Nietzsche y su Madre, dos Destinos Extremos Por Arturo Ocaña

Nietzsche nació en Alemania en 1844. Fue hijo de un pastor protestante y de Francisca Oehler, una mujer “común y corriente” y por ello, como veremos, de una notable calidad humana. Tenía cinco años de edad cuando murió su padre, por lo cual la familia se trasladó a Namburg, en donde vivió con su abuela y tías maternas. Según los biógrafos, Nietzsche se distinguió pronto por su talento literario y musical a grado tal que fue admitido en una escuela para familias acomodadas, a pesar de que él era de una familia que se distinguía por su pobreza1. El más influyente de los pensadores del siglo XX, se dedicó durante su temprana juventud a la poesía y a la composición musical. Fue también un ardiente lector de los clásicos griegos y romanos. Se matriculó en la Universidad de Bonn para estudiar teología y filología clásica. Su madre, Francisca, fue especialmente feliz cuando Nietzsche le comunicó esto. Él era el consentido de ella y el hecho de que estudiara teología era muy importante para ella, mujer extremadamente religiosa. Como se sabe ahora por las cartas que ella escribió, Nietzsche era su “hijo del alma”. Tenía también una hija, Elizabeth, pero tenía un cariño especial por Nietzsche. Pero Nietzsche sólo estudio Teología un semestre y prefirió dedicarse a la filología. Estaba tan entusiasmado con los estudios filológicos que cuando su profesor preferido dejó la Universidad Bonn para irse a la de Leipzig, lo siguió para continuar bajo su tutela. Su interés en la filosofía nació cuando leyó las obras de Schopenhauer. Pero un joven inquieto, de manera que de repente olvidó la filología y la filosofía para involucrarse en la vida militar. Se dio de alta como artillero del ejército prusiano. No obstante, su carrera miliar fue de corta duración debido a un accidente que obligó a sus jefes a darlo de baja. Regresó a sus estudios, pero ahora con más interés en la filosofía, aunque sin abandonar sus dos grandes pasiones, la poesía y la música. Fue en esa época cuando conoció personalmente a Richard Wagner y ambos simpatizaron mutuamente y se hicieron amigos.

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La mayor parte de los datos biográficos y todas las fotografías fueron tomados de wikipedia.org. Los datos relacionados con su madre, están tomados de Stefan Zweig, “Tiempo y Mundo”, Editorial Juventud, Barcelona, 1998.

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En 1869 obtuvo su doctorado en filología y de inmediato la Universidad de Basilea le ofreció la cátedra de “Filología clásica”. Viajó a Suiza y al parecer, por razones políticas, renunció a la ciudadanía alemana y se negó a adoptar la de otra nación. Quizá quiso ser ciudadano del mundo, ni más ni menos. Lo anterior no fue obstáculo para que durante la guerra franco – prusiana se alistara como camillero voluntario en el campo prusiano. Fue durante esta experiencia cuando se contagió de difteria y padeció disentería. Se sabe que su madre, cuando supo de esto, trató de ir a verlo para cuidarlo, pero él quiso salir adelante sin ayuda de su madre. Ella platicaría más tarde sobre esta época y reconoció que aquellas cartas significaron mucho para ella, porque eran constancia de que “el hijo de su alma”, no la había olvidado. Poco después Nietzsche escribió “El Origen de la Tragedia”, obra que en manuscrito obsequió a la esposa de Richard Wagner. La amistad con el gran músico alemán ocupaba una parte importante de su vida. Frecuentemente pasaba días de descanso como invitado en la casa de Wagner. Después de “El Origen de la Tragedia”, Nietzsche comenzó a escribir ensayo tras ensayo, libros, críticas y una serie de documentos más filosóficos que filológicos o literarios. En esos, si se leen en el orden cronológico en que fueron escritos se descubre la presencia de una agudeza cada vez más sutil para analizar la conducta humana. Esta visión crítica a los actos humanos, por su propia naturaleza, y en el contexto del carácter aislado de Nietzsche, lo fue llevando, gradual, pero firmemente, al aislamiento intelectual. Esta situación llego a niveles tan importantes que rompió con la mayoría – pero no todos – sus amigos. Entre las rupturas más dolorosas fue la que tuvo con Wagner, que tanto significaba para él. Los problemas de salud de Nietzsche se agudizaron al mismo tiempo que su aislamiento. Desde le juventud padecía constantemente migrañas y la difteria y la disentería había dejado daños significativos en su salud, cada vez más precaria. En busca de mejores condiciones para su salud viajó por Italia y Francia. Fue esa su época la de mayor productividad. Y fue en esa época cuando gracias a uno de sus pocos amigos conoció a Andrea Salomé, de quien se enamoró. Pero su amigo también estaba enamorado de ella, por lo que surgió un conflicto de amistad. Nietzsche pidió a Salomé que se casara con él, pero ella lo rechazó. Prefirió al amigo. Nietzsche se aisló más. En su soledad, se dedicó de lleno a plasmar sus ideas por escrito. Surgió así su obra, verdadero monumento a la capacidad intelectual del género humano. Nietzsche es considerado como uno de los pensadores más importantes e influyentes del siglo XX. Su obra sorprende por lo extensa y la profundidad con que aborda los temas. Destacan: “Sobre verdad y mentira en sentido extra moral”,” Humano, demasiado humano”, “Aurora. Reflexiones 2

