Historia del Rosacrucismo Desde sus orígenes hasta nuestros días Por Christian Rebisse Revista El Rosacruz A.M.O.R.C. Parte XII Magnetismo y egiptología En el siglo XVIII, la ciencia de Hermes se encuentra confrontada a las Luces que marcan un período lapidario de la historia occidental. Durante este periodo, los defensores del esoterismo se apasionaban por Egipto y se entregaban a una ciencia nueva: el magnetismo. Es importante ver cómo estos elementos aparecieron y los valores que ellos promueven para comprender la evolución que va a conocer el rosacrucismo. El movimiento filosófico de las Luces se caracteriza por la confianza total que se tiene en el progreso. Considera a la razón como la guía infalible del hombre y desarrolla una desconfianza por todo aquello que provenga de la religión o de la tradición. La luz que busca el hombre no es más aquella de Dios, sino aquella que el hombre hizo brillar por su inteligencia. En efecto, el hombre del siglo de las Luces observa al mundo con distintos ojos. En algunos años, el saber de la humanidad se amplía considerablemente. Asistimos a los inicios de la electricidad, y la fuerza del vapor descubierta por Denis Papin encuentra sus primeras aplicaciones. Los trabajos de Antoine Laurent de Lavoisier ponen una definitiva distancia entre las investigaciones de los alquimistas y las demostraciones experimentales de la química. Los trabajos del naturalista GeorgeLouis Leclerc Buffon anunciando el evolucionismo, cavan una fosa inmensa entre una comprensión científica del fenómeno de la vida y las teorías creacionistas defendidas por la religión. El sensualismo El siglo XVIII no es sólo aquél de las ciencias; es también aquél de los filósofos, pero estos últimos son sobretodo sabios. Étienne Bonnot de Condillac hizo de la sensación el origen de todos los conocimientos. Para él, el hombre toma consciencia de él mismo y de sus potencialidades, no porque piensa, como decía Descartes, sino porque tiene sensaciones. lntroduce el sensualismo, un movimiento en el cual figuran Claude Adrian Helvetius y Paul Henri Thiry, barón de Holbach. Ambos profesan un materialismo y un ateísmo absolutos, presentando a la religión como un instrumento de tiranía contrario a la razón e impidiendo el acceso a la felicidad. El hombre maquina

El proyecto de esta época ya no es más el mejorar al hombre interno, sino caminar hacia el progreso que dará la felicidad a todos. Además, este periodo pone en duda la existencia misma del hombre interno, del alma. Julien Offray de la Mettrie, con su libro “El hombre-máquina” (1748), reduce al hombre a una mecánica que no necesita a un Creador para existir. Los filósofos, en su mayor parte, compartían ese punto de vista. A pesar de que Jean-Jacques Rousseau se levanta contra esta actitud, forma parte de aquellos que como Helvetius, Voltaire, Montesquieu, Condillac, colaboran con la obra maestra del siglo de las Luces: la Enciclopedia de Diderot y de Alembert (1751 a 1780). El racionalismo y el materialismo de esta enciclopedia ejercieron una fuerte influencia sobre la cultura de la época y será calificada por los jesuitas y los jansenistas como el “libro del diablo”. Con tales posiciones cabe preguntarse cómo el hombre del siglo XVIII podría aún creer que en él existe un principio superior, un alma, que lo liga a un hipotético Divino. Ciertamente el hombre de la calle no era muy sensible a las distintas posiciones de los defensores de las Luces pero, los partidarios del iluminismo (1), es decir, del esoterismo, se preocupan por esta pregunta. Es entonces que la aparición de esta nueva ciencia, el magnetismo, les va a llevar en las investigaciones a debates donde espiritualistas y materialistas se opondrán violentamente. El abad Foumié, antiguo secretario de la Orden de los Elegidos-Cohens, pronto declara que el magnetismo fue enviado por Dios para hacernos comprender que tenemos un alma distinta e independiente de nuestro cuerpo (2). El magnetismo En efecto, para Eliphas Lévi, el elemento importante del siglo XVIII no es ni la Enciclopedia, ni la filosofía de Voltaire, ni aquella de Rousseau, pero sí el magnetismo descubierto por Franz-Anton Mesmer (1734-1815). Él agrega: “Mesmer es como Prometeo: ha dado a los hombres el fuego-cielo que Franklin sólo supo desviar” (3). En 1766, ese médico originario de Suabe escribe una Disertación psico-médica sobre la influencia de los Planetas (4) en la que estudia la causa de la gravitación universal