La Esperanza no defrauda (Rm 5,5)

La Esperanza no defrauda (Rm 5,5) 1 Hay que tener confianza en Dios, hija mía, él ha tenido de verdad confianza en nosotros. Ha puesto en nosotros e...
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La Esperanza no defrauda (Rm 5,5) 1

Hay que tener confianza en Dios, hija mía, él ha tenido de verdad confianza en nosotros. Ha puesto en nosotros esa confianza de darnos, de confiarnos a su hijo único. (Charles Péguy) Queridos amigos: Cada año, con esta carta circular queremos daros noticias de nuestra Comunidad en Barcelona, de algunos encuentros que hemos vivido y así compartir con vosotros la mirada sobre el mundo que vislumbra, en la oscuridad, las grandes cosas que hace el Señor a través de acontecimientos muy pequeños. Esas cosas de las que no hablan los periódicos porque no las ven… No se trata de idealizar la realidad: Cada uno de nosotros conocemos de cerca situaciones extremas, humanamente sin salida. Pero somos testigos de que la luz brilla en las tinieblas. Queremos dar testimonio de este rayo de luz en los rostros y las palabras de los pobres, en la vida de los que, desde lo más profundo del sufrimiento, nos enseñan la Esperanza.

Una “historia de la Biblia” en Barcelona Era el día 24 de septiembre, fiesta de la Mare de Déu de la Mercè, María liberadora de los cautivos. ¡Qué llamada para nosotros, hermanitos del Cordero que vivimos en la basílica de la Mercè En nuestro corazón resonaba una pregunta: “Señor, ¿cómo anunciar la Buena Nueva a los más pobres?” Después de la Misa presidida por el Arzobispo de Barcelona, nos dirigimos hacia la montaña de Montjuic. Caminábamos en la oración cuando en un lugar muy solitario encontramos a una pareja de unos cincuenta años, muy pobres, instalados en una especie de cueva. Nos saludan fraternalmente, muy sorprendidos de la presencia de unos religiosos por allí y nos invitan a un vaso de agua. Nos sentíamos en Belén con ellos. Se veía que llevaban un peso muy grande, sobre todo ella. Habían pasado la última semana durmiendo en un cajero automático. “Dormir, lo que se dice dormir, no mucho, con un ojo abierto y otro cerrado”, nos dice Rafael y continúa: 2

“La gente está fatal ahora, padre, (así nos llamaban, aunque les insistíamos en que éramos hermanitos), la gente está muy indiferente y más agresiva. Fíjese, el otro día unos chicos hicieron ‘pipí’ encima de un señor mayor que intentaba dormir en un banco. ¡¿Hasta dónde hemos llegado?! ¡Por Dios! La gente que estaba con nosotros en el cajero nos dice que Dios no existe. Pero yo sí creo en Dios”. E Isabel, que escucha con atención dice: “Es Él el que me lleva todo mi peso cuando se hace demasiado pesado, cuando no puedo más, solo Él, el de arriba. Cuando nos va mal una, dos o tres seguidas, sólo nos queda Él”, y señala hacia el cielo. Teníamos algo de comer y les propusimos compartirlo con ellos. Se les iluminó el rostro a los dos y dijeron: “¡Vamos a cocinar!” Rafael va a buscar agua potable. Mientras tanto, Isabel nos cuenta que ha perdido a su esposo hace sólo unos meses. Habían estado juntos más de quince años. Desde entonces estaba muy triste y muy sola, sin ganas de vivir, “hasta se me había cerrado el estómago de no comer, nos dice, y dormía en un cajero”. Así la encontró Rafael, en un cajero, pidiendo ella unas monedas. Y no sólo le dio unas monedas, le compró también un café con leche. Rafael nos dice: “Intenté ayudarla y estamos juntos desde hace un mes, con este perro dogo-argentino que me regaló un amigo y nos hace compañía. Hace poco me lo quisieron robar para venderlo ─ te roban todo en la calle ─ pero gracias a Dios lo pudimos recuperar. Yo tampoco estaba nada bien, continúa Rafael. Me vine aquí y le pedí a Dios un signo, y esa noche vi en el cielo una estrella fugaz, y me dije: ¿será el signo que Dios me envía? Yo casi no sé leer, pero ella siempre me cuenta historias de la Biblia, sobre todo cuando volvemos aquí, a la montaña, que se está mucho más tranquilo que en la ciudad.” “A mí me encanta el salmo 90 y el 22, nos dice Isabel con alegría. ¿Se acuerda, padre, de esa historia de la Biblia en que había una mujer mayor que no podía tener hijos y que el marido no creyó que Dios podía darle un hijo, y se quedó ciego?” Era la historia de Isabel, madre de Juan Bautista, y era su propia historia. Se la leemos y los dos escuchan en silencio, como niños, perdón los tres, el perro también nos escucha. Parecen los pastores de Belén. “¡Sí, padre, es esa la historia!”, nos dice con una hermosa sonrisa y gran paz. Isabel nos confía: “Yo tengo cincuenta años ya, hace unas semanas me sentía mal y fui al médico y me dijo: ‘hija, estás embarazada’. El padre no es Rafael, es mi marido que murió hace unos meses.” 3

