STEN'DHAL

OJO y NEGRO

ROJO Y NEGRO

EN LA MISMA COLECCiÓN

MURGER. ..

E NR IQ UE VICTOR

oo,

CHERBULlEZ ...

Escenas de la Vida Bohemia. La Aventura

de Ladislao

Bolski . O CTA\' IO

FEUILLET

Historia de Sibila. Fausto.

GCET H E

Wilhem Meister. J ORGE

SAND

BALZAC

oo.

STENDHAL.

Valentina. Amor con antifaz . La Cartuja de Parma.

L.OS GRANDES

M A ESTR O:; DE LA

LITERATURA

STENDHAL

ROJO Y NEGRO Versión castellana de M. S.

Cubierta p dibujos de BJIRLJIJVGV'E

CASA EDITORI AL FRANCO-IBERO-AMERICANA 222,

BOU LEVARD

SA I NT - G ERMA I N,

PARI S

222

PRÓLOGO Al leer por vez primera esta obra maestra, tan llena de verdad y de vida, me preg¡mlé si era posible que una 'I1tera ficción tUV1:ese tan f01'!lu:dable relieve. Con mi curiosidad me hubiese quedado, SÚt el hallazgo de una !tOta en la c~tnl un autor, que ha estudiado a fOltdo una de las grandes jl:guras del Franco -Condado (1) , asegw'a que se desarrollaron en aquellas tierra s las escenas que constituyen esta ma/'avillosa novela . Según parece, el protag01tista se llamaba Luis J enrel y no SOtel que es el nombl'e que Stendhal da a Stt personaje. y Stt trágica vida se desarrolló punto por punto como en la 'tOvela se relata . A l leer esta Í1tdicaciólt no pude menos de pensar en u,tO de los primeros capitulas de Rojo y Negro. Me reJ¡:ero a la visita qttC 50rel hace a la iglesia de Verrieres poco antes de entrar como preceptor elt casa del alcalde R enal. Allí encuentra un trozo de periódico en el cual se hace alusión a esta terrible historia, y 50rel se pregunta con susto si aquel encuentro 1ZO le vaticma un fin idélttico. Así, pues, se ve que 5tC1'td/¡al no OC1tlüi el origen del argumento ¿fe S1t (1)

R~rlio~ .

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célebre novela, que habrá de parecer al leclor aún más interesante porque ha sido vivida. En literatura com? en arte pictórico, los estudws del natural tienen utL vigor y una verdad que ninguna ficción iguala; por eso admira y sorprende el relieve extraordinario de las liguras de Stendhal. ¿Quien era Stendhal ? Este nombre encubre el verdadero del escritor que es el de Enrique Beyle, cónsul de Francia en !taha, y anhguo soldado de N apoléon l° por el cual expenmentó toda su V1:da la más profunda admiración . Observador de pruner orden, psicólogo profu,ndo, se complace en disecar las almas para hacer ver al lector la s misteriosas causas que transforman los sentitnientos . Balzac lo hizo popular dándole a conocer y proclaman· dale gran novelista. Lo único en que Stendhal no es artista es en el estilo. ¿Cómo podia hacer obra literaria , desde el p ~mto de v ista de la forma , un hombre que proclamaba que toda novela debiera ser escrita en el estilo del Códtgo civil? El mismo declara que antes de escribir leía qlgunos artículos de dicho Código para ponerse al ttnísonl) con el libro de las leyes. Más tarde quiso corregirse y no pudo. En o:m obra suya, La Cartuja de Parma, rindiéndose a In. d e ma~~da de Balzac, ~ ntentó pulir el estilo pero las correcciones no fueron jelices, teniendo que dejar la obra como estaba. Pero la novela es tan interesante, los caracteres están dibujados de modo tan vigoroso que el lector Ha deja de la mano elltbro hasta haberle dado fin. Stendhal nació en Grenoble en 1783 y su vida estuvo llena de vicisitudes . Fué oficial de dragones, mancebo de

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U1ta tienda de comestibles en Jlfarsella, intendente de los dominios del emperador en Bru1'tsu'ich, Comisario de g'l/erra adj,ltnto, Auditor del Consejo de Estado e Insp ector del mob¡:ziario de la Corona. Ocupaba esle último puesto cuando N apoléon decla1'ó la g1terra a Rusia. Entztsiasmado por su ídolo dHnitió su cargo para incorporarse al Gra1t Ejército con el cu,al hizo toda aquella trágica campaña. La caída de Napoléon le obligó a quedarse OC2tltO en Italia en donde, al deci1' de alRunos bl:ógrafos , se afilió a la secta de los Carbonarios. El hecho es que por sospechas de carbonarismo fue expulsado de Milán en 1821. En 1830 f2te 1tOmbrado cónsul e't Triesle, pero A ustria no le aceptó y entonces el gobierno francés le designó para el consulado de Civita- Vecfl1:a que ocupó hasta su muerte, acaecida en 1842. Tomó parte Stcndhal en el movimiento romántico iniciado en 1830 , úendo aml:go de Victor H ugo y de Berlioz e íntimo de Balzac a quien debió su ráPida fam a. Sus 1tOvelas prmopales son Rojo y Negro y La Cartuja d e Parma. Escribió además tma Vida de Rossini , muy cUY1:osa, pero S2t crítica no excede los l1:mites de la de un aficionado inteligente. Sus Paseos por Roma son más docu1nentados, así como sus Memorias de un Turista, que son muy curiosas. Pero, repetimos, Rojo y Negro y La Cartuja de Parma son los dos joyeles de Stendhal; los que asegurará1·t a Sl~ nombre la imnortal1:dad, colocándole enl1'e los grandes maestros de la novela.

J.

M. E .

ROJO Y NEGRO

UNA CIUDAD

PEQUEÑA

La pequeña ciudad de Verrieres, puede pasar por una de las más hermosas del Franco-Condado. Sus casas blancas, coronadas por techos puntiagudos cubiertos de tejas encamadas, se extienden por la pendiente de una colina, en la cual grupos de castaños vigorosos marcan las más insignificantes sinuosidades. El Doubs, corre á algunos centenares de pies debajo de sus fortificaciones, edificadas en otros tiempos por los españoles, y ahora derruidas. Una alta m ontaña, perteneciente a la cordillera del Jura, resg uarda por el Norte a Verrieres. Las cúspides del Verra, se rubren de nieve desde los primeros fríos de octubre. Un t orrente que se precipita desde la montaña, atraviesa Verrieres antes de desaguar en el Doubs, y pone en movi miento gran número de aserraderos mecánicos. industria fácil que proporciona el bienestar a la mayor parte de los h abit antes de la ciudad que son m ás campesinos que burgueses. Sin embargo, no es esta la indu stri a que ha enriquecido a la pequ eña ciudad, sino la fábrica de telas pintadas, llama das de 1I1ulhouse. A ella es a la que se debe la general riqueza, que, después de la caída de Napoleón, permitió rehacer las fachadas de casi todas la casas de Verrieres. Apenas se entra en la ciudad, queda uno aturdido por el estrépito de una máquina estruendosa y de terrible apariencia. Veinte pesados martillos, golpean con une violancia que hace temblar el suelo, movidos por una rued a que el agua del torrente hace girar. Cada uno

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de estos martillos fabrica á (liario yo no sé cuantos millares dp c1~\'os. Jóvenes frescas y bonitas, ponen bajo los enor mes martill os, pedacitos de hierro que se transforman en clavos. Este trabajo, en apariencia t an rudo, es uno de los que má.s sorprenden a l viajero que penetra por primera vez en las montañas que ser aran a Francia de Suiza. Si al entrar en VerDeres el viajer o pregunta a quién pertenece esta gran fábrica que ensord ece a la gente que sube For la Calle Mayor, le responden con perezoso acento: i A}¡ ! P ertenece al senor Alcalde . A poco que el viajer o se d etenga en la Calle Mayor de Ve rTi eres que va desd e el rio D oubs hasta la colina, tiene noventa y nueve p robabilidades contra una de ver apar ecer un hombre alto, de aspecto atareado e importante. Al aparecer, t od as las cabezas se descubren. Sus cabellos empiezan a blanquear, y viste un tra je de color gris. Es caballero de varias órdenes, tiene frente espaciosa, nariz aguileña, y, en conjunto, su car a n o carece de cierta regula ridad : se advierte, desde lu ego que, a la dignidad de alcalde de la ciudad, reune cierto agrado susceptible de ser encontrado en las personas de cuarenta y ocho a cincuenta años. Pero el viajero parisiense qued a inmediatamente sorprendido al ver en este personaje cierto aire d e orgullo y de su ficiencia, mezclado a un no sé qué de limitad o y de poco inventivo . Al fin, se sabe que el talento de este hombre consiste e n obli gar a que se le pague, lo antes posible, lo que se le debe, y en retrasar mientras puede el pago de sus obligaciones. Tal es el sClior Renal , alcalde de Verrieres. Después de haber atravesado la calle con grave paso , entra en la Alcald ía y desap arece a los ojos del v iaj ero. Pero cien pasos más allá, si éste continúa su paseo, verá un a casa de h ermosa apariencia y, a través de una verja de hierro, perteneciente al edificio , unos magníficos jardines . Más lejos, verá ti na línea del horizonte, formada por las colinas de Borgoña, y que p~rece hecha ex pro/eso para recreo de la vista. Este pa norama hace olvida r al viajer o la atmósfera envenenada de pequeños intereses de dinero, en la cual comenza.ha a asfixiarse. Le dirán que esta casa pertenece al señor R enal. Con las ganancias obtenidas en la gran fábri ca de clavos, el a lcalde de VerDeres h a comenzado a edificar este hermoso edificio de piedra berroqueña, que se acaba en estos momentos. Su familia, según dicen, es española , antigua, y parece que se establ"ció el' el país mucho antes de habe rlo conquistado Luis X IV .

ROJO Y NEG RO

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Desde 18 15, se avergüenza el alcalde de ser industria l : 1815, le ha hechu alcalde de Verrieres. L a t erraza, r odeada de muros que , escalon ada, se prolonga h ast a el Doubs, es también una recompensa a la pericia del señor R ena l en el comercio de hierros. No esperéis encontrar en Francia esos pintorescos jardines que rodean las ciudades fabriles de Alemania, Leipzig, Francfort, Nuremberg, et c. En el Franco-Condado, cua nto más muros se edifican, cuanto más se erizan las casas de piedras colocadas unas sobre otras, más derechos se adquieren al respeto de los vecinos. Los jardines del señor Renal, llenos de murall ones, son tambi én admirados . porqu e a dquilió a peso de oro a lgunos trozos del terreno que ellos ocupan. Asi, por ejemplo, el aserra dero, cuya especial situación sobre la orill a del Doubs os h a llamado la atención al entrar en la ciudad, y en el cual h abéis visto el n ombre de 50rel escrito en caract eres gigantescos, sobre una tabla que domina el t ech o, ocupaJ;¡a, hace seis años, el terreno sobre el cual se levanta hoy la pared de la cuarta t erraza de los ja rdines del señor Renal. A l'esar de su orgullo, el alcalde tuvo que hacer infinitas gestiones vara conven cer al viejo Sorel, labrador duro y t erco, y le fue preciso ind emnizarle con brillantes monedas de oro, para conseguir que trasladara su fábrica a otra parte. Respecto al arroyo público qu e vonía en m a rcha la sierra, el señor Renal se valió de su influencia en París para conseguir que fu era desviaelo. Es t e favor, le fué concedido después de las elecciones del a ño 182' . Dió a Sorel c uatro fanegas de tierra por una , a orillas d el Doubs, quinientos pasos más abajo. Y aunque est e t er ren o es más ventajoso para su comercio d e t ablas de pino, el tío 50rel, como le llaman desde que es ri co, encontró el secreto de conseguir de la impaciencia y de la manía de propietario que tenía su vecino, la suma de 6.000 francos. Es ciert o que este arreglo fu é censurado por los hombres sensatos de la ciudad. U na vez, era un día de fiest a, hace cua tro años ya, el señor Renal, que venía de la iglesia, vestido ele Alcalde, vió que el viejo Sorel, desde lej os, rodeado de sus tres hij os, sonreia al mismo t iempo que le miraba. Aquella sonrisa fu e una puñalada p ara el señor Alcalde, quien desde enton:es está convencido y no lo olvida, que hubiera podido obtener el convenio a un precio más bajo. Para obtener la consideración pública en Verrieres, es lo esencial no a dopt ar, al mismo tiempo que se construyen muchos murallones, ninguno de esos planos tra ídos de Italia por los albañiles qu, durante

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la primavera, atraviesan la garganta del Jura para ir a París. Semejante novedad, valdría a! imprudente prupietario la eterna r eputación de mala cabeza, y estaría perdido para siempre, en el concepto de la gente juiciosa y moderada, que distribu ye la consideración en el Franco-Condado. Realmente, esa gente sensata ejerce el más molesto desputismo ; a causa de t an fea palabra, es insoportable la estancia en las ciu dades pequeñas para los que han vivido en la gran república bautizada con el nombre de París. La tiranía de la opinión y i qué opi nión ! es tan necia en las pequeñas ciudades de Francia, cerno en los Estado" Unidos de América.

Il UN ALCALDE

Felizmente para la reputación como administrador del señor Renal lIada falta un inmenso muro de contención, en el paseo público que se prolonga por la colina á un centenar de pies a lo largo del curso del Doubs . A esta admirable situación debe este paseo uno de los más admirables panoramas de Francia. Pero todas las primaveras, las aguas pluviales hacen surcos y forman Iloyos en él, h aciéndolo intra nsitable . Este inconveniente, del que todos se quejaban, dió ocasión a l señor Renal de inmortalizar su administración, disponiendo se construyera un muro de veinte pies de altura y de treinta Ó cuare nta toesas de largo. El parapeto de ese muro, con motivo del cua! el señor R e nal hizo tres viajes a París, porque el penúlbl10 Ministró de la Gobernación se habia declarado enemigo mortal del paseo de Verrieres, se eleva en la actua lidad a cuatro pies del suelo . Y romo para desafiar a t odos los Ministros pasados y present~s, lo están coronando en estos días con piedras berroq ueñas . I Cuántas veces. mientras pensaba en los bailes de PaTis, aba ndonados la víspera, con el pecllo apoyado sobre esos grandes bloques de piedra de un hermoso gris azulado, mis miradas han oteado el valle

1zas Impide hacer el bie... En c ua nto a mi, ja más p erdonaré a l cura.

CAPITULO

EL

In

BIEN DE LOS POBRES

Preciso es te ner en cuenta, que el cura de Verrieres, anCIano octogenario, pero que gozaba, gracias al aire de las montañas, de una salud y de un carácter de hierro, tenia derecho a visitar a todas horas y todos los días, la prisión, el hospital y hasta el asilo de mendigos El Sr. Appert, que desde P arls venia recomendado al cura, había t enido la discreción de llegar a las seis de la m añana a la pequeña y curiosa ciudad. Directamentt> fué al presbiterio. Al leer la carta que le escribía el Sr. marqués de la Móle, Par de Francia y el propietario más rico de la provincia, el cura Chelán quedó un momento .pensativo. - Soy viejo y respetado aquí, dijo al fin á media voz I no se atreverían ! Y volviéndose en seguida hacia el señor de París, mirandole con ese brillo de oj os en qu e, a pesar su edad se reflejaba el sagrado fu ego que anuncia el placer de realizar una buena acción un tanto peligrosa, dIjO: - Venga usted conmigo, caballero, y haga el favor de no emitir opinión alguna en presencia del carcelero, y sobre t odo, de los vigilantes del asilo, acerca de las cosas que veamos. El Sr. Appert, tuvo la impresión de que trataba con un hombre de corazón. Siguió a l venerable cura, visitó la prisión, el hospicio, el asilo, hizo varias preguntas, y a pesar de las extrañas respu~stas que obtuvo, no se permitió la más leve censura. Esta visita duró varias horas. El cura invitó a comer al Sr. Appert, quien pretextó, para excusarse, las varias cartas que tenía que escribir; no quería comprom~ter más aún a su generoso compañero . Hacia las tres, ambos señor"s continuaron sus visitas de inspección en el asilo de m e ndicidad, y volvieron lu ego a la cárcel. Alli encontraron, a la puerta, a l guardián, al carcelero, especie de gigante de seis pies de alto y con las piernas arqueadas. Su innoble cara, era, a causa del terror que sufría, repugnante.

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ROJO Y

.... EGRQ

- 1 Ah señor! dijo al cura cuando llegaron; el ra ba:lcl0 que le acompaña ¿ es el Sr. Appert ? - ¿ y qué? dijo el cura. - Es que, d esde ayel , t engo la orden terminante, e n viada púr el Sr. Prefecto, p or medio de un gendarme, que ha debido seguramente galopar toda la noche para llegar a tiempo, eje n o d ejar entrar a l Sr. A ppert en la cárcel. - Yo atestig uo, Sr. Noiroud, dijo el cura, que este viajero que está aquí, conmigo, es el Sr. Appert. ¡, R econoce usted que tengo d erecho a entrar en la cárcel a cu a lquier hora del día y de la noche, a compañ ado por quien yo quiera? - Sí, señor cura, dijo el car celero en voz baja, inclinando la c~beza como un p erro de presa a quien el temor al palo hace obedecer. Solamente, señor cnra, piense en que estoy casado y que t e ngo hij os ; y qu e si me denunci a n, me dejarán cesante, y esta colocación es el úni co medio de vida con que cuento. - También sentiría yo perder mi medio de vida, respondíó el cura más emocionado cada vez. - 1 Qué diferencia ! respondió el carcelero. Usted , señor cura, tiene además 800 libras de renta .. .. Tales son los hechos, que coment ados y exagerados de veinte diferentes ma neras, removían, desde hacia dos días, t odas las pasiones en la pequeña ciudad de Verrieres . En el momento que r elatamos ocasionaban la di scusión que el Sr. R enal sost ení" con su mujer. Por la ma ña na , ~eg uido del Sr. Valenod, director del asilo de mendigos, ha bía ido a casa del cura para hacerle presente su disgusto. El Sr. Chelán, que no estaba protegid o p or n ad ie, se dió cuenta del alcance d e sus palabras. - Pues bien, señores dijo: yo seré el tercer cura de ochenta años que será destituido de sus funciones en este distrito. Hace cincuenta y seis años que vivo aq ui ; he bautizado a casi todos los h abitantes de la ciudad, que solo era un poblado a mi llegada. Caso todos los días a jóvenes cuyos ahue!os fu eron, en otro tiempo, casados por mí. Verrieres constitu ye mi fa milia. Al ver al fora st ero que llegaba de Paris, pensé: Quizás este homhre sea uno d e t a ntos liberales que hay en el mundo, pero ¿ qué daño puede hacer a n uestros pobres y a nuestros presos ¡ Los reproches del señor R e na l y los del señor Valenod, director C3tc último del asilo dt, mendigos, e ran cada vez más vivus.

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- Está bIen , sefíores, pidan ustedes mi deslltuctón . No por ello dejaré de vivir en el país, dijo con tembl oru'ia voz. Todo el mundo sabe que hace cuarcnta y ocho años heredé unos t errenos que producen anualm en t e 800 libras. Viviré, pues, con esta renta. No gano gran co:=-a con n11 curato y t(JI vez por E' ~O no me asusto cuando me a nlenazan con qui1 ármelo. E l ~E' ñ or Ren al vivía en arnl0nÍa perfecta con su mujer,nla~ no S . l bien do qué c0 ntes tar a la f, ase : ¿" qué daño puede hacer un parisiense a los pre.-os ? " estu vo a punto de enfureccrse, cuando su muj~r iforme. Por su parte , la señora Renal est'lba completamente engañada por la h ermosura del ('olor, íos grandes ojos n egros de J ulián y sus lindes cabellos qu e se ri zaban más que de cost umbre porque, para re fres· carse, acababa de meter la cabeza en una fu ente pública que h abía en la plaza. Con gran contento, encon t ró en el fatal prer eptor que se ha bía imaginado, 1In aire de joven tímid a , incapaz d~ maltra.tar a sus h ijos. Para el a lma sencilla de la señora Renal, este contraste entre su imaginación y la realidad, fué un gran su ceso. Se sorprendió de estar ero la puerta de su casa, cerca del joven que le ha blaba en mangas de camisa. - Entremos, seiíor, le dijo con cierto emb a razo. En toda su vida, un a sen sación t a n ag rada ble no habia sido p ercibida por la señora Renal. J amás a sus inquieta.ntes t emores, había sucedido una a parición t an grata. De modo que sus lindos niños, t an mimados por ella, no caerían bajo la férula de un cur a gruñón . Apepas a tra vesado el vestíbulo, se volvió hacia Juliá n que la segula t ímidamente. Su aspecto de sorpresa al cont empl a r una casa tan hermosa, era un incentivo má s para la benevolencia de la señora de Renal. No acertaba a da r crédito a sus ojos. Pensaba, en primer luga r, que un preceptor debla estar vestido de negro.

