El Búho Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía. D. L: CA-834/97. - ISSN 1138-3569. Publicado en www.elbuho.aafi.es

FIGURAS FEMENINAS DEL QUIJOTE Ana Azanza Elío ([email protected]) Grupo de investigación “La imagen barroca del mundo” Universidad de Granada I.

TOPICOS SOBRE LAS MUJERES EN EL QUIJOTE.

Resulta muy difícil encontrar en Cervantes reivindicaciones feministas de ninguna especie. Las mujeres del Quijote tienen un papel bastante convencional, son casi siempre introducidas en la mayoría de los casos, por cuestiones amorosas. O bien son hijas de padres cuya preocupación es casarlas adecuadamente o amadas por hombres cuyo único objetivo es conseguirlas. Mujeres objeto de deseo, un lugar nada brillante si leemos la novela desde el punto de vista de la acción y la trama. Tampoco protagonizan en general diálogos de interés que estén a la altura de los más sabrosos entre don Quijote y Sancho. No obstante la presencia de la mujer late escondida en cada línea del Quijote. Se trata de un puesto que seguramente no agradará a las feministas actuales, yo misma como mujer del año 2005 tampoco lo envidio. Comprendo la función que Cervantes le asigna que no podía salirse de los usos y costumbres de la época, es decir, la mujer siempre aparece sometida a una autoridad, fuera padre, marido o una regla religiosa. Además Cervantes deja caer algunos comentarios enfadosos en sus personajes aludiendo a ciertos estereotipos, como cuando a propósito del cuento de la pastora Torralba (cap. XX, I) don Quijote dice: “esa es la natural condición de las mujeres desdeñar a quien las quiere y amar a quien las aborrece”. La historia misma de Marcela, prototipo femenino más parecido al Quijote, muestra bien claramente que es condición humana y no específicamente femenina valorar a quien no se tiene y despreciar al que con facilidad se deja conquistar. También encontramos con frecuencia en la presentación de las féminas que el principal atributo alabado y encarecido es la belleza física. Belleza y castidad, expresada con frecuencia como honradez, parecen ser las virtudes fundamentales requeridas en las mujeres, por supuesto que al varón no se le exige ni una cosa ni otra. En ningún caso se presentan personajes masculinos alabando su belleza o su castidad, estas cualidades son totalmente prescindibles. Destaca asimismo la piedad o fervor religioso de las mujeres que salen al paso del caballero manchego, las damas que van con el vizcaíno, ante el peligro van “encomendándose a los santos todos”, el ama y la sobrina en su afán por destruir “los descomulgados libros de caballerías” (I, 126-7)1, de paso señalo que la idea de la quema es de la sobrina. Otras observaciones sobre el género femenino aparecen a lo largo de la novela del Curioso impertinente (cap. XXXIII, I): “Hase de usar con la honesta mujer el estilo que con las reliquias: adorarlas y no tocarlas.” Al que sigue el conocido poema: “Es de vidrio la mujer; pero no se ha de probar si se puede o no quebrar, que todo podría ser.” En la segunda parte he encontrado bastantes alusiones al carácter caprichoso de las mujeres, por ejemplo Altisidora (II, 545) o la personificación de la Fortuna como mujer (II, 1

Las citas del Quijote son de la edición de Cátedra 1998, a veces señalo el capítulo y la parte a la que pertenece y otras he optado por citar la parte y el número de página. Ana Azanza Elío FIGURAS FEMENINAS DEL QUIJOTE

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Ama y sobrina están ansiosas por recuperar la salud del hidalgo y resultan bastante “antiliterarias”, pues hasta los libros de poesía quiere también quemar la sobrina, no vaya a ser que tras caballero andante dé su señor tío en hacerse poeta. Tras la llegada a la aldea del final de la primera parte, ambas repiten las maldiciones a los libros, y son la voz de la cordura para el caballero. Aconseja el ama: (parte II, cap. 73, p. 571) “éstese en su casa, atienda a su hacienda, confiese a menudo, favorezca a los pobres y sobre ni ánima si mal le fuere.” Le sobra sensatez al ama, pero felizmente para la humanidad don Quijote no hizo caso de tan cuerdos avisos. II.

DUALISMO EN DULCINEA

En un primer momento no pensaba incluirla en el historial de mujeres quijotescas pues Dulcinea más parece un sueño que un ser humano. Dulcinea es el motor escondido de la novela, el impulso que origina todas las peripecias. Por ello no estoy de acuerdo en aquello de que Don Quijote necesita a Dulcinea como necesita a Rocinante, los necesita a ambos pero no de la misma forma, Dulcinea es producto de su imaginación, Rocinante es una cabalgadura real, tomando la palabra “real” en el sentido en que son reales las peripecias de don Quijote. No puedo dejar de notar una de las descripciones que don Quijote hace de la dama de sus pensamientos (cap. XIII, I): “su nombre es Dulcinea; su patria el Toboso, un lugar de la Mancha, su calidad por lo menos, ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sólo la discreta consideración puede encarecerlas y no compararlas.” Algunos autores como Eisenberg subrayan el carácter humorístico, ridículo y hasta lascivo incluso de todas las imaginaciones de don Quijote con respecto a las mujeres, empezando por Dulcinea. Los protagonistas de los libros de caballerías si estaban enamorados escogían a una dama de su misma clase social. Alonso Quijano escoge a una campesina y piensa para ella un nombre ridículo, nos enteramos en palabras de Sancho de que tiene una voz fuerte, huele y se porta como un hombre y “tira la barra mejor que nadie”, “salta desde el suelo sobre una borrica como si fuera un gato” (II, 265). Don Quijote dice más de una vez que hay dos cualidades que incitan al amor más que otras: la hermosura y la buena fama, dice en el capítulo 58 de la segunda parte (II, 462): “Advierte Sancho que hay dos maneras de hermosura: una del alma y otra del cuerpo; la del alma campea y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proceder en la liberalidad y en la buena crianza, y todas estas partes caben y pueden estar en un hombre feo, y cuando se pone la mira en esta hermosura, y no en la del cuerpo suele nacer el amor con ímpetu y con ventajas. Yo, Sancho, bien veo que no soy hermoso, pero también conozco que no soy disforme, y bástale a un hombre de bien no ser monstruo para ser bien querido, como tenga los dotes del alma que te he dicho”. Aldonza carece de ambas en la realidad, su virtud se pone en duda desde el soneto introductorio del caballero del Febo en el que se dice que sólo por don Quijote “ella es famosa, honesta y sabia”. El caballero en el párrafo antes citado alaba ridículamente lo que se ve y lo que no se ve de ella, le basta con pensar que es honesta. La compara en la segunda parte con dos mujeres que para los españoles del siglo de Oro habían sido un desastre: Elena cuyo adulterio provocó la guerra de

