ORAR ININTERRUMPIDAMENTE (C. 12)

“ORAR ININTERRUMPIDAMENTE” (C. 12) Santiago Martínez, sdb A los salesianos se nos indica, en nuestras propias Constituciones, el camino que tenemos q...
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“ORAR ININTERRUMPIDAMENTE” (C. 12) Santiago Martínez, sdb

A los salesianos se nos indica, en nuestras propias Constituciones, el camino que tenemos que hacer para ser hombres de Dios al estilo de Don Bosco; y, como no podía ser de otro modo, el camino no es otro que la compenetración entre la actividad que desarrollamos, en el día a día, y la contemplación a la que estamos llamados en el más genuino espíritu del “da mihi ánimas”. No olvidemos que somos educadores-pastores; que el camino de nuestra santidad es la espiritualidad apostólica. De forma natural los salesianos nos sabemos en la presencia de Dios; y en cualquiera de nuestras actividades somos conscientes de que las hemos tomado entre nuestras manos porque Dios nos las manda, porque el Espíritu nos las ofrece, porque nos sabemos colaboradores del Señor al servicio de los jóvenes, porque nos sabemos trabajadores del Reino. Esta presencia de Dios en nuestra vida, nos exige crecer en interioridad; y el estilo de Don Bosco, nos pide tener conciencia de esta relación profunda y diaria con Dios, en un constante y continuo reavivar la dimensión interior de nuestra actividad. En la vida del salesiano, como en la de Don Bosco, la oración y la acción aparecen como un movimiento único del corazón; la oración pasa de forma natural, a la acción y se hace espíritu de oración en la entrega incondicional a su voluntad; y así la acción se llena de presencia del Señor, de oración, en la búsqueda y en la realización de su querer. 1. EL MISTERIO DE LA ORACIÓN Somos conscientes de que hablar de oración es ponernos ante el misterio, ante Dios, y ante el destino y la vocación del hombre, que ha sido llamado, por el propio Dios, a la filiación divina. Y en este plano, sabemos que el Dios de la revelación, que es un Dios vivo y personal, es quien quiere entablar relaciones personales con el hombre, y toma la iniciativa dándose, en los propios dones que nos atorga. De este modo, el hombre puede conocer y amar a Dios de una manera rigurosamente divina, al estilo mismo de Dios: como él se conoce y se ama. Con un conocimiento que es “fe”, y un amor que es “caridad, amor de Dios”, que son participación real del conocimiento y del amor que Dios tiene y que Dios es. Fe y caridad que a su vez son, como digo dones que recibimos del propio Dios. Nuestras relaciones con él, con Dios, no son neutras o impersonales, sino de tú a Tú, de hijo a Padre, de amigo a Amigo. El hombre, por medio de sus nuevas facultades de conocimiento y de amor, “fe y caridad”, se relaciona con Dios personalmente y entra en comunión de vida con él, en diálogo y en ejercicio de amistad. 1