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-- Pero realmente, seüor ¿ sabe usted latín! preguntó parándose d e repente y temiendo equivocarse. Estas palabras, hi cieron des pertarse el orgullo de Julián, y d eshicieron el encanto que le rodeaba desde hacía quince minutos. - Sí, señora, le ·dijo .- a l mismo tiempo que procuraba ad op tar un continente Iría. Conolco el lati n t a n bien como el señor cura, y h asta alg unas veces, ti ene la bondad de decir qu e lo sé m ejor que l·1. L a sel\ora Renal vió qu e Julián ten :a m a l carácter. Se h abía dpteni'lo a dos p asos de ella. E lla, aproximándose a él, le dij o en voz baja: ¿ De veras ) ¿ No azotará us ted los primeros días a mis hij os aunque estos no sepan bien la lección?» Este tono de voz dul ce y casi supli cante. de pa rte de tan h er mosa señora, hizo a Juli án olvida r. casi en c:i acto. lo q ue debla a su reputación de latinis ta. La cara ,le la señ ora l{ena] estaba tan cerca de la suya, que pudo aspira r los r crlumes d e su traje d e verano, cos~ extraordinaria para un p o bre ca mpesino_ Juli á n enrojeció hasta las orejas, y dijo, suspirando. con voz débil : - No t e ma usted nada seilora. L a obedeceré e o t odo. Solamcnte en este m ome nto, cu a ndo la inquiet ud que p or s us hijos se ntia se hubo disirado. fué cuand o la se ñora l{cll al se dió c ucnta de la ll cfm usura de Juli án. L a forma ca5i femenina . Chelá n encontró e n s us ma neras un arelor compl et a mente m unda n o, opu est o en t odo a aquel qu e d ebía a nima r a un joven destinad o a l sacerdocio . - Ami go mío, le dij o ; h a zte un buen burg ués d el ca m po, estim a ble e instruido, en vez de se r un mal sace rd ote 5: in vocación Julián respondió a estas nueva:! adverte ncias, nluy bie n e n c uanto a las pa iabrns ; . Al sonido de esta palabra, su alma se exaltó; su hipo-

cres(a le obligaba a no ser libre ni aún en casa de Fouqué. Con la cabeza apoyada entre las manos, Julián permaneció en la gruta más feliz que 10 fuera en toda su vida, entregado por completo a sus ensueños y a sus ideas de libertad. Sin pensar en ello, vió apagarse uno tras otro, todos los fuegos del crepúsculo, y en medio de aquella inmensa obscuridad, su alma se extraviaba en la contemplación de lo que él imaginaba encontrar un d(a en París. Primeramente, una mujer mucho más hermosa y con un alma mucho más elevada que todas las que hasta entonces habla encontrado en provincias. Amaba con pasión y era amado. Si se separaba de ella algunos momentos, era para cubrirse de gloria y merecer más su cariño. Pero una obscura noche hab(a reemplazado al día. Y aún le faltaban dos leguas que andar para llegar a la casa de Fouqué. Antes de salir de la gruta, Julián encendió fuego y quemó con gran cuidado todo lo que hlbía escrito. Sorprendió a su amigo llamando a su puerta a la una de la mañana. Le encontró ocupado en arreglar sus cuentas. Era Fouqué un joven de estatura elevada, bastante desproporcionado, con los rasgos muy duros, nariz infinita y mucha honradez y bondad ocultas bajo este desagradable aspecto . - ¿ Te has disgustado con tu señor Renal. para llegar as(. tan de improviso ? Julián le contó. pero como conven(a, los sucesos del día anterior. - Quédate conmigo, le respondió Fouqué. Veo que conoces al señor Renal, al señor Valenod, al subprefecto Maugirón y al cura Chelán. Ya habrás visto lo agradables que son esos señores. Conoces la aritmética mejor que yo : llevarás las cuentas. Yo gano mucho en mi comercio, y el temor de encontrar un pillo en el hombre que buscara para asociado, me obliga a dejar de aprovechar muy buenas ocasiones de ganar dinero. Aún no hace un mes que proporcioné a Michaud la ocasión de ganar seis mil francos, a pesar de no haberle visto hacía más de seis años. Lo encontré casualmente en la subasta de Pontarlier. ¿ Por qué no habías tú de haber ganado esos seis mil fran cos o por lo menos tres mil? Porque si aquel dia yo te hubiera tenido en mi compañía habría entrado en subasta para la corta de árboles y todo el mundo me la hubiese dejado. Hazte mi socio. Este ofrecimiento puso de muy mal humor a Julián. Durante toda.

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la comida, que prepararon los dos amigos como los héroes de Homeroporque Fouqué vivía solo, este enseñó sus cuentas a Julián y le demostró lo bi en que marchaba su comercio de maderas. Fouqué tenía una muy buena opinión del carácter y de la inteligencia de su amigo. Cuando por fin este quedó solo en su h abitación de tablas de pino, • verdaderamente, pensó, aquí puedo reunir unos cuantos miles de francos necesarios para seguir la carrera de las armas o la eclesiástica, según lo que esté de moda en París. El pequeño capital que haya reunido, podrá permitirme terminar mis estudios. Aislado entre estos montes, podré ilustrarme lo suficiente para estar al corriente de esas cosas tan insignificantes y tan necesarias en la sociedad de los hombres. Pero Fouqué ha renunciado a casarse; me repite constantemente que la soledad le hace desgraciado. Es evidente, que si toma un asociado que no aporta capital alguno, es con la idea de hacer de él un compañero que no le abandone nun ca . ¿ Engañaré a mi amigo? • se preguntaba de mal humor. Este ser en el cual la hipocresía y la carencia total de afectos eran su s medios ordinarios d e lucha, no pudo, entonces, acostumbrarse a la idea de cometer la más ligera indelicadeza con un hombre que le quería. Pero, de repente, Julián se tranquiliz6 ; había encontrado un medio para rehusar. I Cómo! p ensaba I Iba a perder cobardemente siete u ocho años, llegar como estoy ahora a los v eintiocho, cuando Bonaparte a esa edad había realizado sus mas grandes hazañas I Cuando haya ganado algún dinero obscuramente, mediante las ventas de madera , mereciendo el aprecio de algunos pillos de baja estofa, ¿ quién me asegura qu e perdurará en mí aún el fuego sagrado con el cual se llega a hacerse un nombre? Al dla siguiente respondió a su amigo que daba por terminado el asunto de la asociaci6n, porque su vocaci6n por los santos altares no le permitía aceptarla. Fouqué no volvía de su asombro. - Pero piensa, le dijo, que te asocio, y si lo prefieres, te doy cuatro mil francos anuales. ¿ Y quieres volver a casa del señor Renal que te desprecia como al barro de sus zapatos? Cuando tengas esos cuatro mil francos ¿ qué obstáculo encontrarás para entrar en el seminario? Te digo más: me comprometo a obtener para ti el mejor curato _del pals, porque, añadió Fouqué bajando la voz, suministro leña á los señores Ful a no, Zutano y Perengano . Les doy encina de

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primera calidad, que me pagan como pino, p ero nunca fué mejor colocado el dinero Nada pudo vencer la vocación de Juliá.n . Fouqué terminó p or creer que el joven estaba algo loco . Al t ercer día, muy temprano, Juliá.n dejó a su amigo para pasar la jornada en medio de las rocas de la gran montaña ; encontró la gruta , pero su alma ya no estaba tranquila, a causa de los ofrecimi entos de su a migo. Como H ércules , se encontró, no entre el vicio y la virtud, sino entre la tranquilida d seguida de un bienes tar asegurado, y los heroicos su eños de su juventud .• No tengo una verdadera entereza de caráct er, se deda • ; y esa duda era la que más daño le causaba. "No soy de la m adera d e la que hacen a los grandes hombres, puesto que t emo q ue och o años empleados en ganarme el pan , me quiten la sublime energía que obhga a h acer cosas extraordinarias ".

CAPITULO XIII LAS

MEDI AS

CA LAD AS

Cuando Julián vió las ruinas p intorescas de la antigua iglesia de Vergy, se dió cuenta, de que hacía dos días que n o había pensado ni una sola vez en la señora Ren al. " El otro día, al ma rcharme, esa muj er me recordó la enorme d ist ancia que n os separa ; me tra t ó como al hij o de un obrero, con la intención , sin d uda algu na, de demostrarme que se arrepiente de ha berme a band ona do su m ano el d ía a nterior ... l Y q ué bon it a es esa ma no! l q ué encanto ! l Cuánta nobleza en la mirada de esa muj er! La posibilid ad de hacer fortuna con F ouq ué, le daba cierta lu ci dez en sus razonamientos, que ya n o se ofu scaban con t anta facilid ad por la irritación y el sentimiento vivo de su bajeza y de su miseria a los ojos del mundo. Colocado com o sobre un elevad o p romontorio, podía juzgar y casi domina ba la extrema pobreza, y la h olgura qu e él llamaba riqu eza. E st a ba lejos de juzgar su situ ación como un fil ósofo, pero fu é lo b ast ante discret o p ara sentirse d iferellle despu és de aqu el corto viaje a la m ontaña. Le chocó la turbación exagerada con que la señora R enal oyó el relat o de su vi aje, que, a petición de ell a, refería . F ouq ué había form ado proyect os de casam iento, ha b ía t eni do

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amores desgraciados, y sobre este punto le había hecho largas confidencias. Después de haber encontrado la dicha demasiado pronto, Fouqué, advirtió que no era él solo el amado . Todos estos relatos sorprendieron a J ulián , enseñandole muchas cosas nuevas. Su solitaria vida, llena de imaginaciones y de desconfianzas, lo habia alejado de todo aquello que podia ilumina rle. Dura nte su ausencia, la vida de la señora Renal no había sido sino una serie de suplicios diferentes, p ero intolerables todos. Realmente, estaba en ferma. - Sobre todo, le dij o la señora Derville, cuando vióllegar a Julián , estando enferma corno estás, no debes ir esta noche al jardin ; el aire húmedo de la noche, agravaría tu enfermedad . La señora Der-ille. veía con sorpresa que su anuga, constantemente reprendida por su marido a causa de la excesiva sencillez de sus vestidos, acababa de ponerse medias transparentes y encantadores zapa titos recien llegados de París. Desde hacia tres dias la única preocupación de la señora Renal, había sido la de confeccionarse , con el concurso de Elisa, un traje de verano de una linda tela muy a la m oda. Apenas si el traje pudo quedar terminado a los pocos inst an t es de la llegada de Julián . La señora Renal se lo puso inmediatamente. Su amiga ya no tuvo dudas de ningun género. « l La desdichada le ama! "exclam ó. En seguida se explicó todos los singuIares síntomas de su en fermedad. La vió hablando con Julián. La p alidez y el rubor se suced ían en su rostro; la ansiedad se retrata ba en sus ojos fijos en los del joven preceptor. La señora R e nal esperaba de un momento a otro, saher si iba a conti nuar en la casa o dejarla para sie mpre, pero Julián no qui so hablar de ello. Después de una ruda lucha, se a trevió a decirle con emocionada voz en la que se adivinaba toda su paslón : - l. Dejará usted a sus discípulos para colocarse en otra parte ) A J ulian le sorprendió la inseg ura voz y la mirada de la señora Hena l. " Esta mujer me ama ", se dij o; pero después de este momento de debilidad, de que su orgullo protesta, y cuando ya no tema que me marche, volverá a ser alta nera. n Esta visión de la respectiva situación de cada uno, fu é, e n Julián, rápida como el rayo, y contestó, vacilando: - Tendré mucho sentlmiento en a bandonar a niños tan cariñosos y tan bien nacidos, pero quizás me vea obligado a ello. Tamhién tengo yo deberes que cumplir conmigo mismo.

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Al pronunciar las palabras tan bien nacidos (una de esas frases aristocráticas que Julián había aprendido hacía poco), se animó de un profundo sentimiento de antipatía. « A los ojos de esta muj er, pensó, yo no soy bien nacido. » La señora R enal, al escucharlo, admiraba su genio, su belleza; tenía el corazón destrozado, ante la idea de que Julián, como lo hacía entrever . pudiera marcharse; todos sus amigos de Verrieres. que durante la ausencia del joven habían venido a cenar a Vergy, le daban la enhorabuena por el hombre asombroso que su marido habia t enido la suerte de descubrir. Y no era porque hubieran adivina do los progresos que relizaban los niños; el hecho de saber de memoria la Biblia, y en latín , había despertado en ellos una admiración que durará tal vez un siglo, en Verrieres. Como Julián no hablaba con nadie. ignoraba esto . Si ella hubiese t enido un poco de calma, le hubiera felicitado por la fama que ha bía conquistado, y el orgullo de Julián, tranquilizado ya, le hubiera hecho amable y cariñoso para ella, tanto más que el vestido nuevo le parecía encantador. Ella, t a mbién contenta de su traje y de lo que Julián había dicho de él, se decidió a dar un paseo por el jardín ; muy pronto declaró que no podía andar y cogió el brazo de Julián, cuyo contacto le quitó fuerzas en vez de sostenerla. Era ya de noche . Apenas sentados, usando Julián de su antiguo privilegio, se atrevió a acercar sus labios al hermoso brazo y t o m ó la mano de la dama. Pensaba en el atrevimiento que F ouqué ha bía usado con sus amadas y no en la señora Renal. Las palabras bien nacidos pesaban aun sobre su corazón. Apretaron su mano, cosa que no le proporcionó placer alguno. En vez de sentirse orgulloso, o al menos agradecido por el sentimiento que la señora de Renal dejaba comprender por mil señales evidentes, su hermosura, su elegancia le encontraron casi insensible. La pureza del alma, la ausencia de toda clase de odios . prolongan indiscutiblemente la juventud . E s la cara lo que primera mente envejece en casi todas las muj eres bonitas Julián estuvo hosco toda la noche . Entregado por completo a sus pensamientos, aunque de vez en cuando decía algu nas palabras a las dos amigas. Julián terminó, sin darse cuenta, por abandonar la mano que tenia cogida. Esta acción trastornó el alma de la pobre muj er, que vió en ella la manifestación de su destino. Si hubiera estado segura del cariño de Julián, su virtud hubiera,

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quizás, encontra do energías para resistir . Temerosa de perderlo para siempre, su pasión la trastornó hasta el punto de ser ella quien le cogiera la mano, que en su distracción habia dejado Julián apoyada en el respaldo de la silla. Aquel acto despertó al ambicioso joven . Hubiera querido que lo presenciaran todos aquellos caballeros tan nobles y tan orgullosos que en la mesa, cuando rodeado de los niños ocupaba en las comidas el más alej ado sitio, lo miraban con aire protector. • Esta mujer no puede despreciarme; en este caso debo ser sensible a su hermosura ; tengo la obligación de ser su amante . • Tal idea no le hubiera ocurrido antes de las ingenuas confidencias de su amigo. La súbita determinación que acababa de tomar, fué para el un" agradable distracción. Se decia : « Es preci~o que sea mía una de estas dos mujeres ». Vió que le hubiera agradado mucho más enamorar a la señora Derville, no porque esta fuera agradable, sino porque le había conocido rodeado de la aureola de preceptor, honrado por su ciencia y no como carpintero, con su americana arrollada bajo el brazo, como se habia presentado la primera vez a la señora Renal. y precisamente en aquella posición de obrero, rojo de vergüenza hasta el blanco de los ojos, detenido tímidamente en la puerta del jardín y sin atreverse a llamar, era como la señora Renal le recordaba con mayor encanto. Prosiguiendo la revista de su situación actual, se dió cuenta clara, precisa, de que no había que soñar en conquistar a la señora Derville que, seguramente, estaba convencida ya d~l afecto que su amiga sentía por él. Obligado, pues, a ocuparse de esta« ¿ qué es lo que yo conozco del carácter de esta mujer? " pensó. Solamente esto: antes de mi viaje, le cogía yo la mano y la quitaba ella; hoy yo qU1to la mía y ella se apresura a sujetarla y a estrecharla. I Hermosa oca.ion para devolverle todos los desprecios que me hizo I « Estoy tanto más obligado, continuaba diciendo la vanidad de Julián, a conquistar a esta mujer, cuanto que si alguna vez llego a hacer fortuna y alguien me reprocha el bajo oficio de preceptor. podré siempre responder que el amor me habia llevado a él. • ]ulián separó de nuevo su mano de la señora Renal para cogerla y estrecha rla enseguida. Al entrar en el salón, a media noche , la señora Renal le dijo en voz baja: - ¿ Nos dejará, usted? ¿ Se marchará? ]ulián respondió suspirando :

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Uno lamparilla ardia .. ... (Pág. 85 ).

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- Es preciso que me marche, porque amo a ust ed apasionadamente. Es una desgracia .. . y I qu é desgracia para un futuro sacerdote! Ella se apoyó contra su brazo t a n ab andonada, que su mejilla rOzó la de Juli á n . Las noches, pa ra aquellos dos seres, fu eron muy diferentes . La s~ ñora Renal estaba exaltada por la más elevada voluptuosidad moral. Una joven coqueta en quien el amor se ha despertado mu y tempra no, se habitúa a sus inquietudes ; cuando llega a la ed"d de la verdadera pasión, el encanto de la novedad falta . Como la señora Renal no había leído nunca novelas, todos los detalles de su dicha eran nuevos para ella. Ninguna triste realidad enfriaba su pasión, ni aun el espectro de lo futuro . Se vió tan dichosa diez años despu és como lo era en aqu el momento. Hasta la idea de la virtud y de la fe jurada a su marido, se presentó en vano. La despidió como a un hu es ped importllno.« J a más concederé nada á Julián , "se dijo; viviremos siempre co mo h emos vivido hasta ahora, desde hace un Será un arrugo . "

CAPITULO

XIV

LAS . TljERAS I NG LE SAS

A Julián le había quita do toda tra nquihdad el oireci miento de Fouqu é ; no se decidía a tomar ningún partido . • I Ay I I Quizás no t engo suticiente energía! Hubiera sido un mal soldado d e Napoléon. Al menos, la intriga con la dueña de la casa me distraerá'. Afortunadamente para él, hast a en ese incidente sin importancia, su a lma respondía sin concordancia con este lenguaje cínico. Tenía miedo a la señora Renal, precisamente a causa de su hermoso traje, que, a su manera de ver, era la vanguardia de París. Su orgullo n o quiso dejar nada a m erced de la casualidad y de las inspiraciones momentáneas. Siguiendo las confidencias de Fouqué, se trazó un plan de campaña muy detallado. Como, sin declará.rselo, estaba muy cmoion ado al CO:1c~ blr e3te p\a n, lo escribió .

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Al dia sIguiente, en el salón, la señora R ena l quedó sola un momento con él. - ¿ No tiene ust ed otro nombre más que el de Julián ? le preguntó . A tan halagadora pregunta, nu estro héroe no supo qu é contestar Esta circunstancia no habia sido prevista en su plan. Sin la tontería de t razarse una linea fija de conducta, el vivo ingenio de Julián le hubiera ayudado a salir del apuro. Fu é muy torpe y se exageró su t orpeza. La señora R enal se la perdonó, viendo en ella el efecto de una deli ciosa candidez. Y precisamente, lo qu e faltaba al joven, que todos reputaban inteligente . era el candor. - Tu joven preceptor me inspira desconfianza, le decía algunas veces su amiga. Si empre está reflexionando cuanto ha de hacer y no obra sino con conocimiento de causa. Es un lad ;no. . Juli án habia quedad o muy humill ado por no haber sabido responder a la señora R enal. " Un hombre como yo debe reparar ~u derrota ", pensó. Y aprovechando el momen to en que p asaban de una habitación a otra, le dió un beso, p orque asi creyó que su deber lo ordenaba. Nada tan intempestivo, nada tan desagradable ni tan imprudente w mo aquel beso, qu e est uvo a punto de ser sorprendido por alguien. La señora R enal creyó qu e el joven se habia vuelto loco. Aquella osa di a le asimilaba al señor Valenod. « I Qué sucederia, pensaba ella, si me quedara so' a con él I Y su virtud apareció de nuevo, porque ' u amor se eclipsaba. Por est a razón, se arregló de manera que siempre es tuviera con ella uno d e sus hij os. El dia pasó muy aburrido para Julián. Se entretuvo solamente en poner en práctica con bastante torpeza, su plan de seducción . No miraba ni una sola vez a la señora Renal, sin que su mirada tuviese una razón . Sin embargo no era tan tonto que n o comprendiera que no consegufa ser amable y menos aun seductor. Ella n o salia de su asombro al verlo tan torpe y tan atrevido al mismo tiempo. a Es la timidez del amor en un hombre de ingenio " pensaba con alegria inexpresable;« ¿ será posible que nunca haya a mado a mi rival? » Despu es del almuerzo, la señora Renal entró en el salón para recibir la visita del Sr. Charcot de Maugiron, subprefecto de Bray. Trabajaba al mismo tiempo en un bordado, teniendo a su lado a su

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amiga. Y en tal situación, y de día claro, nuestro héroe pensó y encontró como necesario ad~lantar un pie y oprimir con él el diminuto zapato de la señora Renal cuya media tran~parente atraía sin duda alguna, las miradas del sub-prefecto. Ella tuvo un miedo horrible; dejó caer sus tijeras, su ovillo de lana, sus agujas, y el movimiento de Julián pudo ser interpretado como un intento torpe de impedir que todo aquello cayera. Por tortuna las tijeras, de acero inglés, se rompieron al caer, y esto sirvió de excusa para que ella explicara el movimiento de Julián. « Usted vió antes que yo que se caían esos objetos y pudo evitarlo, pero en su celo apresurado, solo ha consegUido darme un pisotón .• AqueJlo engañó al sub-prefecto, pero no a la señora Derville. « Ese hermoso joven tiene unas maneras bien necias l. pensó. La delicadeza, el saber vivi r de una capital de provincia, no perdona semejantes faltas. La señora Renal, dijo en la primera ocasión oportuna a Julián : - Sea usted prudente : se lo mando. Julián se dió cuenta de su t orpeza y se puso de un humor inferna l. Deliberó durante largo tiempo en su interior, para ver si debía disgustarse por la frase : « se lo mando » y fué lo bastante tonto para pensar : Podría decirme se lo mando, si se tratara de algo concerniente a la educación de sus hijos, pero al corre~ponder a mi amor, reconoce que somos ignales .• Y sin cólera, con toda tranquilidad, recitaba los versos de Corneille, que la señora Derville. le había enseñado algunos di as antes : ...... ....... .... . . .. . el amor hace las igualdades y no piensa en buscarlas ". Julián, obstinado en representar el papel de Don Juan, a pesar de su ignorancia en lides amorosas, estuvo de lo más necio que darse puede. Solamente tuvo una idea buena: aburrido de si mismo y de la señora Renal, vela con espanto aproximarse el momento de la noche durante el cual la tertulia se reunirla en el jardln, y él estarla obligado a sentarse al lado de ella en la obscuridad. Dijo al señor Renal, que iba a Verrieres a ver al cura, y partió al terminar la comida, no volviendo hasta bien cerrada la noche . En Verrieres encontró al sacerdote ocupado en mudarse de casa pues acababa de ser destituido. El vicario Maslón iba a substitu;rle. Julián ayudó al pobre sacerdote, y tuvo la idea de escribir a ' Fouqué diciéndole que la irresistible vocación que sen tia por el sagrado

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ministerio, le había impedido al pronto aceptar su ofrecimiento; pero acababa de ver un ejemplo t an notorio de inju sticia, que quizás fuera preferible para la salvación de su alma no entrar en las sagradas órdenes. Julián se felicitó interiormente de su tacto en proc urar sacar partido de la destitución del cura de Verrieres, para dejarse una puerta abierta y volver al comercio si en su país la triste prudencia quedaba vencedora del heroísmo.

