Un largo camino recorrido

Un largo camino recorrido Presidencia de Marcelo T. de Alvear, allá por 1924, en el fondo de aquella casita de San José Paso se escuchaba “Radio LS2” ...
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Un largo camino recorrido Presidencia de Marcelo T. de Alvear, allá por 1924, en el fondo de aquella casita de San José Paso se escuchaba “Radio LS2” la cual informaba sobre las grandes huelgas y protestas obreras, por el virtual veto del gobierno de la ley que extendía la jubilación a amplios sectores de trabajadores. Doña Josefa en su cocina comenzó con fuertes dolores de vientre, el quinto de seis hijos quería salir, era recibido con alegría por Pedro su padre y sus hermanos. Y ahí estaba, me inscribieron como Vicente Severo Labegorra un 29 de enero de 1924. Juan José Paso fue el pueblo en el cual viví hasta los 18 años. La década de 1940 fue la época de mayor apogeo de la localidad, llegando a los 5.000 habitantes. En esos años de auge fue cuando funcionaban academias de pintura, bordados, corte y confección, la Biblioteca Sarmiento y las Escuelas Nº 16 y Nº 8, a la cual asistí hasta 4ª grado debiendo abandonar para colaborar con mi padre en las tareas rurales, en la cual era la base de sustentación del pueblo. Anécdotas de aquellos años de niñez muchas…Era 10 de abril de 1932 una mañana tranquila con ese olor particular a campo y esa brisa de otoño que obligaba a emponcharse antes de salir a juntar el ganado para que el tambo diera sus frutos. Ensillamos los caballos y partimos junto a mi hermano aproximadamente a las 6:30 horas como todas las mañanas. El solo comenzó a asomar a las 7:00 pero rápidamente todo se oscureció, no sabíamos lo que pasaba, el espíritu de gaucho valiente nos abandonó y decidimos volver rápidamente a casa. Al llegar, toda la familia estaba pegada a la radio la cual informaba que se trataba de ceniza volcánica por la erupción de volcán “Quizapu” en Chile. El trabajo en el campo era duro, tanto para mi padre como para nosotros, mañanas de frío, viento, lluvia. Todo terminaba al mediodía cuando rutinariamente a la hora del almuerzo escuchábamos al viejo renegar sobre sus dolencias corporales, circunstanciales a los años expuesto a éstas inclemencias. Hoy con el paso de los años ¡Como no entenderlo! Al terminar el almuerzo comenzaba nuestra vida de adolescentes. La actividad cultural del pueblo se canalizaban en los clubes Social y Deportivo Progreso, Club instituto Juan José Paso. También existía la Sociedad de Socorros Mutuos La Fraternal, la Sociedad Española y la italiana.

A los 17 años me convocaron para jugar en primera división del Club Instituto Juan José Paso, me desempeñaba como delantero quizá imitando a “la bordadora” Vicente Zito aquel delantero impecable del Racing de mis amores. La crisis del 30 secundaria a la caída de EEUU golpeó muy fuerte a la economía de todo el mundo y mi querido pueblo no escapó a ella, esto trajo aparejado una gran movilización de los jóvenes en busca de trabajo hacia los centros urbanos lo que me llevó con 18 años a partir rumbo a la gran ciudad de Buenos Aires en busca de prosperidad dejando atrás mañanas de campo, tardes de futbol, familia y algún que otro amor con la firme convicción de volver cuando las cosas mejoraran. Años atrás habían partido “Porota” y “Perico” mis dos hermanos mayores quienes me esperaban ansiosos aquellas mañanas en el andén… No me dieron tiempo para descansar, aquél despertador de grandes campanas comenzó a sonar a las 4 de la mañana de aquel lunes de verano en el caluroso departamento de la calle Solís 480 que compartía junto a ellos algunos mates y partí… Me desempeñe como armador de cajas de zapatos durante algún tiempo, luego como repartidor en “Di Lorenzzi Quesos”. En esta última hacíamos la entrega en el “Bar El Molino” de la Avenida Rivadavia y Callao donde nos esperaba el encargado del local con mate y galletitas de manteca características del lugar, imposibles de olvidar para mi paladar hasta el día de hoy. Eran días arduos de trabajo aunque no perdía oportunidad por las tardes de jugar algún picadito o compartir largas charlas con amigos. Recuerdo la tarde en la que mi hermana gritó ¡Vicente cartero!, mientras me preparaba para ir a la cancha. ¡Cómo olvidarme!; mi corazón empezó a latir como si estuviera por hacer el col de mi vida, no había muchas posibilidades el remitente eran mis padres o ese amor que había quedado allá en Juan José paso. Bajé las escaleras raudamente, el cartero noto mi ansiedad y con voz ronca, me sentencio con una frase que nunca olvidare “Parece que la patria lo necesita Labegorra”. A la semana estaba con un fusil en la mano en regimiento en Palermo. El servicio militar me dejo miles de historias, amigos y buenos recuerdos.

