ESE ORIGEN QUE NO QUIERO OLVIDAR MIS RAÍCES MIS VIVENCIAS MIS SENTIRES

ESE ORIGEN QUE NO QUIERO OLVIDAR MIS RAÍCES MIS VIVENCIAS MIS SENTIRES II CONCURSO NACIONAL MUJERES, IMÁGENES Y TESTIMONIOS 2004 ESE ORIGEN (QUE N...
30 downloads 1 Views 3MB Size
ESE ORIGEN QUE NO QUIERO OLVIDAR

MIS RAÍCES MIS VIVENCIAS MIS SENTIRES

II CONCURSO NACIONAL MUJERES, IMÁGENES Y TESTIMONIOS 2004

ESE ORIGEN (QUE NO QUIERO OLVIDAR 11

MIS RAÍCES MIS VIVENCIAS MIS SENTIRES :1_;71.-;:1=0:»,

417,

Concurso Mujeres, Imágenes y Testimonios 2004 Autorizamos la reproducción total o parcial de este libro o de algunos testimonios siempre y cuando se divulgue la fuente y el autor de cada testimonio o fotografía y previa información al Centro de Comunicación Voces Nuestras. PUBLICACION AUSPICIADA POR:

VECO, EED, HIVOS, Oficina de la Mujer de la Municipalidad de Ciudad Quesada. Ministerio de Cultura Juventud y Deportes, Colegio de Costa Rica, COOCIQUE RL, Productos de la Villa, Cloro Los Conejos, Hotel Capitán Suizo. EDICION

Lilliana León Zúñiga, Voces Nuestras DISEÑO GRAFICO E IMPRESION Diseño

& Comunicación Tel. 233-0915 / Email: [email protected] 305.4 C7449d Concurso Mujeres Imágenes y Testimonios (2° : 2005 : San José). Ese origen que no quiero olvidar. Mis raíces, mis vivencias, mis sentires. — 1 ed.— San José, C.R.: Voces Nuestras, junio 2005. 168 p. : 22 X 28 cm. ISBN: 9968-787-04-3 1. Mujeres — Biografías — Costa Rica. 2. Mujeres — Concursos. 3. Mujeres — Relatos Personales. I. Título.

CENTROS DE COORDINACIÓN

EN LATINOAMERICANA 2004

ECUADOR SEDE CUENCA MUJER: IMÁGENES Y TESTIMONIOS. Calle Miguel Moreno 1-42 y Av. 10 de Agosto Telf. 2881931-2883878 E mail: [email protected] Web: www.mujerytestimonios.com COSTA RICA CENTRO DE COMUNICACIÓN VOCES

NUESTRAS. Del Supermercado la Cosecha, 200 sur, 25 este Sabanilla, Montes de Oca. Apartado 1224-1002 San José, Costa Rica Telefax: 224 8641 Telf. 2832105 E mail: [email protected] Web: WWW.vocesnuestras.org

PERÚ MOVIMIENTO MANUELA RAMOS Av. Juan Pablo Fernandini 1550. Lima 21, Perú Telf: 423-8840 E mail:[email protected] COLOMBIA SISMA MUJER. Calle 38 N° 8-12 Of.502. Teléfonos 2880536- 2877304 -2856441 E mail: [email protected] COMITE ORGANIZADOR COSTA RICA 2004

FEDEAGUA, Guanacaste, Inés Guevara AUPA Zona Norte Lidieth Hernández VECO-CR Javier Sánchez RADIO SANTA CLARA Enid Chacón

VOCES NUESTRAS Lilliana León, Cordinadora Concurso CMC — Coordinadora de Mujeres Campesinas JURADO NACIONAL CONCURSO 2004

Jurado Nacional Testimonio Escrito

Lic Ligia Córdoba Barquero Lic Yadira Calvo Fajardo Periodista Ricardo Quirós Jurado Nacional Testimonio Fotográfico

Periodista Lianne Spong Marcelia Lic Adela Marín Villegas Lic Hannia Villalobos Jurados locales Guanacaste

Pbro. Ronald Vargas Periodista Rebeca Rodríguez Lic. Wilberth Villavicencio Zona Norte

Lic. Luz María Esquivel Lic. Magally Rojas Lic. Cesar Angulo

Agradecimientos

Agradecemos profundamente a todas las mujeres y hombres que participaron con sus testimonios escritos y fotográficos, gracias por la confianza depositada en el Concurso, por liberar y compartir sus vivencias. Muy especialmente, las gracias a Inés Guevara, Suray Carrillo,

Xinia Quintero, Hannia Villalobos, Lidieth Fernández, Vilma Herrera, Ana de Graaf, Javier Sánchez, Larry Wein, por su respaldo y sus aportes metodológicos. Un especial agradecimiento a las compañeras Mary Zapata de Radio Santa Clara, a Mary León y a Juan Carlos Morales, de Voces Nuestras y a Julia Méndez, de VECO, por su gran gestión y apoyo logístico. Reconocemos el esfuerzo y apoyo de los equipos de trabajo de FEDEAGUA, APDE, AUPA, VECO, RADIO SANTA CLARA, VOCES NUESTRAS, sin todos ustedes el desarrollo del Concurso no hubiera sido posible. Agradecemos al Lic Jorge Hernández, catedrático, dirigente, pintor, que nos facilitó el dibujo que dio la imagen al Concurso 2004, fue usado para el afiche, el desplegable, el CD, el programa de premiación y ahora es la portada de este libro. Un agradecimiento al Grupo Malpaís de Costa Rica, en especial a Fidel Gamboa, canta-autor de la canción "Como un Pájaro", por prestarnos esta canción para el tema musical de la serie de radio "Ese origen que no quiero olvidar", una adaptación de los testimonios nacionales ganadores, producida por el equipo de Voces Nuestras. La letra de la canción la hemos incorporado en este libro. Gracias a los jurados nacionales y locales por su trabajo y compromiso. Y finalmente un agradecimiento profundo a los auspiciadores y patrocinadores, agencias de cooperación, empresas, organizaciones que con su apoyo y confianza nos han permitido probar una vez más esta novedosa y creativa estrategia para hacer valer el derecho a la comunicación y la expresión de más bellos sentimientos y experiencias.

Comité Organizador

Indice

Presentación, por Yadira Calvo Fajardo ..............................................................9 Introducción, por Lilliana León Zúñiga .................................................... 11 El concurso: Una estrátegia de comunicación y género, por Fresia Camacho .............................................................................................. 13 FOTOGRAFIA Categoría profesional.................................................................... 19

Primer premio: Abuelita Carmen ......................................................... 21 Segundo premio: Reflejos...................................................................... 24 TESTIMONIO ESCRITO Categoría campesina ....................................................................... 25

Y aprendí a volar ..................................................................................... Autemia de los milagros ........................................................................ Nana: inmemorian .................................................................................. De los cafetales al periodismo ............................................................... Alumbrando el alma de niña .................................................................

27 31 39 45 52

Categoría urbano-marginal ...................................................... 57

El gringo y la barbie ............................................................................... Eva la zapatera ........................................................................................ La del piso de tierra ................................................................................ Descendencia de amor ................................................................................

59 63 67 72

Categoría profesional ........................................................... 79 La hora del café................................................................................................... 81

Las pieles de mi vida .............................................................................. 84

Categoría migrante .................................................................................. 89 Mujer de barro y maíz ............................................................................ 91 Un amor insustituible ............................................................................. 95 Categoría afro-descendiente .............................................................. 101 El negro en mi vida .............................................................................. 103 FOTOGRAFIA Categoría aficionado-popular ............................................................ 109 Primer Premio: Mi primera nieta y madre adolescente .................. 111 Segundo Premio: Recordando los tiempos que no volverán ........ 112 Canción Como un pájaro, de Malpaís ............................................... 113 PREMIOS LOCALES Categoría campesina ............................................................................. 115 Guanacaste La hija de la mina .................................................................................. 117 Descubriéndome toda poco a poco .................................................. 123 Limón Reciclando vivencias y sentires ........................................................... 130 Zona Norte Los fundamentos de mi existencia..................................................... 133 Testimonio ............................................................................................. 141 Remembranzas ...................................................................................... 146 ORGANIZADORES ......................................................................... 15 3 FEDEAGUA ........................................................................................ 155 CENTRO DE COMUNICACIÓN VOCES NUESTRAS ......... 157 AUPA ..................................................................................................... 159 RADIO SANTA CLARA ................................................................... 160 COORDINADORA DE MUJERES CAMPESINAS ................. 162 VECO-CR .............................................................................................. 164

Presentación Por Yadira Calvo Fajardo "Para una sociedad patriarcal ser mujer es negarse las posibilidades de crecer " Erlinda Quesada Angulo Este que usted ha tomado en sus manos es un libro importante porque desenmascara mitos: nos pone ante los ojos y el corazón la vida de las mujeres tal cual es: son testimonios. Experiencias contadas por quienes han experimentado en carne propia o de cerca la exclusión, la pobreza, el abuso, el desprecio, los vejámenes, la servidumbre. ¿Un libro para llorar? No. Un libro lleno de esperanza, que nos induce a admirar la formidable capacidad de sus protagonistas para sobreponerse a la desgracia, para encontrar, en medio del infortunio, la puerta que se abre, en el fondo de sí mismas, hacia otra forma de vivir y de pensar. Hallada esa puerta, las autoras se preguntan por qué se les ha hecho postergar sus propios intereses, renunciar a sus alegrías, reducir su propio espacio, desechar sus sueños en nombre del bienestar ajeno; por qué han soportado lo que no se debía soportar. Y lo más importante, todas llegan en algún grado a la conclusión de que esa puerta abierta las lleva a descubrir su propia fuerza y a tomar decisiones radicales y salvadoras; las lleva a darse cuenta de que sólo a ellas les corresponde decidir lo que quieren o no quieren; y de que, como señala Roxana Gómez Zúñiga, "ninguna vida puede ser a través de otra". Todas estas mujeres tienen en común la claridad mental para detectar el verdadero trasfondo de la sumisión y la infravaloración que han padecido; la conciencia de sus propios derechos de personas humanas; la decisión de aventurarse en el estudio, en el cambio, en la incertidumbre, en nuevas formas de vivir y de pensar; la voluntad de "apropiarse de las palabras" —como dice María Isabel Rodríguez Lobo— para hablar de su vida, de sus tristezas y alegrías"; y más que eso, para denunciar las falsas imágenes de feminidad en nombre de las cuales se las ha sometido y explotado. El relato de sus experiencias enseña más sobre conducta humana que los libros de psicología; conocer sus historias es espiritualmente más edificante que rezos y devocionarios; y su enseñanza de a Dios rogando y con el mazo dando constituye una de las mejores lecciones de vida que se pueden aprender. Aquí no se trata de víctimas; se trata de mujeres fuertes y tesoneras dispuestas a no dejarse vencer, y aún si solo éste fuera el valor de los textos (que no lo es), basta y sobra para identificamos con sus autoras, para admirarlas, respetarlas y darles nuestra adhesión.