CAPITULO XV

EL

CANTO DEL GALLO

Si Julián hubiera tenido un poco de la habilidad que se atribuía t an gratuitamente, hubiera podido felicitarse al día siguiente, del efecto causado por su viaje a Verrieres . Su ausencia, hizo olvidar sus torpezas . Aquel día también estuvo a lgo hosco. Por la noche, una idea ridícula se apoderó de su cerebro, y la participó con bastante intrepidez a la señora Renal. Apenas estuvieron en el jardín, sin aguardar a que reinase una suficiente obscuridad , aproximó su boca al oido de ella, y con riesgo de comprometerla terriblemente, le dijo: - Señora, esta noche, a las dos, iré a su cuart o para decirle algo q ue necesit o que sepa. Juli án t enía miedo de que le concedieran lo que pedía: su papel de seductor le era tan penoso, que si hubiera podido dejarse guiar por sus inclinaciones, se hubiera retirado a su habitación y hubiera permanecido en ella varios días sin haber vuelto a ocuparse para nada de las dos amigas. Comprendía que con su sabia conduct a del día anterior, había estropeado todas las hermosas apariencias de dos días antes y no sabía ya a qué santo encomendarse. La señora Renal respondió con una indignación real, sin exageración, a l anuncio impertinente que Julián acababa de hacerle. Creyó él ver desprecio en la breve respuesta. Es seg uro que en est a respuesta pronunciada en voz baja estaban las palabras" l quite allá! "SO pre-

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texto de t ener que decir algo a los niños, J \Iliin fué a sus habitacion es y a su vuelta se colocó al lado de la señora Derville. Así descartó toda eventualidad de cogerle la mano. La conversación recayó sobre un tema serio, y Julián estu vo bastante bien, salvo algunos cortos silencios dura nte los cuales se torturaba el cerebro. "¿ Por qué no se me ocurrirá alguna de esas maniobras que obligarían a la señora Renal a darme de nuevo esas señales de ternura inequívocas que me dejaban creer, hace tres días, que me estaba totalmente sometida? Juli án estaba desconcertado por la situación casi desesperada en que había colocado el asunto. Sin embargo. nada le hubiera embarazado t anto como el triunfo. Cuando se separaron a medi a noche, su pesimismo le empujaba a pensar qu e h abía conquist ado el desprecio de la señora Derville y que, probablemente, también iba conquistando el de la señora Renal. De muy mal humor y muy humill ado, Juliá n no durmió. En una palabra, era muy desgraciado, cuando dieron las dos en el reloj de la casa. El ruído le despertó. Desde el m omento en que hizo su impertin ente proposición no volvió ya a pensar en ell a. 1 H abía sido tan mal acogida! « Le he dicho que iría a su habitación a las dos, se dijo levantándose ; seré, qui zas, insociable y h osco, como digno hij o de un labriego, según me ha dado a ente nder la sellora Derville, pero al menos, no seré d ébil. " Julian tenía razón en congratularse de su valor, pues jam ás se había impu est o obligacíón t an penosa. Al abrir la puerta, temblaba de t al m odo, que sus rodillas fl aq uearon y tu vo que apoyarse en la pared. Iba sin zapatos. Se detuvo un momento, para escuchar junto a la puerta del dormitorio del sellor Renal, cuyos ronquidos llegaron a sus oidos . Esto le entristeció, pues le quitaba el último pretexto que podía in vocarsc a si mismo para no acudir a la cita. Pero I Dios mío! ¿ qué hacer? No t en ía proyecto alguno; y aunq~e lo hubiera t enido, de tal manera estaba turbado que le habría sido imposible ponerlo en ejecución . En fin, sufriendo mucho m ás que si hubiera ido a la muerte, entró en el pasillo que conducía a la habitación de la señora Renal, cuya puerta abrió con temblorosa m ano y produci endo un ruído horrible . Había luz; una lamparilla ardía sobre la chimenea. No se espera ba el joven esta nueva desdicha. Al verlo entrar, la señora Renal

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saltó inmediatamente de la cama. " I Desgraciado! »exclamó . Hubo un poco de desorden, pero Julián, olvidando sus proyectos vanos . entró en su papel natural; no agradar a tan linda mujer, le pareció una h orrible desgracia. No contestó a los reproches que le hacía, sino poniéndose a sus pies abrazando y besando sus rodillas. Como ella le tratase con dureza, Julián lloró. Cuando algunas horas más tarde Julián abandonó la habitación, se hubiera podido decir de él, siguiendo el estilo novelesco, que nada tenía ya que desear. En efecto, debía al amor que habia inspirado y al encanto seductor que la hermosura de la mujer había despertado en él, una victoria a la que no le hubiera cond ucido su torpe habilidad. Pero en los momentos más dulces, víctima de un extraño orgullo, intentaba aun dese mpeñar el papel de hombre acostumbrado a suby ugar muj eres. Hizo todo lo que en su mano estuvo para estropear tan agradable victoria. En lugar de estar pendiente d e los transportes de felicidad que hacia nacer, era esclavo de la idea del deber, que const antemente estaba en su celebro. Temía un ridículo enorme y un remordimiento eterno . si se separaba una línea del modelo ideal que se proponía seguir. En una palabra, lo mismo que hacía de Juli án un hombre superior, fué precisamente lo que le impidió saborea r la dicha de que disfrutaba . Era como una joven de dieciseis años con colores delicados, que para ir al baile comete la locura de darse colorete. Asustada horriblemente por la aparición de Julián, la señora Renal fué pronto presa de las más crueles alarmas. Las lágrimas y la desesperación del joven, la turbaron profundamente. Hasta cuando ya no tenía nada que negarle, rechazaba a Julián para que se separara de ella, realmente indignada, y en seguida se arrojaba en sus brazos. Se veía condenada sin r emisión, y procuraba dominar los remordimientos que la asaltaban colmando ·a Julian de las más vivas caricias. En una palabra, nada hubiera faltado al joven para su completa felicidad si no era el saber lo que ésta valía . La ausencia de Julián, no hizo cesar las inquietudes que, a su pesar, la agitaban ni los combates con el remordimiento que la atenazaba. " ¿ Es que ser dichoso, ser amado no es más que esto? • Este lué el primer pensamiento de Julián al entrar en su habitación . Se encontraba en ese estado de inquietud y de sorpresa en que cae el espíritu cuando ha conseguido lo que durante mucho tiempo ha deseado.

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Está acostumbrado a desear; ya no encuentra nada que pedir y sin embargo, aun no tiene recuerdos. Como el soldado que vuelve de la r evista , J uliáD se ocupó en recordar todos los detalles de su conducta. ¿ No he faltado a nada de lo qu e a mí mismo me debo? ¿ He desempe· fiado bien mi papel ?' » l y qué papel I El de un hombre acostumbrado a brillar entre las damas.

CAPITULO XVI

AL

DIA S IG U IENTE

Afortunadamente p ara la gloria de Juliá n, la señora Renal estab:. de masiado emocionada, demasiado sorprendida para advertir la necedad del hombre, que en aqu el momento era el mundo entero para ella. Al amanecer le invitó a que se r etirara . - i Dios mío decía ; si mi marido ha oíd o ruído, estoy perdida I Julián, que había tenido tiempo d e hacer frases, se acordó de esta, que pronunció: ¿ Sentiría usted. perder la vida? - Mucho y en este momento sobre t odo; pero no sentiré nuncá hab erle conocido. Julián creyó que 's u dignidad le obligaba a entrar en su habitación cuando hiciera día claro y sin tomar precau ciones. La atención continua con que estudiaba sus más insignificantes acciones, guiado por la loca idea de parecer un h ombre de experiencia, no le proporcionó más que una ventaja; cuando durante la comida encontró de nuevo a la señora Renal, su conducta fué una obra maestra de prudencia. En cuanto a ella, no podía mirarlo sin enrojecer, y no podía vivir un instante sin mirarlo; se daba cuenta de su turbación, y sus esIuerzos para serenarse la turbaban más. J ulián no levantó la vista hasta ella sino una vez. Al principio, la señora Renal ~dmiró su discreción, mas después, viendo que la mirada no se repetía,"se alarmó.

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¿ Es que ya no m e ama? pensó I Ay ! soy muy vieja para él ; t engo

diez años más de edad. Al t erminar la comida, en el trayecto del comedor al salón, estrechó en tre las suyas las manos de J ulián, quien sorprendido de t an extraordinaria prueb a de amor, la miró apasionadamente. E sta mirada consoló a la señora R enal, y aunque no le quitó todas sus preocupaciones, las que quedaron sirvieron para quitarle los remordimient os acerca de su marido . Durante el almuerzo ese marido no había advertido n ada; n o así la señora D erville, que creyó a su a miga a punto de sucumbir. Durante todo el día, su amistad atrevida e insinuante no le perdonó las alusiones destinadas a describirle, ba jo los más t erribles aspectos, el peligro que corría. La señora Renal ardía en impaciencia por encontrarse sola con Julián; quería preguntarle si aun la amaba. A pesar de la inalterable dulzura de su carácter, estuvo a punto varias veces de decir a su amiga que dejase de importunarla. Por la noche, en el jardín, la señora D erville arregló tan bien las cosas que se encontró se atada entre Julián y su amiga. Esta, qu e se había forjad o una idea deliciosa del placer de estrechar la mano de Julián, de llevarla a sus labios, n o pudo ni au n dirigirle la palabra . Ese contratiempo aumentó su agitación . Se sentía devorada por un remordimiento; había reñido tanto a Julián la noche anterior, por la imprudencia de entrar en su cuarto, que temía no verlo aquella noche . Dejó muy t emprano el jardín, y fué a refugiarse en su alcoba, pero no pudiendo contener su impaciencia, fu é a la puerta del dormitorio de Julián, a la cual aplicó el oído. A pesar d e la incertidumbre y de la pasión que le devoraban, no se atrevió a entrar. Esta acción le parecía la última de las bajezas. Los criados no estaban recogidos y la prudencia le obligó por fin a encerrarse de nuevo en su dormitoriQ. Las dos horas que tuvo que pasar esperando, fueron dos siglos de tormento para ella. P ero Julián era demasiado fiel a lo que el llamaba el deber, para dejar de ceñirse en su ejecución, punto por punto, a todo lo que él se ha bía presorito. Al dar la una, salió silenciosamente de su habitación, se aseguró de que el dueño de la casa dormía, y entró en la de la señora Renal. Aquella noche encontró mayor felicidad, porque p ensó menos en desempeñar e1 papel que se había impuesto. Tuvo ojos para ver y

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oídos para oir. Lo que sobre su edad le dijo la señora Renal, contribuj o a darle alguna seren idad . - ¡Ay ! l T engo diez años más que usted! ¿ Cómo pued e usted amarme? le repetía, porque esta idea la torturaba. Julián no comprendía esta desgracia, pero vió que'era:rea¡"y'perdi 6 el miedo de ser ridículo. La estúpida idea de ser considerado como un amante subalterno a causa de su obscuro nacimiento, desapareció también. A medida que los transportes de Julián tranquilizaban a su tímida pareja, esta participaba más de la dicha y de la facultad de juzgar a su a mante. Afortunadamente, aquella noche casi se desprendió del aire ficticio de la noche anterior que le había hecho juzgar la entrevista de la víspera como una victoria y no como un placer. Si ella hubiera notado que J ulián tenía la intenci6n de desempeñar un papel, el trist e descubrimiento le hubiese a margado la felicidad para toda su vida, pu es no hubiera visto en ello otra cosa que un triste efecto de la desproporción de edades. Pocos dias después, J ulián, entregado por completo a loS ardores propios de su edad, estaba locamente ena morado. « Hay que convenir, p ensaba, en que tiene un alma a ngeli cal y en que no se puede ser más hermosa ». H abía perdido, casi totalmente, el carácter del papel impuesto en esta comedia. En un momento ele abandono, le declaró t odas sus inquietudes. E sta confianza elevó a la cú spide la pasión que in spiraba. « No h e t enid o rival ", se decía la dama , completa mente dichosa. Le preguntó acerca del retra to en el que t anto interés h abía pu esto, y Julián le juró qu e era el de un hombre. Cuando le qu eda ba a ella b ast ante serenidad para reflexionar, no volvía de su asombro al concebir que t al felicid ad existi era sin que ella la hubiera ni siqui era sospechado. - l Ay! p ensaba. 1 Si hubiera conocido a Julián hace diez años cuando aun p odía pasar por hermosa! Julián estaba bastante a lejado de aquellos pensamientos ; su amor era aún ambicioso; era la alegría de poseer una muj er tan hermosa, él, pobre ser despreciado y desgraciado . Sus actos de adoración, sus entusiasmos a la vista de los encantos de su amada, consiguieron tranquilizarla sobre el miedo a la diferencia de edad. Si hubiera tenido un poco de ese saber vivir de que toda mujer de treinta años goza desde hace mucho tiempo en los países civilizados,

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hubiera temblado por la constancia de un amor que parecia vivir alimentado solamente por entusiasmos de amor propio. Durante aquellos momentos de abandono, de ambición, Julián admiraba hasta los sombreros, hasta los trajes de la señora Renal. No podía saciarse del placer que le causaba el perfume de estos objetos. Abría los armarios y pasaba horas enteras admirando la hermosura y el orden con que estaba colocado todo lo que contenlan. Su amiga, apoyada en él, lo miraba. «Ypensar que hubiera yo podido casarme con este hombre, pensaba algunas veces la señora Renal; 1 qué alma de fuego l I qué v ida de encan to con él ! En cuanto a Julián nunca se había encontrado tan cerca de esos terribles instrumentos de la artillería femenina . « I Es imposible, pensaba, que en París haya nada tan hermoso! Entonces, no encontraba objeción alguna que hacer a su felicidad. A menudo, la sincera admiración y los impulsos de su amante, la hacían olvidar la teoría vana que le había hecho tan acompasado y tan rid fculo en los primeros momentos de esta unión. Algunas ocasiones hubo en que. a pesar de sus hábitos de hipocresía . encontraba un placer infinito en declarar a esta gran señora, que lo admiraba, su ignorancia extremada de una multitud de pequeñas cosas. El rango de el\a, parecía elevarlo sobre sí mismo. La señora Renal, por su parte, experimentaba la más dulce voluptuosidad moral en instruir en estos pequeños detal\es, a aquel joven l\eno de talento y al cual auguraba t odo el mundo un gran porvenir. Hasta el subprefecto y el señor Valenod no podían prescindir de admirarlo; por esto le parecían menos tontos. Respecto a la señora Dervil\e, estaba lejos de experimentar los mismos sentimientos. D esesperada por lo que creía adivinar y viendo que sus prudentes advertencias se hacían odiosas pa ra una mujer que materialmente había perdido la cabeza, se marchó de Vergy, sin dar una razón, que, por otra parte, se guardaron muy bien de preguntarle . La señora Renal derramó algunas lágrimas y pensó enseguida que su felicidad a umentaría, porque esta marcha le proporcionaba la ocasión de encontrarse, en adelante, sola siempre con su amante . Julián se entregaba can tanto m ayor entusiasmo a la nueva pasión, cuanto que siempre que se quedaba solo con sus pensamientos, la fatal proposición de su amigo Fouqué venia aun a agitarle. En los primeros días de esta nueva vida, hubo algunos momentos, durante los cuales él, que nunca había sido amado, que nunca había

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amado , encontraba tan delicioso placer en ser sincero, que estuvo a punto de decla rar a la señora Renal la a mbici6n que hasta entonces había sido la esencia misma de su existencia. Hubiera querido poder consultarle sobre la extraña tentaci6n que le producía la proposici6n de F ouqué, pero un pequeño incidente impidi6 toda franqueza.

CAPITULO XVII

EL PRIMER TENIENTE DE ALCALDE

Una tarde, a la puesta del sol, sentado junto a su amiga en el fondo de la huerta, lejos de los importunos, soñaba ]ulián profund a mente. « Estos momentos de felicidad, pensaba, ¿ durarán siempre? Su espíritu estaba entregado por entero a la dificultad de crearse una posici6n ; deploraba ese acceso de desdicha que termina la infancia y destruye las ilusiones de los primeros años juveniles de la clase algo enriquecida. - l Ah! exclamaba. Napoléon era realmente el hombre enviado por Dios para la juventud francesa . ¿ Quién lo reemplaza rá? ¿ Qué harán sin él los desgraciados, aun los más ricos que yo, que solamente disponen del p oco oro necesario para procurarse una buena educaci6n y no del n ecesario para comprar un hombre a los veinte a ños y estudiar una carrera? Por mucho que se h aga, añadi6 su spirando, este recuerdo fatal nos imposibilitará pa ra siempre de ser felices . Vi6 de repente a la señora Renal que se ponía seria, y qu e adoptaba un gesto frío y desdeñoso ; esta ma nera de pensar, le pareció propia de un criado. Educada en la idea de que era mu y rica, le parecia que Julián, como cosa convenida, lo era también. Le amaba mil veces más que a su vida y, na turalmente, no se ocupaba para n ada del dinero. Julián estaba muy lejos de adivinar sus pensamientos, y el gesto de la señora Renal le hizo volver de nuevo a la realidad . Tuvo la bastante presencia de ánimo para arreglar sus frases y hacer comprender a la noble señora sentada cerca de él, sobre el banco de verdura, que las palabras que acababa de pronunciar las había oído en

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casa de su ami go F ouqu é en su último viaje. E ste era pu es, el ra zonami ento de los imp íos. - P ues bien ; no se mezcle u st ed más con esa gente, dijo su amiga, conservando aun parte del t ono glacial que , de pronto, habia substituido a la t ernura. Aqu el gesto, y más bi en el remordimiento de su conciencia por la imprudencia cometida, fu é el primer jaque dado a la ilusión que se h a bía apoderado de Juliá n. E ste pensó: « E s buena y cariñosa ; su afect o hacia mí es real, fu er te, p ero ha sido educada en el campo enemigo, dond e, sobre t odo, tienen miedo a esa clase de h ombres qu e, despu és de una buena edu cación, no tienen dinero p ara seguir una carrera. ¿ Qu é sería de ellos si pudi eram os comba tirios con armas iguales ? Yo, por ejemplo, alcalde de Verrieres, bien intencionado, h onrado, como lo es en el fondo el señor R enal, I CÓmo trat aría al Valenod y t odas su s granuj erlas ! I Cómo triunfaría la justicia en Verrieres ! A buen seguro, n o sería n un obst áculo sus t alentos" I Siempre est á n con tanteos I La felicidad de Julián estuvo a bocad a, en aqu el día, a ser duradera, m as faltó a nuestro joven el valor de ser sincero, de da r la ba t alla en el acto. La señora R enal hab ía sido sorprendida p or las pala bras de Julián, porque const antemen t e los h ombres de su sociedad repetían que la vuelta de R obesp ierre era posible, sobre t odo a causa de esos jóvenes de b aja clase social d emasiado bi en edu cados. E l gest o fr ío de la señora R en al, duró much o tiempo y le pareció intencionado a Julián . Era que el t em or de haberle dicho indirect a mente algo desagrada ble, sucedió a su repugnan cia sobre el concepto censuTad o. E st a pena se r efl ejab a vivamente en los rasgos de su fison omía, t an puros y t an sencillos cuando era d ichosa lejos de los fastidiosos Julián no se atrevió ya a a bandonarse a sus ensueños ; m ás tranquilo y m enos enam orado, le pa reció que sería imprudente ir a ver a la señora R enal a su ha bitación ; era preferi ble q ue ella viniera a la de él. Si un criado la veía corriendo p or la casa, p ~d rí a disculparse con veinte pretextos diferentes. Pero este arreglo t enía t a mbién sus incon venientes. Juli án ha b ía recibido de Fouqu é libros qu e él, estudiante de Teología, nunca:hubiera podido compra r en casa de un librero, y no se atrevla a a brirlos sino durante la n oche. A menudo, hubiera estado muy contento de no ser interrumpido por una visita cuya espera aun la vlspera de la escena de la huerta, le hubiera incapacitado p ara leer .

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Debía a la señora Renal, el poder comprender los libros de una manera completamen te nueva. Se había atrevido a preguntarle sobre una multitud de cosas nimias, cuya ignorancia detiene en el acto la inteligenci a de un joven nacid o fu era de la sociedad, por mucha inteligencia que se le suponga. Aquella educación del amor, dada por una mujer ignora nte en extremo, fué una felicidad. ] ulián consiguió, indirectamente, conocer la sociedad t a l y como es en 'nuestros días. Su inteligencia no se ofuscó co n el relato de lo que h abía sido otras veces, h acía dos mil a ños o simplemente sesenta, desde el tiempo de Luis XV y de Voltaire. Con indecible alegría vió caer la venda que cegaba sus oj os, y comprendió, por fin, a qué eran debidas las cosas que pasaban en Verrieres. En primer lugar, aparecieron intrigas muy complicadas, urdidas, h acía dos años, cerca del prefecto de Besan~ on. Estaban apoyadas por cartas llegadas de París y firmadas por los' más ilustres nombres. Se trat aba de hacer del señor Moirod, que era el hombre más devoto del país, el primero y no el segundo t eniente del Alcalde de Verrieres. Su contrincante, era un comerciante muy rico a quien era absolutamente necesario no permitirle otra plaza 'q ue la de segundo t enie nte . Jllli á n cOIDTlrendió por fin las medias palabras que habia oído : ·U ;lJ.) la c1as~ más elevada del p a ís venia a comer a casa del señor Rena l. Esta sociedad privilegiada, estaba mu y preocupada con el nombramiento de primer t eniente, mientras el resto de la ciudad , y sobre todo los liberales, no tenían ni idea de la posibilidad de qu e esto ocurriera. La importancia de esto, ra dicaba en que, como todo el mundo sabía, el lado oriental de la gran calle de Verrieres, debía retroceder más de nueve pies. porque la calle h abia pasado a ser ca mino real. Ahora bien : si el señor Moirod, que tenia tres casas obligadas á retroceder, llegaba a ser primer t eniente y por lo t a nto alcalde en el caso en que el señor R enal fuese elegido Diputado, cerraría los oj os y se podrían hacer a las casas que se adelantaban sobre la v ía pública, pequeñas é imperceptibles reparaciones por medio de las cuales durarían cien años. A pesar la gran piedad y honradez reconocid a del señor Moirod, estaban segu ros de que él sería fácil, porqu e t enia mu ch os hij os. Entre las casas que debían ret roceder, nueve de ella s pert enecían a las mejores familias de la ciudad. Para ]ulián, a su modo de ver, est a intriga era mucho más impor-

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t a nte que la historia de la batalla de Fontenay, cuyo nombre v eí~ por primera vez en uno de los libros que Fouqué le había enviado. AIH, en Verrieres, sucedían cosas qu e le extra ñaban desde que hací a cinco años había empezado a ir, p or las noches, a casa del cura, pero la discreción y la humildad de espíritu eran las primeras cualidades necesarias para un estudiante de Teolog ía . Siempre le había sido imposible hacer preguntas. El tiempo volaba; el recuerdo de los encantos de su amada distra[a a Julián de su negra ambición. La necesid ad de no hablarle de cosas razonables. puesto que p ertenecían a partidos contrarios, aumentaba sin que él se diese cuenta de ello, la felicidad que le debía y el imperio que. sin sospecharlo, iba ejerciendo sobre él. Durante los momentos cn que la presencia de los niños, d emasiado inteligentes, les obligaba a no hablar sino de cosas corrientes, J ulián la miraba con una docilidad perfecta, mientras con los ojos llenos de pasión y los oídos abiertos a la armonía de su voz, escuchaba sus explicaciones sobre la marcha del mundo. A menudo, en medio del relato de una bribonada hábil con ocasión de la contrata de un ferrocarril, o con cu alquier otro parecido motivo, la inteligencia de la señora Renal se extraviaba de repente, hasta el delirio . Juliá n t enía que reprenderla, porque se permitía con él los mismos gest os íntimos que con los niños. Era que había días en los cuales ella se hacía la ilusión de quererlo como a uno de sus hijos . ¿ No t enía ella que contestar muy a menudo, a ciertas preguntas tan inocentes que un niüo ele quince años, bien educado, conoce sobradamente ? Un instante después, ella lo admiraba como a su maestro . Su genio se elevaba a tanta altura, que a veces la asustaba. Cada día, creía ver al hombre del porvenir en el joven abate . Lo veía Papa, lo veía primer ministro como Richelieu. « ¿ Viviré bastante para verte rodeado de gloria? ", decía a J ulián. El sitio está hecho para un grande hombre; la m onarqu[a y la religión lo reclaman ".