Por las tardes teníamos practica de tiro, mis días de cacería en Paso no tardaron en saltar a la vista, las siluetas del tiro al blanco no tenían chancees de sobrevivir con el fusil entre las manos del cabo Labegorra. El 17 de Octubre de 1945 me encontró acuartelado en el hospital militar donde se encontraba detenido Juan Domingo Peón; tras un movimiento audaz y valiente de él y si medico quienes lograron hacerle creer al ministro de guarra Avalos, que la salud del general era grave, logrando el traslado desde la Isla Martín García hace el hospital Militar. El levamiento del pueblo la madrugada llevó a que el presidente Farrel y su Ministro de Guerra Avalos tuvieran que ceder a la presiones del pueblo. A las 20 nos llego la orden de acompañar a Perón hasta la Casa de Gobierno. A las 23:10 habló al pueblo. Nacía el día de la Lealtad Peronista. Mis días como militar terminaron a mis 22 años cuando decidí pedir el retiro. No tarde en conseguir trabajo. A los pocos días de haber colgado el uniforme militar me encontraba trabajando en “Alpargatas” donde ya trabajaban dos de mis hermanos. El trabajo era bueno y el sueldo algo mejor, lo que me permitía darme algún que otro gusto por lo que comencé a disfrutar un poco mas de las posibilidades que te daba la gran ciudad. Anécdotas de Buenos Aires quedaron varias. Los domingos partíamos hacia Avellaneda a ver a Racing del cual me había hecho socio. EL parecido con mi hermano nos permitía hacer una picardía de la cual nos aprovechábamos rutinariamente todos los domingos. Yo entraba con mi carnet y luego de lo alto de la tribuna se lo tiraba a él para que pudiera entrar, no hubo domingo que no hiciéramos el famoso 2x1. Otras de mis pasiones era el boxeo no me perdía pelea de aquél personaje que con 61 Kg., 65 combates, 72 nocaut nos hacia vibrar en cada noche boxística en el Luna Park, quien mas sino que “El Mono Gatica”. Aquel que con total desparpajo para la época le extendió la mano a Juan Domingo Perón con una frase que quedaría para la historia “¡Dos potencias se saludan General!”. La amistad de mi hermana con Ema Fernández – la primera esposa del Mono Gatica- me permitió asistir a la noche de su boda. Era el sueño del pibe, tenia a mi ídolo a tres mesas de la mía ¡Qué mas decir!

Por aquellos años de trabajo en “Alpargatas”, Perón, al frente del Ministerio de Trabajo, había firmado un convenio en el cual los empleados teníamos por ley aguinaldo y vacaciones pagas. Solo me quedaba esperar a que llegara el día de mi licencia, no tenía dudas que mi destino era Juan José Paso. Hacia tiempo que no veía a mi familia y amigos. Llegó el día y subí al tren; quizás sin saber que ese viaje cambiaría mi vida para siempre. Al llegar me encontré con mis seres queridos y ese olor a pasto y tierra mojada tan característico. Por la noche mis hermanos organizaron un asado con amigos, fue ahí donde me reencontré con ese amor que había quedado años atras antes de partir en busca de prosperidad a Buenos Aires. Pese unos días de verano junto a ella inolvidables, en los que comenzamos a soñar con una vida juntos. Pero el verano pasó pronto. Al regresar de mis vacaciones me ofrecieron trabajar en el ferrocarril, el trabajo en Alpargatas era bueno, pero con el ferrocarril tenía posibilidad de pedir el traslado. Allá había quedado esa persona con la que en esas vacaciones soñamos con algo más. No lo dudé, me desempeñé como reparador de vagones durante algún tiempo en Once y por esas cosas del destino no tardó en salir el pase. El lugar era Trenque Lauquen, un pueblo distante a 40 Km. de Juan José Paso. La suerte estaba de mi lado. La relación con Yolanda iba “viento en popa”, por lo que luego de varios viajes en tren entre Paso y Trenque Lauquen, algunas tertulias, y varias noches en vela en zaguán me di cuenta que era la persona con la que quería compartir el resto de mi vida. Pensé la forma una y otra vez y quizá me decidí por la más cobarde. Espere que estuvieran mis futuros suegros solos en su casa, les propuse tomar mate, nos sentamos los tres, hablamos un poco del tambo, de Perón, del Ferrocarril hasta que se agotaron los temas. Mis botas de ferroviario temblaban por debajo de esa mesa de una manera inexplicable, la respuesta era simple pero perturbadora a la vez. Respiré hondo, tomé el último mate y casi como un monólogo les pedí la mano de Yolanda. En el año 1951 nos casamos con Yolanda en Juan José Paso y nos fuimos a vivir a Trenque Lauquen. Quizá ese fue el momento más importante de mi vida. Junto a ella comenzamos una vida de sueños, proyectos y esfuerzos para formar una familia de bien.