Introducción Por Lilliana León Zúñiga En esta publicación presentamos los trabajos ganadores del Concurso 2004. El tema que nos convocó fue: "Ese origen que no quiero olvidar, mis raíces, mis vivencias, mis sentires," el cual sirvió de inspiración a 128 personas que participaron con sus testimonios, de ellos 116 trabajos fueron testimonios escritos y 12 personas participaron con fotografías. Esta fue una experiencia que iniciamos en octubre del año 2000. Voces Nuestras con el apoyo de organizaciones aliadas decidieron aplicar la metodología del Concurso: Mujeres, Imágenes y Testimonios que se realiza en Ecuador. En el 2002 se hizo el primer certamen nacional y en el 2004 trabajamos la segunda edición con grandes logros para las mujeres y organizaciones. Estas dos experiencias nos dejan muchas enseñanzas, pero sobre todo grandes amigas y aliadas que han vivido con intensidad y compromiso el Concurso. La obra seleccionada tiene mucha riqueza y nos invita desde la sencillez de sus párrafos, desde las vivencias personales a rescatar aquellos valores que todavía mantenemos y que nos gustaría conservar. Como seres humanos nos mantenemos en constante cambio y movimiento. Y nuestros sentimientos hacen que percibamos la realidad de diferentes maneras. Esta es la riqueza invaluable de esta obra. La diversidad cultural y de experiencias de vida que nos inspiran para seguir adelante. Son historias que han salido del corazón, recuerdos inolvidables que disfrutamos con gran emoción y nos sacan lágrimas y sonrisas de esperanza. Sabemos que muchas lectoras llevan esa vena de escritoras y muy dentro del alma cargan historias conmovedoras de lucha y anhelos, que en un futuro Concurso se atreverán a compartir, como lo hacen en esta obra estas personas que no solo han ganado en la premiación nacional, sino que han ganado un poco de paz, de amistades, un espacio de expresión y comunicación. EL CONCURSO Una estrategia de comunicación y género Por Fresia Camacho Rojas "Entonces leí el libro y sentí la necesidad de escribir, porque sentía que solo llorar no me bastaba, entonces empecé a escribir y empecé a sentir que me liberaba, escribiendo. Y puede haber bulla, puede haber radio, televisor, que no oigo nada. Es un dolor que se suelta escribiendo. Que nunca lo había vivido, nunca lo había

experimentado." Xinia Sandoval, acerca del libro publicado a partir del Concurso 2002 Todas las personas tenemos una historia que contar. Está cifrada en nuestro cuerpo, en nuestra alma. Dar voz e imagen a nuestras historias nos sana y nos alimenta, nos ayuda a imaginar el futuro y vivir mejor el presente. El Concurso Mujeres, Imágenes y Testimonios surge como una estrategia de comunicación y género que permite visualizar en el ámbito público la vida y las miradas de las mujeres, desde sus realidades. A través de una convocatoria nacional se hace un llamado a amas de casa, jóvenes, profesionales y trabajadoras, nacionales o extranjeros, de la ciudad y del campo, hombres y mujeres a compartir historias de vida de las mujeres. Frente a la globalización que nos homogeniza, el tema del año 2004 quiso hacer defensa de nuestras raíces, de nuestras identidades diversas, pues quien pierde su historia personal, pierde con ella sus valores. Así, el Concurso nos interrogó: ¿Cuál es mi origen, quién soy, de donde vengo, que es eso que no quiero olvidar y deseo transmitir a otras personas y generaciones? ¿Qué valores y formas de vivir quiero revalorar y dejar en la historia? Es un concurso que busca: Desarrollar una estrategia de comunicación y género que visibilice el trabajo y la historia de las mujeres desde las mismas protagonistas. Potenciar los vínculos y las alianzas entre organizaciones de las diversas regiones del país, que facilite la multiplicación del Concurso en cuanto a organización, manejo de los contenidos, propuesta de capacitación, la gestión conjunta y la sostenibilidad de la incidencia en Costa Rica y Centroamérica. Compartir una propuesta metodológica con hombres y mujeres de las organizaciones sociales para trabajar desde lo personal-local a lo colectivo-público, historias de vida que nos permitan entender y conocer la perspectiva de género y la diversidad cultural. Las bases del Concurso En Costa Rica el Concurso hasta la fecha se ha desarrollado cada dos años. La convocatoria nacional se hace por todos los medios posibles y las modalidades de participación son dos: testimonio escrito y testimonio fotográfico. Se puede participar en una de las siguientes categorías: indígena-campesina, afro descendiente, joven, extranjera, urbano marginal y profesional.

El testimonio escrito: Cada testimonio debe tener un máximo de cinco páginas y debe ser presentado con cuatro copias a máquina de escribir o computadora, letra axial 12 y espacio sencillo entre líneas. Solo debe llevar título y seudónimo en la primer hoja. El testimonio fotográfico incluye dos categorías: popular aficionado /a y profesional. Se puede enviar una o tres fotos que aborden el mismo tema. Las fotos deben tener 11 x 14 pulgadas, ya sea en blanco y negro o a color. Por detrás de la fotografía se coloca el título y una descripción de no más de 5 líneas. Todos los trabajos (escrito o fotográfico) se presentan con título y seudónimo (nombre falso) y cada concursante debe agregar en un sobre sellado su nombre real, dirección, teléfono, ciudad, seudónimo y nombre de su testimonio. Cada persona puede participar en una o en las dos modalidades( escrito o fotografía) Los trabajos solo pueden ser recibidos en los centros de recepción según sean comunicados en su momento. Un concurso con historia Esta iniciativa se desarrolla por segunda vez en Costa Rica, pero tiene una historia de más de 10 años: El Concurso nació en Cuenca, Ecuador como iniciativa de las fundaciones ALDES, HABITtierra y SENDAS. Se extendió rápidamente a la región andina, donde ya tiene con ésta siete ediciones. Posteriormente se amplió a América Latina y en su sexta edición inició en nuestro país. Así, en este certamen como coordinaciones nacionales participaron Perú, Colombia, Costa Rica y Ecuador. Los trabajos galardonados en el ámbito nacional en el 2004 participan en el III Concurso Latinoamericano. Un fuerte tejido soporta y alienta la participación En la organización del Concurso en Costa Rica se integran diversas personas, organizaciones, medios de comunicación, gobiernos locales e instituciones que facilitan la participación de las mujeres y hombres en el ámbito rural y a su vez una representante de cada región conforma el Comité Organizador Nacional. Estas organizaciones trabajan con comunidades afro descendientes, campesinas, indígenas; jóvenes, población migrante, mujeres y hombres de diversos sectores. En esta edición del Concurso 2004 apostamos por los comités locales en tres regiones de Costa Rica, Limón- APDE, GuanacasteFEDEGUA y Zona Norte RADIO SANTA CLARA y AUPA. Los comités locales se encargaron de realizar talleres con los grupos de base para promover la expresión de las mujeres con testimonio escrito, o con testimonio fotográfico. Además, los comités coordinaron en la región la recepción de los testimonios, hicieron la

gestión de premios locales, y apoyos, la divulgación y la premiación local. `Es difícil contar toda la vida en cinco páginas, -señala una de las participantesel taller me ha ayudado a enfocar el tema y a partir de ahí ha sido más fácil ir redactando y limpiando." La premiación En Costa Rica se ha establecido premiaciones locales y los trabajos ganadores en las regiones son publicados. El comité local decide cuantos premios puede entregar y en que categorías. La premiación local garantiza más diversidad de testimonios en la publicación nacional. Cada región establece su jurado, el cual debe ser formado por tres personas, una de comunicación, una persona con sensibilidad de género, y otra de una organización que conozca el tema del concurso. En el ámbito nacional se seleccionan dos jurados. Para testimonio escrito se seleccionan tres personas, una de comunicación, otra de una organización social familiarizada con el tema del concurso y que tenga una sensibilidad de género y una persona escritora. Con el jurado de fotografía es igual, solo que en vez de una persona escritora se necesita una persona fotógrafa. Son seis personas entre hombres y mujeres. La premiación es por categorías y el premio consiste en el derecho a publicación y a grabación de su testimonio. Además se entrega un premio al primer lugar del testimonio escrito y un premio al primer lugar del testimonio fotográfico profesional y otro al aficionadopopular. Si se consiguen más premios se pueden otorgar menciones de honor. Se realiza una actividad pública de premiación nacional en donde se invita a los medios, organizaciones amigas, participantes, patrocinadores, familiares. Cada región participa con un acto cultural y asisten las ganadoras locales, patrocinadores, facilitadoras, el jurado local, entre otras personas. Todas las personas pueden seguir participando en los concursos cada dos años, aunque hayan ganado, pues el tema siempre es diferente. Producción de materiales audiovisuales y de divulgación Con los trabajos ganadores el Comité Organizador del Concurso elabora la publicación nacional y una serie de radio con la adaptación de los trabajos ganadores. Con estos materiales se hace una campaña de divulgación por los diversos medios de comunicación, WEB, Radio; prensa, televisión y se envía la publicación a periodistas, organizaciones, bibliotecas públicas. Además se realizan exposiciones itinerantes con las fotografías y testimonios ganadores en las regiones donde están

los centros de recepción de testimonios. En esa actividad se le entrega a cada persona que participó un ejemplar de la publicación y las participantes se conocen y comparten su experiencia con otras personas. El espíritu del Concurso: Mujeres, Imágenes y Testimonios es que las personas protagonistas de la historia sean visibilizadas, sean escuchadas desde ellas mismas, por eso se valora los testimonios vivenciales, la historia misma, la actitud frente a la vida, la enseñanza que nos deja, la fluidez y la sencillez con que nos transmiten sus experiencias de vida. Se premia por categorías la cual se define de acuerdo a quien es la protagonista de la historia. A las historias no se les hace edición, ni corrección de estilo, se presentan tal como las concursantes las escribieron y entregaron al Concurso.