CAPITULO

XVlIl

UN REY EN VERRltRES

El 3 de septiembre, a las diez de la noche, un gendarme despertó a todo Verrieres, atravesando a galope la calle principal. Traia a l noticia de que S. M. el Rey de ... llegaría el domingo siguiente, yera martes. El prefecto autorizaba, esto es, pedía, la formación de una Gran Guardia de honor; era necesario desplegar t odo el luj o posible. Un correo fué enviado inmediatamente a Vergy. El señor Renal llegó la misma noche y encontró la ciudad en movimiento. Cada uno tenia su pretensión; los menos ocupados alquilaban balcones para ver la entrada del Rey . ¿ Quién mandará la guardia de honor ? El señor Renal se dió cuenta inmediatamente de lo mucho que interesaba a las casas destinadas a retroceder, que el señor Moirod tuviera este mand o: ese podrla ser su mérito para la plaza de primer teniente. La devoción del señor Moirod era bien reconocida, pero jamás habia montado a caballo. Era un hombre de treinta y seis años, muy timído, y que tenia el mismo temor a las caidas que al rid1culo. El Alcalde le mandó llamar a las cinco de la mañana . - Ya ve usted que le llamo para oir su parecer, como si ya ocupara el puesto que todo el mundo desea verle desempeñar. En esta desgraciada ciudad, las manufacturas prosperan, el partido liberal se hace millonario, aspira al poder y sabrá hacer un arma de todo . Consultemos el interés del Rey, el de la Monarquia, y sobre todo, el de nuestra santa Religión ¿ A quién piensa, usted, que debemos confiar el mando de nuestra guardia de honor ? A pesar del miedo horrible que le producía el caballo, .el señor Moirod terminó por aceptar este honor como un martirio. « Procuraré desempeñar mi cometido de la manera más satisfactoria ", dijo al Alcalde. Apenas quedaba tiempo para arreglar los uniformes, que

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El pri mer jinete de la novena fil a era un lindo mozo ... (P ág .r,99).

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siet e años a ntes ha bían servido para la rece pción, en la Ciudad, de un Príncipe de la sangre . A las siete , la señora R en al llegó a Verri cres, acompa ña da de J uliá n y de los niños . Encontró su salón llen o de señoras li bera les, que predicaba n la uni ón de los p artidos, y venían a suplicarle que obtuviera de su marido una pla za en la guardia de honor pa ra los su yos. U na de ellas decía que si su m arido no era elegid o, haría quiebra, del sentimiento. L a señora R enal despidió inmediat a mente a tojo el mundo; pa recía preocupada. Juliá n se sorpre ndió mu cho y hast a se disg ust ó, porq ue ella no quiso decirle de qu é se trataba. " Ya lo h abía previst o, dij o el joven lleno de a m a rgura ; su amor se eclipsa ante el esple ndor de un R ey que viene a visita r su casa . Todo est e ruído la trastorna. Me volverá a a m a r cu a ndo las ideas de su cast a no le turben la cabeza. " Y , cosa sorprendente, él la quiso mucho más. Los tapiceros empezaron a invadir la casa; él esperó en va no largo tiempo la ocasión de d ecir a su a m ada alguna pala bra. P or fin, la vió sa lir de su habitación, llevando un traje de él. Est a ba n solos; él quiso habla rle, y ella huyó sin resp onderle. 'c Soy dem asiado t onto en querer a esta muj er, a quien la a mbició n hace t an loca como su m a rido. " Ella lo est ab a m ás: uno de sus m ayores deseos, que nunca ha bía dicho á Juliá n p or mi edo a ofend erl e, era de verlo un día si n su triste tra je n egro. Con un a h abilidad realmente a dmira ble e n una mujer tan sencilla , obtu vo primera mente del señor Moirod y después del Subprefecto Mau giron, la p romesa de qu e Juliá n sería nombrado gu a rdia de honor, con preferencia a cinco o seis hij os de comercia ntes acomoda dos. El señor Va lenod que quería ofrece r su carroza a las más lind as jóvenes de la ciudad y hacer admira r sus caba llos norm a ndos, con sintió en prestar un o de sus ca ballos a Julián , el ser a quien más ab orrecía. T odos los g ua rdias de honor, t enían en propiedad O prest ado, uno de esos uniformes hermosos, az ules, con cha rreteras de pla t a, que ha bía n brill ado hacía siet e a ños, p ero la señora R enal quería un traje nu evo, y solo le queda ban cuat ro d ías para encargarlo a Besan. Estuvo a punto de llenarla de injurias. La perspectiva de la herencia de Besanc;;ón le contuvo. Impaciente por hacer pagar a alguién o a algo su mal humor, estrujó entre sus manos la segunda carta anónima y comenzó a pasear a grandes pasos; sentía la necesidad de sep ararse de su mujer. Algunos instantes después se acercó a ella ya con á nimo más tranquilo. - Se trata de decidirse y de despedir a Julián, dijo ella. Después de todo, no es sino el hijo de un obrero. Usted le indemnizará con algunos escudos, y, además, como es sabio, encontrará fácilmente otra colocación, por ejemplo, en casa del señor Valenod o en casa del subprefecto señor Maugiron, que tienen hijos. De esa manera, no le causará usted ningún perjuicio ... - Habla usted como una necia, respon dió su marido con t errible voz. ¿ Qué se puede esperar del talento de una muj er? Nunca se fija usted en lo que es realmente razonable. ¿ Cómo puede hablarse ~sf ? Su abandono, su pereza, no le dejan actividad si no para cazar I)lahposas; las mujeres son seres débiles que tenemos la desgracia de ('ontar en nuestras familias! La señora R enal le dejó hablar, y él habló durante mucho tiempo. Vaciaba su cólera , como se decía en el pueblo. - Señor, dijo su mujer; yo hablo como una persona ultrajada en lo que más le interesa; en su honor. La señora Renal conservó su inalterable serenidad durante todo el tiempo que duró la conversación de la cual dependía la posibilidad de seguir viviendo bajo el mismo techo que Julián . Buscaba los argumentos más convincentes para guiar la cólera ciega de su marido; había sido insensible a todas las reflexiones injuriosas que éste le habia prodigado, porque no las escuchaba, pues estaba pensando en Julián, • ¿ Estará contento de mi ? " se decía. - Ese insignificante campesino que hemos abrumado a a t enciones y a regalos, será, quizás, inocente, dijo ella, pero no por eso deja de ser la ocasión del ultraje que recibo. 1 Caballero! al recibir esta afrenta, me he jurado a mi misma que él o yo, saldríamos de esta a

- ¿ Quiere usted dar un escándalo que nos deshonre a los dos? 1 Como si no tuviéramos bastantes enemigos en Verrieres 1 - Es verdad, que generalmente envidian el estado en que la prudente administración de usted ha sabido colocarle y colocar a su

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familia y a la Ciudad . Pues bien: vaya decir a Juliá n que nos pida permiso para ir a pasar un mes en casa de su digno amigo, ese comerciante de maderas que vive en el monte. - Tenga cuidado en h acer nada, dijo el señor Renal con gran tranquilidad . Lo que exijo, es qu e no le hable. Se encolerizaría usted y me disgustaría a mi con él, y ya sabe qué susceptible es ese caballerete . - Ese joven no t iene tacto, dijo la señora Renal. Podrá ser un sabio, puesto que usted, qu e entiende en este punto, lo asegura, pero no por ello deja de ser un hij o de labradores vulgares. En cuanto a mí, h e formado muy mala opinión acerca de él, desde el momento en en que rehusó casarse con Elisa, que, para él, era una fortuna . Y esto, sola mente bajo el pretexto de que la doncella hacía algunas visitas al señor Valenod. - l Ah! dijo el señor R enal enarcando desmesuradamente las cejas. ¿ Le ha dicho a usted eso Julián ? - No él, que siempre me d ado razones b asadas en la vocación que sentía p or la iglesia ; pero créame usted, la principal vocación pa ra esa clase de gente, es tener el pan asegurado. Me dejaba entender que conocía esas visitas secretas. - l Y yo las ignoraba I exclamó el señor Renal enfureciendose de nu evo . l Ocurren en mi casa hechos que yo ignoro! l Cómo! ¿ Ha habido algo entre Elisa y Va lenod ? - l Eso es ya historia antigu a , amigo mio ! dijo su esposa riend o, y quizás no haya sucedido entre ellos nada pecaminoso. Era en aquel tiempo en que dicho señor Valenod hubiera deseado que Verri~res ent ero p ensara que entre él y yo se establecía cierta corriente de amor platónico. - Alguna vez h e p ensado en ello, dijo el pobre hombre, dándose una fuerte palmada en la frente : iba de descubrimiento en di~c~­ brimiento, ¿ y por qué no me dij o usted nunca n ada de eso? - ¿ Iba yo a hacer que riñeran dos amigos por una humareda de vanidad del buen director del asilo? ¿ Cuál es la mujer de nuestra sociedad a la que él no haya escrito una carta amorosa o dirigido alguna galantería? - ¿ Le h a escrito a ust ed? - l Escribe mu cho I - Enséñeme esas cartas al momento; se lo mando. " Y el señor Renal creció seis codos.

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- Me guardaré muy bien de hacerlo, le respondió su mujer con dulzura rayana en el abandono. Se las ensei'iaré algún día, cuando esté usted más tranquilo . - i Ahora mismo! exclamó el señor Renal ébrio de cólera, y sin embargo más feliz que durante las doce últimas horas. ¿ Me jura usted no tener nunca un disgusto con el director del Asilo, a propósito de esas cartas ? - Con disgusto o sin él puedo quitarle la administración de los niños abandonados . Pero, continuó enfurecido, quiero ver esas cartas inmediatamente. ¿ Dónde están? - En un cajón de mi secreter, pero a buen seguro no le daré la llave. - Yo sabré romperlo, dijo dirigiéndose a la h abitación de su mujer . Rompió en efecto, valiéndose de una palanca de hierro, el cajón de un precioso secreter de caoba, traído de París, que él limpiaba a menudo con el faldon de su levita, cuando creía ver en él alguna mancha . L a señora Renal había subido, corriendo, los ciento veinte escalones que conducían al palomar, y ató su pañuelo blanco a uno de los barrotes de la ventana. Era en aquel momento la más feliz de las mujeres. Con lágrimas en los ojos, miraba hacia los espesos bosques de la montaña; sin dud a se decía, desde debajo de uno de esos gigantescos árboles, Julián espía este mensajero de felicidad. Durante algún tiempo , procuró oir algo, maldijo el canto de las cigarras y de los pájáros, que impedían oir el grito de alegría, que, debía salir de aquella inmensa pendiente de verdura sombría y lisa como una pradera, que forman las copas de los árboles. " ¿ Cómo no se le ocurre inventar cualquier señal que me haga ver que su dicha es igual a la mía ? No bajó del palomar hasta que tuvo miedo de que su marido viniera a buscarla allí. Lo encontró furioso. Leía las anodinas frases del señor Valenod, poco acostumbradas a ser leídas con tanta atención. Aprovechando un momento durante el cual las exclamaciones de su marido le dejaban la posibilidad de hacerse oir, dijo: - Vuelvo siempre a mi primera idea. Conviene que Julián emprenda un viaje. Por mucho talento que tenga para enseñar latín, no por eso deja de ser un campesino tosco y sin tacto. Todos los días, dándoselas de discreto me dirige cumplidos exagerados y de mal gusto, que aprende de memoria en las novelas.

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- No lee nunca novelas, contestó el señor R enal; estoy convencido de ello. ¿ Cree usted, que yo sea algún amo de casa ciego, que ignore lo que sucede en su derredor? - Pues bien; si no lee en ninguna parte sus ridículas galanterías, las inventa; lo que es peor. Seguramente ha hablado de mí en la misma forma en Verrieres ... y, sin ir más lejos, añadió como si acabase de realizar un descubrimiento, habrá hablado así en presencia de Elisa que es lo mismo que hablar delante de Valenod. - I Ah ! exclamó el señor Renal dando sobre la mesa tan formi dable puñetazo que estuvo a punto de romperla y cuya fu~rza hizo trepidar la habitación; I la carta anónima escrita y la impresa están sobre el mismo papel! , i Por fin! >l, dijo para sí la señora Renal. Pareció desconcertada por este descubrimiento, y sin añadir una palabra más, fué a sentarse sobre un diván, colocado en el otro extremo de la habitación. La batalla había sido ganada. Le costó gran trabajo disuadir al indignado marido, de que fu ese a hablar con el supuesto autor de la carta _anónima. - I Cómo I ¿ no ve usted que pedir explicaciones sobre este punto a Valenod sin tener suficientes pruebas, es un disparate I Le tiene a usted envidia ¿ por qué? Por su talento; su sabia administración,

sus edificios llenos de gusto artístico, la dote que he aportado al matrimonio y sobre todo, la importante herencia que esperamos de mi tía, herencia que dicen es incalculable, han hecho de ust ed el personaje más importante de Verrieres. - Se olvida usted del nacimiento, dijo el marido sonriendo. - Es usted de los hidalgos más distinguidos de toda la p.rovincia, contestó apresuradamente su mujer. Si el rey fuera libre y pudiera rendir justicia a la sangre, seria ·u sted admitido en la Cámara de los Pares, etc., etc. I Y precisamente en esta brillante situación, quiere dar a la envidia, motivos para comentarios I " Hablar al señor Valenod de esa carta anónima, equivale a proclamar en todo Verrieres ¿ qué digo? en todo Besan~ón, que ese insignificante burgués admitido, quizás imprudentemente, en la intimidad de un Renal, ha encontrado medio de ofenderle. En cuanto a las cartas que usted acaba de sorprender en mi cajón, si probaran que yo he correspondido al amor de Valenod, deberla usted matarme , pues lo habrla merecido mil veces, pero nunca indisponerse con Valenod . Piense en que todos los habitantes, desean un pretexto para

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vengarse de la superioridad manifiesta que sobre ellos tiene usted; piense que en 1816, ha contribuido usted mismo a ciertas detenciones . Aquel hombre refugiado bajo su techo .. - Pienso que usted no tiene miramientos ni amistad por mí, exclamó el señor Renal con toda la amargura que despertó en él aquel recuerdo. l Y no he llegado a ser Par! - Creo, amigo mio, dijo su mujer, sonriendo, que seré más rica que usted, que soy su compañera desde hace doce años, y que por todos es?s títulos, debo tener voz y voto, y sobre todo en el asunto de hoy. Si usted prefiere a mí a un señor Julián, estoy dispuesta a pasar el invierno en casa de mi tía. Aquellas palabras fueron pronunciadas oportunamente. Se vela en ella una decisión que procuraba ser correcta, y que decidió al señor Renal. Mas, siguiendo la costumbre de la provincia, habló aún dos ó tres veces volviendo a repetir todos sus argumentos. Su mujer le dejaba hablar; aún se notaba cierta cólera en sus palabras. Al cabo, dos horas de inútil charla agotaron las fu erzas de un hombre que había soportado un estado horrible de excitación durante toda la noche, y fijó definitivamente la línea de conducta que había de seguirse respecto a Valenod, JuliáI) y Elisa. Una o dos veces, en el tran scurso de esta escena, la señora Renal estuvo a punto de sentir alguna simpatía por el dolor evidente de aquel hombre que durante doce años habla sido su compañero; pero las verdaderas pasiones son egoístas. Además, esperaba a cada momento la declaración de que él había recibido otra carta anónima y esa declaración no llegó. Faltaba, para asegurar su tranquilidad, conocer las ideas que hablan sugerido al hombre del cual dependía su porvenir; porque, en provincias, los maridos son dueños abso · lutos de la opinión. Un marido que se queja, se cubre de ridículo, cosa cada dla más frecuente en Francia; pero su mujer, si él no le da dinero, cae en el estado de obrera a setenta y cinco céntimos por dla, y aún las buenas almas tienen escrúpulos en emplearlas o admitirlas a su servicio. El sentimiento del peligro se despertó vivamente en el ánimo de la señora Renal al entrar en sus habitaciones. Quedó sorprendida ante el desorden en que encontró su dormitorio: las cerraduras de todos sus delicados muebles, hablan sido rotas; varias planchas del suelo, levantadas." I No hubiera tenido piedaddeuú,pensó! l Cuando uno de los niños entra aqul con los zapatos mojados, se encoleriza.

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I Helo aq uí destrozado para siempre I " La visió n de aquella violen cia a lejó para siempre d e ella los escrúpulos que t enía por s u demasiada rápida victoria. Un poco a ntes de la h ora de la co mida, volvió ]uliá n acompañado de los niños. A los postres, cua ndo los criados se hubieron r e tirad o, le seliora R en al le dij o secamente: - Me h a expresado ust ed su d eseo de pasar quince días ~ n Verrieres. El selior Renal le concede esas v acaciones. Puede m a rch arse cuando m ejor le parezca. Pero a fin de que los nilios no

El 1I 01ll1,,·e qu e es cs ri!Jl u le'·anla l a ca beza. (Pilg. 156).

pie rda n el tie mpo, le enviarán a ust ed todos los di as sus trabaj os, p a r a qu e los corrija. --: D e ning una manera, a ñad ió con voz d esagradable el señ or R en a l, le concederé a usted más d e una seman a . Julián v ió en s u cara, la inqui etud de un h ombre h orriblemente atormentado. " Au n no se h a decidido p or ning ún partid o détermin ado" d ij o a s u a mada en un mo me nto en que a mbos queda ron solos en el salón . E lla le contó r á pida mente todo lo que durante el día había sucedido .

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- Los detalles. esta noche. añadió sonriendo. " I Perversidad d e mujer! pensó Julián l Qué instinto. qué placer las empuja a engañarnos! , ~ Te encuentro a la vez c,iega y vidente por nu estro amor. le contestó con frialdad. Tu conducta de h oyes ad mirable. pero ¿ es prudente intentar vernos esta noche? Est a casa esta llena de enemigos; I acuérdate del odio apasionado que Elisa siente por mi! - Este odio se parece mucho a la indiferencia apasionada que sientes por mí. contestó la dama. - Aunqu e así fuera. debo salva1te de un peligro a l cual te he arrastrado yo. Si la casualidad h ace que tu marido hable con Elisa. est a puede. con una sola p alabra. decirle todo lo c¡ ue sucede. I Por qu é no había de esconderse cerca de mi habitación bien a rmado .. - l Como! I ni aun valiente I exclamó la señ ora Renal con t oda la altivez de una joven aristócrata. - J amás m e humillaré h asta h ablar de mi valor. dijo Juliá n. con el frío orgullo de la convicción; sería una bajeza. Pero. añadió. cogiéndole la mano. tú no concibes cuan grande es mi a fect o. y el placer que tengo en d ecirte «adiós " antes de est a cruel ausencia.

CAPIT ULO XXII

MANERA DE OBRAR EN

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Apenas llegó a Verrieres. Julián se reprochó la inju sticia con que había tratado a la señora Renal. « La h a bría d espreciado como a una mujer débil. si p or falta de valor hubiese dejado. d e provocar la escena con s u marido. Se ha portado como un diplomático. y yo simpatizo con el vencido que es enemigo mío. Hay. en mi manera de ver. pequeñez burguesa. I Mi vanidad se ofende porque el señor Renal es un h ombre ! I Ilustre y extensa corporación a la cual t engo el honor de pertenecer! Pero n o soy más que un tonto. El cura Chelá n h abía rehusado las habitaciones que los liberales más caracterizados le ofrecieron. a l ser destituído. Las dos h abitaciones que h a bía a lquilado. estaban abarrotadas de libros y de

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muebles en desorden. Juliá n, queriendo d emostrar a Verneles de lo que era cap a z un sacerdote, fué a casa de su padre a coger una docena de tablas, que llevó él mismo, sobre sus hombros , a t odo lo la rgo de la calle principa l de la población . Suplicó a un su a ntiguo compañero que le prestara herramientas, y muy pronto construyó una biblioteca en la que colocó ordenadamente los libros del cura . - Yo pensaba que la vanidad mundana t e habría corrompido, le decía el anciano llora ndo de a legría. Esto rescat a la niliería a quella de ser guardia de honor, que t antos enemigos te creó. El señor Renal había ordenado a Julián que durmiera en su casa. Nadie sospechó lo que había sucedido. Al t ercer día de su llegada, Julián vió subir hacia su habitación la importante silueta del subprefecto Maugirón. Solamente al cabo de d os horas de insípida charla y de grandes jeremiadas sobre la maldad d e los hombres, sobre la falta de probidad en los encargados de la Administración pública, los p eligros de la pobre Francia, etc., etc., vió Julián apuntar el verdad ero objeto de su visita. Estaban ya en la escalera a la que había acompañado respetuosamente el pobre preceptor casi caído en desgracia al futuro prefecto de algún dichoso departamento, cuando a este se le ocurrió ocuparse del p orvenir de Julián, de alabar su moderación en los asuntos de dinero, etc., etc. En fin, el señor Maugirón, abrazándole con aire paterJ.lal, le propuso que dej a ra al señor Renal y entrara en casa de un funcionario que tenía niños que educar, y qu e, como Filipo, daba gracias a Dios, más que por haberle dado la vida, por haberles permiti do nacer cerca de Julián. El preceptor goza ría de och ocientos francos pagados, no de mes en mes, cosa que no es noble, sino por trimestres, siempre adelantados. Era el tumo de Julián, que desde hacía una hora, oía, aburrido, aq uellas proposiciones. Su respuesta fu é perfecta, y sobre t odo, larga como requerla la ocasión; dejaba esperanzas para todo, y nada afirmaba cla ramente . En su respuesta, se hubiera podido ver al mismo tiempo, respeto p ara el señor Renal, veneración para el pueblo de Verrieres, y agradecimient o hacia el señor Maugirón. El subprefecto, sorprendido de encontrar a lguien más disimulado que él mismo, procuró en vano obtener una respuesta catógorica. Encant ado Juliá n con la ocasión q ue le d aban de ejercitar su t alento, empezó la respuesta, de nuevo, con diferentes palabras, para llega r a los mismos resultados.