y su influencia sobre la salud. Retoma las hipótesis de Paracelso y de Robert Fludd sobre un alma del mundo, las del alquimista van Helmont sobre el magnetismo médico (5), y las teorías de William Maxwel sobre el espíritu vital (6). Confrontando estos diferentes puntos de vista con los principios enunciados por Isaac Newton y sus propias reflexiones, termina de desarrollar la teoría sobre el “magnetismo animal”, Bajo ese nombre, designa “la propiedad que tienen los cuerpos de ser susceptibles a la acción de un fluido universalmente repartido que envuelve a todo lo que existe y que sirve para mantener el equilibrio de todas las funciones vitales” (7). Franz-Anton Mesmer se decía capaz de captar esta energía sutil para tratar a los enfermos, devolviendo la armonía energética necesaria para su salud. Pretendía ser capaz de curar todo tipo de enfermedad. Desde 1772, comienza a sanar aplicando imanes calamitas. Con el tiempo, se da cuenta que también obtiene efectos interesantes magnetizando con sus manos. También cura con agua magnetizada, pero es sobretodo con su célebre “artesilla de madera” que él trata a sus enfermos. Esta artesilla está

constituida por una cuba de casi seis pies de diámetro conteniendo arena mezclada con vidrio tomado de las botellas rotas, del azufre de bastones triturados y de limaduras de hierro. La cuba es llenada de agua y cerrada por una tapa en la que se hunden varillas de hierro dispuestas de manera tal que el enfermo pueda poner en contacto una de las extremidades de la varillas con la parte de su cuerpo destinada a recibir el tratamiento reparador. La sociedad de la armonía Rápidamente, Mesmer es tildado de charlatán, de hacer magia. Su punto de vista es categórico y no cesará durante toda su vida de explicar que el magnetismo no tiene nada de sobrenatural, que se trata de un fenómeno físico. Cansado por las críticas, deja Viena, se instala en Munich, luego en París, donde publica su Memoria sobre el descubrimiento del magnetismo animal (1779), un texto en que intenta justificar el origen de su teoría y donde pone en evidencia la existencia de un fluido universal que circula en los cuerpos. Bien que en numerosos pasajes de su memoria, Mesmer se muestra relativamente arrogante respecto de la ciencia oficial, envía su libro a cuarenta y siete sociedades sabias del mundo entero (Estados Unidos, Holanda, Rusia, España...). Esta publicación le valdrá numerosos altercados con la Academia de Ciencias, la Sociedad Real de Medicina y la Facultad de París. Estas controversias lo obligan a retomar la ruta, instalándose en Spa. Los pacientes de Mesmer están entusiasmados por los resultados que las curas magnéticas operan sobre su salud. Dos de ellos, Nicolás Bergasse, un abogado lionés y Kornmann, un banquero alsaciano, le ayudan a crear un establecimiento donde los enfermos podrían seguir las curas de magnetismo y donde también se pudiera enseñar esta ciencia. Funda, en 1783, la Sociedad de la armonía. El magnetismo conoce entonces un éxito en aumento. El propio Louis-Claude de Saint Martín se dejará seducir por algún tiempo. Es sorprendente que entonces Mesmer se dedique a demostrar que el magnetismo no tiene nada a ver con el ocultismo y sin embargo le da a la Sociedad de la armonía una forma que aparenta un rito masónico. Nombra a su sociedad “logia”, utiliza los hieroglíficos y los símbolos para transmitir sus enseñanzas. Además, los miembros son introducidos en la sociedad por un ritual de recepción que se parece a una iniciación y las reuniones, donde se cultiva el gusto por el secreto, contienen un ceremonial casi ritual. Se puede decir que la Sociedad de la armonía es una suerte de sociedad paramasónica. Mesmer mismo era francmasón, como la mayoría de los miembros de su sociedad que también reagrupaba a muchos martinistas (8). Mesmer pronto autoriza la creación de sociedades en muchas ciudades. Puységur funda la Sociedad armónica de beneficencia de los amigos reunidos en Estrasburgo, mientras que el doctor Dutrech funda la Concordia en Lyon. El doctor Mocet también funda una sociedad en Burdeos. Arte y Egipto La pérdida de influencia de la Iglesia conduce a los hombres del siglo XVIII a preguntarse más libremente sobre las otras formas de espiritualidad y la atracción por Egipto aumenta. Es primero en el arte que esta tendencia se manifiesta en el siglo XVII. Jean Baptiste Lully había presentado a Saint Germain en “Laye Isis” (1677), una ópera