Y estas relaciones no pueden ser otras que las canalizadas por “la fe, la esperanza y la caridad”, y a esto podemos llamar oración, ya que son las auténticas vías de comunicación del hombre con Dios. Porque la oración, en su esencia, no es más que la vida divina en ejercicio, en acción. Es un intercambio de amor y de conocimiento sobrenaturales, un trato familiar e íntimo con las tres divinas Personas. Por esto, toda forma de oración, en lo que tiene precisamente de oración, es decir, de comunión con Dios, es ejercicio de fe, esperanza y amor. Ejercicio de fe viva. Y todo lo que no sea, al menos implícitamente, ejercicio de las tres virtudes teologales, no es oración. De aquí, que todo, en la vida consagrada debe organizarse en orden a facilitar, a estimular y a intensificar una vida profunda de oración, bien sea personal o comunitaria; es decir, a facilitar, a estimular y a intensificar una vida de fe profunda, de recia esperanza, de caridad ardiente. Al margen de la oración, no existe vida religiosa. Al margen de la fe, esperanza y caridad no es posible una auténtica oración. 2. ORACIÓN Y ACCIÓN Con frecuencia surge una constante y continua tentación en nuestra vida; se pone en tela de juicio, si no la oración, sí, en más de una ocasión, el tiempo dedicado a ella: su sentido, su valor… Nos salpica, cuando no nos invade, una mentalidad demasiado utilitarista que termina haciendo desvanecer los momentos de oración explícita... Pero el que ora sabe que la oración no sólo tiene sentido, sino que es del todo esencial para la vida cristiana, religiosa y salesiana, la cual es inconcebible sin oración. Con frecuencia, y es tentación común, se desconecta la oración de la vida, como si fueran dos realidades diversas, separadas. Con frecuencia, también, se confunde oraciones con oración; oración con determinadas prácticas de piedad que, de hecho, no comprometen demasiado ni son demasiado exigentes. Una vida “piadosa”, fiel a unas determinadas prácticas o ejercicios ascéticos, fiel incluso a la “meditación diaria”, puede –de hecho- compaginarse, por desgracia, con una falta total de compromiso por los demás, con la incomprensión y el egoísmo más refinado, con faltas habituales y serias de caridad... En cambio, una persona de auténtica oración, de trato familiar y asiduo con Dios –de fe viva- no puede menos de ser profundamente humana, comprensiva, servicial, abierta al amor verdadero y eficaz a toda persona. Sabe perdonar y olvidar; está dispuesta a la entrega constante por los demás. El contacto vivo con Dios, lejos de alejarse de los hombres y de sus problemas, le hace sentirse humano, cercano, hermano... La oración va impregnada por la caridad y guiada por la fe. Y una auténtica oración, lanza siempre a la acción. Por eso la oración del consagrado no puede concebirse desligada de su misión. Tampoco es algo marginal a ella. La misión se fragua en la oración y la oración solidifica la misión. Porque orar es el ejercicio constante de fe, esperanza y caridad. El apóstol sabe que es Él, el Señor, quien salva y santifica. Por eso sabe que su tarea no es tanto hacer, sino dejar hacer. Dejar hacer a Dios en nosotros, es la fórmula y el secreto de la santificación personal. Y dejar hacer a Dios a través de nuestra propia acción, es la formula y el secreto de todo verdadero apostolado.