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Troya y la Cava por cuyo comportamiento los moros entraron en España. Eisenberg ve también ridícula la afirmación de que el Toboso será famoso por Dulcinea y sin duda en 1605 la afirmación era humorística, pero en 2005 es sólo una realidad más consecuencia de la genial literatura cervantina. El caballero don Juan del capítulo LIX de la segunda parte que ha leído la primera hace una pregunta un tanto ofensiva para la fama de Dulcinea, si se había casado, si estaba parida o preñada. A lo que don Quijote responde que “se está entera pero en una soez labradora transformada”. Eisenberg señala que los demás contactos de don Quijote con las mujeres no son exitosos, empezando por Maritornes a la que el caballero toma por una doncella enamorada de él (I, 213). Cervantes ha descrito previamente el físico de la ventera: tuerta, ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma. No hace sino aumentar la comicidad del encuentro nocturno con el caballero andante: “téntole luego la camisa y, aunque ella era de harpillera, a él le pareció de finísimo y delgado cendal…Los cabellos, que en alguna manera tiraban a crines, él los marcó por hebras de lucidísimo oro de Arabia, cuyo resplandor al mesmo sol oscurecía. Y el aliento, que, sin duda alguna, olía a ensalada fiambre y trasnochada, a él le pareció que arrojaba por la boca un olor suave y aromático…” El arriero que estaba esperando esa noche a Maritornes no comprende las concertadas razones de don Quijote y una vez más acaban caballero y escudero en la más reñida y graciosa escaramuza del mundo. Sin embargo, Cervantes salva a este personaje femenino al final del capítulo XVII, pues “aunque estaba en aquel mal trato, tenía unas sombras y lejos de cristiana.” Incluso cuando el cura y el barbero pasan por la venta buscando a don Quijote ella “promete de rezar un rosario, aunque pecadora” para que Dios diese buen término a su negocio (I, p.327). En esa primera estancia en la venta don Quijote sorprende a las mujeres, no estaban preparadas para las exquisiteces de sus palabras: “Confusas estaban la ventera y su hija y la buena de Maritornes oyendo las razones del andante caballero, que así las entendían como si hablaran griego… y como no usadas a semejante lenguaje, mirábanle y admirábanse y apréciales otro hombre de los que se usaban”. Sin embargo en el capítulo 43 antes de que don Quijote sea conducido a su aldea, ya están enseñadas “las dos semidoncellas” y le gastan la broma de atarle la mano a la puerta del pajar. En la segunda parte Altisidora se hace la enamorada provocando “el espanto cencerril y gatuno”. Se trata de otra pesada broma a la que don Quijote responde componiendo un poema en el que aconseja a la falsa enamorada dedicarse a sus labores pues: “Suelen las fuerzas de amor, sacar de quicio las almas, tomando por instrumento la ociosidad descuidada. Suele el coser y el labrar, y el estar siempre ocupada, ser antídoto al veneno de las amorosas ansias.” El consejo dado a las mujeres de trabajar para no caer en las trampas del amor aparece en varias ocasiones mientras don Quijote convive con los duques, “sepa vuestra Señoría que todo el mal de esta doncella nace de ociosidad, cuyo remedio es la ocupación honesta y continua” (I, 552). Por supuesto el cuento no se aplica al hombre, sino que los caballeros van enamorándose y enamorando a todas las doncellas al menos en la imaginación de don Quijote. Altisidora resulta bastante cruel cuando después de los arañazos le dice al caballero: “todas estas malandanzas te suceden, empedernido caballero, por el pecado de tu dureza y pertinacia”, y hasta le echa la mala ventura de que ojalá Dulcinea nunca se desencante. Tras la última broma de los duques, consistente en la “resurrección” de Altisidora con la colaboración de Sancho abofeteado y pellizcado por las dueñas, Altisidora desvela todo el engaño: “¡Vive el Señor, don bacallao, alma de almirez, cuesco de dátil…¿Pensáis por ventura, don

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vencido y don molido a palos que yo me he muerto por vos?” (II, 551). Con todo ello comprobamos que realmente a don Quijote no le van nada bien sus relaciones femeninas, a pesar de los altos pensamientos que él tiene de todas ellas, y que la orden de la caballería andante se creó para defender su honra. Lo explica en el discurso de la edad de oro, en la que “las doncellas y la honestidad andaban por dondequiera… sin temor que la ajena desenvoltura y el lascivo intento le menoscabasen”, más ahora, edad de hierro, son necesarios los protectores de las doncellas, pues no está segura ninguna así la encierren en el laberinto de Creta, “porque allí por los resquicios o por el aire, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste” (I, 170). Aunque sea antigua me ha gustado la interpretación de Dulcinea hecha por Concha Espina en su libro “Mujeres del Quijote”2 cuando ve en ella la síntesis de la poesía y de la prosa, de la carne con la idea, el puro espíritu y el barro mortal, la realidad y la ficción en suma. Sin que podamos prescindir en ningún momento de ambos extremos que se oponen pues si lo hiciéramos daríamos en tierra con el Quijote. En palabras de Espina: “Dulcinea y Aldonza son aspectos de la misma mujer Ideal y real que Cervantes creó con la pobre arcilla de la tierra y con el rico aliento de su numen. Aldonza a secas es una zafia campesina como otras muchas del Toboso; Dulcinea es una ilusión que se quiebra de puro sutil; pero juntas ambas en una sola constituyen el cuerpo y el espíritu, la carne y el alma de una mujer, de la Mujer Eterna.” No quiero traicionar el texto de Concha Espina aunque no existan mujeres eternas ni la mujer eterna, sí el ideal en quien lo tiene como es el caso de don Quijote. Como ella misma dice: “Ideal de todo lugar y tiempo que no podría existir si no lo amparasen y defendiesen, contra felones y malandrines, los caballeros andantes del ensueño, los que se lanzan al camino, locos de amor y poesía a recibir afrentas, burlas y pedradas.” En el capítulo XXX, I Sancho pretende convencer a su amo de que se case con Dorotea, transformada a la ocasión en princesa Micomicona, pues de ello depende la obtención de la famosa ínsula. Don Quijote entra en cólera, incluso golpea al escudero, mientras renueva su profesión de fe en Dulcinea: “si no fuera por el valor que ella infunde en mi brazo que no la tendría yo para matar una pulga”. Incluso llega a afirmar en unas palabras que recuerdan un pasaje paulino: “Ella pelea en mí y vence en mí y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser.” La mezcla de barro y sueño en que consiste Dulcinea la veo expresada con brillantez al principio del capítulo XXXI, I cuando Don Qujote pregunta a Sancho sobre su pretendida entrevista con la amada: “-¿qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste ensartando perlas, o bordando alguna empresa con oro de cañutillo para este su cautivo caballero. -No la hallé –respondió Sancho- sino ahechando dos hanegas de trigo en un corral de su casa. -Pues haz cuenta –dijo don Quijote- que los granos de aquel trigo eran granos de perlas, tocados de sus manos. Y si miraste, amigo, el trigo ¿era candeal o trechel? -No era sino rubión –respondió Sancho.” Sigue el diálogo con otras acertadas observaciones y termina así: 2