de inspiración egipcia y en París, el teatro de Burgoña presentó una pieza de Jean Francois Regnard, “Las Momias de Egipto” (1696), poniendo en escena a Cleopatra y Osiris. En nuestro artículo precedente, mencionamos la novela del abad Terrasson, “Setos o vida sacada de los monumentos y anécdotas del antiguo Egipto” (1735), que habla de las iniciaciones en la gran pirámide y en los templos de Menfis. Las pruebas de purificación por los cuatro elementos -tierra, agua, fuego y aire- que hizo pasar a sus héroes (tomo segundo, libro III), serán retomadas por la francmasonería en su ritual. Algunos años más tarde, Jean-Phillip Rameau da en Versalles un ballet, Los “Festes del Himen” o los Dioses de Egipto (1747), en la cual aparece Osiris. Pronto volverá sobre ese tema con “El Nacimiento de Osiris” (1751), una ópera-ballet. La arquitectura no escapa y en su obra titulada “Diferentes maneras de ornamentar las chimeneas” (1769), Giambattista Piranesi propone numerosos adornos inspirados en el estilo egipcio. La reina María Antonieta es sensible a la estética egipcia y encarga diversos objetos para los palacios reales, en particular esfinges que se encuentran en Versalles, en Fontainebleauy en Saint-Cloud, Wolfgang Amadeus Mozart musicaliza “Tamos rey de Egipto”, un drama del barón von Gebler, de donde reutilizaría ciertos elementos para La Flauta Magica (1791), su ópera masónica teñida de egipcianismo. Neumann crea en Dresde “Osiris” (1781), una ópera de inspiración egipcia. Otras obras seguirán tales como “El viaje de Kosti” (1795), de Karl von Eckartshausen, una novela iniciática donde el héroe es instruido sobre el sentido escondido de los símbolos masónicos en las pirámides (9). El culto primitivo En esta época aparece una publicación que marcará una etapa mayor en el estudio comparativo de las religiones, “El Mundo Primitivo” analizado y comparado con el mundo moderno (1773), de Court de Gébelin (10). A su manera, el autor se lanza a la investigación de la Tradición Primordial a través del estudio del origen de las lenguas o idiomas. Piensa encontrar la lengua original de la humanidad buscando la “Palabra perdida” y, por ella, restituir su pureza primitiva. Sus reflexiones le conducen a pensar que París fue en otro tiempo, el centro de un santuario egipcio. Para él, la palabra “París” se deriva de Bar Isis, es decir, “barca de Isis” (11). Indica que donde hoy se encuentra la catedral de Nuestra Señora (Nótre Dame) en el pasado se encontraba un santuario dedicado a Isis. En el volumen VIII del Mundo Primitivo (1781), encontramos el primer estudio esotérico consagrado al tarot. Court de Gébelin presenta el origen del tarot como egipcio e indica que Thot sería su creador. En 1783, se enferma y es Franz-Anton Mesmer quien le cura. Su restablecimiento causa un gran ruido pues pronto recuerda su cura por el magnetismo en una reunión del Museo de París (emancación académica de la célebre logia de las Nueve Hermanas de la cual él es miembro). En julio, le escribe una carta sobre el magnetismo al rey de Francia. Pronto circulará por todo París y alimentara la polémica alrededor de Mesmer... más aún por el hecho que Court de Gébelin muere al año siguiente por su enfermedad. Etteilla (Alliette, 1738-1791), su discípulo, continuará sus investigaciones sobre el tarot y Egipto y fundará una orden iniciática misteriosa, los “Perfectos Iniciados de Egipto”.

Como capítulo del estudio comparado de las religiones, es conveniente señalar la obra que, después de la desaparición del autor del Mundo Primitivo, causó mayor sensación. Se trata del “origen de todos los cultos o Religión Universal” (1794), de CharlesFrancois Dupuis. Este vasto tratado de mitología, cuyo centro lo constituye un “Tratado sobre los misterios”, quiere demostrar que todas las doctrinas, las leyendas y las fiestas tienen como fuente común a una religión universal basada en los fenómenos astronómicos. El autor, francmasón, sigue los misterios desde su fuente egipcia. Él les juzga malos, viciados y contrarios a la verdad, pues para Dupuis “la verdad no es cosa de misterios: ellos son producto del error y de impostores”. Puntualizando en el cristianismo demuestra que éste tomó sus elementos de las religiones antiguas desnaturalizándolas. El libro de Dupuis tendrá mucho éxito entre los racionalistas que lo harán su biblia (12). Cagliostro De alguna manera, Egipto y el magnetismo van a reunirse con la creación de un rito masónico egipcio realizado por