HABANA BABILONIA PUTAS EN CUBA AMIR VALLE

HABANA BABILONIA Ó PUTAS EN CUBA AMIR VALLE Si prostituyes tu cuerpo, aún puedes salvar tu alma. Si prostituyes tu alma, ya no hay nada que salvar...
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HABANA BABILONIA Ó

PUTAS EN CUBA

AMIR VALLE

Si prostituyes tu cuerpo, aún puedes salvar tu alma. Si prostituyes tu alma, ya no hay nada que salvar. Carlos Galindo Lena

A veces quisiera creer en Dios. Quisiera cerrar los ojos, pensar que existe y que todo quede resuelto en esta cochina vida de puta que llevo hace varios años. Pero parece que, si existe, Dios no tiene en cuenta a las putas. A nosotras sólo nos queda perdernos en las sombras de la ciudad cuando se abren las puertas de la noche y resignarnos a ver si alguna vez El recuerda que también nos hizo. Patty

Derecho a la información: Art. 19. "Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado por causa de opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión". Declaración Universal de Derechos Humanos “El periodista tiene la obligación de no revelar la identidad de las fuentes que hayan solicitado permanecer anónimas”. Artículo 16. Código de Ética. Unión de Periodistas de Cuba

Este libro, inicialmente, tuvo esta dedicatoria: A Berta, Tony y Lior, ojalá siempre lejos de cualquier podredumbre humana. A mis padres, que siempre andan conmigo. A Lorna, Chabely, Paddy, Camila, Daylí, Susanne y Myrna, prostitutas o Jineteras según dicen, por su terrible sinceridad.

Pero sucede que en julio de 1996, desde Toulouse, Francia, vía fax, un amigo escribía: «… no sé cómo decírtelo, pero aquí va: Susimil se nos murió. Tenía SIDA. Espera más detalles y paquete…» Por eso, A Loretta, La Faraona, El Culo Más Espectacular de La Habana, o lo que es igual: A Susimil, sencillamente; amiga siempre, donde quiera que esté. Y a Cristo, por la paz.

GÉNESIS

“Vino entonces uno de los siete ángeles que tenían las siete copas y habló conmigo diciéndome: Ven acá, y te mostraré la sentencia contra la gran ramera, la que está sentada sobre muchas aguas; con la cual han fornicado los reyes de la tierra, y los moradores de la tierra se han embriagado con el vino de su fornicación. Y me llevó en el Espíritu al desierto, y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos. Y la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas, y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación” Apocalipsis 17:1-4



Las putas son esas hijas del Maligno que nos hacen gozar placeres innombrables sobre una cama”, me dijo un amigo católico que confesaba sentirse tentado a todas horas por ese lado

oscuro del Mal. Entonces se iba a un burdel clandestino en La Habana Vieja de 1990, pecaba y “luego rezo una montaña de padrenuestros, un rosario de avemarías, y me siento limpio conmigo y con Dios”. “¿Una puta es sólo eso?”, me preguntaba entonces y recurría a mi experiencia en aquellos eventos culturales donde era costumbre escabullirse con alguna mujer hasta una de las habitaciones del hotel sede y, para usar las palabras de mi amigo católico, “gozar de placeres innombrables” que terminaban ocasionalmente en enfermedades de transmisión sexual, por lo general fácilmente combatibles para la medicina cubana. También esa palabra: “puta”, me hacía recordar aquel día en que Daniel, un amigo publicista mexicano, luego de una suprema borrachera en un bar de Garibaldi, en pleno DF, me invitó a un “tour sexual”. Llegamos a las doce y diez de la noche y las aceras estaban llenas de mujeres tetonas, rubias, flacas, culonas, todas semidesnudas. Daniel bajó el cristal de su Audi y una cara de grandes cachetes coloreados, ojos empegostados de rimmel y dueña de un olor repugnante a perfume barato me dijo en sólo unos segundos: “mamada francesa cincuenta pesos, clavada turca setenta, una hora a la cubana cien pesos, si te gusta el dedo en el culo o que te meta un consolador son ciento cincuenta, y un cuadro con nosotras tres y ustedes dos son trescientos pesos”. Miré a Daniel y le dije: “¡vamos!” y Daniel arrancó. Por el retrovisor vi a la muchacha atacando a otro carro que había parqueado a unos metros. La imaginé

recitándole el menú que tenía para esa noche y le dije a Daniel: “¡para aquí, compadre, para, carajo!”. Me bajé y vomité la cerveza, el pavo asado que habíamos comida poco antes, trozos de aceitunas, una flema verde amarillenta y el asco por la vida de aquella mujer.

Siempre llamó mi atención un detalle en apariencias simple: no podía recordar claramente el rostro de ninguna de esas amantes de ocasión que alguna vez, parafraseando el poema de Nervo, “pasaron por mi vida sabiendo que pasaron”. Recordaba sus nalgas prominentes (detalle casi normal en las cubanas, con la particularidad de si eran fláccidas, celulíticas, macizas, paradas o caídas), la oscura turgencia de sus pezones, la loma abultada y negrísima de su monte de Venus, algún raro lunar o peca. Una puta, entonces, comenzó a ser eso: partes apetecibles, lujuriosamente apetecibles, de una mujer sin rostro que se ocupaba de darnos un placer, a veces prohibido por la moral, a veces clandestinamente necesario para vaciar viejas frustraciones matrimoniales, a veces público para acrecentar la hombría. En algunos casos curiosos, según conversaciones con mis amigos de correrías intelectuales, la definición de una puta se reducía a detalles tan increíbles como una mancha en el seno raramente parecida a un continente, un maullido estridente al ser penetrada, el cabello increíblemente lacio y rojo de un pubis o una cicatriz horrible atravesando una nalga desinflada. Por eso me sentí extraño cuando descubrí que la Jinetera de belleza proverbial, casi mítica, de la que me habían hablado varias veces; la muchacha con ademanes de reina, caminar de reina, vestidos de reina y voz de diosa, que oía mencionar en casi todos los hoteles que frecuenté a lo largo de mi investigación para escribir este libro, era una vieja amiga. Para ser más exactos: aquella muchacha, ahora codiciada por todos, había sido la primera novia oficial de uno de mis amigos más cercanos.

Debería continuar aclarando tres cosas: Primero: Que en Cuba se le llama Jinetera a la mujer (generalmente de edades que oscilan entre los 13 y los 30 años) que vende su cuerpo al turista a cambio de algún beneficio. Es una versión tropical, caribeña y cubana de la prostituta de otros países. La palabra proviene de la inventiva natural del cubano y su sentido del humor: durante las guerras de liberación contra el dominio colonial español, los independentistas cubanos (mambises) se lanzaban contra los batallones de soldados españoles en ataques de caballería para ganar la batalla a filo de machete; en la Cuba de la década del 90, las mujeres cubanas se lanzan contra los turistas (al principio España tuvo un predominio absoluto en el envío de

turismo a nuestra isla) para ganarse la vida con sus antiquísimas artes del placer, tan eficaces para la victoria como el filo de cualquier machete mambí. Los mambises eran jinetes que luchaban por su libertad. Ellas, hoy, dicen los bromistas en la isla, son Jineteras que aspiran a la libertad que ofrece el poder del dólar. Con el paso de más de una década desde el surgimiento de este nuevo brote de prostitución a escala nacional, el término Jineteros se ha llegado a utilizar para todos los que intentan obtener dividendos en la complicada trama del comercio sexual, el narcotráfico y el mercado negro. Segundo: Que aunque todos los cubanos saben que existe el mal, llámese prostitución o Jineterismo, muy pocos pueden dar testimonios reales de sus leyes internas y de cómo adquiere características muy distintivas en una isla donde el comercio del cuerpo fue eliminado casi totalmente con el triunfo revolucionario de 1959.

Además de los proxenetas, muchachas y otras personas dedicadas (o

vinculadas) de alguna u otra forma al negocio de la prostitución en el bajo mundo nocturno de Cuba, sólo quienes trabajan en las instalaciones turísticas de la isla se enfrentan diariamente a nuevas experiencias en este fenómeno social. A partir de 1991 comencé a trabajar en la Agencia Publicitaria del hoy conocido Grupo Cubanacán S.A, por entonces la Corporación de Turismo más importante del país. De ahí mis vivencias. Tercero: Que creo en las coincidencias y las casualidades. En el momento justo en que comenzaba a interesarme el tema de la prostitución como material para alguna de mis novelas sobre la realidad cubana, apareció Ella, por añadidura, endiosada en mi recuerdo como la primera mujer y el gran amor de la vida de mi amigo Jorge Alejandro Quintana, muerto de leucemia años después. Ella había sido un ángel con el que una vez soñó tener una familia, un hijo, y envejecer. Seguía teniendo los ojos más tiernos del universo. Una mirada de animalillo indefenso que provocaba en quien la miraba un instinto paternal de protección casi sobrehumano. Vestía una saya corta que apenas terminaba en la punta de sus nalgas y una blusa transparente, negra, cubriendo su busto aún perfecto. La voz de mi amigo muerto regresó en ese momento de algún rincón perdido en mi cerebro: “Siempre la recuerdo desnuda. Tenía quince años y estaba desnuda. Cuando la penetré, sentí que todas las luces del mundo giraban alrededor de nosotros, que flotábamos sobre una nube, envueltos por un olor dulce y mágico que nacía de nuestros cuerpos”.

Ahora estaba allí, sentada en la cafetería del aeropuerto internacional José Martí, entre los que esperábamos el vuelo de Cubana de Aviación hacia Ciudad México. Tras un ligero escape de estupor, asombro y ternura en su mirada, sentí el cambio hacia una agresividad ríspida, hiriente, ajena. Una seña de su mano y un hombre bajito, de traje oscuro y corbata de colores, se colocó a sus espaldas mientras yo me acercaba. — ¿Qué desea el señor? — preguntó el hombre, evidentemente un guardaespaldas. — La señorita me conoce — respondí, mirándola a los ojos —. Sólo quiero saludarla. Otro gesto de su mano y el hombre que se aparta y va a sentarse a una de las banquetas, en una esquina del mostrador, siempre mirándome, sigiloso, desconfiado, acechante. — Susimil, cará — dije entonces en voz baja —. Ya ves que quince años pasan volando… — Me llamo Loretta — respondió, y tomó un sorbo de su copa. “Champán”, pensé, antes de escucharla —: Para más detalles:… Loretta, La Faraona, El Culo más Espectacular de La Habana, niño… y no tengo pasado, no lo olvides.

PROEMIO

E

N

1999, cuando terminé de escribir este libro, cinco años de investigación se recogían en sus

páginas. Ya son nueve años.

Nueve años de investigaciones en viejos documentos, en instituciones estatales, en archivos históricos; nueve años en la búsquedas de eslabones de una cadena que empezaba en un nombre de mujer y que me fue llevando a otras Jineteras, a otros proxenetas, a policías corruptos, trabajadores de turismo y agentes de seguridad turística “que se hacían los ciegos” ante el fenómeno, taxistas, burdeles clandestinos, el arte publicitario al servicio del mercado del sexo, el tráfico de drogas, el sexo con animales, la prostitución infantil... en fin, a ese bajo mundo en el cual vivía sin imaginar lo que allí sucedía cada vez que las sombras de la noche caían sobre La Habana. Nueve años para hacerme entender, a golpe de abrirme los ojos y romper en añicos mi incredulidad y mi inocencia, que existe un mundo oscuro, sórdido, siniestro, asqueante y sucio, en la Cuba nocturna que se rige por sus propias leyes y que parece rezar un Padrenuestro eterno a la memoria del Marqués de Sade. Nueve años para acabar de comprender que Cuba no es ese paraíso que algunos (bienintencionados o manipuladores) se empeñan en presentarnos, porque los paraísos ya no existen en este mundo lleno de miseria y podredumbre humana. Poco se ha escrito sobre el tema en Cuba desde que renacieron los primeros brotes de esta tara social: “El Caso Sandra”, sonado artículo del periodista y escritor Luis Manuel García Méndez (hoy exiliado en España), publicado en la revista juvenil Somos Jóvenes, y que resultó un escándalo y motivó depuraciones, expulsiones, castigos y censuras sobre el tema, en aquel 1989; el folleto Flores desechables, de la periodista Rosa Miriam Elizalde, que reunía artículos aparecidos en el semanario Juventud Rebelde, con una mirada demasiado reporteril y adoctrinante, y por ello, muy superficial y parcializada; y los libros publicados por Tomás Fernández Robaina, donde entrevistaba a varias Jineteras cubanas y las colocaba junto a testimonios de prostitutas de épocas anteriores a 1959. Fuera de Cuba, por autores cubanos y extranjeros, mucho se ha escrito, generalmente desde la perspectiva de politizar un asunto que no solamente es político, y ya existen hasta novelas con un éxito de público

impresionante, aún cuando a esos textos les falte algo esencial para cualquier estudio o acercamiento serio a estos temas: la transparencia, la sinceridad y la objetividad e imparcialidad del análisis. Ninguna de esas obras realmente me hizo (ni me hace) sentir satisfecho cuando las comparo con toda la información reunida en estos nueve años. Descubrí que debía escribir un libro de testimonios sobre el tema, aunque la realidad que contara, para muchos que hoy tratan de minimizar un problema de un alcance social en verdad preocupante, resultara molesta, dura, conflictiva; y para otros, que viven y sobreviven mirando pero no viendo lo que sucede a su alrededor, pudiera parecer imaginación desbordada, loca invención, historia increíble. Por eso cuento la historia de mi acercamiento a este fenómeno y pongo a otras (y otros) a contar sus propias historias. Mi objetivo es narrar la verdad. Esa verdad. Simplemente la verdad.

UNO

“Si ninguno ha dormido contigo, y si no te has apartado de tu marido a inmundicia, libre seas de estas aguas amargas que traen maldición; mas si te has descarriado de tu marido y te has amancillado, y ha cohabitado contigo alguno fuera de tu marido, Jehová te haga maldición y execración en medio de tu pueblo, haciendo Jehová que tu muslo caiga y que tu vientre se hinche”. Números 5:19-21

U

n día le pedí a Néstor que me llevara a los barrios de las putas en el D.F y me dio asco. Ver a otras putas del lado allá del cristal del carro, agitadas, empujándose, desesperadas por llevarse

a la cama a un sapo horrible como Néstor, mi marido mexicano, me revolvió el estómago. Fue como si alguien me pusiera un espejo delante, echara a correr el tiempo atrás y me regresara a las calles de La Habana, a mendigar el rabo cochino de algún turista para conseguir un dinero que luego se me iba en un abrir y cerrar de ojos. México es una ciudad sucia, pero hermosa. Un sitio donde te sientes dueña de ti misma. Llega un momento en que te olvidas de la violencia en las calles, de la eterna nube negra que flota sobre todo, y descubres que tú también puedes convertirte en un ser humano, que cosas tan sencillas como un jabón fino, una pasta dental decente, una almohadilla sanitaria, aunque no sean de alta calidad, no son indispensables para vivir pero hacen recordar la diferencia que existe entre las personas y el animal que son las personas: si te faltan, tu instinto de supervivencia los hace superfluos; si los tienes, realmente te sientes un animal superior, civilizado, moderno. Néstor fue mi puente, el túnel de salida a una situación que me pareció siempre kafkiana. También es intelectual. Escribe poemas. Horribles poemas, porque su fuerte es el ensayo. Es comunista. Hace poco escribió un artículo donde intenta demostrar que los cubanos han superado todas las barreras del período especial por una cuestión de costumbre casi ancestral, de idiosincracia: nunca hubo un desarrollo parejo de las clases sociales en Cuba y la pobreza adquirió gradaciones en todos los niveles de la sociedad. Incluso el afán consumista de los ricos cubanos dependía mucho de los abastecimientos que llegaban a las tiendas de la isla desde el exterior. Siempre fuimos parásitos, asegura, y los parásitos se adaptan a cualquier circunstancia. Si antes hubiéramos tenido de todo, con el carácter rebelde del cubano, una vez

implantadas las restricciones y la escasez actual, la explosión social en Cuba se hubiera escuchado en Marte. Eso dice. Y aunque me moleste oírlo hablar así de los míos, me hago la que sonrío y apruebo. ¿Lo has mirado bien? Puedes apostar que no hay una madre en todo el mundo que haya cagado a un bicho más feo. Y el muy cabrón se llevó a Loretta, El Culo Más Espectacular de La Habana. Cosas de la vida, chico. Yo, Licenciada en Filología, que puedo acostarme con cualquiera diciendo frases eróticas en francés, italiano e inglés, porque hablo todos esos idiomas, y hasta en latín, si se trata de un sesudo intelectual, tengo que conformarme con el tipo más horrible del universo para llegar a ser una Persona, así, con P mayúscula. Gracias a él, a ese sapo grasiento y arrugado que es Néstor, me convertí en una Faraona allá, en Cubita La Bella, y aquí me ves, en el México lindo y querido. Vengo cada dos meses: una vez a Cancún, otra a Puerto Vallarta, luego a Mazatlán, después me quedo en Acapulco. Siempre paga Néstor. Es un pincho en una sucursal de la General Motors en el D.F. y maneja las cantidades de dinero que no vas a ver en todas tus futuras reencarnaciones. Pero no quise quedarme acá cuando nos casamos. De todos modos, éste es su país, y aquel, el mío, y me dije que si él tenía su negocio aquí, porqué no tener yo mi inversión en Cuba. Se lo comenté y aceptó. Es un tipo que no tiene escrúpulos cuando se trata de dinero y aunque al principio se me puso un poco duro, bastaron dos o tres juegos zalameros para convencerlo. Este apartamento en la Zona Rosa, cuesta un dineral y él lo tiene siempre alquilado para cuando a mí se me ocurra venir de Cuba. Es un viaje a otro mundo. En Cuba, la gente no puede imaginar el cambio que se produce dentro de uno cuando vive una realidad como ésta. A veces es dura, porque allá muchos piensan que en un país como éste se vive de panza, y puedo asegurarte que el único lugar del mundo donde se puede vivir sin trabajar es Cuba. Durante más de treinta años el sistema nos acostumbró a fingir que trabajábamos. Íbamos a los centros de trabajo a conversar, joder, perder el tiempo y hacer como que trabajábamos, y no importaba: la comida y el petróleo... todo, nos llegaba por tuberías desde la URSS y el único problema era gastarlo. A nadie le importaba nada lo que pasara en su trabajo porque a fin de mes recibía su salario sin un centavo de descuento. Aquí es distinto. Tú ves las calles llenas de letreros ofreciendo trabajo calificado y poca gente puede trabajar. Hay cosas a las que nos acostumbramos en Cuba como hechos normales que aquí ni se pueden soñar por una realidad que uno mismo no quiere ver: el que menos sabe en Cuba, está más instruido que cualquier ciudadano medio mexicano o de otros muchos lugares del mundo. Pero bueno, tú dirás, ¿y a qué viene el teque ahora? Te conozco, y sé lo que tratarás de hacer con ese libro. Primero te voy a dar un consejo: no busques la voz oficial. Aunque el tipo a quien entrevistes esté consciente de que son otras las causas, los problemas a resolver sobre la prostitución en Cuba, te dirá exactamente lo que se espera oficialmente que él diga, y ésa nunca será la verdad. Te aconsejo

entrevistar a esos que te mencioné y verás que la cadena se te alarga en las manos y se convierte en un hilo de Ariadna que te llevará a lugares que no imaginas. Otra cosa: incluso con esa gente, que está metida hasta el cuello en estos líos porque dependen de ellos para vivir, debes usar métodos distintos. Si te les acercas como periodista, te dirán lo que piensan que un periodista quiere oír, y tampoco ésa será la verdad. En Cuba, bien lo sabemos todos, cada persona tiene una doble moral, un doble rostro: el oficial y el privado, y eso ocurre a todas las escalas, incluso a nivel de los que están en el poder. Tienes que zambullirte de cabeza en este mundo. Sin criterios preconcebidos, ni ideas dogmáticas, ni moralismos adroctrinantes. Por suerte, trabajas en turismo y nunca se verá raro que frecuentes nuestros sitios, que converses con nosotros. De entrada te presentaré a Lorna y a Camila, que siempre han trabajado solas porque calzan unas espuelas que muchos hombres no tienen. Sería bueno dar la imagen de que, de algún modo, trabajas para ellas y ellas para ti... ya sabes, una cofradía. Algunos de los nombres que están en esa lista que te di, se abrirán ante ti sin mucha presión porque hace tiempo tienen deseos de vaciarse, de que alguien especial escuche sus historias. A unos cuantos tendrás que llegar usando mi nombre, que verás te abrirá muchas puertas cerradas para otros. Pero a la mayoría lograrás acercarte sólo si usas bien las neuronas. Eso mismo: me dijiste que esa periodista, la del libro de las Jineteras, estudió contigo. A ella se le cerraron muchas puertas porque cometió un error garrafal: a este negocio no se le puede entrar menospreciando a la gente, tratandolas como a leprosos que hay que curar de cualquier modo o destruirlos, ni posando de ser superior para adoctrinar. Le bastó entrevistarse con unas cuantas puticas baratas, algunos chulitos de pacotilla, y eso la hizo perder tiempo y lo mejor, información. Tú mismo me comentaste que no entiendes porqué muchas cosas que para ti son básicas, esenciales, en este mundo marginal, no aparecen en su trabajo. Esa fue la causa. Es como la mafia. Todo el mundo la toca desde un lado distinto y nadie da con el clavo. Sólo algunos de los que he leído: Martin Gosch, Richard Hammer, Burton Turkus, se acercan más al fenómeno porque de algún modo estaban dentro de él. Eso debes hacer: tratar de pensar desde adentro, aunque haya cosas, criterios, hechos que no compartas, humanamente hablando; debes entender que esa gente carga la cruz de sus traumas, historias familiares, frustraciones, razones muy personales, decisiones duras que les cambiaron la vida. Eso merece respeto. Que sientan ese respeto. Si lo haces, te irán muy bien las cosas. Debes arriesgarte a que muchos no se crean estas historias, ni las cosas que lograste donde otros fracasaron. Por eso escribo que, también, ha sido cuestión de suerte: ¿Sería igual si hace quince años no hubiéramos estado en la misma Vocacional, allá en Santiago, y no me hubiera enamorado como una loca de alguien que fue mucho más que un hermano para ti? ¿Podrías entrar a este mundo si no nos

encontramos en el aeropuerto porque Cubanacán te mandó a un curso de Turismo aquí, en México? ¿Podría ayudarte si yo fuera una de más de esas Jineteras sin poder, que tanto abundan allá en la isla? Sin esas casualidades, sin esa suerte, tu trabajo no diferiría nada de ese que publicó tu amiga. Yo debo escribirte aquí que fui una mujer feliz. Un día llegó al pueblo un muchacho lindo, alto, de unos ojos que me hicieron creer que la felicidad era algo que de verdad existía. Me casé y vine a vivir a La Habana. Ya hacía dos años que Jorgito y yo nos habíamos separado. Jorge fue mi único amor lindo, mi única pasión pura, porque lo que vino después resultó una mierda. Mi esposo era diplomático. Viajé a Europa, viví en Africa, estuve temporadas completas junto a él en América Latina. ¿Cuántos países?: Holanda, Suecia, Alemania, Francia, Italia, Nigeria, Siria, Angola, Congo, Brasil, Argentina, Chile, México. Mis horas de vuelo pueden compararse con las de muchos pilotos de Cubana de Aviación. ¿Y de qué me sirvió? Para saber que en cualquier escala social encuentras plastas de mierda. Conocí esos países desde la realidad del que se siente rey en ellos. Fui entendiendo porqué a veces los del pueblo, la gente simple, nos preguntamos si resulta tan difícil entender lo que significa pasar trabajo. Gracias a esa nueva vida supe que nadie que respire en una clase superior, que existe en la Cuba de hoy aunque trate de negarse, podrá entender en toda su complejidad lo que significa la batalla eterna de la gente común por sobrevivir. Para muchas esposas de esos aristócratas resultaba una exageración enorme escuchar a las cubanas quejándose porque tenían que ripiar sábanas o comprar trapos viejos para ponerse de almohadilla sanitaria cuando caían con la menstruación en los tres años más duros del Período Especial. Tenía dieciocho años cuando me casé y vine a vivir esa otra realidad de lujos, despilfarro y comodidad. Me dolía escucharlos, intentando justificar su indolencia con el pretexto de que ellos debían tener todo eso para poder dedicarse a luchar, a trabajar mejor, sin preocupaciones de ningún tipo, por mejoras para el pueblo. Descubrí que llega un momento en que no piensas en el pueblo y comienzas a sentirte superior, un animal marcado por la suerte, que se lo merece todo. Lo más asqueante es la doble cara con la que se vive. Acá abajo, cuando estás a solas, e incluso hasta con una multitud al lado, puedes mostrar tu rostro, tu cara verdadera, aunque a veces eches mano a la máscara que has elegido para sobrevivir. Allá siempre tienes que tener puesta esa máscara: hay muchos ojos que te sonríen detrás de sus máscaras y están esperando a que descubras sólo un ápice de ese rostro tuyo, el de carne y hueso, para descaracterizarte y ocupar tu lugar en la escala del poder. No quiero ni recordarlo. Pude terminar la carrera. Mi esposo viajaba mucho, primero solo, y tuve todo el tiempo del mundo para dedicarme a esos estudios. Fui un buen expediente. Me gusta leer, lo sabes, y escribo mis cuentos,

horribles como me dijiste una vez, pero míos, y me sentía bien estudiando. Poco después de graduarme, pude viajar junto a mi marido. Ya para ese entonces se me había develado como lo que siempre fue: un niño de Papá con ínfulas de Señor, que creía merecer hasta los momentos en que yo le hacía el amor. Se me fue vaciando: la mujer enamorada es así de idiota, de ciega; aunque debí adivinarlo desde el mismo día en que llegué a su casona en Miramar, después de un viaje en avión que me llevó definitivamente desde Santiago hasta la capital. Nada te he contado, salvo historias separadas que te sirvan para imaginar, al menos, lo que había pasado por mi vida en estos quince años. Tampoco te conté las cosas de mis primeros meses en la mansión de Miramar. Era un palacio. No sé por qué, a veces, cuando miraba aquellas paredes adornadas con reproducciones de cuadros famosos, algunos originales de grandes pintores cubanos, platos de porcelana fina y cabezas de animales disecados, con pisos alfombrados y hermosas lámparas de techo, nuestras casas en Santiago me parecían una perfecta asquerosidad, covachas miserables, típicas de ese Tercer Mundo que llegué a conocer en mis viajes. — Son de la famosa colección de platos firmados por Picasso — me dijo un día mi suegro, mirándome con sus ojillos de vieja serpiente detrás de sus lujosos espejuelos de diplomático de alcurnia —. Regalo de un amigo español cuando trabajé allá en la embajada. Miraba aquellos pedazos de material frío y algo me hacía asquearme de la vanidad de los hombres. ¿Sabes? Ni siquiera estudiando la historia de la humanidad he logrado entender porqué los que tienen talento dejan que sus obras se minimicen cuando las etiquetan con un precio, siempre miserable si se compara con la grandeza misma del momento de la creación humana que representan. Según mi suegro, cada una de aquellas piezas valía una fortuna. Por la forma en que abrió los ojos cuando lo dijo, debía ser una cantidad de dinero fabulosa, aunque cueste trabajo creer que un simple plato valga tanto en un mundo donde faltan tantas cosas esenciales, vitales para la existencia humana. En la casona nada me faltaba. Esa fue otra de las lecciones aprendidas: ¿recuerdas que para construir la casuchita de mi hermana tuvimos casi que reclutar a un batallón de amigos?, ¿y que el cemento que trajeron no alcanzó y nos pasamos casi seis meses esperando por el resto para poder terminar hasta que lo compramos carísimo en la bolsa negra?, ¿y que al piso hubo que dejarlo disparejo porque el cocó blanco o el resebo, como le dicen aquí en la Habana, era tan poco que no cubriría ni la sala?, ¿y que las losetas y azulejos para el baño no aparecían ni en los centros espirituales? Pues mira, allí vino de visita un día una amiga de mi esposo, hija de un mariscal, o un almirante, o un general, que yo de grados militares no conozco nada, se recuesta en el sofá de la sala — uno que trajo mi suegro de Namibia, de pura madera preciosa africana—, y muy preocupada dice: “ya empezaron a

construir el apartamento de mi hija, ahora empiezan mis sufrimientos hasta que no la vea allí viviendo con su esposo”, pues la niña se casaba y el regalo de bodas de sus padres era una casita en plena calle primera de Miramar, la zona de los ricachones y las firmas extranjeras y la gente de alcurnia de esta ciudad. Vivir en Miramar, aunque sea en una cloaca, es un signo de distinción. ¿Y sabes cómo era la casita? De dos plantas, tres cuartos enormes abajo y tres arriba, dos baños inmensos en el primer piso y uno chiquito en el segundo, una habitación más, acondicionada para audición de música y recibir visitas y la cocina del tamaño de mi casa allá en Oriente. Además, un garaje con puerta de control remoto, los muebles que eran un sueño, los jardines podaditos y llenos de flores y rosas búlgaras y con un césped verdísimo, y en la sala un televisor de esos que tienen un pantallón para ver a la gente casi del mismo tamaño de uno. Para qué contarte. Y todo eso se hizo ¿no imaginas en qué tiempo? En dos meses. Claro, puedes estar seguro de que no le pasará como a esas obras de choque, a las que el gobierno les pone metas absurdas y construyen corriendo con material de pésima calidad para inaugurarlas en fecha y estar contentos del triunfo hasta que cae el primer aguacero, o viene el primer viento fuerte, y entonces llueve más adentro que afuera, o se cae en pedazos. Esa casita se hizo en dos meses con el mejor material del país, por una brigada que también construye las casas ésas que están vendiendo las empresas inmobiliarias a los extranjeros. Va a durar por los siglos de los siglos. Lo más jodido es que mi hermana — con todo lo ingeniera que es, con sus cargos en todos los lugares habidos y por haber, con todas sus metas cumplidas y sus sobrecumplimientos, con toda su honestidad mantenida por años y años —, lo único de valor que posee en su casa es el televisor a color soviético, el refrigerador que debe arreglar todos los años desde que tuvo que enrollar el motor porque se quemó en un apagón, y un radio Selena que ya sólo coge una o dos emisoras. Ah, y también ha ganado La Dignidad, así, con mayúsculas, que para ella vale mucho, aunque para mí, a estas alturas, después de haber vivido tanto y tan diferente, sea una perfecta y pura mierda. ¿Sabes qué hace la hija de esa amiga de mi esposo, la mimada muchachita a la que le regalaron la casa? Nada. Dejó la universidad en el segundo año. O bueno, sí hace, porque aún me encuentro con ella por ahí, pero ya, como caí en desgracia, ni me saluda: corre todas las mañanas por la Quinta Avenida para mantener su bella forma, al mediodía es cliente fija del restaurante El Tocororo (le encantan los mariscos y allí, me decía, los hacen de maravillas), por la tarde duerme unas horas, y luego se va a tomar baños de vapor a una clínica en dólares, también cercana, y por la noche mira los canales de afuera, porque tienen antena para satélite en un país donde “ese vicio enajenante” está prohibido por las autoridades. Siempre andaba hablando que vio por el canal tal a fulanito, que se quedó tal año, y a menganita, que está gordísima y dándose la gran vida, y a fulanita, a quien conoció cuando fue a pasar

unas vacaciones a Venecia, aprovechando que su padre estaba en Italia de vicecónsul, y al primo de no sé quién, que se la dejó en las uñas a no sé cuantos y se llevó información clasificada y ahora vivía sus vacilones después que vendió a buen precio todos esos datos. ¿Hay otra forma superior de vivir bien, de panza, gastando el dinero que suda la gente del pueblo? Por lo menos, yo, no la conozco. Tampoco yo hacía nada, y la verdad es que me aburría hasta casi volverme loca. Ser rico es bastante aburrido, cansón, incómodo, cuando no se puede variar la vida. Me levantaba por la mañana y la criada me traía el desayuno a la cama. Mi esposo desayunaba conmigo y, a eso de las diez, se iba. Ya a las tres estaba de regreso en la casa y yo había leído todas las revistas que me traía del Ministerio, me había disparado, también por los canales de afuera, los dos culebrones que los mexicanos de Televisa llaman telenovelas, y había intentado salir a dar una vuelta. Pero, ¿a hacer qué? Mi esposo siempre me decía que en este país todo era la apariencia. Si los demás dirigentes querían presumir, allá ellos. Como ya ha pasado muchas veces, aseguraba, cuando hubiera un resbalón ideológico en el gobierno sacado como un trapo sucio por los enemigos, o alguna recaída de los grandes jefes en la honestidad de los primeros tiempos, las cogerían con aquellos que ostentaban. Siempre era igual. Ellos habían sobrevivido porque, para el resto del mundo, eran austeros. ¿Había visto yo alguna fiesta hecha en nuestra casa? ¿Había conocido yo a muchas personas de aquel mundo de nuevos aristócratas en visitas a nuestra casa? ¿Les había escuchado yo a mi esposo y a su padre jactarse con desconocidos de las riquezas que poseían y del modo de vida que llevaban? Jamás. Así, con aquellas lecciones, descubrí que la simulación es un arma muy eficaz cuando uno quiere lograr algo. Si te cuento lo que se gastó en la fiesta que dieron los recién casados el día en que fueron a vivir para la casa, te caes de culo, como diría mi abuelo. Lo único que faltó fue que pusieran sobre la mesa, como en algunos muñequitos de la tele, un elefante blanco doradito y asadito, listo para comer. Fíjate que le susurré en el oído a mi esposo que aquella era mi oportunidad de conocer todos esos tragos y rones de los que él tanto hablaba con sus amigos y los amigos de su padre, y tomé tantas cosas distintas que perdí la cuenta cuando iba por el trago cuarenta, o algo así. Regresé cantando un tango de Gardel que ni recuerdo, así que imagínate la borrachera que cogí. Comencé a intentar zambullirme, sin darle tanta cabeza a sus excentricidades y derroches, en el mundo en el que viviría un buen tiempo. Un mundo en el que no importa lo que pasará mañana porque lo que se vive es el hoy, bien distinto de esa filosofía de la gente del pueblo: “lo que consigues hoy, tienes que distribuirlo, estirarlo, para que te dure hasta mañana y pasado mañana, a ver si en ese tiempo cae otra cosa”. Para aquella gente, que todavía no era mi gente, el mañana no existía porque estaba asegurado. Un seguro de vida fácil que pasaba como una herencia de padres a hijos, en una cadena que, según pude comprobar, ya tenía unos cuantos eslabones.

Sin embargo, ¿qué heredé de los míos? La tristeza. La resignación, o la resingación, como diría un amigo, pajarito él. Heredé la costumbre de vivir en la miseria sin quejarme, sin aspirar más que a conseguir un bocado, y ya eso era la felicidad, como le pasa a millones de gente en este paisito. Cuando me fui de la casa, ya casada, lo único que traje mío, por cierto con muchísimo orgullo, fue aquel juego de noche de bodas que había usado mi abuela y luego mi tía y después mamá, y un anillo de oro con las siglas talladas de mi bisabuelo mambí. Mi esposo quemó el juego de noche frente a mis propios ojos y a mis primeras lágrimas en nuestro matrimonio, cuando me vio salir del baño con “ese trapo viejo”. — Eso es del tiempo de Cristo, ¿no? — me dijo, casi tirándome la risa en la cara. Aún desde mi inocencia intacta, pero algo turbada, intenté reír y decirle “sí, fue de mi abuela”, pero lo vi venir hacia mí como una bala de cañón, aplastante, demoledor. No pude resistirme cuando me viró, me empujó hasta doblarme sobre la cama, me abrió las piernas y me la metió sin más contemplaciones ni caricias. Te lo escribo así, aunque parezca soez: me la metió, porque aquello que se movió dentro de mí unos minutos era un animal incapaz de dar amor. Al rato, lo sentí apretarse contra mí, clavándome con fuerza, y eyacular. Después se separó. Esa fue mi primera vez con él. De ese modo tan mierdero perdí la virginidad. — No te pongas más ese trapo — dijo luego, secándose eso con el borde de la sábana —, me parece que me templé a una momia. Y salió hacia el pasillo que conducía a los cuartos de atrás de la casona. Regresó en una media hora y me tiró una caja sobre la cama. Cayó abierta y pude ver algunos juegos de dormir finísimos. — Ahí tienes todos los que quieras — soltó casi sin mirarme, avanzó hacia la esquina de la cama donde yo había quedado desde su salida, ahora sentada, con el llanto trabado como una bola de pelos en la garganta, y con el trasero ardiéndome como nunca. Me arrancó el juego de noche, que en verdad estaba viejo: apenas hizo resistencia a su halón, rasgándose en una tira grande. Lo tiró en el piso y le prendió candela con una fosforera. Respirando todavía como una bestia agitada, se sentó a mirar las llamas consumiendo la tela. — Olvida las costumbres de la plebe — dijo entonces, y me miró fijamente —. Ya eres una de la alta sociedad de este país y aprenderás a serlo aunque tenga que molerte a palos. Cuando solamente quedaba una humeante lomilla de cenizas, tocó la campanilla que usábamos para llamar a la criada, esperó a que llegara la negrita, siempre enfundada en su traje impecable, y apuntó hacia las cenizas sin hablar una sola palabra. Después volvió a salir. — Necesito un trago — dijo.

La isla de las delicias

C

uentan ciertas crónicas de la conquista de Cuba por España y varias probanzas enviadas por otros conquistadores a la Corte Española que Diego Velázquez, primer Gobernador de la isla,

gustaba de refocilarse con jóvenes nativas cada noche y que, para garantizar la privacidad y la exquisitez de sus mujeres, según lo establecido para su alcurnia y rango, había ordenado construir una cabaña de tabla y guano en la parte trasera de la que sería su primera vivienda en la Santiago de Cuba de 1514. Allí encerraba, veladas por una partida de sus soldados más fieles, a bellísimas indígenas que seleccionaba él mismo de las cautivas que comenzaron a capturarse en las incursiones armadas en la zona y que iban a parar, amontonadas y en total falta de higiene, en una larga y muy ancha barraca que se alzaba cerca de la cuadra de los escasos caballos que por entonces tenían.1 La dominación de los subtaínos, indígenas autóctonos predominantes en las tierras que hoy ocupa la provincia de Santiago de Cuba, comenzó precisamente tras la llegada del encomendero de La Española (hoy República Dominicana), Diego Velázquez, al puerto de Palmas, con designios de su virrey Diego Colón para la conquista y colonización de la Isla de Juana (nombre dado a Cuba por Cristobal Colón). El 1º de agosto de 1515, en carta de relación dirigida al monarca español, Velázquez describe los primeros momentos del asentamiento. Santiago quedaría organizada como punto vital de la colonización de América Latina, después del recorrido depredador de Diego Velázquez a todo lo largo de la isla: desde el puerto de Santiago saldrían expediciones de exploración y conquista hacia el Nuevo Continente, como la de Hernán Cortés en 1518 hacia la Nueva España (México). En este entorno histórico de grandes estrategias de dominación y conquista queda diluida una de las más grandes perversidades de los conquistadores hacia la población aborigen de las regiones conquistadas: el abuso sexual y la esclavitud para prostitución forzada. Algunos documentos de la época — básicamente probanzas enviadas a las Cortes a partir de 1530, en las cuales algunos conquistadores develaban sus «heroicidades» en favor de la Corona y los «pecados» y traiciones ajenos, buscando granjearse el favor de los Reyes para que les concedieran favores en las tierras americanas —, dan fe de la fogosidad sexual de las “indias” cubanas, así como de las libertades otorgadas por el Adelantado a sus soldados para elegir de las aldeas «pacificadas» a las «esclavas que apaguen sus deseos por tener hembra». Sólo poco después de la aplicación del régimen de encomiendas que imponía una distribución de tierra e indios entre algunos de los colonizadores, según su

1

Tomado de Probanza de Juan González de León, 12 de noviembre de 1538.

ascendencia y jerarquía, comenzaron los primero conflictos: en los momentos de la conquista, la población aborigen de Cuba era escasa de acuerdo al territorio que ocupaban y según diversas fuentes no sobrepasaba los 300 mil habitantes. Ya en 1542, cuando se aprobaron las Nuevas Leyes que abolían las encomiendas de indios y mucho de los privilegios de que gozaban los conquistadores, quedaban solamente unos 3000 indígenas. Una de las causas de su desaparición fue precisamente la destrucción de las familias aborígenes: los hombres y jóvenes eran destinados a sacar oro de los ríos, en jornadas de trabajo que sobrepasaban las dieciséis horas y bajo condiciones de alimentación y albergamiento en realidad inhumanas; las mujeres servían para cultivar la tierra, atender las viviendas de los colonizadores y otras tareas, entre las cuales se cuenta la de servir de concubinas a sus amos; y los niños, cuando no eran adoptados por las autoridades eclesiásticas con vistas a su conversión hacia la cristiandad, podían ser enviados a España u otros virreynatos en América donde servían como criados o traductores, aunque algo más tarde, por la misma escasez de mano esclava, la mayoría fuera destinada a los trabajos forzados en las minas y la servidumbre doméstica. Por sólo citar un ejemplo cercano a cubanos e hispanohablantes, José Martí, en su trabajo sobre el Padre Bartolomé de las Casas, publicado en la Revista Infantil La Edad de Oro, refería que sólo en tres meses el llamado Protector Universal de los Indios había visto morir seis mil niños indígenas. El propio Fray Bartolomé en su diario anota otra de las causas de la desaparición: “Comenzaron a ahorcarse y sucedió a ahorcarse todos juntos, una casa, padres e hijos, viejos y mozos, chicos y grandes y unos pueblos convidaban a otros a que se ahorcasen para que salieran de tantos tormentos y calamidades”.

La prostitución indígena Si bien en las primeras incursiones conquistadoras de España a la Isla de Juana, los colonizadores vinieron acompañados por algunas mujeres que servían a sus placeres sexuales, a partir del momento en que se decide el asentamiento español en Cuba, se hace manifiesta la intención de la Corona de ir creando los pilares de un sistema familiar sólido basado en las leyes de Dios, y de la propia Corona, claro. En relación con este asunto, el investigador Leví Marrero, en su libro Cuba, economía y sociedad, reflexiona: “En sus primeros tiempos, la colonización indiana fue una empresa de hombres. Eran muchos los riesgos y las incomodidades para que afluyera desde España un número elevado de mujeres. (…) La Corona, preocupada por arraigar a los conquistadores haciéndolos vecinos productivos y estables,

estimula y hace forzoso a los casados traer a sus mujeres de Castilla. Cuando en los primeros años de ocupación de Cuba se quiso poner impedimentos al paso de las esposas de los primeros conquistadores casados, de Santo Domingo hacia Cuba, la orden real fue que se autorizara”.2 Precisamente, y anterior a la mencionada “cabaña de servicios sexuales” de Diego Velázquez, se tienen noticias de que la prostitución en la isla comenzó con esas mujeres que venían en los barcos españoles y que eran, según fuente consultada por Rosa Miriam Elizalde, “numerosas alcahuetas y mujeres del mal vivir escapadas de las garras del Santo Oficio”. 3 En algunos documentos de historiadores como Francisco A. de Icaza, Francisco López de Gómara, Agustín Millares Carlo y José I. Mantecón se hace mención (aunque sin coincidencias de fechas) a la llegada a tierras americanas de los primeros negros con el gobernador frey Nicolás de Ovando en el año 1503, viaje en el cual también venían tres mujeres jóvenes para «que le sea gratificado la nescesidad de muger a los soldados». Agréguese a esto que en carta eclesial probatoria de censo (Fol. 1 V, num. 14, pagina 313, Archivos Eclesiales de Nuevo México), en 1494, el padre Benarmino de Alaví consigna «la afrenta a los santos mandamientos que es publico e notorio, padescimos e descobrimos en soldados de nao con mugeres, e asy mismo las dichas Facunda García, Juana Salustiana Garrido e la tercera que se conosce como Tula andavan syrviendo de muger a todos sin otro probecho que el pecado». Pero antes de estas tres mujeres pueden haber llegado a nuestras tierras americanas seis prostitutas, precisamente en el navío La Pinta, una de las tres naos con las cuales Cristóbal Colón realizara el descubrimiento de esta otra parte todavía desconocida del mundo. No consta tal llegada en los listados oficiales que hoy existen, pero el cronista Gil González Dávila hace referencia a que pueda deberse a simples razones de ocultamiento a quienes financiaban el proyecto (los Reyes Católicos), seguramente porque bajo los rígidos conceptos del catolicismo no podría entenderse “tamaño liberalismo”, aún cuando ello fuera para conservar las fuerzas y el orden entre los navegantes conquistadores. No obstante, en los registros recogidos por otro de los cronistas de la época Pedro Mártir de Anglería se consigna “…y seis e siete mugeres que andavan en malditos corretages syrviendo a la tripulación, dícese en el nao La Pinta”. Y finalmente, nos decidimos a creer en la llegada de lo que serían las primeras prostitutas practicantes de ese ancestral oficio en el Nuevo Mundo cuando el historiador de México,Bartolomé de Góngora, quien en 1631 hizo listados de varios hechos importantes para la conquista de las Antillas, México y la Florida, realizara también el posible listado de los tripulantes de 2

Leví Marrero: Cuba, economía y sociedad. Editorial Playor S.A, 1971-1989. Madrid, España. t.II, p.376 Rosa Miriam Elizalde: Flores desechables, p. 33. Tomado de Historia de la prostitución en España y América, de Rafael Rodríguez Solíz, Biblioteca Nueva, Madrid, 1921. 3

esas primeras naves e incluye en esa nómina, “por un escrito de pedimiento e vn interrogatorio de preguntas a vesinos desta ciudad”, a Fernanda Tapañiña, Juana de Escobar, Alonsa Caminero (Cuyo), Caridad Martín, Fermina Ponce (La Tata) y Venerada Concepción (Concha). Del mismo modo, además de estas primeras prostitutas llegadas en las naves colonizadoras, en fecha tan lejana como 1494, en el segundo viaje de Colón a las tierras americanas, se hallan los primeros rumores de disturbios y trifulcas entre los tripulantes poco antes de avistar la costa sur oriental, con motivo de rifas para el uso sexual de algunas españolas que venían en el barco y una media docena de indígenas que fueron subidas a bordo en la isla de San Salvador (según Colón) o Guanahaní (como llamaban los indígenas a República Dominicana); conflicto que vuelve a sucederse cuando, en el cuarto y último viaje del Gran Almirante, un grumete conocido como Diego el Negro es destinado a husmear entre los tripulantes y descubrir a los simples soldados que usaban a escondidas los servicios de varias mujeres que venían a bordo y habían sido destinadas, exclusivamente, al uso de los oficiales, tal cual se puede conocer en la Probanza de Juan de Vargas (1505) donde Diego el Negro es interrogado como testigo. Más adelante, en 1517, debido a que de las huestes castellanas conquistadoras quedó constituida una oligarquía encomendera, cuyo poder descansaba en el usufructo de tierras e indios y a que sólo dos mil vecinos resultaran privilegiados por este sistema de encomiendas, llegan noticias (tomadas por el historiador cubano Emilio Bacardí del estudio de documentos del obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz) del alquiler de indias nativas destinadas por la Gobernatura a las encomiendas más ricas para trabajos culinarios y de servicios en algunas casas de colonizadores no favorecidos, al uso sexual por parte de los propios indígenas que trabajaban en las encomiendas (método utilizado para conservarles la forma física y evitar el suicidio en masa de la mano de obra de los ríos lejanos a las casas viviendas) y para el mantenimiento de la paz, la tranquilidad y la disciplina de la soldadesca española. No es descartable suponer entonces que esta misma manera de aprovechar la mano de obra y los favores sexuales de las aborígenes sucediera en el resto de las villas fundadas por los españoles a lo largo de la isla, sobre todo entendiendo la existencia en esas regiones de mayores núcleos poblacionales indígenas: En la villa de San Cristóbal de La Habana, convertida a partir de 1553 en la capital insular, quedan evidencias testimoniales en la prensa de situaciones similares a esta, esencialmente en los alrededores del primer asentamiento español en la zona (Batabanó). De modo casi oficial, puede referirse el 4 de agosto de 1526 como la fecha en que se reglamentó la prostitución en un sitio caribeño cercano a la isla: Puerto Rico, con la autorización de un señor

nombrado Bartolomé Cornejo para que construyera “una casa de mujeres públicas (…) en sitio conveniente, habiendo necesidad de ella por excusar otros daños”.4 Una nueva referencia al establecimiento de estos sitios de tolerancia en fecha tan temprana en las tierras de América aparece en el libro Las malditas concubinas, publicado en 1912 por la editorial granadina Fenix, y con la autoría del Dr. Fernando Fernández de Olavarría, donde escribe: «A Gonzalo Pascualino de Azcárate, quien aparece siempre como Don Pascualino, se le encomendó en 1531 la administración de las doce españolas y seis muchachas indias que comenzaron a generar dineros extra para las arcas gubernamentales de Santiago de Cuba, con la construcción de tres barracas en la Isla Melilla, hoy parte de Jamaica [...] ...diez mujeres ofrecerían sus cuerpos en la zona de Guayama, en Puerto Rico un poco antes, en 1517; y una treintena entre indias, españolas y negras, solazarían a conquistadores, soldados, primeros emigrados para poblar las Américas, e incluso piratas y filibusteros, en lo que hoy se denomina Gonave, una isleta que da entrada a la bahía de Puerto Príncipe, en Haití, en 1528». 5 Otra fuente que permite hacerse una idea general de la prostitución en estos primeros años de la colonización, es la obra del Padre Bartolomé de las Casas. No tenía 30 años cuando llegó a La Española.

Allí pudo ver de cerca la crueldad con que eran tratados los indios.

Llamado por

Velázquez, participó junto a Pánfilo de Narváez en la conquista de Cuba, recorrido por la isla que le sirvió para dejar testimonios crudos sobre el salvajismo de los conquistadores españoles contra la pacífica población aborigen. La violación cotidiana de las mujeres nativas por parte de los dueños de las encomiendas y los soldados que velaban por el trabajo, la obligatoriedad de que los servicios domésticos incluyeran el sexo de las muchachas indígenas con sus amos y las muertes de niñas indias por abusos sexuales cometidos por los españoles en varios lugares de la isla, recibieron la crítica del Padre de las Casas durante casi toda su vida y dan testimonio de las primeras formas de prostitución en la Cuba colonial. Desde años iniciales de la conquista y hasta el 1553 en que el Gobernador Gonzalo Pérez de Angulo pasa a residir a la villa de San Cristóbal de La Habana, como se ha visto, hay muchas evidencias del origen de la prostitución en nuestro país, y todos los investigadores que de un modo u otro abordan el tema (José Luciano Franco, Moreno Fraginals, Ana Vera, Darcy Ribeiro, Ramiro Guerra, etc.) se refieren a un grupo de causas que pueden resumirse del modo siguiente: a) Ingrediente de baja catadura moral de las tropas españolas que vinieron a la conquista,

4 5

Ibid. p. 33. Cita a Mujer y Sociedad, de Silvio de la Torre, Editora Universitaria, La Habana, 1965. P.135 Las malditas concubinas. Fernando Fernández de Olavarría. Editorial Fénix. Granada, 1912. pg. 115

b) Largos períodos de abstinencia sexual de las tropas y de los conquistadores que dejaron sus familias en España, c) Desproporción mayoritaria del sexo masculino con respecto al femenino en la isla. d) Concepto de la inexistencia en las mujeres aborígenes de las limitaciones religiosas, tabúes y otros impedimentos de la idiosincracia europea para un acto sexual pleno y liberado. e) Falta de medidas coercitivas de la Corona Española contra el concubinato o prácticas de prostitución con la población aborigen femenina, por considerarse un delito o una corrupción menor, al entender que los indígenas eran «animales a domesticar» y no personas. A pesar de las rebeliones, entre otros, de los caciques indígenas Hatuey (en Santo Domingo y el oriente de Cuba) y Guamá (de 1522 a 1533), y de las luchas en la Corona del Padre Bartolomé de las Casas y algunos otros españoles dignos, que propiciaron la promulgación de varios edictos reales protegiendo o aliviando la crueldad contra las razas autóctonas en las colonias, la población indígena fue diezmada y la prostitución con ésta desapareció abruptamente para dar paso a una nueva e importante fase del comercio sexual en Cuba: la prostitución de las mujeres de raza africana y el comienzo de la llamada “era de las criollas”, término utilizado para definir esta práctica por mujeres nacidas en la isla del mestizaje español, africano y aborigen.

LAS VOCES

“Soy ingeniera química y pasé tres años en una farmacia, haciendo mezclas de medicina verde y ganando una miseria. Mi padre se fue a Estados Unidos y nunca más supimos de él, y mi madre, que toda la vida dependió de él, se volvió como loca y se metió a borracha. Hace un año murió. Una amiga me dijo que un tipo de la corporación Cubanacán tenía empleo para muchachas preparadas. Fui a verlo y regresé decepcionada. Para trabajar en Turismo entonces hacía falta dejarse coger el culo por los jefes o ser hijo de algún pincho. Todavía sigue siendo así, aunque se diga lo contrario. Dicen que en las escuelas de Turismo se abre la matrícula para cualquiera, y eso es verdad: Trabajar de barman, de limpiapisos o de tendera, puede cualquiera. Ahora, yo te pregunto: ¿quiénes cogen los mejores puestos en los hoteles y las firmas? Busca por ese camino y te vas a caer de culo del susto”. Vivy, la de La Cecilia, 24 años, Jinetera. 1995 “El asunto es cómo sacar plata sin cagarse las manos. En definitiva, aunque hoy metas presas a todas las Jineteras de Cuba, mañana te vas a encontrar las calles llenas. Para qué hacerse agua la cabeza con esas cabronas si al final el culo es suyo y son ellas las que se disparan a los tipos esos. Los que tenemos más o menos un recorrido fijo ponemos nuestras reglas y ellas las respetan. De ganancia, repartiendo entre el custodio del hotel y yo, siempre saco unos cinco dólares al día. Calcula: si yo ganara quinientos pesos, al cambio en la calle, que está a veinte por un dólar, son veinticinco dólares. En cambio, al mes, trabajando en esto de lunes a viernes y ganando cinco dólares al día, son veinte días por cinco: cien dólares. Si multiplicas cien por veinte pesos cubanos, verás que gano dos mil pesos. Y yo tengo hijos que alimentar”. Antonio, suboficial. 1997 “Este es un mundito, bróder, donde la mierda te da al pecho y hay que ponerse plataformas para no embarrarse. Esas tipitas que viste son mis puntos. Bomboncitos criollos para el turista platudo. Claro, me pagan porque las proteja, porque la guerra entre nosotros, los mandantes, los chulos, como nos dicen por ahí, no es cosa fácil. Hace unos días, en el Superclub Varadero, le picaron la cara a dos puticas de Cienfuegos que andaban por la libre. Entre nosotros hay reglas que no se violan: una, las zonas y dos: las conquistas, o lo que es lo mismo, una Jinetera de un chulo no le puede tratar de quitar el yuma a otra porque se forma la de San Quintín. Yo pongo una tercera: mis niñas no comen carroña ni piltrafitas menores, tienen que volar alto y comer manjares buenos. Para que entiendas: tipos con plata, con mucho dinero”. Iván el Grande, chulo. 1997

“Mi suegro, que es más comunista que Lenin y Marx juntos, se llenaba la bocaza diciendo que no había droga, que eso era un cuento. Yo lo miro y me río bajito, porque si el supiera que la carne que se come se la debe a que su hijita linda hace de Perchero, le da un infarto. Desde que yo descubrí que haciendome Perchero con mi mujer podíamos vender más droga, casi siempre marihuana y, de Pascuas a San Juan, coca, no hay quien me ponga a trabajar en una oficina para el Estado. ¿Percheros?: simple,

llevamos la droga escondida en la ropa, que siempre es ropa de gente seria, decente, para que nadie sospeche; por eso nos dicen así. Y las que más compran son las Jineteras, ah, y los chulos. Somos ingenieros, estudiamos en la URSS y nos moríamos de hambre. Ya vivimos como reyes. Y ahora, cuando al fin reconocieron que había droga en Cuba, mi suegro está mas serio que una tumba cada vez que se habla del tema”. Pedro, Ingeniero en Construcción Civil, 2002

H

abía querido revivir aquello leído en el trabajo de Luis Manuel García Méndez, periodista, escritor amigo, cuando logró publicar aquel “Caso Sandra” sobre las prostitutas en Cuba que

estremeció la conciencia de mucha gente en la isla: Corrían los años finales de la década del 80, la prensa de la isla se empeñaba en mostrar y demostrar ciertos resultados en esa estrategia político-social que Fidel Castro llamaría “Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas” en la sociedad cubana, pero aún no se permitía tocar ciertos asuntos. Los cocotazos que recibiera Luis Manuel de las autoridades (con el luego depuesto Carlos Aldana como censor mayor a la cabeza) no impidió que aquel trabajo pusiera sobre la mesa cartas hasta ese momento vueltas boca abajo, ocultas para el pueblo cubano. Tal escarmiento a la sinceridad periodística e ingenuidad política de mi amigo, me hacía la ronda queriendo aconsejarme que no metiera mis narices en ese mundo prohibido, que me dedicara a entrevistar a mi padre y contar su historia de héroe de las luchas revolucionarias, o a los hombres de mi familia paterna, los Valle, una estirpe de luchadores sociales a quien los magnates de la United Fruit Company en el oriente del país respetaban y hasta temían, o que me pusiera a escribir cuentos de ficción sin tocar temas tan peliagudos. Acababa de regresar de México. Susimil (que había dejado de ser Loretta) ya andaría jodiendo y disfrutando en las calles francesas, seguro sentada sobre la tumba de Cortázar, su escritor preferido, su ideal de hombre, luego de abandonar espectacularmente a esa mezcla de sapo y cerdo que se llamaba Néstor y que la dejó ir, lloroso, detrás de Michel, uno de los ejecutivos de una de las firmas francesas que compraban piezas a la General Motors sucursal México. Michel era un tipo lindo, de maneras finas y conversación inteligente. Confieso que me sentí celoso cuando ella me dijo que le gustaba, aunque después descubriera que era un mierda antes de volver a enamorarse de un simple actor. — Me gusta hasta cómo me clava — me dijo, y tuve que bajar la cabeza. No quería que viera la humedad repentina de mis ojos, la crispación de mi rostro: esa Loretta que hablaba como una puta

cualquiera nada tenía que ver con la Susimil que trataba de salvar en mi memoria y que ella misma juraba había rescatado de su pasado más lejano, inocente y puro. Intenté olvidarlo todo, con el miedo ahí, cincelándome el cerebro, pero también me fastidiaba pensar en un futuro en el cual tuviera que avergonzarme por mi cobardía y mi silencio. La rebelión vino sola y se metió en mi sangre, desterrando poco a poco, pieza a pieza, el fantasma del miedo: Tenía que buscar datos, ver gente, publicar; sentir que alguna vez en mi país, por encima de cualquier conveniencia política, social o moral, un periodista podría publicar en un periódico, que se suponía era de todos y no de un gobierno o un puñado de dirigentes, historias sencillas que ha capturado a la más pura realidad después de andar Dios sabe cuántas noches vagando en las esquinas de cualquier hotel, a sugerencia de Loretta, con los bolsillo vacíos pero imitando a un ricacho en las barras de los bares área dólar, pavoneándose como un turista en esos lobbys donde hubo muchas que confundieron sus maneras postizas y le llamaron: “Pepe, ¿quiere una buena noche?”, para que él las esquivara mascullando que no se acostaba con cualquier puta aunque deseos no le faltaran de entrarle a mordidas a ese culo que se adivinaba agresivo debajo de la sayita casi transparente. Así conocí a Greta. Pero ella no me dijo: “Pepe, ¿anda buscando chica?”; tampoco me hizo un guiño desafiante, ni se acercó para chocar conmigo entre las mesas, y mucho menos para rozarme el hombro con el sexo hirviente y abultado bajo el leotard mientras pasaba junto a la mesa hacia la barra. Simplemente salió llorando del hotel, muy pegada a ese tipo que la mantenía cogida por el brazo, con una mano que casi parecía una tenaza. — Te dije, puta’emierda, que te iba a coger — y entonces, en las sombras de la acera, ya lejos del hotel, pude ver la manaza negra que choca en la cara de la puta que va a dar en el césped. La puta lloraba. Pensé “ahora la calmará: todos los maridos celosos son así de tarrudos” y que comenzaría a pasarle la mano por su pelo negrísimo, por su cara llorosa donde brillaban las lágrimas, por sus labios que supuse arrugados en una mueca, descoloridos o con el creyón chorreado por el golpe del macho. La oscuridad la cubría hasta las piernas. Cerca, en una parada, varias personas esperaban el ómnibus y observaban la escena, inmutables, expectantes. Caminé hasta ellos, sin darme cuenta entonces de que lo hacía para poder escuchar mejor. Pude ver algo de su cara por una bombilla que titilaba tristemente a escasos metros y logré divisarla mejor cuando el hombre metió la mano en un bolsillo y luego encendió una fosforera para prender un cigarro. “Casi una niña”, pensé, y oí que el tipo dijo: “vamos, puta” y ella no se levanta y él, otra vez, “te dije que nos vamos” y ella que no se mueve, acurrucada sobre el césped seco, y él que le salta encima una patada y ella grita y “¡no grites, puta’emierda!” y la manaza que se cierra en un puño que estalla sobre el seno y otro grito y él “no grites, yegua” y la voz de un negro vestido de militar que se acerca a la parada: “oye, déjala tranquila,

compadre” y el estupor molesto del otro que aprovecho para llegar hasta él y soltarle una patada: fuerte, en los güevos, y el tipo que se dobla, otra duro en las piernas y el tipo cae al piso, varias en las costillas y el tipo que se ovilla y se queja y el militar que se entona y también comienza a patearlo, quizás inspirada su rabia por el llanto asustado de la muchacha. Sólo entonces los dejo, llego a ella, le digo: “vamos, corre” y la tomo de la mano. Primero despacio. Después un trote más rápido. Luego correr. Nos alejamos y comenzamos a sofocarnos. Nos alejamos y la miro mientras corremos, halándola fuerte con mi mano. Nos alejamos. Nos alejamos. Nos alejamos. Minutos después nos detuvimos. “Me duele aquí”, la escucho y la veo tocarse bajo el seno y respirar profundo. Es cierto, es una niña. Tiene el maquillaje corrido y una boca pequeña y unos ojos con unas pestañas grandes, “postizas”, pienso y la veo irse a sentar a una escalera, sofocada, aspirando el aire a bocanadas irregulares. — Vivo cerca de aquí — dijo de nuevo, se quitó los zapatos de tacones y comenzó a caminar —. Vamos — susurró con una repentina decisión. Descubrí que estábamos en La Habana Vieja. Un chino regresaba de algún lado arrastrando un carretón de yerbas. Dos policías nos miraron pasar apostados en una esquina mientras se fumaban un cigarro. Desde un portal oscuro me llegaron unos quejidos conocidos y descubrí dos bultos que se movían como convulsionando. Cuatro negros rastafaris masticaban en un portal un rap interminable que traté de escuchar aún cuando ya estábamos bien lejos como si la noche amplificara sus voces para alertarme. “Mientras oiga ese rap no habrá peligro”, me dije, pues sabía que estarían ahí, borrachos de ese ritmo, transportados sabe Dios a qué sitio de ese Bronx o Jamaica o Africa donde están sus ídolos y caminé tras la niña que, descubrí entonces, tenía las mejores nalgas que había visto moverse en esta ciudad. Entramos en un edificio viejo, de balcones que algunos vez fueron lujosos, aristocráticos, y subimos por una escalinata amplísima saltando el primer escalón donde un gran charco de orine lanzaba su hedor rancio hacia los pisos superiores; una peste concentrada que sólo dejé de sentir cuando pasamos la cuarta escalera. La sentí trastear en la oscuridad frente a una puerta. Y el sonido de un llavero. Luego, una luz amarillenta y agónica, nos iluminó. El cuarto era muy pequeño. Tenía un bañito también chico en una esquina con una mampara antigua de puerta y una cocina amplia pero vacía. Ella se sentó en el borde de la cama. — ¿Cuánto quieres? — preguntó. Y la miré. “Bonita la muy puta”, pensé en un segundo y la vi agacharse, soltar los zapatos bajo la cama y perderse tras la mampara. Sentí el chorro de orine, fuerte, largo, y luego su vaho caliente, sensual, regándose por el cuarto, bien distinto a ese otro que había olido en la escalera, allá abajo.

Aquel era un olor muy suave, dulzón podría decir, y aún lo respiraba, disfrutándolo, cuando ella salió. Se había lavado la cara y todavía tenía sus pestañas largas, tupidas. “No son postizas”, me dije. — ¿Te basta con templar? Estaba de espaldas. No me turbé cuando la vi quitándose la blusa, desabotonando los diminutos botones de su espalda. Tenía un lunar de pelos casi justo en el centro. Y sólo entonces sentí un latigazo entre las piernas y lo calmé con un apretón en los güevos que disimulé rascándome después la parte interior del muslo. Ella se había quitado el leotard y de un golpe de vista descubrí que no llevaba blúmer. La seguí con la mirada mientras caminaba desnuda hasta la cómoda, a un lado de la cama, y no pude dejar de suspirar, casi de alivio, cuando la vi ponerse una bata de casa de florones amarillos. — ¿Tú tomas té? Entonces sí respondí. O hice un movimiento con la cabeza que ella entendió como un sí, pues fue hasta la meseta vacía de la cocina, abrió una gaveta grande y sacó una tetera y unos vasos. De madera los vasos. La tetera era eléctrica y la conectó y sacó de otra gaveta un estuche de té y un pote con azúcar. — No hay limón, ¿no te importa? Otro gesto y fue no porque ella entendió y sirvió una cucharadita de azúcar en cada vaso. — Tú no eres mudo, ¿no? No supe qué decir y sólo miré. Ella me mantuvo la vista por un rato, husmeando desde lejos en mi cuerpo, deteniéndose en los zapatos bastante tiempo y virándose de pronto cuando la tetera empezó a pitar. — ¿Era tu novio? Me miró otra vez. Después terminó de servir el té y se acercó con los vasos. — No, no tengo. Ese era un policía. — ¿Un policía? — Cuando empecé, caí por comemierda. Me habían dicho que no fuera a ciertos sitios. Había turistas... y policías. No había forma de saber cuál era policía. — ¿Y fuiste ahí? Sopló el líquido del vaso y probó un trago. Se recogió el pelo de la cara con una mano y miró al piso.

— Tenía que probar. Al principio no es fácil. Igual que los monos, marcamos nuestros sitios. Dos veces llegué a otros lugares, ya sabes, donde había otras Jineteras trabajando, y salí magullada. Yo nunca he sabido defenderme y las que estaban allí me molían a golpes. — ¿Pero al fin te cogieron? — Regresé a ese hotel una vez... unos minutos. Y tuve que salir, no había pesca. Los turistas huían. Vine de vuelta a casa y me acosté. — ¿Y entonces...? — Era una comemierda, una novata. Al otro día toca a la puerta un tipo y me dice: “mira, niña, hay un socio que busca una modelo... tú sabes, de fotos, de desnudos” y que si yo quería me sacaba unos pesitos. — Y aceptaste. — Había dejado la universidad y el viejo no quería ni darme comida. Por las noches Mamá venía a escondidas con un plato, hasta un día en que el viejo la sintió y la molió a piñazos. Sorbió un trago y puso el vaso a sus pies, al lado de los zapatos. Yo permanecía con mi vaso casi intacto, sin perder un detalle de su rostro. Ella volvió a quitarse el pelo que le caía sobre los ojos y me hizo recordar ese gesto en otras mujeres, casi idéntico, ancestral. — Vine a vivir aquí... es de mi novio. — ¿El sabe lo que haces? — Ese vive en el yuma. — ¿Hace mucho? — Me dejó el muy cabrón. En una balsa. Se fueron tres y, creo, llegaron cuatro. Un gesto de no entiendo que ella notó. Dejó que me tomara un trago y respondió. — Se llevó a una preñada, me cuerneaba — contestó, con la voz algo rajada. — ¿Te tiraste las fotos? — corté. — Era un cuento. Me fui a la dirección que me dio el tipo, me desnudo y me tiran unas fotos. Fueron como dos horas. Después es que me dicen: “ahora, putica, vamos, que estás presa”. Me montan en un carro y a la cárcel. Me habían seguido desde el hotel aquella noche. — ¿El mismo tipo que tumbé allá afuera? — El mismo hijoeputa — dijo—. Una amiga pagó la fianza y salí. Fui a juicio... una multa. Pedí prestado y pagué. — ¿Y el tipo...?

— Venía cada dos días. Se sentaba ahí donde estás y amenazaba. “Tú caes, puta, tú caes”... Una tarde vino y me dijo que tenía un negocio para mí: si yo templaba con él, le decía a los otros polis que me dejaran jinetear sin problemas, siempre y cuando le pasara algo de lo que ganara. — Lo mandaste a la mierda, ¿no? — Por supuesto. Aunque sabía que me las iba a ver negras si seguía jineteando. Se puso de pie y fue de nuevo hacia la cómoda. Sacó un cigarro de una gaveta y abrió una caja de fósforos que luego tiró a un rincón, vacía. Prendí mi fosforera y le acerqué el fuego. Ella encendió, soltando bocanadas de humo que flotaron junto a su rostro como una aureola. En ese momento la vi muy bella. — ¿Es normal eso? — ¿Qué cosa? — Su propuesta... que trabajes para él. Sonrió, con aires de superioridad. — ¿Dónde tú vives, niño? Aquí todo es asunto de convenios... — ¿Convenios? — ¿Por qué tú crees que de un día para otro había más Jineteras que turistas en La Habana? — La situación, ¿no?... — Fue una trampa, niño. Vieron que el turismo venía a Cuba a buscar mujeres y dijeron: “vamos a darle mujeres” y se hicieron los de la vista gorda. Tengo una amiga que estuvo con un gallego que venía a eso... — ¿A qué? — Al tipo lo invitaron como asesor de los pinchos grandes del turismo. Allá en España tenían un método para controlar a las putas... Claro, para controlarlas por los billetes. — Si no te explicas... — Es fácil, chico. El tipo vino a enseñar a los cubanitos brutos cómo podían sacarles más plata a los turistas usando a las Jineteras. Negocio redondo. — ¿Y cómo sería? — Mira... algunos policías de vacaciones, entrenados claro, se ubicaban como turistas o paseantes o visitantes de ocasión en los hoteles. Ellos miraban qué turistas entraban con Jineteras y entonces le iban con el cuento al jefe de seguridad del hotel. El jefe de seguridad llamaba al turista y le decía: “si quieres tenerla aquí, legal, tienes que pagar lo que vale la habitación más un porciento”. Igual pasaba si la

llevaba al restaurante o a la discoteca. Los turistas con plata, para quitarse de encima la persecución de la seguridad del hotel, pagaban y ya. — Negocio redondo, como tú dices. ¿Y tienes pruebas de eso? — El tipo se llama Marcos y es jefe de la policía de seguridad y antidrogas en una zona de playas del Mediterráneo. Vino en el 92 junto a otros empresarios que iban a construir marinas y un hotel por Camagüey. Mi amiga tiene todos sus datos. — ¿Y arriba lo sabían? — Bueno, niño, ellos lo invitaron. — Pero después recogieron la cuerda... — Compraron pescado y le cogieron miedo a los ojos, niño. Si seguían haciéndose los bobos, en La Habana no iba a quedar una mujer decente. Ah, y también se dice que a Vilma Espín no le gustó nada cuando se enteró de esa idea de los mayimbes del turismo. No es que sea moralista, ni le importemos un carajo; es que estaba perdiendo una buena zona de poder: se supone que ella sea quien diga la última palabra en todo lo que es asunto de mujeres, ya sabes... los feudos del poder. Entonces empezaron a perseguirnos. — Pero entonces, es posible que más arriba no supieran nada. Tú misma dices que era un negocio de los jefes del Turismo. — Eso no lo puede asegurar ni el genio de Aladino, niño. La mayoría de los que pinchan en turismo aseguran que Cubanacán es un negocio personal de Fidel y que Gaviota S.A. es un negocio de Raúl. Si eso es verdad, entonces lo sabían todo. — ¿Y eso qué tiene que ver con ese tipo, con el policía? — De verdad voy a pensar que eres de otra galaxia... ¿Tú no sabes que hay muchos policías que tienen trabajando para ellos a cinco o seis mujeres? ... Es lo normal. Ese cabrón tiene a tres socias mías. Se puso de pie y estiró la bata de casa para volver a sentarse, cruzando los pies. Aún así, un resquicio me dejaba ver la protuberancia negra del pubis. — La ganancia es total — dijo —. Tiempla con su mujer, con tres queridas jovencitas y se mete una parte del dinero que ellas ganan templando con los yumas. Apenas había probado el cigarro. Dio una cachada y soltó una bocanada de humo que se disipó en su cara en grandes volutas, menos un hilillo tenue que casi llegó al techo, estirándose sin forma definida pero siempre hacia arriba. — ¿De verdad no quieres templar?

Sentí otra vez el latigazo entre las piernas y nada dije cuando ella puso su mano sobre mi portañuela y me amasó suavemente el miembro. Fue a besarme el cuello y algo me hizo empujarla suavemente. — ¿No serás maricón? Me desarmó aquella frase. La dijo bajándome la cremallera del pantalón y hurgando bajo la tela del calzoncillo hasta dar con el miembro que se había encogido y no podía agarrar y la obligó a buscar más y agarrar al fin y halar y estirar como un pellejo mustio que hizo crecer después y que lamió y usó a su antojo haciéndome verla diferente a la niña que aparentaba ser: inmensa, mujerona, diosa que me vaciaba el vientre de todos mis zumos y que sonrió al verme arquear y apretarla hacia mí en el momento crudo del orgasmo. Se quedó sentada encima de mi vientre, mirándome, sonriente. Yo tenía los ojos semicerrados, con esa molestia vacía que siempre me aturde cuando me he acostado por azares lejanos al amor, y pude verla sonreír y poner cara de pícara mientras volvía a mover sus caderas lentamente. — Te dejé muerto, ¿no? — soltó, zalamera —. Ojalá cuando llegue a vieja pueda moverme de este modo. Va y así puedo empatar algún hombre para casarme, a pesar de mi pasado, ¿no crees? Se levantó y se perdió tras la mampara. Sentí el metálico chocar de un jarro dentro de un cubo y luego el chorrito de agua cayendo sobre la taza sanitaria. — Si quieres lavarte, hay agua... — la voz me llegó junto al chapoteo del jabón que ella restregaba entre sus piernas — Y no tengas miedo que yo no me preño. Ya perdí una barriga de un yuma y tuvieron que vaciarme. Me dejaron un pedazo del feto adentro y casi me pudro completa... Ah, y estoy sanita. Mi hermano es médico y a cada rato me obliga a hacerme pruebas. Dice que si no le hago caso y salgo de esto, por lo menos debo dejar que me proteja. Salió secándose entre las piernas con un pedazo de sábana. — Si te vas a lavar, te secas con esto. Está limpio. Me estoy quedando en casa de una amiga y aquí no tengo nada. Tuve que irme para que el maricón ese no me encontrara. ¿Quieres más té? Recogió los vasos del piso y caminó a llenarlos a la cocina. Se tomó el suyo de un trago y regresó con uno que me extendió. — ¿No me has dicho quién eres? ¿Pasabas por allí cuando me viste? — Soy periodista — dije —. Y de verdad que me has caído del cielo. — ¿Te gustó como tiemplo? A la verdad, tienes cara de ser de esos que están embollados con la chochita sana de su mujer. Por eso lo hice sin colgarte un condón. Sólo contesté que no era eso y miré el reloj: “se me hizo tarde”, me subí la cremallera ya de pie, convencido de que no ganaría nada lavándome allí, y caminé hasta la puerta.

— ¿Puedo verte otra vez...? — quise saber —. ¿Cómo te llamas? — Greta. Pero la próxima vez, pagas. Ahora fue gratis por las patadas que le diste al singao ese. Agradecí con una mueca de sonrisa y cerré la puerta a mis espaldas. La oscuridad me envolvió y a tientas bajé las escaleras. Cuando salía, pude comparar de nuevo esa peste amoniacal del charco de abajo con el olor provocativo y dulce del orine de Greta; olorcillo que me acostumbré a sentir en mis nuevas visitas, cuando ella dejó de ser la puta de dieciocho años para ser la amiga que me llamaba si tenía algo nuevo, una vivencia, una sencilla historia, un nuevo tema para que ese amigo periodista que yo era escribiera alguna vez un cuento sobre ella y la incluyera en una novela que escribía… o en este libro.

Nota del Autor: Greta, cuyo nombre real es María Josefa, se casó en 1999 con un empresario griego a quien conoció en Cienfuegos y actualmente vive en Salónica, Grecia. Tiene una hija de dos años a la que puso Greta.

EVAS DE NOCHE

Jinetera Carroñera

Tiene una lycra apretada que le divide el sexo en dos partes y le abre las nalgas en dos bolas perfectas. Usa puyas. Los labios pintados de rojo fuerte con los bordes demarcados por creyón negro. Sus pezones se vislumbran detrás de la blusa de seda corta que deja ver su ombligo. Está parada en el Malecón y trata de parar a los carros modernos donde siempre viajan turistas. La noche le ha ido mal. No es bonita y apenas tiene senos. Sólo sus nalgas son prominentes. Una máquina vieja, chevrolet del 58, frena junto a ella y el chofer asoma la cabeza: es negro y tiene una cadena de oro. Un cubano. — Guajira — dice —, ¿cuánto para que me la mames? Ella no piensa. Responde: “cinco dólares”. — Es mucho — replica el hombre —. Dos. — Está bien, dos — dice ella, y monta en la máquina.

LOS HIJOS DE SADE

M

andy tiene 32 años. Estuvo preso por robo con fuerza en un almacén de alimentos. Cinco años preso. Uno de los chulos más conocidos en La Habana. Su campo principal de

operaciones es el llamado “Triángulo de las Bermudas”: hotel Cohíba, el Riviera y el CUPET de Paseo y Malecón, que comparte junto a otros tres chulos, uno de ellos, su hermano.