Concha ESPINA, Mujeres del Quijote, Compañía Iberoamericana de publicaciones, Madrid, 1930, segunda edición, p. 53.

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“No me negarás Sancho una cosa: cuando llegaste junto a ella, ¿no sentiste un olor sabeo, una fragancia aromática, y un no sé qué de bueno, que yo no acierto a dalle nombre? Digo un tuho o tufo como si estuvieras en la tienda de algún curioso guantero? -Lo que sé decir –dijo Sancho- es que sentí un olorcillo algo hombruno, y debía de ser que ella, con el mucho ejercicio, estaba sudada y algo correosa. -No sería eso –respondió don Quijote-, sino que tú debías de estar romadizo o te debiste de oler a ti mismo, porque yo sé bien a lo que huele aquella rosa entre espinas, aquel lirio del campo, aquel ámbar desleído.” En la devoción cuasi mística de don Quijote por Dulcinea hay algunas ambigüedades que pienso son voluntariamente sostenidas por Cervantes como muestra de su acostumbrada ironía. Según Eisenberg3 el concepto que tiene don Quijote de la caballería “es una deformación de la ya distorsionada caballería andante de los libros de caballerías. Las hazañas son un paso hacia un fin amoroso; quiere ser útil, pero especialmente a las mujeres, la caballería en resumen, significa para él servir a las damas…Ningún tratado de caballería –no existen tratados de caballería andanterespalda esta interpretación.” Don Quijote hace de su dama prácticamente una diosa, incluso ya hemos visto como para referirse a ella, lo hace en términos paulinos referidos en el texto original a Dios “en El vivimos, morimos y existimos”. Alguna crítica recibe don Quijote de parte de los caminantes que van al entierro de Crisóstomo en ese sentido: “una cosa entre muchas, me parece muy mal de los caballeros andantes, y es que, cuando se ven en ocasión de acometer una grande y peligrosa aventura…nunca en aquel instante se acuerdan de encomendarse a Dios, como cada cristiano está obligado a hacer en peligros semejantes; antes se encomiendan a sus damas, con tanta gana y devoción como si ellas fueran su Dios, cosa que me parece que huele algo a gentilidad” (I, 184). Don Quijote responde a esto que ya le queda tiempo al caballero para rezar a Dios, pero es el caso que realmente no responde a la crítica de su interlocutor pues en todo el discurso de la novela cada vez que va a emprender una aventura, sólo lo vemos encomendarse a la dama de sus pensamientos. Las devociones y creencias de don Quijote resultan al final una extraña mezcla de rancio cristianismo y amor cortés, pues Dulcinea esta tanto más divinizada cuanto menos la ha visto don Quijote tal como la pinta en su imaginación.

III.

LAS MUJERES DEL QUIJOTE, DIOSAS DE LA ANTIGÜEDAD

Según Eric C. Graf4 Cervantes es a Apuleyo lo que Zoraida es a Isis, Don Quijote puede verse también como una cristianización del protofeminismo de la novela pagana, en el caso de que aceptemos que podía haber atisbos feministas en la época. Tras el éxito editorial del Código da 3

DANIEL EISENBERG, La interpretación cervantina del Quijote, Compañía literaria, Madrid 1995, p. 103. Este autor cita todos los estudios hechos por Clemencín y otros en los que se ve como en los libros de caballerías españoles, la caballería no significa servir a las mujeres. 4 ERIC C. GRAF, “Cervantes es a Apuleyo lo que Zoraida es a Isis: Don Quijote como apropiación cristiana de la trayectoria protofeminista de la novela pagana”, en Esas primicias del ingenio. Jóvenes cervantistas en Chicago, Castalia, Madrid 2003, pp. 99-112. Ana Azanza Elío FIGURAS FEMENINAS DEL QUIJOTE

