“Restaurar el amor” Raquel Rubio Huidobro. -------------------------------------------------

Para acometer la tarea de restaurar el amor es imprescindible reflexionar primeramente acerca de lo que es el amor, su esencia, características y manifestación, así como sus desviaciones, de modo de identificar la realidad del amor en la vida y unión matrimonial y desde ello poder efectivamente recuperarlo de sus desgastes, e insuficiencias. ¿Por qué el amor y la unión conyugal requieren de restauración? La restauración es parte del amor. El amor no surge completo y maduro, y dado que no es estático implica una constante de mejora en su accionar y vivencia. Como humano, su perfección no está en ser un amor acabado y pleno en totalidad, sino en el bien que se procura al amado y la mantención de la promesa de fidelidad y de mejora a la que juntos, el hombre y la mujer, se entregan y esperan. El amor, es una realidad propiamente humana, y como tal nos revela en nuestro ser y valía personal. Constituye una necesidad y una capacidad que nos distingue de los otros seres de la naturaleza creada, por lo que resulta imposible no buscarlo y a la vez darlo, como manifestación de nuestra humanización, desarrollo y realización personal. Necesitamos de otros para nuestra subsistencia, somos seres sociales y comunionales, no venimos al mundo con todas las “respuestas frente al medio” debemos descubrirlas, inventarlas, y construirlas. Esto, por la radicalidad de la libertad en nuestro ser y existencia, que nos invita a vivir no solo “la vida”, sino “nuestra vida” desde el protagonismo personal, singular e irrepetible”. Dado lo anterior debemos comprender que es el amor y aprender a amar desde nuestras elecciones y decisiones libres, asumiendo la dificultad del amor a partir de nuestra realidad humana herida por el pecado, y por tanto que su realización implica también la restauración del amor y la unión. [Escribir  texto]    

¿Qué es el amor? El amor es una acción que mueve a la unión con un bien. Reconociendo que el mayor bien de los seres creados es la persona humana, el amor a ésta exige que ella sea amada por ser quien es, por su valor en sí y no por su utilidad o lo que pueda reportar. Los bienes medios por su propia naturaleza son buscados por su utilidad y por ello se poseen extrínsecamente, y acabado su servicio, se termina necesariamente la “relación”. Esto no ocurre en la relación de amor personal, esto es, de “persona a persona”, que se constituye en el amor propiamente tal, caracterizado en que no se afirma uno o varios atributos de la persona, sino toda ella, “corroborándola en el ser”, y en que el movimiento de unión, no es por algo que ella tiene, sino por ser quien es. De ahí que es posible exclamar: ¡qué bueno que existas!, 1que sería del mundo sin ti, y más aun, ¡qué sería de mi sin tu existencia! Quien ama verdaderamente quiere el bien del amado, y por tanto quiere que exista más del otro, que no solo no acabe, sino que se desarrolle, sea más, y por ende logre su plenitud. El amor en cuanto personal brota del núcleo interior de la persona, particularmente de la voluntad de amar, esto es, no solo es una acción que surge por la atracción de los sentidos frente a un bien, sino un movimiento interior de la entera persona que se mueve a unirse a otra persona desde lo físico, lo psíquico y espiritual. Entendiendo que es la vida espiritual la que es capaz de darle un norte de bien a la acción de unión, dado que lo originado en el cuerpo, solo “es”, no tiene poder de conducción. Es el reconocimiento del valor de la persona humana y su respeto lo que nos mueve a integrarnos o a subordinar nuestra dimensión física y psíquica al orden de la voluntad y de la razón. Si el amor es humano, no es solo sentimiento o pasión, sino un acto de querer reflexivo. El amor personal es inteligente, prevé, piensa, y se orienta voluntariamente al bien personal, lo busca, y no solo vive el bien que acontece espontáneamente. Su esencia, es el compromiso de la voluntad de amar. El amor es un acto de la libertad, de querer el bien de la persona amada, por ello solo el amor como acto de compromiso es capaz de dar permanencia y estabilidad al querer, y a la unión entre un hombre y una mujer.