Tiene un

representante en Varadero, donde alquila algunas casas particulares para alojar a un grupo de sus Jineteras que operan en esa zona turística. ¿Cómo te gusta que te digan: chulo, proxeneta…? Luchador. Yo siempre he sido un luchador de la vida. Tú eres periodista y tienes labia, pero a mí Orula me dio la cabeza para el bisne. En la escuela no me entraba nada y la dejé. Desde entonces lucho para vivir. ¿Por qué crees que siempre se piensa que los chulos son negros? Porque este es un país racista aunque se diga lo contrario. Hasta los negros son racistas. Y aunque de verdad sean una plaga, para el invento y todo lo que no sea legal son los mejores. Hay pocos blancos como yo, que hasta tengo el pelo rubio y ojos verdes, por si queda duda de lo pura que es mi sangre. Los blancos son menos marrulleros, menos complicados, más pendejos. Con todo y que yo sea un luchador de respeto, no me meto en cosas que los chulos negros hacen sin que les tiemble ni un dedo. ¿Cómo eliges a tus muchachas? Por el culo. La mayoría de los yumas vienen a buscar el culo de las cubanas. A veces los he mirado a escondidas y no le rezan un avemaría a los culos de las niñas porque no se lo saben bien. También las escojo por la cara y últimamente hasta me las tiro para saber si son buenas en la cama, aunque en este oficio lo que importa es la maña. A Cayita, por ejemplo, yo la llamo la electricista. Es una experta en sacarle el jugo a los yumas de dos o tres lengüetazos. Sienten el corrientazo y se vienen. Norma es la

panadera: se los amasa hasta que se las saca. Maruja es la cortadora: especialista en movimientos clavada por el culo. Las demás son normales, pero tienen cara de ángel. ¿Nunca te has visto en rollos con la policía? Al principio, socio, pero todo en la vida tiene remedio y el dinero es la llave del mundo. Ahora hasta me avisan cuando descubren a un yuma perdido que ellos huelen anda buscando niñas. Es un gasto más del negocio, pero es una inversión necesaria para andar tranquilo. Este es un bisne en el que uno debe andar con todos los radares encendidos y es de puya que uno tenga que estar preocupado con alguien que también está luchando, a su modo, pero luchando. A la mayoría, porque hay muchos que se hacen los duros y no aceptan dinero, uno les tira un billetico y se van fácil a lucir su uniforme a otra parte. Si son de esos reclutas que están pasando el verde, el servicio militar, de policías, la cosa es más sencilla: le enseñas un dólar, se le abren los ojos como dos platos y se van engolosinados a comprarse alguna mierdita por ahí. ¿Y no crees que es inhumano que estés viviendo del cuerpo de una muchacha que pudiera estar haciendo otra cosa menos sucia? ¿En qué mundo tú vives, socio? La vida es una mierda en todas partes. ¿Tú sabes por qué no me fui pa’l norte en una balsa? Porque allí hay que pinchar. Aquel es un país para gente como tú, estudiada y leída. Porque allá hay un montón de tipos como yo tratando de inventarla para vivir. La lucha es más difícil. Y aquí yo soy el rey, y como dice Manolín, El Médico de la Salsa: si te gusta, bien, y si no, también. De todos modos, yo cobro por lo que hago: las cuido como si sus bollitos fueran míos. Eso se paga. Si te pones a buscar, te cuentan un montón de casos de tipas con las tetas picadas de cuajo, con las nalgas hechas tiritas, con la nariz arrancada, por buscarse los pesos sin nadie que las represente. Si voy a usar la moña esa de lo inhumano, estoy limpio. Yo no las metí a putas. Yo nada más que las cuido y cobro por eso y hasta les facilito el trabajo. Les busco yumas que paguen bien, si no les quieren pagar me las echo a golpes con los yumas… para qué contarte. Otro muchacho como tú me habló de ciertas reglas que existen en este negocio. ¿Siempre son las mismas? Casi siempre, aunque dependen de la zona en que te muevas y de la cantidad de mandantes que haya, o chulos, como tú dices. También depende del mandante. Hay algunos que ponen reglas tan jodidas que se pasan la vida dándole palos a las Jineteras porque no pueden cumplirlas. Yo soy distinto. Mis niñas son mis socias y hasta les he buscado una casa para que vivan porque son de Oriente. Las Jineteras de La Habana se hacen las finas y al final son peores que cualquier guajira. La diferencia es

que la mayoría de las putas de aquí tienen universidad y como están aprendiendo también en la universidad de la calle, entonces se convierten en fieras. Yo tuve dos y casi las mato a golpes. ¿Qué se hicieron? Se casaron con yumas y ahora están allá afuera viviendo la vida. Me la dejaron en los callos. Yo me enteré que se iban cuando ya debían estar volando en el avión. ¿Volvemos a lo de las reglas? Mira. Una es que cada chulo tiene sus putas y tú no puedes tratar de quitársela aunque veas que la tipa da un dineral del carajo o está riquísima. Otra es que hay zonas que deben respetarse porque están marcadas. Nosotros, los mandantes, nos vemos a cada rato y aunque siempre hay su jodedera y su bronquita y su rencilla, en eso de las zonas nos entendemos bien. Para que veas: la zona del Comodoro, la del Cohíba, la del Hotel Nacional y la del Hotel Havana Libre, son casi territorio libre porque hay comida para todo el mundo. Claro, si vemos que hay caras nuevas que no son de ninguno de nosotros, salimos a poner las cosas en su lugar. El resto de los hoteles y lugares donde el turismo va mucho, pero casi siempre en grupos con un guía, sí están marcados con nombres y apellidos. También hay otra regla que depende mucho del mandante y de las Jineteras que tenga con él: el pago. La norma es que paguen la mitad, pero hay algunos que se lo quitan todo y les dan comida, ropa y casa. A esas les decimos “las esclavas” y casi siempre son guajiritas que no tienen ni dónde quedarse en La Habana y vienen acá buscando dólares. Otra regla de oro es la limpieza. Mis niñas tienen que lavarse el culo y la papaya hasta con polvo de penicilina. Es un problema de alcurnia. Hubo un mandante que olvidó esa regla y un día metió a sus seis muchachas en un cuadro con un gordo canadiense, no le pusieron condón al tipo y mamaron y templaron de lo lindo porque decían que el tipo allá afuera se dedicaba a templetas para películas porno, que son larguísimas, y que tenía un aguante del carajo. Para no aburrirte: el tipo estaba podrido de SIDA y ahora todas están en el sanatorio. Creo que ya hay dos en el hueco bien comidas por los gusanos. ¿Eres casado? Ajuntado y con tres hijos, dos míos y uno de ella con su marido anterior. A todos los quiero igual y ella es una santa. ¿No te has puesto a pensar que alguna vez ella pueda estar en este negocio si las cosas siguen empeorando? Te voy a decir algo. Las que están en esto es porque con algo de puta nacieron. A veces me pongo a pensar y me digo que no es fácil dispararse a esos tipos. Por desgracia para ellas, casi siempre los yumas

platudos son unos esperpentos del coño de su madre y hasta tienen defectos físicos, como si Orula les diera el dinero a cambio de belleza. Pero copia bien esto: todas las mujeres no pueden ser putas, y la mía se mete más fácil a monja que a Jinetera, con todo y lo buena que está. Has mencionado a Orula varias veces. Es un dios africano y tú eres blanco. ¿Eres creyente? A mí me pasó algo muy jodido en la cárcel. Cuando yo robé en el almacén, me echaron once años porque había gente adentro y dijeron que el que hace lo que hice está dispuesto a matar. Una mentira, porque yo doy golpes, pero matar, lo que se dice matar, ni a una mosca. Empecé a pedirle a la virgencita de la Caridad, la patrona de Cuba y la verdad es que me compliqué más: meten en mi misma jaula a un tipo que me debía una bien grande y casi lo parto en dos. A veces a uno le entra una rabia tan grande que ni piensa y a ése cabrón yo quería mandarlo a la tumba. Me lo quitaron, pero me encerraron en la solitaria y me pusieron con los peligrosos. Suerte que también allí yo tenía mis socios y, más mal que bien, fui bandeando. Uno de los socios esos, un negro de Guanabacoa, me hizo creer en la santería a base de cuentos y leyendas y esas cosas. Y para que veas, comienzo a pedirle a Elegguá y en un año me dicen que me rebajan la pena. Ahí me hice creyente y nada más puse un pie en la calle, me hice los guerreros y la mano de Orula. Ahora estoy en algo superior. El que está en esto tiene que protegerse. Me han dicho que ustedes se prestan para que sus muchachas hagan sexo con animales… A mí no me va eso, socio. Mis niñas son limpias, joyitas, y esa mierda es una asquerosidad. Uno no sabe qué pueden tener esos animales. Cuando te veas con Yoyito pregúntale qué le pasó a la Jennie por fotografiarse clavada por un perro. Cogió una cosa en la papaya que ni los médicos supieron. Dicen que orinaba verde y que la peste se sentía a tres cuadras. El que sí se mete en cosas con animales es Loreal, un chulo maricón que pincha por la zona de La Habana Vieja. Hasta con curieles y conejos las pone a templar. Está loco de remate y con tal de sacar billetes pone a templar hasta a su madre con Satanás en el infierno, porque está muerta. ¿Y con niños? ¿Ves? Ese es otro lío. ¿No te enteraste del explote que hubo con unos yumas que cogieron en eso? Salió hasta en el Juventud Rebelde. Y publicaron un librito y todo. Eso es zona vedada. A mí déjame con las muchachas. Es verdad, algunas de las mías tienen quince años recién cumplidos, pero yo no las obligo a estar en esto. Lo de los niños es otra cosa porque hay que engañarlos. Además, como quiera que sea, es una mierda. Cuando crezcan, si se quieren meter a putas o maricones, asunto suyo, pero mientras sean niños para mí son intocables. ¿Algunos de tus amigos mandantes acostumbran a usar niños en este negocio?

Sí, socio. En este negocio, como lo dice la palabra, todo es válido, pero no me preguntes quién lo hace ni dónde ni cómo, ¿ok? De acuerdo, pero, ¿te atreverías a decirme las variantes más usadas? La mayoría son maricones o enfermos sexuales que vienen buscando chamacos para sus cosas. A veces vienen nada más a tirarles fotos encueros, aunque algunos piden más y los ponen a tocarse, a mamarse y esas cosas. También, aunque parezca mentira, algunos viejos platudos o macetas de aquí, cubanos, pagan por que una niña chiquita se las mame. Yo conozco a dos o tres que pagan bien por eso. A veces, sobre todo en las temporadas altas, vienen turistas, casi siempre de Italia y Francia, a filmar cuadros entre mujeres y niñas y niños. Eso se paga bien, pero todos se cuidan. Es difícil que alguna casa de putas hoy deje que metas dentro a niños para eso. Tienen mucho miedo. Porque aquí dicen que persiguen la prostitución, pero cuando se trata de adultos se hacen los bobos y hay temporadas en que te dejan tranquilo. Con los chamas, nada más se la huelen y ya estás rodeado de policías. Para serte franco, nadie cree en eso de la persecución de las Jineteras porque en este país se sabe que la policía tiene chivatos hasta entre los parvulitos de los círculos infantiles y debe saber todo esto que cuento y más, hasta el color de los pendejos del culo de cada una de las Jineteras que se mueven en toda Cuba. ¿Y las drogas, se usan? Es normal. Cuando yo empecé en esto, allá por el 93, era raro encontrarse la droga en cantidades como pasa ahora. No sé de dónde la saca la gente, pero es raro que no haya un cuadro, una tortilla, un templeta entre tres o cuatro Jineteras y uno o varios tipos, en que no se fume marihuana de la buena o se toque su buen polvo de coca. Ultimamente conozco casos de drogas que hace la gente con plásticos y cosas así. ¿Son buenos los precios? Depende de la calidad y del vendedor. Déjame decirte algo que seguro no vas a escribir en tu trabajo. Algunos de los mismos polis esos que ves por ahí venden la droga. Usted los ve parados en las esquinas de los lugares donde saben se vende la cosa y te la disparan facilito si te ven cara de ambientoso. Hay turistas que logran pasarla por la Aduana, pero dicen los que saben que es una mierdita lo que entran. ¿No te has preguntado nunca de qué otra forma va a circular toda la droga que se fuma y se gasta en esta ciudad, por no hablarte de Varadero, Cayo Coco? Ahí en La Habana Vieja, o en Centro Habana, hay calles donde uno pasa y siente el olor a la yerba desde una legua de distancia. Un socio mío, muy jodedor, dice que a los policías de esa zona los seleccionan entre los que tienen graves problemas con el olfato. Por ponerte un caso, donde yo la compro, y es de la buena buena buena, de la de verdad, el tipo

tiene una Paladar como fachada y le da cajitas de comida a las patrullas y todo. Así, con ese guilletén, vende más marihuana que toda la caña que se siembra en Cuba. ¿Te has encontrado casos de prostitución homosexual? También tengo mis puntos. No sé porqué los yumas son tan maricones. Te voy a decir que me aparecen tantos casos de esos como de los que buscan a mis muchachas. Al principio siempre se los mandaba a un socio que sí estaba en eso. Después me conseguí un grupito de pajarracos que a veces cobran una mierda y me dejan casi toda la ganancia. Los maricones son así: con tal de que alguien se los clave, transigen hasta por unos dólares. Y los tipos que vienen buscando eso pagan bastante bien, no te creas. Yo, a decir verdad, no quiero saber nada de esa gente porque son muy escandalosos, arman unos bateos del carajo... vaya, que son peores que las mujeres, menos domables y siempre están dispuestos a meterte en un brete, incluso con la policía si hace falta joderte. Mandy, si un día se te acaba el negocio. Es decir, si pasa algo y de pronto se acaba el Jineterismo, ¿qué harías? Inventar algo, socio, inventar. Te dije que lo único que yo sé hacer en la vida es luchar. Yo no nací para la pega. Trabajar no me cae nada bien, ni aquí en Cuba ni en ninguna otra parte. Lo mío no es lío de política ni nada de eso. El asunto es que no sirvo para eso. Me gusta el dinero y lo lucho, y no es dinero fácil, como dicen algunos comemierdas por ahí, que aquí, en este negocio, se trabaja bastante duro. Si se acaba este negocio, compadre, que lo dudo porque esto ya no hay Dios que lo pare, invento es la palabra de orden… ya veré qué invento.

La Habana, junio 1996

Nota del Autor: En febrero del 2002, me encontraba en el stand de la editorial Plaza Mayor de Puerto Rico, en la Feria Internacional del Libro de La Habana, en La Cabaña, cuando un mulato con dos jabas de libros que había comprado me preguntó si por fin saldría el «librito ése de las putas». Me dijo que Mandy le había pedido que comprara el libro si lo veía: en ese libro estaba la única entrevista que le habían hecho en toda su vida. Por ese detalle supe que aún vive en Cuba, aunque nunca más he vuelto a saber de él.

LORNA

S

í, soy de La Habana. En Maternidad de Línea me trajo al mundo esa viejita que tú ves allá atrás, perdida sabe dios en qué lugar, porque desde la isquemia ni siquiera me reconoce. Te decía que

estoy en primer año de psicología y esa vieja que tú ves ahí, que era profesora universitaria, graduada de filosofía y letras antes de la Revolución gracias a que mi abuela cosía zapatillas y mi abuelo era vendedor ambulante, pues esa vieja me enseñó desde chiquita el francés, el inglés y el italiano. A la perfección, ¿quieres que te lo demuestre? ¿Que cómo me las arreglo sola? Es difícil, porque más de una vez he tenido que agarrarme de los moños con alguna que ha querido echarme de su zona o quitarme a un yuma. Ahí es cuando saco a Jaime. ¿Jaime? Te voy a hacer la historia, breve para que no te aburras. Una noche estaba sentada frente al Hotel Nacional y llega un policía y me pide el carné de identidad y cuando lo busco, me doy cuenta de que se me había olvidado. Yo soy quisquillosa con eso del carné, pero esa vez se me quedó y el tipo ahí, creo que era un capitán porque tenía cuatro estrellitas y mi padre es del ejército y creo que también tiene cuatro. ¿Mi padre? Es capitán de una Unidad de tanques y un tronco de hijoeputa que peor hay que mandarlo a fabricar. Pues el tipo se bajó de una patrulla que venía despacito, como buscando una presa, y se paró justo delante de donde yo estaba. El otro, el que manejaba, se quedó en el carro, mirando, con una cara que enseguida supe que iba a tener problemas. El que me pidió el carné estaba esperando, con una media sonrisa, quizás pensando que yo estaba haciendo como quien busca y puedo jurarte que en ese momento no pensé que había dejado el maldito carné encima de la coqueta, como vi después, cuando regresé a casa. Le dije que se me había quedado y entonces el tipo me dice que tenía que acompañarlo y ahí fue cuando me ericé: si me llevaban a la Unidad, me ficharían y hasta ese momento yo estaba limpia. Comencé a rogarle y él que no y yo a pedirle por su santa madrecita y él que no y el otro a reírse bajito, que yo lo veía, y las lágrimas a salírseme y el otro, un sargento, después lo supe, riéndose, y el capitán diciéndome que no había marcha atrás y yo a decirle que él también era cubano y seguro tenía que luchar, que por su madre me dejara ir… “¿Eres jinetera?”, me preguntó a bocajarro y sin pensarlo dije sí y lo escuché decirme (estaba como mareada): “entonces podemos llegar a un arreglo”, y me tomó de la mano. El sargento había salido del carro y abría la puerta para que yo entrara. Arrancaron y se iban riendo, como si nada hubiera

pasado y aún yo no estuviera detrás, con los mocos del llanto afuera. Parquearon en una casita, cerca del Malecón, a un costado de la Oficina de Intereses de los Estados Unidos y otra vez el capitán, que ya supe lo era porque el otro se dirigió a él así varias veces, volvió a tomarme de la mano y me entró a la casa. “¡Desnúdate!”, me soltó cuando cerró la puerta. Era una sala grande, con macetas de plantas en las cuatro esquinas y jarrones de mucho lujo y un multimueble con televisor de color y grabadora y vídeo y una camarita que estaba de frente al mueble grande, un sofá cama.

“Cuando volvamos te

queremos como tu madre te trajo al mundo, putica; eso, si no quieres pasarte la noche en la Unidad y que te fichemos como jinetera”, dijo, y se perdieron por una puerta que conducía a lo que me pareció una cocina, al fondo de la casa. Si te digo que estaba asustada es poco, estaba cagada. Y mira que ya me había encontrado en situaciones extremas. Pero siempre había sido con extranjeros y porque yo lo había buscado. De todos modos, me dije que aquel cabrón sólo quería cogerme el culo y, aunque no me gustara y seguro tampoco pagaría, uno más en la lista no tenía nada que ver. El capitán tendría un rabo igual que cualquier otro hombre, porque convencida estaba de que no me encontraría con un rabo mutante, lleno de espinas en vez de venas y con una púa en vez de un glande. Me desvestí y esperé. Unos minutos después volvieron los dos. Desnudos. El que manejaba el carro, el sargento, tenía el rabo más grande y gordo que había visto en toda mi vida de puta. Nunca más he encontrado uno como aquel. Debía llegarle a la rodilla. El del capitán era una lombricita de tierra que apenas pude ver mientras se dirigía hacia el multimueble. Encendió la cámara de vídeo, prendió el televisor y aparecimos los tres en pantalla, desnudos, expectantes, mirando hacia el aparato. No dijo más nada. Vino hacia mí y me tiró bocabajo en el sofá cama, hundiéndome la cabeza con fuerza en el hueco que hay junto al brazo del mueble y me metió su rabito que ya estaba algo crecido, pero seguía siendo la misma mierda. El otro se sentó en aquel mismo brazo, colocando sus pies con tremenda peste a sicote a cada lado de mi espalda y me empujó de nuevo la cabeza hacia abajo, esta vez con una fuerza que casi me ahoga. Logré meter la nariz en el espacio que hacían las costuras del damasco justo en la parte inferior del brazo del mueble y logré respirar un poco. El capitán se movía lentamente, metiendo y sacando su lombricita de mi vagina, mientras agarraba con una de sus manos el rabazo del muchacho y lo lamía con una fruición de mamalona vieja. Pude verlo así, pasando la lengua por aquella tremenda almendra morada, una vez que pude levantar algo la cabeza y ladearla para tomar un poco más de aire. Un rato después sentí que me halaba por una de las piernas y me hizo ponerme en cuatro patas encima del sofá. Volvió a meterme su lombriz, que no había modo que creciera, aunque estaba dura como un palito seco. Lo sentí soltar un bufido de dolor y luego varios, acompasados, de placer, mientras se movía a mis espaldas. Cuando viré la cabeza, vi que el sargento lo estaba montando y te puedo jurar que en ese momento tuve la seguridad de que aquel capitancito maricón era una loca vieja, solapada, con sus estrellas de policía, pero loca y de experiencia porque hasta yo me asusté cuando le vi la mandarria al otro y el culo del capitán se la estaba

tragando como si fuera un churro de esos que venden ahora por ahí, que son chiquiticos y flaquitos y que no llenan a nadie aunque se coma un camión. Menos mal que el capitancito era celoso con aquella mandarria y no quiso que el otro me la sonara a mí, porque estoy segura de que vería las estrellas. Ya tengo bien aprendido que soy de vagina corta y cuando me encuentro a un yuma con un miembro más o menos grande me las agencio para hacerlo eyacular antes de que me la cuele completa. Son mañas de vieja puta, ya ves. Y para no seguirte aburriendo, que te veo revolviéndote en la butaca como si quisieras irte, te diré que cosa de un minuto después sentí que el capitán se movía sobre mí desesperado y comenzaba a bufar como un buey y el otro también comenzó a bufar y se vinieron casi al mismo tiempo. El rabito del capitán se encogió y se salió solo de mi vagina y lo sentí separarse y tirarse al piso con el otro y cuando miro, lo veo otra vez lamiéndole la macana al muchacho, que tendría unos veinte años y cara de recluta. Pedí permiso para ir al baño y me miró con cara de quien grita “no interrumpas, puta”, y volvió a lo suyo. El muchacho tenía los ojos cerrados y parecía estar en el limbo: le gustaba que se la mamaran, el muy cherna. Aproveché y recogí mi ropa y me colé en el baño. Me lavé y salí y todavía ellos estaban hirviendo en su mariconada. Otra vez estaban clavando a la loca del capitán y la cámara seguía filmando y ellos apareciendo en el televisor. Me metí en un cuarto a esperar que terminaran, sin pensar en otra cosa, porque me había dado cuenta de que aquellos dos habían salido esa noche a buscar una puta para hacer un cuadro, quizás de la misma forma en que lo hacían todos los días, o casi todos, o quién sabe si era primera vez, pero lo que sí me quedó claro es que lo de ellos no era nada nuevo. Sobre una cómoda, en una foto, vi al capitán pasándole el brazo a otro muchacho joven, con una cara de mariconazo que no se la quitaba nadie. Fue entonces que vi a Jaime. Estaba allí, en la funda, aún colgando del cinto en el pantalón de uniforme. Creo que le puse Jaime porque fue el único novio que siempre me protegió y de pronto me di cuenta de que aquella pistola podía ser mi salvación. Me vestí a la carrera, sacando la cabeza a cada momento para ver qué pasaba en la sala, y la imagen del televisor me avisaba que la cloaca del capitán seguía destupiéndose con el mástil siempre enhiesto del sargento. Cogí la pistola, una macaró soviética con todas sus balas. Sí, por esos días en la cátedra militar nos habían dado el arme y desarme de ese hierro. Con ella en la mano fui hasta la cocina: me parecía haber visto una puerta cuando miré desde la sala. Allí estaba. Daba a un patio, pero cerrado con cerca pirle por todos lados. Hasta por arriba. Sólo me quedaba una salida: la puerta principal. Y en ese momento me vino a la mente la idea que hasta hoy me ha salvado de caer fichada y me ha permitido andar a mis anchas por toda la ciudad: caminé lentamente hasta la sala, vi a los dos maricones todavía en lo suyo, casi que me tiré hacia el multimueble, apagué el televisor y entonces fue que se detuvieron para mirarme. “¿Qué haces, puta?”, soltó el capitán, y cerró la boca cuando vio que los apunté con la pistola. Saqué el cassette del equipo de vídeo y se lo enseñé: “si alguna vez se les ocurre

hacerme algo, tendré esto bien guardado, maricón”, y sin dejar de apuntarles, caminé hasta la puerta y salí a la calle. La Habana, Marzo de 1997

DOS “Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante. Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias. Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios”. Efesios 5:2-5

A

cabábamos de llegar de una visita al Valle de Teotihuacán cuando recibimos la noticia. Muchos sábados nos íbamos a las pirámides, no por el hecho de querer verlas de nuevo:

habíamos descubierto un excelente restaurante en los alrededores, en el cual, bajo la sombra de una inmensa lona estilo casa de campaña, un mexicano blanco como una leche, pero mexicano, según aseguraba él mismo, nos servía unos exquisitos platos de carne de res, casi a la cubana, y sin el fastidioso picante. Francisco, uno de los secretarios de la firma, fue el portador de la mala nueva. Y aquí voy a precisar algo: si llegaras a publicar esto, por favor, cambia los nombres. Una de las cosas que descubrí en el mundo del poder en Cuba es que sus contactos llegan a todas partes, y no quiero que me jodan, ni quiero joder a nadie por una cuestión, quizás, de respeto a la lucha de los demás por sobrevivir: yo he pedido siempre que respeten mi modo de luchar y debo respetar el modo de los otros de luchar su vida. Ese mundo de los jefes es un mundo de apariencias, de máscaras, de mentiras donde hay una única ley: no contradecir los designios de Fidel, hacerle creer a Fidel, y a todos, que ellos piensan exactamente lo mismo, aunque después una misma los viera hablando de que si el grupito de los de Raúl, que si los de Ramiro eran una falange, que si la gente de Aldana eran unos oportunistas, que si cada día Fidel metía más la pata, empecinado igual que se empecinan los viejos. 6 Todavía me llamaba Susimil, sin siquiera imaginar que alguna vez la propia vida me obligaría a cambiar mi nombre por el de Loretta. Me había acostumbrado tanto a los malos tratos de mi esposo que desarrollé un sexto sentido, un olfato finísimo, para las cosas que podían joderme. Supe que algo andaba

6

En 1999, cuando decidí agrupar los testimonios de Susimil y retocarlos literariamente para colocarlos como columna vertebral de este libro, decidí cambiar todos los nombres que ella me diera porque nunca supe si todavía vivían (o viven) en Cuba.

muy mal, nada más con verle la cara al hombre, aunque siempre le viera nariz de ave de mal agüero. Aquel día la impresión fue mayor, casi asqueante, similar a esa que sentía cuando en mis tours por los estados de México descubría a los zopilotes (parientes de las auras tiñosas cubanas) hartándose con las tripas enormes de alguna vaca muerta. El hombre se sentó en la butaca grande de la sala, en la que siempre se tiraba los fines de semana cuando se encargaba de poner la música para nuestras fiestas (se las daba de tener buen gusto musical) y encendió un habano, un lancero, lo recuerdo como si lo estuviera viendo. — Tienes que regresar — dijo, y clavó sobre mi esposo una mirada que me pareció excesivamente burlona —. El Presidente mandó a sacar los pasajes para mañana por la tarde. — ¿Los pasajes? — preguntó mi esposo —. ¿Quién más se va conmigo? No hubo respuesta. Francisco sacudió la ceniza del tabaco en el cenicero que aún mantenía sobre un muslo y señaló hacia mí. — ¿Pasó algo? — le escuché decir a ese manojo de nervios en el que se convirtió mi esposo. Yo había bajado la cabeza y me miraba las manos, pero sentía que todos mis sentidos estaban alerta, como erizados buscando saber qué carajo pasaba. Francisco encogió los hombros y frunció el ceño en un gesto de qué sé yo que mantuvo unos segundos. Después apagó el tabaco, aplastándolo lentamente contra el fondo del cenicero y se puso de pie. Fue hasta el pequeño bar a un costado de la chimenea de la sala y regresó con una copa de whisky. — Si pasó, fue allá en la patria grande, tavarich — dijo, acomodándose de nuevo en el sofá —. A la oficina del Presidente pasaron un fax con esa orientación: tienes que regresar urgente. Y con todo. Quedamos en silencio. Sentí los ojos de mi esposo casi hurgándome en la nuca. Yo seguía con la mirada fija en los mosaicos del piso. Se conocía que aquella forma de mandar a buscar a los funcionarios en el exterior siempre tenía dos explicaciones. Una de ellas no era precisamente una grata noticia. — Pero no te asustes, caballo — soltó entonces Francisco, sonriendo por primera vez con la mejor y más acostumbrada de sus sonrisas, aunque mi olfato me seguía anunciando que había algo falso en aquella pose de amigo fiel —. Llegó otro fax diciendo que te necesitan para otra im-por-tan-te mi-sión. Creo que también es en los países hermanos. Vi a mi esposo relajarse y, luego de unos segundos, suspirar profundamente y recuperar el ritmo normal de su respiración. El mismo ritmo por el cual conocía que estaba caminando sobre terreno firme. Era lógico. Durante nuestro matrimonio, y gracias a mis relaciones con esa parte de la aristocracia cubana (que lo era, aunque el gobierno se negara a reconocerlo), fui entendiendo la forma

de pensar de aquella gente: trabajar en el exterior era un sueño, una meta, el escape. Irse al exterior significaba, primero, pasar a un nivel nuevo de vida; segundo, alejarse de los ataques de quienes siempre andaban compitiendo por el poder y los mejores puestos; y tercero, vivir con la posibilidad de no usar máscaras todo el tiempo, aún cuando debieran colocársela en los escenarios públicos en que debían “representar” al país. Sin esperar más noticias, me metí en el cuarto y comencé a pensar en aquel regreso, en la posibilidad de un viaje a otro país, sin poderme sacar de la cabeza el molesto sabor del mal augurio. Mi esposo entró casi de madrugada, después de tomarse dos botellas de whisky con Francisco. Venía contento. Entre sueños, sentí los conocidos tirones que me desnudaban (no recuerdo nunca que me haya hecho el amor con ternura). Abrí los ojos justo cuando me volteaba, buscaba la entrada a mi vagina con unos dedos más toscos que nunca y me penetraba con un miembro raramente erecto para la cantidad de alcohol que me llegaba con su aliento y que se regaba por la habitación en un tufo molesto y pegajoso. Lo sentí eyacular y regar su esperma por el otro orificio, el que tanto le gustaba, y me sentí penetrada de nuevo, esta vez con una furia animal que me hizo gritar ante esos agujonazos que me subían desde el ano en cada embestida. — Coge tranca a la mexicana — me decía —. Es el último palo que voy a echar en el México lindo y querido. El último palo. Quizás a eso deba mi odio a esa simple frase, algo que en nuestra islita es una cosa común. Echar un buen palo es gozar de lo lindo y en Cuba se goza de lo lindo en cualquier rincón. Hasta en las casas más ilustres se despilfarran palos y la gozadera es genial. Pero yo la detesto. Después de mi regreso y la separación de mi esposo, la mención de aquella palabra bastaba para que se empañara cualquier limpia relación con las muchas amigas y colegas del oficio que tuve en esos años. Para ellas había todo tipo de palos: palos supremos, cuando eran bien pagados; palos exquisitos, cuando se disfrutaban generalmente con machazos venidos de Extranja; palos cocorioco o de gallo, para los que se hacían rápido con cubanos o viejos turistas; palos del Asia o palos chinos, cuando los tipos se demoraban una eternidad en venirse, por aquello de que los chinos tenían rituales de horas antes de clavarse a una mujer; palos africanos, si los tipos se las mandaban bien; palos de mosca, por aquello de que cuando las moscas tiemplan, vomitan, si tenían que dispararse a un tipo francamente insingable; palos de jicotea, si eran cogidas por allá atrás, por el ano, y el tipo les halaba la cabeza mientras las penetraba… No puedo resistirlo. Un palo, que según la academia debe ser un objeto de origen vegetal, fragmento de árbol o arbusto, nada tiene que ver para mí con esos otros de mi mundo, que abundan del mismo modo en que abundan las posiciones para hacer el sexo. Prefiero mil veces la pinga que usan los

asiáticos para cargar el agua, a pesar de que también en nuestra islita la pinga nada tiene que ver con ese palo, generalmente pulido y fuerte, que se coloca sobre los hombros con una vasija de agua a cada lado. Y de algún modo esas frases: echar un palo, soltar un polvo, dar tranca, recibir pinga, chuparse una mandarria, vaciar la leche, además de lo soez, empezaron a humillarme, como si yo misma no hubiera aceptado ser la puta de un marido primero y ser la mujer de cuantos pagaran bien, después. Era una especie de cruz que me recordaba, de cuando en cuando, que a pesar de todo lo que había logrado, aunque quisiera convencerme de lo contrario, tal vez había elegido el camino equivocado.

La llegada a Cuba, a pesar de los normales y fastidiosos trámites para que no hubiera problemas con el contenedor de cosas que mi esposo traía en la panza del avión de carga en que vino junto a otros pocos cubanos, fue realmente alegre hasta el momento en que cerramos la puerta de la casa a nuestras espaldas, dejamos las maletas en el piso y encontramos a mi suegro en la sala, sentado y fumando una pipa. — Estamos jodidos, hijo — dijo, casi sin darle tiempo a sentarse. Nunca los había visto besarse, como esa vez, aún en los viajes más largos de cada uno —. Me prepararon una cama. Noté un cambio desde que abrimos las puertas: el piso y las paredes estaban forrados de maderas preciosas, los muebles habían cambiado, y toda la decoración de la casona era distinta a la modernidad que habíamos dejado dos años atrás, cuando partimos a México. Lucía aristocrática, con un toque de antigüedad clásica que me gustó mucho más, aunque el ambiente fuera más oscuro o menos luminoso, no podía precisar. Mi esposo no contestó. Se limitó a contemplar a su padre, que dejó escapar una gruesa bocanada de humo, siempre recostado en el terciopelo atigrado de la butaca. — Tronaron a un comemierda ahí — dijo —. A un general que traficaba con drogas y esas mierdas y dicen que yo estoy metido en el asunto. — ¿Y le probaron algo? — pregunté. — Esto — dijo el viejo, señalando a la habitación con un giro de su mano —. Han tronado a un montón de gente de los que estuvimos en África. Un hijoeputa descubrió los papeles del flete que pagué de un barco que me trajo todo esto desde África. Dinero de la embajada, dijeron. Y que iría a juicio. Si tenía relación con aquel general, seguro caía en la cárcel. Si no la tenía, de todos modos quedaría bien jodido. — Por suerte, nada tuve que ver con ese cabrón, mi’jo — soltó el viejo, mirando a mi esposo con unos ojos cansados, arrugados —. Pero se nos acabó la buena vida.

Yo los miraba desde afuera, como se contempla un rodeo desde las gradas: padre e hijo se miraban sin bajar la vista; uno quieto, con una tranquilidad estática, como una vieja estatua manchada por las cagadas de los pájaros; el otro, negando con la cabeza. — A mí nada pueden hacerme — dijo mi esposo. El viejo sonrió. — ¿Aún no lo sabes? — la frente se le llenó de arrugas profundas —. Alguien que vino de allá, que parece te conoce muy pero que muy bien, cacareó con números y hechos todo el dinero de la firma que por gastos de representación gastaste en putas y drogas. Te verificaron y te jodiste. Me sentí como un adorno más en aquella sala. Hablaban como si yo no existiera, aún cuando lo que decían tenía que ver con esas mierdillas que yo imaginaba de mi esposo, pero que no podía probar: ¿entonces era cierto que aquella gonorrea asquerosa que sufrí en México venía de quién sabe qué burdel del D.F? Norma, siempre tan insidiosa, me lo había dejado caer en una de sus visitas “de actualización chismográfica”, como ella las llamaba. Siempre creí que detrás de sus palabras estaba la envidia: no era lo mismo ser, como yo lo era, la esposa del Vicepresidente, que la querida mexicana de un jefe de departamento en la firma. Ahora descubría que llevaba razón: el muy cabrón de mi esposo frecuentaba los burdeles de Garibaldi y allí, Dios sabe con qué mexicana tetona y desculada, había cogido aquella cosa que me tuvo despidiendo zumos podridos y malos olores durante varios meses. — ¿Viste las pruebas? — Me las trajeron — respondió el viejo —. Ahí mismo en esa mesita tiraron los papeles… los míos y los tuyos. ¿Alguna vez discutiste con Severo? Severo era el presidente en México de la firma en que trabajaba mi esposo. Yo sí recordaba: habían tenido una discusión muy fuerte, a pesar de que durante el primer año eran inseparables. Sólo logré escuchar que mi esposo le incriminaba por algún dinero que no había recibido, por algún viaje de más que el otro había dado, a Venezuela, cree recordar, y que del negocio particular que ellos habían comenzado con un mexicano productor de gomas de autos, Severo tenía que salir porque había gastado el dinero que debía poner para comprar un grupo de acciones. Eso sí lo preciso perfectamente: Severo pareció dejar pasar lo primero, lo segundo, pero cuando mi esposo le dijo que él no iba a cubrir con su propio dinero unas acciones que luego disfrutarían los dos, el presidente se puso rojo de ira y comenzó a decirle los horrores más grandes que he oído, sobre todo en boca de un hombre que encarnaba la decencia, por lo menos delante de todo el aristocrático mundo que ellos frecuentaban. Ese mismo día supe de dónde salía parte del dinero que gastaba a manos llenas en las grandes fiestas que hacíamos cada semana. Conversando con otras mujeres supe que casi todos lo hacían: cada funcionario cubano en aquel país buscaba sus conexiones por fuera para invertir el dinero que le daban como gasto de

representación y recuperarlo con creces para sus bolsillos o cuentas personales en BANCOMEX. Debo reconocer ahora que entonces no me pareció mal: a fin de cuentas, eran hombres de negocio y debían labrarse su futuro. Mi esposo terminó de contar y su padre, esta vez sin mirarlo, le comentó en voz muy baja, casi inaudible. — Eso te enseña, mi’jo — trataba de sacar la picadura vieja de su pipa —, que uno nunca debe darle la espalda a la mierda cuando se tienen los pies embarrados. Yo seguí mirándolos en silencio. Era evidente: para ellos, en aquel momento, yo no existía. — Estamos jodidos, mi’jo — volvió a decir el viejo —. Esta vez sí nos jodieron.

Así es la vida. Los cubanos, acostumbrados a un romanticismo bobo que nos embrutece casi siempre, pensamos que esos malos de marca mayor sólo existen en los culebrones brasileños y en las novelas de Corín Tellado, pero yo sé, por lo que he visto en tan poco tiempo, que esas historias se quedan chiquitas si las pones al lado de otras de la propia vida de la gente común. En ese mismo solar donde viví en La Habana después que dejé a mi esposo hay gente que tiene cuentos que harían enrojecer de vergüenza a García Márquez por su falta de imaginación: ni Cien años de soledad, con todos sus personajes y su realismo mágico, puede pararse delante de las historias increíbles, mágicas y hasta infernales de Augusta la Gorda o Pepa Tente en Pie o Mañico el Sordo, por mencionarte algunos. Y mi vida, ya te lo he dicho, parece también cosa de telenovelas. Lo que yo he pasado, no se lo deseo a nadie, y aunque ahora te lo diga, hubiera querido que nunca te enteraras de estas cosas, que siguieras teniendo esa imagen de mujer poderosa que te llevaste cuando nos encontramos allá, en el aeropuerto de La Habana. Me da vergüenza decírtelo, pero las cosas que te he contado son una simple basurita para lo que vino después, sobre todo a partir del momento en que mi suegro y mi esposo supieron que ya no estarían más entre las filas selectas de los privilegiados. Una catástrofe. Despacito fue colándose en la casa, metiéndose entre las rendijas, como venido de algún sitio bien podrido de la ciudad. Lo supe por una conversación. Ya para ese tiempo había notado que yo no representaba nada para nadie en aquella casa, excepto en el momento en que los dos tenían deseos de vaciar su semen en algún lugar seguro, barato y limpio. Y te digo los dos sólo para que sepas que también tuve que aguantarle rabazos a mi suegrito, que no fueron pocos, por cierto y que siempre le oculté a mi esposo para evitar males mayores.

Todavía conservábamos una vieja negra que llegaba por las mañanas y se iba después del mediodía, luego de cocinar un frugal almuerzo y una aún opípara comida: los dinerales que habían acumulado en el exterior les permitían darse ciertos gustos, aunque fueran cada vez más limitados. Finalmente los dos quedaron libres de culpa, especialmente a partir de la conversación de mi suegro y mi esposo con aquel funcionario que vino un día a la casa, cuando ya habían pasado por la televisión el juicio del general y se sabía que iban a fusilarlo. No quiero dar detalles, pero sí te diré que escuché claramente cuando mi suegro dijo: “Ten la seguridad de que si nos joden a nosotros, unas cuantas cabezas van a caer también con nosotros, así que vayan a ver que ustedes hacen”. Y nada les pasó. Supe que los habían “reubicado”, y que no les quitarían el dinero que habían ganado hasta ese momento, aún cuando sí les decomisarían unas cuantas cosas. Lo peor era que los veía conversar en cualquier parte de la casa, siempre hablando horrores hasta del pipisigallo, y era como si no les importara en absoluto mi presencia. Podía pararme frente a ellos, atravesar el lugar para ir a uno de los rincones a servirme un trago de un bar o hasta preguntar pequeñas cosas, y nada pasaba. Sólo en las noches, cuando a mi esposo le llegaban los deseos, sentía sus manos que me bajaban el blúmer y luego sus bufidos encima de mí y su miembro duro casi hiriéndome por la rabia con que me penetraba. Para mayor desgracia, mi esposo comenzó a realizar extrañas visitas los fines de semana a una de sus tías en Cienfuegos (aunque yo no dudaba que se trataba de otra mujer) y entonces tuve que acostumbrarme a las babosadas del viejo, que seguía enfermo a clavarme por detrás, como si le asqueara hacérmelo por donde Dios y la Natura manda. No sabes cuánto tiempo estuve pensando en cómo decirle a mi esposo aquello, las vueltas que le di en mi cabeza buscando una prueba, las oportunidades en que pensé en ir al médico a que me tomaran una muestra de la esperma del cabrón viejo para que no pudiera negar lo que hacía, pero al final siempre me detuvo ese pudor mierdero que todas las mujeres, por putas que sean, llevan por dentro, y hasta un poco de miedo al vejete: ¿cómo explicar en el hospital que yo quería que me sacaran esperma del culo?, ¿cómo hacer creer que el viejo me violaba si yo no tenía ni una marca de violencia en el cuerpo?, ¿con qué cara me mirarían todos en el hospital? Finalmente, un día, supe que mi suerte había estado echada desde el mismo día en que conocí a ese degenerado. Mi esposo había llegado muy temprano, casi de madrugada, de su visita semanal a Cienfuegos y estaba sentado en un sofá de la sala, leyendo una revista y fumando, cuando entró el viejo. Yo había bajado a la cocina y me estaba preparando el desayuno, pues la criada no había llegado todavía, cuando sentí el portazo de su cuarto y el ras ras característico de sus chancletas: era un aviso que recibía en mi cama cuando venía por el pasillo para hacerme sus cosas en ausencia de su hijo.

Comenzaron a conversar. Seguí desayunando tranquila (era el único momento del día en que usualmente estaba sola), pero podía percibir desde la mesa en la cocina algunas palabras de su conversación. Fue entonces que oí mi nombre. Paré de masticar las tostadas y puse atención, pero no oía. Entonces me paré lentamente y caminé hasta el marco de la puerta que da a la sala. Claro, tengo que decirte que ninguno de los dos sabía que yo estaba allí y quizás por eso aquella conversación fue tan abierta: se sentían verdaderamente solos. — Cuando la conociste en el monte ese, mi’jo, ¿tú sabías que templaba tan bien? — dijo el viejo —. Hasta dándole por el culo se goza de lo lindo. Mi esposo sonrió. Tenía la misma sonrisa de esas otras veces en que gozaba haciéndome sufrir mientras me montaba como a “mi yegüita preferida”, según decía. — Ten cuidado, viejo — respondió, sin dejar de sonreír. Aspiró una cachada del tabaco y soltó una bocanada grande de humo —. Susimil es mucha mujer para ti, sobre todo cuando la clavas por el culo. Te da un infarto del gustazo y te me vas a ir al hueco. El viejo negó varias veces con la cabeza, también sonriendo. Se puso de pie y fue hasta el barcito, en una esquina y se sirvió un trago de Havana Club, después de buscar entre varias botellas. — Es sólo los sábados, mi’jo. Quisiera que fuera más a menudo, pero tus visitas a Cienfuegos cada vez son más largas y a mí todavía se me pone dura si veo a una mujer como ella. El otro día tuve que traer a una pirujita que ayudé a cruzar el túnel de la bahía. — Ten cuidado con eso, viejo — se veía en verdad preocupado —. Esas niñitas son un virus del SIDA con cara bonita y buenas tetas. — No te preocupes, mi’jo — cortó el viejo —. Me puse un preservativo, la puse a mamar, le di cinco dólares y salió por esa puerta que parecía se llevaba el premio gordo de la lotería. Dos días después la vi rondando por allá afuera, mirando para acá. — De todos modos, no me gusta — lo miraba serio. Nunca pensé que realmente le preocupara su padre —. Te dije que para evitar esos gastos, y lo peor, esos riesgos, ahí tenemos a Susimil. Bastante dinero me he gastado en ella para que ahora tú no la puedas usar.

¿Crees lo que te cuento? Imagínate qué sentí yo cuando escuchaba sus palabras. Hay gente que dicen que el corazón no duele, o que sólo duele cuando se va a partir en pedazos, pero puedo jurarte que ese día el corazón me dolió tanto que tuve que ir a sentarme de la falta de aire y el apretón ese en el pecho y hasta mareos, que todo comenzó a darme vueltas. Al rato volví a pararme. Tenía que seguir escuchando.

— Lo importante es que a ella no se le ocurra dejarte ahora — dijo el viejo. Estaba de pie junto al bar, con una copa otra vez repleta de ron. — No lo creo — cortó mi esposo, muy seguro —. Evelyn está muy metida conmigo para que me tire a un lado. — ¡Ojalá!… De esa relación, como están las cosas ahora, van a depender muchas posibilidades de salir de este hueco. ¿Hablaste con ella por fin? — Sí — dijo mi esposo —. No está segura de que su padre acepte, pero va a tirarle el asunto, a ver si muerde. Yo traté de decirle que si ella pone la cosa fea, que si le dice que ella no me va a dejar ni muerta y que se va conmigo al fondo del abismo si es preciso, su padre trataría de resolver de algún modo. — ¿Y crees que la convenciste? — Yo conozco a Evelyn, viejo. Quedó convencida. Tengo que decirte, para que entiendas, que Evelyn es una de mis primeras amigas en el mundo de la high, quizás la primera que conocí cuando me vine a vivir a la casona en La Habana. Por eso también me cayó como una bomba que precisamente ella se estuviera revolcando con mi esposo por ahí, como si no me conociera y hubiéramos conversado bastante precisamente sobre esas cosas y lo sucias que eran, según decía ella misma, las otras mujeres que le fajaban a los hombres de mejor posición sólo para escalar y decir que templaban fino. El asunto era más complejo y quizás no cojas aún la seña, pero ella es hija de un pincho grande, un asesor importantísimo que siempre está al lado de los cabezones y el viejo y mi esposo estaban tratando de sujetarse a esa última tablita para no hundirse. En ese momento, no sé, pero me entró una soberbia tan grande, pero tan grande, que fui al refrigerador, me serví un vaso de helado de chocolate y salí por la puerta de la cocina, mirándolos a los dos, con la más tranquila de mis caras. — Buenos días — les dije, y subí con toda mi calma las escaleras hacia mi cuarto.

LA ISLA DE LAS DELICIAS

L

a confrontación de datos de documentos de la época ofrecen un panorama desolador, y apenas explorado por los historiadores, de la escala de la prostitución de mujeres africanas (o de

origen africano7) en la vida social de la Cuba colonial que se desarrolla entre los años 1522 (entrada del primer lote de negros por el puerto de Santiago de Cuba) hasta el inicio de la guerra de independencia en 1868. La falta de fuerza de trabajo aborigen motivó que ya en el propio 1512 el rey de España firmara la primera autorización para introducir negros esclavos en la isla, atendiendo a su mayor fortaleza y rendimiento en el trabajo en comparación con los nativos. En 1522, por el puerto de Santiago de Cuba, entran al país los primeros 300 negros bozales procedentes de La Española, los cuales fueron distribuidos como esclavos entre los pobladores ya nombrados “encomenderos”. Hay noticias de que hacia 1555, existían unos 700 negros esclavos en Cuba que eran dedicados a todo tipo de tareas, como el trabajo agrícola y doméstico, los lavaderos de oro y las construcciones, entre otros. En su libro Comercio clandestino de esclavos, el historiador José Luciano Franco (junto a Fernando Ortiz uno de los más profundos conocedores del tema negro en Cuba y las Américas) refiere que en las primeras disposiciones reales promulgadas para el mejor gobierno de las tierras descubiertas en 7

Ya en 1680, a partir de esas primeras remesas de esclavos, se reportaba una creciente población negra nacida en la isla, formada mayoritariamente por mujeres, lo cual fue una preocupación para muchos hacendados, puesto que “las negras domésticas exceden a los braceros y obligan a la espera y compra de nuevos lotes para el trabajo en los cortes y acarreos” (Carta de relatoría de censo, Santiago de Cuba, 1612). Asimismo, en reporte eclesiástico emitido desde Baracoa en 1614, se manifiesta alarma “de vesinos desta comarca por la luxuria en mugeres de traxin”, refiriéndose a los constantes escándalos en las familias pudientes debido al uso sexual de esclavas del servicio doméstico por parte de sus amos. Como se deduce del texto, las culpas se achacaban a la lujuria maldita que traían las negras esclavas en su sangre.

América se tuvo por conveniente prohibir, y se prohibió, “refiere el cronista Antonio de Herrera — el que se llevasen a ellas esclavos, ni esclavas, blancos ni negros, ni loros, ni mulatos” 8, pero a pocos años de la colonización se fue reconociendo que el trabajo en las minas y la labor de los campos no podía acometerse únicamente con la exigua fuerza del nativo, debido entre otras causas a su endeble constitución física. “Como España carecía de los recursos indispensables para cubrir, en toda su complejidad e intensidad, el comercio esclavista africano, el rey Carlos I no vaciló en conceder a uno de los flamencos de la camarilla imperial, Laurent de Gouvenot, gobernador de Bresa, el privilegio de transportar a las Indias Occidentales los esclavos negros que reclamaban los colonizadores de Santo Domingo y Cuba…”9. Ya en 1685, este permiso

para el comercio de esclavos concedido a particulares, adquiere

dimensiones de gran negocio entre las naciones marítimas de Europa. Como dato curioso podría decirse que en 1661 The Company of Royal Adventures (compañía inglesa fundada en 1660) obtiene el derecho exclusivo de comerciar y organizar la trata negrera desde Cabo Blanco al cabo de Buena Esperanza y que entre los accionistas principales de esta empresa figuraban reinas, princesas reales, duques, pares, tales como: María de Francia, Enriqueta de Inglaterra, duquesa de Orleáns y Carlos II. La guerra contra los holandeses disminuye notablemente los beneficios de la trata y estos altos negociantes deciden abandonar el negocio y dan paso, en 1672, a The Royal African Company, que en sólo nueve años (1680 a 1689) envió 259 navíos a la costa de África y transportó hacia tierras americanas 46 396 negros. En 1817, luego de casi tres siglos de un jugoso y productivo comercio de esclavos, Inglaterra, que ya había abolido la trata negrera, obliga a España a firmar un convenio en el que la comprometía

a no continuar esta denigrante actividad, convirtiéndola en una empresa

clandestina que cada vez más, y ante la persecución fiscalizadora de la flota inglesa, comenzó a brindar menores dividendos económicos. Según datos del historiador Juan Pérez de la Riva, entre 1790 y 1860, se produjo un crecimiento de la población negra en Cuba que ascendió a cerca de 800 mil africanos en las distintas condiciones sociales que la época permitía para los hombres de color: esclavos y libertos. Esta estadística no incluye los mulatos o mestizos nacidos en Cuba de la mezcla entre españoles y africanos, ni los descendientes de raza de los africanos traídos a la isla en distintas etapas de la trata.

8

José Luciano Franco. Comercio clandestino de esclavos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1996. p. 2

9

Ibid. p. 2.

En este mismo período, la riqueza social estaba muy desigualmente distribuida en la isla, destacándose tres grandes grupos: — 1000 clanes familiares, que poseían de 40 a 50 millones, — 100 000 familias de esclavos y culíes, con 25 millones, — la clase media de profesionales, pequeños propietarios blancos y mulatos, y los artesanos, obreros y empleados que no eran propietarios de nada — 150 millones

La prostitución negra Las crónicas del siglo XVII, momento en que comenzó a desarrollarse en la isla la industria del azúcar, el tabaco y la agricultura en general, apuntan a un predominio de la masculinidad en las estadísticas de los negros esclavos traídos desde África. Esta alta proporción de individuos del sexo masculino, la separación de las esclavas hacia labores generalmente de carácter doméstico, la ruptura forzada de familias traídas en carácter de familia desde tierras africanas, y las restricciones que hacia la formación de la familia negra sentaban las leyes de la esclavitud, así como la difundida creencia de la potencia sexual y la especial capacidad de dar placer de las negras africanas fueron, entre otras, las causas de la extensión de la prostitución en este sector poblacional. En poco tiempo se convirtió en la prostitución básica, casi única, en la floreciente y libertina colonia de Cuba. Algunos estudiosos del tema (especialmente, los españoles Ignacio Filisberto Villa en 1911, en Crónicas de la Prostitución en la América Española, y Juan Servando Orense en 1935 en Breve historia de las concubinas de Indias, ambos publicados en Ediciones del Duero, de Granada) intentan esclarecer las diferencias entre los dos tipos de prostitución más usuales en las tierras americanas durante el dominio colonial español: la prostitución forzada y la prostitución individual. En el primer caso, refieren la existencia de constantes denuncias de las autoridades eclesiásticas por la “cohabitación pecaminosa” de los amos con sus esclavas (y de las amas con sus esclavos, vale agregar), así como por las “libertades atentatorias de la moralidad cristiana” que significaban el establecimiento de las primeras casas para amantes y concubinas fuera de los núcleos urbanos. En el segundo caso, engloban al amplio número de negras libertas (o nacidas de negros libertos) que, bajo los rígidos designios contra las nacientes ideas de la abolición y contra el desempeño de la mujer en labores no domésticas, tenían que lanzarse a la prostitución como única vía de escape económico.

Servando Orense calcula en “800 o mil mujeres de raza negra o mestiza, oficiadas como prostitutas en barrios periféricos de las villas y ciudades de la Isla de Cuba y en toda Quisqueya”10. En la segunda mitad del siglo, entre 1660 y 1680 fundamentalmente, en distintas regiones del país hacia donde se enviaban los mayores núcleos de negros esclavos (La Habana, Camagüey y Santiago, según datos de la época) comenzó a evidenciarse una nueva forma de comercio del cuerpo: las casas de citas, también edificadas en las afueras de los poblados, que contaban con la anuencia de las autoridades españolas en la isla, incluyendo las eclesiásticas, para quienes esos “sitios del desorden espiritual” constituían purgatorios para las mujeres perdidas de la sociedad; sitios que toleraban únicamente como un espacio para mantener en cotos bien distantes a las buenas familias de las bajas tentaciones pecaminosas de la carne. Algunas crónicas del siglo XVII refieren la existencia de cuartones “infectos” en La Habana, alrededor de las murallas, frente a los cabildos, cerca de las zonas comerciales, donde se daban cita “todas las manifestaciones de la lascivia africana, mongólica o caucásica para dar pasto a la lujuria de una población trashumante de piratas y contrabandistas, marineros y soldados”. A tal punto llegaba el relajamiento de las costumbres que en 1659 el Gobernador de la Isla Don Juan de Salamanca daba cuenta consternado al Rey de un motín de Clérigos y frailes, que había tenido lugar cuando intentó impedir que se sirvieran de la prostitución de negras y mulatas alquiladas para estos fines por sus amos: “Muchas de estas mugeres tenían amistad con eclesiásticos, y habiendo intentado desterrar algunas por su demasiada disolución, después de haber prevenido á otras se abstuviesen de amistades ilícitas, fue preciso cesar en una obra que fuera tan del servicio de Dios, porque se empezaron a amotinar los eclesiásticos, hallando patrocinio en su Juez, tomando por pretexto que quería introducirme en jurisdicción agena y no veneraba la dignidad sacerdotal; ageno esto de la verdad pues bien se ve que yo procuraba el remedio desterrando a las mugeres, sin tomar ni por escrito ni de palabra los nombres de los tales. Me pareció mejor resolución aguardar al prelado que aventurar un motín en esta plaza. Suplico a V.M. se sirva mandarle que venga cuanto antes, para que se ponga remedio á esta cosa tan grave; porque el obispo don Juan de Montiel, cuando llegó a tener noticias de estas cosas y á hacer la visita de sus súbditos, murió con celeridad, y según dice el vulgo (…), ayudado, como suele suceder en las Indias” (sic)”11. 10

11

Juan Servando Orense. Breve historia de las concubinas de Indias, Ediciones del Duero, 1935, P. 56

Rosa Miriam Elizalde: Flores desechables, p. 33, 34, 35. Tomado de Mujer y Sociedad, de Silvio de la Torre, Editora Universitaria, La Habana, 1965, p.135 e Historia de la esclavitud, de José Antonio Saco, Imprenta Alfa, Habana, 1936, XIV, pp 82-33.

Ya a fines de la década de 1690 y hasta las primeras dos décadas del siglo XVIII se registran sólo en La Habana más de treinta casas de prostitución, en las zonas que hoy ocupan los territorios del Cerro, Guanabacoa y Regla. Se calcula la existencia de alrededor de unas 1200 “mugeres de la vida” o prostitutas, entre las cuales más del 86 porciento eran de la raza negra.

Formas iniciales de la prostitución negra En la literatura escrita en la época se hace evidente que la primera forma de prostitución practicada por las mujeres africanas tuvo lugar en las propias viviendas de los españoles dueños de encomiendas y, poco más tarde, en los dominios señoriales de aquellos latifundistas que poseían dotaciones de esclavos y una servidumbre negra, generalmente escogida entre las mujeres más bellas y los negros de rasgos más finos. Algunos estudios sociológicos sobre la familia cubana de la época da fe de la existencia de una legalizada utilización de la servidumbre femenina para fines de placer en los amos y los amigos de los amos, para el cumplimiento de compromisos con las autoridades militares mediante el pago a través del sexo con las negras esclavas, e incluso como mecanismo de canje para la adquisición de productos de contrabando. Sólo era de forma oculta en los casos de las familias españolas o criollas de alcurnia constituidas legalmente mediante contrato social o eclesiástico, que por razones de clase tratan de conservar una imagen de pureza y honestidad que en la mayoría de las ocasiones forzaba al empleo de una doble moral respecto a las interioridades del matrimonio, las relaciones familiares y su proyección hacia la sociedad. La materialización de esta primera forma de prostitución ocurre en dos caminos simultáneos: uno: el uso a la fuerza de los servicios sexuales de las negras esclavas por parte de los amos blancos, y dos: la utilización consciente de sus mañas de mujer y los favores de su sexo para ganar prebendas y facilidades de vida y trabajo por parte de las esclavas de la servidumbre y de los barracones en los campos. Estos dos caminos, deducidos de estudios de la esclavitud en Estados Unidos y algunos países de América Latina y el Caribe, por los antropólogos y africanistas Melville Herskovits y Joycelin Massiah, derivan hacia la comprensión de los esclavistas de la posibilidad de iniciar la explotación sexual de las esclavas bajo su poder como un lucrativo negocio, en vistas de que dicha práctica no recibía la censura abierta de las autoridades de los territorios donde tenía lugar. De ese modo, la simple utilización del cuerpo de sus esclavas para su satisfacción sexual dio paso a una nueva forma de empleo de la esclavitud: la renta a clientes.

Ya en pleno siglo XVIII existían en las provincias de La Habana, el centro del país (esencialmente la zona de Sancti Spíritus, Camagüey) y Santiago de Cuba ciertas zonas de tolerancia en las que se concentraban las “casas de juego” adonde iba, sobre todo en las noches, la mayor parte de la población masculina pudiente del territorio a jugar partidos de cartas, beber y compartir con “mujeres desclasadas”, generalmente mulatas, pardas y negras. Estos “burdeles coloniales”, regidos en su mayoría por matronas amantes de grandes personajes de la época, se nutrían de negras libertas sin otra forma de ganar su sustento, de negras alquiladas por sus dueños a esas matronas, a modo de acciones en el negocio, compartiendo las ganancias a partes iguales, e incluso de esclavas compradas a muy bajos precios en los remates de la época. Uno de los casos más conocidos es la de la Casa de Juego del Cerro, una casona aparentemente construida por uno de los más ilustres personajes de la historia colonial de la Isla, el conocido Marqués de la Torre, donde una matrona de origen dominicano llamada “Eulalia la Gorda”, brindaba servicios secretos a otros distinguidos personajes de la época, a través del alquiler para noches de placer de más de treinta negras esclavas compradas a un latifundista arruinado en la villa de Trinidad. El asesinato en uno de sus cuartos del capitán español Inocente Joaquín Ferrera, de paso por la capital en viaje desde México a España, referido en la prensa mexicana de la época, provocó el escandaloso cierre de esa casa y el apresamiento de la dueña. En 1860, informes de autoridades eclesiásticas referidas a “numerosas actividades licenciosas en la isla”, denunciaban la indolencia de los gobernantes españoles hacia el fenómeno de la prostitución que crecía en los barrios bajos e insalubres de las ciudades de la colonia, con cifras alarmantes de más de 500 casas de juego (otras fuentes refieren solamente unas 210) y un aproximado de 15 mil mujeres (otras cifras, en este caso, oscilan entre 5 mil y 9 mil) prostituyéndose “lejos de las leyes de la cordura y de Dios”. El 6 de octubre de 1729 fue designado Gobernador del Departamento Oriental el coronel Pedro Ignacio Jiménez, “quien venía imbuido de deseos de ejercer su autoridad en nombre del rey y con ideas de instaurar toda una serie de medidas centralizadoras, completamente negativas para la nobleza rural de la región (…) Jiménez lesionó al patriciado santiaguero hasta en sus más caros entretenimientos, cuando intervino en el arriendo del juego de gallos y al exigir el cobro de licencias por el juego de toros”12, y claro está, limitaciones de las liberalidades del comercio sexual.

12

Olga Portuondo. Santiago de Cuba. Desde su Fundación hasta la Guerra de los Diez Años. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1996.p.95

En 1731, el entonces déan de la Catedral de Cuba, Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, se preocupaba por el crecimiento desmedido de las enfermedades venéreas en los sanatorios de las grandes ciudades de la isla, reclamo éste (y de otros habitantes de la isla) que fue respaldado en numerosas ocasiones por las autoridades sanitarias de Cuba, precisamente bajo el asedio constante de otras epidemias que asolaban el país, con un record de muertes de alta incidencia en zonas rurales del Oriente y el Occidente. Lo cierto es que, según cálculos registrados en documentos sanitarios de la época, el número de fallecidos por “enfermedades de transmisión de actos licenciosos” ascendían en Sancti Spíritus a 145 muertes, Santiago de Cuba 210, Camagüey 97 y La Habana a 323, sólo en los años de 1733 a 1734. 13 En Santiago de Cuba, sólo en 1792, donde existía una población de negros libres de 2224 y 4288 mulatos libres14, se construyeron cerca de 14 casas de juegos, localizadas en los actuales territorios de Palma Soriano, Songo - La Maya y el Caney de las Mercedes. Las prostitutas de estos negocios eran exclusivamente de origen negro, hasta poco después de finalizada la primera guerra de independencia (1868-1878) en que creció el número de campesinas blancas y españolas pobres residentes que ingresaron a esos prostíbulos. El suicidio de cinco negras prostitutas en una casa de juego en el Caney de las Mercedes, de Santiago de Cuba, y el linchamiento a manos de negros libertos en la llamada Casa Dolores (actualmente en territorio de Guanabacoa) del comerciante andaluz Don Gaspar de Unzueta, como castigo por los constantes maltratos contra prostitutas negras, hechos referidos en varios documentos del propio Morell de Santa Cruz, junto a otras denuncias del clero y de algunas autoridades coloniales de salubridad dio rienda suelta a una especie de censo moralizador que intentó poner coto a un fenómeno que ya resultaba indetenible.

13

Registros de defunciones de las iglesias parroquiales de Sancti Spíritus, Santiago de Cuba, Camagüey y La Catedral de La Habana. 14

Olga Portuondo. Op cit. pp. 65-66.

LAS VOCES

“Tengo fuego uterino, ese es el problema. Por desgracia, soy de esas mujeres que necesitan tener siempre un macho encima. No puedo evitarlo. Un día me dije: Chabely, el negocio es redondo: te complaces con un tipo distinto cada día y recibes un buen pago. No es lo mismo que antes. Hace unos años, cuando ser Jinetera era un pecado en este país, tenía que acostarme con cubanos a cambio solamente del placer. Ahora gozo, cobro y me doy la buena vida. Siempre fuí una lumbrera para eso de los negocios y ya tengo el mío montado: un pequeño restaurante en Centro Habana, cerca del Hotel Inglaterra, que me da ingresos adicionales a los que consigo en este negocio. Le pago a unas negritas porque me atiendan el restaurante y, claro, también tienen su ganancia si venden bien. Pero te digo que si no fuera por esto de ser Jinetera, no hubiera podido hacer la inversión inicial. Sí, puedes decirme Jinetera. Eso no me parece degradante para nadie.” Chabely, 18 años, Jinetera.

Yo miro para arriba y veo que otros meten la mano peor que yo. Imagínate que nada más en viajecitos, en la corporación a la que pertenezco, se gastan unos cuantos miles de miles de pesos. Lo jodido del caso es que casi siempre esos viajecitos no resuelven ningún problema en efectivo. Cerca de aquí, en el Copacabana, puedes encontrarte todos los días a unos cuantos como yo, viviendo la vida, por no decirte que en las discotecas del Cohíba, el Comodoro y el Tritón, los hijitos de esa gente tienen carta abierta para muchas cosas y gastan como si fueran millonarios. En la vida se puede ser cualquier cosa, menos bobo, y aquí en este sector se cumple eso de que el vivo vive del bobo y el bobo del comemierda. Y yo no quiero ser ni bobo, ni comemierda. N.P. Gerente Económico MI Yo era profesor de marxismo en la Universidad y ahora ya ves. El asunto es que uno tiene que ser pragmático en la vida. Estos no son tiempos de andar soñando y cuando tu miras a tu alrededor y te ves con cuatro hijos chiquitos, una mujer que parece un hospital porque siempre está enferma, y la casa cayéndose a pedazos, abres los ojos y te dices que tienes que ponerte para la cosa. El carro me lo gané en el trabajo y en los últimos años sólo lo usaba cuando conseguía un poco de gasolina para ir a ver a mi madre a Santa Clara. Desde que empecé a alquilarlo me va bien: tengo dinero siempre, arreglé la casa, vestí a mis hijos y a mi mujer, como bien todos los días y a veces hasta nos damos el lujo de irnos a Varadero a pasar el fin de semana. Con mi salario de profesor no me alcanzaría ni para comprar los cigarros que me fumo. Lo de chofer en esta zona vino después: descubrí que manejarle a las Jineteras y a los turistas es un vacilón porque siempre se te pega algo y pagan bien. Muchas de esas cabroncitas tienen el dinero que tú y yo no vamos a tener en toda la vida. Armando, chofer particular. Me dicen Celeste.Yo empecé en esto con miedo. Ya habían hecho la gran recogida de Jineteras y las tenían trabajando en los campos y yo me dije que si me agarraban en el brinco, me pescaban y trucutún, pa’llá. Pero me equivoqué de medio a medio. Aquí la tienen cogida con las Jineteras porque más machista que el cubano hay que mandarlo a hacer y porque todo es cuestión de imagen: las Jineteras luchan su vida con los turistas y si las dejaban libres, en un par de años a Cubita la bella la volverían a llamar El Gran Burdel de América, que dicen los de antes llegó a serlo y no había puta ni maricón en el mundo más cotizados que las putas y los maricones de este país. Pero ni pensarlo, niño: no iban a

permitir que esa imagen les jodiera la idea que quieren dar al mundo de que acá hace ya mucho que dejamos a Papá Dios chiquito con su paraíso celestial. Paraíso el de Cuba, la sociedad cubana. Yo, así feo y todo, para mi desgracia, que conste, ligo diariamente dos y tres turistas y cobro caro, porque lo mío va con ron, coca de la buena y todo tipo de instrumentos para hacer gozar. Celeste, 26 años, homosexual.

P

atty, una de las muchachas de la lista que me había dado Loretta en México, resultó ser una mandante, una Reina según la clasificación más usual, inferior en escala a las Faraonas, pero

ubicada de todos modos en un punto alto de esa pirámide que formaban las Jineteras diplomáticas, empresariales, de ocasión, de puyas, de tenis y carroñeras. Como tenía facilidad para hablar y era de esas personas que se ganan la confianza de los demás al primer golpe de vista, se había dedicado (además de venderse ella misma) a proponer a los turistas algunas de las muchachas con las que más se relacionaba, siempre a cambio de algún dividendo una vez finalizado el negocio. “En esto hay tipas que no saben ni escribir su nombre, señor periodista”, me dijo, dueña también de una ironía a veces hiriente, pero muy fina; “ahí entramos nosotras, las leídas y escribidas, las que tenemos pico fino y modales de alta sociedad”. Después que me contó cómo llegó a ser prostituta por una mezcla de simple desilusión y venganza, cuando descubrió que el hombre de su vida, un recio y respetado traficante de piezas de motos y carros que hacía dos años estaba preso, se había convertido en la mujer del jefe de una galera en la cárcel y que le decían La Aspiradora, por aquello de que le aspiraba con el trasero la leche a cuanto mandante se le pusiera a tiro con tal de que lo protegieran, me propuso ir de visita a casa de un chulo que se dedicaba a su mismo negocio: la publicidad del sexo. El tipo se llamaba Ovidio y vivía en una casa que ojalá hubiera sido mía aunque estuviera en la misma Habana Vieja, en la calle Lamparilla. Nada más de entrar, supe que en aquel lugar el lujo llegó, dio media vuelta y se fue, como dice la gente, con el rabo entre las piernas igual al perro sato más sato de la tierra, porque allí en materia de lujo y comodidad todo estaba dicho. Si se miraba de afuera, nadie podría adivinar lo que encerraba aquella casona, justo al lado de un solar derrumbado donde además del escombro que no habían recogido, se acumulaba la basura de todo el vecindario y las oleadas de moscas se levantaban como plagas de langosta cuando uno se acercaba mucho a la acera, donde un pequeño e improvisado muro de bloques de cemento impedía que el basurero llegara a la calle. Otra realidad se

respiraba en el interior de la casa de Ovidio, Publicista y Decorador, según leí en la tarjeta que me extendió a mi entrada: todas las habitaciones, incluidos los baños, disfrutaban del ambiente fresco de la consola de aire acondicionado que gruñía bajo, casi inaudible, como un viejo animal cansado en algún rincón que no logré precisar. Olía a pino y a incienso. No había siquiera una brizna de polvo, como si una mano invisible sacudiera varias veces al día hasta la más diminuta pieza y adorno. Los pisos eran de mármol. El muy cabrón tenía en verdad muy buen gusto. Patty, a quien el chulo conocía desde mucho tiempo atrás (ella misma me lo dijo), hizo las presentaciones. — ¿Como dijiste que se llama el francés? — preguntó Ovidio poco después, hundido en los colchones de una butaca. Sólo un nombre francés me vino a la mente en ese momento: — Alain… — dije. — ¿Delon? ¡Oh, qué alcurnia! — soltó el hombre, dándose sobre la pierna una palmada que me pareció realmente maricona. Era de mediana estatura y de una piel tan blanca, casi transparente, que me recordó esas leches que habían aparecido de nuevo, después de casi diez años sin dejarse ver, en algunas cafeterías de La Habana. — Con ese nombre y siendo francés seguro que es un maníaco a los culos mestizos. ¿Qué coño podía ser un culo mestizo? Me representé de golpe un culo negro, un culo de esos que a mí, un racista por vía paterna me daba un asco del carajo, y hasta pude ver un culo indio: una de mis primeras novias, Ysnavy, había sido una india de las que hay que mirar cuando pasan cerca, dueña de uno de los traseros más apetitosos que jamás haya conocido. Pero, ¿un culo mestizo?… Parece que mi cara me delató porque Ovidio me miró unos segundos fijo a los ojos, se puso de pie y le dijo a Patty: “trae a tu amigo, anda, parece que es nuevo en estos trajines”. La muchacha me tomó de la mano con una familiaridad que hacía aún más verosímil mi papel de viejo amigo y enviado especial de un yuma libidinoso en busca de placer y me condujo a través de varios pasillos (la casa era inmensa) hacia un cuarto donde había unas veinte sillas comodísimas, de esas que salen en los teatros de los congresos importantes, y un enorme equipo de televisión y vídeo, compacto, o para decirlo con la ignorancia del cubano, con el vídeo metido en la base del televisor. “Tremenda pantalla”, pensé — Ahora te voy a presentar algunos culos mestizos — dijo Ovidio mientras ponía un cassette de vídeo. Luego vino a sentarse. Desde su asiento, con un mando automático, apagó las luces y pude sentir el sonido leve, susurrante, de la consola de aire acondicionado que ya había descubierto en una esquina de la habitación. El

televisor se iluminó de pronto, salió el crédito de Ovidio Productions Inc., que se mantuvo unos segundos en la base de la pantalla para dar paso a un anuncio, con letras que entraban dando vueltas, descolgándose desde lo alto, desenrollándose desde una esquina:

DISFRUTE TODO EL FUEGO DEL CARIBE CUBANO.

EL MEJOR CUERPO, EL MEJOR CULO, EL RATO DE PLACER MÁS EXCITANTE DEL MUNDO MODERNO. EXTACIESE CON TODO EL EROTISMO DEL MÁS ARDIENTE INVENTO SEXUAL DEL MUNDO AMERICANO: LA MUJER CUBANA

Y después comenzó el desfile: mulatas muy claras entre unos veinte o dieciocho años.

Plano americano a todo el cuerpo desnudo. Close up a la cara en un gesto sensual distinto en cada caso. Big close up a un lunar justo a un costado del pezón. Paning a una sala donde estaban todas juntas haciendo señas de que fuera hasta ellas al hombre que debía mirar el video. Otro big close up a un tatuaje en una vulva afeitada. Plano medio a una que da la espalda y se abre las nalgas enseñando su agujero anal untado de grasa, mientras asoma la cabeza a un costado y sonríe a la cámara. Zoom in hasta esa que levanta el muslo sobre el brazo de un sillón y de espaldas a la cámara, pero sin dejar de mirarla con todo la lujuria a su alcance, abre con una de sus manos el sexo afeitado y de prominentes vulvas… todo un gran acto de provocación erótica.

En cada imagen, detenida en pantalla los segundos suficientes para precisar si ésa será la elegida, aparecía un recuadro llamativo con los datos de la muchacha:

Julienna Especialista en mamadas a la mordidilla 18 años. Resistente a cualquier embestida anal.

Como periodista que soy, se algo de cine. Alguna vez en mis años de estudiante había intentado hacer pequeños filmes con una camarita de dieciséis milímetros y hasta me había apuntado en un curso pésimo de fotografía cinematográfica que habían dado en la Facultad del Instituto Superior de Arte de 5ta y 20 en el Vedado. El tipo que había hecho aquel vídeo de promoción porno era buenísimo con la cámara. Duraba una media hora. — ¿Qué te parecieron ésas? — me dijo el chulo apagando el televisor con el mando automático. — Si no te gustan, hay más. Me había quedado sin habla. ¿Sería posible que aún estuviera en La Habana? ¿Por una de esas cosas de la vida no había roto la barrera del tiempo y el espacio y había ido a caer a otro país? ¿Hasta dónde la realidad seguiría sorprendiéndome desde que decidí meterme a investigar aquel mundo oscuro, cada vez más siniestro? Una seña de Patty me recordó a lo que había venido. — Tienen buen culo — dije por decir algo —. Pero al tipo le gustan más moderadas, menos grotescas… vaya, más artísticas, de gente más joven, recuerda que es para fotos. — ¡Me gusta eso! Un pervertido Santón — dijo Ovidio y llevó a su cara una sonrisa larga, casi una máscara, para ponerse serio al instante —. Pero eso cuesta mucho más caro… La calidad hay que pagarla. — No importa — corté, y me recostó en la silla, como esperando —. El dinero no le preocupa a mi amigo. No había terminado la frase cuando el tipo se puso de pie y buscó en el mueble del televisor, en una puertecilla baja, donde vislumbré una cantidad exagerada de cassettes. Finalmente seleccionó uno, lo introdujo en la casetera y volvió a sentarse. — Si son fotos nada más, doscientos cada hora por muchacha; si quiere sexo, son quinientos por cada una. Y encendió. También había un anuncio.

LA INOCENCIA DE UNA NOCHE CUBANA

BÉBASE TODA LA JUVENTUD DE UN CUERPO JOVEN HÁGASE JOVEN VIVIENDO UNAS HORAS DE PLACER SANO TIERNO VIRGEN

Y otra vez el desfile. Comencé a descubrir algo que me había costado entender en aquellos meses de búsqueda para mi trabajo. Las imágenes que pasaban ante mis ojos me abrían todos los sentidos a una realidad que siempre creí asunto de otras latitudes, de otros países, nada que ver con la tranquila apariencia de Cuba: aquel vídeo eran tan porno como el primero, pero la mayor de esas actrices que me llamaban (y hasta me excitaban, no puedo negarlo) desde el otro lado de la pantalla, desnudas, y en posiciones sexualmente agresivas, tendría unos catorce años; la menor, unos nueve. Ovidio disfrutaba el vídeo y me miraba de cuando en cuando con mucha complacencia, como quien se sabe autor de una obra de arte digna de elogio. Estuve a punto de cogerlo por el cuello o pararme y mandarlo a la mierda o salir y denunciarlo al primer policía, pero la mano de Patty aferrándome al brazo de la silla me hizo entrar de nuevo en mis cabales. Fue entonces que algo la vi: Una de las niñas me pareció conocida, pese al intenso maquillaje de tigresa que le habían puesto, con grandes franjas amarillas sobre su cuerpo desnudo: tenía unos ojos preciosos, achinados, un cuerpecito de sirena, algo delgado, pero con muchas curvas, unas caderas un poco desproporcionadas para su tamaño y unas nalgas paradas y llenitas, aunque no tan grandes en comparación con sus caderazas. Quise estar seguro. — ¿Me gusta esa? — dije —. ¿Cómo se llama? — Esa es la mejor de todas — me respondió Ovidio, poniendo una pausa al vídeo y deteniendo en pantalla la imagen de la muchacha. Tampoco dejé de mirar hacia el televisor. Sí, me dije, que tire la primera piedra quien esté libre de pecado y apreté la mano de Patty en señal de que algo había encontrado. “Es una de mis vecinas”, le dije en voz baja al oído, “ahora sé que es verdad lo que dice la gente: estudia de día y jinetea de noche”.

— Se llama Alina — continuó Ovidio sin escucharme —. Trece añitos y mira qué bien distribuidos… —hizo silencio y volvió a correr el vídeo para detenerlo de nuevo en otra imagen de la niña aún más provocativa: abriéndose de nalgas a la pantalla y enseñando una vulva abultada, provocativamente abierta por sus propios dedos —. Su nombre artístico es Lina… Lina la Tigresa.

EVAS DE NOCHE

Jinetera de tenis. Un body verde le sujeta las tetas, grandes, de pezones oscuros que se marcan sobre la tela. Un short de mezclilla. Unas plataformas negras. El pelo recogido en un moño en lo alto de la cabeza. Hace una hora vio entrar y sentarse en las mesitas de la cafetería a los tres turistas gordos y en shores blancos que ahora la miran y toman cerveza. “Parecen ranas blancas”, piensa. Ella se ha sentado en una mesa aparte y los mira insinuante, pero no le hacen caso. Por eso se pone de pie y camina hasta ellos. — ¿Buscan chica los señores? — dice, aún de pie, con las manos apoyadas en la mesa. Los turistas se miran. Luego sonríen. — ¿Te atreves con los tres? — pregunta uno. — Son veinte dólares — dice ella —. ¿Vamos? — No pagamos hotel, ¿tienes dónde? — Aquí cerca hay un edificio derrumbado y a oscuras — dice ella y echa a caminar, felina, candorosamente.