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3. EL ESPÍRITU DE ORACIÓN El verdadero espíritu de oración exige imperiosamente la oración propiamente dicha, es decir, momentos exclusivamente dedicados al ejercicio de la fe viva en contacto directo con Dios en soledad. No vayamos a caer en la tentación de creer que se puede ser “buen salesiano”, vamos a decirlo así, al margen de la meditación diaria, de la Eucaristía de cada día, de la asidua escucha de la Palabra. No olvidemos que la oración crea el verdadero espíritu de oración. Y el espíritu de oración sólo se consigue orando. Realidad que pertenece al bagaje de nuestra propia experiencia es que, en la medida que hemos conseguido un profundo espíritu de oración, nos resultan del todo imprescindibles esos momentos dedicados a orar; momentos de oración que, con relativa frecuencia, se nos pueden hacer pesados, que con frecuencia les arañamos minutos para repartir entre tantas actividades que llevamos a cabo... Mientras nos cueste la oración, es señal de que necesitamos de ella, porque carecemos de su espíritu. Bien sabemos que no podemos engañarnos creyendo que lo que hacemos es sin más oración. El trabajo no es oración; el trabajo debemos de convertirlo en oración. Y sabremos si realmente lo es, (y aquí tenemos, siempre, un buen indicador), si experimentamos más viva la necesidad de orar con más frecuencia e intensidad. 4. PERO, ¿QUÉ ES, REALMENTE, ORAR? Si hemos reducido la oración al ejercicio de las tres virtudes teologales, es evidente, que orar no es lo que nosotros hacemos, sino lo que nos ocurre cuando nos ponemos delante de Dios y dejamos que entre en nuestro interior. Tenemos que partir del convencimiento de que la oración es un don. Y desde aquí la parábola del sembrador puede ayudarnos a comprender lo que significa orar. (Mc 4, 3-8.26-27). En la parábola del sembrador, la semilla es, en sí misma, el regalo preparado para germinar y dar fruto. Si es recibida en la superficie del camino, o entre piedras y zarzas, se pierde o se agosta pronto. Sólo cuando es recibida en la profundidad de la buena tierra fructifica… y, es entonces, cuando da mucho fruto sin que el dueño del campo sepa cómo. Esta imagen de la semilla y del campo elegida por el propio Jesús para hablar de la recepción del Reino, expresa muy bien cuál debe ser nuestra actitud con todo don recibido. También con el don de la oración. En efecto, cuando la presencia de Dios es recibida en la superficialidad habitual de nuestra existencia, dura bien poco. Cuando es atendida como una más, entre las otras muchas preocupaciones y tareas que tenemos, queda pronto ahogada. Sólo cuando es recogida en lo profundo del corazón, en lo más hondo de nuestra persona, donde todo parece débil, pero todo es auténtico y verdadero…, sólo entonces se queda dentro y produce fruto. Esto es orar, recibir la presencia de Dios en lo más profundo de uno mismo; allí donde no hay fachadas ni roles que representar… allí donde el orgullo y la vanidad se han podido dejar a un lado. Como dice Teresa de Jesús, “para buscar a Dios no es menester alas, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí”. Hallar a Dios en esa profundidad de la persona es lo que nos constituye en personas orantes. 5. ORA, QUIEN HACE LA VOLUNTAD DEL PADRE Es verdad que para bajar a lo más profundo de uno mismo y para mantener vivo el deseo de escuchar a Dios, utilizamos diversos recursos, vocales o mentales, técnicas o métodos, a los que llamamos oraciones o 3

rezos. El simple hecho de usarlos nos hace rezadores, pero no hombres de oración. El quedarnos en esa actitud de mero rezador puede incluso llegar a ser causa que bloquee la verdadera oración… Es lo que denuncia Jesús cuando repitiendo las palabras del profeta Isaías dice: “este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. (Mc 7, 6). Es lo que podemos constatar, tan a menudo en nosotros mismos, cuando nuestra vida de oración no nos espolea en nuestra vida y tarea de cada día. El rezador cree estar orando “para que Dios le escuche”, pero el orante sabe que su objetivo es “escuchar lo que Dios le está diciendo”. Aquél cree estar haciendo esfuerzos y méritos. Éste se sabe a la escucha de su querer y se siente lleno de gozo y agradecimiento por el don recibido… Ora quien busca, descubre y hace la voluntad de Dios Padre. 6. LA ORACIÓN SALESIANA Y la oración salesiana tiene un modelo: Don Bosco. Habitualmente nos presentamos a Don Bosco como modelo de acción; menos veces hablamos de él como modelo de oración. Es, por tanto, significativo e importante que el texto de nuestras Constituciones nos remitan a su vivencia de sacerdote y educador santo, que rezaba más de lo que aparecía exteriormente. Este convencimiento es el que inspiró el libro de Eugenio Ceria: “Don Bosco con Dios”. Poner en él, en Don Bosco, la mirada es importante porque su estilo de orar forma parte del carisma que hemos recibido como herencia. Carisma que nos corresponde mantener vivo y trasmitir con nuestra propia vivencia. Muy rápidamente nos podemos preguntar ¿cómo oraba Don Bosco? Don Bosco era un hombre de Dios que tenía un solo objetivo en su vida “salvar a los jóvenes”. La oración del salesiano, pues, es la del apóstol y educador que ha entregado su vida al Señor y trabaja con él por salvar a la juventud. Por eso en nuestra oración siempre debe estar presente el joven: • •