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 Pieper,  Las  virtudes  fundamentales,  Editorial  Rialp,  2007  

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El amor exige incondicionalidad y proporcionalidad. El amor de carácter heterosexual exige que en su proceso participen las dos personas involucradas, que son un hombre y una mujer en particular. El movimiento de unión inicial puede estar movido solo por el atractivo que la otra persona despierta en uno, por lo que puede ser en primera instancia una invitación a la unión de orden más sensible hasta poder penetrar cada vez más, en base al mutuo conocimiento y coincidencia en el querer y quererse bien, que posibilita una profunda unión. Ésta es posible cuando un hombre y una mujer, que “procesan su amor” al transitar por sus etapas de maduración, desde el enamoramiento, la imposición de la realidad, hasta su fundación en el matrimonio o pacto conyugal, en que deciden darse y recibirse el uno al otro libre y voluntariamente, como esposos, comprometiendo su don de por vida2. Tal entrega y recepción es exigida por el valor de la persona, que en cuanto bien en sí misma, su don y acogida, o es para toda la vida o no es posible su realización. La persona se desarrolla en su existencia, por ello es toda ella, con su despliegue, la que se recibe y se regala en el matrimonio. Dado que lo regalado es un quien, un ser único e irrepetible, una persona, la entrega y recepción debe ser proporcional a “tamaño bien”, esto es, para siempre. Tal exigencia, de un amor en proporción, no es pura norma, sino el resguardo y exaltación del bien de la persona humana, de su amor y su unión. La unión producto del amor, no es por algo, esto es, por un atributo de la persona amada, como por ejemplo su inteligencia o simpatía, sino por toda ella, y solo por el hecho de ser, Así, quienes se aman intentan explicar su amor en palabras y caen en la cuenta que su amor no cabe en ellas, que éste, no es por algo o bajo determinadas condiciones, sino por el contrario, es incondicional. El amor personal no se basa en algo, sino en la irrepetibilidad y singularidad de la persona amada, quien posee determinadas características que atraen y son queridas pero solo como esa persona las posee o se plasman en ella, y por ende no hay respuesta frente al “¿porque me quieres?”, al punto que si uno lo pregunta en serio, no sabe bien la respuesta, porque el amor trasciende su propio objeto, de ahí su misterio y grandeza.                                                                                                                         2  Aguirre,  Rubio  y  otros,    “Amor,  cuerpo  y  vestido”,  ediciones  universidad  de  los  Andes,  2005.      

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Amor de Eros y amor de Don. El amor humano se caracteriza en el amor de eros y el amor de don, esto es, ambos son propios de nuestra realidad y están llamados a integrarse. El amor eros, está ligado a la atracción entre un hombre y una mujer, a aquello que surge espontáneamente entre ambos y que los mueve a conocerse como base del amor. El eros puede definirse como: “lo dado por Dios en la naturaleza para darnos”, esto es, poseemos una base del amor que irrumpe de modo natural entre un hombre y una mujer, y que los llama desde la atracción a darse y complementarse. Tal don, no es espontaneo, exige el amor de don, posible por la voluntad y la libertad. El acto de don, como expresión de amor, no es por casualidad o impulsividad, sino un acto libre en que la naturaleza hace su aparición invitando a un determinado hombre y a una mujer a darse, pero es la libre voluntad la que decide amar, dado que el amor fundamentalmente es un acto de la voluntad. Ninguna persona debe ser “dada por otra”, sino cada una poseyéndose puede, en base a su libertad, darse a sí misma por amor. La atracción entre un hombre y una mujer mueve a unirse, pero lo que verdaderamente vincula es la libre voluntad, ejercida en el compromiso de amar. El sentirse unidos no necesariamente implica unión, el amor trasciende el sentir, aunque lo implica. La pasión y el sentimiento de amor, hacen sentirse unidos, pero no tienen por si solos capacidad de vinculación. Solo un hombre y una mujer pueden unirse al punto de pertenecerse, en la medida que comprometen su amor de por vida y en forma debida: fiel, exclusiva, fecunda y perpetuamente. Así, el amor humano se realiza en la unión de un hombre y una mujer, no solo sentida, sino comprometida y en el que cada uno se convierte en don para el otro.