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jamás un ministro que quiere consumir un final de sesión de la Cámara, obró con mayor maestría que el joven precept or. Apenas solo, julián empezó a r eir con alocada alegría. Para aprovechar su elocuencia habilidosa, escribió una carta de nueve páginas, al señor Renal, en la que le daba cuenta de todo lo sucedido y le pedia consejo humildemente. a E se pillastre se ha marchado sin decirme el nombre de la persona que me ha hecho el ofrecimiento. Seguramente será Valenod que ve mi destierro en Verrieres como consecuencia de su carta anónima ». Una vez expedida su eplstola, julián, alegre como un cazador que a las seis de la mañana de un hermoso dla de otoño cae en un coto abundante en caza, .salió para pedir consejo al señor Chelán ; mas antes de llegar a la casa del cura, el cielo, que sin duda alguna quería proporcionarle aquel dia abundantes emociones, le puso en presencia del señor Valenod, al cual no ocultó que su corazón estaba destrozado; un pobre joven como él, se debla por entero a la vocación que Dios habia colocado en su espíritu; pero la vocación n o estaba por entero en este mundo que le rodeaba. Para trabajar dignamente en la viña del Señor, y no ser completamente indigno de t a n sabios colaboradores, le era preciso instruirse, ilustrarse ; le era necesario pasar en el Seminario de Besanyon dos años de estudios muy costosos; necesitaba, pues, hacer economías, ahorrar a lgún dinero, lo cual era mucho más fácil haciendo un contrato de ochocientos francos, pagados por trimestres adelantados, que con seiscient os francos recibidos mes por mes. Por otro lado, al colocarle el cielo en campañía de los hij os del señor Renal y permitir que les tomara cariñoso alecto ¿ no era avisarle indirectamente que no debía separarse de ellos? julián adquirió t al perfección en aquel género de elocuencia que habla reemplazado a la rápida oratoria del Imperio, que acabó por aburrirse él mismo con el tonillo de sus palabras. Al volver a su casa, encontró a un criado del señor Valenod, vestido de librea, que le buscaba por toda la ciudad para entregarle una invit ación de parte de su amo, para ir a almorzar aquel mísmo día, a su casa. Nunca había estado en casa de aquel hombre ; algunos días atrás sólo p ensaba en la manera de apalearlo sin riesgo de ser procesado. Aunque la comida est aba señalada para la una, Julián creyó ser más respetuoso presentándose en el despacho del señor Valcnod a las doce y media. Lo encontró rodeado de una multitud de expedientes,

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y revestido de su eterno aspecto de hombre importante. Sus pobladas patillas negras, su enorme cantidad de cabellos, su gorro turco colocado de lado sobre el punto más alto de su cabeza, su inmensa pipa, sus bordadas zapatillas, sus pesadas cadenas de oro cruzadas en todos sentidos sobre el pecho y, en fin, todo aquel lujo de un financiero de provincia que se cree irresistible , no , impusieron a Julián ; al contrario le hicieron pensar con más insistencia en los bastonazos que le debía. Suplicó le concediera el honor de ser presentado a la señora Valenod, pero esta es hallaba en su tocador y no podla recibirle . En compensación tuvo el honor de asistir al tocado del señor Director del Asilo. En seguida, fueron ambos a las habitaciones de la dueña de la casa, quien presentó a Julian los niños, enternecida casi hasta el llanto. Aquella mujer, una de las más importantes de Verrieres, tenia un robusto aspecto hombruno; trala la cara embadurnada de color, que habíase puesto ex pro/eso para aquella ceremonia. En la presentación, empleó toda la empalagosa ternura maternal de que era capaz. Julián pensaba en la señora Renal. Su desconfianza no le dejaba susceptibilidad más que para ese género de recuerdos que son evocados por los contrastes; pero en aquellos momentos, se sentía conmovido tiernamente . Aquella disposición de ánimo fué exaltada por el aspecto de la casa del señor Valenod, que le hicieron visitar. Allí todo era suntuoso y nuevo, y le hicieron conocer el precio de cada mueble ; mas Julián encontró en todo aquello algo de innoble y que oJ[a a dinero robado. El cobrador de contribuciones, el hombre de los impuestos indirectos, el oficial de la gendarmería y otros dos ó tres funcionarios públicos llegaron acompañados de sus esposas. A estos, siguieron algunos liberales ricos. Anunciaron la comida. Julián, muy predispuesto en contra de toda aquella gente, no pudo menos de pensar que al otro lado del muro del comedor, se encontraban varios infelices detenidos, sobre cuyas raciones de carne se habla sisado para adquirir tod o aquel lujo de mal gusto con el que querían fascinarle . « Quizás en este momento tienen hambre, "pensó; y su garganta se cerró hasta el punto de serle imposible comer y casi hablar. Aún fué bastante peor un cuarto de hora después; de vez encuando se oian a lo lejos algunas notas de una canción popular, un poco atrevida que cantaba uno de los detenidos; el señor Valcnod miró fija-

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mente a uno de sus criados vestido de gran librea, que desapareció y ya no volvió a oirse la canción. En aquel preciso momento uno de los criados ofreda a julián vino del Rin en un vaso verde, y la señora Valenod tu vo el cuidado de decirle que aquel vino costaba nueve francos la botella, comprado en el mismo Rin. julián, con el vaso en la mano, dijo a la señora : - Ya no cantan esa fea canción. - 1Claro que ya no la cantan! 1cómo que he mandado que reduzcan al silencio al granuja I contestó el Director del Asilo. Aquellas palabras fueron demasiado fuertes para Julián. A pesar de su hipocresfa, tan a menudo puesta en juego, sintió que una lágrima resbalaba por sus mejillas. Procuró ocultarla en su vaso verde, pero le fué materialmente imposible hacer honor al vino del Rin. Julián fué llamado a la realidad. No era para soñar y para permanecer mudo, para lo que le hablan invitado a comer en tan selecta compañia. Un fabricante de t elas estampadas, ya retirado de los negocios, miembro correspondiente de la Academia de Besan~on y de la de Uzes, le dirigió la palabra desde un extremo de la mesa, para pregunlade si lo que referían sobre sus progresos y estudios en el Nuevo Testamento era cierto. Un silencio profundo reinó en el acto; un ejemplar del Nuevo Testamento, en latín, apareció como por encanto en las manos del sabio académico . Bajo la afirmativa respuesta de julián, se leyó en latin media frase , entresacada al azar de cualquier parte del libro. El la continuó, su memoria le era muy fiel , y este prodigioso esfuerzo fué celebrado por todos con la ruidosa alegría que siempre acompaña a los postres de un banquete. julián contemplaba las caras de las señoras, de las cuales algunas no eran muy feas. Una de las que más fijaron su atención, fué la esposa del perceptor. - Verdaderamente, estoy aborchonado de hablar en latín durante tanto tiempo, en presencia de estas señoras. Si el señor Rubigneau, este era el miembro de las dos academias, tiene la bondad de leer al azar, una frase latina, en vez de seguir el texto en latln procuraré traducirlo improvisando. Esta segunda prueba, hizo desbordar el entusiasmo. Habla en la reunión muchos liberales ricos, pero buenos padres de famili a, susceptibles de obtener pensiones y en esta calidad con-

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vertidos súbitamente desde la última misión . A pesar de este fino rasgo de política, ja más el señor Renal h abía querido recibirlos en su casa. Aquellas buenas gentes, que solo conocían a Julián de oíd as y por haberle visto a caballo en la guardia de honor el día de la llegada del Rey de ... eran sus más ruidosos admiradores. ¿ Cuándo se cansarán esos necios de oir el estilo bíblico del cual n ada entienden? pensaba. Pero, al contrario, ese estilo, ese lengu aje les divertía p or lo curioso, por lo exótico. Al dar las seis, se levantó Julián pausada mente, y habló de un capítulo de la nueva Teología Ligoriana, que había estudiado para recitarlo al día siguiente al señor Chelán. , Porque mi oficio, añadió jovialmente, es recitar lecciones y h acer que las reciten . » Celebraron y admiraron mucho aquella salida, siguiendo la moda de Verrieres. Julián estaba ya levantado, y todo el mundo se incorporó a pesar de la etiqueta; 1 tal es imperio del genio ! La señora Valenod le retuvo aún durante un cuarto de hora, a fin de que oyera a sus hij os recitar el catecismo; los niños hicieron las más grotescas mescolanzas pero solo Julián las advirtió y tuvo gran cuidado en no corregirlas . Saludó y creyó poder escapar, pero le fué necesario t odavía escuchar una fábula de L a Fontaine. Julián recibió antes de marcharse, cuatro ó cinco invitaciones para comer. " E se joven es la h onra de la jurisdicción » exclamaban a la vez todos los comensales. Llegó ~ tratarse de una pensión votada sobre los fondos del ayuntamiento, para ayudarle a proseguir sus estudios en París. Mientras que esta imprudente idea se enseñoreaba del comedor, Juli án habla alcanzado a grandes pasos la puerta cochera. 1 Ah ! 1 Canallas, canallas! decía en voz baja mientras gozaba respi rando el a ire puro. E n aquellos momentos se encontraba aristocratizado, él, que durante t anto tiempo había sido víctima de la sonrisa desdeñosa y de la altiva superioridad qu e descubría en el fond o de todas las cortesías que le hacían en casa del AlCalde. No pudo dejar de sentir la gran diferencia que notaba. « Olvidemos, decía, al mismo tiempo que andaba, que se tra ta de dinero robado a los p obres detenidos y a los cuales, además, prohiben que canten . Jamás el señor R enal se ocupó en decir a sus invitados el precio de cada botella de vino que les ofrecía. Y además, ese famoso Val en od, que cuando enumera sus propiedades, t ema qu e siempre ti ene en la boca, no pued e hablar de

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su casa, de su haci end a , sin d ecir constantemente, si la muj er se encuentra presente, lu casa, lu hu erta, 111 jardín. Aquella muj er, t an sensi ble aparentemente al placer de la propied ad , habia reprendido de un m odo abominable a un criado, durante la comida, porque había rot o una copa de cristal y descompletado u na de sus docenas; el criado le respondió con insolencia. " I Qu¿ contraste! pen saba Juliá n; aunque me dieran la mitad de todo lo que r oban, no viviría con esa gente . Algún dia me haría traición yo mismo, no pudiendo contener el desprecio qu e me producen! n Le fu é necesario, a pesar de ello, para obedecer a la señora Renal, asistir a varios banquetes de la misma clase. Julián se habia puesto de moda . Le perdonaron su traj e de guardia de honor y quizás aquella imprudencia fu era la causa de los h alagos que h oy se le hacían. A los pocos días, solo se tr"ataba en Verrieres de ver quien vencería en la lucha que se habia establecido para obtener al joven sabio, entre el señor Renal yel Director de la Cárcel. Aquellos señores. unidos al señor Maslón, formaban un triunvirato que desde h acía mu chos años tiranizaba a la ciudad. Estaban envidiosos del Alcalde, siendo los liberales los que más quejas tenían contra él ; per o después de t odo, era noble y nacido para ser superior, mientras que el padre de Valenod no le habia dejado, p or toda herencia, ni seiscientas libras de renta . Los habitantes de la ciudad habían t e nido que saltar, e n l a carrera del director del Asilo desde la piedad, inspirada por el raído traje verde manzana, que en su juventud le cubría, has ta la envidia que sus hermosos n orma ndos y sus traj es hechos en París, despertaban. Julián recibía de Vergy los t emas de los niños y sigu iendo los consejos que entre los t emas venían, se conformaba, en contra de su v oluntad, a ver a menudo a su padre. En una palabra, iba poco a poco consolidando su buena fama, cuand o una mañana se despertó, sorprendido a l notar que unas manos le tapa ban los ojos. Era la señora Renal que ha bia conseguido venir a la ciudad y que, subiendo las escaleras cuatro a cuatro, dejaba a sus hijos para entra r en la habitacion de Juliá n unos inst a ntes antes que los niños, ocupados en cuidar a su conejo favorito que con ellos habia h echo el viaje. Aquel minuto fu é delicioso, pero muy corto. L a señora R enal había desaparecido cuando llegaron los chicos con el conejo que qu erían enseñar a su amigo. Julián recibió mu y bien a todos, incluso al

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conejo; le parecia volver a encontrar su familia . Ten!a la sensación Intima de querer a aquellos niños, de estar a gusto entre ellos; le sorprend!a la dulzura de sus voces, la sencillez y la nobleza de sus menores actos. Ten!a necesidad de lavar su imaginación para despojarla de la pútrida envoltura de que la habian rodeado las maneras vulgares y los pensamientos desagradables que habia respirado en Verrieres. - Vosotros, los nobles, tenéis motivos y razón para ser orgullosos, decia a la señora Renal. Y le relataba los incidentes de todos los banquetes a los cua,es habia asistido. I De manera que estás de moda! Y ella reia con t oda su alma, pensando en la pintura que la señora Valenod se creia obligada a ponerse en la cara, cuando Julián iba a visitarla. « Me parece que atenta a tu corazón >1 añadía. El almuerzo fué delicioso . La presencia de los niños, aunque aparentemente molestaba, aumentaba en realidad la felicidad común. Aquellas cariñosas criaturas, no sabían cómo hacer visible la alegria que experimentaban al volver a ver de nuevo a Juliá n. Los criados les habían dicho, que ofreclan al joven preceptor doscientos francos más para educar a los hijos del señor Valenod. En medio del almuerzo, Estanislao-]avier, pálido aún por la grave enfermedad sufrida, preguntó a su madre que cuanto valla su cubierto de plata y el vaso en que bebía. ¿ Para qué lo quieres saber ? - Quiero venderlos para dar el importe al señor ]ulián y que no haga el primo, al permanecer entre nosotros . Julián le dió un beso; las lágrimas afluyeron a sus ojos, y la señora Renal también lloraba, mientras el joven preceptor, que habla cogido a Estanislao sobre sus rodillas, decla a este que no se podía emplear la frase hacer el primo, porque, era propia de gente vulgar. Viendo que la conversación distraia a la madre, procuró explicar a los niños con ejemplos prácticos y pintorescos el sentido de la frase, lo cual mantuvo la alegria. La señora Renal, loca de contento, abrazaba a sus hij os, cosa que no podia hacer sin apoyarse un poco sobre ]ulián, a quien rodeaban . De repente se abrió la puerta y apareció el señor R enal. Su severa y descontenta cara, formó contraste con la fran ca alegría que reinaba en el comedor, y que su presencia ahuyentó. Su mujer palideció; se encontraba en uno de esos momentos en los cuales nada se niega .

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Julián tomó la palabra y hablando en voz enérgica y firme relató a l Alcalde el rasgo de ingenu a bondad del más joven .de sus hijos. Primeramente el se ñor R ena l frunció el ceño, por inveterada costumbre, en cuanto oía la palabra dinero ; " La sola mención de ese meta l, d ecía, es siempre el prólogo de algu na estocada contra mi bolsillo . • Pero en este caso, había más que mi edo al dinero; había aumento de sospechas. El ambiente de a legría que animaba a su familia durante su ausencia, no era de lo más a propósito pa ra tranquilizar el ánimo de un hombre, dominado por t a n quisquillosa vanidad . Como su mujer le alabara la forma llena de gracia e inteligencia que t enía Julián para inculcar ideas nuevas a sus di scípulos, contestó: - I Sí, si, lo sé ! Me hace odioso a nte mis hij os; le es muy fácil ser para ellos mil veces más a ma ble que yo que, después de t odo, soy el amo. T oda la t endenci a de este siglo es h acer odiosa la autorid ad legitima . I P obre Francia I Su mujer no se detuvo a examinar el recibimiento que su ma rido le hacía; acababa de ver la posibilidad de pasar doce horas con Julián; tenia una infinidad de cosas que compra r en la Ciud ad y dijo que necesitaba absolutamente comer' en la h osterla. Por mucho que su marido argu yó contra esta idea, ella se mantuvo firme . El señor Renal se despidió de su mujer en el primer establecimiento en donde aquella entró, para hacer, por su parte, algunas visitas. Vino más hosco qu e cuando se ma rchó, pues adquirió el convencimiento de que toda la ciudad se ocupaba de él y de Julián. Verdaderamente, nadie le habla h echo comprender a ún la parte ofensiva para su h on or, que los comentarios públicos tenían ; los únicos rumores que directamente llegaron a él, se referían a saber si el joven preceptor permanecería en su casa con seiscientos fra ncos o ad mitiría los ochocientos del señor Valenod. El Director del Asilo, encontró al alcalde en visita y le abordó con tranquilidad . Esta conducta era bastante ladina; hay , generalmente, en provincias poca exaltación; los t emas que se abordan, han sido preparados, estudiados fríamente d esde bastant e tiempo antes de llegar a tratarlos. El señor Valenod era lo que que se llama, un fresco. Es decir un hombre dotado de una mezcla de a trevimiento y de grosería. Su triunfa nte exist encia, dpsde 18r5, h abia fortalecido sus brillantes facultades. Reinaba, esta es la palabra, en Verrieres, bajo la s órdenes

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del señor Renal; pero mucho más activo, incapaz de avergonzarse de nada, mezclándose en todo, yendo y viniendo, escribiendo, hablando, olvidando las humillaciones, no teniendo ninguna pretensión personal, habla conseguido contrabalancear el crédito de su amo a los ojos del poder eclesiástico. El señor Valenod habla dicho, en cierto modo a los tenderos del pals : « Dadme los dos más tontos de entre vosotros ,,; a la gente de toga: « Indicadme los dos más desprestigiados ,,; a los médicos: • Señaladme los dos más charlatanes '. Cuando hubo reunido a los dos más desvergonzados de cada oficio: « Reinemos juntos ", les dijo. Pero, aun gozando de semejante prosperidad, el Director del Asilo tenia necesidad de fortalecerse con pequeñas insolencias de momento contra las grandes verdades que sabia que todo el mundo tenia derecho a dirigirle. Su intranquilidad hablase trocado en mayor actividad después de los temores que en su visita a la ciudad, le habla dejado el señor Appert. Habla hecho tres viajes a Besan~on ; escribla muchas cartas en todos los correos; enviaba otras tantas por medio de desconocidos que pasaban por su casa a ciertas horas de la noche . Quizás se habla equivocado al hacer destituir al anciano señor Chelán, porque aquella ruda destitución, le habla captado el concepto de mal hombre entre varios católicos bien nacidos. Además, para conseguir esa destitución, se habla hecho esclavo, materialmente esclavo, del gran vicario Frilair y tenía que admitir extrañas órdenes. La situación estaba en aquel terreno, cuando no pudo resistir a la idea de escribir la carta anónima; para colmo' de su embarazo, su mujer le dijo que queda, a todo trance, tener en su casa a Julián . En aquella situación, Valenod prevela una escena decisiva entre él y su antiguo asociado el señor Renal. Este le dirigió palabras mu y duras, lo que le era absolutamente igual, pero podla en cambio escribir a Besan~on y hasta a Parfs. Algún primo de cualquier ministro, podla caer, de repente, en Verrieres y quedarse con el Asilo de mendicidad. El señor Valenod pensó en la conveniencia de una aproximación con los liberales, y por esa razón muchos de ellos estaban invitados al banquete a que asistió Julián. Seguramente le habrfan ayudado, en caso necesario, contra el Alcalde . Pero las elecciones podían presentarse, y era evidente que el Asilo y una mala votación eran incompatibles . El relato de esta polltica perfectamente clara para la señora Renal, fué hecho a Julián, mientras que le daba el brazo para ir de un establecimiento a otro y para llegar,

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hasta el P aseo de la Fidelidad, donde pasaron varias horas, t an felices y tan libres como en Vergy . Durante este tiempo, el se ñor Valenod procuraba alejar una escena decisiva con su antiguo a mo, adoptando a su vez un aspecto audaz. Aquel dla, el sistema consiguió su objeto, pero aumentó el m al humor del Alcalde. Jamás la vanidad en lucha con todo lo que el cariño al dinero pu ede encerrar de más áspero y mezquino, h a puesto a un hombre en más lastimoso estado que aquel en que se encontraba el señor Renal cuando entró en la hosterla. J a más, por raro contraste, había n estado sus hijos tan alegres y t an contentos. Aquello acabó de trastomarle. - Estoy de más en mi familia, según veo, dijo al entrar, con una voz que procuró fuera imponente. Por toda respuesta, su muj er lo llamó aparte, y le hizo ver la necesidad absoluta de alejar a Julián . Las h oras de felicidad que acababa de p asar, le proporcionaron la lucidez y energla necesarias para poner en práctica el plan que desde hacia quince dlas m aduraba. Lo que turbaba más al pobre Alcalde de Verrieres, era que él sabia se bromeaba en público acerca de su a mor al dinero. El señor Valenod era generoso como un ladrón .