Para esto yo no solo trabajaba en el Ferrocarril, también me desempeñaba como albañil y carpintero en mis horarios libres. ; Mi señora trabajaba de modista para, así entre los dos poder cubrir los gastos del hogar. Como dice el dicho popular “el casado casa quiere”, luego de dos años y gracias a un crédito del Banco Hipotecario logramos comprar un terreno, en el cual con mucho esfuerzo comenzamos a construir nuestro hogar. El esfuerzo de los dos en progresar era muy grande, teníamos trabajo, teníamos casa propia, era el momento indicado para agrandar la familia. Fue así que en 1654 llegó “Elsita” nuestra primer hija. No hay muchas palabras para describir lo que significa la llegada de un hijo, quizás sea una frase mas que trillada, pero puedo asegurar que nos cambió para sierre. Con Yolanda comenzamos a trabajar en doble turno para darle la mejor educación y formación a “La Elsi”, ella disfrutaba mucho en ir a clases de piano y dibujo. Luego de 12 años allá por 1966 la vida me daba otra gran sorpresa: “La Yoli” estaba embarazada. El 2 de Febrero de aquel año comenzó con contracciones, armamos el bolsito, agarré un moisés y partimos. La Yoli entró al quirófano de aquella precaria clínica y comenzó mi dulce espera. Como a la hora y cuarto, y luego de haber gastado mis zaparos en ese pasillo, salió el doctor, me estrechó la mano y me dijo: ¡Lo felicito Labegorra, son dos hermosos varoncitos! Era el hombre más feliz de la tierra. Quizás desconociendo lo que significaba tener mellizos varones. No tardaron en llegar las travesuras y alguna que otra queja de algún vecino. La vida en trenque Lauquen junto a mi familia transcurría entre el trabajo, las responsabilidades como padres y el ocio. Vicente y Horacio heredaron mi pasión por el futbol y quizás más por la cacería. Los fines de semana solíamos ir a cazar liebres donde les demostraba mis habilidades adquiridas en el tiro por aquellos años de militar. Con los años, los chicos partieron buscando su futuro y con Yolanda nos quedo “el nido vacío”. Era el momento para poder cumplir con lo que nos había quedado pendiente.

Fue así que decidí terminar la escuela primario, había colegio nocturno para adultos. Me anoté y en un año obtuve el título, con gran esfuerzo, ya que trabajaba a doble turno, con una familia por mantener y con poco horario para estudiar. Pero este esmero tuvo sus frutos ya que con el tirulo primario completo obtuve un asenso en mi trabajo. En el Ferrocarril teníamos posibilidad de jubilarnos a los 55 años por realizar trabajos a la intemperie, pero como el trabajo me gustaba y mis jefes querían también que siguiera, me jubilé a los 68 años. Esto me ayudó a conseguir además una mejor jubilación, de igual manera me seguí dedicando a la carpintería rural. Luego de varios años de trabajo, unas cuantas pasadas al quirófano, por el trabajo o quizás por la edad, llego ese día en el que uno se da cuente que es el momento para colgar el uniforme y dedicare tiempo a la familia. Fue así que en el 2002 y con 78 años decidimos vender la casa que había sido el cobijo de nuestra historia de amor, donde habíamos criado a nuestros hijos, e irnos a vivir a La Pampa. Hoy comparto mis días con Yolanda con la cual cumplimos 60 años de casados, mis tres hijos, siete nietos y tres bisnietos. Han pasado 87 años desde aquel 29 de enero de 1924, he recorrido un largo camino, quedaron historias, aventuras y amigos por doquier. El único deseo en este último capitulo es dejarle a mis nietos el legado de ser personas de bien y que recuerden siempre con una sonrisa a su querido “Abuelo Ñato”.

Severo Vicente Laberroga