CONCURSO Mujeres, Imágenes y testimonios FOTOGRAFIA CATEGORÍA PROFESIONAL Primer Premio Abuelita Carmen Serie de 3 fotografías

Mónica Quesada Cordero Heredia

Abuelita Carmen Serie de 3 fotogrAfías

Mónica Quesada Cordero Heredia

Abuelita Carmen Mónica Quesada Cordero Serie de 3 fotografías .... Heredia

Segundo Premio I Nuria Díaz González Reflejos ...........Zapote, San José

CONCURSO Mujeres, Imágenes y Tesfimonios

TESTIMONIOS CATEGORÍA CAMPESINA PREMIO NACIONAL Y aprendí a volar Erlinda Quesada Angulo GUÁCIMO DE LIMÓN Era una niña feliz, sin muchos lujos pero para mí no era tan importante, vivía con mis padres y mis hermanos, para ir a la escuela caminaba por bosques y charrales sobre la línea del tranvía o burro carril como le llamábamos, media hora a pie, quince minutos a caballo con mi hermano menor, casi siempre los monos y las aves eran nuestro gran maravilloso champán. De pronto un día empieza la gran pesadilla, todos los bosques y charrales fueron arrancados por grandes máquinas y potentes agroquímicos transformando todo lo que tocaban, dejando el suelo como el patio de mi casa. Y así en pocas semanas mi vida se vio ante un cambio muy grande. Máquinas y hombres extraños por todos lados. Los caminos desaparecieron convirtiéndose en grandes canales. Mi madre tenía mucho miedo de que nos pasara algo o alguien nos hiciera daño cuando íbamos a la escuela y decidió que no fuéramos más para protegernos. Se acabó la escuela y empieza el trabajo duro, recuerdo que tenía nueve años, todo tipo de oficio doméstico; acarrear agua del río, servirles a mis hermanos, ordeñar la vaca, limpiar y coger maíz, arrancar frijoles, recuerdo que lo que más me disgustaba del trabajo eran dos cosas; plancharle la ropa a mi hermano para que fuera a ver a la novia. Le gustaba usar pantalones blancos con almidón, era tan difícil, con plancha de carbón, no ensuciar las prendas de este hermano. ¡Se enojaba tanto si tenía tizne sus pantalones cuando iba a vestirse! La otra cosa era cuidar los niños de mi hermano porque su esposa siempre estaba enferma y tenía los niños muy seguido, para una

niña tan pequeña cuidar dos niñas todo el día, además de lavarles la ropa y limpiar la casa era sumamente agotador esa rutina diaria. Así transcurrió parte de mi niñez y adolescencia, tenía catorce años cuando conocí al hombre con el que me casé a los diecisiete años, y con el cual tengo cuatro hijos. Aquí empieza otra etapa de mi vida con muchas ilusiones del futuro, lleno de felicidad, vivíamos en la finca de un primo, era una finca fuera del pueblo muy solitaria, el vecino más cercano estaba a veinte minutos. En esa finca pasé muchas angustias en soledad, ya que mi esposo trabajaba en la finca bananera, salía a las cinco treinta y muchas veces eran las diez u once de la noche sin regresar, la mayoría de las veces porque se quedaba con sus amigos, para mí eran momentos de mucha angustia, pero a su vez creía que era normal, que así tenía que ser, como todas la mujeres en casa siempre esperando al marido. Recuerdo cuando nació mi primera hija, el día que salí del hospital con la niña recién nacida había un turno o fiesta en el pueblo. Él se fue para el turno y me dejó sola con la niña en aquella soledad. Claro, no dormí en toda la noche de miedo y de rabia. Cuando le contaba esto a mi suegra, decía; no es cosa del otro mundo y para mi madre también era normal por lo que me hacía como si no me importara. Fue en este tiempo que empecé a preocuparme por estudiar y me matriculé en una academia de corte y confección, hice todos los cursos, obtuve mi primer titulo, luego cuando estaba embarazada de la segunda hija me propuse sacar la primaria con el sistema del maestro en casa, me matriculé y en ocho meses tenía el título de primaria. Cuando hice los exámenes estaba en los últimos días del embarazo, me costaba entrar en la silla. Tiempo después pensando en el futuro de las niñas en aquel mundo esclavizante del banano, decidimos salir en busca de un futuro diferente. Llegamos a un pequeño pueblo del cantón de "Llamado", es un pueblo muy tranquilo. Como siempre quería aprender cosas nuevas, empecé un proceso de formación en la parroquia participando en todos los cursos que podía, teología popular, relectura e interpretación de la Biblia y me especialicé en doctrina social de la iglesia católica. Este proceso me ha dado grandes alegrías. En algunos momentos parecía que la iglesia estaba avanzando hacía una iglesia comprometida con el pueblo. Un hecho muy importante que lo demuestra fue la creación de la Pastoral de la Mujer que promovió Monseñor Coto Ex Obispo de Limón. Cuyo objetivo dice y cito textualmente: "valorar desde nuestra iglesia particular a la mujer, en su ser y quehacer para que cambiando mentalidades y estructuras

deshumanizantes sea igual que el hombre, protagonista de la historia, según el evangelio". Esto permitió poner sobre la mesa, una realidad que muchos tienen todavía miedo de analizar, ya que se sienten amenazados por su poder político, religioso y económico. Descubrir esta realidad me ha traído muchos problemas, primero porque hay muchas cosas que no puedo callar y creo que toda persona con un poco de conciencia y conocimiento del proyecto de Jesucristo, no debe callar ante las injusticia de estructuras, que muchas veces convierten a las personas en piezas sin valor dentro de ella. Así callar nuestra voz es una situación que no debemos aceptar, venga de donde venga y cuando nos quieren callar debemos gritar más fuerte. Bueno quiero contarles también mis grandes satisfacciones en mi vida, por mi espíritu de conocer siempre cosas nuevas, empecé a relacionarme con muchas organizaciones populares, esto me permitió conocer mucha gente, muchos lugares del país y cumplir con otro de mis sueños viajar fuera del país. He tenido la oportunidad de ser para las personas, especialmente para las mujeres la consejera, desde ponerles el hombro para que lloren y escucharlas, hasta darles consejos algunas veces y acompañarlas. Es que en la gran universidad de la vida he aprendido a ser psicóloga, maestra, periodista, agricultora, escritora, teóloga, pero sobre todo mujer, quien iba a pensar que aquella niña que la expansión bananera le había arrebatado sus sueños de estudiar, cuando convirtió su pueblo en un inmenso bananal, sería capaz de romper con tantas barreras en la vida. No crean que fue fácil. No. Cuando empecé a tomar decisiones, a la primera que enfrenté fue a mí misma. Tantos años de sumisión y de dejar que otros pensaran por mí misma. Muchas veces me sentía culpable y mala si un niño salía mal en la escuela, si se enfermaba porque yo no estaba, porque estaba en un curso. Luego con la familia de mi esposo, la mía, los vecinos, los maestros (a), recuerdo cuando mi hijo menor estaba cómo en cuarto grado. Yo estaba recibiendo un curso sobre género y desarrollo sostenible, el niño estaba en la casa con su papá y sus hermanos, cuando me fui a retirar la nota, la maestra, antes que el saludo me dijo: ¿cómo hace usted para dejar al niño solo, no ve que a él le hace falta la mamá? Para una sociedad patriarcal ser mujer es negarse las posibilidades de crecer. Por eso comparto con ustedes parte de mi historia con el fin de que les sirva de motivación en sus vidas. Les pido que luchen siempre por sus sueños por más inalcanzable que parezcan, si creemos en ellos lo logramos y nunca te sientas culpable de lo que puedas cambiar, aprende a volar muy alto. Tu amiga viviendo en medio de los lobos.