LOS HIJOS DE SADE

M

aruja tiene 64 años. Desde los 14 años, fecha en que viene desde el pueblo matancero de Aguacate a La Habana, y hasta 1959, cuando triunfa la Revolución, trabajó en un burdel

del barrio de Colón. Matricula en un curso de Contabilidad y durante más de veinte años trabaja en una empresa de cajera-pagadora. Su único hijo se va con su padre en una balsa hacia los Estados Unidos en 1986. Cuando se despenaliza el dólar y se otorgan permisos estatales para negocios por cuenta propia, gracias a envíos de dinero de su hijo, monta una de las Paladares más conocidas en La Habana. En 1992 compra una casa en la playa de Varadero con la finalidad de instalar un negocio de citas clandestinas. No quiere dar más datos. Maruja es sólo “mi nombre de guerra”, dice. Tiene 13 muchachas trabajando para ella en todo Varadero, usando la casa como base de operaciones. La menor de sus “chicas” tiene 13 años; la mayor, diecisiete. ¿Qué recuerdos tienes de aquellos años de principios de la década del 50 en que llegaste a La Habana? Los peores. Debo decirte que fui una de esas mujeres para las que la Revolución fue una luz, la llave que abría la puerta a la libertad. Llegué a La Habana con doce años y por mediación de un tío mío que trabajaba de chofer en casa de una familia rica en el reparto Miramar comencé a trabajar de sirviente en la casa de un personajón de este país: Panchín Batista, uno de los hermanos del dictador Fulgencio Batista. Y te lo digo así, dictador, porque desde el burdel donde trabajé en Colón colaboré mucho para tumbarlo. Si te cuento mi historia vas a decir que es cosa de telenovelas, pero Cuba es un país donde las cosas pasan así y nadie se da cuenta y de pronto un día se ve como retratada en una novela de la tele. De esos años, además, me queda el amargo recuerdo de que Lázaro Peña, a quien mi familia mató el hambre muchas veces cuando era un don nadie, fuera uno de los comunistas que hizo juego a la absurda orden de que no debía darse reconocimientos a quienes éramos “personas con problemas”, es decir, a un gran número de homosexuales, prostitutas, chulos, que también estuvieron dispuestos a dar su vida por tumbar al cabrón de Batista. Lo risible de todo eso es que muchos de esas “personas con problemas” hicieron más por la revolución que los mismos comunistas, que siempre le hicieron la ronda a Batista y

sólo se sumaron al carro de Fidel cuando vieron que no iban a poder joderlo. Me sentí traicionada y no se me olvida nunca que volví a recobrar esa confianza un 8 de mayo del 59 cuando escuché a Fidel decir que esta revolución no era roja, era verde olivo. Fue triste también ver cómo él mismo la fue pintando de rojo punzó. ¿Es cierto que fuiste la amante de uno de los mafiosos norteamericanos que vivían en La Habana de esa época? No puedo decirte que fui “la amante” porque el muy cabrón se desquiciaba por cualquier culo de mujer, y algunos se atrevieron a decirme que le gustaban también los traseros de otros machos. De todo hay en la viña del Señor. Pero sí, y esa fue la mejor etapa de mi vida. En la casa de Panchín me empaté con uno de los choferes, que fue el que me hizo mujer, y un día que estábamos en la cuestión nos coge el muy cabrón a los dos en cueros y nos despide. Nos fuimos a vivir a la casa de Orestes en el barrio de Cayo Hueso, en Centro Habana, y ahí estuve casi un año hasta que lo mataron en una bronca callejera, dicen que por el culo de otra mujer que tenía mi marido cerca de la casa. Me había hecho muy amiga de Carmita, una muchacha que trabajaba en una casa de putas del barrio de Colón y allá me fui, decidida a todo con tal de comer, porque pasé más de un mes a expensas de las limosnas de los vecinos y el futuro lo veía negro. Estando en el burdel conocí a Meyer Lansky. ¿Cómo era? El tipo más dulce del universo. Si te digo lo contrario, te mentiría. A pesar de todo lo que la gente comenta hoy de él, que si se metió a vender mujeres, que si mataba a cualquiera, que si era asesor de Batista para la lucha contra los obreros y los comunistas; a pesar de todo eso, en la vida íntima, conmigo, era una persona muy buena, atento a cualquier pedido mío. Fíjate que al mes de estar conmigo me dijo que no tenía que seguir en aquello y me alquiló un apartamento para mí solita en la calle Oquendo, en Centro Habana, en un edificio de piedra enorme que se llama Arbos. ¿Pero seguiste trabajando en el burdel? Cosas de las vida, niño. Estuve tranquila en mi apartamentico, que era una joya, y donde tenía todo tipo de lujo, hasta un día en que me aburrí y volví al burdel. Claro, a escondidas de él, y atendiendo a gentes que aunque eran importantes no tenían contactos con Meyer. El venía todos los viernes por la noche y, a veces, los lunes y los domingos. Esos días yo volvía a la casa como si nada hubiera pasado. Las muchachitas del burdel me ayudaron mucho: ellas trabajaban abajo, me buscaban a los tipos y me los subían a mi habitación. No entiendo porqué si tenías de todo, volvías a esa vida. La explicación es muy sencilla, niño: a la que nace para puta, del cielo le caen las trancas. Y yo, desde que tuve diez años, supe que iba a ser una puta de marca mayor porque ya por esa época me

gustaban todos los niños de mi barrio allá en Aguacate y los miraba de una forma bien distinta a como mira una niña de esa edad a sus amiguitos. Por eso no me traumatizó nada de lo que pasé después. Si te digo que sufrí cuando murió Orestes, cuando tuve que dispararme en la cama a unos cuantos vejetes ricos y a unos cuantos negros pobretones también que gastaban sus pocos quilos en nosotras, te estaría mintiendo. Peor me sentí cuando supe que Meyer tenía otra puta, alguna gente le dice Carmen, otros le llaman Carmela, y que se la llevaría del país si tenía que irse. Todo se conoce en esta tierra y en el mundito de las putas el chisme es como el pan nuestro de cada día. Pero me recuperé enseguida. A mí me gustaba sentirme poseída cada día por un hombre y eso lo he ido perdiendo sólo ahora, cuando ya soy una vieja. Tampoco entiendo cómo haces hoy a otras lo que a ti te hizo la situación social en aquel tiempo. ¿Ves? Ahí te equivocas. Todo es problema del punto desde donde se mire la cosa. A mí nadie me hizo nada. Yo fui puta porque iba a serlo aunque hubiera sido la mujer del mismo Presidente de la República. Tú puedes decir que la situación me fue llevando a eso, pero es problema del destino: alguna vez llegaría el día en que yo me metería a puta. Y con estas niñas que has visto pasa lo mismo. Todas son de Cienfuegos. Cuando compré la casa pensaba montar un pequeño restaurante en la planta baja, pero lo de la casa de putas se me ocurrió después y a partir de una de esas mismas muchachas. Zulema, la mayor, vino un día buscando alquiler, se lo di y con los días nos hicimos amigas. Ella fue la que me habló de que había muchas putas buscando casa y que el alquiler podía ser un buen negocio. También me fue trayendo a las otras hasta llegar a las 13, que para mí es un número sagrado, aunque la gente crea lo contrario. Simplemente, y creo que a muchos les pase igual, es como si las estuviera ayudando. Y nos parecemos mucho. ¿Viste esas fotos que te enseñé donde aparezco junto a Meyer? Yo era una mujer muy bonita y estaba destinada a ser puta. A ellas les sucede lo mismo. Aunque fueran millonarias, serían putas. Fíjate que antes de esto, unas cuantas de ellas ya se ocupaban de meterse en las maniguas con los hombres del pueblo, en Rodas, Parque Alto y Congojas, creo que se llaman esos pueblitos. Hay que oír los cuentos que hacen. ¿Qué turistas vienen a buscarlas? De todos los países. Eso de que el turista viene a Cuba a ver sus bellezas, puede ser cierto, pero la mayoría de los turistas hombres se las agencian para buscarse su compañera en esos trajines; si vienen solos, claro. Ahora, los que más llegan a buscar mujeres son de México, Colombia y España, y en menor número, de Canadá, Italia y Alemania. Imagínate tú que mis chicas han estado hasta con japoneses. Y los muy feos pagan bastante bien. ¿Desvíos sexuales…?

… son normales. Yo digo que todo hombre, toda persona, tiene un diablo adentro cuando le toca estar encueros con alguien. Patricia, por ponerte un ejemplo, una vez se topó con uno, creo que canadiense, que se cagaba cuando se venía y dice ella que el olor a mierda le ponía durísima la mandarria. Otros, aunque uno los vea hombrazos, son enfermos a usar consoladores que se meten en el ano mientras clavan a la muchacha. A Manuela la salvé una vez, ahí, en el segundo cuarto, de un alemán que le gustaba clavar por el culo y dar piñazos en la espalda a la que clavaba. Ellas me cuentan que alguna de sus amigas siempre están marcadas porque hay un español dueño de una firma discográfica radicada en La Habana que es enfermo a conectarse un poquito de electricidad en el rabo cuando tiempla y que tiene un aparatico y todo para eso, que es lo que deja las marcas. Ramona, otra de las que se dedica aquí en Varadero a este negocio, perdió a una muchachita de unos quince años hace unos seis o siete meses porque un inglés, que se veía muy fino el tipo, le arrancó el clítoris de una mordida y la pobre se fue en sangre. ¿Y la policía? Bien, ¿y tú? Mira, niño, en este país, cuando las cosas no quieren verse, no se ven. Aunque te parezca mentira, esa muchachita estaba jineteando con el consentimiento de sus padres. Iba por la mañana a la escuela y por las noches salía a buscar el dinero que se gastaba en su casa. No sé cómo pueden hacerlo, porque a mí me es difícil pensar que eso pueda ser posible, pero el lío es que sucedió y que cuando la niña se desangró, Ramona la llevó con sus padres, les dijo que les pasaría un salario mensual si se callaban y ellos buscaron un médico y todo eso y el asunto quedó en que se había muerto de leucemia. ¿Tus chicas sólo buscan hombres o también se meten en negocios con lesbianas, sexo en grupos…? Ya tú ves, ese es uno de mis grandes rollos. La mujer que nace puta es puta y es enferma a que la claven con un rabo, mientras más grande mejor. Mis chicas son de esa categoría y me cuesta tremendo trabajo, a veces hasta he tenido que golpearlas y amenazarlas con dejarlas en la calle, para que acepten acostarse con lesbianas que buscan muchachas bonitas como ellas. Lo jodido de las tortilleras es que nunca andan solas y les encanta hacer cuadros de tortillas; por si no entiendes, que se ve tú no eres de estos trajines: prefieren que haya cinco o seis mujeres haciéndose en cueros lo que tú no te imaginarás nunca, porque las cosas que se les ocurren a las lesbianas no son fáciles de contar. Por otro lado está lo de las templetas en grupos.

Cuando se conocen, como las mías, están

acostumbradas a verse juntas y eso ayuda. A veces es un tipo que quiere dos mujeres o dos tipos que quieren tres o cuatro y ellas les hacen gozar y se tocan entre ellas. Me han dicho que ya se conocen tanto que es como acariciar a una hermana. ¿Han tenido que entrar en negocios de sexo con niños?

Ni que estuviera loca, niño. Hay cosas en la vida que una no quisiera conocer, y en mi caso, esa es una de ellas. Se me revuelven las tripas nada más de pensarlo. Los niños son una cosa tan linda, tan tierna que estas porquerías no deben alcanzarlos. Quien rompe así, con una mierda tan cochina, la inocencia de un niño, no debe tener perdón de Dios ni de nadie, aunque se arrepienta un millón de veces. Sí te voy a decir que cada vez eso está más difícil de condenar por moral y hasta por ley porque en este país ya las niñas de doce años andan buscando su pareja. Antes era distinto, los tabúes de la sociedad nos hacían pensar en eso, pero sólo pensar. Hoy te encuentras que cualquier niña de trece años ya dejó de ser virgen y hasta unas cuantas tienen una lista larguita de hombres a esa edad. Entonces uno tiene que preguntarse, ¿son niñas realmente, aunque por ley biológica y social se les considere vejigas? Eso es algo en que la gente no piensa cuando critica la prostitución con niños. La libertad con que en Cuba se habla de sexo, de protección y de educación sexual, creo que ha provocado que cada vez la edad del primer contacto sea más temprana de forma cada vez más masiva. Otra cosa es con niñas y niños menores de diez. A veces llegan turistas enfermos sexuales que buscan y pagan casi un capital porque le busquen niños o niñas chiquitas, aunque debo decirte que lo que más abunda son los viejos maricones que quieren que un niño chiquito se la chupe. Y pagan bastante por eso. Sé quien se dedica a esos negocios, que tampoco son cosa de todos los días, vamos a ser justos, pero conmigo eso no va. Es la mierda más grande que he visto. Entre 1995 y 1996 se realizó una gran operación tratando de erradicar, o por lo menos, dar un gran golpe al Jineterismo aquí en Varadero. Evidentemente, tú sobreviviste a ese golpe. En la vida lo único que no se puede ser es una despistada. ¿Tú crees que en este país donde siempre hay un ojo que te ve se puede mantener una casa de citas como la que yo tengo sin tocar en los lugares donde debe tocarse y con la moneda que debe hacerse? Es un asunto muy delicado. Sólo te voy a decir que el primero que vino a avisarme lo que tendría lugar dos meses después fue uno de esos mismos que estaban en esa operación que tú dices. Yo mandé a mis chicas para su pueblo, les di vacaciones y un buen poco de dinero para que se estuvieran quietas, y puedo asegurarte que hasta se trazaron nuevas estrategias para sobrevivir en esto cuando regresaran. Cuando los grandes estrategas hacen sus planes, y eso creo que ha pasado a lo largo de toda la historia, se olvidan de que los que van a ejecutar sus ideas también tienen ambiciones materiales, lados flacos, corrupciones, o simples pero terribles problemas familiares por resolver. Cuando uno tiene dinero y se dedica a negocios como éste hay que trazar dos tácticas para el triunfo, y casi siempre se triunfa: una, no enseñar a nadie todas las cartas, y dos, comprar o hacerse amiga de Dios y del propio diablo al mismo tiempo, si es preciso. En otras palabras: si yo te dijera mi nombre y tú salieras a preguntar, te iban a decir que soy una de las muchas comunistas comecandelas que hay en todo esto y sus alrededores.

Entonces, ¿te parece mal que se persiga el Jineterismo y todos los males que él acarrea? Sobre eso tengo mis preguntas y ojalá los que organizan esas persecuciones algún día escuchen a los de abajo y las tengan en cuenta: ¿por qué en Varadero y no en La Habana donde la cosa es más difícil y hasta terrible porque incide la doble moral?, por lo menos aquí en Varadero la que es Jinetera lo es siempre, pero allá se da el caso de muchas profesionales que andan detrás de los turistas, los mismos trabajadores de las instalaciones turísticas a muchos niveles y no sólo en la base, las niñas de trece a diecisiete años que van por el día a la escuela y después se van juntas por la noche a jinetear, y otras cosas más que aquí no suceden por lo menos tan en masa. Otra cosa: ¿por qué se persigue al jineteo practicado por las mujeres y no al que practican los homosexuales? Yo misma sé, puedo darte nombres y datos que te van a poner los ojos como platos cuando oigas la cifra de prostitución masculina que hay en La Habana y aquí no abunda tanto. ¿Es que ser maricón es más honesto que ser puta? Por algún lado habría que empezar, ¿no crees? Podría ser una respuesta. Pero ahora me voy a poner las puyas de señora graduada en contabilidad y te voy a preguntar: ¿si tú tienes dos zonas: en una hay unas cinco mil prostitutas registradas y un aproximado de siete mil putas ocasionales y en la otra hay unas siete mil prostitutas registradas y unos cientos de putas ocasionales, por donde comenzarías una campaña de limpieza? Por la que tiene cinco mil registradas y siete mil ocasionales, porque este último dato puede ser mayor, ¿no? Exacto. Y ese es el caso de Varadero y La Habana, aunque los números que te puse son aproximados. Por muchas putas que haya en Varadero, en Santiago, o en otros polos de turismo, nunca va a ser lo mismo que en La Habana. Allí el fenómeno es mucho mayor. Por ejemplo, tú mismo dijiste que habías entrevistado a más de veinte chulos en La Habana. Yo te puedo decir que los de aquí no llegan a esa cifra. Se quedan muy por debajo. ¿Le cogen miedo a los ojos del pescado? Yo no diría tanto. Hay un amigo mío, te voy a decir que es un dirigente pero no su nombre, que dice que lo que más le molesta del modo de dirigir en Cuba es la técnica del plug. Para que entiendas, y es algo que la gente comenta mucho en la calle, te lo explico con este caso: crece el turismo, vienen los turistas buscando mujeres, nadie en el gobierno critica como debe hacerlo que la publicidad turística cubana es un culo de mulata, tabaco, ron y una playa, pero el culo de la mulata es lo que más se ve. Tiene que llegar una campaña internacional sobre los derechos de la mujer, o que suene alguna declaración de un anticomunista en el exterior sobre la mujer en Cuba para que aquí se empiece a tratar de resolver un asunto al que se ha dejado correr más de la cuenta. Ahí es cuando se conecta el plug. Pero

la misma realidad se impone, corre el tiempo, el plug se conecta en otro asunto también importante y al olvido lo de las Jineteras. Así nunca se va a resolver el asunto. Además, te voy a hacer una última pregunta: ¿tú crees que se resuelve el lío de las Jineteras metiéndolas presas a todas? Mientras existan las causas por las que eso pasa, metes a esas presas y aparecen otras, que quizás sean más que las que recogiste. Una colega mía que publicó un trabajo sobre el tema dice que no es la situación social la que obliga a estas mujeres a meterse al jineteo, como pasa en otros países. ¿Qué tú crees de eso? Yo leí el trabajo. Todos, los que aparecieron en el Juventud Rebelde y los del librito que, por cierto, anda por ahí todo marcado porque me gusta marcar las cosas cuando las leo. Sí eso puede ser cierto. Hace un mes o dos vino a verme un marroquí que es profesor en una universidad de España y hablamos del tema. Es un viejo amigo de cuando él estudiaba en Cuba y vivía cerca de la casa. Me dijo algo que me puso a pensar y que ahora no puedo contestarte: algo así como que nosotros miramos la realidad cubana con ojos de un pobre en el capitalismo, que teníamos que mirar nuestros líos con ojos cubanos. ¿Algo así como que no podemos mirar las causas de la prostitución en Cuba con los ojos con que se mira la prostitución en otros países? ¡Anjá! Porque mira, las putas allá afuera son putas casi todas porque si no se mueren de hambre. Aquí ese no es el asunto porque ese es un problema resuelto, medianamente, pero resuelto. Tiene que haber alguna otra causa, ¿no crees? Es decir, ¿que si miramos el asunto de ese modo corremos el riesgo de tener los ojos cerrados para poder ver causas reales en el caso de Cuba? Eso mismo. Una última pregunta, Maruja: después de esa persecución, ¿ha cambiado la forma del Jineterismo? ¡Y de qué modo, muchacho! Fíjate que ya hasta las palabras van cambiando: de Jineteras a clandestinas, de Jineterismo a clandestinidad, y hasta los jodedores llaman a los chulos “jefes de células”, comparándolas con los años de la clandestinidad contra Batista. ¿Eso no será peor? Es peor, niño. Por ejemplo, mis chicas trabajan aquí o en Cárdenas, se consiguieron familia o maridos aquí y por la noche vienen a trabajar en lo otro. Es una forma más de la doble moral, niño, que parece que en este país todas las leyes empujan a que la gente se ponga una máscara y hasta lleve una doble vida. Varadero, agosto 1998

SARA

N

o logré nunca cruzar dos palabras con Alina, aquella vecinita que se hacía llamar Lina la Tigresa. Todas sus relaciones, según descubrí tiempo después, eran travestis y algunos

chulos relacionados con el mercado de la prostitución infantil. Confieso que, a pesar de varios contactos, de valiosas recomendaciones, jamás llegué a sacar mucho de estas personas. Todas las puertas que cubrían este negocio de sexo con niños, permanecieron cerradas. Pude saber que solamente en La Habana negociaban con niños Yoyi, El Galán, la Viuda Porcina, Tiemblatierra, Carajote y el Doctor Miguel, sobrenombres todos, como podrá suponerse. La entrevista que a continuación transcribo, elaborada para limpiar algunas frases en exceso soeces, fue lo más cercano que tuve de esta otra variante de la prostitución y me dio la idea de escribir una de mis novelas: Las puertas de la noche.:

A mí la naturaleza me castigó, niñito. Mírame, ¿tú crees que con estas pestañas y estos ojos yo debí ser macho? Una injusticia de Mamá Natura o de Dios, quién sabe. Lo que sí puedo asegurarte es que en toda La Habana no hay una mujer que se mueva como yo en la cama, y eso que me falta un huequito. Y aquí donde tú me ves, soy disputadísima: los hombres me llueven, porque esto es igual que la vida. Si para morirse lo único que hace falta es estar vivo, para ser maricón solamente hay que ser hombre. ¿No sabías que Freud afirmaba que todo hombre es potencialmente homosexual? Excelente teoría. Yo me lo he leído completo, o casi. Mi segundo compañero en la vida, una loca de carroza así como yo, que no me da pena decirlo, era fan a Freud y como estaba empatado con un alemán que era enfermo a los jovencitos, y más si eran mulatos y habían venido a la tierra bien armados, mandaba a comprar los libros. Directo de la mata. Y fíjate tú qué cosa, Freud, que escribió de todo y en vez de materia gris tenía semen en la cabeza, no llegó a dar con la verdad de mi caso. Porque te repito que si en este país se pudieran hacer cambios de sexo, ya yo me hubiera empatado una bella, profunda y lubricada vagina. Soy de los que prefieren ser poseídos. Para mí, el rabo es para mear y más nada. Prefiero estar como Cristo en la cruz: clavado. Y me encantan los clavos gordos. ¿Yoyi? Claro, niñito. También es maricón,

aunque lo disimule. Como dicen por ahí: a él le gustaría ser una ambulancia para que le metieran un tipo por detrás y salir gritando aaaaaaaaahhhhhhhhh como una sirena. Desde antes de entrar a la cárcel lo era, y dentro, en la jaula, le decían Marlene la Mamadora. Se puso de suerte y lo mandaron para una prisión en Camagüey y por eso aquí nadie sabe lo de su descoque fálico, ¿se dice así? Viene todos los viernes. El cuartico que está al fondo, ese que tiene la puerta de caoba negra, es only for turist, but only for expensive turism: Una foto a dos muchachas tortilleando, ¡me encanta, ¿sabes?!, unos tipos con unas mandarrias descomunales clavando a un o a una modelo — claro, muchas veces yo soy la modelo —, una buena templeta con perros… y lo mejor de lo mejor, aunque eso sucede una vez en un millón: un cuadro de tortilla con niños. Bueno, no tan niños, que los menores tienen nueve años y ya a esa edad, en este país, los niños saben bien qué cosa es un rabo y un bollo. Eso vende muy bien. Y Yoyi está siempre donde hay mejor venta. Mira, una de las tipas que más vende es una niña de unos doce o trece años; creo que se llama Alina o Lina o Tina, no recuerdo, pero siempre anda con él. Es igualita que yo: le encantan que la claven por atrás. Si ves los vídeos que les venden a los turistas con ella moviéndose así, bien clavadita, y con su carita de vieja gozadora. ¡Y lo que les hace a los perros! Hay uno de los niños que tiene once años y ¡dios mío!, ¡qué bien dotado! Te lo puedo asegurar porque yo lo miro to-do, to-di-to; figúrate que se hacen con mi cámara de vídeo, pero esas cosas con niños me deprimen. Tú ves, ahí comparto una de las verdades que se anuncian en la tele: los niños nacen para ser felices. Pienso que aún cuando estén gozando la papeleta antes de tiempo, eso no debe hacerlos muy felices, aunque hay algunos que gozan como cualquier adulto. Sin embargo, para qué mentirte, niño, me fijé en ese muchacho porque cuando crezca va a ser un primor de macho: Yosiel, porque así se llama, tiene unos pechitos que serán pechazos, ya tienen la formita y todo, y eso que te digo: cualquier loca daría la vida por ser crucificada por una mandarria de ese tamaño. ¿Qué más decirte?: que esto es normal, niñito. En este país, y con la situación que tenemos, nada es como para asombrarse. Cuba es una vieja con colorete: puta como puta es la madre patria, llena de vicios y cubriéndose las arrugas con maquillaje; para los que la miran pasar, desde afuera, es una vieja interesante, atractiva, conservada, decente. Sólo los que vivimos con ella sabemos la verdad. Por ejemplo, las mujeres cubanas viven en tremenda incertidumbre: supón, y no te ofendas, niño, que eres mujer y no te gusta ser una puta, pero tienes que hacerlo para vivir como una persona decente, porque para tu desgracia, lo que aprendiste en este país no vale más allá de un sueldo de mierda que te da sólo para comprar la canasta basiquísima que mandan y que alcanza sólo para unos días. Piensa en eso: ¿qué podrías ganar? 295 pesos: quítale el pago del sindicato, el día de haber para las MTT que por suerte es una vez al año, el pago de todas las instituciones, ¿le dicen así?, a las que perteneces, la cotización del CDR, de la FMC, de la electricidad, de las viandas poquísimas que llegan al puesto y de los mandados, el gas, el agua y, si tienes, teléfono. En fin, te quedan unos pesos que se te van en transporte y algún refresquito que te compras de camino a

la casa. Eso, si no tienes vicios. Si fumas, estás embarcada. El cigarro o la vida. Por eso la gente bisnea, se mete en negocios sucios, venden lo invendible y no se ponen precio porque perderían lo único que tienen: la libertad. Yoyi es uno más en el montón, niñito. Un hijoeputa con marca estatal de calidad con círculo, como dicen por ahí, pero un luchador, y acá abajo, en “la marginalidad”, como nos llaman allá arriba, la defensa siempre está permitida. ¿Tú sabes por qué me dicen Toño La Gansa, aunque prefiero que me llamen Sara? Porque me hago el bobo y para todo el mundo, hasta para la policía, soy una loca de carroza que todo lo que tiene lo consigue vendiendo el culo al mejor postor. Esta Sara que tú ves aquí, con estos ojazos que van a comerse los gusanos alguna vez cuando yo sea bien viejo y esté cansado de gozar, se ha pasado por la aspiradora a más de mil desde que tuvo su inicio a los doce años. Fue en la escuela al campo, ¿sabes? Había un negrazo que mandaba una mandarria que ni el burro del aguatero en el campo. Lo descubrí un día que fue a mear y ya tú sabes: las letrinas sanitarias no tienen separación ninguna, es un hueco al lado del otro y uno se agacha y suelta la porquería o se para, apunta y dispara el chorro hacia la acumulación de mierda que hay en el fondo. Pues entramos juntos, niño, y cuando se sacó el mandado, ¡Dios mío!, por primera vez en mi vida, yo, que no soy goloso, tuve deseos de tirarme y coger aquello y chupar y chupar como si fuera un caramelo. Ahí descubrí que yo era maricón. Antes sentía que las muchachas no me llamaban la atención y que, por el contrario, me extasiaba con los niños lindos de mi escuela. Pero sólo la visión de aquella monstruosidad hermosa me sacó a flote mis ansias de mujer. Yo esperaba a que se metiera en el baño y entonces me desnudaba y hacía como que me bañaba, siempre en la bañadera que quedaba justo frente a la que él usaba, y lo miraba y lo miraba y el tipo se daba cuenta, pero se hacía el de la vista gorda. Un día nos cogió tarde y ya todos estaban formados para pasar al comedor y yo limpiaba el albergue, pues ese día estaba en la brigada de limpieza con aquel negrazo. Al terminar, nos metimos juntos a bañarnos, como siempre, y sin decir una palabra vino hacia mí y me plantó esa hermosura delante, me puso una mano en el hombro y me empujó hacia él. Me vi chupando aquello con un gusto que para qué decirte. El negro se contorsionaba de placer y gemía y decía “así, así, así” y de pronto se separó y yo pensé “coño, qué corto fue”, con deseos de seguir lamiendo y haciendo crecer esa cosa enorme en mi boca, y el tipo me viró de espaldas, me abrió las nalgas y ¡Ay, virgencita!: las estrellas, los cometas, la galaxia, el polvo celeste, hasta Dios en su trono vino a decirme que ser penetrado de aquel modo era la gloria. Me sentí mejor que Yuri Gagarin. Yo era el primer cosmonauta que había atravesado la galaxia completa sin nave espacial. ¿Sabes cómo me llaman los socios?: Sara, La Suprema. Aunque es verdad que hay muchas locas envidiosas que me dicen Sara, la Aspiradora, porque dicen que mi ilustre trasero está tan degradado que cabe cualquier cosa. Hay hasta una loca científica, enferma a eso de la astronomía, que me puso Sara, el Agujero Negro. Detrás de su envidia, esa, la loca astrónoma, tiene toda la razón: el que prueba mi

agujero, se pierde. Y esas mañas yo he sabido usarlas para mi buen provecho. ¿De dónde tú crees que salen todas esas cosas que tengo en mi casa? Inversiones, niño, inversiones. Que en eso fallan las Jineteras, o por lo menos la mayoría: se mandan una tranca, se dan un gustazo, cogen el dinero, se lo gastan en perfumitos y en mierdas, en comidas y tragos, y en hacerse las poderosas delante de la gente, para que no digan que Jinetera y mierda es lo mismo. Pero no invierten. Y una inversión, niño, es un equipo moderno, un cuadro de alguien que haya perdido su tiempo con buen arte, cosas de valor que después que se te vaya toda la belleza del cuerpo puedas vender para seguir viviendo bien. Eso es una inversión: no morirse de hambre, fealdad y vejez cuando se vayan a la mierda tus mejores años. Claro, aunque sea maricón estoy bien claro de algo, niñito: en este país, la mariconería no es negocio. O por lo menos todavía no lo es. Ojalá mis santos me oigan y vengan esos buenos aires a esta tierra. Eso hace que se persiga a las pobres jineteritas y que a nosotros, que casi somos tantos como ellas, se nos deje hacer nuestra labor tranquilamente. ¿No te dije que cada vez vienen más turistas maricones a este país en busca de la colosal mandarria del cubano? Pues ya está dicho. Mi ley es una: no me interesa lo que pase allá atrás; yo alquilo el cuarto, alquilo la cámara de vídeo y pongo el contacto para si quieren reproducirlo. Cobro y bye bye que ojos que te vieron no te quieren volver a ver, a no ser que regreses con dolaritos por delante. Que sigan pensando que vivo de dar el culo. Mi verdad es otra y si te la cuento es porque vienes recomendado. Pero, por si acaso, Chabely me dijo que te recordara que si vas a poner esto que te conté pongas Sara, porque gracias a Dios hace años nadie se acuerda de mi verdadero nombre. La Habana, agosto de 1993

Nota del Autor:

En el 2002 Sara abandonó sus negocios con la prostitución y permutó hacia Miramar. Actualmente sobrevive del alquiler ilegal de su vivienda.

TRES

“Porque el mandamiento es lámpara, y la enseñanza es luz, y el camino de vida las reprensiones que te instruyen, para que te guarden de mala mujer, de la blandura de la lengua de la mujer extraña. No codicies su hermosura en tu corazón, ni ella te prenda con sus ojos; porque a causa de la mujer ramera el hombre es reducido a un bocado de pan; y la mujer caza la preciosa alma del varón.” Proverbios 6:23-26

L

a casa en la mismísima Siberia de Alamar nada tenía que envidiarle al cuartucho que tuve después en La Habana Vieja: los techos afeados por las burdas marcas de las uniones del

fibrocemento, las paredes con la cal desprendiéndose por la humedad que se filtraba desde algún sitio hacia el repello mal dado, las puertas de los cuartos construidas como a machetazos sobre una madera de pino pésimamente cortada, las instalaciones eléctricas despegadas de los huecos donde las había colocado una mano guiada por una cabeza bruta. Un desastre. Eso encontramos cuando abrimos la puerta del apartamento en aquella zona alejadísima de la ciudad, en la cual los edificios, de construcción rusa, se elevaban hacia el cielo como inmensos y desvencijados cajones de bacalao. — No vendan nada — dijo el hombre de espejuelos que vino a la casa de Miramar, semanas más tarde de la publicación oficial en la prensa del retiro del señor embajador y del traslado del hijo a “nuevas responsabilidades”. Vestía una guayabera amarilla con el cuello visiblemente churroso y lo miró todo con ojos burlones, lujuriosos, de algún modo prepotentes, mientras iba anotando en una pequeña agenda después de cada pregunta: “y eso, ¿cómo lo adquirieron? ¿Tiene los papeles?” De algunas pocas cosas tenían papeles; nunca se habían preocupado por conservarlos: le parecían ridiculeces, sobre todo porque sabían que en Cuba ni los certificados de garantía sirven para lo que deben servir. Y por no tener esos papeles de propiedad, perdieron más de la mitad de los equipos. Hasta Alamar llevaron lo único que les dejó aquella inspección. — Son órdenes superiores — dijo el mismo hombre de los espejuelos, un mes más tarde —. Tú sabes… tenemos varios ministros nuevos viviendo en edificios de micros y la verdad es que no es justo… Bueno,… tú sabes. Y en la sala, junto a los viejos muebles de aquellos años en que mi esposo iba a la escuela mientras su padre trabajaba en lo que luego sería una importante empresa, acomodaron la radiograbadora comprada en México, los tapices adornaron un poco las paredes y se rescató del olvido un televisor

soviético a color, prestado por años a Polo, el viejo vecino que cuidaba aquel apartamento mientras ellos vivían en la casona de Miramar. En los cuartos acomodaron los ventiladores y en las paredes colgaron algunos de los cuadros y las tallas de madera compradas por el viejo en sus viajes. Costó trabajo sacar al piso un lustre necesario para que pareciera limpio. Mis manos se llenaron de callos como aquellos que tuve cuando iba al huerto escolar y manejaba una pesada guataca que el guía de campo, un campesino viejo y rechoncho como un cerdo de ceba, siempre me destinaba, ofendido porque yo no le correspondiera a sus piropos. También recuerdo las astillas enterradas en mis dedos cuando intenté limpiar el polvo acumulado por capas viejas, de años sin sacudir, en las tablillas de las persianas, mal terminadas como el resto de las cosas, que daban al balcón desde el cual podía mirarse el marabú que crecía enmarañadamente en el tramo de terreno que separaba al edificio de la costa. La cocina era el único sitio donde se conservaba, al menos en equipos, cierto aliento similar al de la casona en el Vedado. Allí había llevado el microwave y la olla de hacer arroz y un horno comprado en Panamá tiempo atrás por uno de esos “grandes amigos” de mi esposo que ni siquiera llamaban después del escache. Alguna vez el viejo se había encargado de cambiar todos los azulejos y la cocina estaba forrada de unos diminutos mosaicos españoles que le daban a la pieza un ambiente cálido, acogedor. Mi suegro se encogió ante mis ojos como una uva pasa. En sólo aquellos días perdió todo el plante de aristócrata y hasta me pareció descubrir que sus manos, antes finas y elegantes, se iban transformando en esas manos arrugadas y llenas de venas verdes que siempre tienen los viejos. Se levantaba por las mañanas temprano y se sentaba en el sillón, a mecerse con la vista clavada en un rincón del piso donde una gran mancha de cemento semejaba un gran pez. — ¿Viste? — me dijo una tarde —. Parece una ballena. Supe de golpe que el retiro del viejo sería su fin. “Se va a morir de tristeza”, le dije a mi esposo esa noche y lo vi encogerse de hombros: “¡que se joda!”, soltó sin ocultar la rabia, como siempre mirando al techo, “se lo tiene merecido por comemierda… El tiene la culpa de todo esto”. Mi esposo venía todas las tardes, sudado, su portafolios negro de siempre, y los zapatos con una molestísima peste a mierda de vaca que se regaba por toda la casa. Yo les lavaba la suela en el fregadero del balcón trasero y los dejaba allí toda la noche. Cuando nos acostábamos, a veces, sobre todo los días en que lo veía llegar cabizbajo y con los ojos enrojecidos del aire que cogía en la cama del camión que lo traía junto a otros trabajadores hasta el reparto, volvía a metérmela literalmente por detrás y yo me resignaba a esperar que se vaciara, se secara con una esquina de la sábana y se virara de lado en la cama para quedarse dormido en unos minutos, sin decirme una sola palabra. Entendía que era duro. Aunque nadie lo conocía en su nuevo trabajo, y según él mismo me había dicho no imaginaban siquiera de dónde venía, yo creía saber que era muy duro para él pasar de diplomático dándose la buena vida en un

país extranjero a trabajar de secretario del partido en una granja pecuaria. El mismo me lo dijo un día: “de la Coca Cola a la mierda de vaca, ese es mi castigo”. Lo peor fue con los vecinos. Durante años se habían acostumbrado a ver el apartamento vacío, a protestar cuando Polo baldeaba los balcones cada quince días “para eliminar el tufo a guardado, a tumba sellada”, a saber que esas puertas abiertas de par en par en los balcones era sólo el baño de sol y aire que el viejo Polo le daba a la casa de vez en cuando. Habían quedado detrás aquellos años en que mi esposo y su padre ofrecían bulliciosas fiestas donde venían gentes de evidente alcurnia, cuando ya comenzaban una carrera de éxitos que mantenía molestos a la mayoría de los vecinos. Según me había dicho mi esposo, en aquel barrio nadie se merecía ni siquiera que le dieran los buenos días: “la plebe se comporta siempre como la plebe”, me dijo en una de sus escasas confesiones, y la verdad es que siempre se sintió por encima de aquella gente. Le molestaba que el mismo gobierno contaminara aquel reparto con tanto oriental. Alamar era una cueva, y no precisamente de Alí Babá y los cuarenta ladrones. La única coincidencia era que Alí Babá y los que iban a vivir en aquellos nuevos edificios eran orientales, o por lo menos así les llamaban, y que casi todos, santiagueros, guantanameros, holguineros, practicaban al ancestral oficio de Alí Babá con un fanatismo y una eficacia verdaderamente prodigiosa. Los dos primeros meses sobrevivimos aislados, casi a puertas cerradas, con el resto del dinero que los dos habían guardado. Polo, según nos parecía, ya les había ido con el cuento de nuestra vuelta a los vecinos, y a veces, cuando me paraba en las ventanas a mirar hacia la costa o simplemente abría para que entrara el aire, estaba segura de sentir que muchos ojos nos miraban, con una mueca de burla que percibía en el frío cortante de esas miradas invisibles.

Creo que ya te dije que mi vida parecía una telenovela. Si yo pudiera hacerlo, o si alguien se decidiera alguna vez a contar mi historia, por ejemplo, tú mismo, seguro se aparecía un guanajo de alcurnia y lecturas de la high a decir que exageras. No creería, por ejemplo, que un día mi esposo, a quien prefiero llamar así para que la gente note que esas cosas no me las hacía un cualquiera, me fue a buscar al cuarto adonde yo me encerré después de una larga y bastante dura discusión con el viejo, que había cogido la gracia de tirar sus gargajos al lado del sillón en el que se mecía siempre. La baba verdosa del viejo se pegaba al piso como una melcocha y yo casi me vomitaba de asco cuando tenía que limpiarlo. — Hoy vamos a salir — dijo, y dejó que me desperezara antes de agregar —, ¿te acuerdas de Gabriel? Vino de visita. Gabriel era uno de sus amigotes en México. Un gordo con cara de cerdo cebado a quien le gustaba usar cadenas de oro en el cuello que parecían raíles. Uno de sus regalos a mi esposo, una manilla de oro

de veinticuatro quilates, vendida a un joyero macetón, ayudó a estirar bastante el dinero que habíamos traído: la vendió a unos mil quinientos dólares más o menos. La mujer de Gabriel era una perfecta matrona mexicana, dueña de una red de peluquerías y centros de belleza, como si ella se hubiera empeñado en darle belleza al mundo angustiada de no poder aplacar al menos un poco su horrorosa figura. No me imaginaba a Gabriel, encueros, encima de Marissa, también encueros. La única vez en que logré imaginármelos casi me muero de la risa. Estábamos juntos en un restaurante de Garibaldi y me entró el ataque de risa y ellos a preguntar y yo a reír mientras los miraba y ellos preguntando y yo riendo y así hasta que empecé a toser y me dieron unos golpecitos en la espalda. — ¿Y esa risa, chica? — me preguntó mi esposo, extendiéndome un vaso de agua mineral carbonatada. — Nada — le dije —. Me acordé de una maldad de cuando era niña. Ahora Gabriel estaba en Cuba con unos amigos y lo había llamado. ¿Cómo se portaría mi marido? ¿Seguiría haciéndose el de la alta sociedad o le contaría su escache? — Ponte lo mejor que tengas — volvió a decirme —. Por ahora no puede saber que estamos en este bache. Y allá nos fuimos. Gabriel había alquilado una de las suites del Hotel Nacional. Cuando llegamos estaba en una grandísima francachela con unos cuantos mexicanos que yo había visto varias veces en la embajada en Cuba en el D.F. Mi esposo lo saludo con la misma efusividad de siempre y durante toda la fiesta mantuvo poses de gran Señor. Estoy segura de que allí la gente lo veía como un payaso. No sé cómo pudo pensar que ellos no sabrían de su explote, pues si algo aprendí en todos esos años fue que allá arriba, en lo que ellos mismos, cuando están con unos tragos encima, llaman La High, todo se sabe. Finalmente noté que Gabriel lo llamaba para una de las habitaciones que también tenía alquiladas y también me hacía una seña. — Bien, hermano — le dijo, una vez que estábamos sentados con unas copas donde un muchacho del hotel había servido Brandy —. ¡Quítate la máscara conmigo! No te hace falta. Mi esposo bajó la cabeza. — Me jodieron, Gaby — dijo entonces en voz baja. Gabriel tomó un sorbo de su copa y sonrió, recostándose en el amplio sofá del recibidor de la habitación. — Lo sabía — contestó —. Mil veces te dije que tu jefecito era una mierda de tipo.

Volvió a tomar un trago, puso la copa en el piso, a un costado del mueble y sacó una cigarrera. El humo se levantó en grumos y le cubrió la cara por unos segundos. — ¿Piensas quedarte así? Observé a mi esposo negar con la cabeza, aún baja, los ojos clavados en la copa de Gabriel. — Yo puedo ayudarte — dijo el gordo. Sonreía —. Lo único que te queda es salir de este país, pero tienes que esperar a que yo mueva mis contactos. Mi esposo levantó la cabeza y el gordo soltó una bocanada de humo y lo miró a los ojos. Seguía sonriendo. — Por ahora, diviértete con tu amigo Gaby — dijo, volvió a tomar la copa y la extendió hacia nosotros como para brindar. Debo decirte que en ese momento descubrí algo que nunca había notado. Entretenida en la fealdad de Gabriel y su mujer, nunca me había percatado de que sus acciones hacia mi esposo eran realmente sinceras. ¿Te has dado cuenta alguna vez de lo que vale una persona sólo con mirarle a los ojos? Eso me pasó esa vez: supe que Gabriel era amigo de verdad por la preocupación sincera de aquellos ojos, aunque en sus gestos y palabras encontrara ese mismo signo de altanería y prepotencia de la gente que se sabe poderosa. Al día siguiente vino a vernos a la casa uno de los mexicanos que habíamos visto en la fiesta. Tenía nombre de indio y él mismo era un típico indio con su cabezona, su cuerpo retaco y su piel oscura. Venía manejando un Mercedes Benz. No subió al apartamento. Habló unos minutos con mi esposo sin bajarse del carro y supe que se referían a mí por los gestos que les vi hacer apuntando hacia el balcón. Luego mi esposo me llamó y bajé. — Acompaña a Estévez a Guanabo — me dijo cuando llegué junto a ellos —. Quiere alquilar una casa en la playa. Le dije que subiría a cambiarme: tenía la lycra enteriza que tanto me gustaba y unos tenis viejos, pero bien conservados. — Ve así mismo — me dijo abriendo la puerta del coche —. Vas a la playa, no a un hotel. Debo decirte que el hombre fue muy amable conmigo. Estuvimos hablando de México y los lugares que yo había visitado mientras duró el trayecto hacia Guanabo y cuando aparecieron las primeras casas que podrían alquilar quedamos en silencio buscando a marcha lenta la que podría convenirle. Finalmente encontramos una buena. La quería para pasar unos días y “traer algunas chicas”, según me dijo. ¿Quién podría tener el valor de acostarse con aquella cosa?, me preguntaba, aunque en verdad ya los tiempos habían corrido tanto que cualquiera se tiraba a tipos peores por unos pesitos de mierda.

La casa costaba ciento veinte dólares al día, pero tenía todas las comodidades, hasta televisión por cable, colocado por el dueño en la planta alta sabe Dios mediante qué artificios y sobornos porque eso, en Cuba, estaba prohibido. Era bonita. — Brindemos por la adquisición — dijo el hombre y sacó de un maletín una botella de Havana Club siete años y una cajetilla de cigarros. — ¿Has probado de estos? — preguntó enseñándome la caja. Enseguida me vi con un cigarrillo entre los dedos, aspirando un humo mentolado que me supo a gloria y que me recordaba aquellos baños anti-stress que tomaba en México cada mes, con ambientes anegados de incienso. Un lejano olor a sándalo se me colaba en la nariz y me adormecía. Desperté desnuda en el sofá. En el sueño tenía frío. Una ventisca entraba por una ventana abierta de la habitación clarísima donde miraba el mar y se colaba entre mis piernas. Abrí los ojos. El mexicano pasaba su lengua entre mis piernas y la metía en mi vagina. Somnolienta aún, la sentí reptar tocándome las paredes del útero y aunque quise moverme, no pude. Tenía las manos y las piernas amarradas a la cama. — Es verdad lo que dice tu marido — dijo el hombre al verme abrir los ojos —. Sabes a manzana madura. No te cuento más. Sólo recuerdo que el hombre me montó unas seis veces. Me ahogaba tanto la rabia que no podía respirar y hasta sentí mareos y un asco que también me asfixiaba. No tenía fuerzas. Los brazos me pesaban, las piernas parecían pedazos de acero que no lograba mover y la cabeza me dolía como si me la estuvieran apretando con hierros calientes. Al mexicano no le importaba. Parecía loco. Se venía con grandes espasmos y unos gritos sordos, casi mugidos de toro, se limpiaba con una toalla y se sentaba desnudo a mirar en el televisor unos vídeo clips porno mientras se tomaba la botella de ron y se disparaba unas tapitas de una botella de picante rojo que tenía abierta sobre la mesita. El fuerte olor del picante se mezclaba con el alcohol aromatizado del Havana Club y se regaba por toda la habitación. Después de la última monta y los últimos bufidos, cayó sobre mí como una piedra y quedó dormido. Me dirías que miento si te digo que al otro día el hombre, ya cuerdo, me desató y quiso llevarme de regreso hasta Alamar, como si no hubiera pasado nada, igual de sonriente y amable al día anterior en el trayecto a Guanabo. Acepté porque no tenía ni un centavo y tendría que inventar para volver a mi casa y porque no se salía de mi cabeza que todo aquello se debía a mi esposo: quería, me era imprescindible aclarar algunas cosas. Dirías, estoy segura, que exagero, cuando el tipo se bajó del carro, me vio subir las escaleras mientras saludaba a mi esposo con toda la naturalidad del mundo y le daba un pequeño fajo de billetes que él guardó en su bolsillo y después escondió en la gaveta con llave de su cómoda. Era la

prueba que necesitaba: nunca pude saber en cuánto me vendió esa noche. Dirías también que miento si te digo que cuando subió y me vio salir del baño, adonde fui directo para quitarme hasta el último olor de aquella noche, sonrió y meneó la cabeza. — Yo lo sabía — dijo, sentado en la cama —. Por la cara que traes, ese cabrón no te hizo gozar como Papá y yo.

LA ISLA DE LAS DELICIAS

A

partir de 1878, cuando termina en Cuba la llamada Guerra de los Diez Años, primera contienda de liberación contra el colonialismo español, se inicia una de las etapas más

dinámicas en la historia de la prostitución en la isla (por sus cambios en el aspecto social): la “Era de las criollas”. Hay un hecho cierto, siempre repetido en todas las aproximaciones realizadas por diversos autores sobre el asunto prostitución: existe una relación directa entre las depresiones económicas y el crecimiento acelerado de males sociales como la violencia, el individualismo, la prostitución, etc. Por eso, en el caso particular de Cuba, a la crisis económica, política y social, que llevó a la burguesía criolla a tomar las armas contra las trabas coloniales impuestas por España en estos ámbitos, se debe también el estallido,, entre otros, de la violencia en los barrios pobres de la ciudad, el recrudecimiento de la delincuencia marginal en las ciudades y del bandidismo en los campos, y la proliferación de prostíbulos en casi todas las localidades importantes en la isla. Las guerras de los Diez Años y la Guerra Chiquita, básicamente, fueron un catalizador vital (tal vez el más importante) para el crecimiento del porcentaje de la prostitución en el país. Entre los años 1879 y 1895 los documentos eclesiásticos citados en el segundo capítulo de este libro aportan el dato de la existencia de una prostituta de cada diez mujeres radicadas en la isla y de dos prostitutas de cada cinco cubanas de las clases pobres, generalmente de origen campesino. Los cambios en esta etapa son evidentes. Si antes de 1868 un aproximado de la conformación social de los prostíbulos en la isla era el siguiente15: 15

Roland H. Wrigt. Family and prostitution. Progress Editions Inc. Fl. 1957 pp. 73-74

negras y mulatas

80%

españolas

12%

campesinas y cubanas pobres

6%

otras (chinas, árabes, americanas)

2%

de 1879 al 95 la proporción varió notablemente:

negras y mulatas

35%

campesinas y cubanas pobres

47%

españolas

3%

otras

15%

distribuidas en más de 1300 casas de putas, entonces denominadas casas de tolerancia, en todo el país, aún cuando Florencio Zamorano en su libro Cuba: familia y sociedad. 1492-1892, Edición Personal, La Habana 1903, asegura que no sobrepasaban las 600 casas de prostitución. Este criterio es también asumido por la periodista Rosa Miriam Elizalde, en su libro Flores desechables, cuando cita al historiador Francisco Figueras y dice que “después de cada una de las principales guerras que estremecieron el siglo XIX cubano, no sólo aumentó considerablemente la cantidad de mujeres que sobrevivían gracias a la venta de su cuerpo, sino que dejó de ser éste un dominio casi exclusivo de las negras y mulatas: “Al estallar la Revolución de 1868 eran contadas las cubanas blancas que figuraban en la prostitución pública; pero al terminar aquella, diez años después, su número era ya más que suficiente para dar tono al conjunto. La ruina de tantos hogares dispersados por la guerra, el trato frecuente con la soldadesca omnipotente y desenfrenada, y la miseria que hincó su diente nivelador sobre la carne blanca, hasta entonces por ella respetada, explican este aumento.

Y como estas causas de

perturbación subsiguieron a la paz, y hasta llegaron a aumentarse con la emancipación de los esclavos, acaecida a la sazón, la prostitución blanca prosiguió su proceso de expansión, y al estallar la

Revolución de 1895, ella sola, bien públicamente o bien en forma clandestina, bastaba para satisfacer las necesidades de un consumo local exagerado, y hasta para ofrecer un remanente a la exportación”.16 Las regulaciones oficiales de las autoridades de la isla a la prostitución resultaban realmente risibles, aunque justificadas en parte por una causa primordial: los patriarcas criollos, autoridades militares y políticas, y comerciantes españoles y criollos disfrutaban no sólo de la fuente de placer que significaban las casas de tolerancia, sino que muchos tenían acciones específicas en estos negocios cada vez con ganancias más jugosas. Varios periódicos de la época y algunas publicaciones sobre el tema consignan a modo de denuncia, pero con una tibieza que evidenciaba cautela (tal vez por las razones antes apuntadas), la flojera de las autoridades al promulgar algunas regulaciones por las que debían regirse estas casas: — obligatoriedad del baño diario de las prostitutas, — cambio de las sábanas de las camas después de la salida de ellas del cliente, — cuarentena absoluta de las mujeres que adquirían alguna enfermedad, — obligatoriedad de escuchar la música y realizar fiestas en un tono audible sólo para los que estaban dentro de las casas, — chequeos médicos periódicos por las autoridades sanitarias a las prostitutas resultando la más drástica, sobre todo en las últimas dos décadas de la dominación española sobre la isla, la regulación de las áreas permisibles para la edificación de casas para este tipo de menesteres, ubicadas en la mayoría de los casos en barrios marginales de las ciudades principales de la isla y, en el caso de los pueblos de campo con cierto desarrollo urbano, asentadas en las llamadas “posadas” o “casas de tránsito o descanso”, adonde acudían mayormente aquellos que transitaban de un lado a otro de la isla. También por esos años, y debido a presiones de la iglesia y autoridades sanitarias de la capital del país ante el crecimiento de enfermedades venéreas entre la población masculina, comienza a exigirse a los dueños o administradores de estos “negocios de la mala vida” la aplicación de nuevas reglas sanitarias y de salubridad que no fueron muy bien recibidas y obligaron a medidas coercitivas extremas, entre las cuales se hallaba el cierre de los inmuebles, el encarcelamiento de las prostitutas y el cobro de altísimas multas a los dueños. Estos métodos de fuerza transformaron la práctica de la prostitución: de negocio abierto se convirtió en una inversión clandestina mediante la cual los

16

Rosa Miriam Elizalde: Flores desechables, p. 32. Tomado de Cuba y su evolución colonial, de Francisco Figueras, Editorial Cenit S.A, La Habana, 1907, p. 284.

financistas (entre los cuales, se ha dicho, había muchos comerciantes y políticos de alto nivel) ponían el dinero y dejaban los riesgos a los patrones y matronas. Los mayores núcleos de las casas de tolerancia en el país se hallaban entonces en las ciudades de La Habana, Santiago de Cuba, Camagüey y Sancti Spíritus, aunque puede señalarse también el caso especial de Baracoa. A este territorio, en la porción extrema de la región oriental, lo favorecía el alejamiento geográfico del estricto control de las autoridades radicadas en la capital. Durante una buena parte del período de dominio colonial español se caracterizó por su intenso bregar en el contrabando de especias, esclavos, alimentos y otras riquezas que entraban y salían del país por la propia Baracoa o sus alrededores costeros; tráfico establecido, casi desde el mismo momento de la fundación de la villa, con piratas, corsarios, tratantes de esclavos y comerciantes que viajaban a Cuba desde tierras americanas. También la prostitución fue una de las mercerías fundamentales en Baracoa, desde donde se transportaban cubanas jóvenes hacia los barrios de tolerancia de Panamá, México y Colombia. 17 “Claudelina me contaba que había estado en un lugar de México que se llamaba Veracruz y la habían obligado a trabajar en un burdel hasta que pudo volver a Cuba en 1913. Le habían pagado unos pesos para que se fuera desde Santiago hasta Baracoa y allí viera a un hombre llamado Ezequiel Punzó que la metió unos días junto a otras muchachas en una barraca cerca del pueblo y a unos metros del mar y las despidió una noche cuando un bote vino a buscarlas y las llevó hasta un barco de bandera puertorriqueña que esperaba a lo lejos. Me dijo que con ella iban unas veinte muchachonas de quince a veinte años, casi todas guajiras, así que por ahí saca la cuenta”. 18 Después del triunfo de la invasión mambisa que llevó la guerra desde el Oriente hasta el Occidente del país, derrota para España que obligó a la renuncia del capitán general Arsenio Martínez Campos y su sustitución por Valeriano Weyler, comenzó un período de represión contra la población cubana conocida como Reconcentración, que consistía en el traslado obligatorio de los campesinos hacia zonas controladas por el ejército (lo que hace que muchos consideren a Weyler el precursor de los horrendos campos de concentración), para evitar que apoyaran a las tropas insurgentes mambisas. En esas “prisiones”morirían en masa, por hambre y enfermedad, varias decenas de miles de cubanos.

17

Amir Valle, Dulcila Muñoa, prostituta de la Reconcentración (inédito) p. 132. Ibid. p.143. Testimonio de Dulcila Muñoa Quijano (1884-1976), campesina cubana sobreviviente de la Reconcentración de Weyler, obligada a prostituirse para salvar a su hijo de dos años. En 1898 Dulcila tenía 14 años de edad y un hijo de padre mambí, muerto meses antes del inicio de la reconcentración. Murió en 1976 a los 92 años. Los documentos y datos para elaborar este testimonio fueron donados al autor por María de la Caridad García Muñoa, hija de Dulcila, en 1992. 18

Los índices de maltrato a la mujer estallaron: creció el porciento de mujeres que vendían su cuerpo a cambio de sobras de comida para sus familias o de medicinas para sus hijos enfermos, se elevó el porciento de suicidios de muchachas y mujeres por las sucesivas violaciones sexuales que sufrían por parte de los soldados españoles, subió notablemente el índice de asesinatos por disputas masculinas en torno al derecho de posesión sexual de las pocas mujeres que iban sobreviviendo a la Reconcentración, etc. Demás está decir que esta circunstancia hizo crecer la población de prostitutas en los burdeles oficiales y fue muy bien aprovechada por ciertos “inversionistas” del comercio sexual en Cuba. La existencia de estas zonas reconcentradas y de ciudades donde florecía el negocio de las mujeres públicas, convirtió de hecho a las “reconcentradas” en mercancías seguras para los comerciantes del sexo de la época, que sacaron no pocos dividendos a esa forma de mercado: “Normita era una niña de once años cuando la vendieron en una subasta en el medio del pueblo organizada por el jefe de la plaza militar. Decían que era un modo de salvarlas de morir, pues alguien se ocuparía de ellas en otro lugar mientras durara aquel encierro. En 1924 me la encontré aquí en La Habana de criada en una casona del Cerro. Con ella habían vendido a más de cuarenta niñas que compró el mismo hombre: un mulato de dientes grandes y blancos que las llevó a un burdel en Camagüey” (…) “Yo misma conocí al catalán Modesto Sarduy, dueño de una taberna en lo que hoy es el Cerro, que se dedicaba a visitar los campos de reconcentrados, sobre todo en Pinar del Río, para buscar y negociar con los jefes españoles la compra de muchachas con destino a varios burdeles que tenía un hermano suyo en Valencia, allá en España. Te puedo decir que compró más de cien en cosa de un par de meses, porque yo misma ayudé al capitán a preparar el listado de las muchachitas, casi todas niñas de 14 o 15 años, que ese cabrón compró para meterlas a puta. Puedes imaginarte la alegría que tuve cuando los mambises mandaron a matarlo porque, para colmo de la hijoeputada, el muy degenerado era un informante del ejército y por su culpa habían fusilado a varios revolucionarios de Güines”. 19 Testimoniantes de la Reconcentración y documentos escritos sobre este período de la historia cubana ofrecen la posibilidad de conformar aproximadamente la triste cifra de más de siete mil jóvenes vendidas para el negocio de la prostitución, en carácter de esclavas, de las cuales se supone sobrevivió menos de la mitad.

19

Testimonio de Dulcila Muñoa Quijano. p.84

La isla de las delicias que siempre había sido Cuba adquiría así, a fines del siglo XIX la condición de Burdel del Caribe, con cifras nada desdeñables como la existencia de más de 1400 casas de tolerancia en toda la isla, según reporte del diario La Lucha, del 18 de enero de 1899, superando los índices de otros países del área como Puerto Rico (260 burdeles) y República Dominicana (523 casas de citas), y quedando solamente por debajo de Panamá, que reportara la increíble cifra de 2113 prostíbulos. Durante la primera mitad del siglo XX, Cuba seguiría transitando hacia una nueva denominación, más continental digamos, en este sentido: el Prostíbulo de América.

LAS VOCES

Las negras como yo tienen bastante suerte. La mayoría de los yumas que vienen a Cuba son de Europa y a esos les encantan los culos negros. Imagínate que una vez me empaté con un alemán grandísimo, más feo que Frankestein, pero que daba un rabo que para qué contarte. Estuvo como cuatro horas dándome jan y yo mirando al techo y preguntándome que cuándo carajo se iba a terminar mi actuación en aquella película. El tipo se separaba y mientras me clavaba, me miraba y se detenía y me miraba y se miraba y yo preguntándome qué carajo le pasaría. Cuando terminó, me atreví a preguntárselo. Al tipo le gustaba disfrutar el contraste de su carne blanca, que parecía la de un sapo, con mi piel que como ves es casi negro brillante. Otra cosa que los vuelve locos es el calor que tenemos las negras entre las piernas. Algunos se vienen nada más de meterla en el huequito. Estando en esto supe que era verdad eso de que el blanco que se acuesta con una negra, más nunca se tira a una blanca. Seremos negras, pero Dios nos dio algo bueno… Carmita, 21 años, Jinetera. La propina la entrego para que me dejen tranquilo. Si vamos al caso, la mayoría de los turistas son tremendos tacaños. Por ejemplo, los que vienen por paquetes turísticos traen hasta el agua que se van a tomar aquí y no dan ni un quilo de más cuando pagan algo. Ahora, cuando ves a un tipo entrar con una Jinetera, puedes dar por descontado que detrás viene el propinón, porque saben que necesitan tu silencio. Si te pones de suerte, o quieres tener suerte, te haces socio de las Jineteras y de los chulos y ya ellos te incluyen en sus gastos: saben que algo tienen que darte para entrar y salir libremente y hasta para quedarse en el hotel con los turistas. Eso es una renta jugosa y es mía porque es parte de mi lucha. Así quedo bien con mi trabajo, porque entrego la propina que me dan los turistas y quedo bien con mis hijos y mi mujer porque les llevo un dinero que de todos modos se iba a gastar mal en otra parte. ¿Por qué no meterlo en mi bolsillo para bien de los míos? Juan Carlos, carpetero ¿Un remedio?: Hacerse el de la vista gorda. Siempre algo cae. Y para serte franco, a mí no me gusta nada que la gente de mi país, gente como tú y yo, tenga que estarse encaramando en las cercas del hotel, escondiéndose de guardias como yo, que también soy cubano, para disfrutar algo a lo que tienen derecho, porque el cuerpo es suyo y si quieren venderlo, allá ellas. Y los hoteles y esas cosas, dicen en la tele, son de los cubanos. ¿Entonces porqué las voy a humillar de esa forma si no estoy de acuerdo con esa medida? Todo, los hoteles, las discotecas, todo, debería estar abierto y que la gente entrara cuando le diera la gana y pagara con su dinero, no sólo en dólares. Eso sería lo justo. Ariel, custodio. A otro perro con ese collar, nenito, que en este país lo que los jefazos no saben, se lo imaginan; como dice la canción, siempre hay un ojo que te ve. Yo fui de las primeras que cayó en la redada grande del 97 y me mandaron a trabajar en una granja. Aquello era un campo de concentración y nadie va a decirme que arriba no sabían lo que allí pasaba con nosotras, todos los maltratos, todos los abusos y hasta el hambre que nos hacían pasar, porque estas guataquitas que tú ves aquí se tuvieron que tragar muchas veces las palabritas de unos cuantos comemierdas que venían de sus oficinotas por allá arriba a decirnos que debíamos pagar, y bien caro, nuestras culpas. Vas a creer que estoy loca, pero hubo días en

que tuve deseos de haber cogido el SIDA y que en vez de estar presa allí me hubieran mandado para el sanatorio: allí sí trataban bien a las putas, con psicólogo y todo. Marianita, 27 años, Jinetera.

H

asta Santiago me fui a buscar a Mulenque, un corredor de sexo que había lanzado al estrellato en la capital a más de doce de las Jineteras más conocidas y de las cuales yo había logrado

entrevistar a cuatro. El tipo tenía los contactos suficientes como para que las Jineteras llegaran y de golpe y porrazo empezaran a cotizarse en lugares de alcurnia y a precios casi astronómicos, del cual le enviaban al chulo gruesas ganancias. Aproveché una visita a la familia que me quedaba en la denominada Ciudad Héroe de la República de Cuba. Empezaría por buscar a un amigo periodista que ahora trabajaba de barman en el hotel Los Corales, en el Parque Baconao, con quien me había encontrado a fines del 92 en un periplo fotográfico que hice con un equipo de trabajo de la Publicitaria Coral de Cubanacán, donde trabajaba entonces como redactor. Podía darse el caso de que no encontrara a Maño, que se había graduado de periodista un año antes que yo, pero también para eso iba preparado: Santiago es una ciudad que conozco al dedillo. Viví en ella unos cuantos años antes de irme a la capital y para suerte mía viví en uno de los barrios marginales de la ciudad. Cuando en Cuba no se hablaba de Jineteras, en mi barrio había ya unas cuantas. Y así mismo pasó. Maño había salido de vacaciones y nadie supo, o no quiso decirme dónde vivía, y tuve que ir a ver a uno de mis conocidos en La loma del burro, reparto Mariana de la Torre: mi antiguo barrio en las afueras de la ciudad. Juan era un negro, delincuente de marca mayor, que siempre creyó que yo era el tipo más buena gente del mundo. También se tragó el cuento de que yo sabía un karate que podía parar a un ejército. Era especialista en robar en las playas de Santiago, en asaltar patios de los barrios cercanos y dejar sin gallinas ni cerdos a los vecinos que sabían era él, pero nunca se lo habían probado. La policía lo tenía fichado como un potencial delictivo porque aún no había cumplido los 16 años. Un día lo vimos subir hacia su casa por el mismo medio de la calle, montado en un caballo negro, enorme y gordo. Al día

siguiente, su madre, a quien todos en el barrio conocíamos como María Cojones, por su lenguaje siempre cargado de malas palabras, comenzó a vender bocaditos de “carne de cerdo”. Por esos tiempos, como muchos otros muchachos de mi edad, yo practicaba karate en la Escuela Vocacional Antonio Maceo, donde estudiaba el preuniversitario. Hacía dos años que vivía en aquel barrio, sin tener mucho contacto la gente, porque sólo venía a casa los fines de semana, de pase, tiempo que aprovechaba para leer y hacer algunas salidas a casa de mis colegas de taller literario, José Mariano Torralbas, Marcos González y Alberto Garrido, hoy excelentes escritores, a quienes aún me une una sólida hermandad. Calle 12 había sido construida siguiendo las características geográficas de la zona y, como otras muchas casas en Santiago, la mía estaba en la misma punta de la loma, en la acera izquierda. Un día venía subiendo, aún vestido de uniforme y con el maletín de ropas al hombro, cuando sentí que alguien, desde un grupo sentado en un portal, decía con voz finita y rápida: “blanquitomaricón”, pero seguí caminando. Escuché el silbido de la piedra en el aire y algo me hizo saltar veloz hacia un lado. Un pedrusco pasó cerca de mí y fue a estrellarse contra un muro. Siempre que me ha sido posible, desde niño, he logrado evitar liarme a golpes con alguien. En otras palabras: suelo ser tan pendejo que, como se diría en el argot popular, prefiero dar muela y hasta correr para evitar la violencia. Pero también es verdad eso que dicen: el miedo obliga a veces a cometer locuras. Y el miedo, ligado con una rabia ciega que pocas veces he sentido, me llevó a hacer lo que sigue: cerca había una loma pequeña de grava para la construcción, tomé un puñado grande y lo tiré contra el grupo de donde había salido la voz y la piedra. Los vi apartarse maldiciendo y apenas pude darme cuenta de que Juan venía hacia mí con una cara de orangután rabioso que aterraba. Otra vez un raro vacío, una especie de locura ciega, me hizo tirar el maletín en el piso y sonarle una patada en los güevos sin darle tiempo siquiera a defenderse. Se dobló de dolor : “¡ay, cojones!”, dijo, y verlo así, a mis pies, me dio tal fuerza que volví a levantar mi bota para sonarle otra patada, esta vez en la cara, y otra, y otra más hasta dejarlo encorvado en el piso, con la boca partida, sangrando y respirando agitado. “Eso es para que no resingues más”, le grité, me agaché a coger el maletín y seguí subiendo la calle. Los otros se habían quedado paralizados, mirándonos. Sentí que Juan se levantaba y avanzaba, arrastrando los pies y entonces de nuevo algo me hizo virarme en un giro y clavarle lo que pensé debía ser una yoko geri en medio de la garganta. Cayó boqueando sobre la tierra y esta vez los otros vinieron hasta él gritando: ¡déjalo, abusador, lo vas a matar! Sólo entonces pude llegar a mi casa. No tengo que agregar que el azar me convirtió de ese modo en un karateca casi legendario en el barrio, mito que aumenté fabricándome y enseñando a unos cuantos un carné falso de cinta negra primer dan, para evitar que volvieran a meterse conmigo, incluso en pandilla, como lo hacían siempre que alguien les daba una paliza. Justo a la mañana siguiente un policía vino a preguntarme. Estaban al tanto

de todo, buscando pruebas para llevarse a Juan para un reformatorio y algún vecino informó que el negro me había agredido. “La ley no tiene que meterse. Es un asunto entre hombres, compadre”, le dije, y me negué a firmar un acta de denuncia por agresión que, raramente, el oficial ya traía escrita. Días después Juan vino a verme, agradecido, y desde entonces podíamos dejar un lingote de oro en el medio de la calle que nadie se lo robaba, si sabía que era de mi familia. Cuando fui a buscarlo, casi quince años después, me lo encontré dedicado de lleno a la venta clandestina de tabacos y ron Havana Club. Por supuesto, su mercado natural era el turismo, y durante todos esos años había hecho relaciones con un grupo bueno de Jineteras y chulos. Pachula, una de sus hermanas de crianza, era una de las Jineteras que más escuché mencionar en las entrevistas que gracias a él hice en Santiago. Pero no encontraba el camino que me llevara a Mulenque. — Es muy arisco — me dijo Juan una tarde, sentados en el bar del hotel Casagranda, a un costado de la Catedral de Santiago y frente al Parque Céspedes. — No me puedo ir sin verlo — respondí —. Llevo más de una semana aquí y no tengo todo el tiempo del mundo. Ingreso a fines de este mes para operarme del hombro y tengo que volver a La Habana. Me miró sin responder y luego se bebió un trago largo de cerveza Bucanero negro. — Además de mí, ¿con quién has tratado de localizarlo? — Ya ni me acuerdo — dije —. Cuatro o cinco Jineteras que trabajan para él en Baconao… los dos tipos aquellos que fuimos a ver hace unos días, los chulos… el pecoso ése que se puso a boconear que era su chofer personal… Entonces me interrumpió. — ¡Mierda, bróder! No sé cómo mierda no me había encendido la bombilla del moropo. Nos queda una gente — y me miró con cara de triunfador —. ¿Yo te había dicho que Mulenque era maricón? — ¡No jodas! — Una mariconaza de categoría A — agregó, sonriendo —. Y por ahí es que lo vamos a coger.

Fuimos a ver en el reparto Sueño, antigua zona de los ricachones de Santiago, a un tal Lorenzo, mencionado por varias de las Jineteras como el tipo que más le sabía en toda Cuba a la moda a utilizar para cazar turistas. Resultó ser un tronco de homosexual que hasta usaba ropas de mujer cuando llegaba

la noche. Por el día tenía otro nombre, vestía como un hombre común y corriente y trabajaba en una Casa de Cultura en las afueras de la ciudad. Lorenzo le debía a Juan unos cuantos favores. — Tú ni abras la boca — me dijo Juan. De nada serviría mi silencio. Después de esperar cerca de veinte minutos en la sala de la casona para que apareciera Lorenzo, ya vestido de mujer, me di de narices con un viejo conocido. — Si sé que eras tú el periodista, no te dejo ni entrar — soltó, a todas luces muy molesto. Casi lo mando a la mierda (no podía olvidar que ese mismo Lorenzo, con otro nombre que ahora me reservo, era de esos diletantes mediocres que atacaban hasta por gusto a cuanto tipo de talento se les pusiera a tiro, y eso nos había costado muchas discusiones), pero sentí la mano de Juan presionando mi brazo. — ¿Ustedes se conocen? — preguntó. — ¿Tu sabías que este… “periodista” — dijo Lorenzo, señalándome con un gesto y haciendo énfasis con la voz en la palabra “periodista” — se ganó todos los premios literarios en esta provincia antes de irse para La Habana? De ahí me conoce, y no me gusta. Esto — y señaló a su ropa de mujer — no lo sabe nadie de ese mundo. — Tú sabes que yo de letras no legislo nada, y de leer, ni los periódicos — contestó Juan —. Pero no quiero quimbe, bróder. Este será escritor, periodista… lo que tú quieras, pero es mi socio de muchos años y no es tipo de hacer mierdas. Hasta la vida le debo. — ¿Y a mí qué? — Lorenzo se veía agresivo, desafiante. La cara de Juan cambió de una sonrisa de fingida cortesía a una mueca congelada. — El asunto es sencillo, bróder — dijo —. O le resuelves una entrevista a mi socio con Mulenque, que todos saben es tu marido, o salgo por esa puerta y se te va ir la vida en mierda, asere, que cuando yo me pongo el disfraz de vieja chismosa hasta las arrugas me caen del cielo. Lorenzo se miró las uñas postizas y fue a sentarse en silencio a una de las butacas frente a nosotros. — Está bien — masculló resignado, al cabo de un par de minutos —. Voy a confiar en el señor periodista.

Nos llamó al día siguiente, por la tarde. Debíamos esperarlo frente a la Ciudad Deportiva, en la esquina que daba a la Plaza de la Revolución Antonio Maceo. Desde su caballo, con el machete levantado, el Titán de Bronce me recordó el porqué a las Jineteras se les llamaba de aquel modo.

Lorenzo apareció en un carro Lada a eso de las cinco, vestido de hombre, y nos condujo hasta el reparto Boniato, también en las afueras de Santiago. Mulenque era un mulato de pelo cobrizo y ojos de grandes pestañas postizas. Medía unos seis pies y pico y tenía brazos de boxeador. Si lo hubiera visto en la calle, sin aquellas pestañas y sin la pintura rojísima de sus uñas, no le hubiera creído a quien me dijera que era homosexual. La casa era antigua, de madera, quizás una de las viviendas de algún ricachón santiaguero de tiempos de los tiranos Machado o Batista. Había un perfecto orden en todas las piezas que atravesamos hasta llegar a una terraza techada con rejas donde se enmarañaban enredaderas de uvas. — ¿Ron paticruzao o cerveza? — preguntó. — Cerveza — dije, y Juan asintió. Mulenque miró a Lorenzo, que se perdió por la puerta hacia el sitio donde habíamos visto la cocina. — ¿Escribirás sobre nosotros? — preguntó el mulato, mirándome con una mezcla de burla y duda a la vez. — Eso pretendo — contesté —. ¿Puedo grabar esto? El hombre se encogió de hombros y enseguida saqué la grabadora y la puse encima de la mesita de centro, apuntando el micrófono acoplado hacia él. Lorenzo entró con las cervezas y las puso junto a los vasos sobre la misma mesa. — Comencemos — dijo Mulenque. Y hablamos. Durante varias horas, pues salimos de allí a eso de las ocho y media de la noche, me contó en detalles cómo había entrado en aquel negocio, qué vías usaba para obtener ganancias que le permitieran una buena vida, la forma en que burlaba las pesquisas policiales, las leyes internas del comercio sexual, sus contactos en La Habana. — Este es un negocio duro, muchacho. Ojalá puedas acercarte a este mundo en ese libro que dices. Y ojalá te lo publiquen. Lo dudo, porque pruebas tengo de que “arriba” querrán ocultar esto siempre. En este país las manchas no cuentan, y esta es una mancha que no han podido quitarse del traje de sociedad perfecta. Aunque seas muy… ¿objetivo fue la palabrita que usaste?, si quieres ser honesto, vas a tener que escribir unas cuantas cosas, que verás no son pocas, y a mucha gente no les va a gustar ni un poquito así, aunque sea la más jodida verdad, porque es la verdad que aquí nadie acostumbra a decir. Da gracias a éste — y señaló a Juan — que pudo hallarle el lado flojo al comemierda de Lorenzo, porque ¿sabes cómo he sobrevivido? Por la ley de la apariencia. En Cuba, todo es la apariencia. En esta ciudad nadie puede señalar con un dedo hacia esta casa y sin embargo tú me conoces desde La Habana. Cuba

es un país de gente inteligente y ése es uno de los errores que aquí se han cometido mucho: dejan que vengan dos o tres mamarrachos de afuera a invertir en Cuba y no le dan ese chance a los cubanos. Supe que por ahí debía empezar: por las claves de su inversión. — ¿Cómo logras los contactos en La Habana? — Llevándole la contraria a los Van Van. Ellos dicen que La Habana no aguanta más de tantos orientales como hay allá. Me gusta esa canción. Hasta Fidel les hizo caso y hace un tiempo arremetió contra los orientales en varios discursos. El los ataca y yo los defiendo. Esa es mi táctica. Hizo una seña a Lorenzo, que volvió a perderse para regresar con otras laticas de cervezas, aún más frías. Se sirvió una en el vaso antes de continuar. — La Habana está llena de santiagueros. Y yo conozco a un montón. Cuando estudiaba, ahí en el pre Cuqui Bosch, en Garzón, tenía un montón de amigos y como andaba siempre en trajines de deportes conocí a otro montón y cuando descubrí que era homosexual me vi los cielos abiertos: nadie imagina las relaciones que tenemos los pájaros, como dicen ustedes, en toda la isla, es una cadena que nunca termina y tiene eslabones y ramificaciones en todas partes. ¿Cuantas muchachas te encontraste en La Habana trabajando para mí? ¿Doce, me dijiste? Son muchas más. Y te aseguro que todas tienen su casita, su carrito o su moto, y que la policía no se mete con ellas. ¿No has oído decir que todos los policías de La Habana son orientales? Eso es casi verdad. Por suerte, algunos que tienen cierto poder, sí son orientales, para más suerte, santiagueros y por si fuera poco, estudiaron conmigo o los conozco de acá. Lo mismo pasa con alguna gente en el Instituto de la vivienda y en las unidades de Tránsito. No tengo que decirte que es igual en el caso de los jefes de hoteles y otros lugares donde el turista va a buscar diversión, porque seguro que en tus entrevistas lo pudiste saber. Era cierto. Cada vez era más la gente que uno se encontraba en La Habana que si no eran orientales, tenían algún pariente cercano en otras provincias del país. Los “palestinos”, como le llamaban a los orientales que venían a la capital a pasar trabajo viviendo en casuchas, en barrios marginales y hasta en parques y terminales, eran cada vez más la mayoría, y la emigración no se había detenido, a pesar de los intentos del gobierno de ponerle freno por diversas vías. — ¿Y da mucho este negocio? — volví a preguntar. — Claro — respondió Mulenque. Ahora fumaba un habano marca Espléndido que regó su aroma en toda la terraza —. Yo no me meto en asuntos que no den bastante dinero. — ¿Por ejemplo? — Doscientos dólares mensuales por puta — dijo sin pensarlo —. Yo cobro los contactos y tengo mi gente allá para velar por mis putas, protegerlas, sacarlas de algún rollo legal. Eso se cobra. Las

muchachas lo saben bien y se cuidan de traicionarme. La mayoría, gracias a la virgencita de la Caridad, están agradecidas por lo que hice por ellas. En estos tiempos no aparece gente que te de una casa o un apartamento, algún perol en qué moverte y que además, te cuide el trasero. En La Habana eso vale un capital y además, como mis putas son de alcurnia, creo que entrevistaste a tres o cuatro que hasta son de las que llaman diplomáticas, tienen un buen ingreso y se dan la buena vida. — ¿Ninguna te ha traicionado? — Ninguna. Hasta hubo una que se enamoró de un habanerito y quiso dejar el negocio. Vino a verme, se abrió el corazón y me di cuenta de que no mentía. Le pagué todo lo de la boda. Ahora trabaja allá en el Ministerio de Cultura y es una de las que me garantiza lo que yo llamó “el turismo cultural”: conseguir entradas para el ballet, el teatro, los festivales de cine, y otro poco de cosas que hacen falta cuando los turistas de mis muchachas son culturosos, que ya es una cosa cada vez más común. — ¿Y cómo te las arreglas para que la policía no llegue hasta ti? — Cuando tú escribas cómo llegaste hasta mí, el que lo lea podrá pensar que te fue fácil. Sólo tú sabes que no es así. Lo otro es una lección cotidiana en este negocio. Cada día que pasa el país se pudre más y esa pudrición llega a todas partes. Nosotros, los podridos, los primeros que nos echamos a perder, tenemos la ventaja de la experiencia. La experiencia dice que el dinero corrompe. Y a mí me gusta corromper con dinero. Las drogas le parecían una mierda de los hombres porque hacían que la gente perdiera la cabeza y pensaba que en un mundo como el de hoy había que tener la cabeza bien puesta sobre los hombros. No dejaba que sus muchachas se metieran en negocios de sexo con animales y mucho menos con niños. Su padre, me dijo, intentando justificarse sin conseguirlo por lo endeble de su razonamiento, era el culpable de que él fuera homosexual: varias veces lo sorprendió haciéndole el amor a su madre y las cosas que le decía y le hacía y la cara que ponía le resultaban tan asqueantes que por poco se vomita cuando tuvo que acostarse con la primera mujer de su vida. — La diferencia que tienen las Jineteras cubanas, lo que a lo mejor las hace superiores a las prostitutas en otros países, es que tienen el chance de no perder su dignidad. Cuando alguien se tira a un animal se está degradando; cuando obliga a un inocente, a un niño, se degrada más. Las putas cubanas tienen muchas ventajas: son más cultas, saben hablar, tienen un desarrollo, una libertad superior, y no pierden su dignidad, si no quieren. Porque dígase lo que se diga, cuando una mujer se acuesta con un hombre, del modo que sea y con el objetivo que sea, está cumpliendo una función biológica. Es un asunto de concepto sobre qué es la dignidad. Para algunos quizás puede ser indigno vender su cuerpo a cambio de un dinero. Pero lo que la vida o la sociedad no te da, tú tienes la obligación de procurártelo a como puedas. Yo te aseguro que por lo menos las mías, mis Jineteras, tienen a sus familias aquí en

Santiago viviendo como debe vivir una persona. Antes esos familiares se ahogaban intentando creer sus muchas consignas, pero se morían de hambre y parecían pordioseros del modo en que vestían. Ahora visten bien, comen bien, tienen ciertos lujos y siguen trabajando para la sociedad, y hasta puedo jurar que lo hacen con más deseos que antes porque esa otra entrada de dinero de las puticas de sus hijas les quita de la cabeza la mitad de las preocupaciones que tiene el resto de las familias cubanas. — ¿Y cómo ellas mantienen ese status allá? ¿Hay reglas? Aspiró una bocanada grande, soltó el humo y tomó un sorbo de cerveza que vació el vaso. Lorenzo esta vez no esperó a su seña y fue a buscar más bebida. — Mis muchachas no pueden degradarse acostándose con cualquiera. De entrada, no salen a buscar a los turistas. Yo tengo una persona que se encarga de buscarles buenos clientes. Trabaja en la mata, en el sitio al que van a morir todos los empresarios extranjeros que llegan al país, y desde ahí planifica a quién atacar. Seguro debes estar de que ellas no van a la calle 51 a venderse a los cubanos por unos miserables pesos, como ahora hay muchas allá en La Habana, ni tampoco se disparan a nadie por menos de cincuenta dólares la hora. Como nada les falta, no tienen que desesperarse. Yo llevo el control mediante tres gentes más de todo lo que hacen, con quién se acuestan, dónde lo hacen, y desde aquí calculo lo que me tienen que mandar. A veces están apretadas, sobre todo en las temporadas bajas de turismo, y entonces ni les alcanza para mandarles a sus familias. Ahí entro yo con mis ahorros y les doy su parte a la familia y a veces les envío su dinerito a La Habana para que sobrevivan hasta que soplen mejores aires. Como yo actúo así con ellas, ellas no se atreven a quedar mal conmigo y hasta cuando trabajan por su cuenta y se consiguen clientes buenos, me envían mi parte. Algo que a la gente se le olvida en este negocio es que uno trabaja con personas, con gente que hace eso por necesidad, no porque les guste, aunque algunos se empeñen en decir lo contrario. Yo las trato como los seres humanos que son y recibo agradecimiento. Te digo más, además de esa que se casó, hubo tres que decidieron dejarlo. Vinieron a verme y hasta querían devolver la casa en La Habana y venir para Santiago con tal de no quedar mal conmigo. Les di la casa en La Habana y ahora están allá, una vendiendo jamón en un agromercado, otra trabajando en una shopping y una de secretaria del director en una fábrica de tabaco. Y claro, todo se compensa: la ayuda que me dan desde esos lugares no te la puedes imaginar. Eso se logra sólo siendo humano.