Rafael dice: “Me había quedado solo y ahora Dios me ha dado dos para cuidar. Cuando tengamos un poco de dinero voy a alquilar una habitación para que ella pueda estar bien.” Les propusimos rezar juntos antes de comer: Cantamos un himno a la Virgen María, el salmo 90 que tanto le gusta a Isabel, leímos el anuncio a los ancianos Abraham y Sara de que tendrían un hijo (Gn 18, 1-15) y concluimos con el Evangelio del Nacimiento de Jesús y los pastores que dormían al raso como ellos. (Lc 2, 1-20). Cuando terminamos de escuchar la Palabra de Dios el arroz estaba listo. Eran más de las cuatro de la tarde pero ya nos sentíamos saciados. Con Rafael e Isabel, no sólo pudimos escuchar Palabra de Dios sino ver cómo se hace carne en nuestra historia. Y ellos vieron cómo Dios los venía a visitar. “Isabel, yo le había pedido a Dios un signo y creía que el signo era la estrella fugaz que vi. ¡No! Ahora sé que el signo es que unos curas vengan a visitarnos a nosotros aquí, en este lugar por donde no pasa nadie. ¡Es Dios el que nos los ha enviado!”, exclama Rafael antes de despedirnos con un gran abrazo. El Señor alza de la basura al pobre… y a la estéril le da un puesto en la casa, como madre feliz de hijos. ¡Aleluya! (Salmo 112, 7-9) Después hemos pasado varias veces por la cueva para visitarlos pero ya no los hemos vuelto a encontrar.

Una foto de mucho valor Al pasar por la plaza Verónica alguien nos interpela en francés: “Salut, les sœurs! Ça va?” Es Frédéric que aparece en el cruce de la callejuela. “Oui, ça va! Y tú, ¿cómo vas, Frédéric?” Está orgulloso de que nos demos cuenta de que se ha teñido de rubio y dejado un tupé para emular a Tintín. Entonces esconde su lata de cerveza y nos dice: “Con vosotras no me gusta beber; ya lo sabéis, pero hay un respeto. Bebo para que no me salga el odio. Es que tengo mucho odio, mucho odio en mi corazón, sólo hay odio…”, y nos empieza a contar toda la violencia que ha sufrido desde su infancia. 4