Autemia de los milagros María Isabel Rodríguez Lobo HOJANCHA DE GUANACASTE Sus ojos tristes y su cara maltratada por el sol, reflejaban una dura vida en el campo. Sentada en su silla de ruedas, esperaba a que empezara la sesión aquella mañana de agosto. Me miró de frente, como diciéndome "estamos en las mismas condiciones." Recibimos cuatro talleres juntas, en los que crecimos, lloramos y reímos. Callada y tímida al principio, ella fue apropiándose de las palabras para hablar de su vida, de sus tristezas y alegrías. Este relato apenas araña la vida de esta mujer fuerte y valiente, este es el relato de la vida de Autemia. Mi historia se originó en una finca de La Balsa de Canjel, a tres horas a caballo del Puerto de Canjelito, en la parte puntarenense de la Península de Nicoya. La casa que me vio nacer estaba hecha de tablones de pochote y cerca del agua, porque los campesinos hacemos nuestras viviendas cerca de ríos y quebradas, para que no les cueste tanto acarrear el agua. Allí nací el 6 de noviembre de 1952, al pie de una montaña y a orillas de una quebrada. Esa es una zona húmeda y caliente, está llena de zancudos y purrujas. Esos bichos nos atormentaban día y noche, particularmente en invierno. Vivíamos muy lejos y con muchas dificultades. Sin embargo, la cercanía con la montaña y la quebrada tenía sus cosas buenas. A mí me gustaba mucho escuchar la música que hacía el agua al caer de uno de los tantos saltos que tiene la quebrada Canjelito, cuando bajábamos a la posa a lavar la ropa o a bañarnos. Me gustaba despertarme con el canto de los pájaros y de los congos, con el bramido de las vacas y los terneros llamando al ordeñador, y él con rue, rue, rue, de los cerdos pidiendo comida. Me hacía mucha gracia ver a Bongo, el perro de la casa, correteando por el patio todo lo que se le ponía enfrente. Todo eso me encantaba. En ese lugar lleno de contrastes crecí. Soy la hija número seis de una familia de ocho varones y siete mujeres. Mi papá es oriundo de Santiago de San Ramón y llegó a Canjel en 1938, en busca de vida. En La Balsa conoció a mi mamá, y se casaron el 1° de enero de 1941, cuándo él tenía 21 años y ella 18. Mamá nació en Santa Elena de Guacimal, y vivió en muchos lugares antes de llegar a La Balsa, porque mis abuelos maternos viajaban de un lugar a otro buscando trabajo. Mis obligaciones empezaron desde que era muy pequeña. Tendría unos tres o cuatro años, porque apenas podía alcanzar la hamaca de gangoche donde tenía que mecer y darle chupón a José más pequeño de la familia. Además de ayudar en los quehaceres de la casa, también me mandaban a la montaña a buscar hojas de raspa para

lavar las bancas y los molederos y escobilla para barrer, porque las escobas de millo no las conocíamos. También cortábamos hojas de plátano, porque en el campo las hojas de plátano son muy utilizadas, ya sirven para muchas cosas: en ellas se palmean las tortillas y se envuelven para guardarlas, se envuelven los almuerzos de quienes van a trabajar al campo y se envuelven los tamales. A los campesinos nos gusta mucho el almuerzo envuelto en hoja, porque le da un sabor y un olor especial a la comida. También tenía que sacar y jalar agua del pozo que mi papá hizo cerca de la casa, al que llegábamos por un trillo hecho a pura macana. En esa época y en esos lugares, los caminos eran senderos transitados sólo por caballos y carretas de bueyes. El que no tenía ni caballo ni carreta, a batir barro a pie. Cuando cumplí ocho años entré a primer grado en la escuela de La Balsa, que quedaba a una hora a pie de la casa. En el invierno caminaba entre el barro, el monte y las espinas y en el verano, el polvo era tan caliente y había tantas piedras, que regresaba a la casa con los pies quemados y rotos. Aunque la escuela me gustaba mucho, y fue allí donde aprendí a leer y a escribir, sólo pude llegar hasta tercer grado. Cuando tenía que empezar el cuarto grado, Amalia, mi hermana mayor se caso y quede yo como la mayor de las mujeres. Como mi mamá tenía siempre un chiquito pequeño o estaba embarazada, yo crecí haciendo todas las labores de la casa, con mi hermana Lidia como ayudante, que era la que me seguía. En la finca de mis papás había de todo y lo que más había era trabajo. Cocinar era muy difícil porque se requería un proceso larguísimo que a mí me parecía muy cruel. Para hacer las tortillas había que empezar por destusar el maíz, desgranarlo, cocinarlo con ceniza, lavarlo, molerlo en una máquina manual para sacar la masa con que se preparan las tortillas. Lo mismo pasaba con los frijoles, el café y el dulce. Las verduras las sacábamos a pura macana, el queso lo hacíamos en la casa con leche de las vacas de la finca, y cuando queríamos comer carne, teníamos que correr por un buen rato detrás de una gallina para agarrarla, matarla, desplumarla, destazarla y cocinarla. Otros de los trabajos duros era lavar la ropa que los hombres usaban para trabajar en el campo, que era mucha y muy sucia. Lavaba a mano en una batea de madera junto a la quebrada. Como si fuera poco, cuando mis hermanos varones estaban muy ocupados, también me tocaba encerrar los terneros, arriar las vacas y ordeñarlas. Nunca nadie me preguntaba si tenía mucho que hacer, para pedirme que hiciera algo adicional. Me enseñaron a obedecer sin protestar y a no disponer nunca de nada sin pedir permiso. Cuando tenía 15 años me dio una apendicitis y me puse muy grave. Para llegar al Hospital San Rafael de Puntarenas, tuve que viajar tres horas a caballo hasta Canjelito, el puerto donde cogíamos la lancha.

De allí se tardaban tres horas en la ruta Canjelito-Puntarenas, si es que la lancha no se desviaba para recoger pasajeros en Puerto Til. Yo sentía que me iba a morir, llegué al hospital y hasta al día siguiente me operaron. Estuve una semana internada en un salón muy grande, donde conocí muchas personas. Las mujeres que estaban allí me contaban sus historias y así fui enterándome de que había otras cosas en el mundo, que no todo era lo que yo conocía en la finca. En esa semana, dos de las mujeres que estaban en el salón murieron. Nunca podré olvidar los gritos de Rita, una mujer que sufría de problemas de la vesícula, pidiendo que la salvaran, que no la dejaran morir. Cuando salí del hospital, nadie en mi casa pudo llegar a buscarme. Entonces Mery Álvarez, una comadre de mi mamá que vivía en Puntarenas, me recogió y me llevó para su casa. Ellos eran una pareja con dos hijos que estaban en el colegio y tenían una pulpería que el marido de Mery atendía. Ella se apuraba con el trabajo de la casa en las mañanas, para ir a ayudarle al marido en la pulpería. Allí yo me sentía tan bien, que no quería regresar a la finca. Cuando regresé ya las cosas no eran iguales para mí, ya no me hacían gracia los animales que cuidaba, perdí interés por los pollitos, los chanchitos, por la ternera y por el potro. Sólo pensaba en irme para liberarme de tanto trabajo, de tantos deberes y obligaciones. Pero, qué pasaría con las otras hermanas si yo me iba. Seguirían ellas mi ejemplo y se irían también. El sólo pensar en eso me hacía sentir culpable y no me dejaba irme. Los problemas con los hermanos fueron cambiando. El mayor se casó y el que le seguía era borracho y peleón. Luego mi abuela paterna sufrió un derrame y se vino a vivir con nosotros. Como había que cuidarla, la familia de mi papá se comunicó con nosotros, y entonces mi tía Ofelia, que tenía dos pares de gemelas de tres y un año, se vino a vivir a la finca. Después llegó tío Daniel con toda la familia y tío Jacinto. Como la finca era grande, papá les hizo ranchos bien separados a los tres. Cuando yo tenía 18 años, nos pasamos a una finca en el centro del pueblo. Allí teníamos una casa con cañería y ya no tenía que jalar el agua. La abuela seguía viviendo con nosotros y entonces Adolfo, el menor de mis tíos compró una finca en Moras y a veces se llevaban a la abuela en carreta para la casa de ellos. Con tan sólo veintiún años tome una decisión muy seria, casarme. Corría el año 1973 y ya para ese entonces todos mis hermanos mayores se habían casado y se habían ido a vivir lejos. Yo pensaba que al casarme mi vida iba a mejorar, pero mi vida no cambió para nada. Me tuve que ir a vivir a San Pedro de Nandayure, a cinco horas a caballo de la casa de mis papás por la costa. Mi marido era un hombre autoritario y machista, y en el matrimonio

seguí cargando con obligaciones y responsabilidades. Yo nunca supe cuáles eran mis derechos, no sabía que tenía derecho a ser tratada como una persona y no como una bestia de carga. A los dos años de casada, el 10 de abril de 1975 nació mi hija Sandra. Me mejoré en la casa y sola, porque ese día el puesto de salud estaba cerrado y cuando mi esposo regresó de buscar un carro para llevarme al hospital de Nicoya, ya la niña había nacido. Yo no tenía comunicación con nadie que pudiera orientarme y todo ocurrió por obra de la naturaleza. La niña me dio una razón para seguir luchando, en ella encontré un motivo para sentir mi pesada vida más liviana. El 29 de marzo de 1980 nació Nelson, mi hijo, en el Hospital de San Ramón. Tuve que ir a mejorarme a San Ramón, porque había tenido un embarazo muy difícil. En Nelson encontré otro motivo para vivir. Pero Dios marcó mi vida para siempre el 22 de noviembre de 1988. Cuando sólo tenía 36 años me caí de un árbol, me fracturé la columna y quedé parapléjica para toda la mi vida. Estuve inconsciente algunos días y durante quince semanas, estuve completamente inmóvil, viendo pasar los días en el techo de una habitación del hospital de La Anexión, en Nicoya. Cuando pregunté qué me había pasado, me dijeron que me habían encontrado inconsciente debajo de un palo de naranja. Nunca he podido entender que me pasó, no recuerdo nada de ese momento. Yo estaba acostumbrada a ir a recoger frutas. Pero eso me pasó y así es la vida. Cuando los médicos me autorizaron para recibir terapia, me advirtieron que no volvería a caminar. Entonces empecé una lucha muy grande para aprender a valerme sola de nuevo. Después de cuatro meses en el hospital, regresé a mi casa en marzo de 1989 muy contenta, porque cuando le solicité a los médicos que me dejaran ir a pasar Semana Santa, ellos me dieron la salida definitiva diciéndome: " ya aprendiste a manejar bien la silla y hay otras personas esperando el campo". En el hospital vi muchas cosas, allí conocí a dos primos míos, uno de 13 años que se había caído de una bicicleta y quedó por mucho tiempo como un vegetal, y otro de nueve años que operaron de la columna. Regresé a la casa con muchos deseos de luchar. Aprendí de nuevo a ocuparme del trabajo de la casa, lo que significaba un gran esfuerzo para mí, ya que sólo podía moverme de la cintura para arriba. Yo estaba dispuesta a luchar y eso no habría sido tan difícil, si hubiese tenido el apoyo de mi marido. Para él no valía nada el esfuerzo que yo hacía por adaptarme a mi nueva vida, por aprender a hacer los oficios desde mi silla de ruedas. Mi marido no me aceptó en sillas de ruedas. Eso fue algo que yo no esperaba y un problema que no pude resolver por mas que me esforcé. Él me trataba como un objeto inservible, me despreciaba, me humillaba y cuando empezó a utilizar