La promesa del amor y su realización. En el amor se vislumbra “una promesa” de plenitud, por ello los enamorados se sienten tan alegres y “llenos de vida”, al punto de creer que la promesa de amor está hecha, y en realidad, en los inicios de la relación, es solo una invitación a ella. La experiencia de amor [Escribir  texto]    

empuja hacia una plenitud nueva, nos saca del egocentrismo, y nos mueve hacia el descubrimiento de la persona del otro. El amor no nace hecho, ni menos maduro, se procesa en etapas. Requiere de la instalación personal en el acto de amar, y no solo de aquello que ocurre espontáneamente a un hombre y una mujer. Por ello el matrimonio verifica el buen amor y se constituye en la gran y real promesa, posible de dar cuando el amor penetra desde los sentidos, a las entrañas, y al corazón del alma humana, com-prometiendo la vida y la unión. Tal compromiso no puede efectuarse en los inicios del amor, en que la pasión y la intensidad del sentir nublan la razón y no exigen a la voluntad su real participación. El hombre y la mujer, en la primera etapa del amor, son como “arrastrados” el uno al otro, no actúan desde sí mismos, con su protagonismo personal, en el movimiento de unión, sino desde lo que les surge espontáneamente, por lo cual es un amor frágil, incapaz de sustentar sus vidas, la de la unión y la de un posible hijo. El amor exige conocimiento real de la otra persona, de ver su autentica y profunda luz y no solo sus rayos aparentes, que ilusionan, encantan pero no posibilitan un amor real con toda su hondura. Así, el amor bien fundado prevalece en el tiempo de lo contrario no soporta el peso de la vida.3 Lo propio de los esposos unidos, es vivir uno en el otro, considerando a la persona amada como su “don más preciado”. Pertenecerse desde el don libre de un hombre y una mujer que mutuamente se regalan y acogen, conlleva el tener al otro dentro de sí, en la intimidad, como la gran apertura hacia adentro. Esto porque la unión conyugal es intrínseca, implica un profundo vinculo que liga desde dentro, generando una nueva realidad, que es su unión, y en la que participan ambos en su generación y desarrollo, desde el mutuo conocimiento, la maduración del amor, y su consolidación en la fundación de la unión conyugal, en el matrimonio. El amor está llamado a permanecer, y por ello, quienes verdaderamente se aman prometen su amor en el matrimonio y orientan su vivencia no solo a                                                                                                                         3

   Wojtyla  Karol,  “El  taller  del  orfebre”,  biblioteca  de  autores  cristianos  2000.  

 

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lo que acontezca

espontáneamente, sino que activamente buscan y realizan acciones que fortalezcan la unión y su perdurar. Quien ama, hace suya la vida del amado y por ello caben las expresiones de: “eres mi vida”. La persona amada se tiene dentro, se le cuida, porque libremente se le ha acogido, no como posesión de objeto que por su propia naturaleza es externa, sino, como un don personal e íntimo. Cada uno puede ver su reflejo en el otro y re-conocerse como un ser querible al ser aceptado en su realidad total de ser, con sus virtudes y defectos. La presencia del otro en uno, es una invitación a considerar la propia existencia. Cada uno posee un “hogar” al estar en el otro, y puede “descansar” en éste, al sentirse amado en totalidad y no solo en lo deseable o positivo.

Amamos como somos y cómo podemos desde nuestra realidad. El amor es tan personal que no solo amamos o debemos hacerlo a modo humano, esto es, en unidad de cuerpo y alma, libre, y trascendentemente, sino como cada quien es, con su singularidad, historia de vida y contexto personal, familiar y social. El amor es nuestra mayor obra y nos revela enteramente como somos. Si no hemos logrado la autoposesión es imposible darnos a los demás, así como sin superar el egocentrismo y el egoísmo se hace difícil el amor de don y benevolente. El amor posesivo y egoísta llevará la delantera y todo proyecto de unión será frustrado. Alguien puede querer ser de otro(a) pero puede estar impedido, en cuanto a su incapacidad de salir de sí, quiere pero no puede, de ahí la necesidad de desarrollo y ejercitación de la libertad y el amor.