Alessandro Cagliostro. Los orígenes de este personaje son enigmáticos. Se dice que recibió una iniciación rosacruz en Malta entre 1766 y 1768. En 1778, funda en Holanda la primera logia de un género nuevo, un rito egipcio. Después de viajar por toda Europa, Cagliostro llega a Lyon en octubre de 1784. Es ahí, en diciembre, que inaugura “La Sabiduría Triunfante”, la logia-madre de su orden. Como Franz-Anton Mesmer, organiza curas conteniendo un carácter iniciático: “las dos cuarentenas”. La primera permite al masón egipcio devenir “moralmente perfecto”, la segunda devenir “psíquicamente perfecto”(13). Según Robert Amadou, la práctica ritualística y personal de Cagliostro, si bien no procede de una filiación histórica que la ligue a Egipto, “esposa la línea del Egipto faraónico remudado por el cristianismo copto” (14). Encontrarnos una teúrgia, una magia religiosa y una investigación de la inmortalidad, así como muchos elementos pertenecientes a las prácticas y aspiraciones de la sabiduría egipcia. El desarrollo de toda suerte de ritos -practicantes o no del ocultismo, el magnetismo, el templarismo, el rosacrucismo o el martinismo- incita a los francmasones a preguntarse acerca de sus orígenes. En el transcurso de los años 1784-1785 y 1786-1787, el régimen masónico de los Filatelios realiza una gran convención internacional donde cada uno es invitado a dar su punto de vista donde el más apto ha de conducir a sus adeptos hacia la Sabiduría (15). Se cuenta que en esta ocasión, Cagliostro habría dicho, en mayo 1785: “No busquen más, señores, la expresión simbólica de la idea divina: ella fue creada hace sesenta siglos por los Magos de Egipto. Hermes-Thot fijaron los dos términos. El primero, es la Rosa, porque esta flor presenta una forme esférica, el símbolo más perfecto de la unidad y porque el perfume que exhala es como una revelación de la vida. Esta rosa fue colocada en el centro de una Cruz, figura que expresa el punto donde se unen las cimas de dos ángulos rectos en los que las líneas pueden ser prolongadas al infinito por nuestra concepción, en el triple sentido de altura, largo y profundidad. Este símbolo tuvo por materia, el oro, cuyo significado, en la ciencia oculta, es luz y pureza; el sabio Hermes la llamó Rosa-Cruz, es decir, Esfera del Infinito”. La misión de Cagliostro será de corta duración. Después del asunto del

collar de la reina, se exilia en Inglaterra, pero, perseguido por la Inquisición, es arrestado el 27 de diciembre de 1789. Él será juzgado por herejía y magia. Morirá en la fortaleza de San Leo el 26 agosto de 1795. Su vida pública no excedió los 13 años de duración. Condena del magnetismo Desde el inicio del siglo XVIII, la corte pierde su preponderancia y es reemplazada por las actividades en los salones, donde se reciben a artistas, escritores, filósofos y sabios, sitios donde el magnetismo rápidamente toma un gran lugar y las sesiones pronto se convierten en una actividad, entiéndase, una diversión fuertemente estimada por la alta sociedad. Sin embargo, esta práctica es un verdadero desafío a la Razón, elevada a dogma por las Luces. En 1784, el rey Luis XVI nombra una (10) comisión, compuesta por Antoine Laurent de Lavoisier, Benjamín Franklin y cuatro miembros de la Academia de medicina, para juzgar al magnetismo. Esta comisión, si bien reconoce los efectos curativos del magnetismo, lo desaconseja juzgarlo no científico y muy cargado de supersticiones. Ven en él, el efecto de la imaginación. Los panfletos contra el magnetismo se multiplican. El sonambulismo Al final del siglo XVIII, el mesmerismo se haya en dificultades. En efecto, en 1785, Nicolás Bergasse, principal colaborador de Franz-Anton Mesmer (es él quien traduce sus textos, pues Mesmer manejaba mal la lengua francesa), es expulsado de la Sociedad de la armonía. Pronto se alineará al lado de los espiritualistas, quien, como Louis Claude de Saint-Martin o Jean-Phillipe Dutoit-Membrini, empiezan a desconfiar del magnetismo (16). Franz-Anton Mesmer, eterno viajero, parte por algún tiempo a Toulouse (Tolosa) y se instala en marzo de 1786 en casa de los Bourg, una familia de los elegidos-Cohens muy ligada a Saint-Martin(17). La Sociedad de la armonía será disuelta algunos años más tarde, en 1789 y Franz-Anton Mesmer pasará al «oriente eterno» en 1817. Sin embargo, desde hacía algunos años, el magnetismo se orientaba hacia el ocultismo. En efecto, Armand Marie Jaime de Chastenet, marqués de Puységur, coronel de