LA INTELIGENCIA EMOCIONAL ¿Qué es la inteligencia emocional? Según D. Goleman es la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los ajenos, de motivarnos y de manejar bien las emociones, en nosotros mismos y en nuestras relaciones Componentes de la inteligencia emocional Inteligencia emocional Desarrollo personal

Desarrollo del entorno

- Autoconocimiento - Motivación - Autoestima - Pensamiento positivo - Control de impulsos

- Autonomía - Empatía - Solución de conflictos - Habilidades de comunicación

Las emociones Una emoción es un estado del organismo que se caracteriza por una excitación o perturbación que predispone a una determinada respuesta. Su duración es de unos segundos. Según Goleman “son impulsos para actuar, planes instantáneos para enfrentarnos a la vida que la evolución nos ha inculcado. Las emociones básicas: Miedo Sorpresa Aversión Ira Alegría Tristeza Las emociones secundarias: Vergüenza Culpa Orgullo ¿Por qué es importante la inteligencia emocional? En muchas culturas, hasta hace bien poco, se potenciaba la represión y el bloqueo de las emociones. Se instruía a los niños para no mostrar las emociones en público. Educar emocionalmente es evitar futuros problemas de depresión o ansiedad, fruto, en cierta manera, de no decir en cada momento lo que se siente. El proceso de educación emocional es largo y en su inicio es fundamental el no quitar importancia ni juzgar las expresiones espontáneas. En estos casos, conviene poner nombre a la emoción para que aprenda cómo se llama lo que siente y pueda identificarlo. Ej: Vaya tontería, si tienes 10 peluches mas. El niño piensa “es malo llorar, soy tonto cuando lloro” Una investigación internacional arrojó resultados sorprendentes: el éxito se debe sólo en un 23 % a nuestras capacidades intelectuales y en un 77% a nuestras aptitudes emocionales.

¿Qué es ser inteligente emocionalmente? Goleman define las actitudes que se dan en las personas emocionalmente inteligentes: Muestran automotivación. Expresan y conocen sus emociones y reconocen y valoran la de los demás Son perseverantes a pesar de las dificultades y obstáculos de la vida. Poseen autocontrol ante los impulsos y los deseos de compensación ante las necesidades de los otros. Mantienen la esperanza y el positivismo. La inteligencia emocional es una manera de reconocer, comprender y escoger cómo pensamos, sentimos y actuamos. La persona emocionalmente inteligente desarrolla determinadas competencias y habilidades. Por un lado, reconoce, canaliza y controla sus emociones y, por otro, maneja adecuadamente los sentimientos y emociones que aparecen en las relaciones con los demás, desarrollando la empatía y una serie de destrezas sociales básicas para el bienestar. ¿Cómo educar la inteligencia emocional? Algunas pautas que pueden ayudar a la hora de educar emocionalmente son: Ponernos en lugar del niño Preguntarle y escucharle. No reprocharle que tenga emociones negativas. La tristeza es tan natural como la alegría. Ayudarle a identificar y canalizar sus emociones Enseñarle a controlarlas Incentivar la curiosidad Aprender con él. Hacer de cualquier experiencia nueva un juego. No reprimirle cuando intente aprender algo por sí mismo. Corregirle siempre que cometa faltas y decirle que no cuando haya que decírselo. Premiar sus logros y alimentar su motivación Fijarle pequeñas metas y estimular su deseo de lograr algo. Problemas relacionados con la inteligencia emocional Definimos analfabetismo emocional como la incapacidad que tienen algunas personas para conectar con sus propias emociones y, por tanto, para comprender las reacciones emocionales de los demás. El analfabetismo emocional es lo contrario de la inteligencia emocional y tiene serias consecuencias para los niños, entre las que destacamos: Agresividad Depresión Baja autoestima Trastornos de alimentación como forma de afrontar las contrariedades Ansiedad Problemas de rendimiento escolar Uso de alcohol y drogas al llegar a la adolescencia Dificultades en las relaciones con los demás Un niño con escasa maduración emocional tendrá problemas para postergar sus deseos, controlar sus impulsos, solucionar sus conflictos, tomar decisiones y establecer vínculos sociales.