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Vinci resulta curioso encontrar este paralelismo de reivindicación feminista establecido entre el Quijote y el Asno de Oro. Las imágenes sagradas más antiguas que han llegado hasta nosotros son las representaciones primitivas de la Diosa Madre, de hace 20.000 ó 30.000 años y son conocidas como “Venus del Paleolítico”. Son figuras toscas en las que destacan notablemente los caracteres sexuales femeninos. Siguiendo en la línea de la divinización de lo femenino nos encontramos en el antiguo Egipto con Isis la madre de Horus, fundador de un linaje humano emparentado con los dioses. No creo que el Quijote sea una novela esotérica, pero es curioso encontrar significados lejanamente emparentados con estas corrientes religiosas que han pervivido bajo las religiones oficiales. Los estudiosos del tema sostienen que Osiris, Isis y Horus constituyen el modelo iconográfico de la sagrada Familia cristiana, y que las imágenes egipcias sosteniendo en su regazo al niño Horus inspiraron las posteriores representaciones de la Virgen con Jesús niño. Otra curiosa coincidencia es que el Dios Hijo de los egipcios nació sin intervención del sexo masculino5. Dichas tradiciones de culto a la Diosa Madre se transmiten al continente europeo a través de las corrientes del cristianismo heterodoxo, del hermetismo y las sociedades secretas. Por ejemplo se encuentran huellas del mismo en el pitagorismo y en el gnosticismo cristiano con sus evangelios apócrifos. Un momento de resurgir del culto a lo femenino es sin duda la época de los trovadores, cuando florecen las catedrales góticas dedicadas a Notre Dame, Nuestra Señora. Las catedrales se levantan en lugares de poder ancestrales, donde generalmente hubo santuarios asociados a las deidades femeninas de las tradiciones paganas autóctonas. Ello da lugar aun sincretismo religioso entre la antigua veneración a la Diosa madre y el culto cristiano oficial. A lo largo de la historia la evolución religiosa humana ha pasado del matriarcado al patriarcado, al menos en las grandes religiones oficiales con frecuencia se atribuyen al ser divino características antes masculinas que femeninas. Pero al parecer la memoria ancestral de la diosa madre original está tan arraigada en el psiquismo de nuestra especie que persistió durante mucho tiempo, incluso bajo los cultos patriarcales al Dios único, aunque su presencia estuviese disimulada. Tanto entre los judíos, el esoterismo de esta religión habla de la Sekinah, la Presencia Divina, considerada como Reina o Esposa, como en el Islam, se hallan rastros de la divinidad femenina. (La hija de Mahoma, Fátima, aparece para muchos musulmanes como una virgen divinizada). A pesar de algunas reticencias Plutarco y Apuleyo sostienen que Isis es el verdadero nombre de la Diosa Madre original y que las otras deidades femeninas del Mediterráneo representan sus diferentes manifestaciones. El culto y los misterios iniciáticos de esta diosa no desaparecieron con el cristianismo oficial. El culto de Isis como diosa madre trascendió el antiguo Egipto extendiéndose hasta los mismos límites del Imperio romano. En Roma contaba con muchos seguidores entre las élites. Pero despertó la hostilidad del patriarcado y se prohibió rendirle culto el año 19 d.C. La razón eran los excesos sexuales asociados al culto de Isis.

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Enrique de Vicente, Claves ocultas del Código da Vinci, Plaza y Janés, Barcelona 2004, especialmente el capítulo 2.

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Es arriesgado precisar las fuentes literarias de un texto tan rico como es el Quijote. Además de la importancia que Cervantes da a la libertad de sus personajes para tomar decisiones, como ya señalara Américo Castro en Cervantes y los casticismos españoles, sus figuras literarias se distinguen por la capacidad para hacerse a sí mismos al hilo de las circunstancias narradas. No obstante me ha interesado esta interpretación psicoanalítica y apuleyana del Quijote pues tal vez nos aporte otra perspectiva bastante curiosa sobre el género literario del que tanto hemos hablado últimamente. Al parecer la traducción del Asno de oro realizada en 1513 por el ex inquisidor erasmista Diego López de Cortegana impactó a Cervantes. Carlos García Gual dice que percibe el eco de Apuleyo en el capítulo II del Quijote: “Oh tú sabio encantador, quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser cronista de esta peregrina historia! ¡ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras!” El paralelismo, tal vez tomado por los pelos, lo establece con el texto en el que Cárite montada sobre Lucio dice: “Porque yo haré un testimonio y perpetua memoria de esta mi presente fortuna de la divina providencia, y pintaré en una tabla la imagen y semejanza de esta mi presente huida y la pondré en el palacio principal de mi casa: la cual será vista y oída entre otras novelas, y será perpetuada esta historia por escritos de hombres letrados, que diga así, una doncella de linaje real huyó de su cautividad llevándola un asno”. La batalla de las ovejas del capítulo 18 de la primera parte ha sido relacionada con reticencias con las palabras de Fotis a Lucio después del episodio de los odres de vino y la fiesta del dios de la risa. Pero donde parece que ese episodio influye más claramente es el capítulo 35 cuando don Quijote arremete con los cueros de vino a cuchilladas. El pasaje de Apuleyo dice: “ en esto, tú, engañado con la oscuridad de la noche y con el vino que habías bebido, armado con tu espada en la mano y con gran osadía, casi perdido el seso, como aquel Ajaces griego, no matando ovejas como él destruyó y mató muchas, pero muy más fuerte y esforzadamente mataste tres odres hinchados”. El pasaje cervantino es: “Don Quijote daba cuchilladas a todas partes, diciendo palabras como si verdaderamente estuviera peleando con un gigante. Y es lo bueno que no tenía los ojos abiertos, porque estaba durmiendo y soñando que estaba en batalla con el gigante, que fue tan intensa la imaginación de la aventura que iba a fenecer, que le hizo soñar que ya había llegado al reino de Micomicón y que ya estaba en la pelea con su enemigo; y había dado tantas cuchilladas en los cueros, creyendo que las daba al gigante, que todo el aposento estaba lleno de vino….” Hay otros textos cervantinos sacados del Coloquio de los perros, la metamorfosis canina de Berganza ha sido obra de brujería al estilo del Asno de oro, y la novela del Curioso impertinente, que se han relacionado con Apuleyo. Según Javier Herrero6 los textos aludidos de los odres de vino se centran en el poder destructivo del deseo carnal. En cada caso hay algún personaje que padece ese deseo: el Quijote mismo, Anselmo o don Fernando, de los amantes de Sierra Morena. Lo que ocurre en cada caso es una narración del cambio de un hombre loco y lascivo en hombre curado y sano. Don Fernando sería el personaje que da la clave de ese cambio. El ha sido vencido por Dorotea que lo ha transformado en otro hombre bueno y noble. La función de la novela del Curioso impertinente sería similar al del mito de Psique y Cupido en El asno de oro. Es una reflexión teórica sobre la sexualidad de los amantes de Sierra Morena. Sabemos que Apuleyo influyó en todas las grandes obras medievales y renacentistas. Sin embargo las referencias de Cervantes a Apuleyo parecen tener un fin más filosófico o moralizador que 6

Javier HERRERO, The beheading of the Giant, An Obscene Metaphor in Don Quijote, Revista Hispánica Moderna, 39.4 (1976-77)