artillería, había hecho un descubrimiento que llevaría al magnetismo en una nueva dirección: el sonambulismo (18). Cuando un sujeto es magnetizado durante algunos minutos, en pasajes, cae en una suerte de letargo, es “el sueño magnético”. En abril de 1784, cuando magnetizaba siguiendo los principios de Mesmer, el marqués de Puységur descubre que cuando un sujeto cae en el sueño magnético, su personalidad se modifica. Se produce en él una prodigiosa extensión de los sentidos que le permiten ver y entender cosas inaccesibles al espíritu humano. Mejor aún, el sujeto se convierte en un médium dotado de una clarividencia sorprendente y es capaz de responder a preguntas referidas a las cosas de lo invisible. Es el inicio del sonambulismo magnético o artificial, un descubrimiento que más tarde llevará a un descubrimiento fundamental, aquel del inconsciente (19). Inevitablemente, todos aquellos interesados en las ciencias de lo invisible y en primer plano los elegidos-Cohens, son seducidos por esta práctica. Un poco, sólo una parte, se conoce de los oráculos de los sonábulos. Jean Baptiste Willermoz no escapa a ellos y es

probable que esta práctica sea para muchos la caída de la Orden de los elegidos Cohens. En efecto, con el sonambulismo, ya no hay necesidad de ascesis ni de ritos complicados para comunicarse con lo invisible: basta con llevar a un paciente al sueño magnético e interrogarlo. La práctica mostrará que a pesar de todo, las cosas no son tan simples y Jean Baptiste Willermoz, quien en este movimiento crea la Sociedad de los iniciados (1785), hará “el gasto” entre abril de 1785 y octubre de 1788 (20). Se unirá enseguida a martinistas, quienes, como Rudolph Salzmann, piensan que es peligroso querer levantar el velo del otro mundo sin realizar un trabajo previo de santificación. En el siglo XVIII, la Iglesia no se preocupa en condenar al magnetismo. Estará más enfocada en la francmasonería, pues la admiración por el esoterismo había llevado a muchos cristianos a llamar a las puertas de las logias. Es denunciada por la bula papal (In eminenti) de 1738, y renovada por aquella de Benedictus XV (Pro vidas) en 1751. Esta prohibición queda sin efecto y las logias proliferan en toda Francia. Las encontrarnos hasta en las abadías. José A. Ferrer-Benimelli realizó un censo de cerca de dos mil eclesiásticos que frecuentaban las logias (21). En esta época se cuenta con casi seiscientos cincuenta talleres masónicos repartidos en todo el país. Con la Revolución, casi todos pasarán al silencio, “caerán en el sueño”. La piramide de tullerías En 1789, Francia oscila, poniendo fin al Antiguo Régimen, aquél de la realeza. Es sorprendente constatar que los revolucionarios no son insensibles a Egipto. Parecen proyectar su ideal primitivo de pureza, de justicia y de sabiduría en él. Así, cuando el 26 agosto de 1792, se realiza una ceremonia en honor de los mártires de la jornada del 10 agosto, se levanta una gigantesca pirámide en las Tullerías. Al año siguiente, en agosto, se hace la Fiesta de la Naturaleza regenerada para conmemorar la caída del Antiguo Régimen. Sobre los escombros de la Bastilla, se levanta la fuente de la Regeneración, que, bajo la forma de una estatua de Isis, representa a la Naturaleza. En la misma época, Jean Baptiste Lemoyne monta la primera ópera cuya acción se sitúa totalmente en las Tierras de los faraones, “Nefié” (derivado de los nombres de los dioses Neith y Ptah). Los adornos, realizados por Pierre-Adrian Paris, muestran las pirámides, las tumbas y una avenida de esfinges que conducen al templo de Osiris. Napoleón Y Egipto Algunos años más tarde, la pasión por Egipto toma una importancia mayor con Napoleón. Ella llevará a la creación de órdenes iniciáticas que se reclaman de la tierra de los faraones. En mayo de 1798, Napoleón Bonaparte viaja hacia Egipto con cincuenta y cuatro mil soldados y muchas decenas de sabios, matemáticos, astrónomos, ingenieros, diseñadores y artistas. Desembarca en Alejandría a inicios del mes de julio de 1798. Algunos días más tarde, los mamelucos son vencidos en la batalla llamada de las pirámides. Al año siguiente, el emperador crea una comisión de estudio de Egipto que pronto dará nacimiento a una publicación prestigiosa, la “Descripción de Egipto” (9 volúmenes de textos y 11 volúmenes de planchas publicadas entre 1809 y 1829). Esta Obra monumental revelará al mundo los esplendores de ese país y marcará los inicios de una “egiptomanía” (22).