Una pareja de turistas de cierta edad encuentran pintoresca la escena y, sin ninguna discreción, toman una foto de “Tintín y las religiosas”. Frédéric no deja escapar la ocasión: “¡Eh, Monsieur, la foto no es gratis!” Este matrimonio se ve obligado a acercarse con cierto rubor y entablamos todos conversación. Tenemos que hacer de intérpretes francés-inglés del “regateo” para llegar a acordar el precio de la foto. Nuestros amigos alemanes pueden ahora seguir su camino. Ha hecho un buen negocio: “¡Dos euros, me han dado dos euros!” Es la hora de la salida de la escuela y empiezan a pasar niños y mamás. Frédéric reconoce a una de las familias: “Son del barrio, lo pasan mal.” Quiere dar un euro a la niña pero ella se va corriendo asustada. Frédéric se queda muy decepcionado. Pasa entonces una segunda familia y nos dice: “También estos son del barrio”. Se acerca al niño, le ofrece su euro y ¡lo acepta! Frédéric vuelve entonces saltando, exultante: “¿Habéis visto? ¿habéis visto?, ¡se lo ha quedado! Son del barrio, lo necesitan. ¡Un euro para él y un euro para mí; un euro para él y un euro para mí!”, repite satisfecho. Y añade con mucha alegría: “¡Un euro para él y una cerveza menos para mí!” “¿Ves, Frédéric? en tu corazón no hay sólo odio hay mucha bondad.” Frédéric baja los ojos, pensativo. Con una gran sonrisa desdentada dice muy bajito: “C’est vrai!” (“¡Es verdad!”)

El pequeño monasterio del Cordero de Barcelona ¿Es aquí, Señor? El año pasado, en nuestras últimas cartas, confiamos a vuestra oración el proyecto de construcción de un pequeño monasterio y, en concreto, la necesidad de un solar en Barcelona donde edificarlo. Hoy compartimos con vosotros nuestra acción de gracias por el don de la Providencia: El Arzobispado de Barcelona nos ha propuesto un solar en el Poblenou, en la parte antigua de este barrio popular, cerca de su Rambla. El Sr. Arzobispo en un encuentro con nuestra hermanita Marie (fundadora de la Comunidad) había insistido: “Antes de seguir buscando id, por favor, a ver este lugar y después me decís.” 5

Enseguida nos sedujo este barrio lleno de vida, de familias de aquí y de fuera, de tiendas de toda la vida, de plazoletas donde los pobres se sientan junto a los cochecitos de los bebés. ¿Es aquí, Señor? Abrimos los ojos y el corazón, atentos a lo que querrá decirnos el Señor. Cada detalle se llena de significado en momentos como este. Un vecino nos ha visto por la ventana y baja en seguida a saludarnos. Nos desea la paz. No sabemos de dónde es, pero su tez color bronce y su camisola larga dicen que ha hecho un largo viaje desde oriente. Nos sentimos acogidos por su amistad. Nos muestra unas hojas que explican su religión y en las que se puede leer: “Todos regresamos hacia Dios”. Nos confiamos mutuamente a la oración. Y continuamos. Señor, ¿es aquí? Le pedimos una palabra. Abrimos la Biblia, es el Evangelio de san Marcos: Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros. Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa. (Mc 9, 40-41) Pedimos una segunda Palabra, y la respuesta viene de san Mateo: Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre, y me disteis de comer… En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis. (Mt 25, 34-36.40) ¿Cómo no pensar en nuestro querido padre Paco, que conocimos nada más llegar a Barcelona y con el que caminamos todos estos años? Era “su” evangelio, el que había animado toda su vida entre los pobres. Desde el cielo, ¿nos estará diciendo que adelante? Y una última Palabra: La mirada de Jesús sobre la viuda pobre que deposita sus dos moneditas en el arca del Templo: De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos… ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir. (Mc 12, 43-44) Caminábamos en silencio, sobrecogidos por este último Evangelio que ya se ha hecho muy presente en otras fundaciones de la Comunidad. Cruzamos entonces a Ramona. Es ella la que se nos acerca y pregunta quiénes somos, a dónde vamos y si necesitamos algo. Nos explica que su marido murió y que en su soledad la acompaña Jesús. 6

No contó mucho más, pero más allá de sus palabras, entendimos que esta viuda “pobre” venía a nuestro encuentro de parte del Señor. Sin esperar más, buscamos dónde estaba el Sr. Cardenal y corrimos a la Sagrada Familia a decirle nuestro entusiasmo y agradecimiento. Al día siguiente, fuimos de nuevo en misión por el barrio para conocer mejor el lugar y, sobre todo, conocerlo como mendicantes, siguiendo a Aquel que, como un mendigo, se acerca a nosotros para ofrecernos su Amor desarmado.

