TEMA 19: EL LECCIONARIO DE LA PALABRA DE DIOS Vamos a ver ahora un tema que puede resultar extraño: el leccionario de la Palabra de Dios, es decir, el “libro” que contiene la Palabra tal como la Iglesia ha querido distribuirla a lo largo del año litúrgico para sus celebraciones sacramentales y no sacramentales. El Concilio Vaticano II ha hecho posible que nuestras comunidades puedan contar hoy con el más grande y rico Leccionario de la Palabra de Dios de toda la historia de la liturgia.

En la celebración litúrgica, la Palabra de Dios no se pronuncia de una sola manera, ni repercute siempre con la misma eficacia en los corazones de los que la escuchan, pero siempre Cristo está presente en su palabra y, realizando el misterio de salvación, santifica a los hombres y tributa al Padre el culto perfecto (SC 7). Más aún, la economía de la salvación, que la palabra de Dios no cesa de recordar y de prolongar, alcanza su más pleno significado en la acción litúrgica, de modo que la celebración litúrgica se convierte en una continua, plena y eficaz exposición de esta palabra de Dios. Así, la Palabra de Dios, expuesta continuamente en la liturgia, es siempre viva y eficaz (Hb 4,12) por el poder del Espíritu Santo, y manifiesta el amor operante del Padre, amor indeficiente en su eficacia para con los hombres” (Ordenación de las Lecturas de la Misa, nº 4).

El leccionario es el instrumento del diálogo que se entabla entre Dios y el hombre en la celebración litúrgica. O sea, el libro-signo de la presencia de Dios, en su Palabra, en medio de nosotros. Es un libro muy pensado, revisado y enriquecido: "A fin de que la Palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles, ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, de modo que, en un período determinado de años, se lean al pueblo las partes más significativas de la Sagrada Escritura" (SC 51).

QUÉ ES EL LECCIONARIO Una definición aproximativa del leccionario se puede sacar de los prenotandos del Ordo de las lecturas: “Es una disposición de las lecturas bíblicas que ofrece a los fieles una panorámica de toda la Palabra de Dios basada en un criterio de desarrollo armónico” (OLM 60). En su esencia, la definición deja intuir inmediatamente que la Iglesia en la celebración litúrgica no usa el libro de la Biblia así como está sino que organiza y dispone la Palabra según determinados criterios. Es el libro que contiene la Palabra divina dispuesta para ser leída y convertirse en Espíritu vivificante. Se trata, por tanto, de un libro. El cual, a su vez, es signo de la presencia de Dios. En él está contenido todo cuanto Dios nos ha manifestado en orden a nuestro encuentro con Él y a nuestra salvación. "La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la Palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la liturgia" (DV 21). Se trata, por tanto, de acercarnos a la Palabra a través de una “selección” de textos que nos presentarán desde diversas perspectivas el único Misterio de Cristo. Usando una expresión de H. U. Von Balthasar, se podría decir que, en cierto modo, celebramos “el todo en la parte”. Por eso, el leccionario ofrece a la celebración los contenidos históricos, pero también esa originalidad y multiplicidad de perspectivas que hacen que la Palabra sea “siempre y cada día nueva” (Orígenes). Por esto para captar la teología de cada celebración es necesario rehacerse con los contenidos y con los temas de la Palabra en torno a la cual gira toda la liturgia en acto, conocer la estructura y los criterios de disposición del leccionario. Conociendo la estrecha conexión que existe entre palabra y gesto sacramental, el leccionario asume una verdadera y propia función mistagógica, o sea, de introducción a la experiencia vital de lo que es anunciado. El dinamismo de la celebración permite experimentar que “la Palabra se hace carne” (Jn 1,14) puesto que cuanto ha sido anunciado se actúa y es dado en participación. Nos vale también la siguiente reflexión: “Mediante esta riqueza y la repetida proclamación, bajo las provocaciones de la historia presente, la Iglesia avanza en la percepción y maduración de las realidades anunciadas. No sólo, sino, como afirma un adagio patrístico, “la Palabra crece junto con quien la lee” (Gregorio Magno). Y quien lee, es decir la Iglesia, es continuamente rejuvenecida por la Palabra, que se transforma así en vida y testimonio. De tal manera que el sentido de la Escritura no se agota en el momento en que fue escrita sino que es una realidad abierta por la traducción celebrativa y vital de la comunidad que, caminando en la historia, “tiende incesantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios” (DV 8). (P. G. RIZZINI, El leccionario: la Biblia en la liturgia en Dossier CPL, nº 70: Celebrar la Liturgia de la Palabra.) El lugar propio de este libro es el ambón, lugar y no mueble, desde el que el