Un texto fundamental es editado de manera separada antes de formar parte de la Descripción de Egipto; se trata del papiro del texto que llamamos “El Libro de los muertos”, publicado por M. Cadet bajo el título “Copia figurada de un rollo de papiro encontrado en Tebas en una tumba de los reyes...”. En el siguiente siglo, el promotor del magnetismo moderno, Henri Durville, lo comentará ampliamente en el marco del movimiento “egipciante” que él crea, la “Orden Eudiaca”. Una vez más, la tierra de las pirámides inspira a los artistas y en marzo de 1808, el emperador tiene el placer de asistir a la creación de los “Amores de Antonio y Cleopatra”, un ballet de Jean-Pierre Aumer basado en la música de Rudolphe Kreutzer. Isis continúa fascinando a los parisinos y en 1809 una comisión estudia la realidad de la hipótesis formulada por Court de Gébelin en cuanto a los orígenes del nombre de París (Bar Isis). Concluye que esta leyenda es realidad, recordando la existencia de un antiguo culto a Isis. En enero 1811, el origen isiaco de París es oficialmente reconocido y la diosa egipcia será en adelante representada en el escudo de armas de la ciudad de París. La publicación de la Descripción de Egipto lanza de nuevo las especulaciones sobre los misterios de los conocimientos guardados por les sacerdotes del país del Nilo. Alexander Lenoir publica “La Franc-Masonería rendida a su verdadero origen” (1807), un libro en el cual intenta relacionar a la francmasonería con la religión egipcia, que él presenta como la religión natural y primordial. Por su parte, A. P. J. de Visme publica sus “Nuevas investigaciones sobre el origen y el destino de las Pirámides de Egipto” (1812), un libro en el que se dedica a demostrar que ellas revelan los principios elementales de las verdades abstractas y ocultas. Se reimprime entonces Setos, que, esta vez conocerá más un suceso mayor de éxito que su primera edición. Los amigos del desierto Es en este clima, marcado por un Egipto a menudo idealizado, que nacen muchos grupos iniciáticos egipcianizantes. El primero sigue siendo misterioso, se trata de la “Orden de los Sofisianos” (1801), que sólo es mencionada por Ragón. La que más nos interesa es aquella que nace en Toulouse (Tolosa) bajo el impulso de Alexandre Del Mege (1780-1862), un arqueólogo quien funda la “Sociedad Arqueológica del Medio día” (volveremos más tarde sobre esta sociedad cuando hablemos del movimiento rosacruz de Toulouse de fines siglo del XIX. Este francmasón titular del grado de RosaCruz crea, en 1806, “Los Amigos del Desierto”. Establece su logia madre, “la Soberana Pirámide”, en Toulouse (23). Según el proyecto de su fundador, la logia debería tener la forma de una pirámide, la puerta reguardada por dos esfinges. Debía contar con un altar dedicado al “Dios Humanidad-Verdad”, delante de las representaciones de Isis y de Osiris. Los muros habrían de ser decorados con hieroglíficos copiados de los grabados de antiguos monumentos egipcios. Los trajes de los miembros de la Orden debían ser al estilo de Egipto. Se ignora si este proyecto fue realizado pues la existencia de esta orden parece fue efímera. Pero Toulouse contaba con “pirámides” en Montauban y en Auch. No es imposible que haya conocido una modesta existencia durante algunos años. Un poco más tarde, en 1822, otros tolosanos, el coronel Louis Emanuel Dupuy y el conservador de los archivos de la Alta Garona Jean-Raymond Cardes, parecen continuar ese proyecto egipcio creando una logia del rito de Misraim.

El rito de Menfis Hacia 1814, Marc y Michel Bédarrides, cuadros de la armada de Napoleón en Italia, llevan a París el Rito de Misraim (palabra hebrea para “Egipcios”). De hecho, fuera de su nombre, esta orden hizo muy poca referencia a Egipto en sus ceremonias. Este rito nace en los medios militares y administrativos franceses de Italia, instalados en ese país por las campañas napoleónicas. En esta época, franceses e ingleses se disputan Egipto. Los francmasones son muy numerosos en los ejércitos imperiales por lo que se comprenderá entonces, que estuviesen tentados de buscar otra fuente a su orden además de aquella codificada por Anderson. Las maravillas que descubren en Egipto no son ajenas a su decisión, en la medida en que esta última se sitúa en un período donde se tiene la tendencia a asimilar el esoterismo y a Egipto. Como lo hemos mostrado en los apartados precedentes, ese punto de vista había sido puesto en evidencia en el Renacimiento, donde el Egipto de Hermes era visto como la fuente de la Tradición Primordial (24). Algunos años después de la aparición del Rito de Misraim, se asiste al nacimiento de aquél de Menfis (1838), fundado por Jean Etienne Marconis de Nègre. Contrariamente a su predecesora, esta orden intenta integrar los elementos tomados de los misterios de Egipto, tal como lo reportan Diodoro de Sicilia y el abad Terrasson en Setos. Marconis de Negre sin duda fue influenciado