armas de fuego para amenazarme de muerte, yo me asusté mucho. Con tanta agresión yo me sentía agonizar, hasta que llegó el día en que no pude soportar mas y tome la decisión de marcharme. Ya habían pasado cinco años de agonía y de sacrificios y confiando en la Divina Providencia, un día de 1994 le pedí a mi suegro y a mis cuñados que me ayudaran a escapar y ellos me ayudaron. Mi suegro ha sido cómo ángel de la guarda para mí. Aventurándome a un mundo desconocido, en una silla de ruedas y con mi hija y mi hijo adolescentes, me vine para San Ramón de Alajuela, buscando un lugar fresco y tranquilo. Aquí vive mi hermano Benito, quien me brindó techo y comida mientras conseguía una casa para vivir. Empecé a buscar una casa en donde vivir con mis hijos, y gracias a Dios, a mi hermano y a mi suegro, al poco tiempo pude comprar mi propia casa. Fue así como a mis 42 años empecé una vida nueva, en un mundo desconocido para mí y que a pesar de mi discapacidad, soy mas libre que antes. Aquí yo puedo decidir lo que quiero o no quiero, vivo cada día y es un misterio en el cual Dios se identifica conmigo y yo con Él. En 1997 y por insistencia de algunos familiares, fui a San José en busca de medicina para mi discapacidad. Yo nunca había ido a San José, no conocía. En ese entonces visité a un masajista y a un quiropráctico, pero ambos me dijeron que había pasado mucho tiempo y que no se podía hacer nada para que volviera a caminar. Pero yo nunca me he rendido, poco tiempo después me llegaron a ofrecer unos suplementos vitamínicos, con la promesa de que me proporcionarían salud y trabajo. La idea me encantó pues necesitaba las dos cosas. Como la compañía que los distribuye trabaja con redes de vendedoras afiliadas, enseguida me afilié y empecé a consumir los productos. Mi salud mejoró bastante y aunque no pude volver a caminar, mis contracturas mejoraron, mejoró mi trabajo y con ellas mi salud emocional y espiritual. En esa época la compañía ofrecía a sus afiliadas y afiliados, algo que se llamaba "escuelas de sicología". Para mí esas escuelas fueron maravillosas, allí conocí gente de todo el país. Recuerdo que el primer día, cuando la sicóloga empezó a trabajar con el grupo en el que estaba yo, me sentía perdida, no entendía nada, pero ya al final del día empecé a ubicarme. La escuelas me ayudaron muchísimo, porque no sólo conocí mucha gente, sino que conocí gente muy especial que me apoyó mucho. Recibimos cuatro talleres, uno por mes durante cuatro meses. El último lo hicieron en el Hotel Meliá Playa Conchal y fue muy divertido, porque estuvimos "juntos pero no revueltos" mujeres y hombres y fue un show tremendo, nos divertimos muchísimo. En las escuelas también conocí a María Eugenia y Marixa, dos hermanas con discapacidad y más o menos de

mi edad. Ellas son personas muy especiales, que irradian una luz de fortaleza que contagia. Siempre las recuerdo y conservo su amistad. Las escuelas también me motivaron a integrarme más a la comunidad donde vivo. Aquí me siento aceptada por los vecinos, ellos me apoyan mucho, y los dirigentes, casi sin conocerme, me tomaron en cuenta. Ahora estoy comprometida en un comité y soy miembro de una directiva cantonal. Me siento útil, dueña de mi vida, decido lo que puedo y quiero hacer, me siento aceptada y así si vale la pena vivir. Para sobrevivir he tenido que aprender a hacer muchas cosas nuevas, entre ellas a coser y eso es parte de mi trabajo actualmente. Confecciono ropa, la arreglo, hago remiendos, y así me ayudo y ayudo a quienes me apoyan. Después de la vida tan difícil como la que me ha tocado vivir, ahora vivo cada día con una esperanza nueva, encuentro mi vida linda, porque comparto con mis amigos y amigas. Tengo a mi hija, a mi hijo y un nieto de cinco años. Nelson, mi hijo de 24 años, vive conmigo, me acompaña y me apoya. Disfruto de la tranquilidad de que nadie me volverá a agredir, participo en actividades religiosas de la comunidad. Cada día que pasa aparece mas trabajo para subsistir, no tengo un buen salario, pero sí más y mejores amigos, personas que me invitan a salir de paseo a lugares como parques, volcanes y playas, donde puedo disfrutar de lo maravilloso de la naturaleza. Yo les digo a quienes hayan sufrido una lesión física recientemente, que no se aíslen, porque aislarse es como estar muerto, es un infierno angustioso que nos provoca un enorme vació en el alma. Sé que cada caso es diferente, pero cuando compartimos es más fácil, aunque para movilizarnos tengamos que pedirle ayuda a otras personas. Cuando una cae en una situación como esta, es como si la arrastrara una corriente o la azotará un tornado. No es miedo, sino pánico lo que se apodera de una y pareciera que el tiempo se detiene y la agonía se prolonga. Y es que hay un tiempo para aprender y a mí me toco muy duro, pero así es la vida, talvez fue mejor porque el aprendizaje fue más grande. Quiero compartir este resumen de mi vivir pasada para ayudar a las personas que tengan algo que contar y necesiten que se les escuche. Les invito a construir un presente y disfrutarlo, como lo disfruto yo adaptándome a las diferencias. Todos somos diferentes y subsistimos de diferente manera. Lo malo es que nos adaptamos a la rutina, nos sujetamos a un mismo ambiente siempre y cuando ocurre un accidente como el que me pasó a mí, una se desubica por completo porque no estamos preparadas para el cambio. Aquí estoy, atada a una silla de ruedas, pero más libre que antes. La discapacidad

me liberó de las otras ataduras que tenía. Yo le doy gracias a Dios, y como dice el dicho, "no hay mal que por bien no venga". Yo me beneficie con esta tragedia. "Después de quince años de luchar, es mucho lo que he logrado, vivo mejor, continuo aprendiendo y vivo el día de hoy, porque ayer ya paso y a mañana no sé si llegaré. Cada día es nuevo y nuevo es lo que se aprende. Soy una mujer realizada, he llegado a obtener algo que si no es la felicidad, se parece bastante. Por esto les digo a todas las personas que tengan una situación difícil, que no se dejen vencer, que luchen por lo que quieren. ¡Así es la vida Autemia! A vos y a mí nos ha sonreído con rictus de amargura, que nosotras convertimos en esperanza. Por eso te digo: "este es un nuevo día para empezar de nuevo". Nana: inmemorian Luis Mario Villalobos Laurent SAN JUAN DE TIBÁS, SAN JOSÉ A propósito del séptimo aniversario del eterno reposo de mi abuela materna, tuve como una especie de recorrido memorioso, sobre aquellas circunstancias en las cuales pasé los años más felices de mi infancia. Es curioso, pero mis orígenes acaecieron en un contexto donde predominaban las mujeres: mis abuelas, mi madre, mi madrina, tías y primas. Entre memorias y olvidos, la impresión menos vivaz de mi niñez fue la figura de mi bisabuela, Hortensia era su nombre, toda una matrona y un modelo de autoridad no sólo para sus hijos e hijas, sino también para los habitantes del pueblo; su rango estaba por encima de las autoridades, del policía y del cura, en el pequeño caserío de Turrúcares. La recuerdo vestida de luto riguroso, con un chal de lana y sus cabellos peinados hacia atrás en un moño, sujetos por una peineta. Además, siempre portaba anteojos oscuros, con el objeto de ocultar la pérdida de su ojo izquierdo, detalle sin igual para un niño de siete años, fueron muy pocas las veces que mi curiosidad fue atrapada al contemplar la cavidad hueca y nunca supe la razón por la cual fue extraído su glóbulo óptico. Sus sentencias siempre eran pronunciadas bajo un modo imperativo, las órdenes eran ejecutadas sin que nadie musitara la menor queja u objeción. Con la muerte de mi bisabuela, mi abuela Alicia, a quien me referiré en adelante como "Nana", recibió la estafeta como líder de los cuidados domésticos que requería aquella gran casa de madera y todos sus descendientes consanguíneos. La nueva economía doméstica repartió oficios con sus respectivos responsables, previamente adiestrados y supervisados bajo una autoridad feudal, puntual y mesurada. Mi abuela era la primera en levantarse para encender el fogón de leña, todo un arte que requería

de tan sólo un fósforo, con el fin de evitar el desperdicio de los escasos recursos. Su principal y abnegada tarea era la de preparar los variados y suculentos alimentos de cada día, con el propósito de sustentar nuestras vidas y preservarlas. Ella se mantuvo solidaria a lo largo de su vida; escuchó y aconsejó a las mujeres solitarias, a las heridas en el alma. Asistió a los huérfanos y a las niñas víctimas de abuso y pobreza extrema. Congregó a los infantes del vecindario para celebrar con ellos el rezo al portal de Belén todos los diciembres de su vida y por su habilidad en aplicar inyecciones era lo más cercano a una doctora, así que muchos enfermos pasaron por sus terapéuticas manos. Tendió sus manos a los marginados: al loco del pueblo, al indigente alcohólico, al sordomudo cortador de caña, con el que se entendía muy bien. Además, fue la designada para asistir a los enfermos en postración agónica, como el de prepararlos y vestirlos para su velación y funeral. Con su frase: ¡Arriba pueblo... que la noche es larga y la vida corta! Todos nos despertábamos y prontos acudíamos a nuestras responsabilidades. Mi prima de once años y yo, estábamos en calidad de siervos obedientes hacia nuestros mayores, sus órdenes eran de exigente cumplimiento y en caso de omisión éramos amonestados o severamente castigados. Sin embargo, se incurría en una desproporción que, hasta ahora me es posible balancear y denunciar. ¡Mi pobre prima!, por su condición de mujer estaba más expuesta a las tareas domésticas, de acuerdo a la ética de esos tiempos, después de asistir a la escuela le correspondía limpiar y pulir los pisos, barrer y recoger las hojas secas del patio, lavar las ollas y la vajilla de porcelana, regar las plantas, limpiar el caño, recoger los huevos de los respectivos nidos, moler el maíz cascado, recolectar y quemar la basura, ayudar en la cocina, lavar y aplanchar la ropa. Nunca la observé tomarse un tiempo para jugar con las niñas vecinas, aún más no recuerdo si poseía juguetes. Por otra parte, mis principales tareas de competencia masculina, era la de alimentar a los pollos y hacer cuanto encargo se requería a la pulpería de la esquina o a la lechería. Muy de mañana compraba el pan (con cincuenta céntimos se adquirían dos bollos), el cual era cortado con un cuchillo por las arrugadas y callosas manos de mi abuela en austeras porciones para el desayuno y el café de la tarde. El pan correspondiente al desayuno era acompañado por raciones medidas de natilla; la crema era extraída de la leche con meticulosidad por las expertas tías y resguardada en el viejo trastero con puertas de cedazo, para evitar el ingreso de las despreciables moscas. Entre los muchos platos, vasos y recipientes con misteriosas especies insípidas, recuerdo aquel pequeño tarrito de lata en donde se atesoraban, como en caja fuerte, las pocas justas monedas para la adquisición de los abarrotes de la semana.