Tuve hambre… Dos hermanitos pedimos el pan en edificios de unos diez pisos, bastante pobres y abandonados. Después de haber recibido lo necesario nos sentamos en un banco no muy lejos de la playa para comer. Percibimos la presencia de tres hermanitas que también mendigan en el barrio. Nos saludamos de lejos con alegría, pues somos conscientes de estar viviendo un momento único, sencillo y lleno de gracia al mismo tiempo: ¡Una nueva “fundación” en Barcelona! Vemos venir hacia nosotros a un joven africano, muy alto y corpulento (de más de dos metros de altura), que casi no puede caminar. Tambaleándose, como si arrastrara por inercia su pesado cuerpo, se va acercando, y acercando… hasta llegar al banco donde nos encontramos. Apenas llegar, cae derrumbado en el suelo y, levantando la cabeza, exclama: “¡HAMBRE! ¡HAMBRE!”. Conmovidos le hacemos un gesto invitándole a sentarse con nosotros en el banco. Pero no quiere. Continúa postrado en el suelo y repite “HAMBRE, HAMBRE”. ¿No quiere?, o más bien no puede, pues vemos en él a un joven a quien le hubieran arrebatado su dignidad. Mirarle nos rompe el corazón y, al 7

mismo tiempo, en su presencia contemplamos la Presencia. O, mejor dicho, en él Jesús nos mira. Sin palabras, como de mutuo acuerdo en la comunión que se experimenta cuando somos hermanos, los dos hermanitos nos sentamos enseguida con él en el suelo y compartimos “nuestra” comida: Unos trozos de pan, unas latas de atún y de sardinas, lentejas frías, un trozo de jamón y unas naranjas. ¡Ah!, y una tableta de chocolate que una niña sonriendo nos había dado en nombre de sus padres. Comemos juntos, en el suelo. Poco a poco una sonrisa se esboza en sus labios. Nos mira. En sus grandes ojos rojizos y amarillentos vemos el agotamiento, la enfermedad. ¿Qué habrá vivido?, ¿cómo habrá llegado hasta aquí?, ¿dónde vivirá?, ¿en qué calle?, ¿o en qué nave abandonada?, ¿está solo?, ¿y su familia?, ¿qué sabrán de él?... ¿y su madre? Quizás no tiene más de 18 años. Apenas nos entendemos con él y, ante nuestro deseo de comunicarnos con gestos, como un niño, empieza a reír. Nos contagia y, sin podernos retener, a los tres nos da un ataque de risa. Su tez oscura se ilumina y su risa es aún más hermosa. De repente se levanta. Las fuerzas han vuelto a su cuerpo extenuado. Nos da tal abrazo que casi nos hace desaparecer en la inmensidad de su persona. Nos dice: “YA NO HAMBRE. YA NO HAMBRE. GRACIAS. ADIÓS”. Apenas tenemos el tiempo de reaccionar cuando le vemos ya de espaldas caminando por la calle. Su larga silueta, en la lejanía, se va haciendo cada vez más pequeña. Hermano… ¿cómo te llamas? Ni siquiera pudimos preguntártelo. Nos queda el recuerdo de una presencia. El recuerdo de un amigo, de un hermano. De aquél día en que al Señor pedíamos una palabra… o un encuentro. Una palabra… o la Palabra. Un encuentro… o el Encuentro.

En el Poblenou A esos encuentros han seguido multitud de otros encuentros… Aquí las personas se identifican mucho con el barrio que tiene su propia historia y su carácter. Un verdadero barrio. Muchos afirman con orgullo: “Yo soy hijo del Poblenou”.

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Los niños que juegan en la plaza vienen a preguntarnos “què és això?”, señalando nuestro hábito. Se respira un ambiente muy humano, donde los pobres son acogidos y queridos. Unas señoras que se creían que éramos actores de una película se alegraron de saber que éramos “de verdad” y que nuestra vida nos lleva a acercarnos a los pobres en una simple presencia de amistad y oración. Enseguida empezaron a intercambiar entre ellas noticias de algunos hombres de la calle que conocían por su nombre y a los que ayudaban de vez en cuando como quien se preocupa por un familiar. De hecho, son ellos los que, desde el primer día nos esperaban en la plaza para darnos noticias de sus compañeros, dando por hecho que sabríamos de quiénes nos hablaban. ¡Y cómo agradecemos la buena acogida por parte de los vecinos y de la Iglesia!