La pertenencia del amor y las heridas por su insuficiencia y abandono. El logro de la plenitud matrimonial no solo está en que el hombre y la mujer que se unen conyugalmente, tengan la capacidad de autoposeerse para darse, manifestando en el pacto conyugal su voluntad de compromiso de entrega mutua, sino también es importante para este acto y para la vida matrimonial que cada uno pueda “ser” y manifestar su propia identidad, sin anularse en una fusión que niegue la alteridad. La unión verdaderamente [Escribir  texto]    

desarrollada y que perdura en el tiempo, exige el conocimiento y el respeto por la diferencia.4 Marido y mujer también pueden abandonarse al dejar de “estar el uno en el otro”, y dormirse como las vírgenes necias. Incapaces de despertar al amor, pueden no encender la lámpara que mantiene viva su unión. Así, pueden ahogar al amor eros, sin atracción y sin cultivo del amor, y en que se digan mutuamente: “tu tierra ya no es mi tierra”. Por voluntad pueden intentar tender un puente entre ambos, sin embargo este puede romperse con las heridas, las agresiones, las faltas de respeto, no abordadas y sanadas. Las grietas del amor y unión pueden llegar a ser tan profundas que no logran pasar del uno al otro. El puente roto no deja cruzar ni entrar.

¿Que destruye el amor? El amor y la unión pueden malvivirse y desgastarse. El amor no es una realidad externa a la persona, por lo que cuando muere lo hemos aniquilado nosotros, los protagonistas del amor. En el desamor, reflejado tanto en: “no me importas” como en el amor inmaduro y egoísta se vive la vida solo desde la propia realidad, por lo que se promueve solo el yo, y el tu aparece si sirve al yo, entonces se utiliza al otro. Si la persona es buscada solo por su utilidad o como objeto de placer y no sujeto de amor, incluido el placer y lo que nos puede reportar, se aniquila desde la relación, su total y real valor. La falta de comunicación intima. Destruimos el amor, cuando a la persona amada, quien es nuestro don más preciado, no la consideramos en su ser, en su intimidad, al no dejar que esta se manifieste con sus sentimientos y emocionalidad. Esto especialmente, ocurre cuando no aceptamos los sentimientos negativos, tales como, la rabia, que la otra persona puede experimentar en relación a una actuación nuestra.

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 González,  Matrimonio,  ¿hablamos?,  ediciones  Palabra,  2008.  

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La incapacidad de entrar al mundo de las propias emociones con intimidad, descifrando lo que me dicen de mí mismo(a), impide también entrar en el mundo del otro, lo que conlleva a una incapacidad de comunicar y establecer relaciones adecuadas con los demás.5 Los sentimientos son lo más propio de cada uno, por lo que no pueden ser juzgados, solo expresados, y si esto no se permite, es la persona en su intimidad la que se siente rechazada y por tanto no amada. Si sus sentimientos no pueden expresarse es toda ella la que se replegará sobre sí misma, y no podrá o se le dificultara la conexión con la otra persona, tan importante en la experiencia de amor. El “saber” afectivo, esto es, lo que experimentamos y sentimos por dentro, sobre la persona amada y la relación, parecen adherirse mayormente “en las paredes del interior”, constituyendo una “verdad subjetiva” muy relevante y a veces hasta superior que la “verdad objetiva” de los hechos o las ideas de cada cónyuge. Así, un miembro de la pareja puede verificar como la total realidad su sentir, y el otro otorgar validez solo a los hechos o ideas. De ahí que puedan surgir problemas y heridas que pueden evitarse mayormente, con la comprensión y aceptación de que en el amor participamos “enteros”, con nuestras reacciones, sentimientos, ideas, y actuaciones voluntarias. Nada queda fuera del proceso y vivencia del amor y unión. Amar al otro verdaderamente exige conocerle en profundidad y aceptarlo, en cuanto otro, con el respeto por su singularidad e intimidad, especialmente reflejada en su modo de percibir, sentir y experimentar la realidad, la vida y el amor.