CAPITULO XXIII

PREOCUPA CIO NES

DE UN Ft:NCIONARIO

Terminada la comida, partieron para Vergy, pero al siguiente dla, Julián vió llegar a Verrieres a t oda la famili a. Aún no habla transcurrido una hora, cuando Juliá n vió sorprendido que la señora de Renal le ha da un misterio de algo. Interrumpla ella la conversación que sost enía con Su marido en cuanto Julián aparecía, como para indicarle que los dejase solos; el joven no se hizo repetir el a viso. Se puso grave y reserva do. La señora R enal lo advirtió, pero no procuró darle explicación alguna. " ¿ Va a proporcionarme un sucesor? '. pensaba. Anteayer, t an Intima

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conmigo. Pero dicen que estas grandes señoras obran asi. Son como los reyes, que nunca hacen t antas cortesías ni rodean de tantas atenciones a s us ministros, como cuando saben que al entrar estos en sus casas, van a encontrar en ellas la cesantía ' . Julián n otó que en aquellas entrecortadas conversaciones se trataba de una gran casa perteneciente al ayuntamiento de Verrieres, vieja. pero grande y cómoda y situada enfrente de la iglesia en el sitio más mercantil y a nimado de la ciudad . « ¿ Q ué puede haber de co mún entre esa casa y un nuevo amante? pensaba Julián. E l señor Renal salió en silla de postas para Besan~on. Aquel viaje lu é arreglado, d ecidido, en d os horas. El alcalde parecía sufrir mucho . A su vuelta arrojó un gran paquete cubierto de papel gris, sobre la - Aquí está est e necio asunto, dijo a su mujer. Una hora después, vió al cartelero que se llevaba el voluminoso paquete. Lo siguió apresuradamente. « Quiero penetrar este secreto en la primera esquina de la calle ». E speraba impacientemente, detrás del cartelero, que con su gruesa brocha en la mano , embadurnaba el dorso del cartel. Apenas adherido a la pared, pudo Juliá n ver el anuncio muy detallado del alquiler por subasta pública de la énorme y antigua casa cuyo nombre venía tan frecuentemente a la labios de los señora Renal en sus entrecortadas con versaciones. La adjudicación del arriendo habia sido fi jada pa ra el día siguiente, a las dos, en la sala del ayuntamiento, al extinguirse el t ercer fuego. J ulián se desanimó; encontraba el plazo muy corto. ¿ Cómo había n de t ener todos los concurrentes tiempo suficiente para acudir a la subasta? Por lo demás, est e cartel, que estaba fechado con quince días de a ntelaci ón y que él releía hasta en sus más nimios detalles, n o le revelaba nada de lo que él quería sab er . Fué a visitar la casa de que se trataba. El portero, que no vió que alguien se acercaba, decía misteriosamente a un su vecino, con quien estaba hablando : - ¡Bah! bah! trabajo perdido; el señor Maslón le ha prometido que lo t endrá por trescientos francos, y como el Alcalde estaba algo duro, ha sido ll amado al obispado por el Gran Vicario, señor Frilair. La llegada de Julián , pareció molestar a los dos amigos, que no dijeron una palabra más. Juliá n no faltó a la adjudicación del arriendo. En la sala mal ilu'

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minada habia u na gran muchedumbre, pero todo el mundo se medía de una manera singular. Todas las miradas estaban fijas en una mesita sobre la cual vió J ulián, en un plato de estaño, tres cabos de vela encendidos. El celador anunciaba: Trescientos franc os, señores. - Trescien tos francos es un abuso; dijo un hombre en voz baja a su vecino . Julián estaba colocado entre los dos. Vale más de ochocientos. Vaya pujar. - Es escupir en el aire. ¿ Qué irás ganando con indisponerte con el señor Maslón, el señor Valenod , el Obispo. su terrible Vicario Frilair y toda su camarilla? _ Trescientos veinte francos dijo el otro en alta voz. - I Estúpido I contestó su vecino. He aqui precisamente un espia del Alcalde , dijo señalando a Julián. Julián se volvió bruscamente para castigar aquel insulto, pero los dos habitantes del Franco-Condado, no le prestaban ninguna atención . Su sangre fría le devolvió la suya. En aquel momento la tercera luz se apagó, y la voz indolente del celador anunció que el edificio estaba adjudicado por nueve años al señor de Saint-Giraud, jefe de Negociado de la prefectura de .. mediante el arriendo en trescientos treinta francos , En cuanto el Alcalde abandonó la sala, empezaron los comentarios. - He ahi treinta francos que la imprudencia de Gergeot ingresa en las cajas provinciales, decía uno, - Pero el señor de Saint-Giraud se vengará de Gergeot, dijo otro. Ya se acordará. - I Qué infamia 1 decía un hombre grueso, al lado de Julián; i una casa por la que yo hubiera dado ochocientos francos para establecer en ella mi fábrica , y aún hubiera sido un buen negocio para mil - ¡Bah! respondió otro fabricante, liberal ¿ Es que el señor de Saint-Giraud no pertenece a la camarilla? ¿ Sus cuatro hijos no tienen pensiones? i Pobre hombre! Es necesario que la Hacienda de Verriéres le regale aún quinientos francos. Eso es todo. - I Y pensar que el Alcalde no ha podido impedirlo! deda un tercero. Porque el señor Renal es retrogrado, conforme; pero no roba. - ¿ No roba? añadió otro; es un angelito. Todo eso entra en una gran bolsa común , y luego se reparte al final del año. Pero ahi está el pequeño Sore\. Vámonos.

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Julián volvió a casa del señor Renal , de muy mal humor , y encontró a su amiga muy triste. - ¿ Viene usted de la suba sta? le preguntó. - Sí señora, donde he tenido el honor de pasar por el espía del señor Alcalde. - Si él me hubiera creído, hubiera hecho un viaje. En aquel momento el señor entró. Estaba muy sombrío. La comida transcurrió sin desplegar los labios . El señor Renal mandó a Julián que acompañara a los niños a Vergy. El viaje fué triste, y durante todo el trayecto, la señora procuró consolar a su marido. - Debería usted estar ya acostumbrado, amigo mio, le dijo. Por la noche se sentaron silenciosamente en derredor d el hogar doméstico. El ruido de los leño. encendidos era el único que se ola Era uno de esos momentos de tristeza que llegan a las familias. hasta a las más unidas. Uno de los niños exclamó de repente· - I Están llamando! i Están llamando! - i Cómo sea el señor de Saint-Giraud que venga a molestarme bajo pretexto de agradecimiento ya le diré yo cuantas son Cinco I i Es demasiado! Se lo deberá a Valenod y el comprometido soy yo. ¿ Qué hacer si esos condenados periódicos jacobinos se ocupan de este hecho ? ¡ Me pondrán en ridículo! Un hombre esbelto con la cara poblada de negras patillas, entraba en aquel momento . acompañado del criado. - Señor Alcalde, yo soy el signar GérÓnimo. He aqul una carta que el caballero de Beauvaisis, agregado a la embajada de Nápoles, me ha entregado para usted al partir hace nueve rlías , agregó mirando sonriente a la señora Renal. El caballero Beauvaisis, primo de ustedes y muy amigo mío, dice , señora, que usted habla italiano El buen humor del napolitano, cambió la triste velada en una velada agradable. La señora Renal quiso darle de cenar a todo trance, y puso su casa en movimiento. Quería por todos los medios posibles, distraer a Julián de la preocupación en que habla caiGo al oir el calificativo de espla que le hablan dado en la subasta. El signar era un célebre cantant e, hombre de buena sociedad, y muy alegre sin embargo, cualidades que en Fra ncia no son ya compatibles. Después de la ce na cantó un duo con la señora Renal y recitó cuentos interesantes. A la una, los niños protestaban cuando Julián le dijo que fueran a acostarse. Hasta las dos de la mañana duró la velada, quedando todo el

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mundo encantado de la correción, de la alegria, del agrado del napolitano. Al día siguiente, los señores de Renal le entregaron las cartas que necesitaba para abrirse camino en la corte de Francia. El otoño y parte del invierno transcurrieron muy deprisa. Fué preciso salir de Vergy. La buena sociedad de Verriéres comenzó á impacientarse de la poca impresión que sus anatemas hacían sobre el señor Renal. En menos de ocho días, varias personas serias, de esas que se imponen con gusto las más ingratas misiones, le dieron crueles indicios de su desdicha aunque sirviendose de las más moderadas frases. El sefior. Valenod había colocado a Elisa en una casa muy seri,!donde había cinco mujeres . Elisa, temiendo, según decía, no encontrar colocación durante el invierno, habla pedido a aquella familia solamente las dos terceras partes del salario que disfrutaba en casa del señor Renal. Además, de su propia iniciativa, fué a visitar al señor Chelán y al nuevo cura Maslón, para descargar su conciencia reliriendoles con toda clase de detalles, hasta los más nimios los amores de J ulián y de la señora Renal. Al día siguiente de su llegada a Verriéres, hizo el señor Chelán, a las seis de la mañana, que Julián fuera a verle. - 1'0 te pido nada, le dijo; no te pregunto nada; pero te ruego y si es preciso te mando, que en tres días arregles 10 que tenga s que arreglar y marches al seminario de Besan~ón o a casa de tu amigo Fouqué, que siempre está dispuesto a mantener el ofrecimiento que te hizo. Lo he previsto todo y todo lo he arreglado; pero es absolutamente necesario que salgas de Verriéres, y que en un afio no vuelvas por la ciudad. Julián no respondió. Le daba vueltas en su imaginación a la idea de si su honor le permitía aceptar, sin protesta, los cuidados que el sacerdote se tomaba respecto de su persona, sin que él 10 autorizara para ello, y sin ser, al fin y al cabo , su padre. - Mañana, a la misma hora, tendré el gusto de venir a verle, dijo al fin al buen sacerdote. El señor Chelán que creía fácil la empresa por tratarse de hombre tan joven. como su antiguo discípulo, habló mucho ; pero Julián, encerrado en la. más humilde actitud, no desplegó los labios. Se marchó por fin, y fué a prevenir a la señora Renal a la que encontró desesperada. Su marido acababa de hablarle con cierta

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franqueza. La debilidad natural de su carácter, junto a la perspectiva de la herencia de Besan~on, le h a blan d ecidido a considerar a su esposa como complet a mente inocente. Acababa de decirle el extraño estado en que se encontraba la opinión pública en Verriéres. El público estaba equivocado, guiado por envidiosos ¿ pero qué hacer? La señora R enal tuvo durante unos instantes, la esperanza de que Julián aceptarla la oferta del señor Valenod, y permancería en Verriéres ; pero ya no era la muj er sencilla y tímida del año anterior ; su fatal pasión, sus remordimientos, la habían iluminado. Tuvo al oir a su marido, la convicción de que una separación, aunque fuera momentánea , se imponía. " Lejos de mi, Julián volverá a caer en sus proyectos ambiciosos, tan naturales cuando nada se posee. 1y yo, Dios, yo que soy rica ynada puedo hacer para mifelicidad I Julián quedó sorprendido de que, a l comunica r la t errible noticia de la separación a la señora Renal, no encontró de parte de esta, niuguna objeción egoíst a. En cambio, hacia la infeliz violentos esfue rzos para no llorar. _. T enemos. los dos gran necesidad de energía , a migo mío ; y cortó un m echón de su. cabellos. No sé lo que haré, le dijo, pero si muero, júrame no olvidarte nunca de mis hijos. De lejos O cerca, procura hacer de ellos hombres honrados. Si sobreviene una nueva Revolución, todos los nobl es serán degollados, y su pa dre em igrará quizás, a causa de aquel ca mpesino a quien mataron sobre un t ejado. I Vela por la familia! Da me la mano . I Adiós. amigo mio I Estos son ios ultim os momentos. Hecho este gra n sacri fic io, espe ro

que en público te ndré e l va lor de pensa r en mi reputación .

El abete sigui ó a Juliá n y lo clllcn ó con Uavc. ( Pag. 167 ). 10

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] ulián, q ue esperaba una escena de desesperación, se impresionó profundamente por la sencillez de aquella des¡.>edida. - No; yo no recibo asl el último adiós. Me marcharé, puesto que no hay otro remedio y que tú misma asl lo deseas; pero tres dlas después vendré a verte, de noche. La existencia de la señora Renal, cambió. Mucho tenia que amarla ]ulián, para haber encontrado, él mismo, el medio de volver a verla. Su horrible pena se transformó en uno de los momentos de mayor a legría que habia tenido en su vida. Todo le fué, en adelante sencillo, fácil. La seguridad de volver a ver a su amante, quitaba a la despedida todo lo que tenia de desgarrador. Desde aquel momento, la fisonomía de la señora Renal fué noble, firme y perfectamente correcta. El señor Renal volvió muy pronto. Estaba fuera de sI. Por fin habló a su mujer de la carta anónima recibida hacia dos meses. - Voy a llevarla al Casino para demostrar a todo el mundo que la ha escrito ese infame Valenod, a quien ayudo para hacer de él uno de los burgueses más ricos de Verrieres. Le avergonzaré públicamente y me batiré con él, pues esto es demasiado. « 1 Podria ser viuda, Dios mío! " pensó la señora de Renal. Pero al mismo tiempo se dijo: « Si no evito ese duelo, como segurame nte está en mi mano poder hacerlo, seré yo quien mate a mi marido." Jamás habla dominado su amor propio con tanta habilidad . En menos de dos horas le hizo ver, por razones que él mismo le daba, que era necesario demostrar en aquellos momentos al señor Valenod más amistad que nunca; además puso también de manifiesto la necesidad de volver a traer a Elisa a la casa. La señora Renal tuvo necesidad de todo su valor para volver a recibir a su doncella, causa de todas sus desgracias. Esta aproximación fué imaginada por ]uiián. Por fin, después de haber sido puesto el señor Renal tres o cuatro veces en el sendero al que quería llevarlo, llegó él solo a la idea penosa , financieramente considerada de que lo más desagradable para él sería ver a ] ulián, en medio de la efervescencia de las sátiras de Verrieres, colocado como preceptor en casa del señor Valenod. El interés de ]ulián, indudablemente, estaba en aceptar el ofrecimiento del Director del asilo, y . en cambio, la fama del señor de Renal pedla a voz en cuello, que el preceptor abandonara Verrieres para

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entrar en el Seminario de Besans-on ó en el de Dijón. Pero ¿ c6mo c1ecidirle y cómo buscarle medios de permanecer en él ? El señor Renal. que vela inminente el peligro del sacrificio metálico. E staba más triste y preocupado que su esposa. Ella estaba en la situación de los hombres valerosos que. hastiados de la vida, toman una dosis de estra monio ; no obran sino automáticamente y nada des"l'ierta en ellos el interés ni la curiosidad. Al dla siguient e, muy de mañana, el señor Renal recibi6 una carta an6nima, escrita en el más insultante tono. Las palabras más groseras aplicadas a su situación, llenaban todas las páginas. Era la obra de algún envidioso subal t erno. Aquella carta le volvió a la idea de b a tirse en duelo con Valenod. Su valor le empujó a la inmediata ejecución del proyecto. Salió solo y se dirigió a casa del armero para encargar un par de pistolas que hizo cargar en el acto. « Después de todo, pensaba, aunque la severa administración de Napoleón volviera a revivir, no podrla yo ser tachado de haber robado ni un céntimo. Todo mi pecado ha consistido en cerrar los ojos, pera puedo enseñar algunas cartas que tengo en mi despacho, y que me autorizaban para ello. " La señora Renal, estaba asustada por la fría cólera de su marido, y volvla sin querer a la fatal idea de la viudez , que con tanto valor rechazaba. Se encerró con él durante varias horas, le habló inutilmente; la última carta anónima le decidla. Por fin llegó a transformar el valor de dar una bofetada a Valenod, en el de dar a Julián seiscientos francos, importe de una anualidad en el Seminario. El señor Renal , maldiciendo el dia en que tuvo la fatal idea de tomar un preceptor para sus hijos, acab6 olvidando completamente la carta anónima. Se consoló un poco con una idea que no comunicó a su esposa: con habilidad y confiando en las ideas novelescas del joven, esperaba comprometerlo, por una cantidad inferior, a no aceptar los ofrecimientos de Valenod . Mayor dificultad tuvo la señora Renal en convencer a Julián de que aceptara los seicientos francos. Tuvo que insistir sobre el argumento de que, como el sacrificio que el joven llevaba a cabo al rechazar la plaza del señor Valenod era en obsequio de su marido, le correspondla, a titulo de indemnización , aquella suma. - Pero, decla Julián : jamás ha pasado por mi imaginación aceptar esos ofrecimientos. Ustedes me han habituado demasiado a la

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vida elegante, para que ahora me fuera posible soportar la grosería de aquella gente. La señora Renal conservaba siempre, ocultos en la pequeña gruta, algunos millares de francos . Se los ofreció, . temblorosa, y sabiendo de antemano que serían rechazados con indignación. - ¿ Querría usted le contestó Julián, hacer abominable el recuerdo de nuestros amores? Al fin Julián salió de Verrieres. En el momento fatal de tener que aceptar el dinero del señor Renal, Julián se dió cuenta de que aquel sacrificio era excesivo para su amor propio, y se negó a tomar nada. Entonces el Alcalde, le abrazó, realmente enternecido, y le extendió un certificado de buena conducta, a petición de Julián, en cuyo certificado las palabras encomiásticas eran inagotables. Nuestro joven tenía cien francos de economías, y pensaba pedir otros cien a Fouqué. Estaba muy triste ; mas a una legua de Verrieres, donde tanto ' amor dejaba, ya no pemaba sino en la felicidad de ver una capital, una gran ciudad de guerra, como era Besan~on. Durante aquella corta ausencia de tres días , la señora Renal fu é engañada por una de las mayores decepciones amorosas. La vida era pasable, porque había entre ella y la desgracia completa, aquella entrevista que babía de tener con Julián, y que debla ser la última. Contaba las horas, los minutos que la separaban del momento fijado. Por fin durante la noche del tercer d la, oyó desde lej os la señal convenida. Después de baber atravesado mil peligros, Julián apareció en su presencia. A partir de aquel momento solo una idea vivió en su cerebro : " Le veo por última vez ,. En vez de contestar con caricias a los transportes de su amante, quedó como si fuera un cadáver anima do apenas. Si se esforzaba para decirle que le amaba, lo hada con aire tal de torpeza que pareda probar lo contrario. Nada pudo distraerla de la cruel idea de no volverle a ver. La desconfianza de Juli án , creyó por un momento que se había apagado el cariño en ella, y las palabras que en este sentido le dirigió, fueron acogidas con lágrimas si lenciosas y apretones de mano casi frenéticos. - Pero ¡Dios míol ¿ cómo quieres que te crea? respondió Juli án a las frí as objeciones de su amiga. Seg uramente demostrarías más sincera amistad por la señora Derville, una simple amiga. Ella, petrificada, no sabia qué responder.

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¡Es imposibl e ser más desgraciada .. deseo la muerte .. , siento que mi corazón va a hacerse pedazos! Estas fu eron las respuestas más la r gas que consiguió obtener. Cuando la proximidad del amanecer hizo necesa ria la separación, las lágrimas de la desgraciada mujer cesaron. E ll a le vió atar una c uerda a la ventana sin dec irle una palabra, sin devolverle sus besos, silenciosamente ... En vano le dijo Julián : - H enos aquí, en la situación que tanto has desea do . Desde a hora en adela nte, vivirás sin remordimientos; ya no verás más a tus hijos abocados al sepulcro, a la menor indisposición. - Siento en el a lma que no p uedas dar un beso a Estanislao' le dijo ella con frialdad. Juli án acabó por sorpre nderse mucho de los .besos sin calor, de aquel cadáver viviente; durante muchas leguas, no pudo pensar en otra cosa. Su á nimo est aba q uebrantado, y a ntes de a travesar la montaña se volvió varias veces para dirigir miradas al campanario de Verrieres.

CAPITULO XXIV

U~A CAPiTAL

Por Íln vió desde lej os sobre, una alta montaña , unos muros negros. Eran las fortalezas de Besan~on . ,,¡ Qué diferencia para mí, suspir aba, si en vez de llegar como llego a esta ci udad: fu ese un subteniente q ue viniera a la noble y guerrera población para oc upar un puesto en alg uno de los regimientos encargados de su defensa! , Besan~on no es solamente una de las más hermosas ciudades de F ranc ia; abunda en gentes de corazón y de ingenio. Pero ] uliá n no era m ás que un pobre campesino y no tuvo ocasión de t-ratar con las personas distinguidas. Había t omado en casa de Fouq u é un traje burgués , y vestido con él atravesó el puente levadizo. Llena su memoria con la historia del sitio de 1674, quiso ver, antes de encerrarse en el Seminario, los baluartes de la ciudadela. Dos o tres veces estuvo a punto de ser

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detenido por los centinelas; penetraba en los sitios prohibidos al público por los in ge nieros milita res a fin de poder vender t odos los años , por va lor de doce a quin ce mil francos de pastos. La altura de las muraJlas, la profundidad de 105 fosos, el aspecto terrible de los cañones, le ocuparon durante varias h oras. Cuando pasó por el gran café de los bulevares, quedó extático de admiración. Por muchas veces que leyera el nombre de Calé escrito en grandes letras sobre la muestra d el establecimiento, no podia creerlo. Dominando su timidez, entró en él, y se vió en una gran sala de treinta o cuarenta pies de larga y cuyo techo tenía más de veinte pies de elevación. Aquel día, todo era encantamiento para él. Dos mesas de bilJar, estaban ocupadas; los mozos an unciaban los tantos; los jugadores iban de un lado a otro de la mesa ; ambas estaban rodeadas de espectadores. Oleadas de humo, salidas de la boca de jugadores y espectadores envoívían a todos en densas y azuladas nubes. La elevada estatura de aque Jlos hombres , sus redondas espaldas, su pesada marcha, sus enormes patilJa s y las largas levitas que vesUan, Jla maban la atención de ]ulián. Aquellos nobles hij os de la a ntigua Bisontium, no hablaban sino a gritos. Se daban aires de terribles guerreros. ]ulián, inmóvil, los admiraba; pensaba en la inmensidad yen la magnificencia de una gran capital com o Besan90n. No tenía valor para pedir una taza de café a uno de aqueJlos señores de mirada vaga, que cantaba los tantos del biJlar. Pero la cajera había reparado en el rostro encantador de aquel joven campesino que, parado a tre. pies de la est ufa, con su paquetito bajo el brazo, admiraba un busto de yeso del Rey. Aquella señorita, oriunda del Franco-Condado, gruesa y muy bien hecha, vestida como es necesario vestir para dar prestigio a un café, habia ya dicho dos veces , con suave voz, como si quisiera que solo ] ulián la oyera: " ¡ CabaJlero, Caballero! " ]ulián vió dos grandes y azules ojos, muy cariñosos y advirtió que era a él a quien se hablaba . Se aproximó valientemente al mostrador y a la joven; tan v.a lientemente como si hubiera marchado contra el enemigo. En aquel gran movimiento se le cayó el paquete. Al aproximarse a aqueJla joven tan hermosa que se dignaba hablarle, " es preciso que le diga la verdad" pensó julián, quien se sentia valiente en fu erza de timidez vencida - Señora; vengo por primera vez en mi vida, a Besan90n;

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quisiera, si es posible, que me dieran , pagándolo, naturalmente , un café y pan. Sonrió la joven y después se puso encarnada. Temía por aquel joven tan hermoso la atención irónica y las bromas de los jugadores de billar. Se asustaría y no volverla más , - Colóquese aqul. cerca de mI. le dijo indicándole una mesa de mármol casi oculta por el enorme mostrador de caoba, que avanzaba en la sala. La joven se inclinó fuera del mostra dor, movimiento que le permitió hacer ala rde ~e un soberbio talle , que Julián notó inmedia t amente , y que le hizo cambiar radicalmente t odas sus ideas. La hermosa señorita acababa de colocar delante de él una t a za, azúrcar y un boBo, suponiendo que a la llegada del mozo, t erminaría su conversación con J ulián. Julián , pensativo, comparaba aqueBa h ermosura rubia y a legre con ciertos r ecuerd os que de vez en vez le asaltaban. La idea de la pasión que, en otro lugar ha hía inspirado, le hizo perder completamente la timidez. La hermosa señorita no podía disponer ni de un minuto más. Leyó en los ojos de Julián. - E st a humareda de las pipas le hace t oser. Venga ust ed a desayunarse mañana antes de la ocho; a esa hora estoy casi sola. - ¿ Cómo se Barna ust ed ? preguntó Julián con la sonrisa cariñosa de la timidez feliz. - Armanda Binet. - ¿ Me permite que le envie dentro de una hora un paquete grueso como este? La hermosa Armanda reflexionó un poco. - Estoy vigilada . Lo que me pide puede comprometerme. Sin embargo, vaya escribir mi dirección en una tarj eta que usted colocará sobre el paquet e. Envíelo. - Yo me lla mo Julián Sore!. No t engo ni parientes mi amigos en Besan,on. - i Ah! ¡comprendo! ¿ Viene usted a estudiar Derecho en la Universidad I - Desgraciadamente no. Me env'an al Seminario. La más completa desanima«ión se pintó en el rostro de Armanda, Llamó a un camarero. Y a h abía recobrado todo Su valor. E l cria do vertió el café en la taza. sin mirar a J ulián. Julián estaba orguBoso por haberse atrevido a hablar . En uno de

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los billa r es, habia surgido una disputa. Los gritos y los " mientes. de los jugadores, producían en la en orme sala, un ba rullo que d esconcertaba a Juliá n. Armanda est aba pensativa y miraba al joven . - Si usted quisiera , seño rita, dijo Julián d e r epe nte, diría que soy primo suyo. Aquel a ire autoritario agradó a Armanda. " No es un hombre vulgar " pensó. Y mu y de prisa, sin mirarlo, porque sus ojos estab a n ocupados en ver si a lguien se aproximaba a l m ostrador, r espondió : - Soy de Genlis, cer ca de Dijón . Diga ust ed que es tamb(en d e Genlis, y primo d e mi ma dre . - I Así lo haré ! - Todos los i ueves, los seminaristas pasan, en verano, p or deJa nte del café. - Si usted, piensa en mí cuando yo pase, t en ga un r a mo de violetas el") la m a n o. Arm a nda miró sorprendida a Juliá n . Aquella mirada cambió el valor d el joven en t em erid ad ; n o obstante se pu so rojo como una cereza a l decir : - Noto que amo a usted con el m ás violento d e los a m or es. - I Habl e más bajo! repuso ella aterrada. Juliá n procuraba r ecordar algunas frases de un volumen de la Nueva Eloisa que habla encontrado en Ver gy. Su memoria le fué fiel. Desde hacia diez minutos recita ba la N1Ie va Eloisa a Armanda que est a ba estusiasmada oyéndolo. Se sentía or g ulloso d e su valor. cua ndo repentina ment e la h ermosa joven ado ptó un a ire glacial. Uno de sus amantes h abía aparecido en la puerta d el café. Se acer có a l mostrador , silbando y contoneándose. Miró a Julián. Inmediata mente la imaginación d el joven , siempre extrem ada, rué invadida por ideas de duelo. Palideció mu ch o. separó su t aza, adopt ó un firm e continente, y miró a su rival con fija impertinencia. Como el rival b a ja ra la cabe za, sirviéndose familiarm e nte un vaso d e agu ardiente en el mostrador , una mirada de Armanda ordenó a Juliá n q ue bajase la vista. Obedeció y durante dos minutos perman eció inm óvil en s u puesto, r esuelto y no pensando sino En lo que podía suceder. Real mente, en aquel inst a nte estaba muy guapo. E l ri val h abía quedado s uspenso por' la mirada de Julián ; apenas vació, de un trago, su vaso de ag ua rdiente , dijó una palabra a Aí manda , se metió las maños en los bolsillos de su gruesa levita.