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literario. Muchos autores (Casalduero, Márquez Villanueva, Dudley y Herrero) están de acuerdo en que el episodio de los cueros de vino en combinación con el Curioso impertinente funciona como desenlace y en cierta manera escape al laberinto del deseo en el que están atrapados los amantes de Sierra Morena. Cuando don Quijote capa al gigante de la lascivia, da una solución al caos de las novelas amorosas, poco antes don Fernando se rinde: “Venciste, hermosa Dorotea, venciste; porque no es posible tener ánimo para negar tantas verdades juntas” (I, 444). La filosofía de Apuleyo se puede decir que consiste en subordinar el deseo de Lucio ante la reina celestial Isis, la divina madre de todos. La curiosidad sexual se convierte a lo largo de la novela en devoción religiosa. La lascivia se resuelve en el culto a la mujer, al final de la novela Lucio se hace devoto de la diosa Isis y rechaza la sexualidad carnal. Isis supera a todas las otras diosas mediterráneas (Ceres, Diana, Recates, Venus…etc.) Ese mismo sincretismo se podría ver en la novela cervantina. Según Ruth Anthony El Saffar7, Marcela representa a Artemis o Diana, cuando Cardenio ve a Dorotea por primera vez dice al cura: “Esta no es persona humana sino divina” y la descripción de Dorotea (dorotheos, don de Dios) recuerda mucho a Venus: “los luengos y largos cabellos no sólo le cubrieron las espaldas, mas toda en torno la escondieron debajo de ellos…”. Camila se asocia con Dánae. La concatenación de diosas llega a su fin con el papel de Zoraida en los capítulos finales del Quijote. Cervantes parece señalar allí que la Virgen de las vírgenes está detrás de su cosmovisión: “¡no, no Zoraida, María, María!” De la misma manera que la trayectoria de las metamorfosis de Apuleyo empieza con Diana pasa por Venus y termina en Isis, la trayectoria de don Quijote empieza con Dulcinea y Marcela, pasa por Dorotea y Camila y termina en Zoraida-María. Cervantes comunicaría así con esa trayectoria antilasciva de la novela pagana. IV.

MARCELA Y DOROTEA

La figura de Marcela recuerda en parte a la Atalanta griega que tan bien describe Robert Graves en su historia de los Argonautas, una mujer bella y libre, que ha dedicado su vida a la caza en honor de la diosa Artemis, la única mujer que mereció embarcar en el Argos rumbo a Cólquide para recuperar el vellocino de oro8. Concha Espina la reconoce como tal: “la pastorcilla Marcela es para el arte pagano Artemisa, la hermana de Apolo, casta diosa, llena de gracia lunar, personificación de la celeste luz, para el sentimiento cristiano es la virgen pulcra y austera, mística rosa de la soledad, peregrina de divino amor9.” Fue la madre de Marcela “la más honrada mujer que hubo en estos contornos… hacendosa y amiga de los pobres” (I, 178). De paso observo que don Quijote alaba las cualidades narradoras del cabrero que cuenta la historia de Marcela, es uno de los muchos pasajes en los que Cervantes pone en boca de sus personajes un símil de crítica literaria. La belleza y riqueza de Marcela le granjearon muchos pretendientes, pero hete aquí “que remanece un día hecha pastora”, y allá van todos sus enamorados tras ella, “requebrándola por esos campos”. La afabilidad y hermosura de Marcela atraen pero “su desdén y desengaño los conduce a 7

El Saffar, Ruth Anthony, “In Marcela’s Case”, Quixotic Desire, Psychonalytic Perspectivas on Cervantes, Ithaca, Cornell UP, 1993, pp. 157-178. Citado por Eric C. Graf. 8 Robert Graves, El vellocino de oro, Edhasa, Madrid 1991, pp. 121-5. 9 Concha Espina, id., pp. 66-67. Ana Azanza Elío FIGURAS FEMENINAS DEL QUIJOTE

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términos de desesperarse”. De este modo todo son lamentos en la sierra, incluso la llaman “cruel y desagradecida”. Siguiendo los usos de la novela pastoril, los enamorados de Marcela escriben su nombre en la corteza de los árboles mientras componen endechas en las que cantan su desengaño. De todos triunfa la hermosa Marcela y los que la conocen “están esperando en que ha de parar su hermosa altivez”. Una vez más se ensalza en Marcela la honestidad y recato puesto que aunque le propongan matrimonio ella “los arroja de sí como un trabuco”. Don Quijote intervendrá tras el discurso de Marcela para dejarla ir, haciendo gala por una vez con éxito de ser protector de doncellas menesterosas: “Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignación mía… es justo que en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en él ella es sola la que con tan honesta intención vive.” Marcela aparece en el entierro de Crisóstomo y se explica desde la razón que parece faltar en todos los que la requiebran: “Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama.” La bella Marcela reconoce en su atractivo un don contingente pues “si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades?”. La mujer bella no está obligada a entregar su voluntad por fuerza, antes bien “la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada aguda: que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca.” Defiende su libertad, a ninguno ha dado esperanzas, por tanto si Crisóstomo ha muerto por su impaciencia y deseo no se ha de culpar el honesto proceder y recato de Marcela. Marcela no quiere sujetarse, prefiere su libertad al entretenimiento que le podrían dar sus enamorados. La figura de Marcela se dibuja única en la novela, pues escapa a la condición femenina de la época, sujeta al hombre en cualquiera de las posibilidades como bien dice Teresa Panza al principio de la segunda parte: “con esa carga nacemos las mujeres de estar obedientes a sus maridos aunque sean unos porros” (II, 65). Marcela representaría según esto una expresión más de la indeterminación y autonomía fundamentales en los personajes cervantinos. Decimos que Don Quijote está loco entre otras cosas porque no comparte con nadie el mundo de los caballeros andantes, al menos en la primera parte. En la segunda parte sí lo comparte, pero no es lo mismo porque los sentimientos que animan a los duques en sus “puestas en escena” no son ni de lejos los ideales caballerescos. Sólo buscan divertirse a costa de su huésped, de tal manera que se ganan el comentario metaliterario del autor: “Y dice más Cide Hamete: que tiene para sí ser tan locos los burladores como los burlados, y que no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto anhínco ponían en burlarse de dos tontos” (II, 549). El anhelo de libertad de don Quijote se manifiesta en su desarraigo social y se expresa en la indeterminación y multiplicidad de puntos de vista que el autor es capaz de adoptar en cada una de las escenas. Marcela compartiría ese ansia libertaria del escritor en su literatura y del caballero andante. Me parece que no hay en la novela un parlamento tan razonado como el de Marcela, tan fácil de entender y tan difícil de aceptar por los usos sociales de entonces. Es de una lógica aplastante, por su belleza no está obligada a seguir los deseos de los demás, sin embargo en su misma coherencia resulta desusado, fuera del comportamiento común del resto de las mujeres que salen en la novela. A este personaje no le cuadran ninguno de los comentarios molestos sobre la condición femenina (caprichosa, voluble, imprevisible, sólo preocupada por su belleza, antojadiza y desatinada) que he reseñado en la introducción de este trabajo.