Los sentimientos personales compartidos dan vida al amor y relación Si la pareja no ejercita el compartir sus sentimientos, se empobrecerá la relación en la riqueza de su singularidad. Podrán compartir ideas, hechos, que aunque estos sean muy significativos no darán lugar a la experiencia de intimidad. La pareja frente a su incapacidad de expresar sus sentimientos inconscientemente puede preferir la gélida                                                                                                                         5  Melina,  Por  una  cultura  de  la  familia,  el  lenguaje  del  amor,  ediciones  Universidad  Católica,  2009.   [Escribir  texto]    

formalidad 6de la relación vacía y cotidiana a la que se han acostumbrado, rechazando la posibilidad de una relación “viva” pero que los desestabiliza y les asusta y por tanto no corren el riesgo. La entrega y acogida de nuestro ser, implica el poder dar o expresar lo que está en nuestro interior, sin temor a su rechazo. Tal compartir posibilita a marido y mujer, desarrollar y enriquecerse con un “espacio” del don de la intimidad que es solo de ellos y que los hace sentirse más unidos. Se destruye el amor, cuando la comunicación entre marido y mujer no es intima, esto es, cuando no dialogan sobre ellos mismos, y no se conectan con la interioridad del otro. Pueden hablar mucho, de otras personas, de hechos, pero no de cómo cada uno los experimenta, o de lo que les sucede, de su interioridad y vida personal. Con el matrimonio se le ha dicho a la otra persona que el amor y la unión es para siempre, pero en su vivencia, esto no se manifiesta del todo. Las heridas comienzan a surgir cuando marido y mujer se han habituado a encuentros no enteramente personales, esto es, por ejemplo, físicos pero no íntimos, sin correlato del “dentro”. Por alguna razón se ha dificultado la entrega, por falta de acogida, por heridas de historia de vida, o de aquellas de la vida conyugal que no se han enfrentado y reparado. Todas las formas de encuentro y comunicación son relevantes, y a veces pueden acentuarse unos aspectos más que otros, pero en el amor personal, ninguno se deja fuera. El amor también se apaga cuando uno disminuye al otro en el trato, cuando prima en la relación el poder y el dominio de uno sobre el otro, ahogando el amor y a la persona.

La restauración del amor y de la unión. Frente a las heridas del amor, como las faltas de respeto, el mal trato, la no consideración del estado o interioridad de la persona amada, entre otros, surge la necesidad de su restauración y con ello el hacer sentir al otro que nos importa su dolor, su pena, aunque no la entendamos porque no todo se resuelve con la razón, al punto de poder expresarle, por                                                                                                                         6

 Ibidem,  58  

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ejemplo: “no comprendo tu enojo, no me hace racionalmente sentido, pero te amo tanto que no quiero tu sufrimiento, y estoy contigo para sanarlo”. Si la persona que nos ha causado daño no participa de la sanación de la herida en la que tiene que ver, esta nos separara más, dado que la herida “cicatrizará por sí misma”, y nos distanciará. Una pareja que no enfrenta sus conflictos y heridas, o al hacerlo no lo hacen con “el cuidado” requerido, el dolor aumentará y temerán más el uno al otro. Cada uno se defenderá frente al dolor de su herida y se cerrará a toda apertura hacia al otro, que siendo su “amor” se convierte en una amenaza. En el contexto de heridas y mutuo abandono, los sentidos pueden jugar una “mala pasada” al amor y unión. La necesidad de intimidad, de ser acogido en la vida afectiva y de expresarse, pueden hacer que una mujer, sin el querer de su voluntad, se sienta atraída por un hombre que responde a sus necesidades de escucha y valoración, al igual que un hombre en que sus necesidades de amor no son consideradas puede sentirse fuertemente atraído por una mujer en la que vislumbra su satisfacción. La vida emocional reprimida y dolida también puede llevar a la persona, a su voluntad, a no querer, expresado en “quiero que la relación mejore, pero…, no tengo ganas de hacer nada” La restauración es parte del amor. Sin reparación de lo dañado, el amor se enferma, se vacía de su ser y puede llevar a los consortes, por el dolor experimentado, a desvincularse, y a sacar al otro de su intimidad, aniquilando la unión. Así, el amor se desgasta y puede hacer que no permanezcamos en el, por el sufrimiento que implica. El amor amenazado, la angustia que genera, la pena, la rabia sentida puede empujar, entre otros, al aislamiento, a replegarse al hombre y a la mujer sobre sí mismos, o a la búsqueda de afirmación y reconocimiento fuera de la relación. Al no ver y experimentar en la relación “la promesa de plenitud”, el desanimo se apodera y la voluntad puede debilitarse en el querer, viviendo entonces solo lo que acontece, sin necesariamente dirección y voluntad de bien, dejando el amor y la unión al vaivén de los sentidos y a su vulnerabilidad.