ministro lee y proclama la Palabra. Los primeros indicios de un ordenamiento fijo de lecturas nos han llegado a través de S. Ambrosio de Milán y de S. Agustín. Nos damos cuenta, con ello, de que no basta tomar la Biblia tal como está. Es necesario que cada Iglesia la tome para meditar, proclamar y vivir, según su propia sensibilidad espiritual e histórica, el Misterio único de Cristo manifestado en su Palabra. La primera referencia explícita a una liturgia de la Palabra, en la celebración de la eucaristía, pertenece a la descripción de una liturgia dominical. Y se la debemos a S. Justino: "El día que se llama del Sol se celebra una reunión de todos los que habitan en las ciudades, en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, las Memorias de los Apóstoles, los Escritos de los Profetas. Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos. Seguidamente, nos levantamos todos y elevamos nuestras plegarias. Cuando se terminan, se ofrece..." (Apología. I, 67). Se ven aquí los diferentes pasos del rito: - reunión de los hermanos - lectura de la Memoria de los Apóstoles y de los Escritos de los profetas, - homilía del presidente: exhortación e invitación, - oración de los fieles - (sigue la liturgia eucarística). La lectura de las Memorias de los Apóstoles hay que entenderla como de los Evangelios. Y no sería extraño que se leyesen éstos los primeros, antes del texto profético. EL LECCIONARIO ROMANO EN LA MISA El 30 de noviembre de 1969, entró en vigor en la Iglesia de Rito Romano un nuevo Orden de lecturas de la Misa. Era el fruto de un intenso y rápido trabajo. El trabajo realizado Sería difícil resumir aquí todo el trabajo realizado antes y durante el Concilio Vaticano II. Especialistas en Biblia, catequesis, pastoral, historia de la liturgia comparada, pedagogos… todos aunando esfuerzos para llegar a criterios operativos de cara a la Ordenación de las Lecturas de la Palabra para todos nosotros. El criterio fundamental fue el Misterio de Cristo y la historia de la salvación. Se quiso que en el contenido estuvieran los grandes enunciados de la predicación apostólica sobre Jesucristo. Ello pone de manifiesto: • •

que la Iglesia vive hoy todo el misterio de la salvación, completo en Cristo, pero que debe cumplirse en nosotros; que todo el A. Testamento es presupuesto de la predicación del Señor y de su

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vida; que el tema unificador de la Pascua tiene junto a sí otros que no pueden olvidarse (Reino de Dios...); que la homilía debe exponer los misterios de la fe y las normas de vida cristiana; que el año litúrgico es el marco necesario e ideal para presentar el anuncio de salvación. Los principios directivos, que determinan la estructura del leccionario son:

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introducir tres lecturas: profética, apostólica y evangelio, en domingos y fiestas; confeccionar un sistema de lecturas en varios años (se optó por tres): conservar el uso tradicional de algunos libros para determinados tiempos; dar preferencia a las lecturas bíblicas del Misal y hacer complementarias las de la Liturgia de las Horas. Del trabajo realizado se pueden destacar los siguientes aspectos:

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Corrección: se recuperaron libros que apenas se leían (Apocalipsis). Recuperación: series de lecturas que tuvieron gran importancia en el pasado como los evangelios de los escrutinios catecumenales de los domingos III, IV y V de Cuaresma (la Samaritana, el Ciego de nacimiento y Lázaro). Creación: un orden de lecturas nuevo para la Misa. Estructura del Leccionario El Leccionario del Misal Romano, en su edición española, ha quedado así: I: Dominical y festivo (Ciclo A) II: Dominical y festivo (Ciclo B) III: Dominical y festivo (Ciclo C) IV: Tiempo Ordinario ("per annum") V: Propio y Común de Santos (y Difuntos) VI: Misas diversas y votivas VII: Tiempo ferial (Adviento, Cuaresma y Pascua) VIII: Leccionario de las Misas Rituales Estos son algunos de los principios observados en la elección de textos:



En los domingos y fiestas se proponen los textos más importantes, para que todos los fieles los escuchen. El resto de la Escritura se lee en las ferias. Son dos series independientes. La primera, además, se estructura en tres años. La segunda, en dos (en Tiempo Ordinario y para la primera lectura; el Evangelio tiene sólo un ciclo) y en uno (Adviento, Cuaresma y Pascua). Otra serie distinta es la de las celebraciones de los Santos, Misas Rituales o por diversas necesidades, votivas y de difuntos.



En los domingos y fiestas, hay tres lecturas: A. Testamento (excepto Pascua: Hechos de los Apóstoles), Apóstol; Evangelio. Cada año tiene asignado un sinóptico, y S. Juan está reservado para Cuaresma y Pascua, además de completar a S. Marcos en el año C.

Se mezclan los criterios temáticos (siempre, coherencia entre la primera lectura y el evangelio; en Adviento, Cuaresma, Pascua, Solemnidades y Fiestas, coherencia entre las tres lecturas) y de lectura semicontinua (cuando no se usa el anterior). •

Una gran novedad es el Leccionario Ferial. Supone haber dotado de lecturas (dos: A. Testamento o Hechos en Pascua, y Evangelio) a las ferias de todas las semanas del año. Menos en los tiempos fuertes, el criterio es el de lectura semicontinua.



Para los Santos hay una doble serie: la del propio y la del común.



Las lecturas para misas rituales (también se encuentran en los diversos Rituales), diversas necesidades, votivas y difuntos tienen una distribución parecida a las de los comunes de los Santos. Las del Ritual de la Penitencia no se encuentran en el Orden de Lecturas de la Misa.

Todo esto nos debería llevar a pensar y meditar por qué a veces los mismos cristianos parecemos alejados de la Palabra, como si no la conociéramos. Una persona que acude asiduamente a la Eucaristía está en constante contacto con la Palabra, esta escuchando la Biblia constantemente. Y esto es una riqueza que no deberíamos desaprovechar. Lo dicho hasta ahora lo podríamos sintetizar así: el leccionario surge de la necesidad de proclamar de forma gradual y ordenada los hechos y palabras que se refieren a Cristo y de reorganizar en torno suyo el resto de las Escrituras. En él se pone de manifiesto la interpretación y profundidad de las Escrituras que ha hecho la Iglesia en cada tiempo y lugar, a la luz del Espíritu.