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y se acercó a una mesa de billar, silbando, y mirando fijamente a Julián. N uestro héroe se levantó encolerizado, pero no sabía como arreglarse para ser insolente. Dejó su paquetito, y con el aire más pret encioso que pudo se dirigió al billar. En vano la prudencia le decía que con un duelo, apenas llegado a Besan Todo su valor le había abandonado, desde que la eventualidad de encontrarse con un hombre había desaparecido . Todo se había evaporado en su corazón; todo : hasta el amor. Durante mucho tiempo lloró en silencio. - i Haga usted el favor de decirme lo que ha sucedido! suplicó J ulián con voz entrecortada por los sollozos. - Sin duda alguna, respondió la señora Renal, con voz dura, y cuyo acento tenía algo de sequedad y de reproche hacia J ulián, sin duda alguna, mi pecado era conocido en la ciudad cuando usted se marchó. I Había habido tanta imprudencia en sus maneras! Algunos días después, cuando yo estaba desesperada, vino a verme el venerable sacerdote Chelán. En vano quiso obtener una confesión mla. Un día, tuvo la idea de llevarme a la pequeña iglesia de Dijon, donde yo hice mi primera comunión. Allí, se atrevió a hablarme nuevamente ,. La señora Renal interrumpió su relato porque las lágrimas la ahogaban «i Qué momento de vergüenza! continuó. Lo dije todo. Aquel hombre tan bueno no quiso abrumarme con sus reproches; se afligió y lloró la falta, al mismo tiempo que yo. En aquellos días yo escribía a usted cartas a diario; cartas que no me atrevía a enviarle; las escondía cuidadosamente, y cuando estaba demasiado triste, las lela, buscando en aquella lectura un consuelo. « Por fin, el señor Chelán consiguió que le entregase aquellas cartas Algunas, escritas con un poco más de prudencia, hablan sido enviadas a usted que nunca me respondió. - Jamás, te lo juro, he recibido, una carta tuya en el seminario. - I Dios mío I ¿ Quién las habrá interceptado? - Juzga cual sería mi tristeza. Hasta el dla en que t e vi e n la Catedral, no sabía si vivías o no. - Dios me hizo la merced de comprender cuanto \Jecaba contra El, contra mis hijos, contra mi marido, continuó la señora Renal. El no me ha amado nunca, como yo creía entonces que usted me amaba.

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Julián se precipitó e n s us brazos, sin saber lo que h a cía, sin t ener noción de nada. E lla lo rechazó; y continuó con bastante firmeza: - Mi respet able a migo el señor Chelá n, m e hizo comprender q ue al casarme con R enal, yo le había e na jenado t odos mis a fect os , incl uso a quellos q ue yo desconocía y de los cuales n o llegué a t ener idea hast a nuestras fat ales relaciones . Después del gran sacrificio de aquellas cartas, para mí t a n q ueridas, mi vida h a transcurrido, , i no feli z, por lo menos tra nq uila. ¡ No ve nga de nuevo a turbarla ! ¡ Sea un a migo para mí , el mejor de mis a migos I Juliá n cubri ó de besos la ma no de la dam a : est a sintió las lágrimas del jo ven, humedecerle los dedos. - No llore ust ed ¡, me da t a nta pena! Dígame a su vez todo lo q ue ha hecho. Julián no pod ía hablar. - Quiero conocer su vida en el Seminario; después, se marcha rá. Si n darse cuent a de lo que decía, Juliá n h a bló de intri gas y de envid ias sin fin que const antemente salián a su e ncuentro. D espués, contin uó la narración de su vida, mu cho m ás tranquila desde q ue había sido nombra do profesor. - Entonces fué, continuó, cuando, despu és de un lar go silencio q ue t enía por obj eto hacerme comprender 10 qu e veo hoy con excesiva claridad , est o es, que ya no me a mabas, q ue pa ra ti era yo un er ind iferente .. . La señora Renal le estrechó las m anos; ento nces [u é cuando me en viaste los q uinientos fra ncos. - I Jam ás! dij o s u amiga. - E ra una carta , fechada e n París y fir mada por P a blo Sorc! , para evitar t oda sospech a . Surgió una ligera discussión sobre el proba ble origen de aq uell a carta. La situación moral cambió. Sin pensar en ell o, a mb os habían abandona do el t on o solemne y habían seguido la conversación con tierna amist a d . No se veían a causa de la profun da obscuridad, mas el t ono de sus palabr as lo decía t odo. J uliá n pasó el brazo a lreded or de la cintura de la señora Renal, peligroso a de má n, dada la sit uación ; ella procuró separarse, mas Julián, con bast ante ha bilidad, ha bló de algo in tcressant e. Aq uel brazo quedó, com o ol vidado, e n aquella posición . Después de algunas co nj et uras sobre la cart a de los qu inien tos francos, Jul ián rean udó su relalo. Se hizo d úeño de si, h abla ndo de su pasada vida, cosa siu importa ncia para él desde hacia una h oras.

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Su atención estaba fija por entero e n la forma en que debía acabar aquella "isita. " Tienc usted que marcharse " le decían de vez en c uanto con breve acento. - ¡ Qué v ergüe nza para mí si salgo exp ulsado! Será un remordimi ento que envenenar á mi vida entera, pensaba. ¡ N un ca me escribirá! ¡Dios sabe cuando podré volver a esta ciudad! " Desde aquel morr:ento, todo lo que en la situación de ] ulián había de celestial, desapareció de s u corazón. Sentado al lado de una mujer a la c ua l adora ba; estrechándola casi en sus brazos, e n aquella habitación donde tan dichoso ha'b ía sido; en medio de una profunda obscuridad; dándose perfecta cuenta de que, desde hacía unos in stant es estaba ella llorando; sintiendo en el movimiento de su pecho que sollozaba, tuvo la desgracia de transformarse en el frío político, casi tan calculador, como cuando en el Seminario se veía amenazado por una grosera broma de alguno de aquellos compañer os más fuertes que él. ] ulián alargaba su relato, hablando de la desgraciada vida que había pasado desde su salida de Verri~res . " De manera que, pensaba la señora Renal, despues de un a ño de ausenda, privado casi por com pleto de todo r ecuerdo de mi parte, mientras que yo lo olvidaba, solo pensaba en los días felices que había pasado en Vergy ". y sus spllozos fueron más profundos. Julián se dió cuenta de s u triunfo. Comprendió que había que poner en práctica el último r ec urso y bruscamente, sin preparación, llegó a la carta que acababa d e recibir d e PaTis. - Me h e despedido de señor Obispo. - ¡ Cómo ¡ Ya no v uelve a Besan~on ? ¡ Se marcha para siempre? Sí; respondió Julián con decidido tono. ¡ Sí! abandono una ciudad en donde soy olvidado h asta de aquellos que más he amado 'en mi vida. Y me marcho para no volver jamás. Voy a París. - ¡ Te vas a París! exclamó en voz alta la señora R e nal. Su voz estaba casi a hogada por las lágrimas, y denunciaba el exceso de su turbación. Julián tenía necesidad de aquel estímulo; iba a intentar un paso que podía decidirlo todo en contra suya, y antes de esta exclamación, como n o veía, no podía darse cuenta del efecto que había producido. Ya no dudó. El temor a marcharse vencido apagaba sus debilidades, y añadió fríamente levantándose: - Scilora, 111C lnarcho para sie mpre. y le deseo nlucha felicidad. Dió algunos pasos hacia la ventana . Ya la abría, cuando la sdiora Renal se arrojó en sus brazos. y en csta forma, después de tres horas de diálogo, obtuvo] ulián

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lo que t a n v iva me nte d esear a dura nte las d os prim eras. J uli á n, a pesar de los r uegos de la señor a R ena l, quiso en cender la la mpa rill a . - ¿ Q uieres q ue n o me qued e nin gún r ec uerdo d e h a b erte visto' le preguntó el joven . ¿ Ser á p erdido para mí el a mor que r efl eja n esos encantadores o jos? ¿ La bla n cura d e esa linda ma n o h a de sernlC in v isible? j Pie nsa e n qu e nos sepa ra mos quizás pa ra nlucho tiempo ! Le señ ora Hena l n o pod ía r ehu sa r n ad a porq ue la d o mina ba a q llell a idea q uc la hacía deshacerse e n l ágrim as. Pero la a tIrara e m pezaba a n acer. En lu gar d e m a r ch arse. J uliá n le s upli có que le p ermitiera pasar t od o el d ía e n su h a bitación y q ued a rse e n ella pa r a p a rtir a l día sig uie nte. - ¿ y p or qué n o ? contest ó. Est a fa t al reca ída me quita t oda la estimacíon que m e d eb o a mi misma. Y lo estrech a b a contra Su corazón a l pronuncia r a quellas palabr as. Mi m a rid o n o es ya e l mismo ; sospecha que e n t odo est e as unto h a obrado como yo he qu erido que obra r a, y est á muy disgust a d o conmi go. Si oye el más insignificante ruíd o, est oy perdid a, pues me expulsar á como lo que soy, como un a nlala tnuj cr. El día aume ntaba rápida mente y la lu z del sol ilumin aba la h a b it ación . Juliá n ex perime ntó la volu pt uosid ad d el org ullo, c ua ndo tu vo e ntre s us brazos , a s us p ies, de r odillas , a a quell a e nca nta d ora muj er, a la única q ue él h abía ama d o. Muy pronto comen zó a oirse ruído e n la casa. Algo, e n lo q ue la se ñora R ena l no h a bía p ensad o, vino a t ur ba rl a . - Esa maldita Elisa, va a ent ra r e n el d or nl it ori o ¿ l'ral que con lágri mas e n los ojus le apn.:~ l a ba co ntra s u cora zón , Juliá n v ió que le fa lta ba el relo j. E nriquecido s u á nimo con

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aquella experiencia, se prese ntó a l día siguiente en casa del abate Pirara, que le miró muy d espacio. - Quizás se h aga ust ed un fa tuo, le di jo el sacerd ote con severo gesto. En efecto, Julián t e nía el aspect o de un h ermoso jove n vestid o de luto. R ealme nte estaba mu y bien vestid o, pero el abate era demasiado provinciano para fijarse e n que a ún conservaba J uliá n el movimiento de hombros, signo d e la mayor distinción e n provincias. El marqués e n cambio, tu vo otra impresión t an difere nte, que preg untó a l buen abate: - ¿ Tendria usted a lguna objeció n que h acer a mi idea de que el señ or Sorel t omara a lgunas lecciones de ba ile ? E l a bate qued ó petrificado. - No; resp ondió por fin; Juli ún no es sace rdo t e. E l m a rqués, s ubiend o de dos en d os la escalera, acompañó a Juliá n a una h a bitació n muy li nda q ue daba sobre el ja r din inmenso del hot e\. Le preg untó c uant as ca misas h abía comprado. - Dos, respondió J uli án, intimid ad o a l ver a tan gran seIior d escen der a t a n nimios d etalles. - I\luy bien, respondió con cierto t o no imperioso y breve; muy bien. E ncárguese aun veintidós camisas m ás. He aqui el primer trimestre de s u s ueldo. Al baj a r d e la habitación , el seIlor de la Mole llamó a un ho mbre de edad. Arsenio, le dijo ; servirá usted a l señor Sore\. Algunos minutos más t a rde, Julián se encontraba solo e n una magnífica biblioteca; aquel m ome nto fu é d elicioso. Par a no ser sorpre ndido en su emoción, se escondió en un rin cón sombrio, desde donde, lleno d e alegría, contemplaba t a nto libro. " Podre leer todo eso, p ensa ba; y i qué a placer estoy aq ull¡ E l seIior Renal se hubiera creldo deshonrado pa ra sie mpre, h aciendo la mitad de lo que el marques h a hecho p.or mi ! " Pero veamos las copias que h ay que hacer D. Terminado aquel tra baj o, Julián .se a trevió a aproximarse a los libros. Pareció que iba a volverse loco d e alegría. Una hora d espués entró el ma rqu és; leyó las copias, y vió con sorpresa que Juli á n escribía aque)'a en vez d e aquella. " De ma n era que t o d o lo que el a bate me h a dicho sobre su ciencia es un cuento " pensó el m a rqu és . Y después, muy d esalen tado, le dijo con cariño : - No está ust ed mu y fu erte e n ortografía. - E s cierto, respondió el joven, sin pensar en el d año q uc aquella

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respuest a le h acia. Eslal>a mu y agradecido a las d elicadezas del marqu és, que contrastaban con las rudezas d el señor R enal. Toda est a ex perie ncia, es tie mpo perdido, pe nsó el marqu és, p ero i te ngo t anta necesidad d e un h ombre seguro ! - Aqlleya, se escribe co n elle , le dijo el marqués . Cuando haya terminado las copias, busque e n el diccio nario aquellas palabras so bre cuya ortografía n o est é seguro . A las séis, el marqu és lo llam ó, y miró con cierta lástima las botas d e Julián . Es culpa mia, dijo; me olvidé d e decir a usted que t od os los dias, a las cinco, tie ne que vestirse . J ulián le miró Slll compre nder. - Quiero decir que se ponga m edias. Arsenio se lo recorda rá. P or h uy le disculparé. Al acabar de habla r , el se llor ele la Mule aco lllpa i\ ó a J uliá n h asta un salón lujosisimo. EIJ parecidas ocasion es, el señor R en al no se 01vidaba d e apresurar el paso para pasar d elante, al llegar a la puerta. La pcq ue ña vanidad d e Su a ntiguo dueño, hi zo que Juli á n pi sara a l marqués, que padecía d e got a. i Ah ! i ade más es t orpe l se dijo. Le presentó a una señora d e elevada est at ura y d e imponente aspecto. Era la m a rquesa. Julián e ncontró en ella cierto aire impertinente, se l1leja nte al d e la se llora Maugirón, la sub-prelect a d e Verrier es. U n poco turbado por la magnificencia del salón, el jove n no se 'di ó c uenta d e las palabras del señor de la Mole . La marquesa le miró apenas . Había algunos h ombres, entre los cuales recon oció con indecible placer al obispo d e Agde, que se había dignado hablarle algunos I1l cses antes, en la ceremonia d e la r ecepción preparada en Verrieres para el R ey d e ... El jove n prelado estaba sorpre ndido de los ojos que Julian fijaba en é.I con t enacida d, pero n o se ocupó en reconocer a l provinciano . Los hombres r e unidos e n aquel saló n, dieron a Julián una sensación de trist eza y d e timidez; e n París se habla e n voz b a ja y no se exageran las cosas sin ilnportancia . 1.1 n jovenzuelo, con bigote, mu y pálido, entró h acia las seis y Ill cd ia. T enía la cabeza mu y p equeña. - Siempre h abr á que esp erarle, le dij o la marquesa a la c ual !,L':-,ú la mano el joven. J uli "n cOlllprendió que t'ría r eprochado' d e masiadas veces aq uel ins ulto que había dejado pasar, p a r a permitir aq uell a mirada . Pidió explicaciones . E l h o mbre d e la levita , le insult ó gr osera m ente, t od os los que est a ban e n el café se agru par o n en derredor d e ambos; los transe untes se d et e nía n a la pu erta del ca fé. Por un a prudente costum!.>re d e provincia, J ulián llevaba siempre un as peque ñas pistolas; s u mano las apret ó e n el bolsillo con un m ovimie nto convuls ivo . Sin e mba rgo, filé prudente, y se limitó a r epetir a l brutal person a je : Caballero, Sil ta.'jeta : ¡ le desprecio ! La insiste ncia con que repetía aq uell as pa labras, acabó por lla ma r la a t ención d el público. j Car a mba ! d ecían ; el otro no tiene más r e medio que darle s u dirección . El h ombre de la lev ita, a l oir aquellos co ment a ri os, tiró cinco o se is hrjet as a la cara d e J uli á n. ~ in g una , a fortun adame nte, le alcanzó, pues se h abía jurado n o hacer uso d e s us pist olas sino en el caso de ser t ocad o. E l h o m bre d esapar eció, no sin volverse d e c ua ndo e n cuando, a mena zá ndole con el puño, al mismo tiempo que pronuncia ba algunas injurias. Julián est a ba ba ñado en s udor. j De manera, decía, que el m ás insignificante de todos los h o mbres, tie ne poder para ponerme e n este estado d e irritación! ¿ Cómo matar, CÓmo destruir esta sensibilidad tan humill a nte ? " " ¿Dónde en contra r un t estigo? " ]\0 t e ní" un a migo ; habla sido presentado a infinidad de perso nas, pero todas ell as, indefectibk 111e nte , había n esquivado s u conlpailía a las seis se manas. Soy insocia ble y h e me a h or a cruelmente cast igado " p ensó. Por fin , tuvo la idea de ir a buscar a un antig uo t enie nte del 96, llamad o Licven , pobre diablo con quien frec uente mente tiraba a las a rmas. Juliá n ~ué sin cero con él. - Con mucho gusto ser é t estigo, r espondió Lieven, pero co n una co ndición : si usted no hiere a su contrario, se batirá, en el acto, conmigo . - Co n venido, dij o Juliá n en canta d o. Y fu eron a buscar a l señor Co nd e de Beauvoisis a la d irecció n escrita 'ubre la t a rj eta. E ra n las sie te d e la maña na. Sulamentc c ua ndu Se hubo a nunciado, r ecordó Juliá n que aquel caballero pud iera mu y bie n ser el pariente de la señora R ena l, empleado en la embajada d e Nápoles, el que diera la carta de presentación al cantante J ér ón'mo . 1(

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NE(;Je diga . « j\ o se prE'ocupe , pues no se rá una conversación confusa; cada uno h ahlad. a s u vez, lo cllal 11 0 quie re decir que se h a ble con orden, añadió el Marqués v ol viendo a s u t o no frí volo que t a n familiar le era . Mientras n osotros hablamos u.,t ed escribirá una veintena de páginas ; volveremos aquí y r educir e mos esas veinte páginas a cuatr o solamen':e, y esas c uatro p áginas me las recitará u sted mañana por la m a ñ a na, e n vez d el número de El Dinrio. En seguida se marchará usted . D eberá u st ed viaj a r como un jove n que 10 hace p or placer , y t endrá cuidado en que nadie se fij e e n uste d. Llegar á a casa d e un gr a n p erson a je, y a llí n ecesita rá mayo r habilidad . Se tra t a el e despi star a todos los que le le r odean , p orque entre s us criados, entre s us secretarios , ha y gente vendida a mues1:ros ene mi gos. Y vigila n a nuestros agentes pa r a det enerlos. u Lle var á, usted una carta de recomendación insigni ficante . " En el momento e n qu e S . E . le mire, sacar á usted mi r eloj; ést e, q ue le prest o para el v ia je. Tómelo , yeso m e nos h ay que h acer . D éme el suyo. " El mis mo duque escribirá, dictandole usted, las cuatro p áginas que h abrá usted aprendido de m e moria. " Cuando esto quede t erminado, p er o no antes , fíjese bien, p odrá ust ed. si S. E. le preg unta, r eferir la sesión a la cua l vamos a asistir , " Le qu e impedirá aburrirse dura nte el viaj e, es que e ntre París. y la r esidencia d el ministro, h ay per sonas que est á n deseando dar un ba lazo a l señor abate Sorel, y en ese caso s u misió n queda t erminad a y nosotros s ufriremos gran retraso, porque amigo mío ¿ cómo conoce remos su muerte? S u abnegación no puede llegar has ta el punto d e participárnosla.