igualmente por “Los Misterios de Isis y de Osiris, iniciación egipcia” (1820). Su autor, T. P. Boulange, abogado de la corte real y profesor de la facultad de derecho de París, denuncia los errores de Dupuis y muestra el valor iniciático de los misterios egipcios destinados, según él, a formar al discípulo en la práctica de la virtud y del estudio de las altas ciencias. La piedra roseta Hasta entonces, las especulaciones sobre Egipto habían dado lugar a múltiples teorías. Sin embargo, se ignora el contenido real de los textos egipcios. Las hipótesis de Athanasius Kircher, ese sabio apasionado por la arqueología, la lingüística, la alquimia y el magnetismo, hacen ley (Oedipus Aegyptiacus, 1652). Las cosas cambian brutalmente en 1822. Gracias a la piedra de Roseta, que tiene un texto en tres caracteres: hieroglífico, demótico y griego, Jean Francois Champollion (1790- 1832) descubre la llave que permite comprender el sentido de los hieroglíficos. De golpe, las hipótesis de Athanasius Kircher se quiebran y asistimos al verdadero nacimiento de la egiptología. Francia siente convertirse en la “hija mayor de Egipto”. En 1827, inaugura su museo egipcio en el Louvre, donde Champollion es el conservador o curador. La sociedad del magnetismo Durante este período, el movimiento iniciado por Mesmer continúa su progreso bajo nuevas formas. El marqués de Puységur, gran magnetizador y hombre de bien (su casa siempre estaba abierta a los pobres y a los desposeídos), publica numerosas obras en las que cita las curaciones y los resultados obtenidos por las curas magnéticas. Con su alumno Joseph Pierre Deleuze, pronto funda el primer periódico completamente centrado en temas alrededor del magnetismo, “los Anales del Magnetismo” (1814-

1816). Crean la “Sociedad del Magnetismo” (1815) que conocerá una gran resonancia. Otras corrientes nacen en este periodo; las que abordaremos en próximas secciones. Algunos autores también intentan ligar el magnetismo con Egipto, como el doctor Alphonse Teste, médico magnetizador y homeópata. En su “Manual Práctico de magnetismo animal” (1828 y 1840), cita fuentes egipcias de esta práctica. De igual forma, un artículo de la revista “El Magnetizador espiritualista”, órgano oficial de “La Sociedad de los Magnetizadores espiritualistas de París”, creada por Alphonse Cahagnet, hace referencia a Egipto. El doctor Martins evoca las visiones de su médium quien vio un templo-hospital egipcio donde las camas estaban dispuestas alrededor de una cadena magnética. La Iglesia tendrá una posición ambigua respecto al magnetismo. En un primer momento, lo condena en 1841, pero adopta una posición más abierta desde 1856. En efecto, ella no puede rechazar a un movimiento que, de una alguna manera, lucha contra el materialismo de las Luces intentando aportar pruebas de la existencia de alma. A ese título, en “El Mundo oculto o Misterios del magnetismo” (1851 y 1856), Henri Delaage considera que el magnetismo es un medio propio para llevar a los incrédulos a la fe. El prefacio de su libro es escrito por el célebre padre Lacordaire quien, desde 1846, hablaba de esta ciencia desde el púlpito de Notre Dame de Paris. La obra de Henri Delaage tiene en exergo una frase de Alexandre Dumas quien enuncia: “si hay una ciencia en el mundo que hace visible al alma, no contradice al magnetismo”. Honore de Balzac, en su novela “Ursule Mirouet” (1841), nos pinta el retrato de un médico, el doctor Minoret, quien encuentra la fe después de una experiencia con el magnetismo. El capítulo VI de su libro lleva por título: “Precisiones del magnetismo”. Jesús esenio Sin embargo, el dogmatismo de la Iglesia se reiniciará en aquellos quienes, en ese contexto, están en la búsqueda del verdadero cristianismo, de un cristianismo primitivo. Es el caso del abad Chatel, (1795-1837) promotor de la Iglesia Católica Francesa. Esta iglesia será relacionada con la Orden neotemplaria de Fabré-Palabrat, otros, como Pierre Leroux, verán en el esenismo al verdadero cristianismo. Su libro “De La humanidad, de su principio y de su avenir...” (1840) hace de Jesús un esenio en contacto con la tradición de oriente. Daniel Ramée sigue la misma línea en “La Muerte de Jesús, Revelaciones históricas [...] según el manuscrito de un Hermano de la Orden sagrada de los Esenios, contemporáneo de Jesús” (1863). Así, el esenismo, ya prefigurado por la Rosa-Cruz de oro de Antiguo Sistema hacia 1777, va a seguir siendo motivo de preocupación para quienes buscan la Tradición Primordial. Se combina con la egiptología, una pasión por la sabiduría de un pueblo del que se redescubren su fundamentos. Se puede decir que la época que acabamos de citar, se caracteriza por su nueva relación con los mundos superiores. La magia aparecida en el Renacimiento tiende a modificarse por nuevas prácticas desnudas de connotaciones religiosas. Con el magnetismo, se desacelera a voluntad de hacer nacer una ciencia de los mundos ocultos.