Construir el pequeño monasterio Emprender la construcción de un monasterio, por pequeño que sea, en el contexto actual, casi nos parecía una locura. Sin embargo, todas las personas que hasta ahora supieron de este proyecto han recibido la noticia con unánime entusiasmo, como un verdadero signo de esperanza, como la certeza de que Dios sigue caminando al lado de su pueblo. Resuenan para nosotros las palabras de la carta que el profeta Jeremías envía a los deportados a Babilonia en uno de los momentos más oscuros de la historia del pueblo de Dios: Así dice Señor, el Dios de Israel, a toda la deportación que deporté de Jerusalén a Babilonia: Edificad casas y habitadlas; plantad huertos y comed su fruto; medrad allí y no mengüéis; procurad el bien de la ciudad a donde os he deportado y orad por ella al Señor, porque su bien será el vuestro. 9

Bien me sé los pensamientos que pienso sobre vosotros oráculo del Señor - pensamientos de paz, y no de desgracia, de daros un porvenir de esperanza. Me invocaréis y vendréis a rogarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis cuando me solicitéis de todo corazón; me dejaré encontrar de vosotros, oráculo del Señor. (Jr 29, 4-14) Cuando todas las seguridades en las que se apoyaba nuestra sociedad se tambalean e incluso se desmoronan, un “pequeño monasterio” es para muchos una buena noticia, una respuesta del Señor que nos propone una nueva forma de vivir, la del Evangelio.

Futuro pequeño monasterio de Barcelona

Y desde que hemos dicho sí al solar que nos propone la Iglesia, todas las puertas se abren para que pueda hacerse realidad. El pequeño monasterio será una casa sencilla y al mismo tiempo hermosa, que refleje la humildad y la belleza de Dios. Un lugar donde aprendemos y nos enraizamos en la vida de oración con el Señor, en la vida fraterna y desde el cual partimos en misión por toda la ciudad. El pequeño monasterio es también un lugar donde Jesús os espera a todos para que juntos, pobres y ricos, jóvenes y viejos, de aquí y de fuera, vivamos la alegría del Evangelio. 10

La abundancia de vida de oración y de misión con la que el Señor ha bendecido los pequeños monasterios que ya existen en otras ciudades del mundo, nos anima a seguir adelante en esta “aventura” que nos sobrepasa. En este solar del Poblenou estará la capilla abierta a todos, el lugar de vida de las hermanitas y unos espacios de acogida.

Cómo ayudarnos No os vamos a ocultar que necesitamos vuestra ayuda, porque el camino es largo y no estamos más que al principio: − N ecesitamos aún un SEGUNDO SOLAR PARA LOS para que también ellos puedan tener su lugar de vida en el mismo barrio. HERMANITOS,

− S i sabéis de empresas de MATERIALES DE CONSTRUCCIÓN que pudieran ayudar, no dudéis en decírnoslo. − E s evidente que también necesitamos DONATIVOS1, algunos grandes y muchos pequeños, no hay ninguno que no sea único, precioso e indispensable para este pequeño monasterio que es de todos. − T ambién podéis DAR A CONOCER el proyecto. Esta puede ser la ocasión de anunciar el Amor de Dios y la belleza de su Iglesia. Si queréis que hablemos del pequeño monasterio a vuestros amigos o en vuestra parroquia también lo podemos hacer. − P ero, SOBRE TODO, seguimos contando con vuestra ORACIÓN y vuestra AMISTAD que, en estos 26 años, desde nuestra llegada a Barcelona, nos ha sostenido en cada etapa. Cada uno de vosotros es ya una “piedra viva” de ese lugar en el que el Señor quiere mostrar al mundo su Misericordia. 1.

Hemos abierto una cuenta para la construcción del “PETIT MONESTIR” 2100-0546-01-0101197385.