sobre los prejuicios morales”, así como las más importantes y conocidas: “Así habló Zaratustra”,” Más allá del bien y del mal”, “El anticristo, “Ecce homo, Como se llega a ser lo que se es”. Estos libros, considerados entre las más grandes obras maestras del pensamiento humano, tenían una extraña virtud: eran tan buenos como difíciles de vender. De algunos de ellos, como “Así Habló Zaratustra”, sólo se vendieron 40 ejemplares de la primera edición. Un trabajo final, La Voluntad de poder, implica la integración de una gran cantidad de notas que Nietzsche había acumulado en sus 44 años de vida. Precisamente después de que cumplió esa edad, súbitamente se derrumbó. El autor de la teoría del súper hombre, no pudo soportar la desgracia de un caballo viejo y enfermo que tropezó y cayó al suelo. Nietzsche corrió hacia el animal para abrazarlo y protegerlo. Esto ocurrió en una calle de Turín. Cuando acudieron a levantarlo, Nietzsche se había transformado. Su mente había caído en las profundidades de la locura. En esos tiempos Nietzsche era conocido sólo por un pequeño círculo de grandes pensadores y no precisamente de Turín. Casualmente un amigo suyo se encontraba en Italia, se enteró del asunto y acudió a verlo. No sabía qué hacer, de manera que escribió a la madre del pensador, Doña Francisca. Esta mujer es descrita de la siguiente manera, por Stefan Zweig2:

“Es la viuda silenciosa e insignificante de un pastor de Namburg, viste siempre de negro y acude invariablemente sola y con regularidad a la iglesia, mujer piadosa y puesta a prueba. La vida no fue benévola para con ella. Su esposo murió prematuramente: a su única hija, la delicada, la animosa Elizabeth, la perdió al emigrar al Paraguay con un extraño e iluso guardabosques, y a su preferido, el … ¡ah!, la viuda suspira cuando piensa en su nombre y reza en la iglesia por él una oración especialísima. “¡Cuánta alegría le deparó ese muchacho bueno, inteligente y delicado! ¡Cuán orgullosa se ha sentido de su hijo en los primeros años: el mejor alumno del instituto, el preferido de los profesores de la universidad, a los veinticuatro años – un portento en el mundo académico- profesor de la Universidad de Basilea y honrado a los veinticinco con la amistad del famoso Richard Wagner! Todas las madres tienen motivos para envidiarle aquel hijo a la silenciosa y modesta viuda del pastor de Nambur!” Pero esto significaba poco para la madre. Sabía que su hijo era una celebridad, pero se angustiaba y sufría cuando le informaban que Nietzsche escribía libros que infaman la memoria de su padres al criticar y fustigar algunos principios religiosos, al grado de que algunos familiares consideraban lo que decía Nietzsche como gravísimas blasfemias, la menor de las cuales era que el propio Nietzsche se consideraba a sí mismo, nada menos, que el Anticristo.

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Estos datos están tomados de libro Stefan Zweig, “Tiempo y Mundo”, Editorial juventud, Barcelona, 1998, págs: 43-49