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Dorotea es otra figura femenina en la que Cervantes se detiene. Junto con Clara, Luscinda y Zoraida forma parte del grupo “de las hermosas de la venta” por las que al final del capítulo 42 don Quijote se ofrecerá “a hacer la guarda del castillo que tanta hermosura encerraba”. La conocemos vestida de labrador, pero el traje no puede enmascarar la belleza deslumbrante de Dorotea empezando por los “pies dos pedazos de blanco cristal que no parecían sino que entre las piedras del arroyo habían nacido” (I, 344). Dorotea relata la historia de su vida, se justifica ante el cura, el barbero y Cardenio que la acaban de encontrar en un lugar solitario: “porque no ande vacilando mi honra en vuestras intenciones, habiéndome conocido ya mujer y viéndome moza, sola y en este traje, cosas, todas juntas y cada una por sí, que pueden echar por tierra cualquier honesto crédito”, recuerda la honra de la mujer, puesta en peligro si no está a buen recaudo. Por su relato sabemos que se dedicaba como hija de un labrador rico a la administración de sus posesiones, la rueca, la aguja y la almohadilla, incluso si se terciaba “leía algún libro devoto” y tocaba el arpa, pues la música “compone los ánimos descompuestos”. Es lectora de novelas como Luscinda, que leyó Amadís, lo cuenta Cardenio en el relato de sus desdichas y es el dato que acaba de convencer a don Quijote sobre su hermosura y discreción. Dorotea resistió los requiebros de Fernando e incluso hace un pequeño alegato en defensa de su condición social y su libertad, don Fernando es hijo del duque y ella una labradora rica: “Tu vasalla soy pero no tu esclava; ni tiene ni debe tener imperio la nobleza de tu sangre para deshonrar y tener en poco la humildad mía: y en tanto me estimo yo villana y labradora, como tú, señor y caballero” (I, 349). Tanto rogó y juró el duque que ella dejó de ser doncella convencida de que sino cedía voluntariamente el noble se saldría con la suya de malos modos. Don Fernando es el personaje masculino de la novela más parecido a don Juan, desde una perspectiva actual resulta difícil aceptar el desembrollo de los amores cruzados entre Luscinda, don Fernando y Dorotea, sólo justificable por el superior estatus social de don Fernando y porque al encontrarse Luscinda y Cardenio no le queda otra salida más que admitir su traición y volver con aquella a la que había prometido casarse. Dorotea es menos independiente que Marcela. Cumplido su apetito, don Fernando desaparece de la vida de Dorotea, como dijo Cardenio en el relato de su vida “el amor en los mozos, por la mayor parte, no lo es, sino apetito, el cual, como tiene por fin el deleite, en llegando a alcanzarle se acaba” (I, 296). Dorotea hace de princesa Micomicona, conoce bien el papel de doncella cuitada por haber leído las novelas de caballerías, la escena en la que se presenta a don Quijote para pedirle el favor de liberarla del gigante se puede tomar como una anécdota para sacar al caballero de la vida aventurera o como un símbolo de la necesidad real que tiene Dorotea de transformar al caprichoso don Fernando en amante verdadero. Al final cuando todos se encuentran en la venta, Dorotea es portavoz de una de las ideas reiteradas en Cervantes: la verdadera nobleza consiste en la virtud, no tanto en la sangre o en la cuna. Le recuerda a Fernando que si le niega lo que tan justamente le debe, “yo quedaré con más ventajas de noble que las que tú tienes”, apela incluso al cargo de conciencia que tendrá el noble Fernando por haber faltado a la palabra dada. (I, 443-4). La discreta Dorotea sosiega a don Quijote para que no se meta en pendencias con el cura por el asunto de los galeotes y cuando Sancho descubre la impostura de que es una dama particular y no una princesa, sale al paso con el recurso del encantamiento. Es uno de los ataques de ira que muestra don Quijote contra su escudero, porque ha osado poner en cuestión la honestidad de Micomicona-Dorotea: “¡oh bellaco villano, mal mirado, descompuesto, ignorante, infacundo, deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente! ¿Tales palabras has osado decir en mi presencia y en la destas ínclitas señoras, y tales deshonestidades y atrevimientos osaste poner en tu confusa imaginación!” (I, 540). Todo porque Sancho dijo que de ser Micomicona “no se andaría hocicando con alguno de los que están a la rueda y a cada traspuesta.”

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V.