Los donativos hechos a la Comunidad del Cordero pueden ser desgravados en Hacienda. Podemos emitir un recibo fiscal si nos hacéis llegar vuestro nombre y apellidos, NIF y dirección. 11

Vivir la alegría del Evangelio Recuperar el fervor de los orígenes, la alegría del comienzo de la experiencia cristiana, haciéndose acompañar por Cristo como los discípulos de Emaús el día de Pascua, dejando que su PALABRA nos encienda el corazón, que el "PAN PARTIDO" abra nuestros ojos a la contemplación de su rostro. Sólo de este modo el FUEGO DE SU AMOR será suficientemente ardiente para impulsar a todo cristiano a convertirse en DISPENSADOR DE LUZ Y DE VIDA en la Iglesia y ENTRE TODOS LOS HOMBRES. (Benedicto XVI) Es para nosotros un gran motivo de acción de gracias el ser testigos del camino de fe y de caridad de las personas que comparten nuestra oración en la Liturgia. Desde el año pasado, ofrecemos la celebración de la Eucaristía en Sant Jaume también entre semana y una asamblea, pequeña pero ferviente, se reúne con asiduidad. Hemos visto muchos milagros, frutos de la fuerza invisible que brota de la Presencia de Jesús en la Eucaristía y de la comunión silenciosa que vivimos rezando juntos y escuchando su Palabra. En primer lugar, nos sobrecoge el poder de conversión que irradia. Son muchos los que, a lo largo del año, han entrado en la 12

iglesia, más o menos “por casualidad” y se han dejado interpelar por el Señor hasta el punto de empezar un verdadero camino de regreso a la fe o a la Iglesia, dejando que el Señor cambie su corazón y la orientación de su vida. Sí, vivimos esa alegría del comienzo de la experiencia cristiana junto al Señor Resucitado que con su Palabra nos enciende el corazón. Cada viernes, entre 20 y 30 personas acuden a la “Escuela de la Palabra”, un tiempo de oración y de expresión personal a partir del Evangelio del domingo. Qué impresionante es ver a personas tan diferentes, después del cansancio de toda la semana, permanecer varias horas en una profunda escucha, atentas a la Palabra del Señor, Palabra que resuena también de manera siempre nueva en nuestras vidas y que recibo a través del testimonio de los demás. ¿Qué les atrae aquí mientras las calles se llenan de la efervescencia del fin de semana con sus alegrías superficiales? La Palabra de Dios, que es el mismo Jesucristo, la Palabra viva y eficaz. Poco a poco, el Evangelio nos impacta, nos cuestiona y llega un momento en que no podemos sino vivirlo. Una joven cuenta: -

A fuerza de repetir el Evangelio, de escuchar el mandamiento del amor a Dios y al hermano y a Jesús que interpela a los fariseos, yo que antes no prestaba atención a los pobres, ahora siento la necesidad de acercarme a ellos. No sé porqué, es más fuerte que yo. Esta Navidad que estoy sola en Barcelona voy a preparar una comida para compartirla con los que están en la calle y poder sentarnos juntos a la misma mesa. Otro día escuchamos:

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A mí el Evangelio de este domingo me llama a perdonar. Me ha hecho recordar que no me hablo con mi tía desde hace años. No quería saber nada de ella… Creo que voy a llamarla para saber cómo está.

El hecho de tomarse en serio las palabras de Jesús, de vivir cada vez más el día a día en referencia a Él y, finalmente, creer de verdad en 13