Ciertamente, nunca nos faltó el dinero, obtenido del salario de mi madre quien trabajaba como enfermera en la capital y a pesar de las finanzas ascéticas con que se vivía hace unas tantas décadas atrás, no sabíamos si éramos ricos o pobres. Después de la escuela tenía el resto del día para jugar bola con los niños del vecindario y pasear en bicicleta con el hijo del telegrafista. Ambos poseíamos una innata curiosidad por los artefactos eléctricos, desarmábamos e intentábamos arreglar planchas, radios, tocadiscos, teléfonos y un largo etcétera. A pesar de la prolongada actividad lúdica, existía una hora límite para posponer el juego al aire libre y acogerme a dormir, no sin antes responder a las Dios te salve...y las Santa María...en coro con mis mayores, como último acto de solidaridad familiar y solemne religiosidad popular. En ocasión de algún día festivo, mi abuela nos anunciaba la aventura de salir a almorzar al río. El menú era rígido picadillo de papa, frijoles molidos, con regordetas tortillas, acompañadas con un huevo duro y refresco. Teníamos un lugar fijo estratégicamente sombreado por viejos árboles, con una poza de agua cristalina y fría; artesanalmente elaborada por generaciones de muchachos del pueblo. Era todo un somnífero escuchar la caída del agua producida por las cascadas y todo un placer lanzarse desde una piedra en clavado, bucear para extraer diversas piedras del fondo torneadas por la corriente; mientras mi abuela sumergía sus abultados pies en la corriente y lanzaba piedras al agua como una distracción para serenar su cotidiana labor de ama de casa. La cuenca del río tenía su magia propia, los bejucos caían de los árboles permitiéndonos columpiarnos; ocasionalmente nos sorprendía el canto de un ave, el sigilo de una iguana, el estático vuelo de las libélulas de hermosos colores; era obligatorio llevar envases de vidrio para atrapar renacuajos o aluminas, como nominábamos a los pececitos pequeños de colores argentados, la diversión era contagiosa y gratuita. Los días domingos eran para asistir a la misa en latín, una obligatoriedad impostergable, a menos que se estuviera enfermo, y existía la obsesión entre los adultos —bajo pena de infligir pecado venial- de tomar la forma consagrada en ayunas. Para tal efecto, todos teníamos lo que llamábamos "ropa para dominguiar", era una indumentaria elegante, sobria y específica, digna para tal asamblea de fieles, acompañada con un calzado aún nuevo y bien lustrado; (recuerdo cuando tuve mi primer reloj de cuerda, sólo me lo ponía para tal ritual y después lo guardaba con esmero y cuidado) En la mañana acompañaba a mi abuela, quién aún no requería de bastón para caminar, ella estaba ataviada con su gran velo negro y su monedero, nos sentábamos en la misma banca de todos los domingos, la más cercana al altar, los hombres adultos permanecían de pie, atrás al final de la nave central,

durante los cincuenta minutos del culto, nunca pregunté la razón de tal mortificación. Después de la liturgia eucarística y con el último "Dominus vobis cum", iniciábamos las visitas de rigor, primero a la casa de familiares y después a las residencias de las amigas de mi abuela, todas ellas circunvecinas al templo católico. Yo no ponía la más mínima atención a las conversaciones, pero me mantenía sólido en mi asiento, tomando algún refresco, previamente ofrecido y aceptado con formal gratitud, mi abuela mantenía una grata conversación con la última generación de ancianas, rememorando los eventos sociales o sucesos acaecidos en los últimos días. Algunos fines de semana recibíamos la visita de mis padrinos de bautismo, de una tía y una prima. La diferencia de la ocasión se hacía notar, cuando mi abuela extendía el mantel blanco y preparaba la mesa con la vajilla nueva; antes de servir los alimentos, mi madrina preparaba el espirituoso whisky con hielo y agua mineral, todos los adultos recibían con alta estima y simpatía tal brebaje, ajeno para los niños. Hasta ahora en la adultez, entiendo los efectos de aquel demandado licor escocés, con unos pequeños sorbos todos se comportaban más graciosos y tolerantes, se contaban chistes y se desinhibían en carcajadas ante las ocurrencias de mi padrino, así como, la laxitud en su forma de actuar, además de fumar copiosamente. Después del opíparo almuerzo, seguía una solemne siesta y, finalmente, todos nos sentábamos en las bancas frente al jardín externo esperando el anochecer, observando la concurrencia del público en la calle congregándose en las puertas de entrada del salón de baile, para ver bailar a aquellas parejas que se podían costear la cuota de entrada. No entendía el propósito y atractivo del baile como actividad estética y erótica para las jóvenes parejas, Para mí no se justificaba costear la entrada a tales ambientes, si la música se desbordaba más allá de doscientos metros a la redonda. A propósito de la mención de mi madrina, deseo acotar el breve relato del inicio de su amistad con mi abuela. Resulta que ambas se conocieron como pacientes en un sanatorio para tuberculosos, situado muy lejos en una provincia distante y montañosa. Durante esos tiempos la tuberculosis era considerada la peste negra, no había cura, se creía que el frío de la campiña favorecía la recuperación; sin embargo, los enfermos recibían la discriminación por el peligroso contagio. Los días domingos eran para la visita de los familiares, mi padrino notó que mi abuela siempre esperaba la visita de algún familiar, -bien arreglada para tal ocasión- pero éste nunca llegaba. ¿por qué esa señora, tan elegantemente vestida, pasa sola los días de visita? porque sus familiares viven muy lejos. Al conocer las circunstancias, se acercó con respeto a mi abuela:

a partir de este momento, además de visitar a mi esposa convaleciente, también la vengo a visitar a usted. En ocasión de la guerra civil, mi madrina se refugió con sus hijos en el rural y apartado Turrúcares, por supuesto en la casa de mi abuela, como correspondía. Cuando mi madre cursó la secundaria en el único colegio para señoritas, de la capital, fue acogida por mis padrinos. Esa hermosa amistad perduró por más de sesenta años y ni siquiera la muerte los separó. Continuando en el contexto de los domingos por la noche, las primas mayores se reunían en la casa de mi abuela, como sede próxima al salón de baile; cuando se despedían, Nana les daba un beso en la frente y las signaba. Tanto mi abuela como mis tías tenían la misión de vigilar, sin pestañear a la siguiente generación de féminas, con el propósito de que éstas últimas se mantuvieran dentro del decoro, el recato y las buenas costumbres. Con el pasar de los años, efectivamente, mi Nana recibió infinidad de invitaciones para diversos enlaces matrimoniales y bautismos. Tuvo la ocasión de conocer a sus bisnietos... Nosotros celebrábamos sus natalicios y ella asistía a las eucaristías de aniversarios por el descanso de nuestros ancestros difuntos. Era toda una relación comercial así como piadosa, asistir a la casa parroquial el primer mes de cada año, para reservar y pagar aquellas misas de indulgencia. Todos nos tratábamos con respeto y cariño, ya que todos éramos primos o primas, como ramas de un tronco genealógico en común, ella era la raíz y su sangre corre en la sangre de las siguientes generaciones. Cuando la soledad se instaló a vivir con Nana, ella dejó de cocinar, ya no tenía razón de preparar los alimentos para ella sola, una gentil vecina tenía el cuidado de llevarle de comer y después del almuerzo se recostaba en una prolongada siesta. Todos los fines de semana experimentaba un ritual de espera, observaba a la distancia, la parada de los autobuses desde el portal de su casa y fueron muchas las veces en que suspiraba diciendo para sí misma: "hoy ya no viene nadie". Debido a mis estudios y, posteriormente a las actividades laborales, mis visitas se hicieron muy ocasionales. Cuando tenía la oportunidad, le llevaba viandas en abundancia, ella preparaba el almuerzo para ambos y yo limpiaba las estancias más descuidadas de aquella monumental casa que ahora parecía un museo de inolvidables memorias. Compartía dos días con mi Nana y, confieso que lo que más me desgarraba el corazón era cuando tenía que regresar, ella me santiguaba y me metía en el bolsillo un billete de cien colones enrollado. Cuando el bus se alejaba, se mantenía firme dándome el último adiós con su mano extendida, yo le correspondía con una lágrima y con un doloroso nudo en la garganta. Aquella ancestral vivienda de madera quedó abandonada, cuando el corazón que le daba vida dejó de latir.