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" Ande, vaya, inmediatamente a comprarse un tra je completo a ñadió el maIllués con t ono serio. Póngase a la molla de hace dos, años; esta n oche es necesario que t e nga a spcc to de poco cu idadoso Durante el viaje, por e l contIario, será usted como en s u vida normal. ¿ Le 501 prende ? Sí, amigo mío; uno de los personaj es liue Van1QS a oir, es capaz d e e n v ia r informes a l mundo e nter o, mediante los cuales podlán, por lo menos darle opio dUlante la noche, en a lg una de las p osadas d ontre e ntre a :omer. - Será mejor, dijo Julián, hacer treinta leguas más y no h ace r camino directo. Supongo que se tra ta de Roma ... El marqués adoptó un a ire de altivez y de d esconte nto q ue ]uliá n no le había visto desde Erar-el-Alto. - E so 10 sabrá ust ed caballer o, .c uando yo ju zgue oportunc decírse lo ; no me gust a n las preguntas. - Esto no es una pregunta, respondió ]ulián con efusión . Le juro señor , que pensaba en vo z alta , mientras buscaba e n mi imaginación el camino más seguro. - Sí, sí, al parecer s u imaginación estaba bien lejos. No olvide que un embaj ador, sobre t odo a su edad, n o debe nunca provocar la confianza. JuJián quedó humillado. Tenía razón el marqués. Su amor pro· pio buscaba una excusa que n o e n contra b a . - Comprenda, añadió el señor de la Mole, que cuando se h a come· tido una t ontería, d eb e r ecurrirse al corazón . U na hora después, Julián est aban en la h abit ación del marqu és, v estido, con tra}e a ntigu o, corbata d e dudosa albura y a lgo de abobado en t oda su fisonomía. Al verlo, el marqués comenzó a r eir , y solamente entonces fué completa la justificación d e J ulián. " Si este jo ven me tra iciona, decía el marqués ¿ de q uién fiarse? y sin e mba r go cuando se actúa es preciso fiarse de a lguien, confia r en a lguna persona. Mi hijo y s us elegantes amigos, tienen valor y un corazón sano; fi eles hast a la muerte; si bubiera que p elear morirían en las gradas del trono; lo sabe n todo ... menos aquello qu e es preciso saber en est os momentos. Que m e lle ven los diablos, si en· cuel1~ro entre todos ellos uno solo que pueda aprender de me moria cua tro páginas de una carta, y recorre r cien leg uas s in Ser descubierto. l\orbcrto sabría hacerse 111atar, co mo s us antepasa.dos ; m('rito indiscuti ble para un so ldado ....

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E l marqu és cayó e n

lIll ~

profunda meditación . l' Y quizás ese SOTel

10 sabría hace r tan LJi én co mo él

- Suba mos a l coc hc, dijo el ma rqu és, co mo si ía; sólo veía e n s u a lJlla, a ~l atihle

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du e ña a bsolu ta de s u feli cidad y d e su imaginación . Necesita ba de t oda la ener gía de s u carácter pa ra sobreponerse a la deses perac ión. Pensar e n a lgo que n o se r elacionar a con la señori t" de la lIlo le, er a superior a s us fu er zas. La a mbición, los sen cillos t.r iunfos d e la vanid ad , le d istra ían e n otro tie mpo, d e los sentimie ntos que la señora R e nal le h a bía inspirado. Ma tilde le h a bía a bsorbido por en tero: la e ncontraba p or todas pa rtes en s u p or venir . y t od os los det a lles d e est e por ve nir, los v eía J uliá n sin triunfo posible. E l joven que hemos vist o e n Ver rier es t a n lleno d e or gullo y d e esp eranzas, había ca ído e n un exceso ridíc ulo de modesti a. E r a así, p orque e n a quellos mo me ntos t enía, como t errible enenligo, a s u misma poderosa imaginación . e nlpleada sin cesa r, e n otros tie mpos, en pinta rse un brilla nte p or ve nir. La soledad absolu~a de s us via jes, a umenta b a el imperio d e a quellas negras ima gina cion es . i Q u é tesor o hu bier a sido p a ra él un a migo!" P er o, decía ]uliá n ¿ es que por cas ua lidad h ay un cor azón q ue la t a por mí? y a ún cua ndo tuviera un a migo ¿ no me ordenaría el ho nor q ue gua rdase yo un silen cio e t erno ? Se paseab a a cab a llo trist e mente p or los a lrededor es d e K eh1. E s un b a rrio d e los a lred edores d el Hín , inmort ali zad o p or Desaix y G ubin Sa int-Cyr. U n la bra d or a lemán le h acía ver pequeños riachu elos ca minos, islas, a las cua les el valor de aq uellos gen er a les ha dado u n n ombre. ]uJiá n , guia ndo a s u ca b a llo con la ma no izqu ier da, t enia desplegado en la d er echa el sober b io m a pa qu e a dorna las JI/ emarias de l Jl1 a riscnl S ai nl-C)'r. U na e xclamación de a legría le hi zo levanta r la cabeza. E r a el principe Korasso ff, aquel a mi go de Lóndres que le ha bla hecho conocer algunos meses a ntes, las r eglas d e la a lta fa tuidad. Fiel a aquel gra n ar~e, K orasso íf, q ue ha bla llegado a Estras b ur go , que est a ba sola mente una h or a en ]-\ ehl y que en s u vid a h abla leid o una línea r efer ente al sitio de 1790, se pliSO a ex pli carlo t od o a ] uliá n . El labl ador a le má n le miró con as pcc t o sor pr en d ido, porque 'onocia suficientenl cnte el fr ant:és p:u a advc r"ir las e:1ormes equi vocacio nes en que ccnst a nt.e me nte inc urría 1 (>

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la bios . D es pu és d e h a b er pasad o mu ch as veces del salón a l ja rdín , Julián se sinti ó nluy fa ti gado. Fu é e l prinlC'f triunfo cerca d e la 1\l a ri scala, de m a nera qu e S Wi o jos n o fu eran vis tos p or Ma tild c. Colocad os de a quell a m a nera, sig lli end o as í t od as las r eglas d el a rte , la se ñora d e Fervac'lues fu é p ar a él obj eto de la m ús profund a admiración . L a primera de las cincue nta y tres cartas del prínc ipe Ier o la m a r q uesa le hi zo senta r se e nfre nte d e ella , le h abló cons t a nte m ente , e impidió que dirigiera la palabra a s u hij a. Se hu b iera di cho qu e la marq uesa cu idaba d e la felicida d d e ]uliá n, que, no t emiendo ya per de rl o t odo por s u em oción , se entregaba a ella sin r eser vas. ¿ Habrá que d ecir que a l e ntra r e n s u d ormitorio' ] uli á n se a r roj ó d e r odillas al s uelo y cubri ó d e b esos las cartas d el p~in cil'c E orasso ff _? i Oh grande h o mbre! e xcla m ó. i Cúa nta fel icidad t e d ebo P oco a p oco la sangre fría le v ol vió. Se co m para b a a un genera l que a ca baba de gan a r una gra n ba tall a. " 1 La victoria es ci erta, innlensa ! se dijo . Pero ¿ que s uced erá m a ñ a na? U n a p alabra pu ed e p erd erl o t od o." Abrió, con un mo vimiento a p asiona d o, las 1\I em oria s di ct a d as p or Napoléon e n Santa Elena, y p or espa cio d e dos horas procuró leerla s. Dur a nte s u lectura , s u cabeza y su corazón , al nivel d e t odo lo m á s elevado , trabaja ban. « E l corazón d e Matilde es mu y diferentc del de la señoICI sol le sOl'Jwendió ul' oyauu en l a IIl csa . ra Renal ", se d ecía . (Pág.31'J).

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«l llttlllida rla . decía ; el e nemigo no

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obedecerá sino c uando yo logre darle miedo. E ntonces ya no se atreverá a despreciarme. Se paseaba por su h a bitación ebrio d e a legría. En r ea lidad, aquella a legría er a d ebid a más a l orgullo que a l amor . " Intimidarla " : se repetía or gullosame nte; y t en ía r azón para estar or gulloso. " Hast a en sus más feli ces momen tos, la señor a R ena l dudaba siempr e d e que mi a mor fu er a igual al s u yo. Aquí , es un demonio a l que subyugo, de ma n er a q ue h ay que s u by u gar ". Sabía muy bien que a l d ia sig uien t e, desde las ocho de la mariana, Matilde est a ría en la Bibliot eca; él no acudió allí h ast a las )~u eve , a brasado p or el amor , p ero con la cabeza d omina ndo al cor a zón . Q ui zás n o h abía pasad o un minuto sin qu e él se r epitiese: ha y que ten erla sie mpre ocu pada p or esta duda: ¿ me a llla ] uliá n ? Su bri lla nte posición, los h a lagos d e t odos los que la h a bla n, la d omina n d..,lIasiadu par a que yo pueda est a r tranquilo . La encon tró pálida, tra nquila, sentada sobre el di ván , pero fu era de estad o, a l parecer , d e poder h acer ni un solo movim iento. E ll a le a largó la m a no . - Amigo; t e h e o fe ndido , es cierto, p ero ¿ puedes est a r incomodado conmjgo ? ]ulián n o estaba preparado para aq uel t ono t a n sen cill o y estu vo a punto de traicionarse. "Ust ed, quiere garantías, amigo mío, añad ió 1I1a tilde despu és de un silencio que ella esp eraba ver r omper. Es just o, Sáque me de est a casa, v iv iTCIllOS e n L óndrc~. Quedaré para sie mpre deshonrada ... Tuvo el valor de retirar s u mano d e entre las de ] uli án para t a parse los ujos. T odos los se ntimie ntos d e pudor y d e virtud femen ina, habían vuelto a hospedarse e n aq uel es píritu . " P ues b ien : desh ónre rnc, di jo por fin . Es un a garant ía.)) " Ayer. era dichoso, porque tu ve el vaJor de ser seve ru cOllmigo nüs mo, se decía ] ulián. u D es pu és de un 111 0 lll cnto de sil encio, tu vo bastan te serenidad para decir con un tono glacial : - U na vez en canúno para Lóndres; una vez deshon rad a , para servirme de s us nú smas palabras ¿ quit'n mc aseg ura que seg uirá u ~ t e d a mándome? ¿ Q ue mi presencia e n la mis ma s ill a dc p(J s t a~ no lc parecerá importuna ? Y o no soy un monstru o, y ha hl' rh- quitado la re pulaci ó n será para mí una (ksgracia. Lo qU l' :-.c opone él mi di cha no t'S s u posició n e n el mundo , s in o ~ u carúc ter. ¿ Pou ría u::- t t'u luisma responder de amarme ocho días consec uti vos? 11l C

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(i .\h ! qu e me a me durante och o días, nada más que ocho días, se d ecía Juli á n e n voz baja, y moriré de feli cidad. ¿ Qu é me importa el porvenir? ¿ Q u é me importa la vida? Y ese momento divino, puede empe za r e n est e inst an t e , si yo quier o. ) Ma tild e le v ió pe nsativo. - Soy, pues , co mplet a me nte indigna d e ust ed , le dijo cogiéndole la mano . Juliá n le dió un b eso, pe ro e n el mismo inst a nte la mano d e hierro d el d e b er , le oprimió s u corazón . " Si ella ve cuant o la adoro, la pier do ". Y antes d e se parar sus brazos, h a bía v uelto a t o mar t oda la dig ú ida d que convenía a un h ombr e. Aquel día y los siguientes, s upo oc ulta r s u felicidad. Hubo mom e ntos en que rehusó hasta el placer d e estrecharla e ntre s us bra zos . E n olros momentos, el d elirio d e la feli cidad er a e n él más fuerte q u e t odos los consejos d e la prudencia , ] uli á n t ení a costumbre de colocar se detrás de un macizo de fl ores, d o nde ponían la escala d el jardinero , y a llí , oculto por un gran árbol, miraba la vent ana d e la h abitación de Ma tild e, a l mismo tie mpo que sus ojC?s, llenos d e lá grimas , daban una p rueba de s u inme nso dolor. Un gran tilo , muy próximo , le ponía , co n s u tronco, al abrigo de mira d as indiscr et as. P aseando con Ma tilde por a qu el sitio, que tan v iva mente le r ecord a ba s u d olor , el contr aste d e la pasada d esgracia y de la presente felicidad fu é ex cesivo para s u carácter ; las lágrimas cayer on de s us ojos y ll evando a s us la bios las manos d e Matilde le dijo: - Aquí vivía yo p e nsando en ti , aquí, miraba esa ventana, y pasaba h oras et ernas esperando el mom ento e n que esta mano viniera a a brirla .. . Su d ebilidad fu é co mple ta . L e d escribió con los colores de la verda d que no se inventan , el e xceso d e s u pasada desespe r ación, Algunos sus piros atestiguaban s u felicida d actual , que h a bía h echo cesar su atr oz s ufrimie nto . " ¿ Q ué es 10 que hago, Dios mío? se dijo Juli á n de r e pente; i me est oy p erdiendo! " En la exageración de s u alarma, creyó ver ya lne nos amor e n los ojos d e Matilde. Era una ilusión, pero el se mblante de Jul ián ca mbi ó de pronto, y se cubrió d e morta l palidez. Sus ojos se apagaron un inst a nte, y la expresión de una a ltivez no e xenta d e maldad, s ucedió a la del amor más verdadero,

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¿ Q ué t e pasa, amigo mío? le dijo Matilde con cariñoé inquietud. Mie nto , r espondió Juliá n con mal hum or , y le miento a u st ed. Me lo r e procho, y sin embargo , Dios sabe que la estimo l o b ast ante p ara no m e ntirle. U st ed m e ama , y no es n ecesario que compon ga fr ases p a r a agradarla. - i Gr a n Dios ! ¿ No son más que fr ases t odo eso encantador q ue d esde hace diez minutos m e dice? - y m e las r e procho dura me nte , amIga mia. Las había compuesto e n otros tiempos para una muj er que m e amaba y que me a burría .. y l st o es el d e fect o d e mi ca r ácter , que yo mis mo d enuncio. Per dóAm a r"as lágrimas inun daba n los o jos de Matilde. - Cuando al gun d e t alle m e ch oca, t e n go un m o m ento de e ns ue lio lanado, continuaba ]ulián, que m a ldigo e n est e mome nto, y mi m aldita memoria m e ay ud a. l'erdóneme se m e jante engaño. - ¿ Acabo d e caer . s in sab~rl o, e n a l guna acción que le m olest e? dijo 1II a tilde con e.1ca ntador a sencille z. _. \ l n día, m e ac uerdo perfectamente, estaba yo escondido aqu í cua nd o rogió ust ed una llar que t omó de s us m a nos el se lior L nz, y que ust ed le consinti ó que t oma r a. Y o estaba a dos pasos. - ¿ E l se ñor Lu z) E s imposible, dijo Matilde con aquella alti vez q ue t a n natural le era . Yo 'no t engo esas nlaneras. - E st oy seguro, di jo Julián. - y bien, es verda d , a migo mío, dijo Matilde baja nd o triste mente la cabeza au n cuand o sabía positiva mente, q ue hacía nluchos meses n o había perm itido semeja nte acción a l señ or de Luz. Juliá n la miró con inexplicable t ernura . ,, 1\0, dij o; no me ama Por la noche, ella le r eproch ó, burlándose , s u a fi ción por la Mariscala ; i U n burgu és que ama a una advened iza! Los corazones de esta clase, son quizás los úni cos que un J ulián no p ueda volver locos. Habría hecho d e ti un verdadero petimetre, a ñadió jugand o con sus cabell os. Durante el tiempo en que se creyó despreciado por Matilde, J uliá n había llegado a ser uno de los jóvenes m ás elegantes de París. T enia, además una " e nta ja sobre los demás jóvenes: una vez a rreglado s u t ocado . no se oc upaba m ás de él. Sin e mbargo un a cosa molestaba a i\l ati ld e : J ulián con t inuaba copiando cartas rusas y e nviándulas a la sciiora de Fcrvacqucs .

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CAPITULO LX

E L TIGRE

Un via jero inglés re fiere la intimidad en que vivía con un tigre. Lo había ed ucado y lo acaricia ba; pero siempre t enía sobre su m esa una pist ola cargada. Juliá n no se entrega ba a los excesos de su feli cidad, sino e n aq uellos m o mentos en que est aba seguro de que Matilde no podía ver la expresión de sus ojos. Cumplía exactamente el deber qu e se había im puesto de decirle de vez en cuando alguna frase dura . A unq ue la t ernura de Matilde, y el exceso de su abnegación estaban a p unto de quitarle t odo el imperio que sobre si mismo t en ía, a ún conservaba el valor necesario para a b andonarl a bru sca mente. Por primera vez, Matilde amó. La vida, que para ell a siempre se había arrast rado a pasos de tortuga, volaba ah ora. Como, sin embargo, era preciso que el orgullo se r evelase de alguna man era, quería exponerse a t odas las t emeridades q ue su amante le hacía comet er. Era Juli án qu ie n tenía prudencia, y sólo cuando se trataba de peligro, cuando ella n o cedía a su voluntad. Pero sum isa y humilde 'con él, demostraba m ayor alti vez con todo lo rest a nte de la casa, padres, parientes, lacayos. Por la noche, en el salón, en pr esencia de cincuenta personas, llamaba a Julián en voz alta, para hablar con él, r eser vadamente, durante h oras enteras . U n día que el joven Tambeau se sent ó cerca de ellos, 1I1atilde rogó que fu ese a la Biblioteca a buscar el tomo de Smolet que trataba de la Revolu ción de IG88 ; Y como él dudara, le dijo: - i No tengo prisa !, co n una expresión d e ins ultante alti vez, que fué un bálsa mo para el alm a de J ulián. ¿ Has notado la mirada de ese i~significante m ons tru o? le dijo.

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Su tío lle va die z o d oce a ños d e asidui dad en est e salón . A n o ser po r eso , le echaría al ins ta nte. Su conducta con les señores d e Lu z, Croisenois y Caylus , perfectamente correcta en la forma , n o er a menos pr ovocati va en el fond o. ?'Ia tilde se entrist ecía a l pensar en las confiden cias hechas e n otros tiem pos a Juliá n sobre dich os jóvenes, y su tri st eza a umentaba p orqu e n o t enía v a lor para decirle que ella h a b ía exagera d o d ichas a t enci on es completamente ino fensivas. A pesar d e s us m ás hermosas r esolu cion es, s u or gullo fe menino le impedía decir a J uliá n : P r ecisamente porque ha bla ba contigo, e ncont ra b a pl acer e n descri birte el gust o que t e nía e n n o r etira r mi mano cua ndo el se ñor d e Croisen ois, a l pon er la suya sobre u na mesa d e márm ol, ro za ba la fil ia. H oy, en cam b io, bast aba q ue a lguno d e a quell os jóvenes la h a blase dura nte cinco minutos, pa r a que ella en contra ra inmed ia t a ment e un motivo cua lq uiera que obligar a a Juliá n a p erm a n ecer a su lado. 1I1a tilde sce ncontra ba encinta, y lo h a bía d ich o con inmen sa alegría a Juliá n. - ¿ Dud as d e mí a h ora ? ? N o es est o u na gara ntía) D esde est e mo mento soy tu esp osa p a ra sie m p re. Aq uella n oticia llen ó a Juliá n d e pr ofun da e m oción . E stuvo a punto de ol vidar el principio fij o de s u condu cta. "¿ Cóm o se r v oluntaria mente frí o y agresivo Con est a p obre joven que se pierde por mí ? , - \' oy a escribir a mi padr e. le d ijo un día Ma tild e. E s más que un pa dre p ara 111 í ; es un a nli go; C0 I110 t al, m e parece indigno de ti y de nli , engañarlo, a unque solo se~ un nl inuto. - ¿ Q ué vas a h acer, D ios m ío? le d ij o ] uli án a terrado. - Jl li de ber , co ntest ó ell a con los ojos brill a n tes de alegria j Pero fil e echarán de aq uí ignorrüniosa l11 cntc ! Es s u d erech o , y h ay q ue r es pet a rlo. Y o te d a r é mi b razo y saldrcmos por la puerta coch er a en ple no med iodí a. ] uli ún sorprend ido le r ogó q u e esperara una seman a. - No pued o, r esp on d ió. El h onor me obl iga. E l deber me h abla y hay q ue obedecerlo. - Pues b ien: yo t e ma n do q ue difi eras esa con fi de ncia, le dij o a l fin ] uliá n . T u h onor está a cubier to, puesto que soy tu esposo. Nue:-,tra sit uación, va cam biar con este im purtan te paso. Y o t ambit'll esto)' en mi derecho. H oyes martes; el martes próximo, es el dia dd duq ue d e R etz. P or la noch e, cua n do el seli or de la ~I ol e v uel va

ROJ O Y NEGRO

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a l Hotel el porter o le entregará la carta fa~a1.. . Solo piensa, est oy seguro, e n hacerte duquesa, ya p ued es imag in a r cu al será s u d esgracia ! - ¿ Quieres decir S u venganza? - Yo pu edo t e ner lástima de mi bie nher ch or , estar desolado por s u pena; p ero n o t e mo ni t e mer é jamás a n ad ie. lI1atild e se so meti ó. Desde que h abía an un ciado s u estaGO a Julián, er a la primera vez que est e le h ablaba con t a n au t orita ri o t ono. K un ca le había amado más. La declaración a l se ll a r de la Mole, agitaba p rofundame nte a J uliá n . ¿ 1 ban a separarlo de i\Ia tild e? y por m ucho sentimi ento que tuviera e ll a a l verl o ma r ch a r ¿ se acord a rí a de él un mes despu és ? Cas i e l m ismo h orror t en ía a los r e proch es q ue el marqués de la i\l ole le pudier a h acer co n just o m oti vo. P or la noche d eclaró a Ma tilde aq uel seg und o mo ti vo de se nti· 1l1i cnt o. y enseg uida , alocado por su amor, declaró el prinlcro t alll bién. E ll a ca mbió d e color. - Realmente, le di jo ella, se is m eses pasados sin mí , ¿ serían para t i unadesgracia ' j In mensa! La única e n el mundo q ue veo con terror. i\I a tilde q ued ó e n cantada. Habí a seg uid o ] ulián s u papel co n t'lnta aplicació n q ue h abía ll egado a conven cerla que, d e los d os, e r a ella la más e n a morada. E l ma rtes fa tal, llegó. A las doce de la noche, c uand o el Ma r qués e n tró, le e ntregar on est a carta par a que la abriera él mismo y cuando estu v iera solo:

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P..tdrc In ía,

,( Todos los lazos socia les se ha n rotu e ntre nosot ros; solo nos quedan los de la natura.le za. D espu és de nü 1l1a rido . ust ed ha. :s ido " y será sie m pre a qui en más yo quiera . Mis o jos se ll enan d e lágrimas, IC al pensar en la pena que le ocasiono; 111