el amor que nos tiene, nos mueve, un día, a dar un paso concreto de caridad. Son “los milagros” que evocábamos hace un momento: acoger a refugiados y conseguirles un piso, acompañar a una mujer pobre al hospital y alojarla en casa el tiempo que hace falta, dar compañía a un enfermo de cáncer que no tiene a nadie… La caridad es infinitamente inventiva, no para, no se cansa y hasta parece normal porque ya no se trata de cumplir con un deber sino de compartir el amor que hemos experimentado. A principios de noviembre tuvimos un retiro de dos días en una casa de colonias en el campo. Vinieron unas sesenta personas vinculadas con la Comunidad y sedientas de vivir un encuentro personal con el Señor. Resulta difícil describir la variedad del grupo: eran de todas las edades (entre 2 y 89 años) y de ámbitos tan diferentes como pueden ser la oficina de un banco y el mendigar a la puerta de una iglesia. Eran también de horizontes muy distintos en cuanto a su itinerario en la fe y su sensibilidad religiosa. El “milagro” que se dio durante este encuentro fue sin duda la calidad de relación entre todos: los unos al servicio de los otros, sin dejar a nadie de lado, con una atención muy fraterna por cada uno. Así reunidos y constituidos como “pueblo de Dios”, rezamos la liturgia monástica, aprendimos de memoria el Evangelio caminando en silencio, adoramos al Santísimo a lo largo de la noche, escuchamos la enseñanza de la Iglesia en este Año de la Fe. Nueve personas recibieron la cruz de la Comunidad y otros pidieron la oración para prepararse, si Dios quiere, a dar este paso. 14

Todo esto puede parecer insignificante en un mundo abrumado por los problemas económicos y tanta violencia, pero estos gérmenes de vida ¿no serán precisamente signos de la “civilización del amor” que el Señor está sembrando en los corazones en respuesta al declive del “mundo moderno”?

El pobre amor En la vida cotidiana, tanto en la comunidad como con los demás, hacemos la experiencia de no saber amar bien, de amar pero mal y tenemos la tentación de preguntarnos si vale la pena. ¿Os pasa? Muchas veces los que lo han perdido todo nos enseñan que ¡sí vale la pena! Cuando experimentamos que no sabemos cómo hacer con los que acuden a nosotros, cómo ser realmente sus hermanitos, sus hermanitas, cómo permanecer a su lado en la impotencia, sin exigir nada a cambio, sin reclamar un cambio de vida o de mentalidad, es entonces cuando hemos de hacer el pequeño gesto que está a nuestro alcance. Y, con frecuencia, nos quedamos con la dolorosa sensación de que no lo hemos hecho bien… Los pequeños gestos de los que somos capaces son los que el Señor espera de nosotros para poder mostrar su Ternura, para mostrar que está cerca de los que tienen roto el corazón. (Salmo 33) 15

Un gran amigo de la Comunidad nos decía algo que queremos compartir con vosotros porque vale para todos: Vuestro regalo es la pobreza. Del milagro de la pobreza es de donde mana la alegría. En la primera bienaventuranza, “Bienaventurados los pobres”, la palabra “pobres” oἱ πτωχoὶ son los pobres hasta hacerse mendigos. Bienaventurados los mendigos ante Dios. Esto es verdad aun si permanece escondido. Es así como sois transparentes a la gloria de Dios. Uno se siente como si no fuese nada, como si hubiese caído muy bajo, todo se vuelve pesado, y entonces es bueno rezar: Espíritu Santo, ven y recuérdame que, por Jesús transfigurado en nosotros, estamos llenos de luz por nuestra pobreza. En lo profundo de nuestra pobreza, en nuestra miseria, somos entonces glorificados con Jesús... La gloria del pobre amor. La riqueza del amor despojado, pobrecillo… Con esta pobreza, Dios se ofrece… Ser mendigos ante Dios y dar testimonio de que Él solo basta, de que todo ha sido hecho por Él, en Él y para Él… Debemos, simplemente, vivir la vida que Dios nos ha dado: Él mismo. La vida del Cordero. (Ferdinand Ulrich, Filósofo) Que este tiempo sea para todos la ocasión del “pobre amor”, de experimentar la Esperanza que nos trae Aquel que viene, el Pobre que es Amor. Sabéis nuestro agradecimiento y nuestra oración por cada uno de vosotros, seguid rezando por nosotros, los hermanitos y hermanitas del Cordero.

Comunidad del Cordero Hermanitas del Cordero C/Ferran 28 08002-BARCELONA Tel: 933170937

Hermanitos del Cordero C/Mercè 5 08002-BARCELONA Tel: 932955293

www.comunidaddelcordero.org

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