En la actualidad no me provoca ansiedad regresar al pequeño pueblo de mi niñez, porque ya no existe, sólo quedan los gratos recuerdos y la satisfactoria esperanza de algún día, como padre y abuelo, dejar una honda huella de felicidad en el corazón de mis hijos, mis nietos y bisnietos. De los cafetales al periodismo Xinía Zúñiga Jiménez PÉREZ ZELEDÓN Nací en Las Gutiérrez Brown, un pueblo de San Vito de Coto Brus, en medio de la montaña hace 28 años. El día que vine al mundo, un 5 de noviembre a las 7:00 p.m. me recibió mi papá, quien me envolvió en una de sus camisas porque mi madre no había comprado nada para mi llegada, ya que el comercio quedaba muy lejos y aún le faltaban algunos días. Según mi mamá, a los cinco años me llevaba al cafetal para que le ayudara a juntar los granos que se le caían, pero cuando ingresé a la escuela ya era una obligación coger café para contribuir con los gastos del hogar, compuesto por seis hermanos. Donde nací las paredes de la casa eran de chonta (astillas de un árbol) y el piso de tierra. Había tigres, tepezcuintles, saínos y otros animales. Mi padre cultivaba verduras y hortalizas que junto a alguna carne "del monte" nos servía de alimento. De la niñez no recuerdo mucho, sólo que me compraban una mudada cada año para Navidad y que la única muñeca que tuve cabía en la palma de mi mano; era ejecutiva, con una valija, botas altas y vestida de rojo. Pese a que nada tenía que ver con las barbies de ahora, estaba muy emocionada de tener al fin una muñeca y dejar atrás las que hacía de tuza de maíz. En aquellos tiempos se jugaba bastante, pero también se trabajaba. Por ejemplo, durante la época escolar tenía que coger café y colaborar con los oficios de la casa, entre ellos lavar la ropa en una quebrada o sacar agua de un pozo con hasta treinta metros de hondo. Varias veces tuve que matar serpientes venenosas como corales y terciopelos, para seguir con la faena, ya que si llegaba con la ropa a medio terminar de fijo me castigaban o me regañaban por perezosa. En mi caso, me gustaba más irme con mi papá a trabajar en el campo que hacer los oficios domésticos, porque si hacía algo en la casa al momento estaba igual; en cambio los sembradíos iban creciendo, después se recogía el fruto y se compartía en la mesa o se vendían, es decir, las labores de rigor varonil se veían más y me gustaba que me halagaran por lo que hacía.

El trabajo más duro que realicé fue arrancar frijoles, especialmente en un lugar que por el fuerte calor había muchas serpientes pues antes de empezar, advertían que nos cuidáramos en donde metíamos la mano. Asimismo, limpié almácigo de café, amarré tomate, coseché maíz, sembré hortalizas y verduras, aporreé frijoles y coseché café hasta los 17 años, entre otras labores. La escuela me gustaba mucho y siempre estuve entre los tres mejores promedios. Mi mamá me envió de oyente antes de la edad recomendada y a medio año me querían pasar a segundo porque iba mejor que muchos alumnos y hasta sabía leer; nunca me dijeron que hiciera una tarea, era muy ordenada y estudiosa y hasta quinto año pude comprarme un bulto con mi dinero, pues los años anteriores llevaba los útiles en bolsas de arroz. Cuando me gradué quería pedirle permiso al maestro para ir de nuevo a sexto, porque no podían enviarme al colegio, pues en el pueblo sólo los hijos de padres adinerados estudiaban, ya que el centro educativo más cercano quedaba a más de una hora en autobús. Siempre recuerdo que mientras mi padre me levantaba a las tres y media de la mañana para que hiciera el desayuno y preparar los almuerzos de mis dos hermanos mayores, él y yo pues debía acompañarlos a coger café y en ocasiones caminar hasta una hora, los ex compañeros de la escuela pasaban al frente de mi casa para el colegio. Varias veces lloré a escondidas, porque deseaba estar en el lugar de ellos, pero la realidad era otra; sin embargo, actualmente varios aún están terminando el bachiller y otros no aprovecharon la oportunidad que les dieron sus padres. La dura lucha para estudiar A los once años y medio terminé la primaria, pero como no tenía los medios económicos para ir al colegio, seguí cosechando café y fue hasta los quince que me cansé de aquella vida tan difícil, en donde se trabajaba mucho y se vivía con muchas limitaciones; por lo tanto, compré fiados unos libros del Maestro en Casa y empecé a estudiar sola; poco a poco fui ganando los exámenes y cuando me faltaban unas cuatro materias decidí cambiar de vida. En Los Pilares de Agua Buena, distrito de Coto Brus, pueblo donde crecí, no habían fuentes de empleo y por eso, a los 17 años decidí enfrentar a mi padre con aquella decisión y le dije a mi mamá que quería irme a trabajar a Ciudad Nelly, porque una prima que era empelada doméstica me había conseguido un empleo con el fin de financiarme los estudios; Ella como toda madre me apoyó, pero no estaba segura de lo que diría mi papá; sin embargo, estaba decidida y

sólo Dios me detenía en aquel momento. Por lo tanto, un día eché los mejores trapos que tenía en un maletín y me fui en busca de aquella meta. Al llegar, las cosas no se dieron como esperaba, ya que la señora que me necesitaba no podía darme dormida; la única opción fue dormir con mi prima en un estrecho catre por algunas semanas mientras aparecía algo. Empecé a recorrer las calles de la ciudad, sin conocer a nadie, en busca de un trabajo y lo único que encontré fue limpiar una casa, lavar y aplanchar, sin dormida, es decir, seguía quedándome donde mi prima, pero el empleo no me duró mucho, porque la señora decidió quitar la empleada. Otro trabajo me esperaba y otro... hasta que llegué a una casa donde tenía que atender a siete personas, entre ellos cinco niños y adolescentes de escuela y colegio, a quienes a diario tenía que lavarles y aplancharles la ropa, cocinarles y hasta cumplirles uno que otro gustillo culinario, como palmearles tortillas o hacer pan casero y hornearlo con leña. En este empleo estuve casi dos años y sufrí mucho, desde la mordida de dos perros de raza, a los 22 días de haber llegado, hasta humillaciones a cada rato de la patrona. En ocasiones mi jornada terminaba a medianoche aplanchando, hora en que empezaba a estudiar hasta que el sueño me dominara; muchas veces me dormí encima de los cuadernos por el cansancio, pero igual al otro día tenía que levantarme a las cinco de la mañana. Renuncié a este empleo porque pese a las largas jornadas donde tenía bajo mi responsabilidad limpiar una casa de dos pisos, lavar, cocinar y aplanchar para siete personas, con un salario mensual de quince mil colones, nunca quedaba bien. Lloré varas veces a solas, recibía humillaciones y regañadas a cada rato... me cansé y me fui para otra casa donde ganaba lo mismo, pero atendiendo sólo a un niño, sin embargo, aquí tampoco duré mucho. Los trabajos como empleada doméstica todavía no habían terminado y el último que recuerdo fue donde una señora mayor de setenta años, quien me trató excelente, me daba buenos consejos e instó para que siguiera estudiando. Pero a los pocos meses me dijo que los hijos tenían muchos gastos y que no me podían seguirme pagando, pero me dio la opción de quedarme a vivir en su casa por un módico precio, mientras encontraba otro empleo. Esta fue la última vez que trabajé como empleada doméstica. Tuve otras labores en tiendas, zapaterías y hasta en una ferretería, pero siempre tuve una espinita del periodismo y un día por casualidad entré a la emisora cultural de Corredores, donde se me brindó la

oportunidad de ingresar como colaboradora. En un corto tiempo realicé diversos cursos con el ICER y me dieron la oportunidad de manejar los controles y hacer locución, pero con el paso del tiempo llegué a estar sola con todo durante dos meses, porque la situación económica era muy crítica y no podían pagarle a otra persona. Pese a que ganaba veinte mil colones al mes y a veces ni siquiera había dinero para mi sueldo, me sentía realizada en aquella emisora, donde empezaba a desarrollar, una labor que para mí era como un sueño que tenía desde niña, pero que se había convertido en realidad. Un viaje inolvidable A los siete meses de trabajar en la radio, aquel sueño se engrandeció aún más, ya que participé en un concurso que realizó el Centro de Comunicación Voces Nuestras, donde participamos 30 productoras de radio y me gané un viaje a México con todos los gastos pagos. En aquel país conocí a muchas féminas que han salido adelante; amas de casa, madres, mujeres de radio y sobre todo, tuve la oportunidad de viajar a otro país y soñar con mejores senderos para mí, aunque al regresar volviera a la realidad, que por cierto no era nada bonita. No obstante, aquel viaje me abrió las puertas para trabajar en Radio Emaús en San Vito, donde ganaba un mejor sueldo y pude seguir preparándome en el campo radiofónico, así como en el académico. Aunque lo más importante fue que al ganar el Tercer Ciclo decidí ir al colegio nocturno, pese a que en ocasiones mi jornada laboral empezaba a las cinco de la mañana y terminaba a las cinco de la tarde, mientras que las clases comenzaban a las 6:15 y culminaban a las 10:15 p.m. No sé como me alcanzaba el tiempo, lo que sí recuerdo es que me levantaba muy temprano y me acostaba muy tarde, las tareas y trabajos del colegio los hacía de madrugada o en ratos que le robaba al trabajo, por supuesto a escondidas, porque si me descubrían de seguro tendría problemas. El trabajo apenas me duró ocho meses, pues fui despedida por un supuesto recorte de personal que nunca lo creí, pero en fin lo que me interesaba era seguir estudiando y terminar el bachiller. Gracias a que me enseñaron el hábito del ahorro, pude continuar en el colegio y obtener mí título. Otra etapa del periodismo se acercaba sin darme cuenta. Como siempre me ha gustado leer todo lo que llegue a mis manos, me encontré un periódico local y llamé al director, quien me dio la oportunidad de hacer algunos trabajos de la zona y al ver lo que hacía plasmado en el papel me gustó mucho, por lo que le puse amor