El desarrollo personal El autoconocimiento Es la primera capacidad que necesita el niño para desarrollar su inteligencia emocional porque es lo que hace le descubrir qué siente y cómo lo expresa. Le ayudamos si: Aprende a nombrar y expresar sus emociones y descubrir las de los demás. Valora sus capacidades y puede descubrirse como un ser único, diferente del resto. Reflexiona acerca de lo que provocan sus emociones y las de los otros. Ante distintas situaciones y siempre después de observarle, pondremos nombre a sus emociones “estás triste”, “pareces muy enfadado”,”creo que estás contento”. A continuación le preguntaremos si es así como se siente. Luego le podemos contar cómo nos sentimos para que aprenda que las emociones pertenecen a cada uno, que son reacciones personales a situaciones concretas y que, por tanto, no son buenas ni malas: “Tienes cara de susto por el petardo, a mí en cambio me parece divertido”. Las emociones se expresan tanto con el cuerpo como con el lenguaje. La palabra pone el nombre para poder expresar lo que nos pasa o escuchar lo que les ocurre a los otros, pero lo no verbal también tiene un valor fundamental. Para que el niño entienda esto podemos usar fotos con caras que expresen emociones y pedirle que las imite o hacer con él un dado con las palabras triste, alegre, enfadado, vergonzoso, feliz, asustado, etcétera; al tirarlo tendrá que poner la expresión que corresponda. La expresión de los sentimientos tiene que ver con la salud. En la medida que contamos lo que nos pasa, somos más capaces de buscar soluciones a los conflictos; si callamos, podemos padecer dolores de tripa, de cabeza o tics. Por eso es importante reconocer nuestras emociones. Para que los niños lo comprendan les decimos que la dificultad para expresar sentimientos es como un monstruo que crece en el estómago y nos hace encontrarnos mal, mientras que si contamos a alguien lo que nos pasa el monstruo se va haciendo cada vez mas pequeño, hasta desaparecer. Uno de los pasos más complicados es que el pequeño entienda la relación que existe entre sus actos -gritar, pegar- y las emociones que los provocan –enfado, frustración-. Si es capaz de identificarlas también lo será de expresarlas de manera adecuada. Los padres que se mantienen firmes con las consecuencias de los comportamientos de sus hijos les ayudan a entender esa relación A continuación hay que enseñarle a canalizar aquellos comportamientos que no son adecuados para expresar sentimientos. Este aprendizaje va estrechamente unido a lo que su comportamiento provoca en los demás. El discurso para lograrlo será parecido a éste: “Ya veo que estás (nombramos la emoción: triste, molesto, etc) por eso (reflejamos el comportamiento: gritas, lloras…) Pero cuando tú haces eso yo me siento (consecuencia de su actuación en los otros: preocupada, enfadada…)

¿Cómo ayudarle a que se valore como ser único? Nos diferencian las cosas que nos gustan y la que no. Los gustos se van definiendo por las emociones que nos provocan experiencias. Repetimos lo que nos gusta y evitamos o disminuimos el tiempo destinado a lo que no nos agrada; buscamos estar con quien queremos e intentamos alejarnos de quien nos disgusta. Los niños van descubriendo qué les satisface y qué no, eligen entre una u otra actividad, entre varias personas, entre varios juegos y ello los define y los diferencia Podemos utilizar el tradicional “veo, veo” para saber “una cosita que te gusta comer, escuchar, aprender, etc.” o también “una cosita que no te gusta comer, escuchar o aprender…” Transmitir que no siempre actuamos por gusto. A veces las cosas requieren esfuerzo. Por ejemplo, para tirarse al agua hay que aprender a nadar y eso significa ir a clase de natación todas las semanas. Podemos ayudar al niño a diferenciar estos conceptos. Si hacemos un listado de sus gustos, podemos premiarle después de que realice algo que le cuesta. La valía depende en gran medida de lo que reconocemos que sabemos hacer. En el caso de los niños el reconocimiento de sus logros es fundamental para animarles a aceptar nuevos retos y a que los afronten con confianza en sus capacidades. El autoconocimiento lleva al conocimiento de los demás, conduce a comprenderlos e inicia el desarrollo de la empatía. Situaciones cotidianas que podemos aprovechar Durante una comida, o paseo, podemos preguntarle situaciones que le asustan, con las que se enfada o con las que se ríe. Ante una pelea entre hermanos, amigos o ficticia, que suponga un momento de rabia o de enfado, aprovecharemos para que el niño profundice en su conocimiento y en el de los demás Podemos hacer un relato y, al final, animar a que el niño cuento cómo se sienten los protagonistas y por qué Cuando aplicamos un consecuencia de una conducta negativa, describamos la emoción que la provocó: “Sé que estás enfadado, pero no vamos a ir al parque”. Es decir, que vea que respetamos su sentimiento, pero que su conducta no ha sido adecuada para expresarlo. Utilizar situaciones de la vida cotidiana, cuentos, historias para preguntar: “¿Cómo crees que se siente Pedro si le gritas cuando te enfadas?”, “¿Cómo se sentirá el niño que juega con su amigo?”

La motivación Las emociones se convierten, en muchos casos, en el motor que nos lleva a actuar. Si estamos contentos, es posible que riamos, si tenemos miedo, nos paralizamos. Cuando la motivación viene acompañada de un pensamiento positivo, las probabilidades de éxito en la realización de una tarea son mayores, incluso aunque la emoción sea negativa. El ejemplo más claro es el intento de superación: “No he sabido hacer esta cuenta, tengo que revisarla e intentarlo de nuevo.