Nota del Autor: Mulenque murió en febrero del 2000 por un cáncer de estómago. La cantidad de personas que asistieron a su velorio y entierro se compara al del funeral del popular personaje conocido como Diablo Rojo. Lorenzo sigue trabajando en una dependencia de Cultura, en Santiago de Cuba.

EVAS DE NOCHE

Jinetera de puya.

Está sentada en el lobby del hotel y finge leer una revista de modas. El bolso de cuero descansa a su lado, sobre el mullido butacón. Tiene el pelo suelto, rizado, que le cae sobre los hombros. Viste un traje negro, apretado, que marca su cuerpo perfecto, estilizado. Ha visto al turista mirándola desde la barra del bar, en una esquina del lobby. Espera. Sabe que vendrá. Cruza las piernas y enseña el nacimiento de los muslos. No levanta la cabeza, aunque siente sus pasos. — ¿Puedo sentarme a su lado, señorita? Sólo entonces levanta la cabeza. Afirma con un gesto y lo ve sentarse y mirarla. — ¿Está sola? — pregunta el hombre. Ella no contesta. Siente su perfume. Sabe que es caro, muy caro. Mira discretamente a su traje y sus zapatos y comprueba que también son de alta calidad. Carísimos en el extranjero. — ¿Podría invitarla a una copita? — vuelve a preguntar el hombre. Sólo entonces lo mira a los ojos, con una dulzura inocente, de niña desvalida, mil veces practicada frente al espejo de su casa. — Puede ser — responde, y lo mira tímidamente.

LOS HIJOS DE SADE

R

oly tenía 22 años cuando lo entrevisté. Era uno de los delincuentes potenciales de su barrio en Guanabacoa cuando fue llamado al servicio militar. Tuvo la opción de pasar un curso

básico para policía y durante un par de años fue uno de los agentes del orden público que recorría La Habana Vieja combatiendo el Jineterismo y la delincuencia a la que él mismo seguía perteneciendo. A diferencia de otras entrevistas que reelaboré para hacerlas más entendibles, ésta la transcribí literalmente, de modo que el lector pudiera tener un ejemplo del habla característica en ciertas zonas de la población marginal cubana. Las palabras indicadas con número, que son propias del ambiente del entrevistado, aparecen al final en su acepción más conocida. ¿Puedo mencionar tu nombre? Roly, ese es mi nombre en la brujanza 1. Rolando fue el socio que me tiró la soga en la escuela de la calle cuando yo tenía once años. Esa es la escuela de la vida, socio, la otra es pura mierda y sólo da para ponerse el cartelito. Lo que da para ganarse el pan nuestro de cada día es lo que ahí se aprende, luchando. Pero yo soy fiana 2 ahora, socio, y hasta que no salga del verde 3 lo que yo hago no tiene que saberlo la Habana entera. Policía y chulo, ¿cómo lo resuelves? Legislando 4, socio. En todas las pinchas es igual. La gente trata de filtrar 5 fino y buscarse un escape que le suelte unos kilitos de más. Pero ser fiana es de morronga porque to’el mundo te ve con malos ojos y piensa que porque uno lleva uniforme les va a resingar la vida. El filtre es hacerse el fiana y no serlo a la hora del cuajo 6. ¿Cómo explicarías eso? Sencillo, socio. Me pongo la coba 7 azul, me pongo la botafuego 8 en la cintura y me voy a desandar por la ciudad, por las partes que to’el mundo sabe que es conflictiva. Calo 9 bien a todos los la’os, parto

a los aseres 10 por el mismo medio para que sepan que ahí toy yo y me les acerco: Aseres, porque a ellos les hablo en su idioma; les digo, “aseres, si quieren que me ponga un eparadrado 11 en las gafas tienen que soltar un agüita” 12. Y así caen to’s mansitos mansitos. ¿Y encuentras bien eso que haces de que te paguen algo para hacerte el de la vista gorda y dejarlos hacer a su gusto? ¿Los demás policías no se meten en eso? Ese es el quimbe 13, socio. Nosotros casi siempre vamos como los bueyes en los ara’os, por parejas. Si te buscas un socio que no sea chiva 14, ya resuelves el asunto. ¿Y hay muchos que se prestan para esas cosas? A según, socio. Los fianas de los barrios donde no hay yumas 15 están siempre desespera’os por entrarle a los fulitas 16. Esos siempre buscan la forma de llegarse a las zonas turísticas y ver qué se les pega al carapacho. Los que andan en las patrullas son una trampa. Como se mueven a to’s la’os, entran fácil a la lucha y se creen los mariscales de este bisne. También tienen la opción de hacer el pan 17 y después perderse en su perolsito y ojos que te vieron no te quieren ver otra vez. Nosotros, los de a pie, tenemos que fijar las trampas para ver que putica cae y cuando cae una le metemos miedo pa’ver si le sacamos a flote el chulo que la maneja y así armamos la cadena. Después cogemos al chulito, le apretamos los verocos 18 y siempre le sacamos una mordidita 19 a cambio de que se pasee libre por nuestra zona de caza. Vuelvo a mi pregunta anterior. Lo que quiero saber es cuántos policías más o menos andan en esto. Ya tú quieres mucho, socio. ¿Tú piensas que soy una calculadora? Yo conozco a unos cuantos puestos pa’esto, y veo a otros de mi unidad y de otras estaciones y oigo a los colegas haciendo los cuentos de que si a tal puta le sacaron tanto y que si a fulano le tumbaron esto y que por otro tipo ganan tanto a la semana, pero de eso a decirte un número, ¡qué va!... Digamos, cien... Más, socio, más, y si son como yo, peor. En to’esto, La Habana Vieja, estos ojos ven más de cincuenta. Por el Vedado, por to’el Cohíba y eso, deben ser más. Tirando por arribita, hay una pila. ¿Siempre se usa ése método de velar y contactar a las Jineteras y luego buscar al chulo para chantajearlo? Chantaje es una palabra dura, socio, prefiero que digas para lucharle los pesos que se gana con el bollito de sus putas. Y dicen que quien roba a un ladrón tiene una pila de años de perdón... pero no, no es la única forma. Vacila 20: una es contactar con los custodios de los hoteles. Ellos tienen siempre la bola en la mano y saben quién entra y sale. Nos ponemos cerca y cuando entra la gente, le metemos las

esposas y le soltamos: “si no sueltas la pasta verde, te hacemos un acta de advertencia, si es primera vez, o te mandamos para una granja de trabajos forzados” si la tipa es reincidente. La pastica verde, los fulas, las partimos a la mitad con el custodio. La otra es un vacilón. En Cuba no hay barrio donde no viva una Jinetera. En mi barrio vive una y voy y le disparo a la cara: “mi niña, si quieres templar fácil y ganarte tus fulitas, dame algo, o aquí mismo te parto en dos la vida”. Se abren como una pomarrosa y hasta se echan a llorar que hay que sacar pañuelo y palanganas para recoger las lágrimas y to’eso. Pero el legisle bueno es siempre saber quién está en el bisne y la putería. Lo otro: los turistas buscan ron y tabaco, y las cajas que venden en las tiendas legales, hay que tener los cojones bien puestos para comprarlas porque hay cajas que valen 400 fulas y comprarlas es igual que si te dieran una patada en los verocos. Ahí se aparecen los bisneros de tabaco y ron y nosotros les cazamos la pelea 21 y le decimos: “a la mitad si quieres que te dejemos libre y haciendo lo que te salga de la macana”, y ellos sueltan un billete bueno en eso. Aquí mismo hay una Paladar 22 que vende comida de langosta y se sabe que la langosta es robada. Sencillo: un día me le planté delante a la maricona que lleva ese bisne y le dije: “vía libre si me dejas comer aquí to’os los días”, y me libré del sancocho que dan en el comedor de la unidad. ¿Es cierto que hay policías que hacen de chulos y tienen a sus Jineteras? Si es verdad. tiene que ser un pincho 23, un mayimbe, o alguien que tenga una ronda fija o por ese estilo. Pero seguro es un mayimbe. Un socito me lo dijo una vez, que sí, pero eso el que sea lo tiene bien secreto y va y tiene hasta amenazá a muerte a las putas porque eso no se ha filtrado y si se filtra, el explote es de morronga. De to’os modos pué ser porque yo mismo me he topado con tipitas comemierdas que me miran por arriba de los ojos como si yo fuera una plasta de mierda y cuando las amenazo me han soltado: “no te tires con nosotras, niño, que tus grados no alcanzan para eso”, que es como decir que están protegidas por alguien mayor. Y vacila esto: un día prendimos a una negrita engreída que nos dijo así y en menos de media hora de estar en la reja de la unidad vinieron a buscarla porque era trompeta y estaba haciendo de Jinetera. Va y es verdad que la tipa es chivata, pero puede ser un cuento de algún pincho para sacarla sin expediente ni acta de advertencia. ¿Cuanto ganas por esa vía al mes? Al mes no sé porque se me vuela en las manos y no cuento, pero cada semana serán unos treinta fulas, que es un dinerazo al lado de mi salario de fiana. ¿No tienes miedo de que te cojan? La lucha es riesgo, socio, y quien no lucha se muere en una islita como esta. To’os los fianas como yo, el que más y el que menos, tiene un escape. A mi casa me van a vender hasta carne de res. Y eso es roba’o, se sabe. Pero yo, ciego a todas, porque la gente tiene que luchar con lo que puede. ¡Ah, eso sí!,

que nadie se baile a nadie 24 porque el único que puede mandar a morir es Dios, como dicen los creyentes. Nadie tiene derecho a echarse al pico al nadie, y quien lo haga, por lo menos conmigo, está jodido. Si me cogen, a resingarme, socio. Como dicen por ahí, si me cogen, que me quiten lo baila’o. ¿Conoces algún caso de prostitución con niños? Eso es fú, socio, ni hablarlo. Un día hubo un socito del barrio que me vino a ver porque le hacía falta que desviara a un fiana de un negocio de templetas de turistas con chamas. Le dije que ni pinga, yo en eso no me meto. No sé si será fachada o qué carajo, pero en la Unidad siempre andan en la misma cantaleta: proteger a los chamas, proteger a los chamas, de las putas, de las drogas, de los violadores, que hay una pila burujón puña’o. Aquí arrancan la cabeza cuando se trata de chamacos y más si son chiquitos porque a mí por lo menos no me convence nadie de que esas puticas de 13 años que ya andan buscando macana son niñas. Niños son hasta los diez años, porque por ahí hay cada chamaca de 11 añitos que saben más de templeta que una vieja puta de 90. Me dijeron unas Jineteras que entrevisté que a veces ustedes les quitaban cosas y luego las vendían, ¿es cierto eso? Depende. Este que está aquí no se mete a vender baratijas ni ná de eso. Lo mío es el pinche 25 grande, el que da un baro 26 largo. Sé de algunos fianas que les quitan pitusas, anillos, relojes y esas mierdas, se las decomisan, ¿sabes?, y después lo venden en cualquier parte. Casi siempre los bobos que hacen eso son fianas nuevecitos, de esos que están pasando el verde, el servicio militar y necesitan ganarse unos pesitos de más. Lo mío es otra cosa. Uno de los socitos míos en esto, policía igual que yo, de curso básico, pero unos meses más nuevo que yo en el verde, nos dedicamos a otra cosa que da un poquito más: la yerba. ¿Marihuana? No, socio, yerba, que es otra cosa. Mi socito descubrió al tipo que la preparaba y es tan buena, de la bútin 27, que parece marihuana de verdad. El cigarro, la bala o pitillo, que es como le llamamos, es a veinte pesos cubanos y vacila: nunca vendemos menos de doscientos pitillos. Ahí caen redonditos unos cuatro mil baros limpios y eso se los vendemos nosotros a los puntos. ¿Los puntos? Chulos, Jineteras que se empastillan o fuman de lo lindo. Hasta empresarios extranjeros que pasan en sus carrotes haciéndose los entretenidos. Y mucha gente de la calle, gente que parece normal y nadie sabe que a escondidas se suenan sus buenos pitillos. Compran los pitillos por pacas de a veinte. Las Jineteras churrupieras 28 compran uno, dos, a según, pero las que tienen baro, las Jineteras de alcurnia, esas nos dejan vacío y también compran ron y tabacos para sus Pepes 29.

¿También venden ron y tabaco? ¿Cómo lo consiguen? Como te dije ahorita, socio. Le metemos un confisque de la mercancía a cambio de que se pire 30 libre y luego buscamos los puntos para la compra. Un bisne redondo redondo. Volviendo a las drogas, ¿es cierto que hay bastante droga en las calles? Una pila, socio. Y fíjate, yo sé de unos cuantos fianas jefes que han dicho en los altos niveles que la cosa está que arde, vaya, que están preocupados, pero parece que allá arriba no quieren darle cráneo al asunto, porque siguen empeñados en que en este país no hay droga. Te puedo jurar por los huesos del viejo, que en paz descanse, que cada día, en cada Unidad de La Habana, se procesan unos diez o doce casos de droga. Pero eso es hierro encendido, asere; al que hable una palabra los jefes le cortan la lengua. Claro, eso nos quita pincha, porque a verdad-verdad, si ellos no se preocupan, ¿por qué cojones voy a romperme yo el coco persiguiendo a nadie porque venda o compre droga? ¿Qué tipo de droga se vende? De todo, asere, de todo: desde las mierdas esas que se hacen mezclando medicinas hasta cocaína y una pastica nueva ahí que los puntos llaman La sabrosura, El vuele, aunque la mayoría le dice Arnaldo Tamayo. ¿Arnaldo Tamayo? Sí, asere, el negro ése que fue al cosmos con los rusos, el cosmonauta cubano. Le dicen así a esa droga, que es una pasta que entra desde Estados Unidos por alguna parte de este país, porque cuando uno se la suena llega al cosmos, del vuele que coge. Una Jinetera me confesó que los policías las obligaban a acostarse con ellos si no querían que las llevaran presas… Una pila lo hace. Es el gocetén 31, socio. ¿Tú crees que uno es de hierro o qué bolá? Ellas ahí, enseñándole el culo a los yumas y pa’nosotros ná, como si fuéramos un trozo de mojón apestoso. El desquite de uno es ése: la para, le dice que si no nos moja el palito la metemos de cabeza a la unidad y la tipa abre las paticas. Otra me contó que hay policías homosexuales que se buscan turistas también homosexuales como cualquier Jinetera… Es la purísima verdad y me revienta la sangre, socio. Tan sabroso que es tener a una tipa ahí, abacorá 32, dándole tranca y la tipa gozando, pa’ meterse a pájaro, no lo entiendo. Ahora, socio, de que es verdad es verdad. Yo me pregunto por qué habrán tantos policías chernas 33. Un socito del barrio, chernón él, me lo había dicho. Y lo más genial es que son orientales, que siempre se hacen los bárbaros,

los machazos y to’ eso. Cazan igualito que las Jineteras. Na’más le ven la pinta de pájaro al tipo y le vuelan pa’rriba y se hacen los corteses y que los van a cuidar de los delincuentes en la isla grande, hasta que se van con ellos a cualquier rincón a cambio de unos pesitos, porque las mujeres cobran sabroso, pero los pájaros se conforman con un rabazo. Entonces, ¿para ti la policía es tan corrupta como cualquier otra gente? Vacila esto, socio: el fiana es un tipo igualitico que tú y que yo. Cobra una mierda, tiene que dispararse guardias, soportar las zoquetás de unos cuantos jefes, y después irse a la casa o al albergue a vivir la vida de to’ el mundo. Si busca un escape es porque lo necesita. Eso de corrupto no me cuadra. Corrupción hay más pa’rriba. Nosotros somos unos mamatrancas, socio, unos tipos que tratan de aliviar la mierda que es esta vida. Pero como te digo eso, oye bien, también te digo que aquí adentro hay una pila de fianas que se comen un león marcha atrás y creen de verdad que están saneando la sociedad, que es como nos dicen en las muelas de las clases de política. ¡Comemierdas que son! Porque la cantidad de porquería que ya hay en las calles de este país no lo para nadie. Como dice la gente, socio, en este mundo hay de to’ y cada cual escapa como puede.

Breve glosario del capítulo. 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23.

Brujanza: nombre que se le da en el mundo nocturno habanero al trabajo del Jinetero y los chulos. Fiana: policía. El Verde: el servicio militar. Legislar, Legisle, Legislando: pensar bien un negocio. Filtrar, filtre: trabajar bien un asunto. Hora del cuajo: momento preciso de algo. Coba: ropa. Botafuego: pistola, revólver. Calo, Calar: mirar a fondo. Aseres: en el mundo marginal significa compañeros de negocio, socios, amigos. Eparadrapo: Esparadrapo. Soltar un agua: compartir una ganancia. Quimbe: asunto, problema, tipo de trabajo. Chiva, trompeta: informante de la policía. Yumas: extranjeros turistas. Fulas, Fulitas, Fao: dólares. Hacer el pan: trabajar . Verocos: testículos. Sacar una mordidita: obligar a una persona a compartir sus ganancias. Vacila: Mira. Cazar la pelea: Velar, Vigilar. Paladar: en Cuba, restaurante privado, no estatal. Pincho, Mayimbe: Jefe.

24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. 31. 32.

33.

Bailarse a alguien, echarse al pico: matar, asesinar a una persona. Pinche: Trabajo. Baro: dinero. Bútin: de alta calidad. Churrupiera: miserable, pobre. Pepes: extranjeros turistas. Pire: irse, dejar ir. Gocetén: gozadera. Abacorá: arrinconada Cherna: homosexual.

PADDY

D

ebo escribirte aquí que pertenezco a las Supremas: cuatro muchachas, lindísimas dicen donde quiera que entramos, que tenemos muchas cosas en común: somos fanáticas a Michael Bolton,

estudiamos en el mismo preuniversitario, vivimos en el mismo reparto y somos doctoras en Medicina por la Universidad de La Habana. Cuando me pediste que escribiera estas líneas quise reunirme con las otras para que cada una pusiera en este papel lo que la hizo meterse a Jinetera teniendo una profesión tan digna como la nuestra, pero, de todas ellas, la única que siempre ha tenido facilidad para escribir he sido yo. Estando en el Pre participé en un taller literario que dirigió la escritora Daína Chaviano en el Vedado y era punto fijo en las peñas de la revista El Caimán Barbudo, que por esa época estaba en la calle Paseo. Pero la Medicina es una de las pocas carreras que creo tienen muy poco que ver con la Literatura, porque requiere todo el tiempo que tienes y el que no tienes para estudiar y superarte y estar enterada de lo último que pasa en tu materia, y si de algo estoy consciente es de que para escribir hay que tener tiempo. Ahora mismo estoy nerviosa mientras te escribo estas palabras, y sé que antes de que te lo entregue voy a revisarlo un millar de veces y aún así segura estoy de que me quedará mal. Es cierto, estuve en el mismo grupo donde estudió Medicina Manolín, el Médico de la Salsa, y también conozco a Lily, que ahora trabaja en el Hospital Calixto García y a quien dices conocer tan bien. Y también creo en el destino: una vez estuvimos conversando entre nosotras, las Supremas, de que algún día alguien debería escribir nuestra historia, contar que cuatro doctoras en un país donde la medicina es una prioridad se metieron a Jineteras, que es una forma elegante de llamar a las prostitutas. Precisamente, nuestra lucha es no ser prostitutas. Lo fuimos, eso no puede negarse, pero siempre nos propusimos encontrar a un extranjero que nos hiciera la vida más fácil y la única forma que hallamos fue metiéndonos a esto. Apostamos por un tiempo de sacrificio que ahora la vida nos paga con creces y una buena recompensa que nuestro oficio no hubiera podido darnos jamás.

Si no creyera en el destino, ahora no estaría escribiéndote esto y tú ni me habrías encontrado. ¿Qué te harías ahora si Carlos, el que fue mi primer esposo, no le hubiera hecho el primer legrado a Loretta? Me pediste que contara cómo llegaste hasta nosotras y tengo que decirte que no sé. Lo único que tengo claro es que fue Loretta quien te abrió la puerta de mi casa porque si no hubieras venido de su parte, puedes tener la seguridad de que entonces sólo la doctora te abriría la puerta y no hubieras conocido nada de lo que ahora sabes sobre Paddy, la Suprema. Yo conocí a Loretta cuando Carlos le hizo ese legrado y nos hicimos muy amigas, porque es una gente de esas que hoy no abundan: un pedazo de pan con patas y un corazón de oro en el medio del pecho. Nunca supe que era Jinetera, porque jamás quiso contarme nada y me mantuvo engañada diciéndome que un hijo de puta la engatusó, la dejó preñada y luego se había ido del país o quedado en otro país, no recuerdo. Yo me separé de Carlos un año después porque el muy desgraciado me pegaba los tarros con una enfermera de su sala, en el Hospital de Maternidad de Línea, y esa confianza me hizo contarle a Loretta mi historia y mi desesperación, junto a las otras muchachas, que nos había hecho pensar hasta en meternos a Jineteras, que nos vieran gozando la vida, gastando los pesos que ellos no fueron capaz de luchar para nosotras, restregarles en la misma cara que éramos triunfadoras porque teníamos el mejor instrumento que nos había dado la naturaleza: unos cuerpos perfectos, hermosos. Lo hacíamos como un desquite contra los hombres. Las otras tres también habían sido cuerneadas por sus esposos y una de ellas tenía un hijo, igual que yo. Ella no me dijo nada esa vez, pero yo pude ver en sus ojos que algo la había conmovido. Se fue muy callada y no apareció hasta un mes después. Vino directo, al grano, como dicen por ahí, y me contó que había un grupo de italianos que buscaban compañía, que no era nada de acostarse con nadie, si no sólo salir con ellos y bailar, y que pagarían bien. Tenían que ser cuatro, además de ella, que había conocido a uno del grupo esa misma tarde y que el muchacho, porque todos eran jóvenes, le había confesado que no le interesaba salir con ninguna Jinetera ya que no se podía hablar de nada con ellas, y que andaba, junto a sus amigos, buscando muchachas con cabeza, inteligentes, para poder pasar una noche. No obligarían a ninguna a nada que no fuera bailar, conversar y divertirse. Fuimos las cuatro y nos encontramos con Loretta frente al Hotel Capri, que era donde estaban instalados los italianos. Salimos y se portaron muy decentes, galantes, y para mayor suerte, eran muy bonitos y hasta inteligentes. Nosotras no seremos cultas, ni nada de eso, pero sabemos hablar de muchas cosas y a todas nos encanta leer, salvo a Vanessa, que no sale de las novelitas de Corín Tellado y los libros policíacos, pero es la que más sabe de nosotros de aparecidos, magia negra, reencarnación, y esas cosas.

Estuvimos una semana saliendo con ellos, inventando con otros compañeros del Hospital para cambiar las guardias y las consultas, y cuando se fueron nos dejaron su dirección, porque todos trabajaban en la misma empresa y a cada una nos regalaron unos vestidos, zapatos tenis Adidas y cien dólares. Así nos dimos cuenta de cuánto tiempo perdíamos. Como promedio, ganamos al mes cerca de quinientos pesos, soportando guardias, malas noches, los berrinches de los pacientes, las cosas empalagosas y buenísimas que te hacen los pacientes agradecidos, las reuniones médicas, las juntas médicas, todo eso que se convierte en rutina y llegas a rechazar sin darte cuenta. En una semana, divirtiéndonos como hacía años que no lo hacíamos, ganamos tres mil quinientos pesos, porque el dólar estaba a 35 en el cambio de la calle, y obtuvimos unos cuantos regalos que mucha falta nos hacían. Esos mismos italianos, que nunca más han venido, mandaron a otros a buscarnos y volvimos a salir con ellos y así fue creciendo la cadena hasta un día en que a una de nosotras, no recuerdo quién, pero creo que fue Violeta, se le ocurrió pagarle mensualmente a una viejita que vivía en la calle Paseo, cerca del hotel Cohíba, para que nos dejara acomodar a nuestro gusto la parte de alante de su casa y que ella se fuera a vivir a la parte trasera, que tenía una salida independiente por otra calle. A la viejita se le abrieron los ojos cuando le dijimos que le pagaríamos trescientos pesos al mes por el alquiler y nos ocupamos tanto de ella en todo el tiempo que estuvo viva que un día nos dijo que no le pagáramos más nada pues a ella le bastaba con nuestro cariño. La pobre era un desastre y tenía las defensas tan bajas que cogía cualquier enfermedad que hubiera en el ambiente. Pero ahí estuvimos nosotras. A todo el mundo le hizo creer que éramos una parienta de Oriente con sus amigas, que estábamos pasando la Residencia en Medicina en La Habana, y éramos tan unidas a ella que la gente se lo creyó. Si alguien duda de eso, puedo llevarlos a un bufete para que se den cuenta de que la vieja hizo testamento a mi nombre, sin yo saberlo, y cuando se murió de un infarto en casa de una vecina en Miramar, supimos de toda la herencia. Así me hice de esa casa que visitaste y el cuadro de la viejita que está en la sala no se va a mover nunca de ese lugar, aunque cambie mil veces el diseño de la habitación, porque se merece que yo la recuerde. Y para más detalles, la viejita (y lástima que no pueda escribir aquí su nombre, pues no quiero que me localicen por algún desliz) tenía dinero en una cuenta en el banco y la puso a nombre de mi hijo, que llegó a quererla como a una abuela y hacía de ella lo que le daba la gana. Mi casa se la dejé a mi madre y a mi padre, que nunca han sabido nada de esta otra ocupación de su hija, y me vine a vivir aquí, para estar más cerca del área donde actúo. Nos llaman las Supremas porque sólo salimos con turistas de dinero y buena presencia, lo mismo a una recepción, que a un concierto, que a una función de ballet o a una discoteca. No te puedo negar que a veces nos tenemos que acostar con algunos de nuestros clientes, pero podemos darnos el lujo de hacerlo con el que nos guste y muchas veces hemos rechazado a los que tratan de meter cañona y tratarnos como a simples prostitutas. Pero hasta eso, hasta ese rechazo, lo hacemos dignamente, tratando

de no herir a ningún cliente, ni de dar una mala cara de nuestro negocio. Nadie puede decir en ningún lugar del mundo, y mira que hemos salido con turistas, que fue maltratado por alguna de nosotras. Cuando se ponen pesados, que siempre hay alguno, sencillamente nos hacemos las señoronas y le dejamos bien claro que no somos carroñeras ni putas de baja ralea. Si la cosa se complica y el tipo quiere formar lío, inventamos algo y nos escapamos, sin que nos preocupe mucho si ganamos algo o no en esa jugada. Así trabajan las Supremas. Y esa profesionalidad hace que al mes recibamos, al menos, un grupo que atender, porque no trabajamos solas. Cada grupo que se va contento con nuestra atención nos envía a otro, y así nunca, o casi nunca, salvo en las temporadas bajas, se rompe la cadena. Lo más molesto es cuadrar en el Hospital para si hay que faltar, pero siempre tratamos de que los turistas sepan y tengan bien claro que nuestro trabajo es por la noche y con un horario y una tarifa de acuerdo a lo que pidan, pues por el día tenemos nuestras obligaciones como dignas trabajadoras de la sociedad cubana. También me pides que te cuente qué nos hizo decidirnos a entrar en este mundo. No puedo decírtelo exactamente. Creo que todo empezó un día en que me trajeron a mi hijo llorando desde la escuela, ya que un amiguito le había dicho que su mamá era una pordiosera porque no podía comprarle refresco de la shopping para que llevara a la merienda. Lo que más lograba hacer entonces era conseguirle frutas y prepararle jugos de modo que tuviera algo que merendar a la hora del receso, pero aquel hecho me dio como un golpetazo en la cabeza. En esos mismos días supe que la directora de la escuela se había visto obligada a “elevar” la queja de que el hijo de Roberto Robaina traía a la escuela unas meriendas tan ostentosas que resultaban ofensivas para las demás madres, especialmente porque nadie va a entender que un tipo que se atraganta tanto pidiendo sacrificios tuviera a su hijito viviendo como un rey. La madre del otro muchachito, el que me acusó de pordiosera, no trabajaba y su padre era un conocido negociante del barrio, que lo mismo te vendía pintura robada, que materiales de construcción que un elefante. Me molestó mucho que aquel tipejo, que según las leyes y la moral era un antisocial, tuviera más dinero y posibilidad de resolver cosas que yo, con todo un título y un trabajo al parecer honorable. Hubo un tiempo en que se dijo que nosotros, los médicos, junto a los abogados, éramos la pequeña burguesía de este país porque nos daban casa, carro y un sueldo bastante bueno. Hoy es distinto. Somos tan pobres como cualquiera, con la diferencia de que seguimos ganando ese buen sueldo, que hoy es poco por lo encarecida que está la vida, y con la facilidad que tenemos de resolver muchas cosas gracias al agradecimiento de los pacientes. Pero ponte a pensar que mi salario es para dos casas, que ni yo ni mis padres somos gente de hacer negocios extras que nos den un dinero de más porque mi padre ni siquiera compra mercancía en la bolsa negra de lo comunista que es y mi madre es un alma de Dios que toda la vida ha obedecido a sus caprichos. Sólo en leche en polvo para mi hijo y mis viejos, que está a veinte pesos la libra en el mercado negro, gasto al mes trescientos pesos, porque con el litro de leche

que nos dan cada dos días sólo alcanza para una dieta básica y muy reducida, no para lo que necesita un niño a su edad. En eso a mí nadie me puede hacer un cuento, porque una de mis especialidades es la dietética infantil. A mi hijo no le puedo dar la mierda que dan en la bodega porque un niño necesita de proteínas, de una dieta balanceada, y el arroz y el chícharo no se lo van a dar. Tengo que comprar carne y la carne está carísima ahora y antes, cuando me metí a Jinetera, lo estaba todavía más, si aparecía, ya que aún no habían autorizado los mercados agropecuarios. Sólo en eso se me iba el salario. Lo único bueno que me pasó fue que tuve que dejar de fumar para que mi hijo comiera. Tengo que ocuparme de mis padres: entre la chequera del retiro de los dos sólo llegan a 155 pesos, más o menos, y eso se les va en un suspiro y hay que dar gracias a que aquí en el hospital les consigo las medicinas, que son bastante caras, porque mi madre padece de tiroides y mi padre es diabético. Tenía que buscar una entrada más de dinero y yo no sé ni coser con una aguja. Una de mis compañeras de la sala, también doctora, dedica sus horas libres al arreglo de manos y con eso se gana un poco más de dinero. ¿Tú crees justo que una doctora tenga que estar caminando de casa en casa arreglando manos para ganarse mejor la vida? ¿O que la Jefa de Sala de Otorrino, que ha hecho como seis misiones en Africa pasando mil trabajos, haya tenido que montar un timbiriche en su casa para vender refrescos y pizza? Pues así es. Si me preguntas porqué estoy en esto, esa es la respuesta: hay cosas que la vida te obliga a hacer para bien de la gente que amas. Nosotras hemos gozado de suerte: no hemos tenido que lanzarnos a la calle, ni soportar a los chulos, que son unos explotadores, ni padecer ninguna de esas mierdas que sufren otras Jineteras. Entramos a este mundo por la puerta de oro y seguimos en una sala de oro ganando nuestro dinero limpio y ayudando a los nuestros. Por ponerte sólo otro ejemplo: ¿qué se hubiera hecho Grissy con su hijita de cuatro años si no tuviera esta entrada de dinero? Su hija desde que nació tiene una enfermedad que le impide comer carnes y sólo puede tomar yogurt. Le dieron dieta de yogurt de soya, se lo tomó una sola vez y la pobrecita estuvo casi tres meses ingresada que parecía un sapo de tan inflada. Ahora Grissy se gasta casi setenta dólares al mes sólo en yogurt que compra en la shopping. Es lo mismo que cuando uno así como así empieza a creer en Dios. Yo tengo una amiga doctora que, además de atender clínicamente a su pacientes, le recomienda que lo lleven a la iglesia o que le pidan a Cristo por su mejoría o salvación. ¿Y sabes por qué? Su hijo mayor, que ahora tiene quince años, cuando tenía ocho se enfermó tan grave que por poco se le muere. Tenía cáncer de primer grado en el hígado. A quien no quiera creerlo, le puedo dar el nombre de los doctores que lo atendieron y todos los datos para que vea que no miento. Una junta médica lo dio por desahuciado y le dijo a mi amiga que a mucho dar su hijo viviría sólo un mes y medio más. Dice ella que salió del hospital y echó a caminar por la ciudad y que le parecía estar como flotando y no se dio cuenta de cuánto había caminado hasta que se sintió tan cansada que tuvo que sentarse en un banco que encontró cerca, en un parque. Había

oscurecido, y salió del hospital a eso de las cuatro. Casualmente frente a ella vio una iglesia y algo le hizo entrar, arrodillarse y empezar a conversar con Dios, con los ojos cerrados. Dice que sólo conversó con El y que algo le hacía sentir que la estaban escuchando. Le preguntó porqué le pasaba aquello a ella, precisamente a ella que había dedicado su vida entera a salvar vidas, que era lo más injusto del mundo y que si su hijo se tenía que morir, ella quería irse con él adonde fuera. Sólo se detuvo cuando fueron a cerrar la iglesia, a eso de las doce de la noche, y un muchacho, que al parecer trabajaba allí, la tocó en un hombro y le dijo que ya debían cerrar y que llevaba tanto tiempo rezando que estaba seguro de que Dios había escuchado sus oraciones. Dice que cuando se puso de pie y salió a la calle sintió en el pecho una alegría rara, inmensa, que la ahogaba y la hizo llorar, pero de alegría. Se dio cuenta de que había estado en la iglesia de Santiago de las Vegas, cogió una guagua y regresó a la ciudad y al hospital. Aunque te parezca mentira, su hijo dormía plácidamente a pesar de que hacía más de dos semanas en que los dolores no lo dejaban dormir. Un mes después le dieron de alta. Cuando le hicieron las pruebas, los médicos se quisieron morir del susto, o del asombro: su hígado aparecía intacto, como si nunca hubiera sufrido los estragos de una enfermedad tan mala. Todavía hoy vive. Por eso ella hoy cree en Dios más que en ella misma y está totalmente entregada a su creencia. Sigue siendo tan buena profesional como lo era en aquel tiempo, y lo mejor de todo: es feliz. Yo puedo decirte lo mismo: soy feliz porque ayudo a los míos a vivir mejor esta vida que razones políticas nos hacen más difícil. Mi hijo no tiene por qué sufrir algo de lo que él no tiene culpa.

Nota del autor: Paddy, Vanessa, Grissy y Violeta, las cuatro Supremas, abandonaron la medicina poco después. En la actualidad, Paddy está casada con un empresario extranjero y vive en La Habana. Vanesa trabaja desde Cuba como asesora para América Latina de una importante agencia publicitaria alemana, especializada en la publicidad de productos médicos, y Grissy y Violeta viven con sus esposos en Brasil y Suiza, respectivamente.

CUATRO

“¿No sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne. Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él. Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca”. Corintios 6:16-18

D

espués de lo de Estévez, pasé varios días sin hablarle a mi esposo. Una tarde me tomó de la mano, me obligó a sentarme en la sala y quiso ponerme sus reglas:

— ¿Qué otra cosa sabes hacer, Susimil? No entendí. ¿A qué cosa se refería? Entonces me dijo que la vida cada vez se nos ponía más dura, que el viejo se iba encogiendo como una lagartija muerta, que sólo nosotros, él y yo, podíamos traer a la casa lo necesario para seguir sobreviviendo. — Además de singar bien, dime, ¿qué otra cosa? Fue soez, molesto, una nueva razón para el asco que empecé a sentir por él desde poco antes, pero tuve que reconocer que estaba en lo cierto: no recordaba siquiera lo más mínimo de mis estudios, no tenía habilidades de mujer, y en eso él tenía la culpa, le eché en cara, y no me sentía capaz de trabajar en ningún sitio que diera buen dinero, porque en este país los filólogos crecían como la yerba mala y se morían de hambre con unos sueldos de miseria. — Por eso te lo digo — me contestó —. Tienes que hacer algo para ayudarme… algo que hagas muy bien. Y ahí lo dejamos. No te miento si te digo que me rompí la cabeza pensando qué cosas podía hacer para traer dinero. No sabía pintar uñas, ni pelar, ni coser, cocinaba medianamente y había descubierto que mi letra se volvía cada vez más deforme, horrible, y hasta con grandes faltas de ortografía. De todos modos, intenté consolarme, eso último se mejoraba con un buen ejercicio. Se me ocurrió una idea. — Puedo pasar un curso para secretaria — le solté una noche, mientras comíamos. Levantó la cabeza hacia mí. Puedo asegurarte que en sus ojos había un brillo chispeante, raro, que no supe precisar por qué me hacía sentir molesta. — Esa es buena — dijo —. No había pensado en eso.

Dos días más tarde vino a buscarme en el yip de su trabajo. Me llevó a una fábrica cerca de su granja y me dejó frente a unas naves que hacían de oficina. — Pregunta por Roger — agregó. Era flaco, bajito, con una nariz larga y ojos de buitre. Miraba fijo, recto, y detrás de sus palabras suaves pude percibir el peligro de algo que no adivinaba. — Me dijo tu esposo que tienes deseos de trabajar — soltó, aún de espaldas, mientras cerraba la puerta de su oficina. La frialdad del aire acondicionado me erizó los hombros —. ¿Tienes frío? Asentí. Lo vi abrir otra puerta, desaparecer unos segundos y después venir hacia mí con una manta, creo que árabe por la hechura y los dibujos. — Las computadoras necesitan de este aire — dijo —. Tendrás que acostumbrarte —, y me puso la manta sobre los hombros. Después me señaló a una de las computadoras. — Una es tuya. Empieza. Algo sabía. En México me gustaba sentarme en la que teníamos en nuestro estudio y me ponía a jugar largas horas. “Sólo tienes que fijarte bien”, me dije, al ver junto al display una carta que debería meter en máquina. El hombre había vuelto a salir. Cuando regreso, traía una taza de té que puso sobre la mesa. — ¿Terminaste? Dije que sí con la cabeza y tomé un sorbo de té. Sentí que me calentaba la garganta y me devolvía lentamente una temperatura agradable, cálida, casi hogareña. Fue entonces que sentí las manos del hombre acariciándome los hombros. — Ya estamos solos — dijo —. Todo el mundo se ha ido. Y comenzó a sobarme el cuello, a meterme las manos en el pecho buscando mis senos. Me puse de pie, apartándolo. — Vamos, chica — suplicó entonces —. Dicen que tiemplas como una diosa… Enséñamelo, anda… Además, ya a tu maridito le solté su pago. Y no sé cómo, a pesar de no dar crédito a sus palabras, tuve fuerzas para empujarlo cuando vino hacia mí, tirarlo al piso, abrir la puerta y salir al polígono donde se alzaban las oficinas. Sus gritos a mis espaldas. Y yo caminando, como ciega, apurando el paso, dejando atrás naves y almacenes enormes y garitas de entrada. Alguna que otra vez algún custodio quiso detenerme. No hice ningún caso. No recuerdo cuánto caminé. Metida en el asfixiante vacío que me hacía flotar en un vapor caliente, la carretera de regreso a mi casa me pareció muy breve, casi diminuta. El muy degenerado de “mi maridito” no estaba. Logré volver a la realidad cuando me senté en la cama de mi cuarto. “¿Hasta

cuándo, Susimil?”, recuerdo que me dije. “¿Hasta cuándo, cojones, hasta cuándo?, me repetí. Y de pronto esa fuerza: como miles de espinas pinchando por dentro y miles de voces diciéndome que me largara, no sé. Metí un poco de mi ropa en una maleta, la otra mi esposo la había vendido, y me marché rumbo a La Habana. Me dio por montar en varias guaguas y quedarme en la última parada. Necesitaba pensar. Vi pasar casas y personas y carros y bicicletas y árboles, y no pensaba. La mente se me quedaba en blanco, como si nada hubiera debajo de mi pelo. Sólo recuerdo de ese momento las casas y las personas y los carros y las bicicletas y los árboles. Una de las veces en que me bajé de una guagua, me vi cerca del Parque Almendares y bajé desde 23 para sentarme junto a la orilla del río. Como desde hacía muchos años, corría apestoso, arrastrando mierdas y palos y papeles hacia el mar. Estuve horas contemplándolo hasta que se hizo de noche. — ¿Dormirás aquí? La voz llegaba de una mujer mucho mayor que yo. Estaba sentada en la tierra, mirándome. A su lado, una jaba con ropas viejas y un plato de porcelana. — No tengo adonde ir — le dije. Vino hacia mí, arrastrando su jaba y se sentó a mi lado. — Me llamo Gladys — dijo —. Soy de Cienfuegos. Estaba casada con un peruano. — Susimil — le dije. Tenía un olor ácido a sudor y un mono deportivo lleno de parches cosidos con hilos de distinto color. — Soy periodista, ¿sabes? — la oí decir —. Pero odio escribir en un periódico. Me gusta investigar. ¿A ti también te abandonó tu marido? No contesté. Los ojos verdes de aquella mujer irradiaban una tristeza apabullante. El Almendares seguía corriendo apestoso y tranquilo hacia el mar, iluminándose de cuando en cuando con la potente luz de algún carro que pasaba sobre el puente. — Mi destino es triste — dijo —. Viví en Perú y vine acá para que Segovia se hiciera Doctor en Filosofía, y ya me ves. Se fue y me dejó sola. Ahora vivo donde puedo. Pero a Cienfuegos no vuelvo… Mi madre está muy enferma, ¿sabes?… Le tengo miedo a su muerte… Dos figuras emergieron de las sombras que rodeaban los árboles del parque. — Oye, loca — dijeron — ¡Deja tranquila a la muchacha! ¡Vete! Y la fueron apartando con gestos y palabras “¡fuera! ¡fuera!” hasta que la vieron perderse en la floresta lejana y oscura. Después vinieron a sentarse a mi lado.

— No le hagas caso — dijo la niña. Tenía unos quince años. Vestía de harapos —. Está así porque quiere. Dicen que tiene tremenda casa en Cienfuegos. — Eso dice mi hermana — dijo la otra sombra. Era un muchacho alto, flaco, también vestido con ropas viejas —. Ella es de Cienfuegos y la conoce bastante. Un sapo arrancó a croar en las matas cercanas a la orilla. La noche comenzaba a ser fría. Abrí la maleta y saqué un abrigo tejido con hilo de estambre.

Los muchachos me miraron. La niña se

acurrucaba contra el pecho del otro. Tenían los mismos ojos grises, la misma nariz. Los miré un rato, aprovechando la claridad de los carros que pasaban por el puente. Ellos lo notaron. — Sí — dijo el muchacho —, somos hermanos. Cuando Mamá tuvo la isquemia, pedimos a San Lázaro que no se muriera. ¿Ves esa luz allá enfrente? — y apuntó al otro lado del río —. Ahí vivimos con ella. No puede moverse, pero está viva. Llevamos siete meses pidiendo limosnas para pagarle a Lazarito. Nos quedan cinco meses. Volví a mirar la luz que me había enseñado. Titilaba a lo lejos. — ¿Quién la cuida ahora? — pregunté. — Nuestra hermana mayor — dijo la niña —. Es de un matrimonio de Mamá en Cienfuegos. — ¿Y tu papá? — le dije, acariciándole el pelo. — En la panza de un tiburón — contestó el hermano —. O en el infierno. Donde quiera que sea, estará bien. No quise seguir preguntando. En sólo un segundo, los ojos de aquel muchacho se habían vuelto fieros, con una rabia bien distinta a la paz que descubrí en los ojos de la loca que ahora fumaba en la lejana floresta. Sólo podía distinguir el punto rojo del cigarro. — ¿Y a ti, qué te pasó? Otra vez había paz en los ojos y la voz del muchacho. — Mi marido me maltrata — dije —. Tengo que buscar trabajo. — Eres bonita — dijo el muchacho, mirándome, casi catándome con los ojos —. Si quieres te presentamos a mi hermana. Hizo silencio unos segundos. Acomodó la cabeza de su hermana junto al pecho y me miró fijamente. — Es Jinetera — dijo.

LA ISLA DE LAS DELICIAS

L

a entrada de los Estados Unidos a la contienda bélica hispano-cubana, cuando ya el Ejército Libertador tenía casi ganada la guerra, en 1898, marcó el comienzo de una nueva era de

coloniaje para Cuba, denominada —gracias a un reduccionista criterio histórico— “Seudorepública” o “República Neocolonial”, términos que actualmente comienzan a revisarse por los historiadores. A principios de siglo, con la aplicación por gobiernos entreguistas de la Enmienda Platt y

leyes

colonizadoras e interventoras, entre las que destaca, el Tratado de Bases Navales y Carboneras, la nación cubana hubo de enfrentarse, hasta 1959 cuando se produce el triunfo de la Revolución Cubana encabezada por Fidel Castro, a una marcada dependencia del capital y los intereses políticos norteamericanos. Es éste uno de los períodos más ricos en lo referido a sucesos sobre la historia de la prostitución en Cuba. Muchos documentos históricos, publicaciones periódicas e informes ministeriales de diverso tipo dan fe de un fenómeno nunca antes visto en el país: la presencia cada vez más numerosa de funcionarios, soldados e inversionistas norteamericanos en la vida social cubana, junto a la rabiosa lucha de la mafia de ese país por el control de los negocios en la isla y la conversión de nuestro territorio nacional en una meca del turismo en el Caribe (esencialmente Varadero y la Habana), todo con el consentimiento de los sucesivos gobiernos constitucionales o de facto, provocaron un crecimiento acelerado y abrupto en los índices de la prostitución. En 1910 existían sólo en la capital del país más de tres mil prostíbulos con más de diez prostitutas cada uno, lo que arroja una cifra de más de treinta mil mujeres dedicadas a ese oficio, situación que creció de modo alarmante hacia fines de la década del treinta cuando, según cálculos de los propios gobiernos de turno aparecidos en distintas publicaciones periódicas, la prostitución en Cuba llegó a la cifra de unas 80 mil prostitutas a lo largo y ancho de toda la isla, en una población que no sobrepasaba los seis millones de habitantes.

Era común que todas las ciudades y pueblos del interior tuvieran su “barrio de la mala vida”, y por lo menos un prostíbulo donde oficiaran entre diez y treinta “mujerzuelas”, en los casos más desarrollados. Este auge obedeció al consentimiento oficial hacia la práctica de la prostitución, a partir del entendimiento por las autoridades del país de que el fenómeno debía aceptarse como un mal inevitable — por incontrolable — y necesario — por servir de cauce de escape a ciertas inmoralidades (explicación pública), aún cuando todo indica que tal consentimiento respondía verdaderamente a que muchos de los más altos dignatarios lograban jugosos dividendos apoyando o invirtiendo en tan lucrativo negocio. Por esa época fueron muy conocidos los burdeles de los barrios Altamira, en Santiago de Cuba (con más de treinta), el Condado, en Villa Clara (con cerca de veinte) y Colón en La Habana (con trescientos, aproximadamente). De ese modo, la prostitución se consagró en la república mediatizada como un oficio legalizado, sobre todo a partir del decreto presidencial 964 del 23 de octubre de 1913 que establecía la obligatoriedad de las “meretrices, burdeles, matronas y casas de citas y recomendaba cómo organizar el servicio de salud” 20, decreto que mantuvo su vigencia hasta la misma caída del gobierno dictatorial de Fulgencio Batista, a pesar de los intentos de lograr la condena hacia esa práctica denigrante en una lucha encabezada por la Iglesia, algunos elementos de la aristocracia de clase media y los distintos movimientos femeninos y feministas que surgieron en esas décadas y que lograron ciertos avances en sus pedidos en los congresos femeninos de 1924, 1925, 1939 y 1947, como señala la periodista Rosa Miriam Elizalde en la misma cita antes mencionada en su libro sobre el tema. En su libro, El imperio de La Habana (en nuestra opinión el texto más completo sobre la mafia en Cuba) del también escritor y periodista Enrique Cirules, se descubre claramente una de las raíces que provocaron el crecimiento del fenómeno de la prostitución en la isla: la entrada de los capos norteamericanos en el mundo secreto de las relaciones de gobierno y poder económico y social, sobre todo a partir de la década del veinte, cuando se promulga en los Estados Unidos la llamada “Ley Seca”, momento en que la industria de bebidas y licores cubanos adquiere el carácter de proveedor número uno del tráfico de rones y alcoholes de la mafia hacia territorio norteamericano. No obstante, no es hasta finales de 1933 cuando se producen los primeros arreglos entre el recién estrenado coronel Batista y el financiero de la mafia, Meyer Lansky, quien comenzó esas acciones a sugerencia de su jefe y amigo Charles “Lucky” Luciano; negociación que se materializa con el establecimiento en la capital

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Rosa Miriam Elizalde: Flores desechables, p. 36.

cubana de cuatro grandes “familias” mafiosas encabezadas por los capos Amleto Battisti, Amadeo Barletta Barletta, Santo Trafficante (padre) y el propio Meyer Lansky. Fuentes testimoniantes de la época, generalmente practicantes de la prostitución en sus diversos oficios, ofrecen datos que resultan la más clara prueba de las dimensiones que llegó a alcanzar este fenómeno: “Para 1938, y lo recuerdo bien porque aún no había empezado la guerra en Europa, me llama el señor Eugenio (Menéndez), a quien luego vi muy unido a Batista, para que me encargara del envío de una remesa de muchachas jóvenes, según decían los documentos, vía Brasil para shows de música cubana que habían contratado desde allá. Me llamó la atención que todas eran mulatas muy hermosas, de grandes nalgas y muy altas y por eso fue que me dije que era posible que realmente fueran bailarinas, aunque el tipo que las trajo tenía buena fama de ser un traficante de mujeres, que trabajaba para el señor Amleto Battisti. Poco después, en la prensa, comenzaron a publicarse declaraciones de familiares que buscaban a sus hijas perdidas. En todos los casos, habían desaparecido de burdeles importantes de Centro Habana y La Habana Vieja. Aunque luego supe que muchas fueron secuestradas de sus propias viviendas en los barrios pobres, casi siempre de Regla y Guanabacoa. No sé si alguna regresó”21. Con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, y a partir de la incorporación de los Estados Unidos a la contienda, se provoca un nuevo fenómeno sobre el tráfico de prostitutas que demuestra las conexiones existentes entre el gobierno del Presidente Teodoro Roosevelt, la mafia norteamericana radicada en Cuba y el tirano Fulgencio Batista: “Llegamos a Ciudad Panamá un día lluvioso y con un frío del carajo. Allí nos instalaron en unas barracas cercanas a la Base Naval donde las condiciones eran pésimas y no había ni agua corriente para lavarse. Nos bajaron de los barcos después de una travesía de varios días y muchas hubiéramos preferido quedarnos a bordo, pues por lo menos daban buena comida. Dos días después empezaron a llevarse a varias muchachas hacia unas casonas de dos plantas, de madera, que habían construido fuera de las cercas que marcaban el comienzo de la Base Militar. Allí iban diariamente los oficiales de la Base a divertirse con nosotras. Lo peor de todo es que nos pagaban una mierda, además de la comida, que era pasable pero nunca fue un manjar, y la ropa que vestíamos. Terminábamos muertas. En una noche atendíamos a más de cinco soldados, pues nos dijeron que aquel lugar había sido creado para estimular a los mejores y garantizar el buen estado psíquico de jefes, oficiales y subordinados. 21

Amir Valle, Dulcila Muñoa, prostituta de la Reconcentración. (inédito) p.45

Esas eran sus palabras. Cuando Jaime Marimé, el que era secretario de Batista, y cliente fijo de uno de los burdeles de la calle Industria en el barrio de Colón, me preguntó si conocía a otras muchachas como yo que estuvieran dispuestas a trabajar en el mismo oficio, pero fuera del país, nunca imaginé que aquel negocio iba a ser una estafa tan grande para nosotras. Más de tres murieron en casi cinco meses de resistir aquel ritmo de trabajo cada día. Una de ellas, Juana Asunción, a la que le decían La Cubanita porque era chiquita pero con un culo enorme que volvía locos a los yanquis, tenía que acostarse cada día con más de diez. Un día cogió una cosa que le hinchó las piernas y empezó a soltar por allá abajo un humor apestoso y a ponerse flaca y ojerosa. No duró ni una semana. A otra la reventó un negro panameño que creo era uno de los capataces de la Base y que le decían Anaconda porque tenía una mandarria enorme. Fue muy triste todo, no te creas.”22 Terminada la Segunda Guerra Mundial, con el comienzo de una etapa de liberalización sexual que conmovió a Europa y que lanzó a una lucha por la legalización a los movimientos homosexuales en los países europeos, esencialmente Inglaterra, Francia, España y los países nórdicos, la mafia cubana y norteamericana asentada en Cuba, administradora por excelencia del mercado del sexo en y desde la isla, tampoco desaprovechó esa oportunidad esta vez vinculada a los personajes de la burguesía cubana de la época. “Aunque nunca supimos quién era la cabeza de aquel negocio, sé que recibieron unos cuantos miles de dólares a cambio de nuestra compañía. Todo empezó cuando estábamos en una sesión de entrenamiento en el cabaret Parisién del Hotel Nacional. Yo era uno de los bailarines del show y un calvito, a quien los camareros llamaban Coky, y que muchos años después, leyendo una revista Bohemia identifiqué como uno de los hermanos de Indalecio Pertierra, Representante a la Cámara por Las Villas, se me acercó para decirme que los dueños del hotel me habían designado jefe de un cuerpo de bailarines que iría a París a ofrecer unas funciones por cinco meses. Nos pagaron bien, embarcamos y nos ubicaron en un hotel en las afueras del propio París. Llegó a vernos un flaco altísimo, evidentemente homosexual, y nos soltó de sopetón el asunto: nos habían alquilado para trabajar en un burdel para homosexuales. Se nos pagaría la comida, la ropa, el alojamiento y algo para gastos.

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Amir Valle, Dulcila Muñoa, prostituta de la Reconcentración. p. 63

No podíamos salir solos a recorrer la ciudad. El horario de trabajo era de 9 de la noche a cinco de la mañana. Y si nos negábamos, iríamos presos por incumplir un contrato que firmó por nosotros nuestro jefe en Cuba. A pesar de esa crudeza, y del engaño, no fue un trauma para nadie. A nosotros, los homosexuales, no hay que ponernos a trabajar en eso: sencillamente lo hacemos. Y como todos los seleccionados lo eran (descubrimos que la selección no había sido tan casual como pensamos al principio), nos aprestamos a cumplir nuestro ilustre contrato con todas nuestras armas y con la calidad mayor posible”.23 Es necesario recordar que la prostitución en la isla de Cuba, ya por esa época conocida como el “Burdel de América”, no se practicaba exclusivamente en las casas de tolerancia, burdeles y prostíbulos de los barrios marginales o pobres de las ciudades y pueblos, si no que, sobre todo en el caso de La Habana y de algunas otras ciudades importantes, también tenía lugar en los más importantes hoteles construidos o regenteados por la mafia cubana, norteamericana, y la burguesía criolla, entre los cuales destacó el Sevilla Biltmore, casi a las mismas puertas del Palacio Presidencial. Amleto Battisti, el dueño de la instalación y por entonces ya Representante a la Cámara, se jactaba de decir sin ningún tipo de límites que por su hotel pasaba cada mes una nueva remesa, un nuevo lote de prostitutas, elegidas entre las más jóvenes y apetitosas mujeres cubanas, para el goce exclusivo de sus huéspedes. Tampoco es necesario recordar demasiado quiénes eran los huéspedes y clientes asiduos de esa y otras instalaciones de lujo en el país. Detrás de todas estas manipulaciones y rejuegos con el mercado del sexo se hallaba la mano siniestra de Meyer Lansky, quien se convirtió en esos años en la fuerza política y económica más fuerte y respetada por todos los gobiernos de turno y los representantes de la burguesía local de la isla. En 1957, a sólo cinco años del golpe militar que llevó a Batista nuevamente a la presidencia del país, Cuba estaba sumida en la más sangrienta tiranía de su historia, la pobreza social alcanzaba niveles alarmantes, la injerencia norteamericana en los asuntos de gobierno era realmente asqueante y sólo funcionaban a toda máquina y con excelentes resultados aquellos negocios en los cuales el pueblo no tenía ni siquiera un mínimo beneficio. La más próspera inversión se concentraba en la gran cadena de

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Amir Valle, Dulcila Muñoa, prostituta de la Reconcentración. p. 78. Testimonio de Dulcila Muñoa Quijano

(1884-1976), campesina cubana sobreviviente de la Reconcentración de Weyler, obligada a prostituirse para salvar a su hijo de dos años. En 1898 Dulcila tenía 14 años de edad y un hijo de padre mambí, muerto meses antes del inicio de la reconcentración. Murió en 1976 a los 92 años. Los documentos y datos para elaborar este testimonio fueron donados al autor por María de la Caridad García Muñoa, hija de Dulcila, en 1992.

hoteles, villas, exclusivos casinos, restaurantes y cabarets donde el dinero era puesto por tres inversionistas básicos: la mafia cubana y norteamericana, el gobierno y sus representantes, y las empresas capitalistas norteamericanas vinculadas fuertemente a los capos. En la zona del puerto de La Habana y el barrio de Centro Habana se reproducían como amebas los sitios de placer nocturnos. Las casas de camas surgían en cualquier local, con más de diez prostitutas cada una, y no había un lugar importante en la ciudad donde no circularan las drogas, se jugara grandes cantidades de dinero y se contara con el servicio a mano y rápido de miles de prostitutas. Según datos ofrecidos por Enrique Cirules en el libro antes mencionado, los intereses de la mafia en el llamado Imperio de La Habana podían agruparse en direcciones tales como, la promoción del gran turismo internacional hacia sus instalaciones en la isla, los canales del tráfico de droga, las modalidades de los juegos de azar y apuestas, el tráfico y tallado de piedras preciosas, el contrabando de mercancía de todo tipo, el fomento y control de negocios legales en la isla, el lavado de dinero, el control de importantes medios masivos de comunicación, las relaciones políticas entre Cuba y los Estados Unidos, la inteligencia y la cooperación con estos servicios en Cuba y la dirección general de todo ese imperio. En otras palabras, los intereses de la mafia estaban dirigidos a controlarlo todo, en virtud de que Cuba significaba, por encima de todo, “la llave de las Américas”; es decir, una jugosísima inversión. Dejamos para el final, con todo propósito y para recalcar en su importancia, a uno de los eslabones de esa gran cadena que ataba a toda la isla desde el imperio habanero: “Los grupos encargados de la prostitución especializada (una de las más conocidas era la cadena de casas de Marina; que daban servicio a los hoteles de lujo). En La Habana, la mafia entrenaba también a prostitutas hacia otras áreas del Caribe, y los Estados Unidos. El autor, por supuesto, no se refiere a la prostitución por problemas de miseria, que alcanzó en la década del cincuenta la cifra de cien mil mujeres”24. Baste finalmente, para continuar ilustrando la naturalidad con que era asumido el negocio de la prostitución en Cuba, una anécdota del propio Meyer Lansky recogida en el citado libro de Cirules: “… se produjo después de haber sostenido una larga reunión con varios de sus más importantes subordinados. Esa noche, se puso a recorrer los casinos situados en grandes hoteles y cabarets; estaba contento, con una alegría poco menos que salvaje, por haber sostenido aquel encuentro amistoso con Harry Smith y mister Rosengard, esos dos viejos millonarios, tan amigos suyos, que de vez en vez 24

Enrique Cirules: El imperio de La Habana. P.172

recalaban en La Habana para asuntos de mucho interés. Al filo de la madrugada, cuando el chofer pensó que había terminado, Lansky le pidió que fuera hasta una de las casas de Marina y trajera dos mujeres a su gusto (eran varias las casas de Marina: aquella cadena de burdeles especializados, a cargo de los hoteles de lujo; Marina regenteaba una espléndida casa de tres plantas, cerca de Crespo y Amistad, con cuartos especiales, camas redondas, removedores y antiguos artefactos; estaba además “El templo de Marina”, al lado del Hotel Sevilla Biltmore, situado sobre la misma esquina de Prado; y el castillito de Marina, en Malecón y Hospital, muy bien acondicionado, con cuarenta criaturas permanentes, y trescientas más en fotos privadas, que en media hora estaban enfrascadas en su oficio; y la instalación que Marina regía en una edificación de la calle San José; además de esa cadena de tiendas de lencería montadas en el Prado, con tan buenos contactos, para ofrecer remesas de las más exquisitas mujeres); pero esa noche el chofer se dirigió hacia otro famoso burdel, también a cargo de Marina, en el crucero de Ferrocarril y Boyeros. El Chofer de Lansky pensó que el viejo pedía dos mujeres porque era aficionado a la pornografía, pero cuando apareció con las dos jovencitas se quedó sorprendido; porque Lansky, después de haberse tomado su media botella de pernot, le dijo que podía llevarse a una de las muchachas para su cuarto, que la otra se quedaría con él”25. En 1959, cuando triunfa la Revolución Cubana, existían en el país, según datos estadísticos de la época, un aproximado de veinte mil prostíbulos, burdeles y casas de citas en toda la isla, más de ciento cincuenta mil prostitutas, casi todas de origen campesino y un gran porciento de raza negra. Se inicia entonces, como parte de las promesas establecidas por Fidel Castro en su alegato de autodefensa conocido como La historia me absolverá, la lucha por la emancipación de la mujer y una de las grandes batallas fue precisamente buscar la eliminación total de la prostitución.

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Enrique Cirules: El imperio de La Habana. P.172

LAS VOCES

Soy de Holguín, de un pueblito que se llama San Andrés. Dejé de estudiar cuando estaba en séptimo grado porque soy muy bruta y las letras no me entraban ni a palos. Mi padre me dijo que tenía que ponerme a trabajar y me mandó a casa de su hermana a la ciudad de Holguín, a buscar trabajo. Allí conocí a Benigno, un muchacho lindísimo que luego supe era un chulo de mala muerte. Pero cuando una es una descocada pasan esas cosas: me enamoré y un día el me llevó a Guardalavaca y después de una paliza me dijo que si no me templaba a un turista que pagaba bien, me mataba. Lo hice, el yuma pagó y Benigno me dio un billete de veinte dólares. Aquí no será mucho pero allá con ese dinero se resuelve un mundo de cosas. Le vi la parte buena del asunto y como ya le había cogido asco a Benigno después de la paliza, se me salió del corazón, me puse a trabajar por mi cuenta. Allá el negocio no es muy bueno y es más barato que aquí en Varadero. Por eso vine. Mayra Beatriz, Maybé, 17 años, Jinetera. Lo que uno sabe, tiene que aplicarlo y a mí me enseñaron que lo que uno aprende no es para regalarlo, y cada día que pasa este mundo se pone peor en ese sentido: como dice la gente por ahí, Don Regalado se murió. Estuve cinco años estudiando para hacerme abogada, aguantándole zoquetadas a los profesores, porque cuando una mujer es bonita todos piensan que tienes un cartel en la frente buscando un hombre para acostarte. Y en ese caso, muchos profesores querían pagarme con mejores notas de las que yo podía sacar con mi cabeza. No caí en eso, como algunas otras que garantizaron puestos de trabajo buenos gracias a sus movimientos de cadera o a sus actuaciones como comunistas de extrema izquierda. Por eso es que cobro por hacer papeles legales, y cobro en divisas, que es la moneda que vale en este país. Si me pongo a contarte todos los casamientos, los papeles de propiedad de autos y viviendas que han pasado por mis manos, siempre con alguna complicación legal a resolver con pequeños fraudes o manejos legales, no me creerías. Cecilia, Abogada. Las fotos son un negocio rentable. Yo me metí en esto porque un socito de Cubanacán, un diseñador, vino y me dijo que unos ingleses, de unas revistas porno, pagaban 200 dólares por fotos de cubanas jóvenes desnudas y en poses eróticas. Querían los negativos o las diapositivas y nos pusimos para el asunto. Empezamos por las mismas modelos que trabajaban para la publicitaria Coral de Cubanacán, claro, sin decirles nada. Le decíamos: “son unas fotos para ver después qué puede hacerse”, y así las logramos sin pagarles un kilo a esas diablas. Es un negocio tan grande que una sola foto de Alida, una rubita lindísima y riquísima que sale en muchos anuncios de Cuba; una sola foto de ella en cueros, que alguien le tiro en la cascada de El Saltón, una villa anti-stress en la Sierra Maestra, nos dio 800 dólares. Rafe, fotógrafo publicitario. Un día descubrí que hasta los chamas podían legislarle a esto, sin que la policía me partiera las patas. Me puse a buscar en las pandillas de Centro Habana y La Habana Vieja, que están llenas de pandillas infantiles aunque acá se hagan los ciegos y, excepto los policías que sí se dan cuenta, todo el mundo diga que es un cuento chino. Pero en todas las escuelas de estos barrios hay sus pandillas, con sus jefes y hasta ahí, en la escuela de informática ésa que está en Belascoaín, un pandillero mató a un niño de un tiro. Pues cacé a esos chamas y les propuse tres dolaritos diarios para que se escondan la droga en la ropa y salgan a venderla por el Parque Central, frente al Capitolio, en el barrio Chino, y por allá, por la Lonja del Comercio y la Plaza de Armas, que son lugares perfectos para hacer una buena venta, y más

desde hace unos meses, en que todo eso anda lleno de turistas americanos que compran la droga igual que toman agua. El Bola, 45 años, vendedor de droga.

A

unque uno se va acostumbrando sin darse cuenta a que en los barrios marginales, especialmente éstos de Centro Habana y La Habana Vieja, puede encontrarse la mierda que

nadie siquiera imagina, ni lejanamente hubiera podido adivinar la atmósfera que se respiraba en aquel mundillo. Cuando estuve sentado en una de las mesas del salón de la misma casa que, vista desde afuera, ofrecía una imagen endeble, nada agresiva, casi pura, me pareció que el tiempo caminaba hacia atrás y me colocaba en un sex-show del Distrito Federal, en México, al que acudíamos algunos de los cubanos que por 1993 vivíamos en la Casa Amsterdam de la Colonia Condesa. Pero estaba en Cuba. En La Habana. Y entonces me vino a la mente el recuerdo casi cinematográfico de algunas escenas de la Habana nocturna, descrita por el genio literario de Guillermo Cabrera Infante en su novela Tres tristes tigres. Un amigo homosexual, por entonces de cierta alcurnia en los corrillos intelectuales, me había comentado la existencia de otra arista del Jineterismo a la que nadie se refería: las relaciones entre el mundo gay y las prostitutas, y sus cuentos de espectáculos de travestis, filmaciones de escenas colectivas de sexo de turistas con homosexuales y Jineteras, sesiones de levitación homosexual en busca de antecedentes femeninos, y bailes de la droga. Ese universo tan sórdido, quizás porque me acercaba a él desde mi perspectiva de heterosexual confeso y convicto, me parecían criaturas y escenas tremebundas, asqueantes, nacidas de una pluma émula de Poe. Por eso accedí cuando fue al apartamento en Oquendo 308, que compartía por entonces con mi segunda esposa, y me invitó al único burdel en la capital donde, por ese entonces, era usual la práctica de ese tipo de “especialidades”. Era agosto de 1996. La ciudad ardía en una capa de vapor que caía como una nata espesa sobre personas, autos y edificios. Las noches habaneras comenzaban a recobrar el brillo, el colorido, la vida intensa alcanzada antes del período especial. — Hoy es el aquelarre — me dijo mi amigo, cuando vino a buscarme —. Vístete con algo fresco. Hace un calor del carajo en la calle.

Pasamos junto al edificio vetusto y elegante de la Embajada de España y nos perdimos en las callejuelas estrechas de La Habana Vieja.

La casa apareció de pronto ante nosotros, modesta,

descascaradas sus paredes exteriores, herrumbrosas las rejas de sus dos grandes ventanas. Pero me llamó poderosamente la atención que aún bajo tanto desastre no había perdido ese hálito de alcurnia señorial de algunas mansiones coloniales. Sólo con atravesar la puerta sentí que algo me transportaba a La Habana de los años 50. Cada mueble, cada mesa, cada planta, cada adorno, cada cartel, estaba diseñado al detalle para recrear la atmósfera de los años cubanos de la mafia, el ron, las canciones, el juego y las prostitutas. En una esquina, salida quién sabe de qué sitio en una Habana cada vez más moderna, una antiquísima pero todavía flamante vitrola dejaba escapar boleros nacidos en esas décadas. Los clientes, atendidos por mulatas jóvenes semidesnudas y travestis casi imposibles de descubrir, se ponían de pie al término de cada canción, echaban la moneda (que luego descubrí era de veinticinco centavos de dólar en dinero americano) y marcaban la canción de su preferencia: la música comenzaba a escucharse en todo el local, regándose como una pasta melancólica, nostálgica. En una esquina, sobre una pista de baile, algunos turistas bailaban con Jineteras, besándose, apretándose, casi mordiéndose. De cuando en cuando, ya abrazada por la lujuria, alguna pareja salía del ruedo y se perdía en un pasillo cercano que, me explicó mi amigo, conducía a un grupo de diez habitaciones acondicionadas para el sexo con las muchachas o los travestis. El pago, fueran turistas o cubanos, era invariablemente en dólares. — Aterriza, compadre — soltó mi amigo ante mi asombro —: todavía estás en Cuba, esto es un burdel animado a la moda años 50, ésos son travestis y ésas son Jineteras que nunca vas a ver en la calle porque trabajan con los clientes que le traen aquí. Esa, Claudia, por el día trabaja en una farmacia; aquella, Nora, es auxiliar en una escuela primaria; Marcia, la que viene con la bandeja de daiquirís, es enfermera y sólo trabaja aquí en sus días libres. Los travestis son locas que buscan pinga y siempre están a disposición de cuanto maricón llegue a La Habana con esos fines. Aquí lo único que te aconsejo hacer es abrir bien los ojos y mirar. Ojalá te atrevas y escribas esto, aunque muchos no te creerán porque no ven ni la mierda de perro que pisan en las calles. Ahora, cuidado con la forma en que describes la casa, no la descubras, que nosotros estamos muy contentos de que exista El bodegón de Paolo, esto que ves. La música de la vitrola cesó de pronto y también de golpe se apagaron las luces. La pista de baile, un círculo enorme de madera, se llenó de una nata espesa de humo. Toda la estructura comenzó a subir lentamente hasta quedar levemente al nivel de la mirada de los que estaban sentados en las mesas, haciéndose aún más visible. Una voz fue surgiendo del silencio que siguió al apagón, nacida desde el fondo de la pista: Marilyn Monroe en persona entonaba una canción sensual.

La vi desnudarse,

desgranando prenda a prenda su ropa con cada una de las frases dulces, melosas, tiernas, de su canción entonada en un perfecto inglés. Una vez desnuda, y terminada la canción, se acostó en una cama también redonda, blanca, que estaba justo al centro de la pista. Su miembro enorme quedó alumbrado por una de las luces azules que salía de algún sitio del techo. Cambió la música: Donna Summer entró en escena y, también cantando, bailando, fue tirando sus ropas hacia el rostro de los turistas de las primeras mesas hasta quedar completamente desnudo. Otro cambio de ritmo y salió a la pista Mirielle Mathieu, siempre recatada, tímida, aristocrática, cantando la canción tema de Los paraguas de Cherburgo mientras Donna Summer iba hasta Marilyn Monroe y la sacaba a bailar, y danzaban, apretados, alumbrados por las luces de colores, por toda la pista. — Ahora viene lo mejor — dijo mi amigo —. Vine al ensayo por la tarde… ya verás. Y “lo mejor” fue que apareció el grupo de los 46 artistas yanquis cantando “Somos el mundo” (hasta el gordo Paolo estaba en el coro de las cuarenta y seis voces encarnando a un Ray Charles inflado como un sapo) y mientras cantaban (parecía una escena surrealista) fueron quedando sobre la pista Marilyn Monroe y Donna Summer bailando, y Michael Jackson, Stevie Wonder, Bruce Springteen, Ray Charles, Toya Jackson, Dionne Warwick y Cindy Lauper siguieron cantando y desnudándose hasta que sus ropas formaron un bulto en el espacio vacío entre las primeras mesas y la pista, mientras ellos entonaban que we are the world, we are the children y los hijos y Marilyn y Donna y los turistas que fueron subiendo a la pista comenzaron a bailar desnudos y “Somos el mundo” resultó ser la canción más larga del mundo y se fue agotando, diluyéndose hasta mezclarse con el ritmo de una conocida canción de discoteca: “no pares, sigue sigue, no pares, sigue sigue”, y entonces en la pista todos comenzaron a bailar con pasos más fuertes y a dar brincos y a besarse desnudos turistas y locas y Jineteras y una mano en ese miembro y una boca sobre un seno y unas nalgas perfectas que se contonean y las luces de colores y los brincos y los pasillos de baile acoplados de los cuerpos y el brillo sudoroso de torsos, nalgas, espaldas, entremezclados, y el humo con olor a marihuana subiendo y llenándolo todo y los brazos siguiendo el ritmo de la música y algunos sobre la cama literalmente clavados, mujer por hombre hombre por hombre mujer por mujer, consoladores moviéndose, rabos penetrando anos y vaginas, cuerpos sudados, marihuana, luces… — Vámonos ya, compadre — me dijo mi amigo, despertándome con un halón de mano del embotamiento asombrado en que me hundí —. Esto está demasiado caliente. Y salimos a la ciudad. Eran las dos de la madrugada y en la ropa conservaba un molesto olor a marihuana. Caminamos por calles más oscuras, más apartadas, escabulléndonos de las parejas de policía, apostados en algunas esquinas, no fuera a ser que nuestro olor pudiera despertar sospechas y

tener que pagar por una culpa que en realidad no teníamos. Llegamos a mi apartamento. Mi esposa abrió la puerta, somnolienta. — ¿Estaba buena la actividad? — preguntó, tratando de ocultar delante de mi amigo la molestia que yo descubrí en el fondo de sus ojos: bien que conocía esas miradas en las que me dejaba entender que sabía que “algo” no andaba claro. — Una mierda — dije —. Pero tuvimos que quedarnos hasta el final y vinimos a pie desde Miramar. Después volvió a acostarse. Colé un poco de café y me sentí más calmado cuando el líquido caliente me cayó en el estómago: es uno de mis vicios y realmente me calma, digan lo que digan los médicos. — ¿Siempre es así? — pregunté entonces, mirando hacia el cuarto, y en voz baja. — Casi siempre — contestó mi amigo —. Esta vez la tortilla fue más grande porque los tipos que pidieron el espectáculo pagaron bien y querían más de veinte desnudos en la pista. — ¿Siempre con travestis? — Les da igual: Travestis, Jineteras, turistas, empleados del bodegón, pingueros… — ¿Pingueros? — La mayoría del coro son pingueros. Ya sabes, se dedican a clavar a los turistas homosexuales a cambio de dinero. Los que pagaron este show pidieron seis con la mandarria bien grande y, claro, que se la metieran a ellos, que para eso pagaban, y bien caro. Hice silencio por un rato. Mi amigo paladeaba calmadamente su trago de café, sorbo a sorbo, mirándome con la ironía propia de algunos homosexuales. — Te dije que te impresionaría — continuó —. Para gente como yo es normal: en La Habana hay muchos lugares como esos, pero son muy aburridos: vas, te empatas con alguien o alquilas a uno de los gays que hay allí y tiemplas en un buen cuarto, con buena cerveza y sábanas limpias. Por suerte los precios son asequibles. Pero en El bodegón de Paolo, que también es una gorda pajarraca y no tiene nada de italiano, aunque se haga y hable como un italiano, se dan los mejores shows de travestis de toda Cuba. Son exclusivos, claro, no todos los gays conocen de su existencia pues es sólo para alguna gente de la alta intelectualidad o con sueños de intelectuales. Las locas de carroza no tienen entrada allí. Hay dos mastodontes de Paolo que se ocupan de que no se cuelen esas plagas. — Tú y yo conocemos a casi todos los intelectuales de este país y muchos no saben de ese lugar… — Es normal, compadre. El día que converses con Paolo, si logras hacerlo porque el hombrín es bien cerrado, te darás cuenta de algo: el dice que todos los intelectuales de este país son unas viejas breteras, sean hombres o maricones. Es de los que piensan que si uno quiere que algo se sepa hasta en el Polo Norte, lo mejor es decírselo a un intelectual.

— ¿Me hablaste de reencarnaciones…? — Paolo es médium… o se hace. Cobra por sesión y su especialidad es averiguarle a los maricones si tienen alguna encarnación anterior que haya sido mujer. De esas sesiones han salido nombres de pájaras ilustres en el mundo gay habanero: Seti la hechicera, Sajira la beduina, Evita Perón Segunda, María Magdalena la Reencarnada. Y hasta un viejo escritor, muy conocido en nuestro mundillo literario, fue allí y hoy, en sus cuitas nocturnas, se hace llamar Mesalina. — ¿Y la droga? — Ni me toques el tema. Ya le he dicho a Paolo varias veces que lo que huele trae arrastre, igualito a los muñequitos de Disney: el olor es una columna parecida al humo que va hasta los policías, les toca el hombro y les dice con un dedo que la sigan. Allá él. Por eso me fui de allí, cuando la huelo en esa cantidad, me pierdo del lugar. Lo de la tortilla es bobería: todos los que están allí son adultos y hacen con su cuerpo lo que quieren, pero la droga en este país es tabú. Y Paolo no cree en eso. Dice que los polis no van por la zona porque para eso les paga. — Háblame de los pingueros. — ¿Esto es una entrevista, compadre? ¡Bárbaro! Que en todos mis años de escritor no me habían hecho ninguna. Mira, los pingueros son chamas, es decir, casi todos son chamacos de 15 a 18 años. Viene un yuma con ansias de ser clavado y ahí están ellos: ahora tienen hasta uniforme. Cuando tú veas a un jovencito, lindo por lo general y vestido con un overol y botas gordas de esas que venden en la shopping con una chapa en el tacón, puedes apostar que es un pinguero*. Su trabajo es ese: complacer a turistas gays, casi siempre viejos frustrados sexualmente que pagan bien. La mayoría son negros**. No sé porqué los primeros que estuvieron en eso, casi en masa, fueron negros. Y según lo que se entiende en Cuba como maricón, los pingueros no lo son, o no lo parecen: hablan fuerte, no son amanerados, tienen novias, o mujeres los mayores, y casi todos hacen eso ocultándose de los amigos, de su familia, de su pareja***. Y son bastante, ¿sabes? Solamente Paolo tiene fichados para su bodegón a unos sesenta en la zona de La Habana Vieja. — Me di cuenta de que la Jinetera en este negocio ocupa un segundo papel, secundario quiero decir. — Así mismo — contestó —. Como viste, las Jineteras que tiene allí Paolo, que son bellísimas por cierto, se ocupan de atender a los turistas en los momentos antes del show. Raras veces se quedan con ellos después del show porque los turistas quedan tan borrachos de ron, cerveza y droga, que dice Paolo que hay que arrastrarlos hasta las habitaciones. Eso les permite a muchas de las muchachas tener trabajos normales por el día. Casi siempre se acuestan a mucho dar a las dos, entre otras cosas, porque la que no se ha comprado un carro con lo que ganan allí, que son bien pagadas por Paolo, vive cerca del bodegón.