CONSEJOS VARIOS SOBRE EL MATRIMONIO

La mujer de Sancho entra en escena en la segunda parte. Antes de la salida se muestra bastante escéptica con el gobierno que va a conseguir su marido. “Idos con don Quijote a vuestras aventuras y dejadnos a nosotras con nuestras malas venturas”. Sancho está ilusionado con la ganancia prometida por su amo, pero Teresa Panza es más realista. Le parece que si casan a su hija con algún conde a la primera de cambio corre el peligro de verse burlada. Lo mismo que si ella pasa de rústica labradora a gobernadora no faltará quien se burle del rápido ascenso social: “¡mirad que entonada va la pazpuerca! Ayer no se hartaba de estirar de un copo la estopa e iba a misa cubierta con la falda de la saya en lugar de manto, y ya hoy con verdugado, con broches y con entono, como si no la conociésemos” (II, 63). Más le valiera a Sancho casar a su hija con el hijo del vecino que no pretender una ascensión social que pueda traer más complicaciones que beneficios. No obstante, Teresa Panza se alegra como no podía ser menos cuando recibe los presentes que le envía la duquesa y su marido, la sarta de corales y el vestido de caza para Sanchica. El cura y el bachiller no acaban de creer las noticias del gobierno de Sancho, mientras Teresa y Sanchica están emocionadas e incluso ya se ven en coche paseándose, encareciendo la humildad de la duquesa que se aviene a mandar la carta y no es tan creída como las hidalgas del pueblo. Se produce otra situación parecida a la del baciyelmo de cruce entre fantasía y realidad. Sansón no entiende que el escudero gobierne una ínsula “siendo todas las del Mediterráneo de su majestad”, percibe que hay algo de burla en el paje “pero la fineza de los corales y el vestido de caza que Sancho enviaba lo deshacía todo”, así que todo parece encantamiento para los ilustrados del pueblo “estoy por decir que quiero tocar y palpar a vuestra merced por ver si es embajador fantástico u hombre de carne y hueso” dice el cura al paje que ha traído los regalos (II, 407). Al final quedan en que la verdad camina sobre la mentira como el aceite sobre el agua, Teresa convencida de la noticia pero no tonta del todo pues prefiere encargarle la carta de respuesta a un monaguillo que al bachiller, al que tenía por algo burlón. Frente a la burlona duquesa destaca el encanto y sencillez de Teresa Panza en sus cartas: “en esto pueblo todos tienen a mi marido por un porro, y que sacado de gobernar un hato de cabras no pueden imaginar para que gobierno sea bueno”. La economía doméstica es la preocupación de Teresa, ahora que va a la corte necesitará más dinero “que el pan vale a real y la carne, la libra a treinta maravedís”. Ya se ve Teresa presumiendo en su coche y siendo más conocida que el gobernador (II, 421). A Sancho le da las últimas noticias del pueblo: la Berrueca casó con un pintor, Minguilla le ha puesto demanda a Pedro Lobo pues va para clérigo y le prometió casarse con ella, una compañía de soldados se llevó tres mozas del pueblo que seguramente volverán y encontrarán marido “con sus tachas buenas o malas”, y Sanchica ya no necesitará trabajar pues su padre le va a poder pagar la dote siendo gobernador. Como vemos todo gira para las mujeres de la aldea en torno al casamiento. Don Quijote da muchos consejos sobre este particular, por ejemplo a doña Rodríguez: “buena dueña, templad vuestras lágrimas… que yo tomo a mi cargo el remedio de vuestra hija, a la cual le hubiera estado mejor no haber sido tan fácil en creer promesas de enamorados, las cuales por la mayor parte, son ligeras de prometer y muy pesadas de cumplir” (II, 418). Las dueñas eran un género de mujeres que no llevaba muy buena fama por los comentarios que se reiteran a lo largo de la segunda parte: “donde interviniesen dueñas no podía suceder cosa alguna buena…todas son

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enfadosas e impertinentes” dice Sancho cuando se presenta la Trifaldi (cap. XXXVII, II). Incluso don Quijote que en general tiende a pensar bien de todas las féminas tiene sus dudas la noche en que doña Rodríguez le va a contar su problema para que él intervenga. Se plantea si no será esta dueña y la oscuridad de la noche la ocasión para romper la fe prometida a Dulcinea: “Pero yo no debo de estar en mi juicio, pues tales disparates digo y pienso, que no es posible que una dueña toquiblanca, larga y antojuna pueda mover ni levantar pensamiento lascivo en el más desalmado pecho del mundo. ¿Por ventura hay dueña en la tierra que tenga buenas carnes? ¿Por ventura hay dueña en el orbe que deje de ser impertinente, fruncida y melindrosa? ¡Afuera pues caterva dueñesca, inútil para ningún humano regalo! ¡Oh cuán bien hacía aquella señora de quien se decía que tenía dos dueñas de bulto con sus antojos y almohadillas al cabo de su estrado, como que estaban labrando, y tanto les servían para la autoridad de la sala aquellas estatuas como las dueñas verdaderas!” (II, 383). Además todas las dueñas son unas chismosas según cide Hamete, por eso no termina bien la entrevista de doña Rodríguez con don Quijote, pues otra dueña advirtió a la duquesa de lo que pasaba, y cuando oyen que la Rodríguez le cuenta al caballero un defecto físico de la duquesa las dos que estaban escuchando se abalanzan y vapulean a la pareja. Nos dice Cervantes que es la mayor afrenta para una mujer ir en contra de su hermosura (II, 401). A Sancho Panza don Quijote le recomienda cuando está en la ínsula que no se muestre codicioso, mujeriego ni glotón, como si el poder llevara aparejado estas facilidades que no da el ser “estripaterrones”, según describió Teresa Panza a su marido. Campea en ese pasaje la ironía de Cervantes pues don Quijote dice “no te muestres, aunque por ventura lo seas (cosa que yo no creo)”. Al estudiante que narra la historia de Quiteria y Basilio en la que hay también una referencia mitológica a los amores de Priamo y Tisbe, don Quijote echa un discurso en el que defiende el matrimonio concertado por los padres y la indisolubilidad del mismo: “Si todos los que bien se quieren si hubieren de casar, quitaríase la elección y jurisdicción a los padres de casar sus hijos con quien y cuando deben; y si a la voluntad de las hijas quedase escoger los maridos tal habría que escogiese al criado de su padre, y tal al que vio pasar por la calle, a su parecer, bizarro y entonado, aunque fuese un desbaratado espadachín; que el amor y la afición con facilidad ciegan los ojos del entendimiento, tan necesarios para escoger estado, y el del matrimonio está muy a peligro de errarse, y es menester gran tiento y particular favor del cielo para acertarle.” (II, 167) Volvemos al tópico de la mujer caprichosa incapaz de guiarse razonablemente y escoger por sí misma. Continúa don Quijote: “quiere hacer uno un viaje largo y si es prudente, antes de ponerse en camino busca alguna compañía segura y apacible con quien acompañarse. Pues ¿por qué no hará lo mesmo el que ha de caminar toda la vida, hasta el paradero de la muerte, y más si la compañía le ha de acompañar en la cama, en la mesa y en todas partes, como es la de la mujer con su marido? La de la propia mujer no es mercadería que una vez comprada se vuelve, o se trueca o cambia, porque es accidente inseparable, que dura lo que dura la vida. Es un lazo que si una vez le echáis al cuello, se vuelve en el nudo gordiano, que si no le corta la guadaña de la muerte, no hay desatarle.” La comparación del matrimonio con un lazo echado al cuello no parece animar al mismo, y el nudo gordiano recuerda el “hasta que la muerte os separe”. Cuando ya Basilio se ha salido con su empeño don Quijote es aún más explícito: “Quiteria era de Basilio y Basilio de Quiteria por justa disposición de los cielos…que a los dos que Dios junta no podrá separar el hombre” (II, 187). Aunque don Quijote no es casado se atreve a dar consejos sobre el matrimonio a quien se los pide a la hora de escoger mujer (cap. XXII, II): “Lo primero le aconsejaría que mirase más a la fama que a la hacienda; porque la buena mujer no alcanza la buena fama solamente con ser buena, sino con parecerlo; que mucho más dañan a las honras las desenvolturas y las libertades públicas que