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“La pobre y humilde mujer se asusta hasta lo más profundo de su alma – escribe Zweig -; ha perdido a su hijo en vida y realmente sus cartas se tornan extrañas y aun duras a veces. Se advierte en sus escritos, en sus maneras, un acento salvaje y dominador; a la conturbada madre le sobrecogen en secreto los presentimientos siniestros de que pudiera ser que un demonio, el enemigo de Dios en persona, se hubiese apoderado del alma de su hijo.” Es a ella a la que uno de los pocos amigos que quedaban a Nietzsche le envía una carta urgiéndole a que vaya a ver a su hijo en Turín. Ese amigo es un teólogo llamado Overbeck, un hombre en el que ella confía, precisamente por ser “gente de Dios”. Él le explica que a ella y sólo a ella, le entregarán a Nietzsche. El gran filósofo, el brillante filólogo, como dijimos, perdió la razón. Cuando ella angustiada llega a verlo, recibo el más duro golpe que puede recibir una madre: no fue reconocida por su hijo. El estaba desconectado del mundo y no era otra cosas que un ser desvalido y mentalmente incapaz hasta de cuidar de sí mismo. Con la ayuda de Overbeck suben a Nietzsche al ferrocarril con destino al hospital psiquiátrico. Ella tiene la esperanza de que se trate de un incidente temporal que pronto desaparecerá y su “hijo del alma” podrá ser otra vez el que fue. El viaje fue difícil. Era una mujer de edad avanzada y apenas podía atender a su desvalido hijo quien, además, tenía accesos de furia y se tornaba agresivo, inclusive contra ella. En uno de estos episodio, ella fue tan violentamente atacada por su hijo que apenas tuvo tiempo de esconderse de la vista de él y esperó paciente a que se calmara. A pesar de este y otros muchos problemas, el menor de los cuales era la molestia que la presencia del enfermo mental ocasionaba a otros pasajeros, la madre logró llevar a su hijo hasta el hospital. Ella no tenía recursos para pagar un cuarto privado en el hospital, de manera que al llegar a aquel sombrío edificio, Nietzsche fue aislado en una en una celda para enfermos mentales graves, la cual tenía condiciones más deplorables que las celdas destinadas a los peores criminales. Ella intentó convencer a los psiquiatras que su hijo no era un ser cualquiera, era un gran profesor universitario, un genio, un hombre de de la máxima importancia. Los médicos la escuchaban con paciencia. Tal vez, se dice que comentaron, ella también está loca y quizá, hasta sea el mal del hijo haya sido heredado. Se burlaron, la calmaron, “comprendieron”, su posición. Pero, le dijeron bruscamente, se trata de un caso incurable.

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La madre se negó a aceptar tal diagnóstico. Pero los médicos no le hicieron caso. Por el contrario, describe Zweig, llamaron a los estudiantes de medicina para que, al fin, pudieran observar ver un caso de auténtica locura, quizá con paranoia y esquizofrenia. El nombre de Nietzsche nada decía a ninguno de los presentes. La madre se hundió en la desesperación. Nietzsche es sometido a las pruebas psiquiátricas que desde entonces no han cambiado

mucho y siguen siendo igual de inútiles para la curación, aunque excelentes para el diagnóstico. Los estudiantes de medicina, consigna Zweig, se reían de la torpeza de Nietzsche para responder y seguir instrucciones y con más ganas cuando la madre les informa que el paciente fue militar en su juventud. Lo instaron a que adoptara la postura y la marcha militares. No lo logró, por supuesto, pero los estudiantes se divirtieron con un loco. Tras este episodio y un breve conclave de psiquiatras, se emitió la sentencia oficial: “Enfermo incurable que debe quedar internado a perpetuidad”. La angustiada madre llegó a lo más profundo de su desgracia. Pero tuvo entonces una reacción típica de una madre. Dijo a los médicos que el diagnóstico estaba equivocado. Que su hijo, un verdadero genio, estaba así porque había trabajado en exceso durante muchos años. Explicó que no se trataba de locura, sino de cansancio y que pasado este, volvería a ser lo que antes había sido. Y entonces, como conclusión a su razonamiento, hizo una solicitud inesperada: que le entregaran a su hijo y que ellas se encargaría de cuidarlo para que se recuperara. Sabido es que los psiquiatras sufren terriblemente cuando un paciente se les va de las manos. No los curan, pero quieren tenerlos a la vista. Así que negaron a la madre que se llevara a su hijo. Argumentaron que Nietzsche era un enfermo mental con arrebatos de cólera y que podría hasta matar a ella o a algún otro. Imposible dejarlo suelto. Afirman que permitirlo es en contra de su ética. No, “no es razonable dejarlo en manos de una

anciana, solitaria, sin medios para pagar enfermeros o cuidadores, sin posibilidad de tener medidas de seguridad para ella, para el enfermo y para quienes estén cerca de él. Imposible”. Pero cuando una madre ve el peligro que se cierne sobre un hijo, no se deja convencer. Y la madre de Nietzsche sacó fuerzas de lo más profundo de su ser y se tornó inflexible y consistente, a grado tal, que, contra todo lo esperado, los psiquiatras cedieron. Y ella no dudó. Recibió a su “hijo del alma”, como pudo, ella sola, con sólo sus fuerzas y sus recursos viajó con el enfermo hasta su pueblo natal.