— ¿Son plantilla fija de ese lugar? — Algo así. Y ellas defienden mucho ese trabajo porque quizás sean de las Jineteras mejor pagadas y que menos sufren en toda La Habana. — ¿Sólo en La Habana? — Me han dicho que hay algunas casas así en Villa Clara, en Cienfuegos, en Matanzas y en Santiago. Puede ser, porque fíjate que son lugares con desarrollo turístico y ya hace al menos un par de añitos que esto de vender la mariconería se convirtió en un modo de luchar los dólares. Yo estuve en una en Sancti Spíritus pero me fui enseguida: aquello era asqueroso sobre todo porque el nivel artístico de los travestis era como para fusilarlos, pésimo, y el show es lo peor que he visto en toda mi vida. Se fue a eso de las cuatro de la mañana. No pude dormir. Estuve dando vueltas en la cama durante las tres horas que faltaban para despertarme y salir para mi trabajo ese año: la Dirección de Literatura del Instituto Cubano del Libro. Constantemente me acosaban las preguntas: ¿Hasta dónde podía llegar aquella realidad? A veces creía conocerlo todo, jactándome de no ser de esos que caminan por la ciudad sin notar lo que pasa a su lado; imaginaba que Sade y Maquiavelo no pudieron haberlo pensado mejor cuando descubría historias dantescas en aquellos barrios marginales, pero de pronto la propia realidad sobrepasaba mis cálculos, echaba por tierra la inmunidad del asombro con la que me fui vacunando mientras me perdía en los laberintos de este mundo tan oscuro. ¿Sucedía aquello en mi país, en apariencias y sólo en apariencias tan tranquilo, tan puro, tan limpio moralmente? ¿Hasta dónde llegaba la mierda, la podredumbre de aquel otro modo de vida que convivía cerca de la inmensa mayoría de la gente, sin que lo notaran? ¿Hasta qué rincones llegaba el aliento pútrido de aquella hidra venenosa? Sólo Dios sabía. A mí sólo me quedaba seguir buscando. Y escribir. Sólo escribir.

* En los últimos dos años las formas de vestirse de los pingueros ha cambiado mucho y se ha adaptado a ciertas modas utilizadas por los músicos jóvenes y extranjeros. El más usual modo de vestir en la actualidad es el de pitusa apretado con patas anchas combinado con pulóver de mangas cortas, entallado al cuerpo. Para diferenciarse, en ciertas zonas llevan manillas tejidas de colores que varían según el lugar donde “cazan” turistas; o colocan marcas visibles en las patas de las gafas de sol; o muestran tatuajes eróticos distintos para cada “grupo de trabajo”. ** La correlación racial ha cambiado también, pues en la actualidad la mayoría de estos individuos son de raza blanca. *** Hoy no es así: mayormente suelen ser muy jóvenes, casi todos marginales, desocupados, sin que siquiera oculten su condición de pingueros. Eso no significa que haya un buen porciento de ellos que son estudiantes de Secundaria Básica (octavo y noveno grados) y Pre-Universitario (décimo y onceno grados), por lo general.

Nota del Autor: Hoy, ese amigo que me guió en el mundo del travestismo, es un respetado funcionario cultural. Paolo sigue en la misma casona, ahora con mayor competencia: pude localizar dos de las cinco casas que actualmente se dedican a ofrecer similares servicios a los aquí descritos, sólo en los barrios de Centro Habana y La Habana Vieja. Su hermano, que era el proveedor de la droga que allí se consumía, fue capturado en la redada policial de inicios del 2003, lo cual no impide que en ese lugar, como en muchos otros, siga consumiéndose droga.

EVAS DE NOCHE

Jinetera Diplomática. Una gran cebolla negra recoge el pelo sobre su cabeza. Su maquillaje sobrio hace resaltar sus aretes finos y su collar de oro tallado en diminutas cuentas. Viste de traje y camina desenvuelta, confiada, entre los que asisten a la recepción del señor Embajador. Hay vino español, dulcecillos apetitosos, fuentes de mariscos, quesos olorosos y jugos y refrescos que los invitados eligen cuando pasan los chicos uniformados con las bandejas. Ella mira a todos, sonriente, hermosa, y busca siempre estar al lado de su compañero. Él la mira y se siente orgulloso. Todos sus colegas saben que ella es su amante. Se ufana de tener una de las muchachas más hermosas de toda la isla. Ella lo sabe y mantiene callada, pero altiva. Ven entrar a un grupo de invitados. — ¿Podrías recibir al señor Embajador, mi amor? — dice él. Ella asiente y se dirige al más viejo del grupo que acaba de entrar. — Welcome, mister C… — dice —. Will you kindly follow me, Excellency.

LOS HIJOS DE SADE

E

ulalio, más conocido por Lalito, es un fotógrafo devenido en corredor de sexo. Tiene 28 años y desde 1992 se dedica a vender fotos pornográficas, a proponer “chicas” a los turistas

enseñándoles su abultado álbum de bellezas cubanas y de vez en cuando a filmar escenas porno para determinados clientes. Habla perfectamente el inglés, el francés y el italiano. Se jacta de tener la colección más grande de mujeres hermosas desnudas en poses agresivas sexualmente, y hasta confiesa tener deseos de mandar su nombre al libro Guinnes. No lo hace porque tendría que revelar su identidad y “todavía esa libertad, no ha llegado a estas tierras”, dice. ¿Cómo supiste que esto sería un buen negocio? Me lo olí en el aire. Yo trabajaba en turismo, no puedo decirte dónde, pero me dedicaba a fotografiar playas, hoteles, restaurantes, todo con vistas a la publicidad, a que se publicaran en revistas, folletos, brochures y plegables que iban dirigidos a los mercados más comunes por 1993, que eran España, Canadá, México, Italia y algunos otros países de Europa. Noté que los turistas se sentían más atraídos por el contraste, por cierta relación incestuosa entre el cuerpo femenino y el paisaje, pero casi siempre cuando la posición del cuerpo agredía o rompía la paz y la tranquilidad que escapaba del paisaje en el cual se tiraba la foto. Fui haciendo un archivo enorme de mujeres en tangas, a veces con los senos afueras, y en muchas ocasiones hasta las convencíamos, a las modelos quiero decir, para que se dejaran retratar desnudas, con el cuento de que había anuncios de nuestras playas de nudismo que no podrían publicarse en Cuba, pero que allá eran muy útiles para que las oficinas de la empresa promocionaran esas playas. Las modelos, en su mayoría, tienen una alpargata sicotúa en la cabeza, son cuerpo y cara nada más y tienen vacío el cerebro, aunque hay sus excepciones. Por eso es fácil engañarlas. ¿Ese es tu único método? No, qué va. Tengo tres modos de ganarme la vida y cada uno de ellos tiene sus métodos. Vendo fotos de mujeres en posiciones pornográficas, ese es un negocio. El otro es mi álbum de Jineteras, que es una colección amplísima de casi todas las Jineteras de La Habana. Y el tercero es que alquilo mis

equipos, fotográficos o fílmicos para escenas porno que los turistas pagan bien y que vienen a buscar porque en Cuba sale mucho más barato que en cualquier otro lado del mundo. ¿Y los métodos? Todo es cuestión de fijarse bien, de estudiar el turismo. Cuando estuve en el Turismo pude comprobar que hay muchos tipos de turistas pero, en cuestión de sexo, hay tres grupos básicos que puedo denominar más o menos como Románticos, Pragmáticos y Pervertidos. Los Románticos nos visitan para ver de verdad el país y quieren llevarse algún detalle de todo lo que pueda recordarles la isla: desde un sombrero de yarey, una caja de tabacos, un par de maracas hasta una foto de una mulata o una mujer cubana desnuda y en poses que hacen ver bien claro lo caliente que es la raza cubana. Los Pragmáticos vienen unas veces a ver el país y otras a buscar sexo; o a las dos cosas al mismo tiempo; prefieren los actos, los hechos: es decir, prefieren acostarse con una que conformarse con fotos, revistas y esas cosas. Los Pervertidos disfrutan haciendo o filmando escenas de sexo con una imaginación que ni Julio Verne tenía: lo mismo se filman o se fotografían templando con una o varias muchachas o las filman en eso con otra gente, con animales y hasta con niños, aunque ése caso nunca me ha pasado. Como ves, cada uno de esos tipos tienen sus métodos de abordaje. Con los Románticos es sencillo: tengo un socio que trabaja en una imprenta y me saca las fotos como si fueran postales únicas y hasta me dio un aparatico de impresión rápida que en unos minutos imprime lo que tú quieras sobre la parte de atrás de la fotografía. Puede ser “Para mi viejito lindo, con amor de su cubanita”, “Para mi Papi Ricote de su Mamita caliente”, y cosas aún más geniales y excitantes. Con los Pragmáticos es algo más difícil, aunque con el tiempo uno va al directo. Tienes que buscarlos, descubrir qué turista anda detrás de un culo. Sólo con la práctica se aprende. Cuando veo a uno que me lo parece, me le acerco con mi álbum de Jineteras en posiciones retadoras que proponen una noche inolvidable y en voz baja le tiro el negocio. He desarrollado un buen olfato para detectar a ésos: casi siempre acierto. ¿Un álbum de muchachas desnudas? Sí, aunque es distinto al que le vendo a los Románticos. Me cuesta trabajo hacerlo, no creas, pero ya lo he logrado y estoy convencido de que es el mejor álbum de mujeres desnudas en poses retadoras que existe en el Caribe. Tengo retratadas 2890 Jineteras y pienso que para fin de este año ya complete las tres mil. Claro, que es un trabajito pesado. Son cinco fotos: una de cara y hasta el pecho que se vean bien el rostro y los senos, otra de cuerpo entero de frente, una de cuerpo entero de espaldas y dos más en la posición que ellas escojan según lo que más le interese vender de su cuerpo. Todas en poses bien sexuales. Y cada una con los datos esenciales para su localización: a qué chulo pertenece, teléfono, dirección y esas cosas. Nada más haciendo ese álbum me he ganado mis buenos pesos, porque como supondrás, las Jineteras o los chulos que quieran que yo las promocione, tienen que pagar.

¿Cómo das con los Pervertidos? Tengo suerte. Como trabajo de free lance en las instalaciones donde hay turismo y ellos me ven con mi cámara y se dan cuenta de que es un equipo que sólo un profesional puede tener, enseguida me contactan. Otras veces viene algún chulo o una Jinetera o algún trabajador de la propia instalación a decirme que encontró a uno. Siempre cobro mi trabajo y doy comisiones para quedar bien con todo el mundo. Porque te ganas la vida, oficialmente digo, como fotógrafo free lance… Exactamente. Puedo vanagloriarme de que mi estudio es uno de los mejores de toda La Habana y quizás uno de los más completos de Cuba. Tengo de todo en fotografía y video. Me costó un ojo y la mitad de otro armarlo, pero ya está aquí y dando buenas ganancias. Entre equipos y accesorios me habré gastado unos setenta mil dólares. Para que veas más clara la cosa: de mis trabajos para turismo más de un cuarenta por ciento se publica en un montón de revistas turísticas cubanas porque sus archivos son una mierda y tienen una cantidad de cosas repetidas, clichés, poses usadas y esas cosas que no son nada atractivas, nada novedosas. Cada ves que tiro una foto pienso en cómo hacerla diferente y eso me ha salvado. En el plano del sexo, me considero un artista del arte porno. Cuando veas mis fotos, te darás cuenta de que es distinto a todo lo que por ahí puedan mostrarte. Mencionaste a los chulos en tu negocio. ¿No les haces interferencia? Hasta ahora no, pero si se diera el caso, tengo mis negritos para que me guarden la espalda. Hay que estar prevenidos por lo que pueda pasar. Yo me busqué a un par de chamacos del barrio, que saben lucha y judo y parecen unos gorilas, y les pago cincuenta dólares al mes porque me cuiden el negocio y la cara. Siempre que me veas en un lugar mira a los lados y verás en algún sitio a uno de mis negritos. Pero hasta hoy no ha hecho falta. Los chulos, casi todos, son inteligentísimos para los negocios, pero son brutos, unos animales, para estas cosas del arte. En el caso de las fotos de Jineteras que enseño para que los turistas se acuesten con ellas a elección, cada chulo me paga un porciento mensual para que mantenga a sus chicas en mi álbum y otro porciento cuando les consigo un cliente. Eso se logra sólo cuando se trabaja seriamente y con calidad. Mi álbum garantiza trabajo cada noche a unas cuarenta Jineteras y eso es un buen dinero. Gracias a eso, mi vieja, que vivía en Centro Habana, en un solar, ahora está viviendo en Miramar, en una casona que me costó cien mil dólares con papeles y todo, pues el abogado que me hizo los papeles, que cobró diez mil verdes, rehizo los papeles en todos los lugares de modo que parezca que la vieja vive ahí desde los años cuarenta, así que imagínate. Ahora mi hermano, que se fue como balsero y ya regresó este año, se la quiere llevar para allá. Yo sí no me voy. Seguro que allá no voy a tener los pesos que tengo aquí, nada más tirando fotos. ¿Realmente da negocio? Te he oído mencionar unas cifras de dinero realmente impresionantes.

Sí, de verdad lo son. Pero en los negocios uno tiene que invertir para recoger dinero. Dinero que no se invierte, se pierde. Me resisto a creer que una sola persona pueda llegar a tanto dinero en nuestro país. ¿No estarás exagerando? No me gusta exagerar porque entonces corres el riesgo de que no te crean. Lo que pasa es que vivimos en un país en el que ya se perdió ese concepto y uno cree que esas sumas nada más pueden tenerlas las empresas extranjeras y del gobierno. Pero te recuerdo que en este país vivieron, durante muchos años, los grandes millonarios de este continente y lo que hoy nos parece un pensamiento raro era natural, aunque mucha gente se estuviera muriendo de hambre. ¿Y las cifras, son altas? Depende de las Jineteras que logre venderles a los turistas, de las fotos que venda a los Románticos y de los videos que filme. Nada más un video porno de una hora sale en unos mil quinientos dólares. Cada foto que vendo a los Románticos vale cinco dólares y al día vendo unas treinta, los días más bajos. Y te dije que cada día logro empatar a unas treinta o cuarenta Jineteras. Al mes, casi siempre, hago tres videos, porque hay chulos y burdeles clandestinos que los mandan a hacer para tenerlos y proponerlos ellos mismos. Y hay por lo menos dos burdeles de esos que cada mes quieren cambiar su oferta y traen a sus Jineteras para que les filme otro. Poniendo a tres videos al mes salen en unos cinco mil dólares, más los veinte mensuales de los ochenta chulos que trabajan conmigo aquí en La Habana son mil seiscientos. Con las Jineteras que empato llega a unos diez mil mensualmente. Es un dinero. Hay empresas en este país que no hacen ese dinero en seis meses. ¿Pides una tarifa fija por las Jineteras que pones en contacto con los turistas? Es imposible. Tengo mi colección organizada por categorías: un álbum para Jineteras diplomáticas, otro para Jineteras empresariales y varios donde vendo juntas a las Jineteras de puyas y las de tenis, que así las llaman. ¿Has oído hablar de las Jineteras carroñeras? Sí, pero esas no tienen pincha conmigo.

Esas se buscan sólo a sus carroñas y son tan poco

profesionales que ni siquiera les importa la publicidad que les puedo hacer. Tampoco yo me degrado tanto como para acercarme a ellas. Sólo en empresariales tengo unas quinientas, para qué quiero meterme con esas asquerosas. ¿Crees tener competencia en tu negocio? Siempre existe. Yo mismo conozco a unos cincuenta tipos que se dedican a este negocio sólo aquí en La Habana. Un primo mío trabaja en Varadero y gana casi el doble que yo, para que te asombres. Pero

siempre hay que tener en cuenta la calidad. Mucha gente piensa que esto es tirar una foto a una muchacha linda con las patas abiertas y ya se resolvió el asunto. Yo te voy a enseñar mi variedad, pues tengo fotos de desnudo artístico en blanco y negro y a color, tengo fotos y diapos eróticas y también fotografías netamente pornográficas.

¿Sabes cuál fue uno de mis primeros trabajos? El desnudo

artístico. Yo trabajaba aún en turismo y un español quería esas fotos, todas con mulatas, para una revista en su país. Me pagó cantidad y gracias a eso compré mis juegos de luces y todo el equipo moderno de revelado. ¿Sabes si este negocio también se hace en otras zonas del país? Ya te dije que en Varadero. Hay un amigo mío, canadiense que viene a Cuba todos los años, que dice que Varadero y Cancún van convirtiéndose en la misma cosa cada día que pasa y que eso es lo peor que pueda ocurrirle a esa playa. Dice que para él Cancún es muy fría, que todo se ve construido, poco natural, y que la primera vez que él vino a Varadero, hace quince años, fue eso lo que le hizo pensar que era la playa más linda del Caribe. Ya no piensa así. Si a eso, que es culpa del gobierno pues lo único que piensa es en construir para sacar pesos, sin tener en cuenta que la vida allí se va enfriando y va perdiendo el detalle típico cubano; te digo, si a eso le sumas la cantidad de chulos, Jineteras, burdeles clandestinos y casas de alquiler que hay allí, no tiene que asombrarte que también se practique este negocio porque todo está más concentrado. Claro, yo he visto videos y fotos que hacen los fotógrafos allá y son más burdas, más obscenas, hasta podría decirte que cochinas. No hay arte en eso. Ahora que hablas de arte. Antes, cuando éste no era tu negocio y te dedicabas a la fotografía como arte, ¿te sentías realizado? ¿Te sientes realizado artísticamente ahora? Lo que pasa es que uno es un ser humano. Y es verdad, antes yo me sentía realizado fotografiando un muro viejo, las curiosidades de la cotidianidad que uno encuentra en cualquier parte, el mundo de las sombras y las luces en un país tan rico en matices como éste. Hasta obtuve premios y puse mis exposiciones. Pero en aquellos años el dinero que uno ganaba valía y en las tiendas había de todo. Un detalle: soy abstemio y me encanta comer caramelos mientras trabajo. Antes compraba los pomos, a unos pocos pesos; ahora tengo que comprarlos en dólares y son carísimos. Vi que podía sacarle partido a esto cuando empezaron a crecer las Jineteras como hierbas malas en toda la ciudad y lo he hecho. Sigo haciendo mi fotografía artística y sigo compitiendo y obteniendo premios. Hasta he cogido algún que otro premio internacional serio. Ahora, en este país se impone cada día una ley que por suerte estuvo lejos de él muchos años: quien tiene dinero vive como un ser humano y lo tratan como a un ser humano, quien no tiene dinero sobrevive a veces peor que un animal y lo miran como a un gusano. Yo trato de hacer lo que pienso debe hacer todo artista en cualquier sociedad: realizar su arte, su talento. La vida me dio el talento de ver en las cosas de la realidad esos detalles que pueden captarse con un lente y

convertirse en una obra de arte. Si para seguir haciendo mi arte, tratando de llevar al papel mis sueños como profesional, tengo que seguir tirando fotos pornográficas, lo haré, porque esa es sencillamente una forma de ganar dinero. En otras épocas, en todos los siglos, hubo artistas que vendieron su alma al diablo con el único propósito de poder hacer su arte. Si yo tengo que hacerlo, vendo mi alma al diablo. El único problema es que, por lo menos a mí, el diablo no se me ha aparecido. La Habana, enero 1998

Nota del Autor: En el año 1999 Lalito abandonó ilegalmente el país con una suma fabulosa de dinero gracias a estos negocios. Compró los papeles para su residencia en un par de meses y en la actualidad, imparte clases de fotografía en una universidad privada de República Dominicana. En la Feria del Libro de Santo Domingo, en mayo del 2000, fue a verme al stand de Cuba. Supe entonces que su nombre era Luis Eulalio Soto. Sigue teniendo mucho dinero porque lo que se llevó de Cuba lo invirtió en negocios publicitarios y en una reconocida distribuidora de libros dominicana.

DAYLÍ

D

esde chiquitica quería ser modelo. Me paraba delante de un espejo grande que tenían las puertas del armario, en el cuarto de mi abuela, y con las ropas de mami me ponía a modelar.

Me gustaba soñar. Cuando me veía del otro lado del espejo, imaginaba mis fotos en las revistas, como esas que mami leía en su cuarto mientras esperaba la llegada de mi padrastro. […] ¿Mi padre? Ahí comienza el enredo en mi vida. Me propuse tantas cosas y ahora sé que obtuve algunas: un título de licenciada para complacer a mami y mi trabajo como modelo, para cumplir con mis sueños. También soñaba con que mi padre volviera alguna vez, aunque fuera nada más que para conocerlo, saber cómo era en verdad y no guardar la imagen de ese militar serio, de bigote, muy varonil, que mami conservaba en una gaveta del cuarto de la abuela junto a unas viejas cartas que amarraba con una liguita. Mi padre era un tenorio: tuvo más mujeres que días tiene un año. Mami fue una de ellas. La embarazó y mi abuelo los obligó a casarse. Lo peor que hizo. Mami nunca ha hablado mal de él delante de mí. Pero en esas cartas supe que existía otra mujer, que tengo dos hermanas a las cuales no conozco y hasta hay una idéntica a mí, que soy el vivo retrato de mi padre. Murió en la guerra de Angola. Mi madre se volvió a casar cuando yo tenía un año y medio de nacida y desde entonces fue mi padrastro quien me dio este cuerpo. Es el hombre más generoso, noble e inteligente que hay en el mundo. Para mí es, simplemente, Tati, la persona que más quiero además de mami. Recuerdo su cara el día que le llevé mi título de Licenciada en Lengua Extranjera. […] No puedo decir lo mismo de cuando le dije que había aprobado un examen para modelo. Me invitó a tomarnos un helado en algún lugar, solos, y fuimos en el carro hasta el Parque Lenin, a la misma zona donde me llevaba con mami a jugar cuando yo era una niñita. Nos sentamos en la hierba y estuvimos hablando cerca de dos horas. Los conceptos sociales sobre algunos oficios: los bailarines eran maricones, las modelos —además de tener vacía la cabeza— eran putas, por ejemplo. Las podredumbres que encontraría en ese oficio que parecía tan lindo visto desde afuera. Miles de cosas. Hasta la exigencia que debía tener con los hombres de que usaran condones si tenía alguna relación sexual. Tati es así, franco,

siempre comprensivo, siempre dulce. Si alguna vez encuentro un hombre como él, sin pensarlo dos veces, me caso para toda la vida. Al final, tenía la razón, o una parte de la razón: cuando me gradué, se me presentó la oportunidad de elegir entre dos trabajos: dar clases de inglés en el mismo lugar donde me gradué o ser modelo. […] Comencé a trabajar de modelo, con un salario inferior al que debería recibir como teacher, pero más contenta con lo que hacía. Si estudié idioma lo hice para saberlo, no para eternizarme dando clases en ningún lugar. Los idiomas se me pegan fácilmente. Hoy habló también francés, alemán, italiano y portugués y por hobby comencé un curso de árabe en la Unión Árabe de Cuba, pero ahí sí que no pude y lo dejé. Eso me ha servido de mucho, como se verá. Tuve amigas que aparecen como yo en muchas revistas turísticas del país: Mariola, Alida, que es la rubia más linda y profesional que hay en todo esto. Mariola no, Mariola es un bollo loco, aunque la vocación para modelo le salga de adentro […]. Cobré bien trabajando de modelo en el Intur, Cubanacán, Gaviota, que eran las corporaciones y organismos turísticos más importantes cuando empecé en esto. Al principio pagaban en pesos cubanos, pero después que levantaron la ilegalidad del dólar exigíamos el pago en esa moneda. Ahí tuve mis primeros choques con esas podredumbres que Tati me dijo: nos menospreciaban como simples objetos de fotos, porque era verdad que pensaban que teníamos el seso hueco, nos querían joder siempre a la hora de los pagos y la mayoría de los diseñadores, fotógrafos o productores querían acostarse con nosotras a cambio de que nos dieran el trabajo. Tenía razón Tati: la inmensa mayoría son mujeres que a duras penas leen a Corín Tellado y sólo saben hablar de ésta y la otra moda y siempre andan con un chisme a flor de labios; esa inmensa mayoría se acostaba o se había acostado alguna vez para obtener uno de esos trabajos, y esa misma inmensa mayoría te ponía un traspiés si tenía que ponértelo para ocupar tu lugar en una competencia que siempre me pareció desleal, baja. […] El mismo Tati me enseñó la virtud de saberse con posibilidades para hacer las cosas bien. Eso me ayudó a superarme en el estudio de los idiomas, pues desde chiquita me encantó la lectura y ya no puedo dormir si no leo, por lo menos, diez páginas de un buen libro, sobre todo las novelas históricas de grandes personajes. Y nunca me acosté con ningún muerto de hambre de ésos a cambio de un trabajo de modelaje. Tuve un amorío, es cierto, con un diseñador que me ayudó mucho a obtener un grupo de trabajos que ya por ese tiempo se pagaba en dólares y me permitía llevar todos los fines de semana a Tati y mami a comer al Don Giovanni en La Habana Vieja, para después sentarnos en la yerba de los alrededores del Castillo de la Fuerza a conversar y hacer cuentos, a veces hasta que nos cogía las dos o

las tres de la mañana. Fue un amor lindo, de casi tres años, que se interrumpió porque él se fue del país para Colombia y allá ahora es accionista de una agencia publicitaria. […] Para ser justa, no todo es mierda en este oficio. Tuve buenas amigas que también me ayudaron cantidad. Cuando mi novio se fue, me vi desorientada porque me había acostumbrado a que fuera él mismo quien me buscara los trabajos y lo único que tenía que hacer era esperar a que me lo dijera. El resto del tiempo lo dediqué a estudiar idiomas y en el caso del francés y el italiano, hice los estudios al mismo tiempo en un curso de un año: lunes, miércoles y viernes el francés y martes y sábado el italiano. De Tati aprendí la persistencia por la perfección y hoy los hablo casi perfectamente después de leer muchos libros en idiomas, ver películas sin traducción y gastarme un dineral en cassettes de audio y video con ejercicios, además de practicar con gente que sabía. Esa fue mi llave de triunfo. Lo peor de tener dinero es que uno se va pidiendo más cosas. El ser humano es el único animal que nunca se conforma con su estado actual y busca eternamente el mejoramiento. Esa es una de las causas de su desarrollo evolutivo. Yo alcancé un nivel de vida por encima de la media porque además de la gracia natural de un buen cuerpo y una cara bonita, tenía el alma de la modelo, “el ángel del modelaje”, como diría Alex, un viejo amigo, fotógrafo de Cubanacán, que ahora vive en República Dominicana. […] El consumo es una ley que se te impone sin que te des cuenta. Compré de todo tipo de equipos para la casa, simplemente buscando facilitar las tareas cotidianas. Escuchaba a las demás modelos hablando de las películas que veían en sus videos y quise uno: lo compré. Vino la moda de ver los canales en las antenas parabólicas y mandé a fabricar una. Mis colegas hacían ejercicios en sus propios gimnasios, y me compré una bicicleta estática, una pista móvil para caminatas y carreras, un equipo de pesas ligeras y algunas otras cosas. Siempre me asentó el champú cubano, pero un día me hablaron de la calidad del Alberto VO5, que valía 5.10 el juego de champú y suavizador, y comencé a usar Alberto. Me hablaron de la fragancia y la suavidad que dejaba en la piel bañarse con jabón Sanborns, y como en Cuba no había, se lo encargaba por cajas a una amiga en la embajada mexicana. Así fue creciendo la cadena hasta llevarme a la necesidad de más dinero. Trabajando como modelo para diversas firmas, ganaba al mes unos doscientos dólares, pero eso se me iba. También pasa algo raro: cuando uno tiene dinero, las cosas en la casa empiezan a romperse: primero el ventilador se quema, una pared se cuartea y hay que repellarla y arreglarla, alguien dice que los robos aumentan y hay que poner rejas en las ventanas y puertas, a la plancha se le funde el automático, se rompen los platos y hay que comprar nuevos, y así por el estilo. Pero el dinero comienza a faltar. Y en más cantidad de la que uno gana. No recuerdo cuándo, pero sí que vino a verme una amiga, modelo de la Maison, que también había trabajado para revistas, a proponerme un negocio. Me habló claro: un español que trabajaba para la

revista porno Playboy quería tomar fotos a muchachas cubanas, pero prefería modelos, porque parece que el hombre había probado con otras y no había tenido los resultados que esperaba. Pagaba bien: 100 dólares cada sesión de trabajo de cinco horas. En total serían seis días, siempre por la mañana y por la tarde, aprovechando los amaneceres y las puestas de sol. Pensar así, tan fácil como se dice, que tendría seiscientos dólares en seis días, me hizo decirle que sí desde el mismo momento en que vino a verme. […] Realmente el hombre se portó bien. Además del pago, que nos hacía diariamente a cinco muchachas de mi edad, almorzábamos como reinas y dos meses después de haberse ido, nos envió a cada una cinco ejemplares de la revista, mediante un piloto de Iberia que las pasó sin problemas por la aduana. El trabajo se llamaba: “Amanecer y atardecer en el trópico”, y yo, que conozco de pornografía pues he visto miles de revistas y videos de ese tipo, debo decir que era más bien de desnudos artísticos. Aclaro: veo muchas cosas porno porque me gusta estudiar las poses de las modelos, pero me asquea, sobre todo cuando lo grotesco se convierte en una predominante. Otra cosa: si se mira las fotos de esa revista se nos verá flirteando con otra muchacha, pues el trabajo está dirigido también a las lesbianas. Nunca nos tocamos. La perfección de nuestro trabajo fue tal que parece que realmente estábamos en algo, éramos pareja o nos preparábamos para un acto sexual que el lector debía imaginarse. A esas sesiones de trabajo le llamamos el Como si, pues era la frase más usada por el español cuando nos explicaba: tienen que hacer como si se tocaran, mírense como si se desearan, únanse como si fueran a comenzar el acto sexual… Ese trabajo fue el que me trajo a la desgracia.

Y los idiomas, que a veces es malo conocer

demasiado. […] Un especialista de mercado de una de esas instituciones turísticas que te mencioné, tenía mucha relación con el turismo canadiense y alemán. Era el amante de una de las muchachas que trabajó con nosotras para el español y parece que también cogió su mascada en aquellas fotos porque iba casi todos los días a las sesiones y hablaba mucho con el fotógrafo. Vino a verme personalmente a mi trabajo y me propuso un negocio: como yo sabía hablar francés, pensó en mí porque había un canadiense francófono en Cuba haciendo fotos porno para una revista francesa y me proponía que lo atendiera. El pago sería buenísimo y acepté. El canadiense era un gordo con cara de Oliver Hardy después de un baño de harina. Bebía mucha cerveza y eructaba una y otra vez mientras trabajaba, casi siempre borracho. […] También eran fotos de desnudos, pero más bien buscando lo erótico, lo provocativo, aunque con cierta finura. Pasamos una semana tirándonos rollos enteros en lugares bien exóticos: un manglar, una carbonera, un campo de

girasoles, un cementerio, siempre desnuda. […] Fueron las mejores fotos que vi de ese estilo en todos esos años. Cuando llegó el día del pago, el gordo se negó a soltar el dinero. El negocio no había sido cerrado aún. Yo dije que sí: el tenía sus fotos, yo quería mi dinero. Y entonces me dijo que el negocio que había hecho con el especialista que me llevó a él incluía, aparte de las fotos, una relación sexual al cierre del trabajo, si la chica le gustaba. Y yo le gustaba. […] Si no, no había pago. No sé qué me hizo casi saltar hacia el gordo como una fiera […] y sólo recuerdo que en una mesa de la habitación donde estábamos había una estatua pequeña de la giraldilla de La Habana, tallada en mármol. Tampoco puedo decir qué me impelió tomarla y dar con ella y con todas mis fuerzas en la cabeza del gordo. Cayó al piso sin sentido, con la frente rajada. Una sangre rojísima comenzó a cubrir la herida y a rodar por toda su cara. Lo que sí recuerdo con claridad fue que tomé su cartera, saqué los papeles de identificación y los tiré sobre el gordo, y me fui con el dinero. Llegué a casa y lo conté: mil doscientos dólares. Le dije a Tati y a mami que me habían dado vacaciones, llamé a un amigo de mi trabajo y le dije que me las pidiera inventando que había tenido problemas familiares graves y me fui a casa de mis tíos maternos en Las Tunas. No soy de La Habana. Nací en Las Tunas hace ya 27 años, aunque todo el que me vea diga que parezco una muchacha de 19. En casa de mis tíos pasé un mes, de algún modo olvidé lo sucedido con el gordo, que ya debía estar en Canadá, y regresé a la capital junto a mis padres. Me estaban esperando. […] El especialista de mercado me veló durante varios días desde que alguien le informó de mi regreso. Pude esquivar un encuentro con él hasta que averiguó mi dirección y me esperó en la esquina de mi casa. Casi partiéndome un brazo, me obligó a colarme en su carro y, sin decirme una sola palabra, me llevó cerca del Parque Almendares. Nunca he podido olvidarlo. El gordo había muerto. O lo que era lo mismo, yo lo había matado y sólo él lo sabía. Para la policía había sido el asalto de alguna Jinetera y su chulo, porque las huellas en la estatua no estaban registradas en los archivos. Pero él, me repetía, sabía que había sido yo y ahora yo tenía que hacer lo que él quisiera o me denunciaría y los veinte años nadie me los iba a quitar de las costillas. En ese momento sólo pensaba en Tati y en mami. El gordo ni siquiera me preocupaba. Pensaba en ellos. Por eso pregunté, casi sin entenderme yo misma, qué tenía que hacer. […] Me llevó al hotel Las Yagrumas, en las afueras de la ciudad, donde al parecer todos lo conocían, y me obligó a que le hiciera muchas cosas. Disfrutaba su triunfo. Mirándome a los ojos, decía: “¡Mámamela sabroso! Te quiero ver gozar con ella en la boca”, y lo hice. “¡Chúpame el culo!”, y se lo

hice. “Siéntate arriba de mi tranca y muévete! Te quiero ver gozar como una yegua y grita sabroso para que sepan que te la estoy metiendo rico”, y me senté, me moví, fingí gozar y grité como nunca antes en mi vida, hasta que eyaculó. Me dio cinco dólares para que cogiera un taxi, volviera a la ciudad y esperara a tener noticias suyas. […] Lo que hice con él, lo tuve que hacer cientos de veces con turistas que me traía. Todos eran clientes VIP (very important persons) que venían a firmar negocios turísticos. Tuve que decir a mis viejos que tenía más trabajo, y que ahora también eso ocuparía varias de mis noches. Seguí llevando dinero a la casa por modelar, que era lo básico. Lo otro no daba nada fuerte. Por cada cliente que me traía, me pagaba veinte dólares si me acostaba con el turista. Si sólo me invitaban a pasear, no recibía ni un centavo, porque decía que ya con comer y pasear con el hombre había cobrado mi trabajo. El sí se embolsilló una buena suma a costa de mi cuerpo. Así estuve dos años. […] A principios de 1997, por esas coincidencias de la vida, descubrí que me había usado como a una comemierda. […] El mismo gordo a quien yo había rajado la cabeza, y que yo suponía muerto, estaba en el hotel Copacabana tomándose una cerveza Heineken junto a una muchachita de unos 18 años. Fui a buscarlo y se lo dije. Se echó a reír. “Ya te saqué todo lo que pude”, me contestó, y me dio la espalda. […] Esa mierda se la guardé por un tiempo. Mi próximo sueldo un poco gordo como modelo: trescientos dólares, se lo entregué completo a dos negros delincuentes de mi barrio, que siempre se han llevado bien conmigo, les conté en detalles lo que el tipo me había hecho y les pedí que le dieran un escarmiento. […] El hombre por poco se muere. Dijo a todos en su trabajo que había sufrido un accidente, pero luego de la golpiza, salió del hospital, donde estuvo más de siete meses ingresado, con una varilla de metal uniéndole el fémur partido de un cabillazo, tornillos en la clavícula y más de siete costillas fracturadas. Eso no paga lo que me hizo. Todavía espero la hora de una mayor venganza. Mientras tanto, trabajo. Tati sigue contento porque su niña es una modelo profesional, seria, y mami se pone contentísima cada vez que cojo un premio de modelaje o cuando le llevo las nuevas revistas de chismes y moda que consigo en mi trabajo. La Habana, mayo 1997

Nota del Autor: En junio del 2003, por correo electrónico, y luego de que encontrara en Internet una copia pirata de este libro, recibí de Daylí el siguiente mensaje: ——- Original Message ——From: Daylí[email protected] To: [email protected] Sent: Sunday, June 22, 2003 1:25 PM Subject: acerca de Habana Babilonia

Hola Amir, estoy ahora en Paris, donde vivo desde el ano pasado y me entere en internet de que al fin habias terminado el libro. Gracias por incluir mi historia. Te prometi decirte mi verdadero nombre alguna vez, pero todavia no puedo, ya que quiero seguir viajando a Cuba para ver a mis tios. Quizas sea bueno que termines mi entrevista diciendo que te enteraste de que al fin ese desgraciado ha pagado. Supe que tuvo un accidente en Varadero hace cosa de un ano y que murio en el accidente. Dios me perdone pero me alegre mucho con esa muerte que vi como un acto de justicia de Dios. No te escribo mas porque no se si este correo, que aparece en la copia del libro en internet, es la tuya de verdad. Si me contestas, te escribo mas largo. Me encantaria vernos alguna vez, alla o aca. Recordandote (no tengo tildes), D. MSN 8 helps ELIMINATE E-MAIL VIRUSES. Get 2 months FREE*.

CINCO

“No haya ramera de entre las hijas de Israel, ni haya sodomita de entre los hijos de Israel. No traerás la paga de una ramera ni el precio de un perro a la casa de Jehová tu Dios por ningún voto; porque abominación es a Jehová tu Dios tanto lo uno como lo otro”. Deuteronomio 23:17-18

F

arah, La Suprema, fue de esas personas que uno conoce y de pronto se dice que lo mejor hubiera sido haberla conocido desde siempre. Era maricón, negro, pero tenía el alma de oro.

Chabely, la hermana de los muchachos que encontré debajo del puente Almendares, me llevó a ver a un chulo que andaba buscando muchachas bonitas, pero cuando llegamos parece que alguien le había cobrado una cuenta pendiente: nos dijeron que lo habían convertido en un colador de tanto punzón como le dieron. En el solar donde vivía el chulo conocí a Farah, y así, de primera vista, descubrí que sería mi gran amigo. Realmente lo fue. Puedo decirte que quizás haya sido la única persona limpia que he tratado en este mundo. Su cariño era abierto, lindo, brillante, y no te miento si te digo que me recordaba mucho la forma en que me amaron una vez. Por cierto, nada tenía que ver con esa otra loca que también se llama Farah y vive ahí, en la calle Lagunas, entre Perseverancia y Lealtad, en Centro Habana, pues precisamente mi amigo se hacía llamar Farah, La Suprema, para diferenciarse “de ese adefesio buscapinga”, que así le decía. A Farah le debo todo lo que soy en este mundo: me enseñó a vestir como una Jinetera de alcurnia, a caminar como ellas, a darme mi lugar ante los chulos y las otras putas y me puso todos sus contactos para que yo pudiera defenderme en un medio que no conocía. Cuando le hice todos los cuentos de lo que tuve que pasar con mi esposo, me dijo que una mujer como yo no estaba hecha de la madera con la que se construían las prostitutas y que él iba a tornearme para que yo cogiera por mí misma las espuelas que hacían falta. Creo que lo consiguió. Ahora, cuando miro al pasado, a esos tiempos con mi esposo, pienso que debí matarlo desde el mismísimo momento en que me hizo su primera marranada. Perdí el miedo, la inocencia, y hasta esa indecisión natural en la mujer, gracias a ese maricón buenazo que se quejaba porque Dios lo había hecho hombre y no una mujerona en toda regla, como era su sueño. Gracias a él no tuve chulos que me explotaran y conseguía buenos partidos, que pagaban bien.

Gracias a sus mañas me presentó a Eusebio, un oficial de la policía, loca de carroza también, que me permitió moverme sin miedo por toda La Habana, segura de que no iba a ser detenida y de que, si llegaban a prenderme, enseguida él iría a sacarme. Farah me convirtió en la Jinetera de alcurnia que él hubiera querido ser y por eso le estoy agradecida. Donde quiera que esté, a pesar de sus pecados y sus maldiciones al cielo, sé que Dios lo estará protegiendo. Murió de SIDA. En el último mes le había dado por perderse. Nunca pude imaginar que aquellos días en que iba una o dos veces a tocar a su puerta, él se quedaba escondido dentro, casi sin respirar, para que yo creyera que no estaba. Ya sentía los estragos de la enfermedad en su cuerpo, y hasta podía asegurar, como me dijo después en una larga y muy dolorosa confesión, que sentía las muelillas del bicho en las paredes de sus venas, agujereando, masticando, corroyendo. En esos últimos días, casualmente, supe que Eusebio se había vuelto como invisible en las calles de la Habana. Yo, que ya me llamaba Loretta a sugerencia del propio Farah, comencé a sentir la falta de aquella especie de representante, me entró un frío en la sangre y una preocupación del carajo por mi futuro. ¿Qué sería de mí sin la ayuda de Eusebio, que me había permitido moverme libre por toda La Habana? ¿Qué me haría sin los consejos y cuidados de Farah para enfrentarme cada día a un mundillo mierdero como aquel? La respuesta vino pronto. Pude saber que sería totalmente distinto cuando, para colmo de males, conocí por una amiga la causa de la invisibilidad de Eusebio: lo habían expulsado de la policía por maricón el mismo día en que lo cogieron clavado en su oficina por un subordinado lindón y de una macana poderosa. Desde entonces tuve que cuidarme igual que el resto de las Jineteras, escabulléndome de los policías, sacando las espuelas para que el resto de las Jineteras me respetaran, pasando mil trabajos para establecer una zona de caza que me hacía falta, mucha falta, desde que a Farah se le habían caído, por su encierro voluntario ante la enfermedad, esos contactos que me mantenían como una Jinetera de cierto nivel. El poco dinero que había ahorrado, después del mucho insistir de Farah para que lo hiciera, se me había esfumado poquito a poco y me sentí verdaderamente mal, rara, asqueada, caminando a las cuatro de la madrugada por el Malecón, de regreso a mi casa en La Habana Vieja, contando los doscientos dólares que había cobrado a un viejo estilo Don Quijote, pero con un rabo que parecía una morcilla, que logré empatar esa tarde en la discoteca del Hotel Comodoro. En sólo dos semanas desde que Farah me dijo que se sentía horriblemente enfermo, sin ánimos ni siquiera para tomarse la sopa que comencé a prepararle según la receta de un médico amigo, también loca de carroza, había sentido todo ese horror que escuchaba cuando me reunía a conversar con otras Jineteras y que se había mantenido muy lejos de mí. A veces, aunque sabía que la realidad, aquella

realidad, era muy cruda, había llegado a creer que eran exageraciones de las otras para darle mérito a lo que hacían, pero en aquellos catorce días descubrí que era la más pura verdad. Huirle a la policía era cosa de juegos: muchas veces resolvía con un billete de cinco dólares y ellos me dejaban marchar con los ojos encandilados por el billete verde, sobre todo si eran de esos muchachos que cumplían el servicio militar. Los otros, los que vivían en la ciudad, eran más difíciles, y tuve varias veces que vaciar todos mis dólares y dejarlos que vaciaran también dentro de mí sus jugos noctámbulos. Se hizo normal para mí encerrarme unos minutos en una caseta con los guardias de los hoteles a cambio de que, eyaculación mamada mediante, me dejaran entrar en lugares donde podía encontrar una cacería decente y segura. Tenía suerte. Mi cuerpo, a pesar de mis treinta años, era codiciado de tal modo que comencé, recordando los consejos de Farah, a ningunear a los pretendientes, echándoles cordel como a un pez que ha mordido el anzuelo, para después arrastrarlos al sitio y en las condiciones en que más me convenían. Así pude deambular a mis anchas por el Hotel Comodoro: primero una botella pedida a uno de los gerentes, el ataque del hombre que rechacé muy secamente: “serás gerente y todo, pero tienes el peor defecto para este negocio: un carné de identidad cubano, amorcito. ¿Qué me darías a cambio?”, y el hombre, desaforado con una mano en una de mis tetas y manejando con la otra, me prometió ser la dama de su hotel, caminar por aquellos lugares libremente, como la dueña de todo, tomando los turistas más platudos que él me indicaría. — Hasta podíamos llegar a un acuerdo — me dijo. — Según… — respondí. Le daba cordel a ver si terminaba de morder bien fuerte, de modo que no pudiera zafarse. — Cuando llegue uno bien platudo y que quiera una chica, te busco. Después, me das un diez por ciento. ¿Qué dices? — Lo pensaré — contesté, y le pedí que me dejara en la esquina. Ya estaba cerca de mi casa. No había sido tan fácil: varios meses después, aunque se la había chupado magistral y repetidamente al gerente en la mejor suite del Comodoro, sólo le habíamos sacado el dinero a un fotógrafo español, decían que muy famoso, que había venido a Cuba a tomar imágenes de la isla. El tipo también era enfermo a que se la chuparan, y agradecí a mis mañas de mamadora cuando el tipo me dijo, tirado en la cama con las patas abiertas y el rabo hecho una lombriz entre las piernas, que no quería más nada, que cogiera el dinero que valían mis buenas artes y me marchara. Cuando abrí la cartera, la encontré llena de billetes de a cien y de a uno, tomé cinco billetes de los grandes y me fui casi sin vestir, temiendo que el muchacho se arrepintiera.

— Te envía tu cliente — me dijo el gerente casi seis horas después, extendiéndome tres billetes más de a cien cada uno —. Yo me quedé con dos. Dice el tipo que una mamada como la que le diste no vale lo que cogiste. Y de golpe me hice de setecientos dólares, pues de los primeros quinientos le había dado cien al gerente. Ese dinero lo estiré casi como un chiclet, luego de enviarle cuatrocientos a mi madre en Santiago, pero en este paisito de mierda todo es tan caro que apenas dos meses después ya no me quedaba nada. La humillación era lo más caro. Me molestaba estar huyendo de los policías y todo lo que oliera a cárcel. ¿Tenía que soportar también que alguien decidiera lo que yo tenía que hacer con mi papaya? De pronto resultaba que una mujer se acostaba en el pueblo con todos los hombres y sólo las viejas se ocupaban de decirle inmoral y casquisuelta. Distinto es si una se acuesta con uno o con un montón de los que venían de afuera. ¿No era la misma cosa? La que se acostaba con los cubanitos del pueblo siempre sacaba provecho de sus goces: ser la querida de un hombre en Cuba dio sus buenos dividendos en todas las épocas. ¿Cuál era la diferencia al acostarse con un yuma? ¿Es que el patriotismo chovinista hay que llevarlo también en la papaya? ¿Es obligatorio mandarse un rabo cubano como el mambí? ¿O es para evitar penetraciones rabológicas extranjerizantes? ¿Por qué la emprendían con las que deambulaban detrás de los turistas en los hoteles y no las cogían con los montones de putas baratas que pululaban en la avenida 51, o en Monte y Cienfuegos, o en el Barrio Chino, cobrando diez pesos cubanos por un chupón de teta, veinte pesos por una mamada, cincuenta por un rabazo rápido y cien por una noche con todo incluido?

También por aquel acuerdo con el gerentico pasé el mayor bochorno de mi vida. — Hay un pincho que quiere verte — me dijo una noche. Yo estaba en la barra de la discoteca y había acabado de rechazar a un gordo mexicano, impertinente y miserable, que ofrecía cinco dólares por una chupada. — ¿Cubano? — quise saber. El hombre asintió. Aspiró el humo de su cigarro, lo tragó y comenzó a soltarlo por la nariz. Me pareció estar mirando el muñequito en que un toro embiste al pato Donald, echando humo por el hocico y los belfos como si fuera una locomotora. Me tuve que sonreír con mi ocurrencia. — Con los cubanos cobro caro, ¿te acuerdas? — le dije. — Lo sé — contestó el hombre —. Espera donde sabes.

Esperé desnuda, acostada bocabajo en la cama, mirando el canal de los musicales en la televisión por cable. Estaba de nalgas a la puerta y sentí que el hombre abrió y cerró de un golpe. Después apagó la luz. Oí sus pasos acercarse, inclinarse sobre mí y quitarme el mando del televisor, que apagó enseguida, dejando a oscuras la habitación. Sólo un hilillo de claridad entraba por las cortinas desde las lámparas de la piscina. — Ven acá — escuché. Caminé hacia la sombra y sentí que unos brazos fuertes me tomaban por la cintura, apretaban mis nalgas y metían sus dedos entre mis muslos, buscando y acariciando mis agujeros, todavía secos. El corazón del hombre latía fuerte, duro, y me pareció que la habitación toda se estremecía con sus latidos. Comencé a quitarle el saco. — ¡No! — dijo con voz gruesa. Me tomó de la mano y me llevó hasta la mesita de las bebidas, aún vacía, obligándome a acostarme encima, los pies descalzos bien apoyados en el piso frío, las nalgas abiertas. Disculpa que sea tan naturalista, pero, como escritor que eres, después entenderás porqué lo hago. Sentí que el hombre me pasaba la lengua por todos mis agujeros y puedo decirte que aquella forma calmada, suave, en que el tipo me acariciaba, me hizo gozar de un raro placer. Cuando estuve mojada, me di cuenta que el hombre se incorporaba y me penetraba lentamente, como quien quiere disfrutar cada segundo de la penetración. Nunca me lo habían hecho de aquel modo. Todos los hombres que habían pasado por mi vida, incluso mi esposo, me habían clavado, literalmente, buscando vaciarse dentro de mí, sin importarle lo que yo pudiera sentir. No pude resistirme y me entregué a disfrutar con aquella sombra como si fuera la primera vez en mi vida. Por eso, cuando el hombre se encogió en un espasmo y quedó estirado, laxo, me desclavé con cuidado y lo empujé suavemente hacia la alfombra. Comencé a acariciarlo, mordiendo su espalda, su cabeza, su cuello, pasando la lengua por toda su columna hasta llegar a sus nalgas, duras, redondas, que también mordí y lamí igual que hice con sus muslos y sus piernas. Lo viré y fui directo hasta la almendra del glande, en ese momento pequeña y relajada, y empecé a lamerla como hacía años no lo hacía con nadie, disfrutando por primera vez el sabor dulzón de aquel miembro que comenzó a crecer en mi boca. No sentí asco. Casi se me rompe el pecho de alegría cuando mis mordidillas en el pecho fuerte de aquella sombra que se estremecía de placer bajo mis caricias lograron que me vaciara toda, quedando como si flotara, en el momento justo en que hundí en mi vagina el rabo ya durísimo de la sombra y comencé a moverme. Un dolor de placer me llegaba hasta el cerebro con cada movimiento y me hacía relamerme y buscar la boca del hombre que me besó mientras me abrazaba contra él con todas sus fuerzas y apretaba con una de sus manos mis nalgas contra su cintura, llegándome hasta el último rincón de mi vientre.

Eyaculamos juntos otra vez y después de unos segundos de descanso, la sombra se incorporó, me viró, dejándome en cuatro patas y me penetró por mi agujero negro. Hubo un segundo en que recordé un mal momento, algo que estaba en mi pasado de mujer casada, pero luego del dolor inicial mis labios se abrieron y dije, por única vez en mi vida, “así, clávame así”, mientras la sombra se movía a mis espaldas con una delicadeza que se mantuvo mucho rato y que me hizo vaciarme de nuevo junto a él cuando sus dedos gruesos pero suaves me acariciaron el clítoris primero y se hundieron en mi vagina después. Estuvimos así mucho rato, casi cuatro horas según el reloj Sony de la habitación, buscando el placer en posiciones conocidas por mí en sensaciones muy diferentes. Todo fue distinto. Nunca me había vaciado tanto haciendo el amor con un hombre. Finalmente, abrazada a su pecho, me quedé dormida. Una luz me despertó. La sombra comenzó a delinearse ante mis ojos despertando de la oscuridad. Estaba vestido. Un traje impecable, blanco. Un rostro conocido, sonriente, que me hizo cubrirme con la sábana y sentir una vergüenza muy grande, un asco atroz. — Sí — dijo el hombre —. Soy yo. Quedé sin habla. Recordé las muchas veces en que había resistido el asedio de aquel hombre, sus invitaciones a pasear por México y visitar lugares que “tu marido no podrá visitar”, su rostro de sapo arrugado atravesado por una cicatriz. — Sí — volvió a decir el hombre —. Yo, el sapo arrugado, te hizo gozar sabrosote… por lo menos eso dijiste… — Es parte de mi trabajo… — corté. Una mueca cínica se dibujó en los labios del hombre. — ¿Crees que no sé cuándo una mujer goza, Susimil? — y no sé porqué me extrañó oír mi nombre después de tanto tiempo, como si ya realmente me llamara Loretta —. En mi vida serás la puta veinte mil, o algo así. Conozco la diferencia. Puedo decirte sin temor que los ojos se me aguaron, que un nudo de impotencia se me atravesó en la garganta y sólo atiné a esconder la cabeza bajo la sábana. Comencé a sollozar. — Ahora no serías una puta si me hubieras hecho caso — escuché —. Me dijeron que tu maridito te había botado y no lo creí. Pero desde que me enseñaron la foto de la puta más cara del hotel, supe que era cierto. No hubo respuesta. Mi pecho se ahogaba con un llanto amargo, como un puñal que entraba y salía de mis senos. Escuché al hombre caminar hacia la nevera, reconocí el ¡prac! de una lata de cerveza al abrirse y luego el silencio. Un largo silencio. Sólo entonces pude articular palabra, aún bajo la sábana.

— Pagayvete — dije de carretilla, y otra vez un sollozo me cortó las palabras. El hombre soltó una risita que me sonó terrible, aplastantemente irónica. Después, el choque apagado y metálico de la lata de cerveza contra el cristal de la mesa de centro del recibidor y los pasos del hombre hasta la puerta. — Puedes darte por pagada — dijo —. Gozaste como una yegua ruina. El chirrido de las bisagras de la puerta. Entonces me destapé hasta la nariz. El hombre se detuvo en el dintel y me miró. — ¿Sabes lo que más me dolió? — dijo —. Que le dijeras a Marissa que el sapo arrugado, es decir, yo, te quería coger el culo. No contesté. De golpe me vino a la cabeza el recuerdo de varias ocasiones en que aquel gordo con cara de momia etrusca le hacía chistes a Marissa, la mujer de Gabriel, en las grandes fiestas que hacíamos en el DF. Me limité a mirarlo. Sentía el corazón como un tambor entre los senos: me dolían los latidos. — Te equivocaste, ¿sabes? — continuó el hombre —. Feo y todo, tenía deseos de encontrar a quien amar para siempre. Bajó la mirada a los mosaicos blancos del piso, la mano en el pomo de la puerta. — Y aunque parezca cursi — terminó —, hubiera dado la vida porque fueras esa persona.

LA ISLA DE LAS DELICIAS

U

no de los primeros propósitos de la Revolución fue precisamente la lucha social contra las diversas formas de prostitución como fenómeno, aunque no pueda afirmarse (como se ha

hecho de manera rotunda en algunos documentos oficiales y eventos sobre el tema de la emancipación de la mujer) que se alcanzó su total erradicación. Para refutar esta afirmación bastaría un simple análisis de ciertas formas menores, nada desdeñables, de supervivencia del comercio del sexo, que se adaptó a las circunstancias sociales de un país en transformación, incluso en el plano de la moral, aunque sin llegar a los niveles de liberalidad, variantes y complejidades que llegó a tener antes del 1959. Seis millones de habitantes poblaban la isla en el momento del triunfo revolucionario. Cifras oficiales dan constancia de la existencia de alrededor de 100 mil prostitutas a lo largo de todo el país, aunque otros datos de la época manejados por diversos documentos institucionales, eclesiásticos y de la prensa, hagan pensar en la posibilidad de que esa cantidad sea mucho mayor, sobre todo si se tiene en cuenta que las cifras oficiales fueron recogidas a partir de censos de carácter oficial que tuvieron lugar en el momento en que el Gobierno Revolucionario inició su intensa campaña de cierre de prostíbulos, casas de citas y negocios vinculados al sexo rentado, con todos los riesgos y limitaciones de alcance estadístico que conllevan esos procesos. Las primeras medidas liberalizadoras del Gobierno Revolucionario en la búsqueda de la emancipación social de la mujer cubana estuvieron dirigidas a la creación de posibilidades de proyección del sector femenino hacia la vida económica, social y política del país, a partir de la creación de escuelas de aprendizajes de oficio, educación gratuita, atención a mujeres solas y con hijos, vinculación a puestos de trabajo de acuerdo a su capacidad laboral e intelectual, y otras, que permitieron que la mujer fuera ocupando poco a poco un nivel superior (aún cuando todavía no sea el esperado entonces) al que tenía antes del triunfo revolucionario: la masa femenina del país dejó de ser el elemento parásito de la familia cubana (útil sólo en lo que concernía a las labores hogareñas, cuidados de los hijos, y otras labores domésticas) y se convirtió paulatinamente (tampoco todavía en la medida de lo esperado entonces) en protagonista de algunos de los principales sucesos históricos y políticos de esas primeras décadas, entre ellos, la campaña de alfabetización.

Inmediatamente al triunfo se lanzó una arremetida contra la prostitución como fenómeno, aunque algunos estudiosos extranjeros del proceso revolucionario cubano, cubanólogos, politólogos, entre otros investigadores, entiendan que sólo fue dirigido inteligentemente contra la parte visible de dicho fenómeno: las prostitutas, los burdeles, los proxenetas, etc., en un intento de quitar a los enemigos del naciente proceso revolucionario un argumento tan vital en los ataques que ya comenzaba a recibir el nuevo gobierno. Estas mujeres, generalmente jóvenes en el momento del cambio social a que hacemos referencia, se sumaron a las leyes de beneficio a la mujer dictadas en estos primeros momentos, ya sea por simpatía hacia la propia Revolución o por las promesas que se hacían de creación de nuevos horizontes, en verdad menos lúgubres, para su vida personal. No obstante, es necesario aclarar que la mayor resistencia a esta medida se encontró en los numerosos proxenetas y dueños de casas de citas, prostíbulos y pequeñas villas residenciales donde se practicaba el oficio, y en algunas mujeres que habían obtenido un modo de vida superior mediante sus artes, casi todas vinculadas a relaciones con altos personajes de la política y el gobierno del dictador Fulgencio Batista, así como otras prostitutas de ralea pobre, cuya baja formación cultural no les permitió comprender los posibles beneficios de estas leyes. Como dato curioso de este primer momento (1959 a 1965) puede mencionarse algunos estudios de las nacientes instituciones de salud que se refieren a la resistencia impuesta por un numeroso grupo de mujeres, totalitariamente muy jóvenes y de muy baja formación cultural y social, debido (en opinión del Dr. Amando Fernández-Moure Jr., en su libro Ámbitos de la nacionalidad) a una regularidad que los psicólogos y sociólogos cubanos mencionan también posteriormente en la mayor parte de los estudios y escritos sobre el tema: la mezcla de las experiencias evolutivas sexuales africanas y españolas, básicamente, y la interdependencia e influencia de la idiosincracia costumbrista social de estas culturas hacia el sexo, propiciaron la aparición de un híbrido con características diferenciadas de la cultura occidental en lo referido a la práctica sexual: en otras palabras, surge “el latino”, dentro del cual se halla el cubano, que posee una fogosidad y una forma de hacer el sexo poco común en otras razas. El dato curioso se amplía, además de lo dicho antes, (ver libro de Fernández-Moure Jr. Página 134) a la existencia de un alto porciento de mujeres que preferían seguir practicando la prostitución como única forma de satisfacción biológica: alrededor de 3000 mujeres de 21 a 28 años de edad confesaron padecer lo que comúnmente se conoce como “fuego uterino”.26 26

Resultados de la encuesta citada por el mencionado autor en la página 141 de la obra referida, luego de las entrevistas con prostitutas con vistas a su reinserción social. Estudios médicos posteriores realizados en Cuba y en otros países del área muestran un alto índice de mujeres cubanas con este incremento exacerbado de la libido, lo cual ha servido para incentivar el criterio popular de la llamada “putería o satería de las cubanas”.

A mediados de la década del 60, una vez que (al menos en los informes oficiales) se consideró ganada la primera gran batalla contra la prostitución masiva en Cuba, fueron encarcelados los proxenetas y dueños de burdeles más recalcitrantes. Las mujeres que se resistían a sumarse a las medidas de emancipación femenina e insistían en la práctica del mercado del sexo, fueron trasladadas a granjas de trabajo en el campo, donde se prosiguió una labor de convencimiento mediante métodos básicamente carcelarios, que dieron resultados parciales en muchos de los casos, aunque en la mayoría sólo consiguieran incentivar una doble moral que parecía estar llamada a ser la forma de supervivencia futura en la isla: buscando su libertad y regreso a las calles y a la vida social, muchas mujeres confesaban su deseo de reinsertarse en la nueva sociedad como trabajadoras y, una vez fuera de las granjas, jamás se presentaban en los lugares donde se les había dicho podrían encontrar un trabajo, por lo cual se deduce que siguieron oficiando las artes del sexo rentado, ya a escondidas.27 Aunque no de raíz, la prostitución como mal social visible desapareció de todos los territorios de la isla. La incorporación de la mujer a la producción, las posibilidades de educación que se abrieron, incluso para las de mayor edad, y el mejoramiento de las condiciones de vida de la población mayoritariamente pobre hasta 1959 (algo que nadie puede negar es la concentración de la riqueza nacional en unas pocas familias de la alta burguesía hasta ese mismo año), se convirtieron en el freno principal para la práctica masiva de este ancestral y denigrante oficio. No es errado afirmar que la prostitución adquirió a partir de la década del 60 formas menos masivas, menos visibles aunque siempre detectables. Nunca desapareció del espectro social de males heredados de la desde entonces llamada “seudorepública”, y comenzó a tocar, contrariamente a lo esperado, otras zonas donde las relaciones de sexo/negocio adquirían características más complejas. Durante esas primeras décadas del proceso social de nuevo tipo encabezado por Fidel Castro, el poder centralizado del Gobierno Revolucionario sobre zonas de la sociedad que permitían el desarrollo intelectual y social de los cubanos, y que implicaban, por cierto, un mejoramiento de la vida económica de las personas vinculadas a esos sectores (educación, cultura, deportes, comunicaciones, prensa), hizo que surgieran o renacieran formas de prostitución un poco más sofisticadas y adaptadas a los nuevos lenguajes y comportamientos éticos del sistema socialista en Cuba. Sólo en el sector artístico, incluyendo los medios masivos de comunicación, fundamentalmente la radio y la televisión, el número de mujeres que alcanzaron puestos de trabajo mediante “convenios sexuales” fue elevado, 27

Ámbitos de la nacionalidad. Amando Fernández-Moure Jr. Informes de resultados de la reinserción laboral de las prostitutas, de 1961. Pág. 163.

curiosamente con mayor incidencia a partir de las persecuciones y despidos de los homosexuales en dichos medios, que dejaron una enormidad de plazas vacantes. Entrevistas con escritores, artistas escénicos y profesionales de los medios de esa década, así como entrevistas a personas del sector aparecidas en libros y publicaciones publicadas hasta la fecha28, dan fe de la entrada de una amplia masa de personal mediocre en talento, sobre todo en áreas vinculadas a los cuerpos de bailes, los espectáculos que se comercializaban en el exterior y los cuerpos de extras de los circuitos televisivos y cinematográficos, entre otros, aunque también, pero en menor cuantía, en las plantillas de actores, puestos de la administración y los servicios, y personal de los espacios informativos. Estos convenios de tipo sexual, generalmente, no terminaban con la obtención del puesto de trabajo, si no que se prolongaban a manera de escalera ascendente: el fortalecimiento del vínculo sexual entre la interesada y el hombre de poder en cuestión estaba directamente relacionado con el ascenso de la interesada en la escala de valores y posición del lugar donde estuviera. Esta modalidad, que ha subsistido más eventualmente y reducida a la técnica del “contacto sexual a cambio de un favor a la manera de favor paga favor”, comenzó a fenecer en la década del 80 con la aparición de nuevas formas de prostitución y con el despegue y aplicación del criterio de la calidad artística como base de toda selección del cuerpo de trabajo de las instalaciones culturales, aunque no puede negarse la existencia de casos aislados y cada vez menos importantes para un balance estadístico, de acuerdo a su real disminución. Es preciso aclarar también que fue ésta una de las modalidades de prostitución más condenadas por las nuevas leyes éticas y morales de la sociedad cubana revolucionaria. En ese entonces, el término “puta” se aplicaba peyorativa e indistintamente, por generalidad, a las mujeres que no mantenían relaciones estables oficiales con sus parejas, o a las que buscaban mejorías de vida gracias a la venta de su cuerpo.

La Titimanía. A partir de los años setenta, con la aparición de un amplio movimiento burocrático empresarial que se extendió a todos los niveles de la sociedad cubana, tiene lugar la eclosión de una nueva forma de mercado del sexo, conocida posterior y popularmente como la Titimanía. Estas nuevas prostitutas, con edades que oscilaban entre los 18 y los 35 años, comienzan a buscar el disfrute de las distinciones 28

Datos y anécdotas encontradas indistintamente en la lectura de los libros Muñecas de Cristal, de Orlando Quiroga, Rita, Testimonio de una época, y Yo seré la tentación: María de los Ángeles Santana, de Ramón C. Fajardo Estrada, las dos versiones del libro sobre las “mujeres públicas”, de Tomás Fernández Robaina, las entrevistas inéditas de varios autores a la ex bailarina de Tropicana Ana Gloria, la locutora Consuelito Vidal, la cantante Esther Borja, la bailarina Alicia Alonso, así como de la entrevista concedida al autor de este trabajo por Ninón Sevilla en México en octubre de 1993, también inédita y parte de un libro en preparación.

sociales y económicas que el Gobierno otorgaba a los dirigentes políticos y empresariales cubanos para facilitarle su trabajo y gestión. A medida que se extendía por todo el país el empresariado medio y menor, el fenómeno fue cobrando fuerza y según investigaciones sociales de mediados del 80, el número de practicantes de esta modalidad en todo el país alcanzaba las cinco mil mujeres, disminuyendo el espectro de edades desde los 18 y hasta los 25 años, y trasladándose la incidencia mayor de estos casos de las grandes ciudades a los pueblos chicos y del interior, donde los empresarios menores eran respetados como antiguamente se respetaba a los alcaldes y otras figuras del poder político. La Titimanía como fenómeno social comenzó a ser aceptado por la población en su carácter fenoménico, sobre todo a partir de una pegajosa canción del grupo musical más escuchado en la década: los Van Van, que precisamente contaba una historia sobre la Titimanía, o “la enfermedad de los jefes por tener, salir, acostarse y divertirse con muchachas de menor edad a la suya”. Aunque minimizado y caricaturizado por el punto de vista jocoso con el que se contempló el asunto (en la canción parece que son los jefes los que buscan ser tocados por la Titimanía, y no lo contrario) y por el predominio incluso a nivel de estribillo de una visión cómica y simplista sobre ese trauma, la canción sirvió para lanzar a la palestra pública un conflicto que venía sucediendo en la sociedad cubana desde mediados de la década del setenta y que sólo perdería terreno (pues aún no ha desaparecido) con la entrada masiva del Jineterismo. Es preciso señalar que las “tembómanas”, “gasolineras”, “fleteras”, “viejeras”, en fin, mujeres que buscaban mejorar económica y socialmente relacionándose con jefes, funcionarios y empresarios cubanos, no sufrieron la desaprobación social que realmente merecían, a pesar de ser el primer gran fenómeno de prostitución masiva que existió en Cuba después de 1959. Aún cuando existían grandes restricciones en la distribución de bienes comunes y la canasta básica debido, entre otras causas, al embargo instaurado contra Cuba por los Estados Unidos desde casi el mismo triunfo revolucionario y a una ineficiente y parasitaria gestión económica nacional que el pueblo comenzó a llamar el autobloqueo o bloqueo interno, las condiciones sociales y de vida en las décadas del setenta y ochenta no llegaron a ser tan depauperadas en relación con el debacle económico que se produciría sólo una década después. El comercio e intercambio de producciones de los países ex-socialistas mediante el CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica) logró mantener en el país un abastecimiento bastante estable de alimentos, ropas, calzado y otros artículos (generalmente de muy poca calidad, pero) a precios asequibles para el salario medio del cubano. No es menos cierto, como se enfatizó en numerosos discursos de los más altos dirigentes políticos cubanos, que a principios de la década del 80 en la

inmensa mayoría de los hogares cubanos existían, por lo menos, un radio y un televisor, y que más del 80% de las familias cubanas contaban, además, con refrigeradores, ventiladores, y otros equipos eléctricos, lo que mejoraba considerablemente el nivel de vida, en comparación con esos mismos índices antes de 1959. Habría que preguntarse entonces, ¿qué obligaba a la mujer cubana joven a prostituirse temporal o parcialmente si la mayoría de sus necesidades básicas estaban satisfechas? La pregunta iba en contra del discurso oficial: ¿Sería acaso que no estaban satisfechas realmente? ¿En qué sentido? Son éstas preguntas que aún muy pocos investigadores se han hecho (o al menos, se han hecho públicamente), como tampoco creemos que el tema de las formas subsistentes de prostitución anterior al Jineterismo estén estudiadas como merecen, en tanto antecedentes básicos, esenciales. De conocimiento popular, y pasto del chiste, era la clasificación de las mujeres que vivían por obra y gracia de la Titimanía: “callejeras”, “fleteras”, “cohete”, “carretilleras” o “puntos”, “bichas” o “sanguijuelas”, “señoronas” o “Madamas” y “Amantes”, que fue la denominación más fina. Los “puntos” eran muchachas que se empataban con cualquier viejo o jefe a cambio de algo puntual: una noche en un hotel bueno, un poco de dinero, ciertas bisuterías o una cena en un restaurante de lujo, cambiando en cada ocasión de víctima. Los “cohetes” buscaban sus dividendos con cualquier hombre que pudiera mantenerlas, sin importar su nivel en la sociedad. Las “bichas o sanguijuelas” mantenían esas relaciones (algunas llevaban cinco o seis relaciones a la vez) a cambio de un status de vida por encima de las demás personas, pero manteniendo todas sus relaciones en secreto. Las “señoronas o madamas” se convertían en las amantes de turno de ciertos personajes con cierto poder en las escalas medias de decisión del gobierno, el partido y las grandes empresas. Y las “amantes” eran aquellas que lograban que sus clientes (generalmente “pinchos” con real poder en las altas esferas de la sociedad cubana) le consiguieran una casa, en ocasiones un carro y un grupo de facilidades de vida muy superiores a las de la población del país. Algunas de estas formas de corrupción serían denunciadas por el propio Fidel Castro, en un intento por frenar el desborde de pudrición que alcanzaba ya casi todas las estructuras del poder en la isla, abriendo el portón para las depuraciones, demociones y procesos judiciales por corrupción, abusos de cargo y otros delitos en funcionarios importantes del Partido, el Gobierno y la Unión de Jóvenes Comunistas, que tomaría fuerza en el último lustro de la década del 80 con el inicio del Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas.

Las putishas y los pinguishes. Otro modo de prostitución que aparentemente, y sólo en apariencias repito, permaneció invisible a los ojos de la sociedad, fue el de las putishas y los pinguishes, motes que comenzaron a endilgarle a las cubanas y cubanos que durante varias décadas elevaron su nivel de vida y sus entradas de dinero

gracias al intercambio de favores sexuales con el personal soviético que realizaba en la isla labores de colaboración, asesoría, consultoría, etc. Los grandes núcleos poblaciones donde se concentraron los rusos o “bolos”, como le llamaba el pueblo, precisamente debido a las posibilidades que ellos tenían de abastecimientos, alimentación, recreo y esparcimiento, entre otras facilidades de vida, fueron convirtiéndose en “villas de salvación” donde tuvieron lugar grandes volúmenes de tráfico de productos, hasta el punto de que fueron los rusos los mayores proveedores de alimentos, ropas y equipos eléctricos y domésticos del mercado negro que existió en Cuba durante un par de décadas y hasta el mismo derrumbe del campo socialista, momento en que las colonias rusas en la isla quedaron prácticamente vacías. La prostitución no quedó detrás. Mito o realidad, nunca se sabe, lo cierto es que se fue haciendo común, hasta el punto de que se aceptara socialmente, la existencia de parejas no oficiales de nuestras dos naciones, en una curiosa distribución racial muy pocas veces violada: rusos con negras y mulatas cubanas (putishas), y negros y mulatos cubanos (pinguishes) con rusas. Un informe partidista publicado en Moscú en 1992 y distribuido entre los soviéticos que todavía quedaban en la isla, manifestaba alarma “en tanto el promedio de técnicos y personal soviético designado en la República de Cuba con relaciones matrimoniales y extramatrimoniales con ciudadanos cubanos alcanza la cifra de 64,3% del ciento por ciento del personal laborante en la isla entre 1981 y 1989”.29 Aún sin conocer el número total en Cuba de esos colaboradores de la entonces Unión Soviética, solamente el porciento citado da fe de una altísima tasa de relaciones íntimas entre cubanos y soviéticos, de las cuales “atentatorias contra la moral socialista y el ejemplo de la pureza de nuestro internacionalismo socialista, resultan la existencia de formas incipientes y clandestinas de prostitución, con implicaciones preocupantes en los enclaves habitacionales de Santiago de Cuba, Cienfuegos, Jagüey Grande, Camagüey y La Habana”, donde el pago por servicios sexuales de los cubanos “resquebrajan los costes económicos y las reservas alimenticias destinadas a nuestros compatriotas en el país, al materizalizarse en especias, tales como enlatados cárnicos, dulces en conserva, lácteos en polvo”. 30

Las Afroputas. 29

Copia mimeografiada del citado informe, entregada al autor por el ingeniero soviético Vitali I. Mirosnikov, del grupo asesor para la construcción de la Refinería de Petróleo de Cienfuegos. Pág. 3 30

Idem.

Más interesante aún por su connotación racial, aunque en menor incidencia dentro de los niveles de la prostitución en Cuba, antes del estallido del Jineterismo, fue la existencia, en regiones específicas del país, básicamente en la Isla de la Juventud, La Habana y Santiago de Cuba, de un tipo de comercio sexual por convenios puntuales entre cubanas de raza negra y jóvenes africanos que cursaban estudios medios y superiores en escuelas internas y universidades cubanas. Con mayor presencia a partir de mediados del 80, cuando ya los viajes de la comunidad cubana en los Estados Unidos habían comenzado a introducir nuevos intereses de consumo y gustos en la población cubana residente en la isla, esta modalidad de la prostitución se concentró en el pago de favores sexuales mediante la compra de ropas, prendas y equipos eléctricos y domésticos en las tiendas en dólares de la Corporación CUBALSE, a donde podían entrar solamente los extranjeros residentes en Cuba y con acceso a la moneda americana. Tampoco es de descartar la existencia de matrimonios entre cubanas negras y jóvenes africanos, con la finalidad de emigrar a esas naciones, dándose el caso de que la mayoría de los matrimonios se produjeron con estudiantes de Nigeria, Ghana y el Congo, naciones que pueden considerarse más desarrolladas en relación a otros países del continente negro. 31

El estallido final Una nueva ola de prostitución, esta vez de mayor escala y trascendencia para la vida social del país, comienza a principios de los años 90 con la caída del campo socialista, la desintegración de la URSS y la eliminación del muro de Berlín. Estos cambios, que trascienden el aspecto social de un fenómeno histórico como el desarrollo del sistema socialista, trajeron aparejadas, entre otras consecuencias, el desequilibrio de fuerzas a favor del capitalismo y el recrudecimiento del hegemonismo norteamericano en todos los aspectos de la vida en el planeta, un profundo debacle económico para los países dependientes del modo de comercio internacional socialista (que los había protegido en cierta forma de las leyes del mercado mundial), y un agudo y brusco retroceso en los niveles de vida de los países exsocialistas, al menos durante esos primeros años. Cuba, cuyo comercio se basaba en el intercambio fraternal (hoy se acepta que fue casi parasitario) con el campo socialista y la URSS a través del CAME, sintió en toda su magnitud la caída del socialismo en los países de Europa y vio cortado de golpe su canal de comunicación comercial con la 31

Procesos migratorios eventuales. Departamento África. Datos estadísticos. Oficina de la UNESCO en La Habana. Septiembre de 1989.

Unión Soviética que, además de ser el principal abastecedor del país, era el primer consumidor de azúcar cubano, rublo importable más importante en la economía de la isla. A nivel social, este desastre económico, al cual se sumó el recrudecimiento del bloqueo norteamericano con el objetivo de terminar de una vez por todas con “la última plaza comunista del mundo”, se materializó en una escasez generalizada de productos de la canasta básica, aseo e higiene personal, ropas, calzado, medicamentos esenciales, y otros; en la desaparición casi forzosa de la amplia red de mercados minoristas de productos liberados que habían proliferado en todo el territorio nacional; en la elevación hasta niveles alarmantes del precio de productos de primera necesidad en el “mercado negro o subterráneo”; en un proceso inflacionario sin precedentes en la historia económica del país, y en el cambio del pensamiento radical existente sobre el consumismo hacia formas de pensamiento social que valoraban o supravaloraban el papel del consumo en el bienestar social, por encima de la defensa de la honestidad, el patriotismo y los estímulos morales en la educación de las distintas generaciones de cubanos que entonces habitaban la isla. Otro fenómeno que tomó auge en esa etapa fue el de la doble moral, la doble cara o la doble actuación de la inmensa mayoría de los cubanos, que se materializaba en una condena cotidiana y pública hacia cuestiones elementales de la vida humana, con las que, sin embargo, soñaban, anhelaban y defendían en sus momentos de privacidad familiar y personal. Mucho se ha escrito sobre este trauma social, y todos los estudios coinciden en señalarlo como uno de los males más difíciles de subsanar, si llega a producirse un cambio que permita la caída de las máscaras que hoy utiliza el cubano, y que se materializa en un doble discurso moral, en una doble actuación social, así como en la pérdida de valores tan codiciados como la honestidad, la sinceridad y la transparencia. Ya a fines de los ochenta y principio de los 90, poco antes de la despenalización del dólar y cuando aún el turismo no parecía que alguna vez tomaría la fuerza actual según las circunstancias económicas de la época, existían en distintas provincias del país, con cierta afluencia de turismo internacional, grupos pequeños de personas que se dedicaban al mercadeo con productos cubanos hacia el turista, al canjeo ilegal de moneda cubana por la extranjera (esencialmente el dólar) y al negocio de la prostitución masculina y femenina. Los datos ofrecidos por el periodista Luis Manuel García Méndez en su testimonio-reportaje titulado “El caso Sandra”, publicado en 1989 en la revista “Somos Jóvenes”, se convirtieron en la chispa que volvió a traer a la arena de discusión nacional un tema que trató de minimizarse, aún cuando las intenciones reales del autor hubieran sido según expresó “denunciar algo que estaba sucediendo y que crecía como una bola de nieve montaña abajo”. Los que no creyeron, o intentaron apagar, el llamado de preocupación que lanzara el periodista, sólo dos años

después se dieron de narices con una realidad que se reprodujo y multiplicó mucho más rápidamente de lo que el propio Luis Manuel había predecido.