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Necesidad de identificar el daño para su restauración. Es importante identificar las heridas en la relación de unión y de amor de pareja, para poder remediar y sanar lo dañado. El dolor, si no es compartido y acogido por el otro puede llevar al hombre y a la mujer, como resguardo frente a la posibilidad de ser nuevamente heridos, al retraimiento, y a no exponerse el uno frente al otro, evitando en la interacción abrir la intimidad, lo que empobrece y desnutre de sí mismos la vida de unión. Puede que si ambos valoran su “compromiso de unión” y permanencia, vivan solo de la obligación de la unión, pero “sin total vida personal”, lo que a la larga afectará su relación y la hará más frágil para la entrada de un tercero. La vida afectiva y emocional, si bien no tiene por sí sola la capacidad de unión profunda entre un hombre y una mujer, sino es arraigada a la voluntad, y por ende al compromiso de amar, puede desanimar a la pareja, en conflicto, en su “querer querer”, y fragilizar su compromiso. Por ello la vida de los sentimientos debe oírse, respetarse y tener un espacio privilegiado en la relación y comunicación de pareja.

Los conflictos, las heridas y el perdón. El pensamiento puede regular los sentimientos pero si la vida emocional no tiene cabida en la relación, las emociones puedes irrumpir con fuerza y afectar el pensamiento, al punto que un miembro de la pareja o ambos se digan a sí mismos: “esta relación no es posible, no tiene vuelta”, y cada acontecimiento se viva profundamente desde la herida y lo negativo, como por ejemplo: “te pedí que me acompañaras y no llegaste”. El corazón en tal situación, no entiende razones y no las quiere, tomando la decepción la delantera. El sabor amargo de la desilusión hace que cada uno se encierre en sí mismo, y cegados en su propio dolor y emoción negativa se ven impedidos de “ver y encontrarse con el otro”. Aparece entonces la desconfianza y el no fiarse del otro.

Los conflictos no enfrentados también pueden destruir el amor y la relación de unión. El conflicto en sí, no es el problema sino como se enfrenta: si uno gana, ambos pierden. El [Escribir  texto]    

papel de las historias de origen, de cómo se han vivido y experimentado los conflictos también influye en cómo se enfrentan hoy.

¿Cómo se restaura? El amor se restaura con lo que le es propio, esto es, con amor de don. Amar es un verbo y como tal implica acción, por lo que recuperar el amor conlleva “darse”. Frente al dolor y la desilusión, el amar en acción no surge solo, necesita de la voluntad, de la reflexión y de actos concretos. Los miembros de la pareja en su camino de mejora han de preguntarse ¿me la juego por ti? ¿eres prioridad en mi vida?, ¿vivimos lo que nos sucede y acontece solamente, o somos activos en nuestro amor y unión? La acción de amar hace sentir al otro el amor, esto es, el amor se traduce en actos concretos o no es posible su vivencia. Si el amor no llega al otro, aunque la intención sea amar, esto no podrá ser experimentado. De ahí que el realizar actividades en conjunto, contribuya a superar el desamor: desde el ver una película, caminar, salir a comer, conversar, etc. Si cada uno se abre a los intereses del otro, y a los de ambos, dándoles cabida en la propia vida, se posibilita un espacio de encuentro que puede ir haciéndose cada vez más personal, intimo, profundo y fecundo. El amor no es solo una idea, una norma de bien, sino principalmente dice el papa Benedicto7, es una experiencia de encuentro con un acontecimiento, que ofrece un nuevo horizonte y con ello una dirección decisiva, y por ello más que mandamiento o norma es una respuesta al don del amor. Así, quien se da genera más amor, la respuesta ante el amor es el amor.

El amor de don implica salir de si, por lo que sin salida no hay real amor. Si no se mira al otro en su entera realidad e interioridad, conociendo y acogiendo sus gustos, pensamientos, reacciones, etc., es imposible afirmar su ser y “hacer que haya más del otro”, que es lo propio del amor. El amor confirma la existencia del amado, y si no se le deja manifestarse,                                                                                                                         7

 Discurso  que  dirigió  Benedicto  XVI  a  los  participantes  en  la  Asamblea  Plenaria  de  la  Congregación  para  la   Doctrina  de  la  Fe  el  10  de  febrero  de  2006.  

