hablando algunos meses antes en el Simposio con motivo del trigésimo aniversario del Decreto conciliar Presbiterorum ordinis, contó así su experiencia personal: "En el arco de casi cincuenta años de sacerdocio/ la celebración de la Eucaristía sigue siendo el momento más importante y más sagrado ( ... ) Jamás en el curso de estos años/ he dejado la celebración del santísimo sacrificio. Si esto sucedió alguna vez/ fue sólo por motivos independientes de mi voluntad. La Santa Misa es de modo absoluto el centro de mi vida y de toda mi jornada". Él se dirigía a los sacerdotes, a los presbíteros y a los Obispos, pero creo que todos sentimos en estas palabras la exhortación oportuna para todos nosotros a poner la Eucaristía en el centro de la vida V de toda la jornada. Porque la Eucaristía propone, para toda la humanidad V para cada uno de nosotros, el modelo según el cual Jesús se "dió" a los hombres V el modo como

"regresó" al Padre, con su muerte. En la Eucaristía, Él es eternamente aquél que "se da a sí mismo" en un acto de amor supremo. En ella, las personas consagradas aprenden el amor, el verdadero amor, y con San Pablo pueden decir: "Yo estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, sino Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí" (2,20). Aquí, la identidad y la misión de la Vida consagrada se manifiestan con toda claridad como continuidad de la misión de Cristo y en completa dependencia de Él, la pasión por Cristo se transforma en energía activa, en fervor por la humanidad. ¿De dónde sacaron los mártires de ayer y de hoy, de los cuales la primera lectura de hoy nos presenta al primero de la fila, el protomártir San Esteban, la capacidad de dar su vida por Dios y por los hermanos si no de la Eucaristía? Yo pensaba que una imagen elocuente de esto la tenemos en Mons. Romero, asesinado justamente en el momento que elevaba el cáliz después de la consagración. El Cardo Rodé, precedente Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, hace algunos años propuso algunas reflexiones acerca del tema de la Vida consagrada a la escuela de la Eucaristía. En la Eucaristía - decía él - encuentran respuesta las tres grandes apelaciones que la humanidad lanza a la Vida consagrada: 1. Afirmar la primacía de la santidad: la santidad, en la rica variedad de sus formas y de sus caminos, constituye desde siempre el objetivo primario de la Vida consagrada. Sobre todo hoy, en el clima de materialismo práctico - y también, en ciertos casos, dialéctico - y de consumismo en el que vivimos, el testimonio de una vida totalmente consagrada a Dios es un recuerdo elocuente de que Dios basta para llenar el corazón del hombre. 2. Reforzar el sentido eclesial: en la Iglesia, hoy, la noción de "comunión" se ha convertido en el "principio hermenéutico" más importante. La identidad de los miembros de la Iglesia, ya no se define más a partir de ellos mismos, sino por las relaciones eclesiales y por los modos específicos de participar en la misión única de Cristo y de la Iglesia. El reto que está ante la Vida consagrada es el mismo que la Novo Millennio Ineunte indicaba para toda la Iglesia al comienzo del tercer milenio: hacer de toda comunidad "la casa y la escuela de la comunión" yasumir la espiritualidad de comunión como principio educativo en todos los lugares en donde se forma el hombre y el cristiano, "donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades" (n. 43). Creo que también vaya en este sentido, el tema de la presente Asamblea, que versa sobre "la comunión de la vida religiosa en Venezuela como camino que convoca". 3. Testimoniar la fuerza de la caridad de Cristo: a través de la caridad, los consagrados están llamados a ser signo de la Pascua del Señor en medio de los hombres, a anunciar el Evangelio de las Bienaventuranzas y la buena noticia de la salvación, del amor, de la justicia y de la paz, a hacerse compañeros de camino de las personas pobres, desalentadas, oprimidas, según el estilo fuerte y discreto

de Jesús y abrir sus corazones a la esperanza, siguiendo el camino exigente del amor que se dona. Recemos, queridos hermanos y hermanas, para que la Vida consagrada en Venezuela sepa recorrer estos caminos de santidad, de comunión y de servicio de la caridad, sacando luz, fuerza y vigor de la Eucaristía. Que la próxima celebración del Congreso Eucarístico Nacional sea un momento de gracia en este sentido. Lo confiamos, así como confiamos esta Asamblea, a la intercesión de María, mujer eucarística con toda su vida, a la que mira la Iglesia entera - y por lo tanto la Vida consagrada - como modelo en su relación con este Misterio santísimo (EdE n. 53). Amén.