Porque “rezamos por ellos”. Los jóvenes llenan y motivan nuestra oración y nuestras intenciones... Y porque “rezamos con ellos”; (Todavía sigue siendo un RETO para nuestras comunidades. Perdimos, en un momento determinado esta costumbre –que era nuestra- y no sabemos cómo recuperarla; la asignatura sigue pendiente). La oración, lo sabemos muy bien, es una de las cosas que enseñamos un poco con las palabras y un mucho con la práctica. Nuestra oración debería ser “escuela práctica de oración”. Las “escuelas de oración”, no lo olvidemos, son hoy día los semilleros vocacionales; los nuevos seminarios...

Y porque rezamos con los jóvenes, nuestra oración debe ser: • • •

“Sencilla, humilde y llena de confianza”. Sencilla por su inspiración evangélica, por su cantidad y por la forma exterior. “Gozosa y creativa”, abierta a la participación comunitaria. Y gozosa y creativa, lo sabemos, no significa superficial. La oración salesiana quiere ser profunda, es decir, enlaza espontáneamente la oración a la vida, “conecta con la vida y en ella se prolonga”; es decir, ora ininterrumpidamente.

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Nuestras Constituciones nos invitan a “ORAR ININTERRUMPIDAMENTE” (C 12). He tratado, para este RETIRO, de desarrollar brevemente esta expresión que encontramos en el texto de nuestra regla de vida. Para ello he sintetizado el comentario del “Proyecto de vida de los salesianos de Don Bosco”. He tratado de subrayar cuál es la esencia de la oración. He procurado plasmar, con claridad, que la oración es auténtica cuando impregna la propia vida de autenticidad y coherencia, convirtiéndose en fuerza de la tarea apostólica. He intentado responder a una sencilla pregunta que puede estar siempre presente en nuestro interior: ¿qué es orar? Y subrayo una respuesta: “orar es dejar a Dios que entre en nuestro corazón para llegar a descubrir lo que quiere de cada uno de nosotros”. Y concluyo indicando, muy brevemente, que el salesiano tiene en Don Bosco un modelo de hombre orante. El del apóstol que se desvive por los jóvenes: rezando por ellos y “orando con ellos”… Todo un reto para nosotros hoy. Para plasmar estas palabras me he servido de: • • •

El Proyecto de Vida de los Salesianos de Don Bosco. Ed. CCS Madrid. Agradecer tanto bien recibido. Antonio Guillén. Frontera Hegian Nº 52. La Vida Consagrada. Severino María Alonso. Publicaciones Claretianas Madrid.

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PARA LA ORACIÓN, LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO EN COMUNIDAD…

1. La comunidad puede aprovechar la oportunidad de este retiro para preparar y hacer el “Escrutinio Comunitario de la Oración”.

2. Puede dialogar sobre el texto ofrecido para este retiro, y preguntarse: • ¿Entiendo la oración como acción de Dios en mí? ¿Cómo ejercicio de fe, esperanza y caridad? • ¿Entiendo que orar no es cuestión de técnicas ni de métodos, sino de silencio y de escucha? • ¿Entiendo que el trabajo no es oración, pero que estamos llamados a convertir el trabajo en oración? • ¿Entiendo que orar no puede ser otra cosa que hacer su voluntad? • La oración diaria ¿me ayuda a superarme a mí mismo, a entregarme cada día con más generosidad, a abrir mi corazón al querer de Dios? • …

3. En nuestra oración, con frecuencia, rezamos por los jóvenes; pero ¿rezamos con los jóvenes?... ¿No existe ninguna posibilidad de hacer alguna oferta comunitaria de oración abierta a los jóvenes más comprometidos: animadores, catequistas?... ¿Por qué no plantearlo en la comunidad y estudiar la forma de facilitar, con ritmo, una oración común, para que nuestra oración no sólo sea por los jóvenes, sino “con los jóvenes”?

4. …

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