Este viraje hacia el magnetismo puede parecer extraño en una serie de artículos consagrados a la historia del rosacrucismo. Pero es fundamental. Nos va a permitir comprender mejor la forma en que la herencia esotérica y sus prácticas han evolucionado. En efecto, el magnetismo dará nacimiento a numerosos movimientos los que, a partir de ese fenómeno, se dedicarán a estudiar el siquismo del ser humano, sus facultades no explotadas y la manera de desarrollarlas para vivir de una forma más armoniosa. En 1836, se produce un hecho que tendrá consecuencias importantes: un francés, Charles Poyan, discípulo del marqués de Puységur, introduce el mesmerismo en América. Tendremos pronto la ocasión de hablar al respecto. Notas: 1. Antoine Faivre consagró un estudio muy completo a ese tema, El esoterismo en el siglo XVIII, París 1973, Seghers. Sobre el mismo tema, ver también los dos volúmenes de Augusto Viatte, Las Fuentes ocultas del novelatismo, Iluminismo y Teosofia, 17701820, Honoré Champion, París, 1979. 2. Pierre Foumié, Eso que hemos sido, eso que somos yeso que seremos, en A. Dulau y Co., Londres, 1801, p.363. 3. Éliphas Lévi, Historia de la Magia, Félix Alean, París, 1922, libro VI, capo 1, p. 416. 4. Dissertatio physico-medica de planetarum influxu, Viena, 1766. Ese texto fue publicado por Robert Amadou en 1971 en ediciones Payot, en un volumen que, bajo el título El Magnetismo animal, se asemeja a la obra escrita por Mesmer sobre ese tema. Se encuentra, la Diserción fisico-médica sobre la influencia de los planetas, su Discurso sobre el Magnetismo, la Memoria sobre el descubrimiento del Magnetismo animal, así como de las correspondencias. 5. De Magnetica vulnerum curatione, Paris, Vic. Leroy, 1621. 6. De Medicina magnetica, Francfort, 1679. 7. Extracto del Catecismo del Magnetismo animal, un texto que Mesmer daba a sus adeptos. Ver F.-A. Mesmer, El Magnetismo animal, op. cit. p.225. 8. La denominación martinista es utilizada aquí para calificar a aquellos que se sitúan en el movimiento de Martines de Pasqually, de Jean Baptiste Willermoz y de Louis Claude de Saint-Martin Este último lo utilizaba en ese sentido desde 1787. 9. Sobre ese tema, se puede consultar la obra magníficamente ilustrada Egiptomanía, Egipto en el arte occidental 1730-1930, Reunión de los Museos nacionales. París y Ottawa. 1994. 10. Sobre ese personaje y su Obra, ver el libro de Anrie-Marie Mercier-Faivre. Un Suplemento a la “Enciclopedia “, El Mundo primitivo de Antonio Court de Gébelin, Honoré Champion. París, 1999. 11. Ver en Francmasonería religión, Antonio Court de Gébelin y El Mito de los orígenes, bajo la dirección de Carlos Porset, Honoré Champion, París. 1999.

12. Sobre la génisis de esta Obra, ver Claude Rétat. “Lumiéres y ténébres du citoyen Dupuis “, revista Crónicas de historia masónica, n ' 50, IDERM, 1999, pp. 5-68. 13. Ver el libro de Reghini Arturo, Cagliostro. documentos y estudios. Arché, Milano, 1987, capo 11., pp. 43-68. 14. Ver Enciclopedia de la Franc-Masoneria, artículo “Cagliostro “, Libro de Bolsillo, 2000, p. 247. 15. Sobre ese convento, ver el libro de Carlos Porset, Les Phil al éth es y les Convents de París, Honoré Champion, París, 1996. 16. Ver la obra de Juan-Felipe Dutoit-Mernbrini (bajo el pseudónimo de Keleph Ben Nathan), La filosofia divina aplicada a las luces naturales, mágicas, astrales, sobrenaturales, celestes y divinas. Contiene una crítica de San-Martín quien pone en evidencia los peligros del magnetismo. 17. Esta familia practicará el magnetismo hasta el Terror. Ver Toumier Clérnent, El Mesmerismo en Toulouse, 1911. 18. Sobre la Historia y los detalles del magnetismo, ver del estudio de Bertrand Méheust, Somnambulisme et médiumnité, tome 1, “El Desafío del magnetismo” y tomo 2, “El choque de las ciencias psíquicas”, Instituto Synthélabo, colección “les Empécheurs de penser en rond”, El Plessis-Robinson, 1999. 19. Ver sobre este tema el libro de René Roussillon, De! baquet de Mesmer al “ baquet “ de S. Freud, una arqueología de! marco y de la práctica psicoanalitica, Puf. París. 1992. 20. Ver nuestro artículo “ L' Agent Inconnu “, revista El Pantáculo n” 1, enero 1993. pp. 29-34. 21. Los Archivos secretos del Vaticano y de la Franc Masonería, historia de una condena pontificia, Dervy, París, 1989. 22. Sobre ese tema, ver las obras de Robert Solé, Egipto, pasión francesa, Seuil, 1997, y Los Sabios de Bonaparte, Seuil, París, 1998. 23. Sobre ese rito, ver el artículo de Maurice Caillet, “Un rito masónico inédito en Toulouse y en Auch en 1806”, en el Boletín de la Sociedad Arqueológica del Gers, 1 “trim. 1959, pp. 27-57. 24. Ver” Egipto y tradición primordial “, revista Rose CroixN° 188-inviemo 1998,y n° 1 89-primavera 1999.

(Continuará)