LAS VOCES

Como ves, tuve que dejar el jineteo porque me picotearon la cara... Ahora soy Custodio en un círculo infantil. A mí nada más se me ocurre hacerme la poderosa y aunque en mi vida me han pasado cosas jodidas por hacerme la cabrona, nunca pensé que decidirme a trabajar por mi cuenta, sin un chulo, me traería esta desgracia. Yo empecé en esto por Amadito. Era de mi misma aula, en la secundaria y tenía trabajando para él a unas cuatro o cinco muchachitas más. Tú lo ves así negro y grandote, que parece un King Kong, y no te pasa por la cabeza que tenga sólo 17 años, pero ése nació delincuente. Trabajé para él cosa de un año y cuando vi que no me daban las cuentas, porque él, que decía ser mi socio, mi amigo, ganaba más que yo, le dije que trabajaría por mi cuenta: necesitaba un poco más de dinero. Cuando salí del hospital supe que le pagó a unos negros de su barrio para que me picaran la cara, las tetas y el culo. Suerte que tuve tiempo de gritar y vino la policía y nada más me picaron la cara y estos dos tajazos en el brazo. Maribel, 19 años, ex-Jinetera. Siempre alguno de los que vienen en el grupo quiere zafarse y buscarse un buen culo de chica joven, como dicen ellos. Ahí es cuando yo intervengo. El asunto es cómo hacer las cosas de modo que parezca natural: cada vez que me llega un paquete turístico, me acerco a los hombres y me hago amigo de ellos, con el doble objetivo de ver qué se pega. Siempre sueltan algún regalo. Como ven la confianza, se sueltan de lengua y muchos me dicen que quieren una chica negra o mulata o una rubita decente y como yo conozco en cada zona a los tipos que se dedican a eso, los busco, les enseño las fotos que ellos tienen de sus muchachas y, cuando eligen, les garantizo que se vayan a templar felices. La mayoría son agradecidos y me dejan caer algo, casi siempre diez dólares o veinte. Eso, más lo que me pagan los chulos por ponerles el contacto, es una cifra buena. Y no hice nada malo, ¿no crees? Carlos Augusto, guía de turismo. Ellos vienen y me piden los diseños. Yo los hago y se los cobro. Tenemos un grupo: un fotógrafo, uno que se ocupa de la imprenta y yo, que soy el que diseño. Y hago de todo: anuncios para vender a las Jineteras, anuncios para burdeles clandestinos o para casas de alquiler de habitaciones, menú de restaurantes, de todo. Muchas veces caen yumas que quieren diseños de páginas pornográficas y nos traen las fotos y hasta los textos. Los hacemos también y los imprimimos en las cantidades que ellos quieren porque en las imprentas de Cuba se hace cualquier trabajo con la misma calidad que en otro lugar, lo único es que hay que pagarles a los operarios por debajo del tapete y bien. Es un negocio redondo. Una vez hasta nos trajeron fotos porno con niños, pero ahí sí no fuimos. Eso es un rollo. Juan Carlos, Diseñador. Lo peor fue desaparecer a esas putas. Empezamos en la jodedera sin darnos cuenta. Yo y mi socio nos salimos porque la templeta era cosa de las muchachas, pero cuando regresamos estaban todas tan voladas que si le ponías un fósforo en el culo llegaban a Marte. Los italianos se habían quedado dormidos después de vaciarse en nuestras putas, a lo mejor más acostumbrados a sonarse droga a cada rato. Pero Adita y Lázara parecían muñecos de goma, y al rato empezaron a echar espuma por la boca y por la mañana estaban más tiesas que una columna de concreto fundido. Aprovechamos el carro de mi

socio y la llevamos al cementerio chino. Allá la tiramos en una tumba, de las más viejas. Nunca supimos si las descubrieron. De eso hace dos años y no ha pasado nada. Melero, Proxeneta, 34 años.

L

a entrevista más difícil, o sería mejor decir, la más molesta por ofensiva, por hiriente, resultó con una personilla diminuta, pero de una belleza proverbial: una de las Jineteras más conocidas

en varias zonas de La Habana. Le decían Tati, La Fabulosa, y tenía sólo 15 años recién cumplidos cuando pude hablar con ella, aunque estaba en aquel negocio desde los 13. Pocas veces la naturaleza reúne tanta perfección en una mujer. Lo único que hubiera sido mejor era su estatura, pues Tati era pequeña, pero su tamaño creaba alrededor de su figurita una aureola mágica de inocencia que ella sabía manejar con destreza y picardía mientras atrapaba a los turistas. La había visto trabajar, precisamente en ese momento en que tendía sus redes a la futura presa, como una araña calculadora que, no obstante, emitía un efluvio de ingenuidad tan atractivo como el canto de las sirenas para los argonautas. Mirándola, no podía creer que aquella niña fuera esa misma que me enseñaron en fotos, desnuda, en poses tan provocativas eróticamente, tan pornográficas, que resultaba asquerosa, repulsiva, aunque algunas despertaran también esa libido que la decencia oculta en algún rincón del cerebro de los que no estamos acostumbrados de ningún modo al ataque cotidiano de la pornografía. Toda aquella inocencia infantil, todo el encanto que despierta en los adultos la visión cándida de un niño, que Tati sabía mantener incluso aunque supiéramos que practicaba un oficio que sabíamos antinatural, anormal para su edad, se desplomaba cuando abría la boca. Pocas Jineteras, mayores que ella, me hablaron con tanta libertad sobre el sexo; ninguna opinión sobre lo que hacían a solas con un hombre fue tan descarnada como la que me lanzó Tati a la cara, sin tapujos. No se consideraba una prostituta: “yo gozo, papi; gozo cuando me singan nada más de pensar en que con la leche le estoy sacando pesos al tipo. Las prostitutas sufren y se clavan a un hombre porque si no se mueren de hambre, a mí me gusta”. Fue el casete más oído por mí y por todos mis amigos. En la trascripción tuve que quitar términos, palabras, frases tan indecentes que resultaban ofensivas hasta para los oídos más acostumbrados. Tuve que re-escribir casi todas sus respuestas para que pudiera entenderse la esencia de una vida consagrada

desde la más temprana edad a la podredumbre y la mierda. Comprendí en una sola lección cuánta miseria humana se mete en el alma de la gente cuando pierde la inocencia. — Por tu edad, debes estar estudiando… — Por arriba, papi, que a mí tú no me vas a salar la vida con tu entrevistica de mierda. Y que quede claro: hablo contigo porque el singao de Caraza, mi chulo, me obliga a hacerlo, y no me voy a ganar una mano de palos por no satisfacer la curiosidad del señor periodista (…) Estoy en secundaria, no te digo en que grado porque tu libro seguro lo leen los fianas y por ahí van a resingarle la vida a unos cuantos. Tú no sabes el lío en que te metes en esto, porque si por tu librito cae alguien en el tanque, vas a tener doble persecución: la de la policía para seguir sacándote pruebas contra nosotros, y la de muchos de nosotros que te van a pedir la cabeza. He de confesar que hasta aquel momento no había pensado en ese asunto. Mi libro resultaba un informe abierto, claro, ingenuo, que ofrecía datos, nombres reales, lugares, fuentes para mi investigación que también podían ser utilizadas por la policía para seguir haciendo su trabajo, que considero justo y necesario aunque todavía no crea que esa: la represión, sea la solución al problema. De momento, ante aquellas palabras, desfiló por mi mente mucha gente que no merecía, por una u otra causa, que yo los traicionara en mi afán de lograr un palo periodístico y un buen libro para mi currículum. Muchos otros se lo merecían, tal vez la mayoría lo merecía, pero soy de los que no creen que sea necesario que los justos paguen por los pecadores. Entonces volví a mis escritos, a mis papeles, a mis notas, y eliminé toda posible pista, cambié nombres, sólo manteniendo los lugares y la parte que los propios entrevistados mostraban cada día a la luz pública. Y ante cualquier pregunta decidí asumir un derecho que como periodista de graduación me asiste: la protección y mantenimiento en secreto de mis fuentes. — ¿Cómo haces para mantener las dos cosas? — Me fui de la casa. Conocí a un macho riquísimo en la escuela; el macho que todas las muchachas querían templarse, y me dije, ese es tuyo, Tati, y cuando lo llevé a mi casa, el viejo se puso a comer mierda, que si la moral, que si su hijita era virgen, toda esa porquería. Me lo templé en la playa y desde que supe qué cosa era venirse, no me canso de buscar esa sensación con el primero que pase. Fui y se lo dije al viejo: me acosté con fulano, y me dio una mano de golpes que todavía me duele. Recogí mis trapos y me fui a casa de una amiga que ya estaba en esto. — ¿Ya tenías 13 años? — Doce. — ¿Y tan chiquita te llamaba la atención el sexo? ¿No te parece raro?

— No, papi, es natural. Cuando desde niña tu sientes que el cuarto de tus padres se va a caer con la gozadera de tu madre y te asomas cada noche y la ves encuera mamándole la tranca a tu padre, o sentada sobre él, clavándose en el rabo, y diciendo cosas que nunca pensaste oír en boca de gente que se hace la fina mientras no tiempla, es normal que eso pase, digo yo. No me lo explico de otra forma. ¿Sabes cómo empecé? La maestra nos castigó y nos dejó con la auxiliar después de las clases. Había un rubito en mi aula de quinto grado, yo tenía diez años creo, que me gustaba cantidad, y yo decía que era mi novio pero que él no lo sabía. Tú sabes, mierdas de niña. Y lo veo que pide permiso a la auxiliar para ir al baño y algo raro me brincó en el pecho y también pedí permiso y me metí detrás de él en el baño de los varones. Lo miré orinando y me sentía como extasiada, casi lo mismo que siento cuando me vengo. Y cuando terminó de mear, me vio parada allí y se quedó como lelo, con la portañuela abierta y el rabo colgando en su mano, y así, sin darme cuenta, fui hasta él, me agaché, se lo cogí y quise saber porqué mi madre gozaba tanto chupándosela a mi padre. Se la chupé un rato y le creció y cuando miré para arriba el rubito estaba con los ojos virados y la misma cara de mi padre cuando mami se la mamaba. Me cansé y salimos. Después estuvimos haciéndolo, siempre a escondidas, hasta detrás de la puerta del aula, porque llegábamos más temprano que los demás para hacer eso, hasta sexto grado en que una vez, mientras se la chupaba, me echó una baba pegajosa y caliente en la boca que nunca antes le había sacado y que me dio un asco del carajo. Escupí y más nunca se lo volví a hacer. Así conocí qué cosa era la leche del hombre. — ¿Nunca buscaste placer para ti? — No, papi. Para mí lo supremo era estar allí, chupándosela. Me sentía una diosa, grande, poderosa, porque el rubito, Jorge se llamaba, estaba bajo mi poder en ese momento y durante todo el día. Cuando le dije que no volvería a chuparle, casi se muere de tristeza. Hasta se cambió de escuela a mitad de sexto, después de insistir para que yo volviera con él. Podrás imaginar que me volví una experta en la especialidad de la mamadera. Hasta las mujeres yumas se disputan por mí cuando se las chupo… — ¿Eres homosexual entonces? — No te confundas, papi, no te confundas. A mi me gustan las pingas, y mientras más me duela cuando me clavan, mejor. Lo hago con mujeres porque pagan más, es más caro. Para ellos, igual que para muchos, soy una niña, y eso sumado a que me ofrezco para tortillas con mujeres, es algo por lo que se puede pedir bastante. La última vez fueron trescientos pesos. Yo gané 100 en eso que duró una hora nada más porque la muy perra se venía cada diez minutos. Si hubiera llegado a las dos horas hubieran sido 600. Es decir, doscientos para mí. — ¿No te parece mal que tu chulo gane más?

— No, papi. El me mantiene, me da casa, me compra ropa y perfumes y me busca cosas agradables. No me maltrata, aunque si me pongo pesada me sopla un buen piñazo. Es socio de la policía y los custodios de una pila de hoteles, así es que puedo andar sin miedo a que me pillen por Jinetera. — Entonces, te acuestas con mujeres sólo por el dinero, no te pasa como con los hombres, que sí te gustan… — Yo tengo una ley: templar con mujeres y, de vez en cuando, algún animal es trabajo; templar con hombres es trabajo y placer. — ¿No te da miedo que se riegue alguna vez que hacías eso y te digan lesbiana o tortillera? — Me molestaría, pero no me da miedo. Este, que es el país de los extremos, es del carajo para entenderlo. Nos persiguen a las Jineteras porque es inmoral, pero a los maricones, que son cada vez más, porque parece que la mayoría de los machos cubanos tienen a un pájaro escondido adentro, a esos no los persiguen, y eso es tan inmoral como lo que hacemos nosotras. Comparados con ellos, somos un buchito. Yo conocí a un periodista español que trabaja en una cadena de televisión de esas que hace programas para maricones o algo así, que se vio nada más en La Habana con más de veinte mil maricones y se llevó las entrevistas y las fotos para un libro que iba a publicar sobre homosexuales de América. Nosotras, las Jineteras, aquí en La Habana, debemos estar por las ocho mil. Compara. — De todos modos, acostarte con otra mujer es un acto de lesbianismo… — ¿Y qué? Cuando tenía once años, o cumplidos ya los doce, no recuerdo, una muchacha del barrio, que era cantante de un grupo musical, muy bonita la cabrona, comenzó a rondarme y logró llevarme a su casa y me desnudó y me toqueteó toda. Yo me dejé porque ella me caía bien y lo que me hizo lo hacía con cariño. Me sentí como nunca me he vuelto a sentir en la vida. Comencé a ir a su casa todas las tardes, cuando salía de la escuela a las cuatro y media, y como mis padres llegaban a las siete, teníamos tiempo de hacer eso. Era sabroso. Ni clavada he gozado tanto como aquellos días. Fue una lástima cuando se terminó. Se fue del país y ahora sigue cantando en la yuma. La entrevista tuvo lugar en su casa, un apartamento pequeño pero bien arreglado y con buenos equipos de música y muebles de calidad. Vestía un short cortísimo y apretado que le destacaba más sus muslos perfectos, hermosos, y un pulóver ancho y sin mangas. Por la puerta del cuarto, sobre una silla cerca de la cama, pude ver la camisa del uniforme escolar. — Si esto te da suficiente dinero para vivir, ¿por qué te mantienes estudiando? — Para que no me jodan, papi. En este país no te dejan ni cagar tranquila. Se meten en todo, que si no estudias, que si no trabajas, que si haces esto, que si haces lo otro. Por desgracia, soy menor de edad. Si cogen a un turista conmigo, le parten los cojones porque dicen que está practicando la prostitución

con niños. Tienen que acabar de entender que yo dejé de ser niña y me jode mucho que quieran que lo siga siendo. A mí se me pegan las cosas con facilidad y a veces ni estudio para las pruebas y siempre salgo bien. No me gusta estudiar, quisiera dedicarme a esto por tiempo completo, pero en este país no se puede; por eso tengo que sacrificarme. Me llamó la atención que no le preocupara lo que pensaran de ella en la escuela. Muchos sabían que por las noches trabajaba de Jinetera y eso la había convertido en el centro de su grupo, cosa que le encantaba. Se daba el lujo de invitar a sus amigas más serias a tomar refrescos, comer dulces y helados, almorzar con perros caliente y pollos fritos, todo, claro está, pagado por ella en dólares. Sentía que la admiraban, que la envidiaban. Se molestó mucho cuando varias de ellas le pidieron que las metiera en el jineteo. Creyó que iba a tener competencia, pero dice que miró a las otras y se comparó y salió ganando en belleza, cuerpo y experiencia, que para ella es lo básico en su oficio. Todas tenían su misma edad: 13 o 14 recién cumplidos. Vivían con sus padres, pero creían poder arreglárselas para burlar su vigilancia y meterse a Jineteras. Dos de ellas habían recibido la aprobación de sus madres, que eran divorciadas. Eran seis. Siete con ella, y cuando se lo dijo a Caraza, un mulato amigo del barrio que la había metido en aquello, el hombre se puso muy contento y le dijo que primero quería verlas, que no podía meter en aquello a pelandrujas feas, porque el negocio se caía. — ¿Es normal que muchachas como tú, que estudian por la mañana, por la noche sean Jineteras? — Normalísimo. A mi edad una se hace amiga de todo el mundo y cuando estamos en un lugar, una sabe que ésa también está en lo mismo. Sólo una noche, en la discoteca del Comodoro, nos hemos encontrado una sesenta o setenta muchachitas. Algunas estudian en el preuniversitario, otras en secundaria y hay hasta un grupito de Centro Habana, creo que se llaman Las chicas del sabor, o algo de eso, que deben andar por los doce años, aunque una las ve y parecen mujeronas de dieciséis. Aquello la cansaba mucho al principio. Después se acostumbró. Sólo los fines de semana, de viernes para sábado y de sábado para domingo, trabajaba hasta las cinco de la mañana. Los días de clases, de lunes a viernes, trabajaba hasta la una de la mañana, siempre con clientes que Caraza le buscaba para salir a comer, hacer sexo por no más de una hora, o cosas rápidas que no le gastaran tanto a su chica. El propio Caraza le exigía que se cuidara, que durmiera lo suficiente, que comiera bien, que se hiciera chequeos médicos cada mes con un doctor amigo suyo y que no dejara de estudiar, para que no la marcaran como una desafecta o un caso social que merecía atención y seguimiento. Desde que había metido a las otras amigas en aquel negocio tenía más tiempo para descansar y las ganancias seguían siendo las mismas: cuando ella empezó, las tarifas en La Habana eran más bajas, y en esa fecha habían subido mucho. Cuando terminé y me iba, la vi sonreír recostada sensualmente al marco de la puerta de la calle.

— ¿Sabes? — me dijo, melosa, insinuante —. Eres un hombre decente. Caraza me dijo que si me pedías templar, tenía que hacerlo. Pensé que serías un gordo grasiento, asqueroso, con olor a tabaco y el bolsillo llenos de bolígrafos y lapiceros. Si me hubieras dado el chance, además de eso que te llevas ahí — dijo, señalando al bolso donde había guardado la grabadora — te hubiera enseñado cómo mama y tiempla Tati. Me hubiera gustado que en ese librito dijeras que soy la niña que más rico singa en toda Cuba. Pero tú te lo pierdes, papi, tú te lo pierdes.

Nota del Autor: En febrero del 2002, en una riña callejera ocurrida en el Parque de la Fraternidad, de Ciudad de La Habana, Tati resultó herida por varios navajazos y murió unas horas después en el Hospital Hermanos Ameijeiras. Por ninguna de las vías oficiales a mi alcance logré saber su nombre verdadero. De mi entrevista, ese mismo año, con Mariela Casamayor, una de las compañeras de aula de Tati, a quien ella metiera a Jinetera, y que hoy reside en Miami con sus padres gracias al sorteo de la Oficina de Intereses, sólo pude averiguar que Tati se llamaba Tamara. Mariela no me quiso dar más datos.

EVAS DE NOCHE

Jinetera Empresarial. Está desnuda sobre la cama. A su lado, el vientre voluminoso del viejo canoso sube y baja mientras respira, dormido. Se pone de pie y va hasta su cartera que abre para prender un cigarro. Camina desnuda hasta el balcón y mira la ciudad. Desde el Meliá Cohíba, La Habana luce majestuosa, inmensa. Cruza la habitación y sale al recibidor de la habitación con el celular en la mano. Marca un número mirando al viejo que ronca estruendosamente. Siente la voz del otro lado: — Misión cumplida, mi amor. —… — Sí, ahora duerme. —… — No, me voy directo a casa de mi Mamá. Manda a Norge a que me busque. ¡Ah!, y me mandas con él el cheque o los quinientos dólares en efectivo. —… —… Claro, mi amor. Para ti es más barato, pero ya tú hiciste tu negocio con el viejo y yo me acosté para que tú cerraras el negocio por todo lo alto. Yo sé que el trato tuyo con él es por 500 mil dólares, ¿es mucho pedirte 500 por acostarme con un viejo como ése? Contigo yo gozo, pero esto es parte del trabajo.

LOS HIJOS DE SADE

T

ania es abogada. Trabaja en la capital, adonde llegó para estudiar la carrera. Le encantan los perros de raza, especialmente los cockers y los chauchau. También es amante de la pintura, el

ballet y la música clásica. Las paredes de su casa están decoradas con cuadros de pintores cubanos famosos que ha comprado por diversas vías, sobretodo a coleccionistas privados de antes de la Revolución. Todos los fines de semana va al teatro o a funciones del ballet o la danza. Sus gustos son exquisitos: en música, el concierto número dos opus 23 de Rachmaninov; en ballet, “Carmen”, interpretada por Alicia Alonso; en teatro “¿Quién le teme a Virginia Wolf?” y en danza moderna el grupo Danza Abierta de Marianela Boan. Para reírse prefiere a Les Luthieres. Aunque le gusta mucho el estilo barroco, se siente más cerca arquitectónicamente de Le Corbusier. Tiene dos niños que hacen de ella lo que les viene en ganas. No es común hallar un punto de contacto entre tu trabajo y el mundo del Jineterismo, pero lo hay, según me han dicho algunos de mis entrevistados. ¿Es posible mantener la ética de tu profesión colaborando con personas sin ética, o para no ser ofensivos, que no creen en la ética en un mundo como el de hoy? El punto ha de buscarse precisamente en la ética. En la ética de hacer lo que uno piensa que está bien para otra persona. Una ética que se basa en el entendimiento de que se es abogado porque una se cree con posibilidades para defender a las personas, de ayudarlas a comprender las leyes, a desenvolverse libremente a pesar de ellas, haciéndoles ver que, aún cuando existen, no son frenos, o por lo menos, no sólo son frenos que pone el hombre a la actividad plena del hombre. Una ética que debe entender el Derecho, la abogacía como un mecanismo de liberación del hombre ante las leyes de la sociedad y no justamente como un grupo de medidas creadas por un poder siempre presente para controlar diversos aspectos de la vida de ese hombre. ¿Justificas así los trucos que haces para hacer legal algo ilegal? Refiriéndome, claro está, al mundo del Jineterismo.

En Derecho, más que en ningún otro campo, se aplica la famosa ley de causa/efecto. Todo tiene una causa y un efecto: hasta los trucos legales, que al final no son si no una forma de encauzar un problema por los caminos de las leyes. Uno de mis profesores durante la carrera, repetía mucho que el abogado verdadero es aquel que burla la ley más veces utilizando las armas del manejo de la mentira, el doble sentido, los niveles de profundidad legal de los problemas, la incisión de los conflictos que por sí mismos son hechos delictivos en la conciencia social. Para ese profesor, a quien mucho debo mis conocimientos, un abogado es a la sociedad lo que un mago es a un circo: la parte que transforma lo sucio en algo bello, válido, limpio. Concrétalo en hechos. Cuando una Jinetera viene para que le arregle los papeles de una casa que es ilegal, para que le agilice un divorcio o le haga un testamento o la case a la carrera con un extranjero o le invente título s que no tiene, pienso que estoy resolviendo un problema. Los trucos que emplee para resolver ese problema son mi asunto, exclusivamente cuestión de mi pericia. Ella nunca deberá saber qué artimañas legales utilizo para resolver su problema. Sólo ha de saber que se lo resolví y cuáles son los resultados. ¿No te sientes sucia? ¿Puedes dormir tranquila con esos usos, digamos, informales de una especialidad que debe ser tan formal, tan honesta? Es un error entender que el Derecho es algo limpio. Tratar con trampas y con tramposos nunca será algo limpio. La honestidad tiene que estar en la creencia que una debe tener de que está usando modelos coercitivos creados por el hombre para enderezar cosas y acciones torcidas. Muchas pruebas puedo dar, en los juicios a los cuales he asistido, de que fiscales, defensores, todos, manejan pruebas, le sacan a los hechos sólo la parte que conviene a sus propósitos, con el fin de hacer su papel. No me siento sucia porque en un país donde tu casa no es tuya, tu carro no es tuyo, e incluso tus hijos no son tuyos, porque en algún momento deben subordinarse a los intereses de la política, hacer lo que hago es mucho más decente: al menos creo estar ayudando a personas que, en los tribunales, consultorías y bufetes, no recibirían ninguna ayuda, precisamente por algo que a muchos conviene olvidar: no vivimos en una sociedad de Derecho. ¿Son muchos los casos de fraude, digamos, en documentos, títulos y cosas como esas? Lo mejor que tiene nuestro país es que todo el mundo puede ser un experto en un montón de cosas. Se hablará mucho y muy mal de la educación cubana, pero realmente es un logro. Conozco casos de Jineteras con cierto nivel, no universitarias, a las que les he falsificado un título y cuando llegan al extranjero se examinan y lo sacan con una facilidad inaudita. Eso es porque tienen dentro, en el subconsciente, la base de la educación que recibieron. Documentos creo que falsifico cientos al mes y

no tengo remordimientos. Aquí en Cuba quizás no le sean válidos y resulten falsos, pero allá afuera valen y ellas son las que deberán encargarse de que sean de verdad. ¿Y los casamientos? Una de las diferencias entre las Jineteras cubanas y otras prostitutas, y esto ha crecido mucho en los últimos dos años, es que buscan una estabilidad más allá o por encima del dinero. La Jinetera cubana sueña con encontrarse una persona agradable con la que pueda vivir en algún lugar del mundo y con ciertas comodidades. Muy pocas lo hacen exclusivamente para salir del país. La mayoría prefiere salir del país, pero hacerlo junto a un hombre que le de en el extranjero lo que en Cuba le falta y con lo que ella sueña cada noche que sale a cazar clientes. En estos dos últimos años, 96 y 97, hay varios casamientos de cubanas con extranjeros al mes. La cifra va creciendo a medida que se han levantado las restricciones migratorias en ese sentido. Tenemos la certeza de que no todos los casamientos se hacen por vía legal. Personalmente sé de algunas Jineteras que se han casado, tienen los papeles legalizados como esposas de extranjeros y no han pasado por ninguna consultoría jurídica internacional, ni por la embajada, que son las vías utilizadas para este tipo de unión legal. ¿Cómo lo hacen? Sencillo: pagan un buen dinero, hacemos los papeles y lo ponemos en la fecha en que ellas quieran. ¿Casamientos retroactivos? Algo así. Generalmente, para poder salir del país, deben haber estado casadas con el extranjero por un período no menor a un año. Los desesperados pagan hasta dos mil dólares por los papeles de casamiento con una fecha de un año anterior a la real, o más. Hablabas de legalizaciones de viviendas… Ese es un fenómeno más común… Es uno de los problemas básicos de la sociedad cubana actual y cada cual trata de resolverlo a su modo, porque Cuba sigue importando casas a cuanto país lo pida, pero la lista de familias albergadas, en pésimas condiciones, sólo en Ciudad Habana, sobrepasa las diez mil. Creo que no hay bufete en este país donde un abogado no haya intentado al menos elaborar un documento falso sobre una vivienda. La cadena es algo complicada, hay que sobornar a mucha gente y eso encarece los precios. Para un ciudadano normal es casi prohibitivo, pero para los chulos y Jineteras es cosa normal y hasta les resulta barato. Para dar un dato más o menos aproximado: en un año he tramitado unos quinientos casos. Nunca el precio baja de los cinco mil pesos cubanos y llega incluso hasta los mil dólares, elaborando papeles de antigüedad como si los que pagan fueran dueños desde antes de la Revolución o desde los primeros años, cuando la gente del pueblo ocupó casonas de ricos que se fueron huyendo de las medidas revolucionarias. Volvamos a la ética. ¿Es esa falsificación una forma ética de resolver un problema?

El que inventó la ley, creó la trampa, dice un viejo refrán. Uno de los problemas que la legislación en Cuba no ha resuelto es la compatibilidad que debe existir entre el interés social y el interés privado. Me explico: si tú construyes una vivienda, compras los materiales con tu esfuerzo y dinero y la pagas al Estado, ¿por qué no puedes venderla a quien mejor prefieras, o para ser más exactos, al que mejor precio te de cuando no la necesites? He ahí una contradicción. Contradicción que muchos no entienden porque los hechos son tozudos y demuestran cierto grado de falta de ética en la negociación: si le vendes esa casa al Estado, como debe ser según lo establecido, te la tasan en un precio, digamos 3000 pesos, y te pagan ese dinero. Cuando el Estado vende a otro ciudadano tu casa, la vende en 9 mil pesos. He ahí otra contradicción. Si existiera un mecanismo legal en el cual se aplicara una adecuada política de precios que favoreciera tanto al vendedor como al futuro comprador, la gente no tuviera la necesidad de vender su casa por vías ilegales. Parafraseando otro viejo refrán: quien se defiende de un fraude con un fraude, tiene mil años de perdón. ¿Hay muchos colegas tuyos en este negocio? Acceso y posibilidad tienen todos, o casi todos. Contactos tienen unos cuantos, sobre todo entendiendo que la mayoría de los abogados en esta ciudad son graduados de la misma universidad y se conocen desde esos tiempos. Y como para trabajar con éxito en este negocio se requiere posibilidad y contactos, entonces sí, hay muchos. Creo que ya dije que son raros los bufetes donde no entre divisa por este rubro ilegal. ¿Qué otros delitos limpias con esos “arreglos legales”? Me gusta defender a las Jineteras. Parto de que en nuestro Código Penal no es nada claro el término como una forma delictiva. Ese es otro resultado del machismo impregnado en la mentalidad de los individuos de una sociedad patriarcal como la nuestra. A veces, muchas veces, vienen a buscarme parientes de Jineteras para que las saque limpias de la policía o de un juicio donde no queda clara su acción como prostituta. Hasta hoy siempre he ganado. Otra cosa es cuando alguna Jinetera acusa a un chulo que la ha golpeado o la maltrata o cosas peores. En esas ocasiones me empeño más en destrozar al tipo y ya he metido a unos cuantos a la cárcel, aunque como abogada no puedo ejercer ante un tribunal. En todos los casos que menciono, siempre acudo a mis amistades en esos lugares. Formamos un equipo y, al final, yo cobro y reparto las ganancias. ¿Son comunes estos casos? Muchos, aunque tengo la certeza de que la mayoría no denuncian a los que las maltratan por miedo a represalias. Igual que yo las defiendo a ellas, ellos, que a veces tienen más dinero que las Jineteras, pagan a otros abogados para que los defiendan. Casi siempre lo que se les impone es una multa alta y cuando vuelven a la calle, los muy degenerados acaban con las pobres que los denunciaron.

Contemplados también en el Código Penal están los delitos contra la libertad personal, las amenazas y la coacción que, según he comprobado, son mucho más comunes y el índice de denuncias que conozco es aún mucho menor. Ninguna Jinetera se atreve a denunciar una amenaza. Sencillamente se decide a buscar una vía en sus manos para huir, escapar de esa amenaza, siempre bien lejos de la solución legal. ¿Has atendido casos de agresión física? Unos cincuenta, o más. Como ya muchas me conocen, vienen a mí para buscar una solución, pero la mayoría prefiere quedarse como está porque no les convence el castigo legal. He visto muchachas con el rostro desfigurado, con los senos arrancados de cuajo, con picaduras enormes en las nalgas y los brazos y hasta varios casos con desgarramientos de clítoris y labios menores y mayores mediante cortaduras con navajas y tenedores de cocina. Cosas sádicas como esa abundan en ese mundo. Como profesional de las leyes, ¿crees que haya alguna solución legal para el Jineterismo? Aunque una se aproveche de la desgracia ajena y por ahora es una fuente bastante grande de divisa, que no abunda en el medio donde trabajo, a pesar de que en otros tiempos pertenecimos a la burguesía de este país, creo que la única solución posible es la eliminación de ese mal. No sé cuál puede ser la solución, pues su crecimiento se produce en momentos de crisis como los que hoy vivimos, y más aún después de la caída de la URSS y del muro de Berlín. Las causas son económico-sociales y esas no se pueden solucionar con leyes que de facto quieran arrancar el problema. Sería como arrancar una hierba mala dejando la raíz en la tierra. Con un poquito de lluvia y sol, pronto volverá a renacer. Pero es triste ver a esas muchachas desamparadas. Así las veo. El ritmo de mi vida no me permite detenerme a mirarlas mientras andan por la ciudad, y por eso las veo sólo cuando vienen a buscar mi ayuda y hasta las que se hacen las poderosas y extienden delante de mi un chorro de billetes están desesperadas, porque ése es su único modo de solucionar problemas. A fin de cuentas, siempre tienen que venir adonde está la ley que tratan de burlar cada día. La Habana, octubre 1997

SUSANNE

“(…) …a veces tengo deseos de ser un pajarito y volar sobre el mar para llegar adonde están ustedes, pasar un rato y después volver… (…) A pesar de todo lo que paso aquí, nunca voy a regresar a Cuba, porque allá nadie me queda desde que mi hermana mayor murió. (…) Cuando me vi en el mar, en la oscuridad, pensando en que debajo podía haber una manada de tiburones, sentí miedo por muchas cosas. Nunca imaginé qué encontraría en un país donde siempre me dijeron que una podía hacerse rica de la noche a la mañana. (…) Los primeros días nos fue muy bien, mientras nos atendieron los de Inmigración. No nos tocó tener la suerte de la buena suerte de muchos cubanos que viven aquí en Miami. Después que se nos acabó la protección estatal todo empeoró. Raciel cambió y el hambre y el frío lo hizo ser calculador y déspota. Comprendí cuánto de cierto hay en ese dicho de que en las tensiones se sabe el carácter real de la gente. (…)…me consiguió trabajo en un club nocturno donde tengo que bailar toda la noche y si alguien paga bien, acostarme con el tipo… (…) allá era distinto. Fui Jinetera porque me gustó desde niña vivir bien y no estaba dispuesta a que me pasara como a mi hermana, que después de luchar y casi perder la vida por la Revolución, la tiraron a mierda y cuando se enfermó de cáncer, ni siquiera la atendieron, aunque fui a ver a mucha gente para que la atendieran en el CIMED, donde están los médicos y la mejor medicina del país. Pero ese era un hospital para los jefes y sus familias. (…) (…)…Raciel me sacó de esa vida, ustedes lo saben, y fue bueno conmigo porque el negocio de las piezas de motos le daba bastante para tenerme como una reina… (…)…cambió mucho. Se emborracha, se droga, me da golpes y está metido en el negocio de la droga. Es vendedor. Ha estado preso como seis veces, pero siempre sale porque aquí la policía es igual que allá, te deja libre si le sueltas un poco de dinero. El trabaja en una zona de la playa donde hay un policía que controla a los vendedores y lo deja hacer a cambio de una parte de la ganancia de las ventas.

(…)…una amiga del club me lo va a conseguir, y si logro que me acepten en ese alquiler, voy a dejar a Raciel, pero no se lo he dicho porque es capaz de matarme. (…)…tengo que seguir en este negocio porque aquí, si una no trabaja, se muere de hambre; no es como allá, que los que trabajan pasan necesidad y los que no trabajan son los que mejor viven. (…)…el gorrión existe. Es una tristeza grande que te ahoga y te hace pensar y echarle de menos hasta a los escombros y los latones siempre llenos de basura de La Habana…

1995 (Tomado de una carta a una de sus amigas Jineteras)

SEIS “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” Corintios 13:1-3

P

ocos meses después de aquel encuentro, y gracias a un vejete suizo con el que estuve una semana recorriendo la isla, me vi con una gonorrea que me tuvo varias semanas enferma y en

cama, asqueada y sin ánimos ni para salir a comprar las cosas necesarias para cocinar. Durante nuestra estancia en Las Tunas, una noche, descubrí que se me habían acabado los condones y aunque di vuelta con el Nissan por toda la ciudad, no encontré una sola farmacia abierta o que tuviera preservativos. Mi médico era también un amigo de la infancia, oriental, por supuesto, y me dijo que habían encontrado en los análisis algo poco común: al parecer la blenorragia había sido trasmitida al viejo por un animal. Cuando pregunté a mis amigos del Hotel, me dijeron que sabían que otras veces el viejo había pagado bien por hacerlo con perros y muchachas casi niñas. Me acababan de decir que estaba curada cuando apareció Néstor. Había ido al Hotel para decírselo a la gente, cuando me topo con Fausto, uno de los amigos del gerente que siempre buscaba, en otros hoteles, buenos clientes para mí. Venía con un tipo feo como un sapo, y disculpa que siempre relacione lo feo con un sapo, pero me viene de mi miedo a ese bicho allá cuando niña. — Casualmente — dijo Fausto al hombre, señalándome —, esta es la muchacha. Al inicio, a pesar de lo feo, Néstor me cayó bien: no se veía cochino. En sus maneras finas se adivinaba que era un personaje de educación y alcurnia y hasta tengo que confesarte que nunca recibí de él una palabra ofensiva, un menosprecio, un rechazo por mi oficio. Simplemente, y él mismo me lo dijo, se enamoró como un perro, y casi desde la primera semana me dijo que si yo dejaba aquel trabajo, me pagaba todos los gastos que quisiera, pero que sólo tenía que ser suya. Si yo hubiera nacido para lesbiana, lo sería. Como verás cuando leas lo que he escrito, mi vida es un rosario de calamidades que me han hecho los hombres. Tengo todas las razones del universo para odiarlos, asquearme de ellos, detestarlos profundamente. Por eso creo en el destino. Otras que han pasado lo mismo que yo, al final se han encontrado con una mujer que les ha dado cariño y se han metido a lesbianas. Yo me encontré muchas mujeres que fueron buenas conmigo y nunca me dio por

eso. Y nada tengo contra la homosexualidad porque te he dicho que mi mejor amigo, la persona más buena del mundo, por lo menos que conocí, era un negro maricón, cuyo recuerdo se va a ir conmigo hasta la tumba, aunque suene a palabras de folletín. No tuve que pensarlo. Hablé con los que de algún modo me representaban, y me pasé casi tres noches visitando discotecas y hoteles para mirar qué Jinetera podía sustituirme en aquel trabajo, porque no quería dejar embarcado a nadie. Finalmente encontré a una mulatica de 19 años, preciosa y con un cuerpo mucho más lindo que el mío, y hasta con cierto nivel, con cierta refinación en sus maneras. Se llamaba Eleonora y su nombre de guerra era Leo. La presenté a la gente que se iba a encargar de ella en el Hotel y volví a mi cuartico. Dos días después, Néstor alquiló una casa para su firma en La Habana y me fui a vivir con él. Estuvo en Cuba un tiempo, pero no quería dejar de la mano sus negocios en México y me dijo que tampoco podía dejarme acá, porque aquello, aunque tuviera cuartos, era una oficina. Le dije claramente que si volvía mi cuartico y él se iba, regresaría a trabajar como Jinetera, pues cuando me fui todos dijeron que si quería regresar tenía las puertas del Hotel siempre abiertas, porque tengo también que decir que, aunque es un mundo lleno de mierdas, también hay mucho agradecimiento, mucho sufrimiento compartido, y hasta muchos sueños que se quieren conquistar. No me contestó nada, pero un día se apareció con una muchacha, que era abogada de su firma en Cuba, y otro muchacho con cara y manera de pájaro, muy bonitillo, para que fuera a ver una casa. Me gustó. Tenía varios cuartos y ya yo había pensado en continuar en mi negocio: rentárselo a Jineteras y ganarme mi dinerito, aunque siguiera recibiendo el que me enviaría Néstor desde el D.F. Así fue. Lo único que cambió fue la idea del negocio. No renté los cuartos. Comencé a merodear de nuevo por los hoteles y discotecas buscando a las más bonitas y cuando las encontraba, les preguntaba si tenían problemas con la vivienda. Logré conseguir cinco guajiritas que trabajaran para mí y acondicioné los cuartos y la casa de modo que allí mismo pudiéramos recibir a los turistas y cerrar el trabajo con su correspondiente broche de sexo. Nunca más volví a acostarme con nadie, salvo con Néstor cuando venía cada mes. Hice los contactos y logré pagar varios chulos en las zonas más importantes de La Habana, para que me buscaran buenos partidos para mis muchachitas y me las cuidaran cuando andaban por ahí. Las ganancias mensuales sobrepasaban los mil dólares. Las muchachitas ya no tenían que salir a buscar a sus clientes y nos dedicábamos a jugar tenis o cancha en la playa de Santa María, a los ejercicios para conservar nuestros cuerpos y a soñar y hacer planes. Supe que aquellas guajiritas estaban jineteando porque en algún momento de sus cortas vidas miraron hacia adelante y lo vieron todo a oscuras. Su afán era sólo hacer dinero, mucho dinero, para algún día dedicarse a criar una familia sin pasar las miserias que pasaban sus madres en sus pueblitos de campo. A sus familias les habían dicho

que estaban en La Habana estudiando especialidades relacionadas con el turismo y que por eso le pagaban algún dinerito, más lo que se pegaba de propina cuando atendían a los turistas en los lugares adonde iban de práctica laboral. Cada una mandaba a su casa mensualmente unos treinta dólares, que era un capital en los pueblitos del campo y resolvía casi todos los problemas básicos de sus familias. Patricia era de Manatí, en Las Tunas; Susana era de Río Cauto, en Granma; Tomasa era de Alto Songo, en Santiago; Lesbia era de Nuevitas, en Camagüey, y Yunia era de Guane, en Pinar del Río. Todas, excepto Yunia con dieciséis, tenían dieciocho años. El negocio me era sencillo: hasta tenía una patrulla, un par de policías amigos, que rondaba siempre por el lugar, no fuera a ser que algún turista se pusiera pesado. A los policías les pagaba diez dólares a la semana para cada uno y así resolvía el problema de la seguridad. Los abastecimientos me los resolvían el Yuyo, administrador de un lugar de la CTC que no te digo por razones obvias, y Manolo, almacenero principal en una instalación de turismo que tampoco puedo decirte. Los tabacos y el ron me los traía Pacheco, y en ese caso no te doy más datos simplemente porque no los tengo, pues a Pacheco lo conocí en el Comodoro cuando él mismo me propuso un negocio si yo le conseguía clientes para su mercancía. En mi mesa había de todo: desde langosta Reina del Caribe hasta vinos italianos, chilenos y españoles, de los mejores, todo tipo de carnes, verduras, dulces franceses y tradicionales. Una exquisitez. Las mejores marcas de tabaco se vendían a los clientes en nuestras pequeñas pero bien surtidas vitrinas, y el ron en muchas de sus variantes nacionales: desde el Havana Club, el Paticruzao hasta la Guayabita del Pinar. Ofrecíamos también cerveza nacional y de importación. Era de tanta calidad nuestro lugar que un día vino cierto funcionario que no nombro, pincho él, acompañando a un turista que pagó bien por Tomasa, la única negrita de mis muchachitas. El pincho prefirió tirarse a Yunia. La carne fresca hala. Estuve asustada mucho tiempo. Ya conocía muchos cuentos de funcionarios que iban a lugares como el mío y después que gozaban como unos cabrones, mandaban a desmantelar todo aquello. Por suerte, el tipo salió a cumplir no sé qué visita y se quedó en Europa. Ahora está hablando mal de esto con todos sus colores y palabras y creo que hasta publicó un libro con intimidades de los grandes pinchos. Néstor me dejaba suficiente dinero para mis gastos: casi quinientos dólares al mes, pues se empeñó siempre en que mis gastos fueran por su cuenta y que el dinero que yo me ganara en Cuba, lo ahorrara. Gracias a eso ahora tengo más de doscientos mil, que no es mucho aquí afuera, pero usándolo bien, invirtiéndolo en un buen negocio, puede aumentarse. Tengo que escribir, ahora casi que termino mi historia, breve como me pediste, con los detalles fundamentales, que si decidí salir de Cuba fue porque veía venir algo malo. La libertad que alcanzó el Jineterismo no podía pasar tanto tiempo al descaro delante de los ojos del gobierno, y de verdad le cogí

miedo a lo que pudiera venir. No quería terminar detrás de las rejas, pues lo que más amo en la vida, y ya sabrás por qué, es la libertad que sólo alcancé con el dinero. Dejé la casa a nombre de una de las muchachitas, gracias a las gestiones de Tania, a quien te recomiendo entrevistar también, y le dije a Néstor que me trajera con él. Todavía mantengo el negocio en Cuba. Mis muchachitas, que hoy son mis más queridas amigas, se ocupan de enviarle parte de las ganancias a mi familia, y así no tengo que pasar trabajo enviándoles dinero desde aquí. Eso me tranquiliza. México me gusta, es un país lindísimo, pero yo llevo a Europa muy metida en la sangre. Sueño con vivir allá. Ojalá lo logre alguna vez.

L

a historia de Susimil, realmente, y como ella misma decía, parece surgida de la mente de un novelista. Debo decir que no es único su caso. La truculencia de la vida de las Jineteras y otras

personas vinculadas al bajo mundo en Cuba, puede equipararse con historias que ocurren en la realidad cotidiana de otros países. La realidad va siempre mucho más allá del poder de invención del más imaginativo de los escritores en cualquiera de los mundos posibles. Con cerca de un millón de dólares que obtuvo uniendo sus ahorros a la donación de su esposo mexicano, Loretta, que para entonces se cambió sus nombres para llamarse legalmente Celene, llegó a Francia en la primavera de 1995. Se enamoró de un actor de teatro que conoció en Toulouse y pasó a vivir a esa ciudad. Su esposo murió de SIDA sin haberle dicho nunca de su enfermedad. Contagiada con el virus, desapareció de su casa a fines de junio de 1996. Avisado por la policía francesa gracias al pasaporte cubano que encontraron, un amigo común fue semanas después a la morgue de la ciudad y reconoció que era ella, Susimil, Loretta, Celene, el cadáver inflado que había aparecido en un cuartucho de hotel en un barrio marginal. No había rastros en su cuerpo que hiciera pensar en un asesinato o un suicidio. Podemos suponer las razones de su muerte; el resto, causas, medios, queda en los marcos siempre confusos de la especulación.

LA ISLA DE LAS DELICIAS

E

l fenómeno existe. El Jineterismo es, sencillamente, prostitución llamada con otro nombre, quizás más

cubanizado. No puede negarse. No ha de intentarse demostrar que es asunto de “unas pocas mujeres”, como se ha escrito en la prensa y en ciertos libros muy superficiales sobre el tema, cuando las cifras, crecientes a pesar de cualquier intento de freno, demuestran lo contrario. Es necesario reconocer su carácter fenoménico, al mismo tiempo que se combate la visión de que es un problema generalizado que toca a la mayoría de las mujeres jóvenes en la isla. En el momento en que se escribía la primera versión de este libro, en 1999, el gobierno de Cuba denunciaba en el escenario internacional (una vez mas) y en programas de la prensa local (por vez primera, puesto que ello implicaba el reconocimiento público del fenómeno), la existencia del interés exacerbado en el exterior en demostrar que la prostitución había resurgido en nuestro país debido a la indolencia del Gobierno ante la penuria del pueblo, así como que contaba con la anuencia o la tolerancia de los máximos dirigentes de la Revolución. Es preciso aclarar que, al menos en la experiencia periodística recogida por el que escribe estas páginas y en virtud de la necesaria objetividad que debo mantener como periodista, esas afirmaciones no pudieron ser verificadas por mi investigación, aunque en lo personal crea que sí hubo mucha indolencia oficial si se analiza la ceguera de instituciones y organismos estatales y de gobierno ante una problemática social que iba creciendo de modo alarmante a los ojos de toda la población. La propaganda en programas de televisión de España, Estados Unidos y algunos países de Europa, en todos los casos acusando al gobierno cubano y a los dirigentes del Partido Comunista de Cuba de ser culpables de toda esa situación, es, vista desde la realidad del país, entendida del modo siguiente (y prefiero remitirme a lo obtenido de la mayoría de los entrevistados): Uno: Todos reconocen que están en la prostitución debido a que aspiran a mejorar su modo de vida con las ganancias que por vías diversas ofrece este negocio. Dos: Nadie, excepto una de las entrevistadas y algunas frases muy personales de otras, pudo ofrecer una sola prueba contundente que corrobore la anuencia del gobierno ante este fenómeno; al contrario,

aseguran sentir siempre la presión de las autoridades policiales y reconocen la insistencia del gobierno y el Partido Comunista en acabar con el mal. Tres: Quienes suponen una responsabilidad del gobierno y Partido Comunista en el fomento o permisión de la prostitución y sus males derivados, solamente lo hacen a partir de deducciones personales que nacen de una misma premisa: la ceguera oficial y el menosprecio de las implicaciones y derivaciones de la prostitución en comparación con otros graves problemas existentes en el país. Por otro lado, quienes aportaron pruebas de corrupción y fomento de la prostitución por parte de funcionarios y dirigentes políticos, basaron sus acusaciones en figuras de la escala intermedia y baja del poder en la isla.

Partamos de una sola realidad: el Jineterismo existe, como variante cubana de la prostitución, debido, entre otras causas, a la difícil situación social y económica por la que atraviesa la isla, recrudecida como se sabe a partir de la década de los 90 ante los cambios en el equilibrio de poder internacional. Es necesario entender, ante todo, que ésta es una regularidad para todos los sistemas sociales: cada depresión económica hace brotar por igual males sociales como la violencia, la deshumanización, la delincuencia y la prostitución, entre otros. Pero no es la única causa. Intentando ser justos y objetivos, habría que preguntarse, ¿por qué el resto de las mujeres cubanas, también afectadas por la escasez y las limitaciones del nivel de vida, no se han prostituido?; ¿por qué razón, si la responsabilidad hogareña en la población femenina cubana comienza aproximadamente a los 22 años de edad, la mayor parte de las mujeres jóvenes prefieren trabajar a prostituirse?; si bien es cierto que un gran porciento de las Jineteras cubanas son universitarias o con formación superior, ¿por qué el mayor porciento de muchachas licenciadas y con formación profesional no se prostituye? Razones morales se lo impiden: puede ser una respuesta. Razones relacionadas con la dignidad y la autoestima humana que, no ha de negarse, ha sido en todas las épocas una aspiración, y en cierto modo, una conquista de la familia cubana, como célula fundamental de la sociedad.

Pero el fenómeno, repitamos, existe. Y es un fenómeno social, no un mal confuso, en desarrollo, si no algo que ha ido reproduciendo sus tentáculos hasta tocar importantes zonas de la estructura social de Cuba, corrompiendo cada vez más a un mayor número de personas. Comparto con la periodista Rosa Miriam Elizalde, en el libro sobre la prostitución mencionado varias veces en este testimonio, el hecho de que la prostitución no es sólo “la prostituta y el proxeneta”. La inmensa y oscura red que se ha ido tejiendo alrededor del simple acto de que una mujer venda su

cuerpo a cambio de dinero, ocupa en la actualidad un ámbito cada vez mayor y realmente difícil de enmarcar estadísticamente. Alrededor del triángulo Jinetera - proxeneta o chulo - turista, giran los intereses económicos de miles y miles de cubanos que viven como parásitos del abastecimiento de productos para ese ámbito de consumo, del mantenimiento e inversiones en inmuebles dedicados al sexo rentado en todas sus variantes comercializables, del sostenimiento de una publicidad interna y clandestina para un mejor comercio de la carne de mujer prostituida, o de una serie de servicios colaterales necesarios para que este mecanismo diabólico funcione. ¿Puede acaso obviarse a ese otro gran grupo de cubanos que vive del negocio que llevan en sus espaldas las Jineteras?: Jineteras (profesionales, instruidas o de bajo nivel educacional), proxenetas (delincuentes o especialistas cubanos que abandonan su carrera y trabajo por las ganancias de este nuevo oficio), maestros del lente, talentos del diseño publicitario, tránsfugas del mercado negro dirigido hacia el turismo, expertos en leyes, agentes del orden público, trabajadores de las instalaciones turísticas, funcionarios de niveles medios y altos, trabajadores de la cultura que laboran o colaboran con el sector turístico, guías profesionales, trabajadores por cuenta propia (choferes, dueños de cafeterías o mini-restaurantes, rentadores de viviendas para el turismo), corredores de permutas, campesinos proveedores de casas de alquiler y restaurantes privados, etc. Sólo en 1996, en Varadero, la policía detectó y operó contra cerca de cuatrocientas viviendas alquiladas a personas dedicadas a la prostitución. La lista, si le llevamos hasta las últimas consecuencias de la cadena, podría ser mucho más larga, pero preferimos mencionar sólo los eslabones más visibles.

Algo de cifras. Los datos oficiales indican que a fines de 1996 y principios del 97, cuando por la playa azul de Varadero se inició una intensa campaña de localización y persecución de las Jineteras y los parásitos que viven de este negocio, trabajaban en Cuba alrededor de siete mil Jineteras. Nunca se ha podido determinar, oficialmente, la cifra exacta del resto de los que, de algún modo u otro, lucran alrededor de esta actividad. La delimitación de las acciones y de los personajes que se mueven en estos marcos es muy difícil y sólo existe una imprecisa idea de su alcance real. Ni siquiera con la experiencia de estos años de investigación, las contribuciones de muchos especialistas que han colaborado con nosotros, y la observación creciente del fenómeno, podemos ofrecer datos confiables. Si analizamos que las cifras oficiales se deben a los resultados estadísticos de un grupo de acciones dirigidas contra la parte visible del fenómeno (Jineteras que operan abiertamente y con carácter regular o cotidiano), entonces quedan fuera las muchachas que se prostituyen a niveles tan altos o especializados que resultan inalcanzables para la persecución oficial, así como aquellas que

se dedican a esta actividad con menor regularidad o por temporadas. Por otro lado, cálculos conservadores apuntan sólo en la capital a unos sesenta mil implicados en la red de individuos que operan alrededor de este negocio, sin incluir la cifra del eje del conflicto: las propias prostitutas. Podemos proponer un breve ejemplo que contradice esas estadísticas oficiales, refiriéndonos a datos obtenidos de entrevistados sobre cifras de Jineteras en 1996: Leo, proxeneta que trabaja exclusivamente el área del Hotel Comodoro, se atreve a jurar que en una noche se reúnen en la Discoteca y en el área de los Hoteles Neptuno y Tritón y la 5ta Avenida más de mil doscientas Jineteras. Eulalio, Lalito, uno de los testimoniantes principales de este libro, de Ciudad de La Habana, se jacta de que tiene fotos de 2890 Jineteras, seleccionadas según su belleza, pues no incluye o no se ocupa de las de menor rango. Maruja, matrona de Varadero, conoce a varios proxenetas y nos dijo que debían existir unas cinco mil antes de 1996. Berto, de Santiago, barman de discoteca, asegura haber contado junto a un amigo más de 700 sólo en una noche. Lucrecia, Jinetera que trabaja en la playa de Santa Lucía y algunos cayos, en la provincia de Camagüey, habló de otras Jineteras como ella, especializadas en citas (es decir, que no buscan al turista, esperan porque se los traigan sus contactos) en una cantidad aproximada de dos mil (por debajo), generalmente “guajiras nuevecitas”. Carlín, proxeneta de Santiago, Licenciado en Economía, enseñó un directorio de 1283 muchachas entre 15 y 29 años que, de modo ocasional o permanente, practican la prostitución según solicitudes del turista. (También trabajan por su propia cuenta). Zulema, Jinetera, opera en la zona del Hotel Jagua en Cienfuegos. Por una apuesta se dedicó a contar una semana todas las Jineteras que frecuentan su territorio, según ella “campesinas de Rodas, Cumanayagua, Cruces y Aguada, por la pinta de su piel y sus maneras”. Ganó la apuesta: llegó a sobrepasar la cifra de 500 Jineteras. Camiel, Carlos Miguel, homosexual, Licenciado en Historia del Arte, se dedica a contactar en la capital empresarios y personal del cuerpo diplomático mediante un listado de “chicas de ocasión”, según dice. Su listado, impreso incluso en un pequeño brochure, asciende a 1114 muchachas, comprendidas todas entre las reconocidas como “Jineteras empresariales y diplomáticas”. Resultaría lo siguiente: Leo - Habana

1200

Lalito - Habana

2890

Maruja - Varadero

5000

Berto - Santiago

700

Carlín - Santiago

1283

Lucrecia - Santa Lucía

2000

Camiel-Habana

1114

Zulema-Cienfuegos

500

Si damos por descontado que quizás las 1200 muchachas de Leo puedan estar incluidas en el listado de Lalito, y que las 700 muchachas de Berto también pudieran estar contempladas por Carlín, quedaría lo siguiente: Lalito

2890

Maruja

5000

Carlín

1283

Lucrecia

2000

Camiel

1 114

Zulema

500

Lo que ofrece un total aproximado de 12 787 Jineteras, dato muy por encima de la cifra oficial que se ofrece, y en la que tampoco confiamos, pues, como se dijo, no existen posibilidades reales de medir exactamente las distintas gradaciones que alcanza el fenómeno de la prostitución en la isla, incluso aún cuando sólo se pretende contar a las Jineteras. Sin temor a exagerar, podemos sugerir la existencia de una cifra aproximada de 20 mil Jineteras, digamos, de oficio, o de carácter regular, pues es imposible contabilizar aquellas que practican la prostitución ocasionalmente o con menos asiduidad. Analizando el amplio espectro de personas que en todo el país gravita alrededor de este negocio, nos atrevemos a ofrecer una cifra aproximada de cerca de 100 mil personas. Tampoco contamos aquí que datos obtenidos del mismo modo acerca de la prostitución homosexual está en los cuarenta mil (poniendo el rasero muy por debajo de los números obtenidos) en jóvenes entre los 18 y los 30 años, lo que apoya la teoría del “brote homosexual de fin de siglo en Cuba”, tal cual se ha planteado en numerosos eventos sobre el tema de la salud, la psicología y la sociología celebrados en la isla en los últimos años. Las cifras, aunque aproximadas, son preocupantes. Y resultan aún más alarmantes cuando nos enfrentamos a la realidad de que las protagonistas de este fenómeno están en ese sector básico para el

desarrollo social, moral e ideológico de la nación: lo que de corrupción significa el hecho de prostituirse y todo el entramado que rodea a ese acto, va más allá de cualquier dato estadístico. Entonces, es necesario preocuparse, alarmarse, proyectarse hacia soluciones conjuntas más radicales que las simples detenciones. Las malas hierbas, dicen, sólo se eliminan cuando son arrancadas de raíz. La pregunta sería: ¿Es posible eliminar este fenómeno desde su propia raíz, aún cuando parte de la población y muchos de los especialistas que atienden a distintos niveles el asunto, vean ya la prostitución o Jineterismo como un hecho irreversible?

El influjo de la ley y la moral Muchos cubanos coinciden, por suerte, en que es necesario elegir entre el dinero y la ética a la hora de enfrentar la vida, sobre todo en un mundo en que el dinero se convierte en un Dios Todopoderoso que humilla, aplasta, arrasa y extermina los valores humanos, entre los cuales se cuenta la autoestima, la autovaloración y el honor propio. En Cuba, luego de varios siglos de discriminación de la mujer, la Revolución Cubana significó ciertas conquistas, aunque no todas las que se pensaron, pues es imposible eliminar por decreto lastras enraizadas en la mentalidad, la idiosincrasia y el comportamiento social de una nación. La acción legal contra esta práctica se impone:

“¿Es un delito en Cuba el ejercicio individual de la prostitución? En Cuba la prostitución nunca ha sido delito. Sí lo fue el proxenetismo, pero se suprimió del Código Penal porque la prostitución, como situación a gran escala, se suprimió después del 59. Los casos que aparecían, muy aislados, se procesaban dentro del índice de peligrosidad como conducta antisocial, un gran saco donde se metía a todo tipo de gente. Tenemos que admitir que el fenómeno de las Jineteras nos cogió desprevenidos, aunque desde hace unos tres años se ha estado planteando que teníamos que combatirlo, sobre todo actuar contra las personas que se benefician directamente con la práctica. Ya desde entonces empezamos a tener serias discusiones con algunos funcionarios, que estaban en los hoteles y que tenían el criterio de que sin prostitución no había desarrollo del Turismo. Y en este sentido recuerdo una frase muy clara de Fidel, que expresaba que a él le gustaría que cuando una familia dijera que quería visitar un país donde no hubiera sexo rentado, ni drogas, ni delincuencia, ni gángster, ni secuestros, pudiera respondérsele que en el Caribe hay una isla donde se puede lograr eso y se llama Cuba.

En este mismo tema, ¿qué tipos de modificaciones del Código Penal están en estudio? En primer lugar estamos proponiéndole al gobierno sancionar a los proxenetas, a todas aquellas personas que se benefician con el ejercicio de la prostitución, ya sean taxistas, carpeteros, porteros de hotel, controlen a una muchacha o sean dueños de una casa de citas. Incluso pretendemos que el tribunal pueda hacer viable la confiscación de las viviendas. Además del incremento de las sanciones por tráfico de drogas, está previsto el delito de trata de personas y se propone aumentar la pena por corrupción de menores -de quince y hasta veinte años, cuando concurran circunstancias agravantes-, la realización de actos pornográficos y, por supuesto, en los casos en que se utilicen menores en actos de homosexualismo y prostitución. También, la simple proposición de actos de corrupción a menores de edad y la utilización de estos en la mendicidad que, de aprobarse las modificaciones, puede ser sancionable de 3 a 8 años de privación de libertad en los padres que estimulen a ello.”32

Estas declaraciones de Juan Escalona Reguera, Fiscal General de la República, dan pruebas claras de algunas de las preocupantes a las que hemos hecho referencia en este libro: la indolencia oficial a las llamadas de atención de ciertos especialistas sobre el resurgimiento y auge de la prostitución, el entendimiento de algunos funcionarios turísticos de usar a las Jineteras como un motor impulsor del turismo, y la falta de previsión sobre el posible renacimiento del fenómeno. Es lamentable, incluso, que todavía en esa entrevista el Fiscal General siga defendiendo el criterio de que la prostitución fue eliminada (cosa que, como hemos intentado demostrar, no es cierta en lo absoluto) y que por esa razón se abolió ese delito del Código Penal. El estudio, aprobación e implementación de las modificaciones de dicho Código, en lo referido a la prostitución y otros delitos derivados de la misma, es algo que sólo dará resultado con el paso de los años y mediante una consecuente y cotidiana aplicación de dichas modificaciones legales. Otro dato que no se ha ofrecido públicamente (y tampoco a ningún nivel del discurso oficial hacia el debate público se han explicado las razones de ese ocultamiento) es el alto nivel de actividades delincuenciales de violencia extrema que se desarrolla parasitariamente en torno a las Jineteras y su ancestral práctica.

32

Rosa Miriam Elizalde: Flores desechables, p. 65-66.

En las entrevistas y encuestas practicadas entre policías, guardas de hotel, custodios y otros, se nota la insistencia en que el nivel de violencia ha crecido en un ritmo acelerado y con una incidencia cada vez más profunda en la ocurrencia de delitos mayores. Aunque la mayoría de las Jineteras prefieren no hacer denuncias por miedo a ser “fichadas”, diariamente se producen más de 50 casos de golpizas, si se consultan las actas de las estaciones de policías más cercanas a los grandes puntos turísticos de la Ciudad de La Habana, lo que hace suponer que esa cifra se triplique (o más). Igual sucede con las alteraciones del orden público y otros hechos derivados del consumo de drogas. Nunca se han ofrecido tampoco los datos de violencia física que terminan en la muerte de la víctima, aunque son conocidos por la población numerosos y sonados casos de asesinatos de muchachas que, se conocía, dedicaban las noches al Jineterismo. También preocupante resulta la elevación de la tasa de suicidios entre la población joven femenina en la isla. Algunos especialistas del tema indican el desasosiego y desesperación que impone a muchas jóvenes la práctica de la prostitución sin los logros esperados en la elevación de su nivel de vida, como una de las posibles causas que propician el alto índice de suicidio dentro de este sector poblacional en Cuba. Sin embargo, también aún analizan en qué medida estadística se produce este fenómeno, y ello los hace ser cautelosos a la hora de pronunciarse públicamente sobre si realmente la prostitución y sus consecuencias en la psiquis de la persona es uno de los motivos causales esenciales en el crecimiento de este índice de mortalidad social . El propio año 1996 la tasa de suicidio en todo el territorio nacional fue del 18,2 suicidios por cada 100 mil habitantes, de hecho una de las más altas en todo el continente americano. “La tasa nacional de suicidios se mantuvo por encima de 20 desde el año 1980 hasta 1995. En 1996 fue de 18,2 por 100 mil habitantes por lo que este comportamiento constituyó la octava causa de muerte de los cubanos igual que en el año 1995”33. Coincidentemente, los territorios con tasas superiores de suicidios son algunos de aquellos que también tienen desarrollo mayor en sus polos turísticos: “De las provincias del país, las que tienen las tasas de suicidio más altas, para todas las edades, son: Matanzas 24, La Habana 23,2 y Sancti Spíritus 22,9.”34

33

Wilfredo Guibert Reyes. El suicidio. Análisis crítico de aspectos importantes para su conocimiento y enfrentamiento. (Inédito) 34

Ibid.

Otro tema a tener en cuenta en cualquier estudio sobre los males derivados del crecimiento de la prostitución en este período sería la elevación de las enfermedades venéreas y los abortos entre sectores cada vez más amplios de las muchachas jóvenes que practican, regular o esporádicamente, el Jineterismo. Varios de los doctores entrevistados (entre ellos 7 ginecólogos) reconocen que atienden diariamente a más de veinte jovencitas, “evidentemente Jineteras”, tan inexpertas que ni siquiera pudieron evitar el embarazo. Todos coinciden en señalar el promedio de edad de estas jóvenes prostitutas entre los 14 y los 18 años. Lo mismo (y este es otro detalle tan delicado que se impide cualquier difusión de datos al respecto) ocurre con el flagelo del SIDA: en una nación con varias centenas de casos detectados hasta 1996, cerca de la mitad adquirieron la enfermedad a través de la práctica del Jineterismo en sus dos variantes básicas: el comercio sexual de la mujer y la prostitución homosexual. La mayoría de los doctores consultados sobre el tema de salud y prostitución (22) ofrecen una opinión, aunque con matices de acuerdo a las especialidades: cada vez más, y a medida que el fenómeno se extiende y reproduce, la mujer cubana no es tan sana como lo era a principios de la década del 90. Otro criterio coincidente es que con la liberalización de las trabas morales existentes sobre el sexo en Cuba lo que se ha logrado es un acrecentamiento de las enfermedades venéreas, pues no existe una real conciencia entre los jóvenes del cuidado que ha de tenerse a la hora de una relación sexual.

Una plaga inmune A estas alturas de su desarrollo puede considerarse a la prostitución o Jineterismo una plaga inmune a todo tipo de represión moral y policíaca. Una de las entrevistadas, de sólo 19 años, que reconoce “estar en el negocio” desde los catorce, se ufana en compararse con otra plaga pero del reino animal: “somos como las cucarachas, lindón. Nos fumigan y nos escondemos, pero cuando salimos otra vez, ya estamos vacunadas contra esa fumigación, ya sabemos qué cosa hacer para seguir sobreviviendo. Esos que se pasan la vida gritando que lo que hacemos está mal y es inmoral nunca vinieron a preguntarme qué comía yo cuando tenía trece o catorce años, y ahora tampoco me van a resolver mi problema porque el de ellos lo tienen resuelto, y bastante bien resuelto, por cierto”.35 Las primeras acciones, ya hemos dicho, comenzaron en Varadero en 1996 y se extendieron por varios lugares de la isla, sobre todo a partir de informaciones de la inteligencia policial que había llegado a penetrar este cada vez más lucrativo negocio. A partir de esa fecha se ha mantenido una 35

Dulce María, la Tentadora, 19 años, trabaja en la zona del Vedado entre los hoteles Havana Libre, Capri y Nacional. Tomado de grabaciones del archivo del autor.

estrategia de localización y desmontaje de piezas esenciales de la red que trata de capturar al turista para exprimirlo y sacarle su vital líquido de color verde: el dólar. Ahora, tampoco hay que confiarse. En los últimos programas aparecidos en algunas emisoras radiales y el trabajo televisivo transmitido a Ciudad de La Habana por el telecentro capitalino CHTV (que sólo tiene alcance en ese territorio y algunas provincias cercanas), así como en los propios escritos de la colega Rosa Miriam Elizalde en varias partes de su libro sobre las Jineteras, e incluso en informes leídos en asambleas de los Comité de defensa de la Revolución (CDR) y reuniones de Rendición de Cuentas de los Delegados de Base a sus electores, se presenta la idea de un triunfo casi total sobre el fenómeno que está muy lejos de ser cierto. Ese triunfalismo falso, sean cuales sean sus pretensiones, es todavía más preocupante, pues vuelve a remitir a la ceguera previa existente en la isla antes del estallido del fenómeno. No ha de pensarse, como creen algunos ilusos, que porque no se vean tanto como antes, las Jineteras han disminuido o desaparecido. Ya se ha visto, y demostrado, que en la lucha contra los males de carácter social nada, o muy poco, se resuelve con decretos legislativos si no se va a la raíz del problema, tal como reconoció el propio Fidel Castro en el Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, celebrado en La Habana, en noviembre de 1998, al referirse al tema del racismo en Cuba. El Jineterismo no ha desaparecido, ni se ha reducido: se ha transformado, adaptado, acoplado a las nuevas condiciones de un país en constante cambio. Y es más: sigue creciendo, especializando y refinando su coraza y su capa protectora, hasta el punto de parecer invisible. Veamos un estado comparativo del modus operandi de las Jineteras antes y después de las medidas tomadas en conjunto en todo el país, con el objetivo de dar un escarmiento al Jineterismo, por las organizaciones sociales y de masas, los organismos legislativos, el gobierno y las diversas estructuras del MININT (Ministerio del Interior).

ANTES

DESPUES

Vestían provocativamente, dejando ver En su mayoría, visten la moda moderna, sus mejores prendas corporales sin escándalo, como cualquier muchacha normal Horario de trabajo: todo el día, en Horario: 11 pm. a 5 am. especial de 5 pm. a 5 am. Deambulaban por las zonas turísticas Esperan en casas o lugares cerca de solas o cerca de sus chulos a la caza de donde el chulo o su contacto busca al turistas alquilados o de paso por la zona. turista Más del 60% dependía de lo que le Los contactos que buscan al turista están buscara el chulo. ahora en mayor cantidad en las propias instalaciones y son éstos quienes llaman al chulo o a la Jinetera

Iban a trabajar a las zonas de las Compran o alquilan viviendas cerca de instalaciones turísticas las instalaciones turísticas para que su presencia sea cotidiana, normal en esa zona Se trasladaban desde sus territorios a Logran arreglos de casamientos con polos turísticos importantes para trabajar ciudadanos de los polos turísticos más temporalmente. importantes y cambian toda su documentación legal personal a esas zonas. Se paseaban junto a sus clientes por toda Esperan a la noche para salir con sus la ciudad, solas o acompañadas por sus clientes, que son cuidados por sus chulos chulos. para evitar que caigan en otras manos. Cuando salen de día, lo hacen vestidas de modo que la policía no las descubra.

Agreguemos solamente que estas transformaciones generales también se han producido en otros eslabones de la cadena vinculada al negocio de la prostitución. No obstante, en nada han afectado a las Jineteras empresariales, diplomáticas, o aquellas que esperaban en sus casas por los trabajos que les buscaran sus contactos en las instalaciones turísticas, precisamente porque no han tenido que defenderse de este tipo de represión directa, y siguen operando de modo muy idéntico a como lo hacían antes de las redadas policiales de mediados del 90. Resulta sintomático para muchos que esta persecución contra las Jineteras que operan hacia el turismo internacional no se haya producido en la misma escala y con la misma fuerza de despliegue policial hacia esas otras prostitutas de la calle 51, el barrio de San Isidro (cerca de la Terminal de Trenes), el Parque de la Fraternidad, el área de Monte y Cienfuegos, el Barrio Chino de La Habana, y zonas marginales de Regla, Guanabacoa, Cerro, Luyanó y Mantilla, donde es normal ver en la noche a decenas de muchachas que venden su cuerpo por una tarifa básica en moneda nacional: jóvenes entre los 16 y 25 años, generalmente mulatas y negras, organizadas en grupos y con algunos chulos del propio territorio. Zonas similares a esas, según informaciones obtenidas en el resto del país, se encuentran en los barrios de El Condado, en Santa Clara; periferia de Palmira, en Cienfuegos; Altamira, Los Cangrejitos y periferia de La Maya, en Santiago de Cuba, y Pueblo Nuevo, en Holguín. ¿Es que sólo es inmoral, sucia, preocupante la prostitución con el turista extranjero?, se preguntan muchos. ¿Qué moral defienden esos que atacan a las prostitutas que ofician hacia el turismo internacional y sin embargo hacen caso omiso de la creciente prostitución hacia cubanos, pagada en moneda nacional y a precios todavía más bajos que los que se cobran en la prostitución con el turista?

Otra reflexión: Sin llegar a posiciones homofóbicas, ¿bajo qué criterio se persigue a las Jineteras y, sin embargo, ningún tipo de medida represiva, coercitiva o, simplemente, contentiva se lleva a efecto contra la altísima prostitución homosexual que actualmente se practica en toda la isla? Veamos algunos datos: En Santiago de Cuba, Marito, chulo homosexual, confiesa tener a su cargo las ofertas sexuales de ocho travestis que se hacen llamar Las Divas, y mantienen espectáculos artísticos, donde también se negocian sus artes sexuales, en tres casas de los repartos Portuondo, Altamira y Sueño. La demanda ha aumentado de tal modo que el menú que se brinda al turista internacional en La Cueva del Ruiseñor, una de esas casas, incluye fotografías pequeñas de más de 130 homosexuales, a elección del que mejor pague. En Camagüey, dirigido hacia el polo turístico de Santa Lucía, trabajan cinco homosexuales, cuyo chulo es carpetero de una de las instalaciones hoteleras de esa playa (no damos el nombre por obvias razones: aún, en el 2004, sigue trabajando allí). Juan Antonio, uno de ellos, cuenta que en una fiesta realizada por un empresario canadiense homosexual, en el Hotel Cuatro Vientos, en julio del 2003, se reunieron cerca de 175 Jineteros homosexuales. El dato pudieron ofrecerlo porque se hizo una rifa de boletas cuyo premio era un joven canadiense, amigo del empresario, que había decidido viajar a Cuba para iniciarse en las prácticas de sexo homo. En Sancti Spiritus entrevistamos a Ramón Rafael, Monra para sus amigos, que se dedica a buscarle jóvenes homosexuales a su hermano Ramiro Rafael, que reside desde mediados del 80 en La Habana. Confiesa haber enviado a trabajar a la capital a más de treinta muchachos de entre 16 y 21 años en un plazo no mayor de seis meses. Manifiesta molestia por el malagradecimiento de muchos, “que cuando ven que en La Habana pueden levantar el vuelo por su cuenta, nos la dejan en las uñas, y se ponen a trabajar allá ellos solos”. De Santa Clara a La Habana el trasiego de jóvenes homosexuales es abrumante. Estudios poblacionales realizados en esa provincia (tampoco dados a conocer públicamente y a los cuales tuve acceso luego de que se despidiera a uno de los investigadores por su decisión de reunirse en Miami con su familia) ofrece la asombrosa cifra de un homosexual activo por cada cinco ciudadanos, en la edad comprendida entre 17 y 35 años. Varios informes policiales y de entidades de estudios de la población y la juventud en Ciudad de La Habana, arrojaron un alto índice de homosexuales procedentes de Santa Clara, Manicaragua, Remedios y Camajuaní, en ese orden, durante los años 1999 al 2001, procesados en la mayoría de los casos por escándalo público, alteración del orden y prácticas de travestismo con fines sexuales en lugares públicos.

En el caso de La Habana, baste mencionar las congregaciones de homosexuales que tienen lugar, por lo general en las noches, en diversos sitios, casualmente cercanos a los llamados polos turísticos. Como todavía constituyen “lugares vivos o activos” para este sector poblacional, cuyos derechos de manifestación sexual respetamos, preferimos nombrar solamente los que han sido “desmantelados”, o como dirían algunos oficiales durante esas acciones policiales: “desplumados”. Recordemos entonces el bochornoso artículo aparecido en el periódico Granma, en el 2003, en el cual se intentaba explicar, desde una perspectiva absolutamente homofóbica e irrespetuosa, las medidas coercitivas tomadas contra la reunión de homosexuales que durante varios meses tuvieron lugar en el malecón, frente a la agencia de autos Fiat. Recordemos también las detenciones masivas de travestis en barrios de la periferia como San Isidro, Marianao y Regla, aún cuando estas represiones se hicieran en virtud de un malentendido: creer que un show artístico de travestismo es algo contra la ley y la moral, y no lo que realmente es: una manifestación artística, por cierto, muy respetada en muchos sitios del mundo, incluso en la Cuba de antes del 59, donde existieron ilustres nombres del arte travesti que compartieron escenario y fama junto a otras estrellas de la canción y la escena. La manifestación más visible, y sin embargo la menos combatida, es la de los llamados “pingueros”. Se trata de muchachos extremadamente jóvenes, casi todos en edad escolar y que asisten durante el día a las clases en sus escuelas de nivel medio, que ofrecen servicios sexuales al turista, cobrando en especias o en dinero, pero a precios muy inferiores a las tarifas promedio de las Jineteras. Suelen identificarse según las modas al uso artístico, y eso les permite confundirse con la inmensa mayoría de jóvenes que también asumen esas modas, a partir de los artistas de mayor éxito y de las sugerencias de algunos estilistas muy reconocidos en el país. Sin ir más allá de un simple comentario preocupante, podemos decir que en la zona del Hotel Nacional trabajan en la actualidad como pingueros once jóvenes, cuyas edades oscilan entre los 14 y los 15 años, todos estudiantes hasta el 2003 de la Escuela Secundaria Básica José Martí, ubicada en la intersección de San Lázaro y Belascoaín. Son conocidos como los New Backs Street Boys. En nuestra entrevista con Loreal, chulo homosexual, realizada en agosto del 2003, que se reproduce en el capítulo siguiente, omitimos (con el propósito de mencionarlo en este comentario) algunos de los grupos de pingueros con los cuales él ha frecuentado, aunque reconoce que “uno mismo, que está metido dentro de esto, no imagina que haya tantos pepillitos haciendo la competencia. Cada día es más duro, pero siempre queda el consuelo de que todo macho lleva un maricón en la sangre, y eso garantiza el trabajo”. Los Justin: (5 muchachos, estudiantes), imitan en el vestir al joven cantante norteamericano Justin Timberlake. Trabajan en la zona del Parque Central, frente a los hoteles Parque Central y Plaza.

Los guerreros: (6 muchachos, de raza negra, desocupados), todos tienen hecho santo y visten de blanco, aún cuando ya algunos pasaron el período de vestirse con ese color. Trabajan en la zona entre la Plaza Vieja y La Lonja del Comercio, en La Habana Vieja. Los compadres: (3 jóvenes, Loreal asegura que expresidiarios). Trabajan a los turistas que entran en los cruceros de turismo en el muelle de La Habana Vieja. Papote y su clan: (11 muchachos, el mayor debe tener 17 años). Se diferencian del resto porque andan vestido con camisa de círculos rojos en fondo blanco, mangas de vuelos rojo, pantalón apretado a los muslos y de patas anchas. Botas también rojas. Trabajan en la Marina Hemingway, en Santa Fé. The Animals:(7 rockeros, que prefieren nombrarse en inglés aunque según Loreal la gente les dice Los Animales), visten a la moda de los grupos de rock duro. Trabajan en el mismo Triángulo de las Bermudas, aunque se reúnen todas las noches, antes de salir a cazar, en el obelisco del malecón donde confluye la Avenida de los Presidentes o Calle G, Vedado. Los Tres B: (3 mulatos que rozan ya los 25 años, al parecer de la provincia Granma), se anuncian como “las tres B: Buenos, Bonitos y Baratos”, y suele vérseles desde las cuatro de la tarde en la zona de Monte y Cienfuegos, aunque su punto de reunión, según precisión de Loreal, es justo frente al Hotel Isla de Cuba. Cobran en moneda nacional. Como se podrá deducir, todos los mencionados, excepto dos, han elegido nombre a partir de preferencias musicales de la juventud cubana de hoy. En otras entrevistas anteriores y posteriores con homosexuales y lesbianas (con vistas a la escritura del libro La carne prohibida. Historia de una pasión lésbica y homoerótica), tantos unos como otras manifestaron su conformidad con la liberalización en los últimos diez años de trabas y tabúes sociales contra esas inclinaciones. En resumen, ¿no es la prostitución homosexual también condenable?