“Y ahora se ve – escribe Zweig, – de vez en cuando, a una anciana guiar por las calles y dar prolongados paseos por la ciudad con el enfermo que parece un oso grande y torpe. Para ocuparle le recita sin cesar poesías y él escucha embotado; le guía hábilmente por entre las gentes, que los mira con curiosidad, y por entre los caballos que él detesta. Con lenguaje alterado él dice que no le gustan los caballos. Ella ha aprendido a entenderle. Pero la madre se siente feliz siempre que le devuelva a casa sin llamar la atención y sin que (que es como llama, con delicado eufemismo, al salvaje bramido del loco). Si lo sienta ante el piano, el privado de razón improvisa allí horas y horas ausente de cuanto le rodea 5

y ella le deja hacer, salvo cuando toca Wagner, porque sabe que Amfortas le exista siempre los nervios.” El tiempo pasa. En el resto del mundo, los libros y ensayos de Nietzsche llaman la atención de los pensadores, filósofos, literatos, filólogos, historiadores, psicólogos, psicoanalistas de todo el mundo. En los círculos del saber, en las universidades e institutos de enseñanza superior de todo el mundo, se discuten sus afirmaciones, se comentan sus agudas críticas a la condición humana. Súbitamente se convierte en el filósofo más importante de la época (y actualmente continúa siéndolo). Ahora repercute en el ámbito intelectual internacional la pregunta ¿dónde está este genio? Nietzsche empero lenta pero inexorablemente. Al principio su madre ponía en sus manos algún libro o algún periódico y algo no inteligible salía de sus labios. En esos tiempos, había momentos en los cuales aparecían como relámpagos en la mente de Nietzsche y lanzaba exclamaciones como “Estoy muerto por mentecato” o esta otra “Completamente muerto. Pero aun esas frases, ciertamente muy esporádicas, desaparecieron con el tiempo. También los paseos fueron cada vez más esporádicos y terminaron por desaparecer. Aun así, la madre, como dan de ello testimonio sus cartas, tiene esperanzas de que un día su hijo se recupere. El siguiente texto de Zweig, basado en las cartas ilustra esto:

“La madre lo refiere todo al amigo de la manera más estremecedora. Es sincera en su sencilla narración y, sin embargo, se advierte que la cuitada calla lo más amargo, cuando busca presentar, sin que sea verdad, el estado real de Nietzsche como más esperanzados, como curable, y cuando pasa como sobre ascuas sus arrebatos de locura (cuando grita < y con qué voz >), para hablar de su ‘buen hijo’, cuyo ‘querido rostro, muy divertido, parece mostrarse plenamente feliz’.- Y sólo en sus suspiros ahogados se presiente la espantosa carga que ha tomado sobre sus hombros aquella madre al querer cuidar exclusivamente al veleidoso enfermo, vigilarlo, lavarlo, alimentar, vestirlo (todo esto sola y sin ayuda de nadie), emplear invariablemente en él doce horas del día, para después, en lugar de descanso, mientras él duerme, atender a los quehaceres domésticos, y esto, uno , dos, cinco años, sacrificando toda su vida al loco para su curación, sin tener una sola hora de libertad, sin una pausa ni distención. < ¡Ah, querido –suspira al fin-, nadie es capaz de entrever lo que yo sufro!> Nietzsche sigue su marcha hacia el abismo mental. A través de las cartas de la madre, se describe como va decayendo. Deja de tener accesos de furia y cada vez se refugia más y más en un sillón del que poco se mueve. Las frases coherentes o incoherentes que salían de su voz varias veces al día, ahora sólo ocurren una o dos veces al mes. Su mirada, que en los primeros tiempos de la locura miraban lo que le rodeaba, quizá en busca de significados, fue quedándose fija en ningún objeto. Esto sorprendía y angustiaba demasiado a la madre que, al parecer, hasta el último momento abrigó esperanzas de que Nietzsche recuperara la razón.

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Una dosis de admiración por el gran pensador y escritor unida a otra dosis de curiosidad morbosa, provocó que en los últimos años de la vida de Nietzsche ocurrieran peregrinaciones de personalidades a Namburg. Todos querían conocer en persona al personaje y admirarse de las profundidades a las que había caído. Aquellas constantes visitas de personajes de todos los ámbitos, no sólo del intelectual y universitario, sino también de personalidades de ámbitos ajenos al académico, que nunca habían leído obras de Nietzsche y quizá, nunca las entenderían si lo hicieran, eran motivos adicionales de sufrimiento para la madre. Nunca se explicó que movía a aquella multitud para ver el estado en que ahora estaba Nietzsche. Imposible engañarla. Sabía que era morbo, insulto a la humanidad de su hijo y de ella. Pero, estoicamente, lo tolero. Fue una madre, excepcional, de un hombre excepcional. Dos genialidades en una familia.

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