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se niega su ser, lo que en concreto, es no amarlo. De igual forma no reconocer y validar las necesidades es de alguna manera negarle. Las heridas deben tratarse… La herida no curada sangra, y vuelve a sangrar de vez en cuando. Si el cónyuge ha tenido que ver en ella y no ha reparado, la herida demorará mucho más en cicatrizar, y ambos se distanciaran aún más. La herida puede cicatrizar por sí

sola, pero ello aumentará la

separación emocional.

La necesidad del perdón para la restauración y su dificultad. El perdón es una experiencia íntima, de dentro, no es pura formalidad. Se puede decidir y querer perdonar pero los afectos pueden obstaculizar el perdón. El dolor, la rabia, y la imaginación con la memoria, no ayudan a su superación, el recuerdo de la situación, como por ejemplo: de maltrato, de falta de respeto, de abandono, o de herida, no lo permiten hacer de “corazón y alma”. Los afectos no se pueden controlar totalmente, y los sentimientos heridos nublan la razón, cuesta ver nítido. Salir de la emoción ayuda a tomar distancia y evaluar mas completamente la relación, pero con el amor herido, esto se dificulta. La emoción negativa, no facilita la salida de uno, sino más bien el ensimismarse y encerrarse en el dolor. La afectividad puede bloquear cada momento de reconciliación, la memoria retiene imágenes profundas de la herida que aun sangra y no cicatriza, se requiere curación con tiempo y trabajo interior. Es desde la libertad el perdón y no desde su imposición como “debida”, por lo que no cabe la banalización del perdón.8 Perdonar no implica necesariamente olvidar. Quien perdona logra ver y experimentar que la otra persona es más que su error, y que la relación que tienen es más que el problema9.                                                                                                                         8

 Fernando  Coddou  y  Carmen  Luz  Méndez,  “La  aventura  de  ser  pareja”,  Grijalbo  S.A.,  2002.  

 

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 González,  Matrimonio,  ¿hablamos?,  ediciones  Palabra,  2008.  

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Existen verdaderas ofensas e injusticias que no se logran olvidar, y que obstaculizan o eliminan para siempre la confianza e intimidad que en la unión se gozaba. Cuanto más fuerte es el vinculo más profunda es la ofensa vivida, y más grave y difícil el perdón. La justicia herida pide una adecuada reparación que permita volver al orden. La irrevocabilidad de lo cometido hace que no se pueda volver atrás pero sí es posible una reparación simbólica.

Solicitar ayuda en la recuperación del amor y la unión. El amor es un bien, al igual que la unión conformada. Si no se pueden resolver los conflictos es conveniente solicitar ayuda, para sostener y reconstruir lo dañado, generando nuevos recursos personales y conyugales para la mantención y mejora de la unión. La pareja, reconociendo su vulnerabilidad, también está invitada a insertar su amor en el AMOR, esto es, no solo sostenerse el uno al otro, sino también ser sostenidos por Dios, con la promesa de plenitud y eternidad del amor. Como señala Karol Wojtyla10 “El amor no es una aventura. Posee el sabor de toda la persona. Tiene su peso específico. Y el peso de todo su destino. No puede durar solo un instante. La eternidad del hombre lo compenetra. Por esto se le encuentra en las dimensiones de Dios Porque solo él es la eternidad”. Instalarnos en la vocación y tarea del amor constituye nuestra mejor empresa. Aprender a amar amando, será el mejor camino para el encuentro con la felicidad, en que nuestra alma descanse verdaderamente en el bien de la persona amada, del cónyuge, y de los hijos, orientándonos a que estos últimos hereden lo mejor de nosotros: el testimonio del real amor con sus heridas y restauración que le es propia. Si “trabajamos” el amor y lo reparamos en aquello posible, desde nuestra realidad, evitaremos que sus grietas pasen a los hijos, y si                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          

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 Wojtyla  Karol,  “El  taller  del  orfebre”,  biblioteca  de  autores  cristianos  2000.  

 

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éstas ya los han atravesado, nuestro esfuerzo en la restauración como revelador del gran amor, les permita valorar mayormente la necesidad de preparación para el amor, cuidándolo como el más preciado tesoro para la felicidad.

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