¿Cucaracha o hidra? Semejante a una hidra es este mal: cortas una cabeza y aparecen dos. Las cucarachas mueren con cada fumigación y sólo las que sobreviven quedan inmunes a ese veneno. Tienen que volver a reproducirse. La hidra esgrime dos cabezas nuevas, terribles, si cortas una. Entonces, nada se resuelve minimizando el asunto o tratando de no enfrentarlo socialmente o lanzando gritos eufóricos de triunfo total ante una victoria pírrica. Durante años hemos tenido demasiada cautela en enfrentar, discutir, tratar de resolver los problemas de nuestra sociedad en público, “para no dar nuevas armas a nuestros enemigos”. La prostitución es un mal social que sólo la sociedad puede resolver. Los decretos y las medidas policiales y carcelarias sólo cortarán una cabeza a la hidra. Para que la sociedad adquiera

conciencia del mal que significa el Jineterismo como forma de prostitución y la amplísima cadena de males que ese fenómeno engendra, ha de tener todos los elementos de juicio. Lo más preocupante en este sentido resulta encontrar un lenguaje oficial que tiende a minimizar este complejo y cada vez más oscuro asunto en dos vías esenciales: UNO: Se dice que son “un grupo aislado y pequeño de personas” DOS: Se dice que la sociedad los detesta, rechaza, condena. Ninguna de las dos afirmaciones es cierta, al menos totalmente. En el caso del rechazo social hay que tener en cuenta una realidad: la inmensa mayoría de los cubanos han llegado a aceptar a las Jineteras como “luchadoras”, las miran sin el asco o menosprecio o lástima con que se miraba en otras épocas a una prostituta, y hasta las han convertido en personajes importantes, alrededor del cual gira, incluso, una admiración por los logros en su nivel de vida, en los lugares donde residen. El simple detalle de que se haya convertido en una gracia decirle a las niñas “la jineterita de la casa”, “cuando seas grande tienes que ser Jinetera para que mantengas a tu mamita y a tu papito cuando estén viejitos” o que todo el mundo se muera de la risa cuando le preguntan a una niña de cuatro años “¿qué vas a ser cuando seas grande?” y ella responda, pícara: “Jinetera”, demuestra la penetración ideológica que tiene este fenómeno en la vida familiar y social del país. Hace ya varias décadas, la simple mención en el seno familiar de una muchacha o mujer que vendía su cuerpo era algo similar a una mala palabra y conllevaba una reprimenda o un castigo. Sin dejar de reconocer que los tiempos y las costumbres cambian, no creo que sea éticamente aconsejable, como una gracia o un juego o una simpleza, la aceptación familiar y personal de la prostitución. La doble moral que ya mencionábamos juega aquí una nueva mala pasada. No hay que confiarse mucho de personas que frente a una grabadora o una cámara de video, cine o televisión, condenan, casi a modo de consignas, a las Jineteras. La doble moral en Cuba se manifiesta sobre todo cuando las personas se ven entrevistadas por medios masivos, pues saben que un criterio contrario al pensamiento oficial sobre el asunto en cuestión puede causarles problemas de diversa gravedad, según el área y responsabilidad social en que desarrolla su vida y trabajo. El amigo y periodista canadiense, Claude I. Myckis, que viniera a Cuba en 1999 para filmar escenas de la marginalidad social en los barrios céntricos de la capital, confesó su molestia porque “en Cuba es casi imposible hacer un trabajo objetivo a partir del pensamiento íntimo de las personas sobre determinados asuntos donde la política ha sentado sus reglas. Es como si cada cubano supiera qué debe decir y cómo decirlo para cada tema,

aún cuando tú descubras que es falso lo que dice, que está recitando una consigna muy bien interiorizada”.36 Por otro lado, a veces se olvida que en estadísticas no importa tanto la cantidad del volumen contable como su resultado en porciento. Pongamos un ejemplo con cifras frías: En 1993, según el diario Excelsior, existían en el Distrito Federal alrededor de 125 mil prostitutas para una población de 22 millones de habitantes. En Cuba, en un año de gran auge del Jineterismo, sólo en Ciudad de La Habana, según datos que circularon de modo extraoficial en diversos análisis de las autoridades que llevaron a la decisión de reprimir el fenómeno, se obtuvo una cifra de más de 7 mil Jineteras. Veamos cómo lo analizaría, si tuviera que hacerlo públicamente, una entidad oficial en Cuba:

México DF 22 millones ___________ 125 mil prost —— 0,5 %

C.Habana 2 millones —————

7 mil jinet —— 0,35%

Como se observa, los porcientos son los que hablan: en el DF un 0,5 porciento de la población se dedicaba a la prostitución; en Cuba, un 0,35. La diferencia en porciento no es mucha. Lo que nos llevaría a una conclusión: “había casi tantas putas en México D.F como en La Habana”. Todo lo contrario sucede si se dice “en México existían 125 mil prostitutas, mientras que en Cuba sólo había 7 mil”. Es un modo de simplificar el asunto, que sólo agudiza la ceguera parcializada sobre un fenómeno que va más allá de cualquier cifra fría. Lo que sí es cierto es que alrededor de esas prostitutas mexicanas existían cerca de un millón y medio de personas vinculadas al negocio del sexo rentado y todas sus implicaciones. En Cuba, ese otro fenómeno derivado del Jineterismo no es tan masivo, aunque también debe resultar preocupante. Sin embargo, el autor prefiere coincidir con la afirmación de la periodista Rosa Miriam Elizalde en su libro cuando se refiere a que “Lo que distingue a Cuba de los demás países es un detalle esencial: la 36

Claude I. Myckis, reportero canadiense residente en Austria. Fue corresponsal de varias emisoras de radio austríaca en México durante los años 1990 al 1994. Tomado de entrevista grabada realizada al autor de este libro por su actividad literaria en Cuba. Archivo del autor.

mayoría de los treinta millones de mujeres y dos millones de niños prostituidos en el mundo, no se parece a la prostituta que va, como su elegante similar de otras partes, al mercado del sexo estigmatizada por una cultura de la ostentación y del lujo, sino que son víctimas terribles de un orden económico que los condena a la esclavitud sexual para sobrevivir — que no es más que eso, evitar morirse, como diría el especialista latinoamericano Alejandro Cussianovich”. 37

37

Rosa Miriam Elizalde: Flores desechables, p. 72.

LAS VOCES

En esa clasificación, soy una Jinetera empresarial: es decir, nada más salgo o me acuesto con empresarios extranjeros. No lo hago con gerentes cubanos porque muchos te cogen el culo, no pagan y luego te quieren chantajear. Además, no salgo a buscar a nadie: pago para que un tipo se ocupe de venderme a cuanto empresario importante quiera chica. Y mis tarifas dependen de la función que tengo que hacer. Ir a una fiesta como dama de compañía, cincuenta dólares; servir de secretaria o de intérprete o de acompañante de un cliente de la empresa, cien dólares, y acostarme con un cliente para cerrar un negocio a favor del empresario que me paga, de doscientos a quinientos, según el aspecto y las condiciones del tipo en cuestión. Puedo darme el lujo de elegir sin apuros, entre otras cosas, porque recibo dinero del Norte, estiro el que me gano en este bisnesito y tengo invertido en una peluquería particular aquí en la esquina. Maricela, Maricí, 22 años, Jinetera. Hablo cinco idiomas: inglés, francés, alemán, italiano y portugués, además del español, todos a la perfección. Eso hace que los turistas se acerquen. Mis shows son buenos, según dicen todos y, como parece que soy un tipo agradable, me gano la confianza de muchos turistas que vienen a pernoctar aquí. Así es que hablan, y piden, y se sienten a sus anchas porque pueden hablar conmigo lo que quieran sin que los otros cubanos sepan de qué se trata. Me piden tabacos cubanos, sé quién puede vendérselos; quieren ron del bueno, también tengo mi punto; buscan una noche con una chica caliente, conozco varios chulos que me las abastecen. En todo eso recibo mi comisión, casi siempre doble: la de los turistas agradecidos por mi cordialidad y la de los proveedores por buscarles clientes. Soy sólo un intermediario buena gente. Joaquín, animador turístico. Sí, tú sabes que soy periodista, pero lo dejé porque no me da lo suficiente para vivir. Siempre soñé con escribir grandes reportajes, entrevistas a personajes ilustres, viajar a las zonas de guerra y escribir libros con esas experiencias, pero eso aquí es imposible y no estoy dispuesto a meterme la vida entera diciéndole a la gente del pueblo la cantidad de libras de plátano burro que produjo tal empresa agrícola o la innovación que le hizo fulanito de tal a los arados para que los bueyes no tengan que hacer tanta fuerza. Vi el chance de meterme a barman y aquí estoy, tranquilo, cobrando mi salario y ganando la propina que me da para vivir como nunca hubiera podido hacerlo si sigo de periodista. A mí modo de ver, soy igual que esas Jineteras de las que tanto has preguntado aquí en Baconao. Mira ahora mismo: ¿quién está pagando esta cerveza, tú o yo? Y ya vas por unas cuantas. Maño, licenciado en Periodismo, barman. Este es un país de gente con orejera. Todo el mundo está lleno de problemas para sobrevivir y nadie mira lo que pasa al lado, y después uno los oye escandalizarse cuando se enteran de que cada semana violan a una muchachita, como esa banda que hay por el Cerro, que sólo en el mes de enero de este 2004 cometió 29 violaciones con un modus operandi bien sencillo: le daban botella a muchachas en edad escolar y se las llevaban por ahí para violarlas. Parece que sólo nosotros, los policías, nos damos cuenta de que esas cosas pasan. Yo mismo no recuerdo cuántas veces dije hace un par de años que lo de la droga se estaba poniendo gris con pespuntes negros y siempre me mandaron a callar. Pero no puedo

olvidar que ahí, en la calle Perseverancia donde tú vives, entre San Lázaro y Malecón, cogimos a más de doce vendedores. Nunca había visto el famoso Éxtasis, y en una redada que hicimos en el barrio de Colón, en una fiesta de pepillos de 12 a 15 años, sacamos como a cinco tan volados que los tuvimos que mandar para el Hospital. Uno se murió. Amado, 19 años, policía en servicio militar.

A

nte mí, sobre la mesa y a la única luz del monitor de mi computadora, las cartas manuscritas parecen más tristes, más grises que las propias historias que cuentan. Las he ido recogiendo a

lo largo de estos años, entrevista a entrevista, como un documento que me recuerde siempre que estuve cerca de un mal que creí menor, pequeño, hasta el mismo momento en que una casualidad me puso frente a él. Es cierto: las Jineteras, de algún modo, a su modo, obtienen una forma de vida superior a la del resto de los cubanos. Algunas logran mantener una relación estable y beneficiosa que las aleja de la promiscuidad propia del oficio, otras se dedican a la atención “fina de hombres finos”, otras se convierten en matronas de otras prostitutas menos “fieras” y atienden sólo a los clientes que les gustan sexual o físicamente, algunas logran “empatar un yuma”, casarse y vivir en el extranjero. Vivir en el extranjero significa para muchas varias cosas: una, un puente para salir a otro lugar donde no haya tantas limitaciones y pueda lucharse por triunfar (en la mayoría de los casos, la formación educacional de las cubanas es increíblemente superior a las mujeres de esos países y ello se convierte en una ventaja a la hora de buscar trabajo); dos, un sitio donde vivir sin trabajar, mantenida por su esposo o amante, y tres (aunque puede haber muchas otras cosas), el único modo de salir de la isla para, una vez fuera, buscar un partido mejor (otro hombre más apuesto, y si tiene más dinero, mejor) y cambiar de nivel de vida. Todo eso encontré en mis entrevistas y en estas cartas, con la diferencia de que no siempre los sueños se cumplen: “mima, Bob me cela cantida y estoi encerrada todo el día. Abeses me siento sola y se lo digo y me dise que si yo era puta en Cuba aquí lo seguiré siendo y yo le digo que no y el me dise que si y por eso no me da ni un kilo que mandarte. Todabía no conosco la ciudad, no me saca a pasear dise que para que no me vean. Se ba para el trabajo y me deja enserrada en el cuarto con revistas y entonse me pongo a mirar las películas y las nobelas de la tele. Lo que me compra es una mierda. Dise que no necesito más nada porque no salgo de la casa. Le dije de mandarte un dinerito y me

dijo que Fidel en Cuba garantisaba que nada le faltara a los cubanos y que yo no habia venido aquí para mantener nadie. Cuando me de un chanse se la dejo en los callo a este biejo tacaño” Yanet, 18 años, Toronto, Canadá, 11 de octubre de 1996.

“Gianni es buenísima gente, como decimos allá, una tranca. Lo tengo bobo todavía. Lo veo cuando me acuesto con él. Pero lo demás es del carajo. Aquí, mi amiga, de nada valen los títulos si eres negra. En esta ciudad hay más racismo que negros allá en Cuba. La gente se cree muy fina y son más mal hablados que allá y siempre están pensando en templar y hacer cochinadas. En mi cuadra viven algunos hombres que me velan para decirme cochinadas y cuando les digo que se lo voy a contar a Gianni me dicen que seguro él sabe que nosotras las cubanas somos la candela en la cama y que por eso se casó conmigo. Pero no puedo ir ni a arreglarme la cabeza. Un día fui y me dijeron que no, dije que yo tenía dinero y bastante, pero me dijeron que mi dinero no pagaría la suciedad que dejaría en los instrumentos que usaran para arreglarme. Como te lo cuento. Hasta Gianni me pidió que lo comprendiera, pero que no podía ir con él a fiestas ni recepciones, porque es un empresario rico y que ande con una negra se ve mal en la sociedad de este pueblo”. Francisca, 26 años, Jalkis, Grecia, 27 de julio de 1996

“…al principio me fue muy bien, Juanma me llevó a varios lugares de España, pues empezaría a trabajar en un mes y no podría atenderme. Vi cosas lindísimas, Dani. Este país es el más lindo del mundo. Después empezaron los líos. No encontré trabajo en ningún lado, y eso que tú sabes que allá mejor secretaria que yo había que buscarla, pero que va, Dani, las secretarias aquí sí son secretarias. Allá en Cuba somos nada más escribidoras de cartas y expertas en atender el teléfono y excusar a los jefes. Aquí las secretarias saben idiomas, taquigrafía, economía y hasta se ocupan de los asuntos menores del jefe, para que él tipo pueda ocuparse de los grandes. Tú sabes que a mí los idiomas no me entran ni a mandarriazos y que decirme economía y mentarme la madre es la misma cosa. Juanma me consiguió un trabajo: no me gusta, pero pagan bien, le mando unos quilitos a mima para allá y resuelvo aquí juntándolo con lo que se gana Juanma como taxista. Se llama sex-show y es igual a eso que ponen en las películas allá donde salen las mujeres bailando abrazadas a unos tubos y los hombres mirando. Es más decente que andar detrás de los turistas, como hise allá en Cuba, pero no me tocan porque al que toque a una lo sacan a patadas porque es un centro nocturno decente. El jefe es buenísimo, un gordo maricón que se lleva bien con todas nosotras y nos paga bien hasta cuando nos enfermamos”.

Lucía, 23 años, Madrid, España, 14 de enero de 1997

“… para tu libro encontré por acá algunos testimonios que te envío con un colega que caerá por allá la semana próxima. Uno de los más interesantes es de un platudo que fue a Cuba, se casó y tiene a su mujer trabajando en un burdel privado. El caballero en cuestión es un especialista en buscar mujeres lindas por todo el mundo, pues su burdel ofrece, como verás en las fotos que te enviaré, “chicas ardientes de todos los confines del mundo”. Tiene chinas, japonesas, árabes, italianas, mexicanas, indígenas de América (creo que brasileñas) y cubanas. Como podrás imaginar, las más famosas son las cubanas. Quizás te resulte, contado así, una nimiedad, pero aquí va lo asombroso de este rollo: el ilustre caballero se ha casado cinco veces en Cuba, cada vez con una muchacha de raza distinta, y a todas las tiene trabajando en su burdel. Al parecer, y eso no te lo aseguro porque me lo contó una vieja vendedora de flores que tiene su puesto frente al burdel, las mantiene amenazadas de muerte si lo dejan, y para asegurar, a las cubanas las tiene encerradas en cuartos especiales donde hay de todo para su comodidad. Sólo salen a la calle cuando van con él, una por día, en su turno de descanso. ¿Parece una novela? Pues así es. Las muchachas no se quejan, o al menos eso me dijo la vieja, porque están indocumentadas y el caballero las mantiene protegidas y a todo lujo y dice que mandan un dineral para Cuba todos los meses. Lo que me llama la atención es que el caballero se haya casado cinco veces y nadie se haya dado cuenta del fraude allá en Cuba, donde ahora andan detrás de todo eso y cuando se trata de que un cubano salga del país ponen mil frenos. El señor las saca por otro país donde tiene residencia, creo que en Centroamérica o Colombia, y después las cuela en México. Con las otras de otros países parece que hace lo mismo, pero las sitúa en algunos de sus burdeles en otras ciudades de México, porque ése es su negocio principal, aunque usa de fachada los bienes inmuebles. Pero la verdad es aplastante: aquí están las cinco: una rubia, una china, una negra, una india y una trigueña, mujeronas todas, jovencitas, dando cintura y con famas de calentonas”. Daniel, publicista, email, Saltillo, México, 26 de octubre de 1998.

“El medico dijo que se ba a morir, esta en casa de Fermina que se a portado muy bien con nosotra. Ella me dijo que la habian baseado, el hijoeputa ese que la trajo aca desde Cuba la usó todo lo que le dio la gana, la metio a puta en un burdel aca y cuando se aparesio uno con lo de los organo, se la bendio igual que se bende a una gallina. Tiene un tajaso en la barriga feo cantidad y Fermina asta le saco un gusano de ahi. Me dijo que le faltaban unos organo ahi y que se ba a morir. Pero no se preocupe doña que yo tube mejor suerte y me la boy a llebar para mi

casa con mi esposo y uste vera que se salba, no se olbide que su hija Cachita es como mi hermana”. Luisa, 24 años, Bucaramanga, Colombia, 12 de julio de 1998

“Así es, mamita, a Nachy le sacaron los ojos. Ya que Orestes me dijo que te había preparado para recibir una noticia como esta, me veo en la obligación de contarte cómo fue. Ese cabrón con ínfulas de señor nos puso a trabajar en su empresa y hasta ahí todo fue bien porque era lo que habíamos acordado: el se casaba con mi hermana y luego enviaría a uno de sus ayudantes a que se casara conmigo. Estuvimos trabajando allí más de seis meses y nos pagaban bien. Conocí a Michel, me gustó y me volví a casar porque ya estaba divorciada del que me sacó de Cuba, como lo habíamos acordado. Michel vive en un pueblo que se llama Reims, pero trabaja en París y por eso me resultaba muy difícil reunirme con Nachy como lo hicimos al principio de llegar a Francia. Cuando fui a verla a nuestro antiguo trabajo, donde ella aún trabajaba, el marido me dijo que se había ido con un hombre y que él la había botado por eso, que no sabía de ella desde hacía más de un mes. Una tarde llegó un taxi a mi casa en Reims con mi hermana adentro. La habían encontrado tirada y casi desnuda en un parque de la ciudad y alguien de la policía le pagó al taxista para que la llevara a la dirección que ella decía. El taxista cogió el dinero que le dio mi marido y se fue como alma que lleva el diablo. Nachy estaba ciega, mamita. En el lugar donde antes admirábamos sus hermosos ojos azules, sólo había un par de huecos llenos de pellejo arrugado. Cuando pudo hablar, porque dicen los médicos que quedó en shock, me dijo que era mentira lo que había dicho su marido, que él mismo la había ingresado en una clínica para hacerle unos chequeos y después de una anestesia se halló sin ojos. Michel trató de acusar al hombre, pero todos los abogados le dijeron que no había pruebas contra él…” Mechy, 28 años, Reims, Francia, 15 de marzo de 1998

Pocos meses después, Mariela, la Jinetera que me habló de este caso y me consiguió la carta que la madre de Nachy conservaba celosamente, me contó que Nachy, que había sido su amiga y compañera de jineteo en Cuba, se había cortado las venas y muerto desangrada, en la casa de su hermana en Francia. También por ese tiempo, una colega de trabajo me puso sobre la pista de un caso similar: en Santa Clara una muchacha que había sido Jinetera, que se había casado con un extranjero, y que tenía unos bellísimos ojos, también corrió la suerte de que se los sacaran sabe Dios con qué destino. La muchacha

pudo volver a Cuba. Si Nachy se aterró de su vida como ciega, después de haber vivido sólo dos décadas dotada de una belleza singular, ésta otra muchacha ha decidido asumir lo que le resta de su vida en la oscuridad ofreciendo luz a otras muchachas que como ella piensan resolver algunos de sus problemas mediante el alquiler de sus jóvenes cuerpos: dicen que todos los días pide que la lleven al parque que frecuentan los turistas y que le enseñen a las muchachas que están jineteando. Dicen que entonces va hasta ellas y les dice: “mírenme, yo fui tan bella como ustedes, tuve sus mismos sueños y aquí estoy. No dejen que a ustedes les suceda lo mismo”.

EVAS DE NOCHE

Jinetera Faraona. Desde la suite presidencial del Hotel Santiago, la ciudad que llaman “la tierra caliente”, parece un mar de cocuyos posado sobre un manto negro. No tiene sueño. Siempre se desvela con sus ronquidos y el olor ácido de su cuerpo. Cinco años casada con aquel cerdo y no se acostumbra, aunque sólo esté con él un mes dos veces al año, cuando viaja a Cuba a fiscalizar su negocio. El resto del tiempo, ella lo pasa en su casona en Miramar, leyendo las revistas de modas que él envía semanalmente por DHL, siempre con un regalo para “mi mulata de fuego”, y velando porque sus muchachitas consigan buenos clientes, se muevan bien sobre ellos y le den parte de las ganancias. Para eso las viste y les alquila un cuarto en su lujosa mansión. Cuando su marido viene cada seis meses, después de dos semanas de trabajo, se va con él a recorrer la isla, siempre conociendo un lugar distinto. Por ejemplo, ya el hombre le dijo que conoce toda Cuba y ahora empezarán por el Caribe. Mañana se va un fin de semana para Montigo Bay, en Jamaica.

LOS HIJOS DE SADE

C

harly el gordo es un personaje que parece acabado de salir de una película americana de la década del 50. Debe tener unos treinta años, aunque la gordura le hace parecer de mayor

edad. Es negro y no ha estudiado porque dice no tener tranquilidad para estar sentado en una silla tanto tiempo. De niño era flaco “como un espagueti”, pero después que cumplió los 25 comenzó a engordar y ya pesa más de doscientas libras. En su casa de La Habana Vieja, de dos plantas, alquila habitaciones para extranjeros y para parejas ocasionales, incluidas parejas cubanas, aunque el pago es exclusivamente en dólares. Asegura tener los mejores precios de tabacos y de ron cubanos. Pertenece a la sociedad secreta de los abakuá desde los veinte años. Habla una jerga tan marginal que la lista aclaratoria de palabras sería excesiva. Por eso se optó por redondear sus ideas, conservando sólo algunas de sus frases. ¿Desde cuándo trabajas para vivir? Desde los once años, fiera, cuando dejé la escuela. Mi padre era un tipo chévere, trabajador, comunista de los de verdad, y por obra y gracia de sus muertos, estaba claro de que al que nace para burro del cielo le cae la yerba que tiene que comerse y a mí las letras no me iban ni en pintura. Mi madre también era una santa, pero se murió de un infarto porque también era gorda y fumaba como una animal, casi cuatro cajetillas al día. El puro me dijo que cuando la abrieron, tenía los pulmones que parecía un pedazo de petróleo seco. En vida, le sonaban como un fuelle cuando respiraba. Después que murió, cuando yo tenía unos diez años más o menos, mi padre comenzó a salir con otra mujer y la muy hijaeputa me hizo la guerra desde que entró a la casa. Era como veinte años más joven que mi padre y como dicen que las desgracias no vienen juntas, en uno de los ciclones que pasaron por La Habana en ese tiempo, el edificio de al lado, que estaba declarado inhabitable, se derrumbó completo, y el viejo se dispuso a dar ayuda a unos viejitos que habían quedado encerrados en el primer piso, todavía intacto. Después que los sacó y entró por una jicotea, que era la mascota de los viejitos, el edificio se acabó de derrumbar. Lo sacaron con el cuello fracturado y todo explotado por dentro. Ahí fue que tuve que irme a la calle.

¿Tu madrastra la cogió contigo entonces? Me botó de la casa. Dijo que no mantenía parásitos y tuve que ir a vivir a la Quinta de los Molinos, ahí en Carlos Tercero. Me pasaba el día buscando algo de comer en la zona de Mercado Centro, ahí en el parque de la Fraternidad, que por ese tiempo era el mercado más grande de La Habana, y lo que conseguía lo guardaba para por la noche. Esperaba que cerraran el Museo de Máximo Gómez, que está en la misma Quinta de los Molinos, porque ahí creo que vivió el General un tiempo, y me colaba en la parte que más protegida estaba del viento. En esos años en La Habana hizo mucho frío. Yo no sé si será porque no tenía con qué protegerme y me cubría con pedazos de cartón y papel periódico, pero ahora no siento tan frío los inviernos como sentí aquellos. Desde ese tiempo aprendí a ganarme la vida solo. ¿Desde entonces comenzaste en el mundo del negocio? Comencé vendiendo cigarros. Desde que me fui de la casa y hasta que empezó el período especial y la escasez de cosas, viví haciendo miles de inventos: me iba a las playas a robar y vendía lo que me robaba; arrancaba cadenas de oro en las calles y me lanzaba a correr porque entonces era flaco y corría como un lince. Y el oro me abrió los ojos con una forma fácil de buscarme dinero. Por ese tiempo se abrieron unas tiendas donde la gente llevaba oro y plata en prendas, se la tasaban en un precio y con ese valor podía comprar cosas que hoy se venden normalmente en las shopping. Junto con un socio que se fue después en una balsa para el Norte y otro que ahora está de policía, nos metíamos en las casas de viejitas que tenían un cojonal de prendas de oro y plata y vasijas de porcelana, que también se cambiaban en esa tienda, y entonces las vendíamos a otra gente que las llevaban a esas tiendas. Así hice bastante dinero y pude montar mi negocio de cigarros, porque estaba loco por tener algo que me diera ganancias a mí solo y no tuviera que compartirlas con el Nene y Sebastián, los otros que trabajaban conmigo en ese negocio que te dije antes. ¿Cómo se explica eso del negocio de cigarros? Primero fue con las tiendas. Yo tenía un socito del barrio que trabajaba en una cigarrera y se robaba las pacas y los envases. Sólo había que meterlos en las cajas y sellarlos. Cuando teníamos un buen poco de cajas se la vendíamos a los bodegueros para que la vendieran por la libre y eso nos iba dando poco a poco una buena ganancia. Con eso, y con algunos otros negocios, iba sobreviviendo. Después, cuando comenzaron a faltar y subieron los precios, mantuve esa misma forma de venta, pero aumentamos la producción y pusimos una casa de venta en la calle Amargura, en La Habana Vieja, donde vendíamos por día unas cien cajas.

Nada más en el tiempo en que estuvo a 10 pesos la caja sacábamos

mensualmente miles de baros. Me compré esta casita, una moto y un maquinón americano del 58 que me dio la base para un nuevo negocio: comprar y vender carros. Los comprábamos a diez mil pesos y los vendíamos a veinte mil, y así por el estilo. Los carros y los cigarros me dieron tanta pasta que me

convertí en un maceta, como le dicen por ahí a los que tienen mucho dinero, y cuando llegó lo del período especial y esto del turismo y las Jineteras, ya yo estaba bien preparado para hacer una buena inversión. ¿El ron y los tabacos? Ekelecuá. El negocio que me dio la entrada al mundo de los fulas. ¿Podrías explicarme cómo funciona? Por arribita, fiera, que los secretos de negocio nunca se dicen, porque si no se salan. Al principio, por medio de los que me daban los cigarros, llegué a los vendedores de tabaco. Ese fue un negocio que existía antes de que los dólares estuvieran legales en este país y ya ellos tenían su red de compradores que adaptaron cuando se amplió el chance de vender y comprar. Es un tipo de bisne que no se aprende en un día. Tiene sus marañas. Primero los yumas: cada uno te pide un tabaco distinto y hay que complacerlos. Por ese tiempo yo llevaba varias cajas y que ellos seleccionaran la que veían mejor. Yo me fijaba en sus gustos y en cómo sacaban la caja que creían con más calidad y así fui aprendiendo. ¿Era un negocio ocasional? ¿Seguiste con los cigarros? Todavía no he dejado los cigarros. Los cigarros me garantizan el dinero cubano y los tabacos, los dólares. Pero como de verdad había que esperar a que llegara alguien buscando tabaco o yo tenía que salir a lucharlo, a buscarlo, me puse a pensar en una forma más fácil y me vino al güiro la idea de usar las Jineteras y los chulos. Ahora ellos saben que yo oferto ron y tabaco del mejor y siempre proponen a los yumas que me los compren a mí, que los vendo más barato que en las shopping y por cada comprador que me traen les dejo caer algo de dinero. Es un negocio para todos. ¿Cómo te las arreglas con el ron? Igual que con el tabaco. Tengo la gente que lo saca de la fábrica y me lo da a vender, porque yo no compro ni ron ni tabaco para revender, no da negocio. Ellos me ponen la mercancía y cuando se vende, liquidamos y saldamos las cuentas. Para que caigas en la cuenta exacta de los pesos: vendo cada semana unas cien cajas de tabacos y unas doscientas botellas de ron. Sale a preguntar por ahí a ver si encuentras alguna shopping que venda como yo vendo. Para el yuma el ahorro es enorme. Un ejemplo: una caja de Habanos marca Espléndido cuesta alrededor de doscientos dólares en las shopping y yo las vendo a sesenta. Los socios que me traen la mercancía, el ron y los tabacos, salen ganando porque tienen un mercado seguro en mis contactos con las Jineteras y los chulos. Como cada chulo tiene sus puntos de venta y hasta clientes fijos de ron y tabaco, las ventas son en grandes cantidades y el dinero que entra es bastante. ¿Viste todos los equipos que tengo?

Una pregunta que quizás te moleste: si en Cuba hay que tener autorización para comprar un carro moderno, ¿cómo te las agenciaste para comprar ése que tienes? Es molesta de verdad, fiera, pero ahí va: en este país, que ya dejó de ser el país del peso para convertirse en la tierra del dólar, todo puede comprarse y a cualquier nivel. Piensa mejor que es una inversión que hice y por la que tuve que pagar un buen chorro de dinero a unas cuantas gentes para tener una imagen de empresario que me de prestigio. Pero no te olvides de algo: todo el mundo tiene su precio, hasta esos que hablan cáscara diciendo que no se rajan como una cañabrava cuando les echas aire en la cara con un abanico de billetitos verdes. ¿Qué clientes te compran más? Es jodido decirlo, pero ahí va: diplomáticos. Compran más que los turistas. Después de los tipos de las embajadas, los que más compran son los empresarios extranjeros que tienen firmas aquí en Cuba. Un ejemplo para que te ilustres, fiera: cada mes tengo que llevar 20 cajas de Habanos marca Robustos a una firma muy conocida en este país. No sé para quién son porque siempre me sale uno de los pinchos cubanos que creo se llama Santiago y que es calvo y gordo. Te doy esa soga por si te decides a seguirla hasta la misma punta. Esa caja de tabaco vale en la bolsa negra 30 dólares y yo recibo la mitad de cada caja. Por esa vía recibo mensual 300 fulas, y estamos hablando nada más del dinero de esa sola venta. ¿Ese es el método de compra y venta? Casi. En las embajadas trabajan muchos cubanos y son ellos los que me dan la cara, por eso no puedo decirte quién es el tipo que compra, y también me cambian los compradores, como para que yo no los ubique. Cuando eso va a pasar, cuando van a cambiar al tipo que viene de comprador por ellos, me llaman por teléfono y me lo dicen. Se cuidan mucho, pero compran bastante y eso es lo que me importa. ¿Y dónde entran a jugar las Jineteras? En dos puntos distintos. Este es un negocio para gente de alcurnia. Te dije que los empresarios compran mucho y la mayoría de los empresarios siempre tienen su Jinetera fina que es la que viene a dar la cara en la compra. Yo negocio con más de cuarenta Jineteras de esas, de las finas, que vienen a comprarles a sus pepes, que son dueños de firmas y empresas extranjeras. Ese es un punto. El otro es el de los chulos, y lo que más compran es ron, porque es para calentarle la actividad a sus Jineteras cuando se empatan. A veces la compran porque quieren tenerlo todo para el momento de la templeta, pero a veces vienen con el turista a seleccionar la mercancía. Entonces las compras son abundantes…

Dan dinero, fiera, dan dinero. No te conté lo de las casas de alquiler para turistas y los burdeles clandestinos. Esa gente sí compra cantidad, casi tanto como los diplomáticos. El ron se lo llevan por cajas y los tabacos, aunque menos, también lo compran cantidad. De esos clientes, ¿cuántos son? Tú preguntas mucho, fiera. Pero no pierdo nada con decirte. Cada mes, a casas de alquiler, vendo unas veinte cajas de ron. Esos casi nunca compran tabacos, a no ser que un turista que tengan alquilado se lo pida. Los burdeles o posadas particulares, que casi todas están en La Habana Vieja y en el Vedado, compran unas cincuenta cajas de ron al mes y un poco más de tabaco. Como clientes tengo a seis posadas y más de veinte casas de alquiler. Estás hablando de cifras altas en cuanto a mercancías. ¿No te ves apretado para complacer la demanda? Eso pasa con los tabacos porque no siempre te piden las mismas marcas y entonces hay que inventar para buscarlas y que tengan calidad. En La Habana hay un chorro de gente vendiendo tabacos falsificados que son una mierda. Son muy pocos los que quieren y tratan de vender cosas de calidad y por eso hay que ser muy selectivo. Oye este cuento: un día un yuma diplomático vino en persona a reclamarme el dinero de cinco cajas de tabacos Romeo y Julieta porque una caja había cogido bichos. Parece que estaba pasada del tiempo de fumigación y se cundió de bichos. El tipo me la trajo para que yo viera que no era cuento suyo. Le dije que esperara, le devolví su dinero y le regalé seis cajas nuevas de Romeo y Julieta como disculpa. Ese ahora es uno de mis mejores clientes y a través de él he conseguido varios clientes más. El ron es algo más fácil, más estable. Tengo de todas las marcas y dentro de poco, si la cosa me marcha con un gallego que conocí en una firma, pronto montaré una línea de venta de vinos genuinos de España. ¿No sientes miedo? Estoy cagado, fiera. Lo más jodido de este negocio es que no puedes dormir tranquilo. Siempre me digo, Charly, deja el bisne, que ya tienes pasta cantidad, pero cuando me decido llega un nuevo cargamento grande y lo dejo para mañana. Hay que arriesgarse, fiera. Yo vine al mundo para esto, para el negocio, porque si no cómo me explico que con buenos padres como los que tuve la vida me llevó a esto. No creas que no me hago a cada rato esas preguntas, y siempre caigo en lo mismo: es mi destino y contra el destino, nada se puede. Ahora tengo dinero como para sentarme a vivir la vida tranquilo. Sacando cuentas por arriba, creo que soy uno de los bisneros que más dinero tiene en todo el país y cuando tú preguntes por Charly el gordo te lo van a decir: ¿Charly?, ese gordo está podrido en dinero, porque mis billetes, que están regados en varias casas en La Habana y Matanzas, ya andan por los seis millones de pesos cubanitos y un buen chorro de fulas. Me estoy garantizando la vejez, fiera, yo no

estoy dispuesto a ser un viejito de esos que se fajan por ser el primero en la cola del pancito miserable que le toca cada día. Y esta panza que tú ves aquí no es de chícharos y viandas. Aquí hay comidas selectas y licores y bebidas finas, fiera, y eso cuesta dinero. Pero no me da vergüenza que me digan gordo descarao ni nada de eso: en este país hay una pila de gente que tiene lo mismo que yo, y más, y eso les ha caído del cielo por tener un carguito o ser hijito de papá pincho. No se lo han ganado luchando y sudando como yo, fiera. La Habana, septiembre 1998

Nota del Autor: Charly el gordo abandonó el país en el 2001, en una lancha pesquera de su propiedad, escapando de una redada policial contra los vendedores de ron y tabaco. Actualmente reside en Miami. Su nombre real es Carlos Francisco Martínez Estrada.

CAMILA

M

i sueño era ser bailarina. Empecé a los nueve años y a los quince tuve un accidente en el menisco que me impide bailar. Esta marca de aquí, ¿ves? Decidí seguir estudiando y me

licencié en Economía, que a mí desde chiquita los números me han encantado. Ese fue otro choque. Me pusieron a pasar el servicio social en una unidad militar en Camagüey, donde lo único que hacía era contar balas, botas y uniformes, nada menos que a mí, que había hecho una tesis excelente de la cual todo el mundo habló. A eso, súmale lo del régimen militar, y ya entenderás las razones por las cuales dejé todo aquello y regresé a mi casa. Como no cumplí el servicio social, se pusieron para mí y me quitaron el título. Otra gente de mi carrera tuvo mejor suerte: también los ubicaron en plazas malas a cumplir el servicio social, se fueron y les dejaron su título, pero eso no puedes hacerlo en las FAR, en lo militar, porque esa gente sí que no perdona. Se hacen los más cumplidores de las reglas y no sé en otras, pero en esa unidad militar, que es una de las más grandes del país, todo era un relajo para los jefes. Los que se fastidiaban eran los reclutas, que siempre pagan las consecuencias. Podrás imaginar que mis padres casi se mueren cuando me quitaron el título. Siempre fui la niña linda de la casa, soy la única hija, y se pasaron toda la vida preparando a su hijita para que fuera una profesional. Imagínate el golpe. Peor fue aún cuando me vino a buscar una amiga de la carrera que estaba trabajando en el departamento de economía en un hotel. Decirle a mi padre que iba a trabajar de camarera en el restaurante del hotel y que se volviera como loco, fue una misma cosa. Empezó a vociferar, que su hija no había nacido para limpiar mesas ni servir de criada a nadie, que me buscaría trabajo él mismo para que yo ejerciera mi profesión y todas esas cosas. Lo hizo. Habló con muchos de sus amigos y aparecieron cosas. Yo empecé a trabajar en el restaurante de aquel hotel y me iba muy bien. Tengo la gracia de caerle bien a la gente, además de la belleza, modestia aparte, y eso me ayudó mucho. Cuando tú eres atenta, muchos turistas te dejan propina. Cuando eres atenta, bonita y caes bien, te dejan más. De todas las muchachas que trabajábamos allí, yo siempre fui la que más propina recibía. Fui haciendo mis ahorritos y a darme ciertos gustos. Casi tres meses después de eso, despenalizan el

dólar. Yo resolvía mis compras con los mismos turistas, pero a partir de ese momento ya tenía carta abierta, y dinero. Te decía lo de los trabajos que me conseguía mi padre. Ese fue otro chasco para él. Siempre fue un comunista rabioso. Delante de él nadie podía criticar nada, ni decir siquiera que el pan que daban estaba mal hecho. Imagínate, primero se encontró con que todo el mundo le decía que podía resolver pero que sin título lo único que había para mí era ser secretaria. Mi madre me decía que por las noches no dormía y que hasta comenzó a hablar mal de todo: primero de lo extremistas que eran los militares, y después que, claro, lo hacían así porque el que más mandaba en eso era el segundo hombre del país. Yo misma tuve en mi casa un ejemplo de como un hombre se vira contra lo que ha creído. La gente es capaz de sacrificarse junto al resto mientras ese sacrificio no toca lo que más les importa: los hijos. Una vez vino casi a reventar de contento: había encontrado un trabajo para mí con un amigo que estaba dispuesto a darme mi plaza de económica sin el título. Era una violación que en otros tiempos mi padre no aceptaría, pero hasta ese punto había llegado su cambio. No quería dejar el hotel, pero la ilusión de volver a lo mío me hizo ir a ver mi posible nuevo puesto de trabajo. Era en una oficina municipal de los Comité de Defensa de la Revolución. Entré, y se me cayeron las alitas de la esperanza. Mi oficina sería un local pequeño con las paredes pintadas con cal vieja donde la humedad hacía unos manchones enormes. En una pared, casi pegado al piso, había un hueco cuadrado donde alguna vez hubo un equipo de aire acondicionado y a través del cual podía verse los pies de alguien en la oficina de al lado. Una silla de hierro hecha con cabillas y asiento de madera y un buró viejo con una de las patas calzada por un pedazo de ladrillo. No pregunté más nada. La mujer estaba muy contenta de tenerme allí, donde hacía falta gente joven y un poco de belleza. Ella llevaba veinte años trabajando allí y le gustaba porque la gente no era chismosa y se trabajaba nada más por la mañana. Mi salario sería de 265 pesos (lo que yo ganaba de propina en un par de días, sin contar mi salario y la jabita de estímulos con artículos que nos daban cada mes). Me despedí y nunca más me vieron. Le dije todo eso a mi padre, que tampoco había ido a ver el famoso lugar ofrecido por su amigo. Se puso la camisa y supe que había ido a ver el trabajo que me ofrecían. Un par de horas después regresó y fue directo al teléfono: “por favor, con Solano”, y esperó unos segundos, después de los que le oí decir: “oye, te llamé para agradecerte lo de mi hija. Cada día que pasa uno conoce a un hijoeputa más”, y colgó. Volví al hotel. No sé si te dije que aquello había sido una especie de villa de la gente del ministerio del interior y que allí iban muchos jefazos del turismo y militares de nombre, sobre todo los fines de semana, que se aparecían con sus familias. También eso le dije a mi padre. Todavía para los cubanos no era fácil entrar en los hoteles y quedarse y eso, y aquellos señores iban con sus mujeres y sus hijos y no pagaban y después los de economía me decían que las cuentas venían en dólares, aunque algunas, casi

siempre la de los pinchos menores, eran en moneda nacional y no eran dos ni tres pesos, se gastaban bastante dinero. Un día me llama un señor que siempre se quedaba en el hotel, solo, y a quien veía cada semana con una muchacha distinta, y me propone entrar a trabajar a una cosa que se llamaba Cuerpo de Atención a Personalidades. El nombre me sonó importante y pregunté y me dijo que había ciertos personajes que necesitaban muchachas bonitas para ir a recepciones, creo que me dijo que por un problema de imagen pública, que no era bueno que los vieran solos, y recalcó varias veces que la paga sería en dólares y que sería superior a mi salario actual. Por supuesto que acepté. Dicen que en la vida hay cosas que te van arrastrando a lugares impensados por ti y eso es verdad. Por ese tiempo, sería a fines del 92, quizás el año más duro del período especial, a mi padre se le descubrió un cáncer en los pulmones que se lo llevó tres meses después. Mi madre nunca trabajó y dependía del salario de mi padre, que era una basura porque en una reducción de plantilla lo habían mandado interrupto para la casa a ganar una miseria. El peso de la casa se viró sobre mi trabajo y con todo y las propinas, no alcanzaba. Antes de morir, mi padre se puso muy majadero con la comida y debes recordar que esos años fueron de una escasez del carajo, así que las cosas en el mercado negro salían más caras. Por eso vi abierto los cielos y di gracias a Dios cuando aquel hombre me propuso trabajar con un pago en la única moneda que ya desde entonces servía en este país. En un abrir y cerrar de ojos pasé de camarera del restaurante a una oficina, en el propio hotel, que se dedicaba a las relaciones públicas. Conmigo trabajaban cinco más, todas muchachas lindísimas, con tremendo cuerpo y una finura, que parecían reinas. La jefa, que se llamaba Renata, se hizo muy amiga mía y fue la que me introdujo en las mañas de aquel trabajo. Por lo menos una vez a la semana teníamos que salir con esos personajes de los que me habían hablado. Éramos como marionetas a las que nos decían “tienes que hacer esto”, y “cuando llegues allí, debes decir esto otro y tienes que caminar de este modo y no te separes del señor…”, todas esas cosas. Y ese fue otro detalle: muchos cubanos piensan que la palabra compañero comenzó a desaparecer después de 1995 o el 96. Ya por esa época, y en esos niveles, la palabra no existía. Todo era señor, señorita, señora, y hasta muchas veces me vi diciendo Don Fulano, Doña Mengana. Yo sentía como que me estaban preparando para algo mayor. Entre nosotras mismas había diferencias y, por mucho que se lo pregunté a Renata, siempre me respondió que algún día me tocaría saberlo. Pero yo notaba esa diferencia. Un fin de semana, a través de una conversación con una de las muchachas, descubrí que cobraban más que yo. Sólo entonces me expliqué, por poner sólo un ejemplo, por qué sus ropas eran de una calidad tan superior a las mías. A ellas las venían a buscar más a menudo, siempre el mismo hombre que me había propuesto trabajar allí.

Nuestra existencia pasaba incógnita en el hotel: para los demás, el cuento era que nos dedicábamos a las relaciones públicas con invitados extranjeros del Ministerio de Turismo, aunque jamás en todo ese tiempo hubiera visto el pelo a un turista que no fuera de los que se alojaban en el hotel, que comenzó a llenarse más a partir del 93. Otra vez vuelvo a las coincidencias: abuela, que padecía de angina de pecho, cae en cama y mi madre se vio acorralada porque apenas tenía tiempo para cocinar y atenderla. Cogió escaras y había que estarla curando cada seis horas y virándola a cada rato para que no le salieran más llagas. Hablé con un cocinero del hotel y a cambio de diez dólares semanales me llevaba diariamente para la casa la comida de ese día y el almuerzo del día siguiente; claro, una buena comida. En eso se me iba casi todo el dinero, porque me pagaban una parte en pesos y otra en dólares, de los cuales tenía que coger cuarenta mensuales para pagarle al cocinero. Eso se mantuvo casi un año hasta que abuela se murió. Se fue consumiendo como una pasita y una mañana amaneció muerta. La suerte fue que con una medicina que me trajo una brasileña que conocí en el hotel pude frenarle el brote de las escaras, que era lo que más le molestaba y dolía. Haría unos dos meses desde que estaba en cama cuando me propusieron pasar a una nueva escala. Renata, que sabía más de lo que aparentaba pero que fue una de las personas más discretas que he conocido en toda mi vida, me fue al grano. Me dijo primero que a ella le habían dado la tarea de decirme aquello, que no fuera a pensar mal de ella, y se deshizo en explicaciones que me pusieron a la defensiva. Después me explicó: allí, como yo había visto, había dos niveles: las de atención a recepciones, como yo, y las de atención a personalidades, como Yudelsis y Yanara. La diferencia era básica: yo acompañaba a los señores, iba a recepciones con ellos, servía de traductora porque sabía idiomas, ayudaba en las fiestas cerradas a la organización del bufete y esas cosas; las otras eran damas de compañía y si se les pedía hacerlo, se acostaban con los señores, siempre con uno fijo, si le caía bien al señor en cuestión. Yo había sido solicitada por uno de ellos para ser su dama de compañía fija y ya mi sustituta en atención a recepciones estaba esperando para entrar a trabajar. Le dije que prefería quedarme en atención a recepciones y que le propusieran eso a la muchacha nueva. Entonces se me encaró. Me dijo que no fuera comemierda, que ella me decía aquello pues se lo habían ordenado, no porque le gustara decírmelo, ya que se consideraba mi amiga de verdad, pero que si yo decía que no, ni volvía a trabajar allí, ni jamás en mi vida podría poner un pie en turismo. A otras les había pasado eso y ahora estaban llorando y humillándose por regresar, que lo pensara bien porque yo bien sabía lo dura que estaba la vida en la calle y en aquel nuevo trabajo iba a ganar quinientos dólares como mínimo, más todo lo que se pegaba por ser la querida de una gente de poder.

Camino a la casa decidí que no me acostaría con nadie por señorón o pincho que fuera, aunque no sé por qué la imagen del buró con su pata sostenida por el ladrillo y el hueco del aire acondicionado en la pared de aquella oficina no se me salía de la cabeza. Una lo cuenta y parece mentira. Cuando esas cosas suceden, una comienza a entender que el cine es una recreación de la vida: eso que me pasó esa vez lo he visto miles de veces en cine, un actor que va caminando y de pronto recuerda un detalle de algo que pasó al inicio de la película, o algo así. Cuando llegué a casa y vi al cadáver con ojos que ya empezaba a ser mi abuela, me dije todo lo contrario. Fueron los peores meses para ella. Cuando la curábamos, nos quedábamos con pedazos de postillas, pellejo y pus en las manos, y la veíamos llorar y decir que le dolía, que prefería morirse a estar así. Te puedo jurar por la paz de mi padre que miré a mi madre y la vi tan envejecida, casi un guiñapo de la mujer hermosa y vital que había sido, que me dije que no importaba: si tenía que comerme vivo en una cama a la momia de Tutankamen, me la comía, pero en aquella casa no iba a faltar más nada, porque yo bien sabía, porque lo había visto con mis propios ojos, cómo se vivía y comía en otras casas de aquella misma Habana. Me convertí en la amante de cierto personaje que ni voy a describirte. Venía a la oficina por la mañana y, a partir del mediodía, me iba a la casa para ayudar a mi madre. Nada más tuve que pedirlo y en tres días me pusieron el teléfono que mi padre estuvo reclamando por más de quince años. Hasta allí me llamaban. Cuando el señor quería verme o estar conmigo, me llamaban; me decía que esperara en la esquina tal de tal calle y allí pasaba a recogerme un carro y me llevaba a la misma casa en el reparto Siboney. Hasta en eso tuve suerte. El señor no era un tipo feo, tenía una conversación agradable y, a pesar de su responsabilidad, nunca habló conmigo nada de política. Le encantaba el ballet, la danza moderna, la ópera y la música popular brasileña y cubana. Hablábamos de esos temas largas horas, sobre todo en nuestros viajes de descanso a las provincias, donde nos alojábamos casi en secreto en hoteles o villas para militares. Era un profesional de gran estilo. A pesar de mi curiosidad, y de que llegué a disfrutar y acostumbrarme a nuestros momentos de intimidad, jamás me habló una sola palabra de su trabajo, ni de sus compañeros. Tenía un alma noble, era bueno conmigo, y a pesar de saber que yo simplemente cumplía mi trabajo, siempre se preocupó porque yo no me sintiera humillada, ni ofendida. Una vez le conté lo de mi abuela, porque los de la oficina nada le habían dicho, y quiso que la ingresaran en el CIMED, con los mejores médicos del país, pero yo me negué. Le dije que eso podría delatar mi real trabajo delante de mi madre y de la gente del barrio y aquello le pareció a él un gesto de tanta profesionalidad que me suplicó entonces que aceptara un poco más de dinero. Me subieron el salario a 600 dólares.

Ya por ese tiempo yo había ahorrado y tendría unos siete mil dólares bien guardados. Poco después, cuando murió mi abuela, la mayor parte de ese dinero también lo guardé y ya en el 94 tenía cerca de veinte mil dólares, entre salario, regalos y la venta de algunas cosas que conseguía en la oficina. También en esos años comenzó lo de los grupitos de los derechos humanos a ponerse duro y ahí comenzó mi perdición. La envidia es una cosa del carajo. Un día le comenté a Renata, delante de Yanara, que me iba muy bien con el señor. A Yanara le iba mal: su cliente la maltrataba, la humillaba siempre recordándole que ella era una puta y él un señor en aquel país, y la llamaba nada más para acostarse con ella. Cuando conté de mis paseos con mi cliente por lugares siempre raros pero preciosos, de nuestras conversaciones y sesiones de video y debates, de sus atenciones conmigo, vi la envidia en sus ojos y su cara. Sebastián, el marido de la amiga brasileña que me consiguió la medicina para mi abuela, que ahora no recuerdo si era español o argentino o uruguayo, vino por ese tiempo a Cuba y me vi con él en el hotel. Sólo una semana después me llamó Renata para decirme que la oficina se desintegraba y que pasaríamos a trabajar de nuevo al hotel según la ubicación que nos dieran en la Bolsa de empleo de Turismo. Me dijeron que no había nada para mí, que me fuera a la casa y esperara a que ellos me avisaran. Todavía estaría esperando a no ser porque una noche, casi de madrugada, y cagada del miedo como nunca la había visto, vino Renata. Me dijo que todo aquello del cierre de la oficina era un cuento. Yanara le había dicho al hombre que me contrató que yo estaba saliendo con turistas y hasta le enseñó una foto en que yo estaba en la piscina del hotel, en trusa, conversando con Sebastián, que también estaba en trusa. De nuevo la coincidencia me jodió: investigaron a Sebastián, y resultó que se había visto con un pintor que era de un grupo de los derechos humanos para que montara una exposición en Brasil. Por eso lo desmantelaron todo. Las mandaron a todas a su casa y hacía sólo tres días las habían puesto a trabajar en otro hotel en las afueras de la ciudad. Cuando Renata preguntó que si me buscaba, le dijeron que no. Tengo que decirte que fue la última vez que vi a Renata. He preguntado en todas partes y nadie sabe ni siquiera que existió. Mis ahorros me dieron para montar tres restaurantes en zonas fuertes de turismo en La Habana y así pude seguir aumentando mis dineritos. Volví a los hoteles, esta vez como consumidora, con el objetivo de atraer turistas para mis restaurantes, y ahí conocí a Danilo, mi esposo mexicano, que es mi marido porque me gusta, no porque sea mexicano. También estoy en el negocio de las Jineteras y te aclaro, lo hice porque varias me lo pidieron. Necesitan casa y comida y yo se las doy. A cambio, vienen a comer con sus turistas a mis restaurantes y les dicen a las otras Jineteras que traigan a sus clientes a comer aquí. Eso me ha ayudado mucho. La inversión que hice fue una bobería: en lo que era el patio de mi casa mi padre construyó un garaje enorme que estaba lleno de trastos. Convertí eso en un apartamentico

con cocina, baño y salida independiente por la otra calle. Ahí tengo a seis muchachas. Todas de las Villas y mayores de 21 años, para no meterme en el rollo ese de la prostitución infantil. Mi fachada es simple: yo les alquilo el cuarto y ellas hacen con sus vidas lo que quieran. Si alguien se va de lengua, hay que probarme lo contrario. También las cosas van cambiando. Ahora Danilo quiere que yo me vaya a vivir con él a Manzanillo, en México, que dice es una ciudad preciosa cerca del mar, del Pacífico. Si puedo llevarme a mi madre, no lo voy a pensar dos veces, agarro mis ahorros y me voy. 1997

Nota del Autor: Camila, cuyo nombre real es María Carla Rodríguez, reside desde 1999 en Manzanillo, México. Viene todos los años a La Habana.

SIETE

“…tengo unas cosas contra ti: que toleras que esa mujer … enseñe y seduzca a mis siervos a fornicar … Y le he dado tiempo para que se arrepienta, pero no quiere arrepentirse de su fornicación. He aquí, yo la arrojo en cama, y en gran tribulación a los que con ella adulteran, si no se arrepienten de las obras de ella”. Apocalipsis 2:20-22

S

eñor Valle: Ante todo mis saludos, aunque no lo conozco. El motivo de mi email es uno solo, y parte también

de un mismo hecho: acabo de leer su libro de las prostitutas en Cuba que me hizo llegar un familiar vía internet. Me presento: soy de Santiago y vivo en Alemania donde vengo dando clases de Español en una universidad privada desde hace dos años. En Cuba fui maestra de escuela primaria, luego de graduarme en el Pedagógico de Santiago. Salí de Cuba casada con un alemán. Como ya imaginará por esto último, fui Jinetera. Por eso mismo, mientras leía su libro, decidí escribirle, ya que en la última hoja aparecen todos sus datos, algo inusual pero útil como verá. Su libro es valiente, sincero, necesario. Lástima que no se publique en Cuba, pues serviría para que mucha gente acabara de quitarse la venda. Yo conozco muchas historias similares a esas que Usted cuenta en el libro, y en honor a la verdad debo decirle que se quedó corto. Le digo esto porque me extraña que no haya incluido Usted muchas historias que terminan en muertes. Yo misma conozco tres o cuatro historias que pararían los pelos de mucha gente y como tengo experiencias de la violencia que es normal entre las Jineteras y los chulos, no puedo dejar de decirle eso: debió ser más duro porque no me hará creer que en su profunda investigación no conoció de casos como los que le digo, ya que en La Habana son mucho más comunes las palizas a Jineteras, los escarmientos y las guerritas entre chulos, que terminan con muertos por el medio.

En Santiago se me conoció como Lucía, la Italiana, o solo como La Italiana. No soy de esas mujeronas que usted describe. Todo lo contrario: soy flaca, con cuerpo de modelo rusa (bien esquelética), pero cara de diosa, como usted describe a algunas. Aprendí italiano y alemán y eso me hizo fácil el camino. Me molesta mucho en su libro que Usted sólo de la imagen de que las prostitutas lo hacen por necesidad. Yo conocí a muchas y la mayoría estaban allí por descaradas, por vagas, y casi todas eran marginales y delincuentes, carne de presidio, como se dice allá en Cuba. No le niego que otras muchas puedan haberse visto obligadas a prostituirse por la dura realidad de la mujer cubana. Pero las que yo conocí en Santiago iban a ser putas bajo cualquier sistema y sólo aprovecharon el chance que les dio el repunte del turismo. Me molesta que diga que no ha encontrado pruebas de que el gobierno permite la prostitución. No le voy a hacer ciertas historias que bien conozco, ni le voy a decir de otras que escuché en cuatro años como Jinetera trabajando en el Hotel Balcón del Caribe, porque todavía mi familia vive en Cuba. Por esa misma razón le escribo desde una cuenta en Hotmail donde utilizo el mismo nombre que usé allá, pero puedo jurarle ante el Cristo Jesús que nos custodia y guía que esa ceguera que Usted menciona le sirve de mucho a mucha gente con poder allá, porque entre otros asuntos que no puede Usted olvidar está el hecho de que en nuestro país todo el dinero que entra va a parar a una sola mano, y aunque muchos digan lo contrario en sus discursos, creo que ya la gente debe saber que Cuba hará cualquier cosa para salvar el socialismo. Cuídese. Ese libro puede resultar peligroso para Usted en muchos sentidos. Ha tenido el valor de escribirlo, pero yo en su caso le aconsejaría algo: váyase del país. Aunque usted se empeñe en querer creer que allá entenderán sus nobles propósitos, a nadie le va a importar que Usted quiera hacer un llamado serio sobre el asunto. No sea iluso. Hacerse el patriota no sirve de nada si lo que dice no resulta conveniente a quienes gobiernan. Lo verán, como ya es normal en Cuba, como una voz que se presta al juego de los enemigos y si se queda en Cuba lo van a hacer talco. Ojalá me escuche. Buena suerte en su carrera como escritor le desea Lucía.

Nota: Mensaje recibido por email el 27 de septiembre del 2003. Ciertamente, le contesté a la cuenta de correo desde la cual me escribió: [email protected], pero todos los mensajes que le envié rebotaron.

LA ISLA DE LAS DELICIAS

E

ste libro compitió en el Premio literario Casa de las Américas 1999 bajo el horrendo título de Sade nuestro que estás en los cielos ó Prostitutas en Cuba. Para ser honestos con todas las

partes implicadas en el escándalo que luego se produciría (organizadores del premio, jurados, testigos de las deliberaciones, amigos que se mantuvieran cerca de las interioridades del certamen) debo decir que no cuento con pruebas de que, como se dijo por medios internacionales y ha circulado en todo el país, existieron sucias manipulaciones en torno a la obra. Cierto es que alguien dio a conocer que la obra había sido seleccionada para Premio; cierto es que un rumor demasiado amplio puso en entredicho el desempeño del jurado aludiendo a manipulaciones de índole política, entre ellas, que el libro no resultaba conveniente a los momentos que atravesaba el país; cierto es que la noticia del premio se regó por La Habana y en la ceremonia de premiación, cuando el presidente del jurado leyó el acta y declaró el premio Desierto, se produjo un abucheo que llamó la atención de asistentes y prensa extranjera. Cierto es que al día siguiente y durante varios días, medios de prensa extranjeros consignaron que “un cubano había sido despojado del premio Casa de las Américas por razones políticas”. Cierto es que, en cuestión de un par de meses, recibí jugosas ofertas para la publicación del libro, condicionando la edición a la manipulación política del texto contra Cuba, por parte de las editoriales que lo asumirían. Rechacé todas esas ofertas. No pretendí entonces, ni pretendo hoy que nadie manipule el contenido de esta obra, aún cuando muchas aristas que aquí aparecen puedan ser utilizadas en contra de mi país, como tampoco quiero que se entienda que existe en Cuba un pensamiento uniforme sobre este fenómeno, puesto que casi todos los entrevistados y testimoniantes, de algún modo u otro, manifiestan su desacuerdo con el sistema que hoy impera en la isla. Sería ofensivo con un credo que defiendo desde hace muchos años: la pluralidad de opiniones, la necesidad del diálogo, el entendimiento de que nadie en Cuba ni en ningún sitio de este planeta es dueño de la verdad absoluta. Entrevisté a muchas personas que ofrecieron sus testimonios desde una perspectiva distinta a la que aquí recojo: salvo cinco o seis casos (empecinados en defender la

tesis de que el fenómeno era menor en relación a otros problemas del país, y por ello, obviamente, no se le debía dedicar tanto tiempo), todos estaban conscientes del riesgo que se asumía con la ceguera oficial y el menosprecio de un mal de tamaña envergadura. En esas entrevistas intentaban explicar que la corrupción era un asunto de los hombres en una sociedad (y solo de los hombres), argumentando que el sistema nada tenía que ver directamente con el surgimiento y/o rebrote de esos males que rodean a la prostitución. Aunque con honestidad, no ofrecieron un argumento sólido que demostrara esa afirmación, y todo su cuerpo teórico aludía a que bastaba con saber que el socialismo era una sociedad que buscaba lo mejor para el ser humano y que por ello jamás tendría responsabilidad sobre este fenómeno social, como sí lo podría tener, por ejemplo, la sociedad capitalista. Asumí el derecho de no incluir esas entrevistas por respeto al hilo conductor de este libro: mostrar lo que sucede sin ofrecer juicios justificativos esquematizantes ni a favor ni en contra; y con la clara intención de reforzar solamente la visión apocalíptica de muchos de los protagonistas de estas historias reales, precisamente para que el lector recibiera sin tibieza el impacto de un mundo amoral, sucio, denigrante y absolutamente inhumano. Sólo de ese modo creí lograr lo que pretendía: que la gente sufriera, se molestara, se asqueara, se preocupara; en fin, descubriera que, más allá de sus propios problemas existenciales, sociales y personales, existe un mundo terrible del cual deben protegerse y contra el cual debemos luchar.

El nombre actual. He dicho antes que el libro se llamó inicialmente Sade nuestro que estás en los cielos ó Prostitutas en Cuba. Y he de agregar que alguien hurtó una copia de las oficinas del Premio Casa de las Américas, que alguien fotocopió ese libro y lo colocó en Internet, incluso con la página final donde aparecían mis datos personales, teléfonos y correos. Eso me puso triste y me hizo feliz, al mismo tiempo. Triste, porque se cometía un acto de piratería sin precedentes en la historia del país, ya que todo ello fue hecho sin mi consentimiento. Feliz, porque el libro comenzó a circular, ganó lectores, y en cuestión de unos pocos años he recibido miles de mensajes desde todas partes del mundo en mi correo, tuve que comprar una contestadota y cada mes el cartero trae de diez a veinte cartas. Las sorpresas me han cercado, una tras otra, hasta el punto de colocarme en una posición incómoda éticamente: por un lado, la extraordinaria recepción de estas páginas, que han producido miles de testimonios de cubanos preocupados (en todas partes del mundo donde hoy viven) ante una fenoménica de tal envergadura; por otro lado, la reafirmación de que la inmensa mayoría de los cubanos conocen sus males, se preocupan cada día por que esas lacras no los manchen, sufren por la impotencia de no poder luchar contra esas miserias, pero prefieren asumir el silencio social: quise colocar muchas de esas cartas

y mensajes en un apéndice a esta edición, les pregunté si aceptaban que pusiera sus nombres, y exceptuando 56 personas, todas prefirieron que no lo hiciera. Respeto el derecho de cada persona a sentir miedo. No es éste, tampoco, el espacio para analizar porqué en una sociedad como la nuestra las personas sienten miedo de manifestar lo que piensan. Sólo diré que es una prueba más de la materialización de eso que conocemos como “Doble Moral”. Pero esos son los hechos y no quisiera dejar de anotar ese detalle por una sencilla razón: quien tenga miedo de manifestar sus credos y criterios ante un fenómeno social equis no podrá luchar con honestidad en contra de algo que solamente podrá resolverse con total honestidad, transparencia y diálogo en busca de soluciones reales. Los pocos años transcurridos desde que saliera de mis manos la primera versión de este libro me han traído, además, la satisfacción de no haberme equivocado en la denuncia de ciertos males. Pongo dos ejemplos. Uno de los argumentos que se asumieron en distintos lugares y por distintas personas para denigrar y atacar lo expuesto aquí fue que parecían invenciones porque resultaba un mundo inaccesible: hoy cualquier persona puede llegar a las granjas donde están encerradas las Jineteras atrapadas en las calles cubanas y escuchará historias todavía más terribles, aunque tampoco haga falta, pues ya esas historias corren de boca en boca, desde el momento en que se reconoció públicamente el fenómeno social de la prostitución. Otro de los argumentos se refiere a la existencia de la droga y su mercado extendido en Cuba. ¿Qué habrán pensado esos que me atacaron aduciendo que yo mentía sobre la existencia de narcotráfico en las calles de La Habana cuando en el diario Granma, el 10 de enero del 2003, se publicó un editorial donde se asumía la preocupante escalada de este otro mal social?, y se aseguraba, entre otros hechos, que “Desde 1995 hasta noviembre del pasado año, han sido detectados en nuestras instalaciones aeroportuarias 175 intentos de transportar drogas, fundamentalmente hacia Europa o introducirla en el territorio nacional para su comercialización interna. En estos hechos han sido detenidos 252 extranjeros, 146 de los cuales, aún se encuentran recluidos en nuestros centros penitenciarios, la mayoría cumpliendo sanciones y el resto pendiente de juicio. Usualmente estos delincuentes, cuando logran evadir la detección en frontera, organizan sus operaciones desde casas de alquiler, muchas de ellas ilegales, violando las regulaciones establecidas para la estancia de extranjeros en el país” No hay peor ciego que el que no quiere ver, reza un dicho. Pero los graves problemas sociales que hoy enfrenta nuestro país no nos permite el lujo de seguir tolerando esas cegueras y esos ciegos.

No colocaré entonces, como lo pensé alguna vez, ninguna de las opiniones recibidas acerca de Habana Babilonia ó Prostitutas en Cuba. Sin embargo, y creyéndolo mucho mejor para los objetivos de este libro, voy a resumir algunas de las preguntas que más usuales resultan en esos mensajes: ¿Es útil mentirle a la gente desde posiciones oficiales donde sí se conoce la magnitud de un fenómeno como la prostitución? ¿Hasta qué punto es un mal combatible bajo las actuales circunstancias políticas y económicas? ¿Por qué la prensa no dedica más espacio a llamados de atención sobre estos males? ¿Es la represión (el ataque puntual) el modo idóneo de combatirlos o se hacen imprescindibles cambios de concepto a nivel gubernamental que vayan dirigidos a resolver la depauperación social primero, como única vía directa para la eliminación de estos males? ¿No es conveniente incidir en la ética ciudadana, familiar y social, con un trabajo más sólido en el sistema educacional, del mismo modo en que hoy se incide en la ideologización política del estudiantado cubano? Si no se acepta en todos los niveles necesarios la magnitud del fenómeno, ¿cómo se espera que las instituciones y organismos de masa combatan con todas las armas (y la información necesaria) estos males? ¿Es la prostitución un mal menor en relación con los otros grandes traumas nacionales de los últimos años o debe ser combatido con la misma fuerza? ¿En qué sentido la prostitución es un acto desesperado de las/los jóvenes que la practican ante la realidad social en que se vive? ¿Cómo algunos periodistas y dirigentes se atreven a juzgar a las prostitutas como amorales, como inmorales, cuando ellos mismos asumen el tratamiento del tema hacia la sociedad desde una perspectiva donde falta la honestidad y la transparencia y prima la superficialidad del análisis y el ocultamiento de muchas aristas del fenómeno? ¿Sigue siendo válido mentir y ocultar las reales connotaciones de un fenómeno con el pretexto de que “no podemos ofrecer argumentos al enemigo”? ¿La ceguera oficial ante fenómenos como estos no puede entenderse también como una forma de fomentar, permitir y tolerarlos? ¿No es preocupante sociológicamente que un acto repudiado en épocas anteriores hoy sea visto como algo natural a nivel ciudadano y familiar? ¿No es preocupante en lo ético y lo sociológico que hoy la prostituta sea vista como una figura líder en su entorno por haber triunfado, mejorado su nivel de vida y haber (incluso y lo más preocupante)

virado la escala social tradicional en Cuba para ocupar uno de sus más altos escalones, cuando antiguamente ocupaban las escalas más bajas de esa estructura? Quiero terminar con un fragmento de uno de los mensajes (reproduzco el texto tal cual lo recibí a pesar de las repeticiones), precisamente porque es uno de los tantos que me llegó donde la gente reconoce que la prostitución es un mal que no es exclusivo de otros, que puede afectar a cualquiera, incluso llegando a corromper la dulce paz de la familia más pura:

“Tu libro le quita el sueño a cualquiera. Cuando lo leía me hizo recordar de algunas cosas de cuando era gerente de (…) en Cuba y trabajaba para (…). Pero la más singular fue la que me sucedió un día al terminar un almuerzo de negocios en el Papa’s, en la Marina. Dos niñas preciosas me hacían señas para que parara el auto y pedirme una botella hasta el Náutico. Después de preguntarme si tenía tiempo, me proponían hacer sexo con las dos (que eran hermanas) o con una sola. Los precios muy baratos para lo que yo ganaba en aquel entonces. !Qué clase de niñas! No las monté en el auto, no porque no quisiera, sino porque realmente no tenía tiempo, estaba cogido con el tiempo. Llegue a mi casa y mi hija se preparaba para ir para la Universidad, estaba estudiando en el Pedagógico. Mientras llenaba un jarro de agua en el fregadero de la cocina para meterlo en el refrigerador, me dijo desde el cuarto: Papi, voy a dejar la Universidad. No sabes cuantas cosas me pasaron por la mente. En cuestiones de segundo, no 24 sino más de mil fotos por segundo pasaron que jodían por el video de mi imaginación y en ellas, mi hija sustituía a la Jinetera de la Marina. El jarro no llegó al refrigerador. Voló con agua y todo por la cabeza de Yuritza y casi casi que se la rompo. Te podrás imaginar la descarga”. Debo agradecer finalmente el actual nombre a uno de esos lectores secretos. Prefiero contar la historia. En el año 2001, mientras asistía a la presentación en la provincia Las Tunas de uno de mis libros publicado por editoriales cubanas, un señor de unos cincuenta años se puso de pie y pidió que yo leyera “algo de Habana Babilonia”. Pensé: “carajo, me ha confundido con otro escritor”, y no recuerdo con qué palabras lo dije, pero se lo hice saber. “Pero usted es Amir Valle”, me increpó el hombre, algo molesto. Dije que sí. “Usted mismo es el autor de ese libro”, contestó, “es el libro de las Jineteras”, y acto seguido me contó el fragmento que más lo había impresionado.

Me pareció tan perfecto el título que él mencionó que, a mi regreso a La Habana, decidí cambiarle el nombre. Desde entonces, y gracias a ese lector anónimo, este libro se llama Habana Babilonia ó Prostitutas en Cuba.

LAS VOCES

Yo arreo dos jebitas y con eso me forro. Siempre iba a los bailables de la Tropical y una noche me fijé que un músico estaba puesto pa’una de las jebitas que iban conmigo y le puse mala cara, que a mí nadie me quita el material. Pero el tipo me hizo una seña, sacó un billete de a cien y me dijo: “préstame una, aserito”. La verdad es que yo nunca había visto un billete así y me entró el barrentín y le di muela y muela a la Julia hasta que logré que se fuera con el tipo en su carrazo. A la Julia le gustó la jugada. Y aunque me costó más muela y hasta un par de patadas, Yumilka también se puso a trabajar para mí. Desde entonces, vamos a las clases por la mañana para que no nos fichen, y por la noche, los fines de semana, venimos a trabajar aquí, y siempre sacamos pasta de la buena porque a los músicos les gusta la carne fresca. José Ignacio (Yogui), 16 años, proxeneta. No hay ná que hacer, bobito. Yo vengo aquí todas las tardes, me hago la guanajona y siempre se aparece alguien que quiere mojar el bacalao. Y yo no me engaño, bobito. Soy flaca, fea, y para colmo, negra como un totí. Y para acabar de ponerle la tapa al pomo: soy más bruta que Brutón, y la única pinchita que tuve fue de limpiapisos en una escuela primaria. Ganaba una mierda y un día supe que aquí podía ganar mucho más. No tengo ná que buscar en la zona de los fulas. Lo mío es la zona de los muelles, y aquí me quedo, porque una vez me fui para Monte y Cienfuegos y las yeguas de allá mandaron a sus chulos a que me entraran a trancazos. Con decirte que hasta cagando sangre estuve casi un mes de la entrada a patadas que me dieron. Yo, aquí, como una estaca, esperando me gano cien o doscientos pesitos cubanos cada día. Y soy barata: una mamada, treinta pesos; mojar el bacalao en mi tota flaca cincuenta. Vaya, que con dos clientes que atienda, ya hago el día, y sin romperme el lomo. Miladis, 24 años, Jinetera. En mi cuadra soy la Ideológica del CDR. Ya se sabe cómo funciona ese chisme: nadie quiere coger un cargo en el Comité porque la gente está para sus líos y no para andar cuidándole la vida a nadie. Yo me dije: “Yany, esta es la tuya”, y como tengo facilidad para hablar empecé a intervenir en la reunión en la que sacarían a los ejecutivos del CDR: que si el bloque, que si los yanquis son unos fascistas, que la unidad era lo importante… y todos cayeron en la trampa. Cuando llegó el momento de las propuestas dos o tres gentes me propusieron y acepté, haciéndome la orgullosa. Salió como planifiqué, y hasta tuve suerte de que la de Vigilancia sea la que me vende la leche en polvo, la carne de vaca ilegal que le traen desde Las Tunas… Hemos hecho tremenda yunta para protegernos. Negocio redondito redondito: si quieren saber algo tienen que verificar con nosotras, y así nunca van a saber que yo jineteo y que ella vende hasta estrellas del cielo si hace falta, porque la gente de la cuadra son más callados que una tumba, que aquí el que no compra, vende, todos tienen caquita encima. Yanet, 21 años, Jinetera. A mí se me cayó la casa y me metieron para un albergue en casa del carajo. Trabajaba de custodio en un Círculo Infantil y ganaba unos pesos de mierda que no alcanzaban ni para comprar los mandados. Allí mismo, en el albergue, conocí a Bandurria, un negro que vende droga y él me dijo que era un bisne perfecto. Me dio miedo al principio, pero un día me encabroné porque vi que Fidel estaba mandando a construir casas hasta en la luna, en esos países de afuera, y a nosotros nos seguían durmiendo con el cuento de la crisis y esa basura. Empecé a venderle droga a la Jinetera y como tengo cara de tipo decente, me usaban los vendedores para que yo entrara a los hoteles a llevarles droga a los turistas que

la pedían. Hice dinero y me compré un cuartico, ilegal, porque en este país ni lo que es de uno se puede vender. Pero los papeles de la casa me costaron cien dólares y ya estoy limpio de polvo y paja, vivo aquí con mi mujer, y si alguna vez me dan la casa por estar albergado, bienvenida sea. Emilio F. 41 años, vendedor de droga.

H

ace unos años, muchos cubanos se escandalizaban cuando veían a los rockeritos dando cabezazos en una fiesta privada y en los pocos lugares públicos donde por entonces se les

consentía en tanto “juventud desviada”, después de haberse ligado una tontera con pastillas y cervezas, pastillas y alcohol, o cualquier otra liga, casi impotentes por no poder emular en materia de drogas con sus colegas de otros países. Para ser justos, debe aclararse que hoy, ésas, las de las pastillas y las mezclas, son jugadas de las ligas menores en Cuba, para decirlo con nuestra costumbre de matizarlo todo con el lenguaje típico del béisbol. A principios de los 90, básicamente en los años más duros del período especial, en los barrios de Centro Habana y La Habana Vieja, y en menor medida en las barriadas marginales de la mayoría de las capitales provinciales de todo el país, comenzaron a dispersarse historias sobre el repunte del comercio clandestino de drogas, fenómeno que tampoco desapareció del país como se quiso ver oficialmente hasta que ya no les fue posible ocultar (y detener, que es lo peor) el alcance social de este flagelo. Una de esas historias resultaba risible, y por ello quiero incluirla en este libro, puesto que más allá de la hilaridad que pueda provocar, da fe de que ya en esa fecha la droga estaba entrando en Cuba de un modo más organizado de lo que se pensaba a nivel oficial. Se habían reactivado los convenios con China, después de varios años de disputas políticas, ataques diplomáticos hacia la injerencia china en los asuntos y fronteras de Viet Nam, etc. En uno de los barcos que traían mercancías desde el gigante asiático llegó un contenedor con juguetes, piezas de bicicletas y unas alcancías de yeso o caolín, que representaban el clásico pensador chino, gordo, barrigón y calvo, con la camisa abierta, sentado como todavía se sientan los chinos en los quicios de su barrio en La Habana. Aseguran los comentarios que habría cerca de dos mil de aquellas alcancías. Lo curioso es que nadie imaginó nunca que en el fondo de cada chinito venía un paquetico de opio. El cargamento entró, fue retirado por alguien y se empezó a sospechar del asunto sólo cuando el opio empezó a circular de un modo demasiado visible en las calles de los barrios marginales. Creo que jamás la policía se enteró del

asunto, pero este cuento es contado, con variantes según el narrador, es obvio, por diversos vendedores de droga de la capital. ¿Cómo sacaron la droga del puerto, si todo el mundo sabe el control que se tiene en la Aduana con lo que se importa a este país? Es obvio, ¿no?: estaba planificado. Mientras uno lo piensa, más clara está esa conclusión pues se robaron el contenedor exacto (y no otro) dentro de una estiba de unos cien contenedores que esperaban por que sus dueños (empresas, es claro) fueran a recogerlos. Nadie vio nada. Nadie oyó. Nadie dijo nada. Y la droga comenzó a regarse. Como a los dos meses, en un basurero de carros que hay por la misma zona del puerto, apareció el contenedor. Todavía estaban dentro los juguetes y muchas de las piezas de bicicletas, que empezaron a ser canibaleadas precisamente en ese momento en que alguien descubrió el contenedor. Fuera, una loma de alcancías rotas. Era evidente que para quienes se robaron el contenedor, las piezas de bicicleta y los juguetes significaban un negocio de miseria, en comparación con el que podían hacer con la droga. Dejando a un lado la historia de las alcancías, sigue siendo preocupante la manipulación que en el tema de la droga se hace en Cuba. Un editorial en Granma a principios del 2003 y varios artículos de periodistas intentando adoctrinar sobre lo negativo de este fenómeno, sumado a una excelente campaña de spots televisivos que, por repetitivos, ya han perdido efectividad. Sin embargo, nada se dice de los casos policiales que se siguen efectuando contra el narcotráfico, ni de los juicios que se le han celebrado a muchos de los grandes narcotraficantes que cayeron en la redada del propio 2003, por citar sólo dos ejemplos de lo que se oculta al público. No se le habla a la gente de los verdaderos caminos de la droga en Cuba. Caminos que llegan desde el exterior, o pululan en la isla, y contaminan a varios niveles la tranquilidad del ciudadano común. ¿Qué se gana con seguir difundiendo la idea de que la única droga que circula en Cuba es la que recala en las costas de Oriente, cuando las avionetas o las lanchas de narcotraficantes se ven descubiertas y la tiran al mar, en este caso, cocaína? ¿Por qué no se ponen ejemplos de los sembrados de marihuana descubiertos en la isla, básicamente en el Centro y Oriente del país? ¿Qué razones impiden que se hable con franqueza y se asuma que mucha droga entra a la isla por la vía del turismo, introduciendo en nuestras calles el crack, el éxtasis y el LSD, entre otras drogas de más reciente fabricación en los mercados mundiales de estupefacientes? ¿No es acaso más útil realizar una fuerte campaña donde se logre que la propia población denuncie las numerosas fábricas clandestinas que hoy existen en los barrios marginales, donde se inventa cualquier supuesta droga con mezclas mortales de plásticos, anfetaminas y otras sustancias? ¿Es que no se han enterado de los comentarios que existen entre los delincuentes sobre la posibilidad de adquirir drogas en algunas farmacias estatales que se han convertido en pequeñois laboratorios para mezclas estupefacientes logradas con productos médicos? ¿O es que a los oídos cerrados de quienes deben prestar atención a esos negocios no ha

llegado el más reciente murmullo que circulara por la ciudad de Guantánamo acerca de que los americanos tiran en la Bahía de Guantánamo paquetes enteros de coca, y hasta crack, simplemente como una provocación, para que los pescadores y los trabajadores de las salinas cercanas los encuentren y que es de ahí de donde viene la droga que se consume hoy en ciertos lugares públicos de la llama “Ciudad del Guaso”? ¿Tampoco ha llegado a esos niveles los escándalos que por motivos de droga se suscitan entre los cada vez más visibles seguidores del espíritu Rasta en La Habana, por desgracia todavía segregados y marginados igual que lo siguen siendo los roqueros y grupos homosexuales, donde también son comunes el consumo de droga? Llamo la atención en que he mencionado la palabra marginalidad y barrios marginales en varias ocasiones en este libro, pero nuevamente debo recordar que en todas las sociedades actuales, bajo cualquier sistema social y sin que importe si se trata de un país del primer o del tercer mundo, existen márgenes y marginales y usualmente esos márgenes y esos marginales son los que sobreviven únicamente mediante el delito, ya que la mayor parte de la población (que también delinque, pero en sus fronteras sociales) observa a la marginalidad y su pudrición como un fenómeno lejano, ajeno, que no los molesta y por eso tampoco les importa. En Cuba, por desgracia, hace mucho tiempo que los límites de la marginalidad se rompieron. La marginalidad está junto a nosotros, convive ya en cualquier barrio de cualquier ciudad. Eso es aún más peligroso pues los males típicos en ese espacio pueden asediarnos sin ninguna traba. Por eso se hace necesario conocer bien estos fenómenos. Y en ello, los medios masivos de difusión y el gobierno (que es el único de esos medios) tienen la responsabilidad total. Hay que aclarar que, al ser una figura delictiva reconocida en el Código Penal, se hace difícil encontrar colaboración para determinar los ya nombrados caminos de la droga en Cuba. Lo que sigue es un aproximado de varias informaciones obtenidas de Jineteras, y proxenetas que confesaron consumir asiduamente la droga. Antes de 1993, en La Habana, existían cuatro grandes grupos para la distribución y venta de la droga, sin que ninguna de las fuentes consultadas haya podido precisar de qué modo llegan al estupefaciente. Un grupo, el más renombrado, es dirigido por un delincuente que se hace llamar Don Leone, con evidentes influjos de la mafia italiana, como se deduce de su nombre. Se dice que vive en Miramar, pero no se puede precisar dónde, ni nadie sabe cómo es. Se encarga de distribuir la mercancía en la zona turística que va desde el Hotel Tritón hasta la Marina Hemingway. Otro grupo se mueve en la zona de Luyanó y San Miguel del Padrón, El Cerro incluido, dirigidos por un “mulato achinado”, conocido como El Chino o Mulán. Se menciona también un grupo organizado en Alamar, Cojímar y las playas y hoteles de turismo de La Habana del Este, encabezados por Viacheslav, a quien todos llaman indistintamente El Ruso o El Bolo. En La Habana Vieja, Centro Habana y algunas zonas del Vedado,

con sus hoteles y todo, la dispersión es mayor y existen numerosas pandillas, fundamentalmente de muchachos jóvenes. También risible, y sin embargo preocupante, suele ser el hecho de que, a pesar de que se intente ocultar este alcance dañino, se vaya reconociendo en los barrios la existencia de vendedores especializados en distintos tipos de droga. En un simple recuento podemos hablar de Los Compadres, exfarmacéuticos; Los Ruiseñores, cuatro mariconcitos que se dice compran la droga que traen algunos músicos de sus giras fuera de la isla; Los Monchos; y la banda de Mano ‘e Mono, a quienes todos denigran por la mala calidad de lo que venden. Muchos de estos personajes siguen trabajando luego de la represión. Muchos cayeron, es cierto; por lo general, vendedores, y sin embargo, por mucho que he intentado averiguar con amigos fiscales de distintos niveles donde se juzgan a los detenidos, no he encontrado a ninguno de los nombres que aquí menciono como cabecillas. La droga sigue circulando en nuestros barrios, hasta el punto de que ya es normal que en las reuniones del CDR ese sea un punto a tratar (aún cuando sólo se mencione superficialmente es ya un mérito hacerlo); y hasta el punto de que en las reuniones de padres en las escuelas secundarias de Centro Habana se esté recomendando a los padres que “no pierdan ni pie ni pisada” a sus hijos. Algo es algo, podríamos decir. Pero nuevamente soy de los que piensa que la claridad y la transparencia en el tratamiento público y abierto de un tema tan escabroso como éste de la droga son vitales para que la gente sepa a qué mal se enfrenta y con qué armas puede enfrentarlo.