Cuando el niño nos oye poner énfasis en cualquier tarea o responsabilidad que le encargamos, aprende la motivación desde fuera, para luego darse a sí mismo instrucciones positivas al iniciar, realizar o terminar la labor: “Voy a conseguirlo, sólo tengo que hacerlo un poco más despacio” Hay que motivarle para hacer cosas, y, a la vez, darle ánimo. Así aprende a decirse frases que le llevan a intentar superarse. Con el tiempo no necesitará que alguien de fuera le estimule, lo hará él mismo, en forma de autoinstrucciones, se dirá: “Ya lo he intentado más veces y no me ha salido mal: puedo hacerlo”. El proceso para que aprenda a motivarse sin que sus padres estén delante pasa por: - Animarle ante una nueva tarea y premiar el esfuerzo realizado, no el resultado: “Venga ahora te enjabonas solo y mientras hago tu cena preferida. - Apoyarle mientras hace la tarea: “Te está saliendo muy bien, frota las rodillas y ya has terminado. - Felicitarle cuando termine: “Muy bien, campeón, mañana lo vuelves a hacer” - Por último proponerle que se motive él mismo: “recuerda lo que te digo y cuéntatelo tú en voz baja. Dime, ¿qué te estás diciendo ahora?

La autoestima Es la valoración que uno tiene de sí mismo y se establece a través del propio grado de aceptación y el autoconcepto. Estos tres elementos –valoración, aceptación y autoconcepto- se forman con las respuestas que el medio y las personas nos devuelven. Lo que pensamos de las circunstancias provoca nuestros sentimientos frente a éstas y nos mueve a actuar de una u otra manera. Cuando un niño intenta no salirse del contorno del dibujo a colorear y no lo consigue, puede pensar: “siempre me sale todo mal”. O por el contrario: “voy a intentarlo haciéndolo más despacio”. De pequeños aprendemos un estilo de pensar y con él funcionamos. Se puede modificar pero cuanto más mayores somos, más nos cuesta. Con nuestros hijos intentaremos que este estilo este marcado por el pensamiento positivo, Para saber lo que piensa el niño, atenderemos a lo que nos cuenta. Si su lenguaje está marcado por pensamientos negativos, llevará a cabo actuaciones derrotistas: “nunca lo voy a hacer bien, se meterán conmigo” El optimismo se aprende. Así que procuraremos enseñárselo a nuestros hijos como si de un hábito se tratara. Al igual que a través de la rutina de comer a la misma hora y de la misma manera, conseguimos que aprenda el hábito de la alimentación, también podemos educar su estructura de pensamiento. El niño tiene que aprender a modificar los pensamientos negativos que le producen emociones negativas y le llevan a actuar de forma derrotista. Cuando detectemos alguno, sustituiremos las frases negativas por otras positivas. Hay que hacerle notar la diferencia entre pensamiento positivo y negativo. Control de impulsos Los niños nacen con cierto nivel de habilidad en el control de sus impulsos. El control de impulsos es un rasgo de temperamento. Aún los niños con deficiencias en el control de impulsos pueden mejorar sus habilidades con la crianza apropiada. Crea mecanismos de afrontamiento. Los niños con problemas de control de impulsos pueden necesitar más ayuda que otros niños para aprender el comportamiento habitual y buen autocontrol. El niño puede estar consciente de cuando

está teniendo dificultades para controlarse. Enseña al niño a reconocer los signos de que está saliéndose de control y establece mecanismos de solución que se pueden emplear cuando eso sucede. Por ejemplo, podría pasar 10 minutos a solas en su cuarto para calmarse o escuchar música y salir de esa zona cuando se sienta más en control. Disciplina al niño inmediatamente. Esperar a más tarde para aplicar el castigo hace que sea más difícil para el niño asociar un efecto negativo con su mal comportamiento. Responde a los problemas de disciplina, incluso cuando no es conveniente. Es fácil dejar pasar el mal comportamiento mientras estás en una tienda o si tienes visitas. Los niños con bajo control de los impulsos necesitan consistencia y previsibilidad para ayudarles a aprender el autocontrol. Emplea un gesto sutil o palabra clave como una señal cuando el comportamiento negativo del niño comienza. Esto re permitirá dar una advertencia, que puede ser suficiente para restablecer el orden, sin avergonzar al niño. Hay que insistir en la necesidad de mostrarnos tranquilos delante del niño cuando queramos corregir sus actos. Si éste percibe en nosotros inseguridad, incerteza o discrepancias entre los padres u otros, percibirá que tiene mayor control sobre nosotros y las rabietas u otras se incrementarán. Nunca debe vernos alterados emocionalmente (chillando, llorando o fuera de control). Tampoco debe cogernos en contradicciones, es decir: No podemos pedirle a gritos a un niño impulsivo que se esté quieto y callado. No basta con saber contestar adecuadamente a sus conductas impulsivas. Estos niños requieren también que les expliquemos qué es lo que les pasa y qué puede hacer (más adelante se dan algunas pistas). Las reflexiones sobre los hechos nunca deben ser hechas en caliente sino en frío cuando las cosas se han tranquilizado. Un buen momento es por la noche antes de acostarse.

EOEP 2 ZARAGOZA. TALLER PARA PADRES DE EDUCACIÓN INFANTIL 2013. Áurea Cadena