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las maldades secretas. Si traes mujer buena a tu casa, fácil cosa sería conservarla, y aun mejorarla, en aquella bondad; pero si la traes mala, en trabajo te pondrá el enmenderla; que no es muy hacedero pasar de un extremo a otro. Yo no digo que sea imposible pero téngolo por dificultoso.” Por otra parte el pobre tiene una gran prenda con una mujer hermosa, porque otros muchos se sienten atraídos por ella y si ella permanece firme bien merece llamarse corona de su marido, cada uno ha de contentarse con lo que tiene: “Opinión fue de no sé qué sabio que no había en todo el mundo sino una sola mujer buena, y daba por consejo y creyese que aquella sola buena era la suya y viviría contento.” Alonso Quijano, una vez recuperado el juicio, tiene buen cuidado de dejar sentado en su testamento que su sobrina no case con alguien aficionado a las novelas de caballerías, pues de lo contrario perdería la parte de la herencia que le corresponde (capítulo LXXIV), mostrando así la preocupación por su futuro. CONCLUSION Además de las mujeres nombradas hay otras en la novela que destacan por su hermosura y discreción, que si físicamente deslumbran no lo hacen menos por sus virtudes, por ejemplo Zoraida, Ana Félix la morisca hija de Ricote que se atreve a volver a España disfrazada de arráez, Claudia Jerónima protagonista de una historia de celos (II, 484) que llega a matar a Vicente Torrellas porque ha oído que se casa con otra, y que termina yéndose a un monasterio “en el cual pensaba acabar la vida de otro mejor esposo y más eterno acompañada”, Luscinda, la joven Clara, hija del oidor y sobrina del cautivo, las zagalas con las que se encuentran de vuelta a la aldea, el ama y la sobrina, las damas de Barcelona “de gusto pícaro y burlescas” que preguntan a la cabeza encantada “¿Qué haré yo para ser muy hermosa? Y escuchan “sé muy honesta.” Por corto que sea su papel en el conjunto de la novela las mujeres del Quijote muestran tener personalidad, seguridad en lo que dicen y hacen. Más allá de su condición social como mujeres dan su luchan por conseguir sus objetivos amorosos, como Zoraida y Dorotea, o por conservar su independencia en lo que destaca Marcela. Con respecto a la locura de don Quijote las hay burlonas como la duquesa o las mozas de la venta en la segunda parte, las hay totalmente opuestas como el ama y la sobrina, y otras, las menos que piden ayuda al caballero, como doña Rodríguez o la ventera cuando atacan a su marido. En el caso de las mujeres como en el de los demás, creo que Cervantes muestra ternura y misericordia por sus personajes, inspirados por otra parte en la gente más vulgar: venteros, labradoras, barberos, muleros, pastores, mozas de partido. No siempre se pueden atribuir las palabras del caballero andante al autor, sí en algunas ocasiones, por ejemplo en los consejos que da don Quijote a Sancho para gobernar, al final del capítulo 42 de la segunda parte. Le recomienda justicia pero sin olvidar la misericordia: “Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia…muéstrate piadoso y clemente, porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia.” Observando los comentarios de las mujeres y sobre las mujeres encontramos la alabanza a la virtud auténtica, por encima de consideraciones sociales, a su sobrina le dice (capítulo VI de la segunda parte): “De todo lo dicho quiero que infiráis bobas mías, que es grande la confusión que hay entre los linajes, y que sólo aquellos parecen grandes e ilustres que lo muestran en la virtud, y en la riqueza y liberalidad de sus dueños.” Virtud no entendida así por el “cristiano viejo”, es llamativo como el del Verde Gabán, prototipo del cristiano viejo según A. Castro, cumplidor y “santo a la jineta” para Sancho, queda como alguien incapaz de entender la valentía de don Quijote, cuando aparecen los leones le dice a don Diego Miranda: “Váyase vuesa merced, señor hidalgo a entender con su perdigón manso y con su hurón atrevido y deje a cada uno hacer su oficio.”

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Cervantes es ambiguo en sus planteamientos como la mezcla de ilusión y realidad misma que hay en la vida. Encontramos mucha dialéctica en el Quijote, muchos intercambios de pareceres entre los personajes, y en esas discusiones tan importante es lo que se dice, como lo que no, sin olvidar el efecto que producen en el lector que a menudo es una sonrisa, especialmente cuando don Quijote y Sancho dialogan sobre las leyes de la estrecha religión que practican y sacan conclusiones absurdas. Cervantes está haciendo la moral, quería terminar con las novelas de caballerías y sólo él que era un gran lector de esas novelas pudo llevarlo a cabo. Su propósito no podía ser más que divertir y enseñar, de una manera nueva y genial. Es llamativo el contraste entre las desgracias de su biografía y el buen humor que desprende el Quijote, Cervantes mira las cosas con ironía. Nos preguntábamos sobre las creencias, pienso que Cervantes creía en aquellas cosas por las que luchó su religión y su rey, ¿podía ser de otro modo habiéndose dejado la mano en Lepanto y habiendo sufrido cautiverio?, era patriota como hoy ya no podemos serlo,(está mal visto), y cristiano sincero. Por encima de lo que creyera y cuáles fueran sus convicciones, me quedo con su humanidad y su sentido del humor para afrontar las dificultades. Hace reír con muy poco, le basta lo cotidiano y vulgar. Cervantes divierte y da que hablar durante 400 años seguidos, ¿qué más puede pedir un escritor? Admiro su capacidad para escoger como escenario la región de España que menos se presta al ensueño, la Mancha, una inmensa y aburrida llanura. Y todas esas escenas en que se plantea la diferencia entre lo objetivo y lo fantástico, una línea muy borrosa que al menos yo no tengo ningún interés en clarificar. El paso del tiempo hace que las consideraciones cervantinas sobre las mujeres estén bastante desfasadas, salvo el caso de Marcela, pero se le puede perdonar a Cervantes que no es un dios para estar por encima de las contingencias históricas. No obstante creo que sobresale entre otros autores a caballo entre el renacimiento y el barroco y nos habla todavía desde 1605 por esa mezcla genial de fantasía y estacazos salpimentada de buen humor en qué consiste el Quijote.

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