EVAS DE NOCHE

Baratijera o bruja Cae la noche y el Parque de la Fraternidad comienza a llenarse de sombras. El lumínico triste del Hotel Isla de Cuba lanza sus destellos mortuorios a la gente que pasa cerca, subiendo desde Monte. Una muchachita camina, entretenida, mirando los carros que pasan y doblan hacia el Capitolio o se pierden hacia el corazón de La Habana Vieja, justo donde muere la calle. En la zona conocida por Monte y Cienfuegos comienzan a brotar, como margaritas podridas según la canción, las primeras putas del día. Es fea la muchachita, flaca, y viste mal. A veces dice algo en voz baja a los hombres que pasan. Algunos se sonríen, maliciosos. Otros sacuden los hombros o las manos, despreciativamente, como ante una mosca molesta y asqueante. Sólo uno de ellos disminuye el paso y la escucha. Afirma, y ella se pierde en una de las calles, ya cubiertas por las sombras. El hombre la sigue. Al poco rato, se le ve regresar a Monte, satisfecho, silbando una canción de moda. Ella también aparece. Llega hasta un grupo de otras mujeres que conversan en una esquina (de treinta a cuarenta años la mayoría; jóvenes como ella muy pocas; muchas desaliñadas, algunas bellísimas y muy finas), y saluda, contenta. — Se cuida mucho el desgraciado — dijo a las demás —. No quiso ni que se la mamara. Y enseñó un billetito carmelita y arrugado. — Con una paja se conformó — dijo, esta vez como con rabia, para luego dulcificar el rostro —. Pero algo es algo, ¿no? Como dicen los chinos, kilo a kilo se llega al millón. Luego se separan y siguen dando paseítos, disimulados, como de novia inocente que espera a su pareja.

LOS HIJOS DE SADE

E

n varias de las entrevistas a Jineteras empresariales en La Habana salió a relucir el nombre de este personaje, a quien coloco esa denominación pues realmente lo es. Su vida parece salida de

una novela; él mismo, aprovechando la cuota de glamour que le da esa realidad a su nombre, se empeña en vivir dentro de una burbuja fantasiosa que lo convierte en un ser todavía más interesante. Debo confesar que me sentí tentado a pedirle permiso (y así lo hice) para escribir, alguna vez, una novela con todo lo que ha vivido. Por cierto, nada tiene que ver con un chulo homosexual del mismo nombre que trabaja la zona de La Habana Vieja. A vuela pluma podría escribir que Loreal es hijo de un reconocido diplomático cubano de los tiempos del gobierno de Fulgencio Batista; que su padre fue expulsado del servicio exterior a partir del fraudulento y escandaloso descubrimiento de una red de tráfico de homosexuales desde La Habana hasta burdeles de Miami y Las Vegas, a través de la mafia norteamericana asentada en Cuba a fines del 50; que comenzó a regentear un prostíbulo ubicado en la calle Industria, en el famoso barrio de Colón, en Centro Habana; que allí tuvo relaciones con una prostituta conocida como Su Lang, La Emperatriz China, y que de esa relación, y en el mismo burdel, nació Loreal el 31 de diciembre de 1958 (véase qué fecha tan interesante); que fue acribillado a balazos dos años después del nacimiento de su hijo, en el edificio Arbos, de la calle Oquendo, mientras mantenía relaciones homosexuales con un joven barbudo, recién bajado de la Sierra Maestra, por los celos de un afamado cantante de una muy popular orquesta de los 60, con quien mantuvo relaciones hasta el año anterior; que la madre de Loreal murió en una sobredosis de cocaína en 1962 y el niño fue mandado a estudiar a un Centro Internado de niños sin familia en la provincia de Cienfuegos; que se graduó de actuación y dirección teatral en el Instituto Superior de Arte; que conoció a quien actualmente sigue siendo el amor de su vida, actualmente bailarín del Ballet Nacional de Cuba; que aprovechó sus contactos en España para que lo intervinieran en una operación de cambio de sexo, fue estafado y tuvo que regresar a Cuba sin dinero y con una operación, pero de apendicitis, que le practicaron para justificar el pago que debía hacer (e hizo) de treinta mil dólares; que vive en una casona del reparto Miramar, cerca del teatro Karl Marx donde viste como una

dama antigua y atiende a sus tres grandes pasiones: el bailarín, dos lebreles afganos y un espectáculo de travestismo de altos quilates que ofrece cada dos meses. Nuestra entrevista tuvo lugar el 23 de abril del 2003, en su casa de Miramar. ¿Por qué una dama antigua con un nombre de ahora? Por el glamour, mi niño. Hay muchas cosas que se han ido olvidando con la grosería con que hoy se vive. Este país, antes del 59, tenía glamour, vivía del glamour. Fíjate en la Fornés, en la Borja, en María de los Ángeles Santana, en la Coalla; todas desbordaban galanura, glamour. Mujeres como esas ya no existen en el arte cubano… ni en la vida, que es un asco. Y lo de mi nombre: Loreal, es por eso que dicen: soy una dama pero me mantengo. Y ese glamour, ¿no es contrario a lo que haces en esta casa? Nada tiene que ver, mi niño. Es cuestión de cómo se mire. Escucha bien: a los show de travestis que doy allá atrás, en la terraza, invito a los más importantes artistas del travestismo de La Habana, y si puedo, del país. Hasta los invitados a ver esos shows son gente de alcurnia. Esa mezcla es la que hace distinto este lugar a otros tugurios que hay en la ciudad donde un show de travestismo se considera una ofensa contra el buen gusto, contra el arte y donde lo único que se va a hacer es buscar una pareja para echar un polvo, como dirían los españoles. ¿Hay muchos de esos sitios? Como diría Michael Jackson, uuuuuuuuuuf. Cantidad, niño. Solamente en el Prado hay tres, si te metes hacia el barrio de Colón hay dos más, cerca del Parque de la Fraternidad hay uno, en Monte y Cienfuegos hay otro, cerca de la casita del Maestro, de Martí, al frente de la Terminal de Trenes, hay dos más, y hasta en el Vedado, en 17, hay uno que es mejorcito, pero los artistas son como para matarlos. Y suele ir mucha gente… Si es que se les puede llamar gente, pepillo. La tralla es lo que va a esos lugares, mariconas sucias que sueñan con ser mujeres y ni siquiera se preocupan por saber que las mujeres no deben tener bigotes, ni pelos en las piernas. La mayoría va a esos lugares a hacer lo que hacen todos los días, a todas horas, y en cualquier sitio, si las dejan: buscar un macho que se las suene, dicho así, groseramente. Veo que eres de los que crees en el amor homosexual… Existe, niño, existe. Es triste que exista tan poco, porque una no puede dejar de reconocer que es verdad eso que dicen de que los homosexuales son muy promiscuos. Sólo los que tiene una cultura mayor piensan que el objetivo ha de ser buscar esa media naranja que en alguna parte puede existir solamente para uno. El amor es también una cosa linda entre nosotros, cuando hay fidelidad, claro.

Que no es la mayoría… La fidelidad está en crisis entre los homosexuales. Y a medida que uno va descendiendo en la escala, la cosa se pone peor. ¿En la escala? Me explico, niño. Los gays, que tenemos cultura, que defendemos nuestros derechos con argumentos y no con plumerías y griterías histéricas, siempre y cuando la sociedad nos deje, solemos ser mucho más fieles. Las locas de carroza, las pájaras, son tan promiscuas que llegan a dar asco. Conocí a una en La Habana Vieja que cada noche tenía que llevarse al menos a tres machitos a un matorral o a un edificio en ruinas, porque si no le daban ataques de histeria. Saca la cuenta de cuantos hombres se han acostado con esa loca. ¿Alguna preocupación con esas escalas? Una sola. Antes, en los tiempos que debían ser malos, un homosexual era un ser refinado, demasiado para el machismo imperante, pero refinado al fin y al cabo. Hoy el homosexual es cualquiera. Y me preocupa que muchos jovencitos vayan creciendo con el concepto de que lo único que importa es meterse cada noche una buena mandarria, que así mismo lo dicen. Es una degeneración asquerosa que la gente va resumiendo en el famoso chiste que dice que homosexuales o gays eran Flaubert, Proust, Lezama, y que los demás son unas mariconas de mierda. Es un criterio demasiado reduccionista y burdo como para no ser preocupante. ¿Quiénes vienen entonces a tus shows? Empresarios, turistas de nivel que ya me mandan desde afuera, Jineteras de alcurnia que vienen con sus clientes a pasar un buen rato de exquisito arte, algunos artistas… Escritores… No vienen escritores. Una vez cayó por aquí uno muy conocido, pero jamás volvió, no sé por qué. Pero lo prefiero, ¿sabes? Cuando estuve en el mundo del arte siempre detesté a los escritores. Son muy verteros, muy enredadores. También los artistas gays son muy chismosos. Forman una jodedera con todo y después una se ve enredada en mil mierdas que ni siquiera se buscó. Las peores son las locas escritoras. Y créeme, hay unas cuantas que viven del cuentecito de que las reprimieron en los setenta, pero se las pasan halándole los pellejos a cuanto otro escritor y político se atraviese en su camino hacia el Olimpo. Por suerte, la mayoría de esos no llegaran ni a la piedra donde encadenaron a Prometeo. ¿Viene mucha gente a tus shows?

Se llena. A veces he pensado ampliar la terraza hacia esa zona donde está el altar de la virgencita, y va y le pido permiso a ella y lo hago, pero no acabo de decidirme. De todos modos, el dinero entra, porque la gente se apelotona y hasta se sientan en el césped. ¿A qué dinero te refieres? Esto es una industria, muchacho. Los shows se cobran, barato, pero se cobran: a cinco dólares la entrada; allá, al fondo, donde ves el barcito, se venden todo tipo de bebidas, e incluso tengo la oferta para quien quiera comprar botellas de ron cubano, que los tengo todos; también preparo unos platillos para picar con algunas confituras y saladitos, y el hermano mayor de mi pareja prepara la comida que se vende adentro, en ese mini restaurante que atravesamos para venir hasta aquí. Tabaco, música cubana de todo tipo, aunque básicamente de la gran música que se hace en este país. Claro, lo que más le gusta a la gente es el jazz, déjame aclararte. ¿Droga? Nada de eso. Me niego de plano. Ya te dije antes que esa es una de las groserías que se estilan en la mayoría de los shows de mala muerte esos que hay por todos lados: fumar droga, inyectarse, volarse con esa mierda. Este es un sitio de glamour y nunca permitiré que entre esa porquería. Al que no le guste, que no venga… o que se vaya, si pensó en algún momento que aquí encontraría eso. El sexo, entonces, es ocasional… Lo es y no lo es. Voy a explicarte: la gente viene, flirtea, se empata, y al final, en los cuartos de la planta baja, si quieren pagar, pueden meterse con todo tipo de lujo y comodidades. Ya te enseñaré esos cuartos después. Pero también hay quienes me escriben por email, me dicen que vendrán en tal fecha y que quisieran una compañía. Lo dicen en clave, porque tú bien sabes que en este país hasta eso lo revisan, pero yo cojo la señal y cuando llegan, les presento a algunos de mis amigos y colaboradores. A los que llegan de sopetón y me dicen que andan buscando eso, les enseño un álbum que tengo con muchachos que han venido a verme para que los ponga ahí, como oferta, eligen y yo llamo al que sea elegido. ¿No has tenido problemas con la policía? Prefiero no hablar de eso, niño. Siempre hay locas envidiosas que quieren joder a una y te echan a los leones. Pero el dinero, como decía Quevedo, es un poderoso caballero. ¿Crees que alguna vez se llegue a permitir los shows de travestismo en los teatros públicos? Esos tiempos ya están llegando. Lentamente, pero están llegando. Vivimos en una sociedad donde las cosas van cambiando sin que uno mismo se de cuenta. Antes perseguían a los homosexuales, ahora es el destape; antes nos botaban de los centros de trabajo y de estudio, ahora hasta nos quieren reclutar.

Incluso ya no averiguan tu predilección sexual si vas a entrar a las organizaciones políticas, aunque siempre te dejan caer que es preferible que lo hagas en silencio, sin que mucha gente sepa “tu debilidad”. Pero el travestismo siempre, desde tiempos de los faraones, ha sido un arte. ¿Por qué voy a creer que jamás una sociedad moderna como la nuestra podrá entender ese sueño, ese modo de ser libre?

MYRNA

V

ivo aquí y no me importa. Sigo teniendo miedo aunque viva tan lejos de Cuba porque sé que los brazos de muchos grandes allá pueden llegar a cualquier lugar de este mundo y mi madre

todavía está en Cuba. Vi muchas cosas. Sé muchas cosas. No puedes escribir ahí mi verdadero nombre. Me llamo Myrna, fui Jinetera y alguna vez contaré toda mi historia.

Llegué a Myrna a través de un amigo libanés, periodista, exiliado en Madrid: Husni Al Ramly. Husni había trabajado con ella en un restaurante del barrio Lavapiés hasta el día en que “la cubana”, como la llamaban, encontró a sus parientes andaluces y se fue a vivir a Sevilla. El fue uno de los primeros amigos que intentó mover este libro (en su versión original) entre algunas editoriales madrileñas donde tenía algunos contactos, pero debo decir que en todos los casos a los que acudimos, los editores se interesaban sólo en el tema si podían sacarle filos promocionales anticubanos al tema. Por esos días, presenté también el manuscrito al escritor cubano Pío Serrano, para su editorial Verbum, y fue rechazado por un criterio que hasta hoy me ha ayudado mucho por lo patriótico que resultaba. Pío me escribió en esa nota de rechazo: “es un libro excelente, profundo y serio, si no lo publico es por razones de ética personal: no me interesa contribuir al morbo español con el sufrimiento de gente de mi pueblo”. Eso me detuvo, por lo justo y humano de su planteamiento, y por más de un año desistí de la idea de publicar el libro. En mi segundo viaje a España, Husni me contó que había vuelto a ver a Myrna y ella, por razones que ahora no preciso, le contó una parte de su historia como prostituta en Cuba. Le pedí que me la localizara y a mi regreso a Madrid después del evento de Semana Negra en Gijón, Asturias, pude

encontrarme con la muchacha, que asistía a un curso de verano sobre Gerencia Empresarial en la capital española. Nuestra conversación duró más de tres horas, con la presencia de Husni, Arturo Daniel Asunción (periodista colombiano residente en Madrid) y un laureado y viejo escritor cubano que, en un momento del diálogo, pidió que no pusiera su nombre si llegaba a escribir aquello que estaba escuchando. Debo aclarar que Myrna es Licenciada en Derecho por la Universidad de La Habana, que su carrera profesional y su activa militancia en la UJC y el PCC en Cuba la llevó a ser considerada “una persona altamente confiable” y que por ese motivo tuvo acceso a información y lugares donde a otros profesionales cuesta mucho trabajo, por razones obvias. Ella misma me pidió que no refiriera aquí las causas y la historia de su desencanto pues cree que pueden ser claves para que la localicen. Respeto su miedo. Es tanto, que en seis ocasiones tuve que enviarle el texto de la transcripción de esta entrevista para que ella lo revisara, le hiciera enmiendas y diera forma a su conveniencia. Esta es su historia.

No fui Jinetera porque quise. Cada vez que oigo a la gente decir que las Jineteras lo son por puro descaro, siento deseos de que la vida vire el curso y sean ellos los que vivan lo que yo tuve que vivir. Es injusto que la gente se cuestione así como así la vida de otras personas, sin conocer de la misa ni la mitad. Pero los cubanos han perdido la memoria de cuando fuimos un país humano y sincero. Hoy, allá, la gente solamente piensa en sus problemas y en sobrevivir; se ponen el traje de buena persona y salen a la calle a comerse a los demás en aras de algo en lo que la inmensa mayoría no cree, porque es el único modo que tienen de salvarse. El socialismo, que debe ser lo más humano, ha hecho a los cubanos inhumanos y expertos en ponerse y quitarse las máscaras. De niña tuve un sueño y creí que lo cumplía. Me dijeron que debía estudiar, que la Revolución se había hecho para que mujeres como yo tuvieran derechos y que esa Revolución lo único que me pedía era honestidad y entrega. Pero no precisaron qué tipo de entregas. Un día, conversando con uno de esos que todavía siguen allá, haciendo de las suyas, y con todo el poder suficiente como para hacerme polvo si cuento lo que han visto mis ojos, me dijo que a él le había costado mucho trabajo entender que para salvar la Revolución y lo que ella significaba era necesario incluso mentirle a la gente, cerrar la boca o hacerse el de la vista ciega. Eso no va en mí, por mi signo y por la misma educación que me dieron mis padres. Ya yo estaba acá, en Madrid, trabajando de conserje en un hotel, cuando un amigo del trabajo me trajo un periódico donde denunciaban las posesiones y negocios que tenían los hijos de muchos altos

dirigentes cubanos acá en España. Sentí vergüenza. Y sentí también mucha rabia, porque yo seguía con la máscara puesta, a propósito, quizás con el único pretexto que me quedaba para no hacer pedazos lo poco que me quedaba por dentro de mi país. Delante de todos hablaba maravillas de Cuba, del sistema, del gobierno. Y le había hecho creer a todos que yo era otra emigrante económica más. Y mi amigo venía a echarme en cara que yo debía abrir los ojos, que mis gobernantes, como todos, eran tipos ciegos de poder, y que como se dice por ahí: el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Ese día supe que no se puede vivir siempre con la máscara puesta, sobre todo cuando ya no te hace falta. Pero ese es un trauma que a los cubanos que emigran les cuesta trabajo quitarse, y sé que será uno de los grandes traumas nacionales cuando se produzca cualquier tipo de apertura o cambio político en el país. Esa noche, mientras recogía y separaba las toallas sucias que irían al día siguiente a la lavandería, tuve tiempo de pensar. Lo recordé todo. Me pidieron entrega, pero no me dijeron hasta dónde debía ser esa entrega. Era una entrega ciega, sorda, muda. Y eso iba precisamente contra lo que me habían enseñado: me enseñaron a pensar, me enseñaron a decir las cosas como las pensaba, y de pronto resultaba que no yo debía aceptar que no era conveniente pensar demasiado y no era conveniente decir las cosas como las pensaba. Querían que me convirtiera en un simple repetidor de ideas de otro. Y eso me pareció una ofensa tan grande a todos mis años de esfuerzo que algo dentro de mí se rebeló. Eso me costó el traslado a un puesto inferior. Voy a precisar: a un puestecillo de mierda, y perdona la palabra. Un día, allá en Cuba, un familiar me pidió que viera la posibilidad de asumir la defensa de cierta persona procesada precisamente por un delito que tenía que ver con la libertad de palabra y de expresión. Esa tarde, luego de salir del trabajo, comencé a revisar la Constitución Socialista, la reformada en 1992 que era la válida en ese momento, y descubrí que los cubanos vivíamos en una cárcel. Lo creí horrible. Todavía hoy la inmensa mayoría de los cubanos no saben lo que dice su Constitución. Si lo supieran estarían preocupados, y los que se han atrevido a disentir sin conocer lo que la Constitución establece, estarían aterrados. No pude defender a esa persona. Me sentí sin argumentos. El artículo 38 dice que “es libre la creación artística” y hasta ahí la redacción corresponde a lo establecido para cualquier nación democrática. Pero luego agrega: ““es libre la creación artística siempre que su contenido no sea contrario a la Revolución”. Eso es una ofensa a cualquier pensamiento mínimamente democrático. Lo peor está en el artículo 52, que demuestra que en Cuba no hay libertad de palabra ni de prensa. Allí dice: “Se reconoce a los ciudadanos libertad de palabra y prensa”, y nuevamente hasta ese punto lo establecido está acorde a otras constituciones democráticas. Pero luego escribe: ““Se reconoce a los ciudadanos libertad de palabra y prensa conforme a los fines de la sociedad socialista”. Eso es totalitarismo, en Cuba o donde se escriba.

Pasaron varias cosas que me siguieron lanzando bajo, casi hasta el fondo. Finalmente, una mañana de julio que no voy a olvidar nunca, mi jefa me llamó para comunicarme que se estaba preparando en mi contra algo grande y que quizás hasta me retiraran el título. Me aconsejó que pidiera una licencia sin sueldo aprovechando mi embarazo. Me había unido con un hombre hacía un año y aunque apenas tenía unas semanas de embarazo, ella me sugirió que argumentara malestares y sacara un certificado. Así lo hice. Nunca más volví a ejercer. Mi vida, a partir de ese momento fue un desastre. No puedo ya tener hijos. Tuve que vaciarme. Eran momentos tan amargos que me pasé los primeros meses disgustada, molesta, peleando por todo. Mi marido se ganó el sorteo de la Embajada de Estados Unidos y, como no estábamos casados legalmente, se fue solo. Eso me hizo saber que tampoco me quería lo suficiente como para sacrificarse por mí. Y aunque al principio me llegaron algunas cartas, un día dejó de escribir y tampoco volví a saber de él. Todo eso parece que me complicó la barriga y aborté. Entonces tuvieron que vaciarme. Mi padre había muerto siendo yo una niña y solamente tenía a mi madre, que todavía vive en su pueblito de Oriente, aunque ya gracias a mis parientes acá estamos haciendo todo para que venga a vivir con nosotros a Sevilla. Intenté buscar trabajo, cualquier cosa, pero era como si una sombra me estuviera persiguiendo a todas partes. Conocí lo que era la paranoia. Creía que todos los ojos me seguían, que el teléfono estaba tomado, que me abrían las cartas de mi madre, que mi apartamento estaba lleno de micrófonos. Mi desilusión total se la debo precisamente a la presidenta del CDR. Es una buena mujer. Todavía le mando regalos, incluso dinero, pues su hijo fue uno de los tantos que se quiso ir en balsa a Miami y nunca llegó. Me quería como una hija y una noche me lo dijo por lo claro: ella sabía todos los trabajos que yo había ido a buscar porque siempre venían a verificarme y ella atendía a los verificadores. También siempre les decía que yo era buena muchacha y todas esas cosas, y el verificador ponía cara de disgusto y le replicaba diciendo que se tenían pruebas de que yo era contrarrevolucionaria. Su consejo fue bien directo: que me pusiera a pintar uñas o me fuera del país porque nunca me iban a dar trabajo. Me puse a pintar uñas, a cinco pesos cubanos las manos, a diez pesos los pies y tampoco llegué siquiera a cubrir el gasto que hice comprando pinzas, limas y pinturas. Se me apareció un inspector y me puso dos mil pesos de multa. Tuve que sacar los ahorros del banco para pagarla y esa misma semana supe que al inspector lo habían mandado para que me velara y partiera en dos. La misma presidenta del CDR me habló de un trabajo, ilegal pero que daba mucho dinero. Era por Centro Habana. Estaban buscando una muchacha joven, bonita, y que supiera idiomas. La plaza era de camarera en una casa de alquiler que también tenía un restaurante pequeño. Era ilegal porque el dueño solamente tenía autorización para el alquiler, pero no para el restaurante. Y allí iban muchos turistas,

porque el hombre era hermano de un músico importante que tenía muchos contactos afuera, viajaba mucho, y siempre enviaba a sus amigos a que alquilaran en casa de su hermano. Esta lleno todo el tiempo. Y se trabajaba como una mula. Pero al final del día me llevaba a la casa los tres dólares que me pagaba el dueño como salario, la comida y las propinas de los clientes. Comencé a mejorar ostensiblemente. Estaba trabajando allí cuando conocí a Fernando. Es vasco. Muy agradable y con un corazón de oro en medio del pecho. Estaba en Cuba trabajando en unos negocios con una de las disqueras españolas radicadas allá, pero se iba en unos meses. Fernando me gustaba y yo le gusté desde el primero momento. Poco a poco fuimos acercándonos. Intimamos. Y un día me pidió que lo acompañara a la casa donde estaba alquilado en Miramar, en calle Séptima, cerca del supermercado grande de 5ta y 40. Me esperó a la salida del trabajo, me llevó a la casa y nos fuimos a su apartamento. Desde esa vez estamos juntos. Si a eso se le llama ser Jinetera, pues soy Jinetera. Pero no lo creo así. Yo estuve con Fernando entonces por amor. Y la prueba es que han pasado casi cinco años y sigo con él. El no es rico. En Cuba una se piensa que todos los extranjeros son ricos y nadie se imagina que yo, una abogada, tenga que trabajar en un hotel o en un restaurante siendo la esposa de un empresario español que en la isla se da vida de millonario. Ya no trabajo porque Fernando ascendió en su trabajo acá, pero cuando lo conocí era un simple vendedor en su empresa, con inversión mínima en Cuba aunque para los que conocieron esa discográfica pensaron siempre que era una inversión millonaria. Pasaron dos meses y Fernando tuvo que irse. Me pidió que dejara de trabajar y como me dejó bastante dinero, me propuse administrarme bien para sobrevivir hasta que él regresara. Así lo hice. El empezó a buscarme a la casa; a veces pasaba horas allí conmigo; salíamos a comer juntos y regresábamos caminando o en el carro de turismo que él había alquilado en Transtur. Eso llamó la atención de alguien y un día se apareció un inspector de la vivienda con el Jefe de Sector de la Policía. Alguien había hecho una denuncia de que yo alquilaba ilegalmente a turistas. Se formó el correcorre. Al final, luego de tres días de zozobra, y gracias a unos contactos que Fernando tenía en el Ministerio de Turismo, la denuncia fue retirada porque él mismo aclaró que el motivo de sus visitas a mi casa era de amistad. Yo le había dicho que no podía mencionar nuestra relación porque en Cuba no entendían que eso podía suceder sin que para ello una tuviera que ser una prostituta. Nos seguimos viendo, pero en la casa donde él alquilaba. Al final volvió a irse para España y ahí fue que empezó mi mayor desgracia. El Jefe de Sector regresó, esta vez con una denuncia de prostitución. Nunca pude averiguar quien hizo la denuncia. Lo único que supe fue que la presidenta del CDR se opuso a ese criterio y le dijeron

que ella no sabía nada de las cosas que yo hacía fuera de la cuadra, que yo salía con turistas y que por eso mi nivel de vida había subido en unos pocos meses, a pesar de que yo no tenía un trabajo oficial. Yo, que siempre creí en las leyes de mi país, soy testigo de que cuando es interés del Estado, el Gobierno y el Partido (que en Cuba son la misma cosa) no hay ley del Código Penal que pueda salvarte. Estaban de moda las granjas para Jineteras y sin hacerme juicio ni nada, fui a parar a una de esas granjas. Me dijeron que allí esperaría a la reclamación legal que hizo un abogado de oficio, pues no quise llamar a ningún conocido para no ponerlo en la disyuntiva de tener que defenderme en un juicio en el que todo estaba pactado para que se me condenara. No quiero hacer los cuentos. Todavía me erizo cuando los recuerdo. Aquello no tenía nada que ver con una granja de rehabilitación, nombre que le daban oficialmente. Era una cárcel. Una cárcel con todas las desgracias de una cárcel. La violencia era asquerosa. Los atropellos entre las presas eran un bochorno. Me sentí mal siendo mujer. Me sentí con asco. No podía entender como otras mujeres pueden engendrar tantos pensamientos sucios, tanta violencia, tanta rabia. No había visto nunca caer a las mujeres tan bajo, hasta el punto de hacer componendas para violar a las más indefensas. Allí supe que poseía un valor que quizás en otras condiciones no hubiera descubierto. Habían traído a una muchachita de unos diecisiete años. De las Villas. Le decían La Maga y creo que se llamaba Margarita. Estaba bañándose cuando dos de las mandantes fueron hasta ella y empezaron a tocarle las nalgas. La Maga se reviró y les gritó algo. Entonces una de las dos la agarró por el pelo y la viró hasta cogerla por la espalda, de modo que no podía moverse, mientras la otra comenzaba a chuparle las teticas a la pobre muchacha que empezó a llorar. Yo estaba en mi litera y desde allí se veía el baño. Pude ver lo que pasaba. Y el asco que sentí fue tan grande que me tiré de la litera y corrí hasta allí, en el momento en que la mandante dejaba tranquila las tetas de La Maga y se ponía a lamerle ahí abajo. Vi el trapeador en una esquina, lo agarré y se lo partí en la cabeza. Sin pensar lo hice. Era como si algo me cegara. El trapeador se había partido y cuando la otra vio a su amiga en el piso del baño, sin conocimiento y sangrando, se tiró hasta donde yo estaba. Tuvo mala suerte. Con mucho miedo, y para protegerme, eché el palo partido hacia delante y ella se enterró la estaca a un costado de la cadera. Se dobló y empezó a llorar de dolor. Empecé a patearle la cara, las tetas, la barriga. Las otras vinieron y nos separaron. Ese mismo día se las llevaron para otra granja, o no sé, pero nunca más volvimos a verlas. A mí me respetaron mucho desde entonces, aunque sólo yo sé que fue la suerte la que quiso que yo enfrentara a esas dos degeneradas que no debieron nacer nunca. También estaban los encarnes. No los voy a escribir porque esa sería historia para un libro sobre las cosas que pasaron muchas mujeres en esas granjas. Cosas horribles que nada tienen que envidiar a los

cuentos de horror que conocí por boca de muchas Jineteras con las que compartí esos cuatro meses. Hay de todo en ese mundo: las pobres que son arrastradas por chulos; las miedosas que no pueden enfrentar a su miedo y ceden a las presiones, incluso de sus maridos para que se prostituyan; las que lo hacen por puro placer sexual; las que apostaron por jinetear para salir del país, y muchas otras inocentes que, como yo, pagaban cuentas que algunas ni siquiera imaginaban. Uno de esos encarnes tenía nombres y apellidos. Y lo escribo por si alguien se conduele de esas pobres mujeres que seguro todavía está torturando. Se llama Jorge Miguel, civil de las FAR, encargado de custodiarnos en el campo, mientras trabajábamos. Una especie de capataz que abusaba de su poder. No recuerdo cuántas veces tuve que abrir las piernas para que se vaciara dentro de mí. Nos turnaba. Había seleccionado a las más bonitas y nos turnaba. Una por día. Con la amenaza de que sus influencias podrían hacer que nos pudriéramos allí. Un día descubrimos, gracias a un oficial, que era un comemierda sin poder ni influencias, a quien habían cogido robando como administrador en una Unidad Militar y lo habían mandado para la granja como castigo, con el sueldo rebajado incluso. A partir de entonces se valía de su pistola y de la ayuda de otro hombre, un guajiro subnormal, tartamudo a quien llamaban Metralleta porque hablaba cortando las palabras, que siempre andaba con él, para obligar a otras muchachas, nuevas todas, a que lo dejaran hacer. Fui viendo los cuentos que antes escuchaba en la calle y no creía: los guardias que aprovechan y sacian sus deseos sexuales sin ninguna contemplación; los que abusan de su poder y humillan a las presas obligándolas incluso a que se las chuparan delante de otros guardias; los abogados (una vergüenza más para ese oficio en nuestro país) que prometían sacar a las Jineteras de aquel lugar, cobraban una barbaridad y luego no hacían nada o se justificaban echándole la culpa a la rigidez del gobierno con aquellos casos; las muchachitas que no soportaban y se suicidaban (como Clara, la camagüeyana, de veintiún años, que se ahorcó colgando de un árbol un alambre de púas que ella misma había arrancado de una cerca, o como Luisa María, una de las muchachas que había sido amante de uno de los fusilados en el juicio de Ochoa y después que fue descubierta tuvo que servir de amante a otros jefes menores, que la amenazaron con procesarla porque sabía demasiado: amaneció desangrada en uno de los baños, luego de que se cortara las muñecas con el filo de la taza del inodoro que rompió a patadas para poder cortarse); los jefes de prisión que cambiaban mejoras en las condiciones de vida y pases a la ciudad a cambio de favores sexuales; los extremismos de algunos capataces (las mujeres guardianas eran las peores) que hacían casi reventar a las mujeres trabajando hasta altas horas de la noche “para que paguen sus puterías, cabronas”; las palizas de escarmiento a las que se resistían y querían denunciar (o denunciaban ante los psicólogos, abogados, y otros) los maltratos que recibían; e incluso el crimen: ninguna de nosotros creyó jamás que Liudmila, una negrita muy bonita que estaba allí

por haberle dado candela a su chulo, decidiera tomarse por su propia cuenta una botella del salfumán que se utilizaba para limpiar los baños, y sí sabíamos que ella había descubierto un negocio entre alguien de la granja y los campesinos de la zona; un negocio de venta de ropa, jabones, detergentes, comida y zapatos de trabajo que debíamos utilizar nosotras y jamás llegaron a nuestras manos. También vi, justo es decirlo, los esfuerzos de algunas psicólogas, abogados, y algunos oficiales que intentaban frenar tantas injusticias. Para ti, J.S.G, si lees este libro alguna vez, mi agradecimiento por todas las cosas que hiciste por mí, honrando tu profesión de psicóloga. Vi los cielos abiertos cuando un oficial vino a buscarme al campo una tarde y me dijo que tenía que acompañarla. Fernando me esperaba en la Oficina Principal. Lo supo todo y nuevamente (esta vez no le pregunté, y jamás he vuelto a hacerlo) usó ciertas influencias para sacarme de allí. — Mi desilusión con Cuba ya rompió todos los parámetros — dijo con una decisión que no le conocía —. Te vas conmigo a España.

OTROS TESTIMONIOS

N

o incluidos en la versión original de Habana Babilonia o Prostitutas en Cuba, estos testimonios pretenden ofrecer solamente una muestra de las numerosas entrevistas realizadas a

Jineteras en todo el país por mí mismo o por otros periodistas que han preferido mantener el anonimato. Sería injusto si no hiciera saber que más de la mitad del trabajo investigativo que aparece en estas páginas se debe a colaboraciones recibidas de colegas, amigos, familiares y otras fuentes, entre ellas, mucha gente de pueblo que se interesó en apoyar mi investigación personal por considerarla tan necesaria como dolorosa en tanto develadora de una realidad que también a ellos les preocupaba. Lo he dicho ya en relación con otras personas: siento no poder citar aquí sus nombres en justo agradecimiento. Tampoco quiero dejar de agradecer a ciertos funcionarios de ciertas instituciones estatales implicadas de algún que otro modo en la lucha contra el fenómeno de la prostitución: jamás me concedieron entrevistas a ellos solicitadas (y cuyas solicitudes conservo), argumentando que yo «no realizaba una investigación oficial autorizada». Por esa negativa, felizmente, pude acceder a la complicidad de serios trabajadores de esas instituciones (profesionales de muy alto nivel en su mayoría) que también colaboraron con este proyecto.

En sentido general, para este libro fueron entrevistados: 125 Jineteras 32 proxenetas 15 dueños de Casas de Alquiler 3 dueños de Burdeles 2 dueños de Casas de Juegos 4 Dueños de Casas para Shows de Travestismo 9 Travestis 6 taxistas estatales y 4 particulares

4 gerentes de Hotel 27 Otros (médicos, psicólogos, abogados, policías, personal hotelero, trabajadores publicitarios, delegados de base del Poder Popular, funcionarios de los CDR y la FMC, etc.)

OTRAS VOCES Todos estos testimonios han sido reelaborados a partir de fragmentos tomados de las entrevistas realizadas. Aún así se ha intentado mantener la forma en la que cada entrevistada se proyectaba al responder.

Tahimí. 17 años. Ciudad de La Habana La droga me hundió en esto. Comencé a fumar marihuana en los espectáculos del Teatro América, en Centro Habana, y me ponía tan mal que al final siempre terminaba acostada con cinco o seis amigos y amigas de la escuela. Sólo al día siguiente me daba cuenta de que habíamos hecho orgías asquerosas donde nos revolcábamos como perros en celo. Uno de esos muchachos, Fabián, que todavía es mi chulo, me obligó a buscar y acostarme con turistas por solo unos pesos. Me amenazó con decirle a mis padres las cosas en que yo había caído. Mi padre nunca me ha permitido ni que yo hable de tener novio. Ni con mi madre habla. Lo de él es el trabajo y el trabajo. Sé que me mata si se enteraba de lo que yo hacía por andar fumando droga a escondidas.

Yadira. 19 años. Isla de la Juventud Mi madre es una hija’eputa que bien muerta está. Ella trabajaba de cocinera en una beca donde había montones de africanos y durante mucho tiempo trajo cantidad de cosas a la casa porque se templaba a los negritos en la cocina y ellos le daban cosas y le hacían regalos. Un día uno me vio en una foto y le dijo que porqué yo no iba por allá. Para no hacerte largo el cuento, te diré que ella me encerró con aquel negro en un cuarto que usaban de almacén y me dijo “a templar, mamita, que hasta hoy fui yo, pero ellos quieren carne fresca”. Y como yo quise negarme, me dijo que si yo no deslechaba al negro iba a tener que irme a vivir a la mierda porque en la casa no volvía. Así mismo, con esas palabras, que ni yo misma imaginé nunca en boca de la que me parió. Ese día empecé a conocer quién era de verdad. El negro me vino pa’rriba y ya te puedes imaginar el resto. Desde entonces ando en esto; claro, ahora he logrado picar más alto y ando con un israelí, de esos que son dueños de la empresa que procesa las toronjas aquí.

Nurma. 22 años Ciudad de La Habana Ser maestra no me sirvió de nada. Es verdad que la educación en Cuba es un logro, si lo comparas con lo poco que hay en otros países, pero en esos planes no tienen en cuenta que los maestros somos seres humanos y tenemos necesidades. Los de arriba nada más piden sacrificio y esfuerzo y entrega y esas mierdas, pero no te suben los sueldos, no dan estímulos, nada. Una noche estaba sentada en el Malecón, se me acercó un turista, muy joven él, lindo cantidad. Y como yo tampoco soy fea, parece que le llamé la atención. Nos fuimos a la Casa de la Música. Yo cogí tremenda borrachera y cuando vine a dar en mí, pues ya estaba encuerita con aquel muchacho en el hotel Santa Isabel, en La Habana Vieja. En una noche gané, gozando de lo lindo, pues el muchacho era un fiera en el sexo, lo que no ganaba yo en cuatro meses de salario. Negocié con él y le dije que siempre que viniera algún amigo suyo de visita a Cuba, le diera mis datos para que me buscaran. Dejé de dar clases y ahora vivo de eso. Todo lo que ves en esta casa lo he comprado con ese dinero.

Isabel. 33 años. Pinar del Río Daniel es como el hermano que no tuve. Me cuida mucho. Es bueno y no puedo acusarlo de que sea un chulo desgraciado, como hay muchos por aquí. El tiene carro, su mama alquila para los turistas en Viñales y tiene un tío que trabaja en La Habana en un lugar donde consigue bien barato el ron y el tabaco Así es fácil y eso nos da buen dinero porque ofrecemos el servicio completo. Yo pongo la carne; es decir, mi cuerpecito, él pone el transporte y los abastecimientos. Casi siempre los turistas que atiendo los cazamos en Viñales o en Las Terrazas, no porque andemos mucho por ahí, sino porque los que buscan lugares como esos suelen ser gente tranquila, inocente, fáciles de engañar. Yo pongo todavía más cara de mosquita muerta que la que tengo y los cazo facilito facilito.

Duniella. 20 años. Ciudad de La Habana A mí me pusieron a trabajar en los shows de Tropicana. Mi chulo tenía contactos con los trabajadores de allí y siempre lograba que yo tuviera alguna mesa reservada. Eso era una vez por semana, porque mi trato con él fue que yo no podía desgastarme con cualquier turista muerto de hambre. Alguien allí le avisaba cuando había reservaciones hechas por gente con billete grande y entonces era que nos poníamos a trabajar. Siempre íbamos Sandra y yo, solas, y con esas mañas que va una ganando con el oficio siempre nos llevábamos algún ricachón a la cama. Si no era ese día, por lo menos dejábamos el contacto hecho para cualquier otro día. Sandra llegó a especializarse en los alemanes. Ella es una india liadísima con el pelo por la cintura y un cuerpo que pa’qué… y a esos cabrones les vuelve loco ese color. Hicimos buena pareja. Pero un día se empató con uno que tenía SIDA, no se cuidó porque el

hombre parecía limpio y le gustó, y hace un año está en el reparto Bocarriba. En este negocio hay errores que no se pueden cometer.

Gabriela. 26 años. La Habana Los jodedores dicen que lo mío es el “jineteo intelectual”. Y va y es verdad. Yo aprovecho que nací con un don bárbaro para la pintura y tengo mi casita convertida en un estudio. Me muevo desde aquí hasta San Antonio de los Baños, casi siempre cuando hay Bienal Internacional del Humor, y allá me pongo a tirarles la red a los extranjeros que vienen a ese evento. Un amigo escritor me dijo que podía quedarme fija con uno que viniera todos los años, pero esa cuenta no me da. Los humoristas siempre andan con una vara de hambre, tienen poco billete, y por eso siempre cambio los disparos, buscando al mejor postor. Yo no me considero una Jinetera, aunque vivo de eso. Y si no es en la Bienal del Humor, es en la Bienal Internacional de Artes Plásticas. Lo mío es este giro. Y le he sacado buenos dividendos, no creas. Mira: mis novios de ocasión me han invitado a Brasil, Argentina, México y España. He vendido mis cuadros en todos esos lugares y siempre, además de hacer cosillas malas, a solas y a desnudas, me compran alguna de mis obras, o se las sugieren a sus amigos. Dinero queda del lado de acá. Y no poco dinero, por cierto.

Flavia. 24 años. Ciudad de La Habana Yo vivo aquí, en Santa Fé. ¿Para qué voy a tirarme hasta La Habana si aquí tengo trabajo hasta para no dar abasto? No salgo de la Marina Hemingway. Primero porque es un lugar donde vienen muchos turistas forrados en dólares, y segundo porque ya allí todo el mundo me conoce. Sangre, sudor y lágrimas me costó, pero ya estoy a mis anchas. Tuve que dispararme a más de seis custodios, a cada rato tengo que soltarle regalitos a unos cuantos de los de Seguridad para que me dejen seguir en las mías. Y con esta cara y este cuerpo que todos tienen que mirar, no hay platudo que se me escape, sobre todo los que vienen a los torneos de pesca de la aguja. Es una regla que no falla: los pobretones no tienen yate; el que tiene un yate, es porque guarda una millonada de washingtons en algún banco. Y esos, para mayor suerte, vienen a pescar agujas y a pescar mulatas, como yo.

Katia. 18 años. Matanzas Mi mamá se fue para Miami en el 94, ilegal, en un barco en el que mi tío vino a buscarla, y me dejó la casa en Varadero. Yo me quedé con mi papá, y Dios sabe que estuve con él hasta que se murió. El no se quiso ir con mami porque sabía que allá no iba a tener los cuidados que tuvo aquí. Siempre le quedó la esperanza de mejorar, y se murió cuando él quiso, después que descubrió que ya nada lo iba a salvar. En los papeles dice que siempre viví aquí, aunque hasta el 97 viví en Cárdenas. Empecé a alquilar los

cuartos bajos de la casa. Ilegal, porque no teníamos licencia. Yo estudiaba en el pre y con eso vivía bien, y ya estaba esperando a que mami me reclamara. Entonces un amigo del pre vino a verme y me propuso un negocio. El tenía dos primas, guajiras, de un pueblo de Holguín que creo se llama Limoncito o Limoncillo, no recuerdo bien. Eran Jineteras allá, las cogieron presas, las metieron en una granja y salieron. Querían seguir jineteando y decidieron venir a Varadero. El necesitaba un lugar donde meterlas. Ahora yo trabajo con ellas. Al poco tiempo de tenerlas alquilada, Rubén me amenazó con denunciarme a la policía si no me ponía a trabajar con ellas, pues necesitaban hacer un trío de putas para un negocio grande. Desde entonces me tiene amenazada porque mi mamá no acaba de mandar a buscarme y yo no puedo perder la casa. Si él me denuncia, me la decomisan, como le han hecho a otra gente.

Yuly. 15 años. Ciudad de La Habana Salí con una barriga a los 13 años. Mi papá me botó de la casa y le dijo al que me preñó que tenía que ocuparse de mí. Yusnel es la mierda más grande que yo conozco como hombre, borracho de mierda, y se mete inyecciones de una droga que inventan él y un socio que tiene. Anda en las nubes todo el tiempo. Estos moretones me los hace él a base de piñazos. Fui a pedirle a mis padres que me dejaran volver con ellos y mi papá dijo que no. Me enteré después por una vecina que casi desbarata a golpes a mi mamá, porque parece que ella quiso meter la mano en la candela por mí. Yusnel no trabaja. Lo han cogido preso un chorro de veces por escándalo público, pero tiene suerte y lo sueltan rápido. Dice una amiga mía que lo sueltan porque es chivato y delata a otra gente para que lo dejen libre. Puede ser. Cuando no tuvo dinero por un negocito que tenía de vender droga, empezó a traerme aquí, a 51, y me pone a trabajar con estas otras que también cobran en pesos cubanos. No quiero ni pensar en lo que he visto en este lugar. Hay días en que tengo que chuparle ahí, ya sabes dónde, a más de diez hombres, por treinta pesos cubanos. Ellos arriman sus carros, nos montamos: yo delante y Rubén atrás, yo hago lo mío metiendo la cabeza entre las piernas del hombre y después el hombre le p aga a Rubén. Todo se lo gasta en comprar más droga.

Aracelys (Celi). 21 años. Cienfuegos Soy de un pueblito en las lomas que se llama La Sierrita. Allá todavía viven mis padres. Vine a Cienfuegos a estudiar en el Pedagógico y por las tardes nos íbamos a dar vueltas por el malecón y terminábamos en la zona del Hotel Jagua y el Palacio de Valle. Soy bonita, lo sé, y los turistas, muy jovencitos todos, porque parece que acá nada más vienen muchachones, se metían conmigo y mis amigas, por juego, me decían: dale, chica, si es bonito. Un día me decidí y me quedé conversando con uno. Era colombiano. Yo no era señorita ya; me había acostado con un profesor de Música del

Pedagógico y sabía bien qué cosa era el sexo. Le pagó al de la puerta, al del lobby y subimos por las escaleras. La pasamos muy bien. Regresé por la noche al albergue con treinta dólares y esa semana pude invitar a todas mis amigas a tomar refresco y helados y algún que otro sándwich. Hoy sé que fueron niñerías y que el colombiano gozó conmigo, casi virgen todavía porque lo hice antes sólo una vez, por sólo treinta dólares. Ahora cobro más, pero desde entonces decidí dejar la carrera, me compré una casita aquí en Cienfuegos, compré un carro que yo misma manejo y busco a mis clientes en el Jagua, o allá enfrente, en el Pasacaballos y Rancho Luna, y hasta me doy mi saltico a Trinidad en las temporadas malas.

Yelina. 23 años. Ciudad de La Habana Yo no ando con cualquier extranjero, que se sepa. Capturo a mis víctimas en los grandes eventos económicos que se celebran en el Palacio de las Convenciones, en Pabexpo o en ExpoCuba: las Convenciones Internacionales de Turismo, las Ferias también internacionales del Habano y la Alimentación, cosas por el estilo. Ahí vienen tíos con dinero suficiente como para levantar este país, pero a mí no me importa que lo levanten si me levantan a mí. No llegué a graduarme, pero casi soy universitaria y conozco italiano, alemán e inglés, los idiomas básicos para poder moverse en este lío de los grandes empresarios. La técnica no falla: voy los primeros días, doy un bojeo a ver qué tipos parecen ser de dinero y que puedan gustarle las rubias despampanantes como yo. Y por ejemplo, si el hombre es importador de jamones, busco la forma de empaparme rápido en las cosas del jamón, vuelvo a caer por allí y le dejo ver que conozco alguito del tema. Muerden el anzuelo sin mucho esfuerzo. Luego los zalameo, los envuelvo y al final me los llevo a donde ellos quieren: la cama. Cobro caro, y por eso tengo esta casona y ese carrazo que ves allá afuera, en este barrio que todos saben es de primer nivel.

Nora. 19 años. Villa Clara Lo difícil de vivir aquí es que a esta salá provincia no llega mucho turismo. Siempre algo llega, pero son gente de tránsito que viene casi siempre por paquetes turísticos y trabajar a esos turistas y morirse de hambre es la misma cosa. Por eso me veo obligada a pasar temporadas en La Habana, Varadero, y Trinidad, o a irme para los Cayos, que es más peligroso pues hay muchos ojos puestos en las Jineteras. Pasé un poco de trabajo al inicio por el asunto de los viajes de un lado al otro, los alquileres, ya sabes… Pero cuando empezaron a caerme los turistas que pagan bien, fui levantando cabeza y ahora me conviene estar como estoy. Acá la mayoría de la gente piensa que yo tengo un trabajo en La Habana. A todo el mundo le he dicho que soy modelo y eso ha despejado las sospechas iniciales, porque en Santa Clara y sus pueblitos adyacentes hay tanta hambre, muchacho, que cualquiera muchacha que regrese de la capital o de otro lado y levante un poquito su nivel de vida, ya es mirada como Jinetera. Ahora espero

tranquilita a que cualquiera de mis dos chulos me busque un cliente, él me llama, pago los diez dólares que vale una máquina hasta La Habana, que es donde ellos están, y voy a cumplir con mi horario de trabajo. Así me cubro las espaldas.

Desirée. 16 años. Ciudad de La Habana Mis padres no saben nada de lo que hago. Mi padre quedó hecho pedazos después que en el período especial le dio la neuritis y apenas puede caminar, y mamá, que siempre lo ha adorado, vive para él. Como toda la vida, desde niña, he sido muy desenvuelta, ellos me dejan hacer mi vida sin preguntar mucho. Mi padre piensa que el dinero que llevo a la casa es parte de lo que me pagan por conciertos que da la orquesta a la que pertenezco en el Conservatorio de Música. Es mentira. Dejé el conservatorio y de música no toco ni una letra hace un par de años. Me enamoré como una perra de Danilo y él me metió en esto. Es un enfermo sexual. Le encanta el sexo entre tres o cuatro, en grupos. Y se dio cuenta de que hay turistas que pagan muy bien por ver un show así, o por gozar en un show así. ¿Ves esta cicatriz que empieza aquí, encima de la nalga? Me atraviesa toda la nalga, de lado a lado. Me la hizo Danilo con una navaja de barbero cuando le dije que si él quería se metiera en eso de los shows, pero que yo lo iba a hacer sólo con él. Prometió que me descuartizaría si no sigo en esto. Pagan bien, pero repartido entre tres o cuatro, y a veces entre cinco, es una miseria. Da más cuando él me obliga a irme a la cama con algún turista. Danilo coge la mitad y me da la otra… Lo triste es que creo que mamá algo se huele. Fui a darle un billete de veinte dólares hace poco y le vi la tristeza en la cara: “cuídate mucho, mijita; la calle está llena de enfermedades malas”, me dijo. Cogió el dinero y se fue a buscar en la farmacia del Cira García, en dólares, una medicina que mi padre debe tomar siempre y que no aparece en ningún lugar en pesos.

Arisley. 22 años. Sancti Spíritus He tratado de irme de este país tres veces y siempre me viran. Es un asco. La gente pasa hambre y se va a las tribunas abiertas a dar gritos de mentiritas. Conozco a unos cuantos que fueron porque antes daban puloveres y cajitas con pollo frito, de ese que venden nada más que en dólares. Así mataban un poco el hambre y tenían algo más con qué vestirse. Yo dejé de estudiar y aquí me ves, convertida en una reina. En este mundito me conocen como la Reina de Trinidad, y mi chulo, que es el que más manda en todo esto, siempre me elige los mejores turistas. No estoy allá, en el yuma, como soñé siempre, pero estoy aquí, gozando desde cualquier lado en que tú lo mires: me acuesto y gozo, cobro bien y vivo mejor que todos esos idiotas que se pasan el día sudando por un salario que no les alcanza ni para una quincena, me paso la vida dándome la gran vida en los hoteles… un vacilón. Dicen que ser puta, allá afuera, es una condena; acá en Cuba es una gozadera, un vacilón.

Luzbella. 22 años. Ciudad de La Habana Somos cuatro hermanos. Tres varones y yo, la hembra. Ellos son los mejores en hacer lo que otros chulos no hacen: pescar a los turistas bobos que vienen a recorrer las calles, embobados con las casas viejas, aunque estén parados arriba de una plasta de mierda. Mis hermanos los asedian, les proponen tabacos, música, ron… ¡y la mulata! ¡Yo, Luzbella, la más bella! Ganamos bastante porque esos turistas son más bobos que el Rey de los Bobos y se ponen a caminar por las calles porque se han creído el cuento ese de que los cubanos somos hospitalarios, desprendidos, desinteresados. Eso era en otra época. Hoy el cubano, desde que ve a un turista, lo que ve es a un dólar parado en dos patas, y lo único que piensa es en cómo sacarle dinero. Es fácil hacerles un cuento a esos que vienen pensando en esa bobería.

Carmen Lídice (Calidi). 25 años. Ciego de Ávila Calidi es fuego que quema. Así dicen todos los que me han probado. No creo en los chulos. Me compré esta makarov en 500 fulas y al que se quiera hacer el gracioso le meto un tiro en los cojones que lo mando a volar con Yuri Gagarin. Mi dinero es mío porque lo gano con este cuerpo que se va a tragar la tierra. Tengo tuenti faif yiar y estoy en esto desde el 90, cuando había que bailarse a los rusos o a los negros africanos que estudiaban en Cuba, así que qué cosa no habré visto yo para que un zoquete quiera venir a estafarme. Pobre de la Jinetera que se deje mangonear por un chulo. Jamás va a salir del hueco. Yo pincho y busco al turista en desde los cayos hasta Santa Lucía en Camagüey, y lo que me gano, lo clavo, lo guardo. Gasto un poco, pero lo otro lo guardo, porque aquí van a pasar cosas y hay que estar preparada, y en este mundo estar preparada se llama tener dinero, moch mony, boy.

Adolfi. 18 años. Ciudad de La Habana Mauricio se murió de SIDA. Siempre trabajamos en pareja con turistas que pagaban bien por vernos hacer eso. Pocas veces teníamos que hacerlo con ellos. Y no me molestaba mucho porque en él fue mi primer y único hombre. Y no era malo. Pero esa vez estuvimos con aquellos dos italianos. Mauricio se empezó a sentir mal y por mediación de una amiga nuestra, Magaly, se hizo un análisis y dio positivo. Magaly le dijo que no iba a decirle nada a la gente de Salud Pública, porque él se puso muy mal y dijo que se iba a matar. Se encerró en su casa, y como vive solo, nada más iba yo a verlo y llevarle la comida. No duró ni un año. Se fue poniendo horrible. Parecía que se le iban a reventar los pulmones y siempre estaba con dolores de cabeza. El pelo empezó a caérsele y hasta un día vi cómo soltaba pedazos de pellejo de unas ronchas que le salieron. Amaneció muerto. Desde ese día también yo vine aquí, a su casa y solamente saben que estoy en este apartamento, dos o tres personas, que me traen algunas cosas para que yo no tenga que salir. Pero tengo mucho miedo. Sé que no voy a soportar esto.

Nota: Adolfi se pegó candela y murió. Su amiga Magaly, esposa de uno de mis más grandes amigos, la encontró y fue quien me contó esta historia. Ella arregló todo para que pareciera un suicidio más. Adolfi no aparece, por eso, en los índices de control de enfermos de SIDA en Cuba. Fernanda. 28 años. Camagüey Llevo dos años trabajando aquí. Intento olvidarlo todo, pero cualquier basura, hasta la música, me lanza de nuevo hacia el recuerdo de esos seis años de mi vida. Puedo decir que estuve con más de quinientos turistas en ese tiempo. Y si no fuera porque me agarraron un día y ese capitán de la policía se convirtió en el amigo que nunca tuve hasta ese momento, desde que me vio entrar en la Unidad, todavía anduviera yo aguantando montañas y montañas de mierda a ese cabrón de Manolito, que me obligó a trabajar todo ese tiempo en los hoteles de la playa Santa Lucía. Gracias al capitán no tuve que pasar ninguna granja para rehabilitarme. El y su hermana, que también es militar aunque no policía, se han encargado de meter mi vida por el camino que siempre debió llevar. Yo pensaba horrores de la policía, pero gracias a él hoy sé que hay mucha gente allá adentro, en la policía, que vale la pena.

Soledad (La Sole). 31 años. Ciudad de La Habana Una misma debe descubrir hasta cuándo debe estar en esto. No quiero ser como mucha de esas putas de Monte y Cienfuegos, Guanabacoa o 51, que estuvieron trabajando en el turismo unos años y cuando ya nadie pagaba un centavo por ellas siguieron haciendo lo mismo pero moneda nacional y para los cubanitos. Una puta de 31 años, como yo, ya empieza a ver el futuro bien negro. Lo más difícil ha sido acostumbrarme a este nivel de vida, mucho más bajo del que yo tenía mientras estuve de Jinetera. Todavía yo tengo suerte pues mi hermano se fue para el Norte en el 94 y allá se casó con una americana dueña de una cadena de peluquerías y me envía dinero cada dos meses. Pero hay muchas otras que, cuando les llegue el momento de abandonar el jineteo, si no han sido inteligentes como para tener guardado bastante dinero, se las verán en un callejón sin salida, y a oscuras.

Yanira. 23 años. Las Tunas Pescar a los turistas de tránsito no es fácil. Pero se logra. Hay que ir una vez, otra, otra más, y al final siempre caen. Y la filosofía más útil es saber que hay que morder bien fuerte. Quiero decir que aquí en Las Tunas hay que tener bien claro que el turismo pasa de largo porque, excepto el Hotel Las Tunas, no hay nada que mirar. No hay en toda Cuba pueblo más mierda que este, estoy segura. Hay que arrancarle el bolsillo al turista que pasa. Y eso no es fácil. Eloy y yo lo planificamos bien. Yo busco al turista; si hay que acostarse con él, me acuesto; y al final forzamos la jugada. Llevamos al hombre a un lugar donde no pueda resistirse y aplicamos la violencia: le vaciamos hasta del perfume que trae pegado al pellejo. Nos han denunciado como tres veces, pero todavía no nos han agarrado.

Adianet (Ady). 24 años. Ciudad de La Habana No puedo negarlo: quise ser Jinetera, pero no me dieron chance ni a sacar las uñas. Luego una amiga que sí es Jinetera me dijo que a mí nada más se me ocurría ir a hacerme la bárbara a la zona más peligrosa de toda La Habana: el Triángulo de las Bermudas. Allí mismo, como a las dos semanas de estar trabajando por mi cuenta, se me aparecieron dos jineteritas con un chulo y dos negritos más, dijeron: “es esa”. Y sin decir más nada me entraron a patadas y me cortaron por todas partes. Si no llega a ser por un policía que estaba cerca, me matan. Pero con todo y eso me dieron seis puñaladas y me hicieron estas heridas que tú ves en los brazos, la cara y las piernas. Los hijoeputas me dicen Ady Tasajo. Como nunca quise estudiar, porque dejé la secundaria en el noveno grado, y en mi casa somos once y nos dicen El Batallón, tuve que irme a la autopista, a trabajar de Rastrera. Nota: Las Rastreras son una nueva especie de Jineteras. Se las ve parando carros en diversos lugares de la ciudad, sobre todo en las salidas de la Ciudad de La Habana. Ofertan sus servicios rápidos, básicamente masturbaciones, sexo oral, y en pocos casos, sexo completo, por precios muy baratos, en moneda nacional. Inocencia (Ceci). 24 años. Holguín Me dicen la Diosa de Ébano de Guardalavaca. Y es verdad. No hay negra que pueda pararse a mi lado en todo esto. Soy de Banes. Y he llegado a ser lo que soy, y a tener los clientes que ahora tengo, haciendo algo que las demás Jineteras no hacen: refinarme. Me paso la vida buscando revistas de moda, comprando cremas buenas, perfumes caros. Y ese gasto no es un gasto para mí, porque me ayuda a caminar mejor, a ser más fina, a dar la imagen de una persona de nivel, que es algo que los turistas pagan muy bien, porque están cansados de la vulgaridad de esas Jineteras sin cerebro que nada más piensan en mover el culo, como si así resolvieran todos sus problemas

Mireya. 14 años. Ciudad de La Habana Me salvé de eso por mi tía que me trajo a vivir a su casa. Mi mamá se fue en una balsa hace dos años y hace poco mi tía me dijo que ella y mi hermanito se ahogaron. Nadie sabe cómo fue. Yo no pude irme porque el dueño de la balsa dijo que no cabía más nadie y mi mamá me gritó desde la balsa que ella me iba a mandar a buscar. Mi tía estaba conmigo ese día y me dijo que me fuera a vivir con ella, pero mi papá se echó a llorar cuando se lo dije, me dijo que mi mamá lo había dejado por otro y que por eso se fue con ese otro hombre en la balsa. Me dio lástima. Me quedé a vivir con él. Pero él nunca me quiso. Cuando yo tenía siete años me toqueteaba si mi mamá no estaba y me decía que me iba a matar si yo soltaba la lengua. Desde que mi mamá se fue, él se emborrachaba y llegaba peleando y diciendo montones de malas palabras sobre ella, que era una puta, una yegua, una singá. Una noche volvió a

tocarme. Estaba borracho y repetía bastante el nombre de mi mamá cuando me tocaba las teticas y ahí abajo. No me pudo hacer nada porque se quedó dormido. Después comenzó a dejar que dos de sus amigos me tocaran también; le daban dinero para ron o traían la botella. No dejaba que me tocaran allá abajo, y les decía a ellos que solamente me pusieran a chupársela. Uno de ellos, Regino, un negro grandón y feo, que metió a sus dos hermanas a Jineteras, lo convenció para que yo hiciera esas cosas con algunos turistas que venían buscando niñas. Alguien se lo contó a mi tía y ella vino a buscarme, con policías y todo. El está preso ahora. Pero en ese tiempo hice eso con diez o doce extranjeros, no me acuerdo bien.

Eva. 18 años. Granma Quedarse aquí es lo mismo que morirse. Si hubiera que poner a Granma en el mapa de un cuerpo humano, su lugar sería el ojo del culo. Empecé a trabajar de camarera en Marea del Portillo, en el hotel, pero a medida que fue pasando el tiempo algo me fue demostrando que yo no había nacido para ser criada, y ser camarera es ser criada, aunque se le diga otro nombre. A este lugar no viene mucho turismo, y mi salario es una mierda. Y para colmo, la poca propina que te dejan los turistas, hay que darla para que el hotel cumpla el plan que tiene con el Estado. Y de eso nadie escapa, porque esto es tan chiquito que siempre hay un ojo que te ve, como dice la canción: hay que entregar la propina porque si no, te botan… La falta de turistas me obligó a lo de cobrar en las dos monedas: en pesos cubanos y en dólares. Los que se acuestan conmigo, los cubanos que se alojan aquí, pagan en pesos; y los turistas, en dólares. No se puede perder a los clientes, no me puedo dar ese lujo, porque en esta parte de la isla, la vida está más dura que en la capital.

Conchy. 23 años. Ciudad de La Habana Mi sueño es enganchar a un turista que esté dispuesto a casarse conmigo y que me lleve a vivir a su país. Estoy en esto porque me gusta. Nací con esto entre las piernas y desde niña me dio placer que me lo tocaran. Seguro hubiera sido una puta más de esas, que hay muchas por ahí, que cambian de macho como de blúmer, y luego se hacen las decentes cuando nos miran jinetear, como si no fuera lo mismo lo que ellas hacen y lo que hacemos nosotras. Ellas no cobran, pero se van a la cama con uno y otro y otro. Al final es lo mismo. Como dice una de nosotras: la moral, en este negocio de la putería, que es más viejo que el Matusalén ese, no se mide porque cobres o no, si no por los hombres que te llevas a la cama. No me gusta este país. No tengo nada en contra del sistema. Ni me importa quien cojones esté mandando en el país. Pero mi sueño es vivir en Italia, España, Francia, Grecia. Mira eso: Estados Unidos no me gusta. Me encanta Europa, y por eso yo ni con los canadienses quiero juego. Están muy

cerca de Estados Unidos. Lo mío son los europeos, y a esos, con el color de mi piel, los cazo sin que ellos se den cuenta.

Ismary. 19 años. Santiago Sé que soy un caso raro. Nunca pensé que iba a ver todo lo que vi en esos dos años. Desde que era niña, Juany dijo que yo iba a ser su puta. Era viejo ya desde la primera vez que me lo dijo, cuando se me paró alante una mañana en que yo iba camino a la escuela. Dicen que se fue del país para que no lo agarraran. Lo primero que hizo cuando yo cumplí quince años fue velarme y arrastrarme para la casucha donde vivía solo en Calle 12, bajando desde la Loma del Burro. Me violó hasta cansarse. No me dio ni un golpe, pero me amarró las manos y luego me amarró también los pies, abiertos, a los tubos de la cama. Se vació adentro de mí como tres veces. Luego me dijo que a partir de ese día, una vez a la semana, yo tenía que ir allí, solita y sin que él me buscara. Si no iba, mi papá se las tendría que ver con él. No puedo decir que fue él quien mató a mi papá. Una semana dejé de ir a su casucha y varios días después encontraron a mi papá en un fanguizal del barrio Los Cangrejitos, pegado a la bahía, con la cabeza hundida por una pedrada o algo así. La policía nunca supo quien fue. El volvió a buscarme y me dijo: “si me hicieras caso, putica… ¿quieres que tu mamacita amanezca con la boca llena de hormigas?”. Fueron dos años acostándome con él y con turistas que él me llevaba a la casa de un señor que alquilaba en el reparto Sueño, cerca del Preuniversitario Cuqui Bosch. Nunca me pagó ni un centavo. Mi mamá no entendió mi cambio. De la noche a la mañana yo me había convertido de una muchacha estudiosa en una loca que dejó la escuela. Cuando logré engañar a José Manuel para que me llevara a La Habana y se casara conmigo, sin que Juany se enterara, le dio una isquemia cerebral. Cargo con esa culpa siempre. Mi tía Norma me contó que murió un año después, cuando ya yo estaba acá en Almería, luego de otra isquemia de la que no salió viva. Nunca estaré tranquila por esas muertes. Dejé a José Manuel y me vine a este lugar. Nota: Ismary, prima de uno de mis compañeros de carrera que actualmente vive en Miami, ingresó a una congregación de monjas en mayo del 2002. La conocí en el año 2001, cuando preparaba su salida del país junto a su esposo. Hasta Almería le llevé algunas cartas y cosas personales. Fue entonces cuando me refirió su historia. Por razones morales me pidió que no revelara su nombre real. Dulce María (Dulmita) 22 años. Ciudad de La Habana Cuando una se mete en esto, no hay vuelta atrás. Yo pensé que era distinto, que se podía hacer dinero fácil, sin sudar. Una se engaña cuando no tiene cerebre, como yo, más bruta que una mula. Los chulos son unos degenerados que no te dejan en paz si alguna vez decidiste negociar con ellos. Ni huyendo a vivir un tiempo con mi familia en Camagüey, me dejaron en paz. Dejaban recados con mi madre. Ella siempre supo en lo que yo andaba y ellos se aprovechaban de eso para meterle miedo y decirle que si yo

no regresaba a trabajar me iba a encontrar podrida en cualquier basurero de La Habana. Regresé para evitar que se me enfermara de los nervios. Nuestra zona de trabajo era desde el hotel Copacabana hasta el Comodoro, una zona peligrosa porque hay muchos chulos y las broncas entre ellos son del carajo. Gracias a Dios que pude conocer a Jorge Luis. Es feo como la mayoría de los dominicanos, pero es un hombre buenísimo. Ahora vivo aquí, en Santurce, y gracias a Dios ya no soy Jinetera.

Lermis. 29 años. Guantánamo Baracoa es el lugar perfecto para trabajar sin que te molesten mucho. Casi todos los paquetes turísticos terminan o pasan por este lugar y eso hace que las Jineteras no tengamos que estarnos matando unas a otras, como pasa en algunas provincias. Los cuentos de las fajazones entre Jineteras le erizan los pelos a cualquiera. Pero aquí es distinto. Tampoco hay tantos chulos, aunque los hay. Y al menos un par de los más conocidos son de armas tomar y explotan a las pobres muchachas que tienen en su poder como si fueran esclavas. Los turistas más fáciles son los que vienen en plan fly and drive, o alquilan carros para llegar hasta aquí. Con esos una puede andar para arriba y para abajo más fácil. Nos metemos en cualquiera de las casas de alquiler, que son más seguras que cualquier hotel, y les cobramos bien, porque la mayoría de esos turistas tienen dinero. Ya se sabe que alquilar un carro en Cuba no es tan barato y para eso hay que tener dinero. Yo pertenezco a un grupo de cinco muchachas que nos hacemos llamar Las Inditas. Somos indias y muy bonitas todas. Yo soy la jefa. Tengo más experiencia porque estoy en esto desde el 95.

Wendy. 19 años. Ciudad de La Habana Monzón es un asesino. Yo misma vi cómo sacó a Celeste de la habitación de uno de los bungalows, en el hotel Comodoro. Estaba muerta. Eran tres franceses. Le habían pedido a Monzón una jovencita, mientras más joven mejor, y Monzón les dijo que iban a quedar satisfechos con Celeste. Tenía 14 años. Y era una niña, aunque su cuerpecito fuera bonito y de curvas bien marcadas. Le decíamos Princesita porque parecía una princesa. No sé qué pasó allá adentro, pero Monzón sacó a Celeste con las piernas embarradas de sangre. Pude ver bien que la sangre todavía le salía de las nalgas. Los alemanes estaban asustados, pero cuando Monzón tiró a Celeste en el asiento trasero y salió del hotel, siguieron tomando y al rato se fueron a tomar a la piscina… No sé porqué cuando lo vi desnudo, dormido, luego de haberse acostado conmigo, como siempre hacía cuando yo no estaba ocupada con alguno de los turistas que él me buscaba, me vino a la cabeza la carita linda de Celeste. Me turbé toda y con la cabeza vacía, con la mente en blanco, fui hasta el carro, agarré una garrafa que él siempre tenía llena de gasolina y se la tiré encima. En eso despertó, pero ya yo le había tirado el fósforo. Intentó salir de allí, gritando, pero yo salí

y le cerré la puerta. Cuando logró abrir, ya estaba tan quemado que cayó desde la escalera de la segunda planta del bungalow donde estábamos y allí siguió quemándose. Nota: Wendy cumple actualmente 15 años de prisión por homicidio.

NOTA DEL AUTOR

E

n enero de 1999 una noticia recorrió el bajo mundo de la isla: la Asamblea Nacional del Poder Popular aprobó una modificación al Código Penal vigente que incluía diversas sanciones para

todo tipo de prácticas del proxenetismo y la prostitución en Cuba. Aunque en estos momentos (principios del 2004) el autor no conoce la situación actual de la mayoría de los entrevistados, prefirió eliminar del libro la sección de ANEXOS, incluida en la versión inicial, donde se daban distintos datos que permitían la localización de aquellas personas que accedieron a ofrecer sus testimonios por diversas vías, en uso del derecho que le asiste como profesional y periodista de proteger sus fuentes, tal cual lo establece el Artículo 16 del Código de Ética de los miembros de la Unión de Periodistas de Cuba, cuando hace constar que “El periodista tiene la obligación de no revelar la identidad de las fuentes que hayan solicitado permanecer anónimas”, y la Declaración Universal de Derechos Humanos en su artículo 19 que establece: Derecho a la información: «Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado por causa de opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión». También decidí eliminar esa sección por algo que creo haber dejado bien claro en este libro: las Jineteras, prostitutas, putas de nuevo tipo, o como quiera que se les llame, son víctimas (véase desde la perspectiva que se vea): víctimas acosadas y explotadas por muchos síndromes a la vez (por la situación

social en crisis, por la ojeriza de los falsos moralistas y de quienes enfrentan este mal sólo como un objetivo a cumplir en un plan que demostrará a sus superiores y al mundo que luchan contra otro flagelo más de la sociedad (aunque bien poco o nada logren), por quienes viven de sus cuerpos y sus miedos para lucrar, e incluso por esa parte de la población que no quiere ver que ellas existen (o simplemente no les importa que existan: tienen sus propios problemas para sobrevivir y eso les parece justificación suficiente para su ceguera) sin entender que reconociendo su existencia ya se da un primer paso para liberarlas). La historia de este fenómeno en cualquier tipo de sociedad demuestra que son víctimas. Y no hay motivo para que sea distinto en la nuestra. Fui a ellas no en carácter de juez severo sino de amigo, de cubano que también comparte la dura vida en la marginalidad de una sociedad hundida por desgracia en esa marginalidad que ya toca a todos, aunque muchos se nieguen a reconocerlo. Por esa razón también se me abrieron muchas puertas: es un mundo que se cierra a quienes vienen a criticar y agredir, y se abre a quienes vienen a conocer el sufrimiento, la desesperanza, los miedos, para entenderlos y compartirlos. Definitivamente, no somos quien para juzgarlas como a bestias asqueantes, especialmente porque, investigando para escribir este libro, descubrí que no hemos hecho todo lo que se debe y se puede hacer para que ellas, como lo dejó escrito Gabriel García Márquez en Cien años de soledad, también tengan “una segunda oportunidad sobre la tierra”. La prostitución, a simple vista, realmente parece haber desaparecido de las calles de la isla. Tampoco es cierto. Una gran parte del pueblo sabe que el mal existe, que persiste, que resiste y que ahora nuevos modos de accionar ilegal se unen a las ya establecidas transformaciones sufridas por este fenómeno en la primera represión. Métodos más sofisticados, más específicos, más tenebrosos de seguir exprimiendo los dividendos del sexo rentado de un cuerpo de hombre o de mujer. El fenómeno, ahora, cobra una nueva escala: se ha trasladado de las avenidas, de la vida pública, a los barrios y las casas de los cubanos, creando una nueva y aún más compleja red de influencias que envuelve a personas que, con el accionar anterior de la prostitución, jamás habrían sido contaminados. Esta realidad no parece ser comprendida en su justa medida (o al menos aceptada públicamente) por los responsables de luchar contra este flagelo mutante de la sociedad cubana de fin de siglo. Ojalá esa visible acción policial que se efectúa contra el alto brote de delincuencia existente en Cuba también ofrezca un golpe rotundo a la prostitución y todos sus males derivados, aún cuando el autor sepa, como otros saben, que sólo de raíz puede arrancarse el mal y que la represión sólo acaba con la parte visible de la mala yerba.

AGRADECIMIENTOS

E

STE HA DE SER UN LIBRO QUE NO TERMINE NUNCA:

nada en arte termina mientras no muere el

pozo de donde brotó el primer hilillo de agua vital que le dio origen.

Mientras alguien lee estas cuartillas, sus protagonistas andarán por la isla, una vez que se han abierto las puertas de la noche, rezando con sus movimientos sensuales, ancestrales, la oración más triste a la tragedia de sus vidas. Sin sus testimonios este libro no hubiera existido. Vaya mi gratitud también a los siempre invisibles trabajadores de un grupo de instituciones cubanas, ministerios, oficinas y entidades relacionadas con el tema (que prefiero omitir), por soportar con paciencia mis impaciencias durante la búsqueda de información para el esclarecimiento de datos históricos, estadísticos y asuntos específicos de la sociedad cubana actual que aparecen en este trabajo. Y, especialmente, a Berta, esposa, que dio el visto bueno a cada una de estas páginas, siempre con temor de lo que pudiera pasar por algunas verdades que aquí aparecen y algunos piensan que no deben decirse; a mi tía Josefa (EPD) y mi padre, que revivieron ante mis ojos el pasado de la prostitución en Cuba; a mis amigos y colegas de profesión que, desde sus provincias de residencia, me ayudaron en la realización de las entrevistas, y a Hugo García, colega canario, que consultó mis dudas y buscó datos que le pedí desde Cuba en un grupo de fuentes españolas. A todos reitero las GRACIAS.

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Génesis Proemio

5 10

UNO La isla de las delicias Las Voces Había querido revivir... Evas de noche Los hijos de Sade Lorna

12 23 31 33 43 44 51

DOS La isla de las delicias Las Voces Patty, una de las muchachas... Evas de noche Los hijos de Sade Sara

55 66 75 77 83 84 93

TRES La isla de las delicias Las Voces Hasta Santiago... Evas de noche Los hijos de Sade Paddy

98 106 113 115 125 126 134

CUATRO La isla de las delicias Las Voces Aunque uno se va... Evas de noche Los hijos de Sade Daylí

142 147 156 158 166 167 174

CINCO La isla de las delicias Las Voces La entrevista más difícil... Evas de noche Los hijos de Sade Susanne

182 190 202 204 211 212 218

SEIS La isla de las delicias Las Voces Ante mí, sobre la mesa... Evas de noche Los hijos de Sade Camila

220 226 246 248 254 255 262

SIETE La isla de las delicias Las Voces Hace unos años... Evas de noche Los hijos de Sade Myrna Otros testimonios

270 273 280 282 287 288 293 303

Nota Final del Autor Agradecimientos Bibliografía

319 321 322