a lo que hacía. En el colegio entrevisté hasta el director y realicé trabajos de diversos temas. Muchos admiraban mi trabajo, porque apenas cursaba el cuarto año de colegio, pero con mucha humildad seguí adelante y antes de ganar el bachiller, me ofrecieron una oportunidad en Pérez Zeledón, para que laborara en un periódico. La idea me pareció buena, pero la verdad es que me daba temor venirme para una zona desconocida y donde todos eran extraños para mí, pero analicé la propuesta y era la única opción de superarme, ya que deseaba seguir estudiando. Sin pensarlo mucho, en menos de quince días me vine para Pérez Zeledón, donde tendría que asumir un gran reto laboral como era redactar el periódico sola cada quince días y viajar los martes a Buenos Aires, así como ir a giras fuera del cantón. Los primeros días me preocupé por ver la responsabilidad que había asumido, ya que mi jornada laboral empezaba a las ocho de la mañana y terminaba en muchas ocasiones hasta las ocho y media de la noche. No obstante, luchaba para hacer el trabajo lo mejor posible, aunque era consciente que me faltaba mucho por aprender. Por lo tanto, apenas gané la materia que me faltaba para el bachiller, pensé en la universidad; ese si era un sueño increíble. Después de un año de vivir en Pérez Zeledón, se abrió la carrera de Periodismo y sin pensarlo dos veces me matriculé. El día que puse los pies en la universidad se me vinieron las lágrimas y no era para menos, ya que la campesina estaba soñando despierta y sólo yo sabía lo que significaba aquella oportunidad, lo que me había costado... Actualmente no he terminado la carrera porque la cerraron y pese a que viajé un tiempo a San José, ha sido difícil continuar, ya que los costos son muy altos. De lo que sí estoy segura es que mi próxima meta es terminar el bachiller en periodismo y algún día sacar una licenciatura. Una nueva etapa A pesar que mis planes eran otros, en el 2001 le llegó la hora a mi soltería pues conocí a un hombre que llenó mis expectativas y me casé en cuestión de ocho meses. Además, renuncié a mi trabajo en el periódico, después de tres años y medio de laborar, porque mi jefe incumplió un acuerdo que teníamos; asimismo, trabajaba en exceso y no se me valoraba lo que hacía, prueba del intenso trabajo es que fui internada quince días por estrés crónico. Después de la renuncia en el periódico estuve un tiempo muy desmotivada, me encerré en la casa, lloraba mucho y me deprimí al ver que las cosas no habían salido como esperaba. Sufrimos una crisis económica y además quedé embarazada. La situación empeoró

pues en los primeros meses de gestación aguanté hambre varias veces. Fue una época muy triste, ya que a veces amanecía y no teníamos nada que comer, en realidad después de estar muy bien económicamente no podía creer aquella situación. Mi preocupación era la criatura que llevaba en mi vientre, porque pensaba que si no me alimentaba le podía causar algún daño; sin embargo, aquella situación no duró mucho y viví un embarazo con mucha paz y salud. El 14 de enero de este año nació mi hija, gracias a Dios muy saludable y hermosa; cuando ella tenía dos meses y medio me buscaron para formar parte en una empresa de publicidad, donde actualmente soy la redactora de un periódico mensual y también realizo otras funciones. El nacimiento de mi hija me dio nuevas fuerzas para seguir adelante, siento que me realicé como mujer y vuelvo a luchar para hacerlo profesionalmente. Traer un hijo al mundo es algo maravilloso y quiero disfrutar esta etapa, prueba de ello es que trabajo con mi bebé todos los días y también me encargo de los oficios de la casa. Nunca olvidaré cuáles son mis raíces, porque considero que esa es la identidad de cada una de nosotras y jamás tenemos que avergonzarnos de las luchas que hemos dado para llegar donde estamos, más bien deberíarnos sentirnos orgullosas de ser mujeres pues independientemente del caso que sea, somos INCANSABLES LUCHADORAS. Alumbrando el alma de niña Urbana Baltodano NICOYA, GUANACASTE Soy estrella del Oriente, tengo 36 años, cuánto amo al pueblo donde nací, se llama Sabana Grande, por la extensión de las sabanas, cubiertas de alfombras verdes, también la adornan los ritmos musicales de los pájaros en la quebrada. Lo amo, pero también me causa dolor cuando lo recuerdo, porque en medio de tanta belleza, todavía guarda el sufrimiento de una niña que fue abandonada, ese sufrimiento quedó marcado en las orillas de las quebradas donde me escondía a derramar miles de lágrimas, para que la corriente se las llevara y nadie lo notara. Tenía siete años cuando mi mamá me regaló a mis Padrinos, ese día le pedí a Dios que me llevara, quise desaparecer, salir corriendo, estaba tan destrozada, que no había consuelo para mí. Cuando mi mamá se fue, me quedé triste, la miré partir de largo, tuve deseos de seguirla pero no puede, las piernas me pesaron, le quise gritar pero mi garganta se secó, se me perdió para siempre, poquito a poco se me perdió. Desde este momento sentí

que no valía nada, porque nunca recibí amor de nadie, tampoco fui a la escuela, lo cual me hacia asentir todavía más insegura. Pasó tiempos de tiempos y no la veía, mis padrinos me ponían a trabajar muy fuerte en la finca, me maltrataban de diferentes formas con chilillos, ofensas y burlas, me decían que yo era un parásito. Que no servía para nada y en medio de todo esto yo deseaba ver a mi madre. En las noches me despertaba llorando, buscando a mi mamá, aquella oscuridad se me venía encima, un miedo espantoso se apoderaba de mí, temblaba como una conejita que va para la olla, me arropaba y mordía la almohada, de suspiro en suspiro asfixiante, llegaba el amanecer. Siempre deseaba ver a mi madre, por los maltratos que yo recibía, allá un día la miré y salí corriendo detrás de ella, y le dije, Mamá estoy sufriendo yo quiero irme con usted, ella respondió, no puedo hija, mi situación económica es muy mala, conmigo vas a sufrir penalidades, pero yo sufro por todos mis hijos. Ahora no fue como aquel día que se fue, en que no pude decir nada, en ese momento salté un fuerte llanto, grité hasta no poder, mi llanto era de súplica, mi alma y corazón se desgarraban, creí que llorando así de fuerte, ella me llevaría y sino talvez me moría. Todo fue inútil, de nuevo se me desvaneció, la miré irse paso a paso y del dolor me tiré al suelo, creo que mi llanto llegó hasta el cielo, y quizás por eso la lluvia caía encima de mí, y yo no me levanté sino hasta que pasaron muchas horas, solo que miré un anciano que me tomó en sus brazos y acariciaba mi pelo, me regaló unas melcochas de coco, dejándome después en el portón de la casa de los Padrinos. Mi madre una mujer fuerte, morena como yo, ojos negros, pelo lacio, de mirada vacía, carácter duro tuvo 18 hijos, todos de distintos padres, trabajaba de empleada doméstica. En ese tiempo no había medios para no tener hijos, ella era muy alegre y enamorada; se echaba sus tragos, andaba de baile en baile y a ningún hombre le dijo que no. Otro día le dije de nuevo, mamá quiero irme con usted, soy muy infeliz estoy decepcionada, soy la niña mas desdichada que existe en la tierra, quiero saber quién es mi Padre, ella iba caminando, yo seguí insistiendo, ¿quién es mi padre?, quiero conocerlo, de tanto insistir, se paro y me dijo; tu papá existe, me dijo el nombre de él y la dirección donde vivía. Fui a pie a Nicoya, tuve la valentía de buscarlo, caminé 25 kilómetros, a mí alrededor los pájaros me animaban. Me aplaudían. Lo encontré, era un señor de piel morena, ojos claros, alto, tenía muchos recursos económicos, de nacionalidad extranjera. Me paré en el mostrador de su librería, estaba nerviosa, me preguntó qué quería, le pregunté: ¿es cierto que usted es el Padre que tanto he necesitado por las noches, cuando he sentido que me congelo del frió y el miedo? Me preguntó como se llama tu madre,

yo le di el nombre y donde vivía, él me contestó: por la firmeza y la forma en que tú hablas y los datos que tú me das, es cierto que soy tu padre. Me sentí tan alegre ese día, nunca me había sentido tan alegre como ese día, como quien dice, de encontrar un padre que nunca lo había tenido. Tanta vergüenza que pasé al no saber que padre me había traído a este mundo, porque al menos tenía un padre y no era huérfana. Me sentí contenta, Dios me ayudó a encontrar un padre y una madre que aunque brusca la tenía. Lloré y lloré de encontrar a mi padre, yo que me avergonzaba de que todo el mundo decía, que una mujer que no tenía padre no valía nada. Con el tiempo me casé, tuve tres hijos, Rosita, Ronal, Marcelita, esta última se me murió a los once años de un derrame cerebral, fue muy duro, sufrí muchísimo, no había noche que no soñara con ella, hasta que un día una amiga de FEDEAGUA, una organización de la cual soy promotora, me invitó a un intercambio de género en Sámara. Nunca había ido a una playa, trabajamos mucho, recibimos muchas terapias, me bañe en el mar, me sentí libre por primera vez y fue ahí que supe que en una de esas olas mi hija se despedía para siempre, hasta ese momento acepté su partida. Me fui con mi familia a vivir a un lugar llamado Oriente, el cual queda en la zona mas alta de Nicoya, compramos una finquita, que tiene muchas montañas, su clima es frío, y se produce todo tipo de cultivos. Trabajamos mucho la agricultura, sembramos frijoles, tubérculos, plantas medicinales, cría de ganado y conservación de bosque y siembra de árboles nativos. Lo que es la agricultura la he disfrutado mucho, así como la crianza de mis hijos, que gracias a la ayuda de mi padre los puse a estudiar. Sin embargo el esposo que yo soñé, se me desvaneció igual que cuando mi Madre partió así de pronto. Me prometió casarse conmigo, que nos viniéramos a éstas tierras, pero me engaño, nunca nos casamos. Me maltrató mucho, llegaba borracho, me echaba de la casa, tenía que trabajar duro para mantener a mis hijos, por dicha tuve el apoyo de mi Padre, tanto moral como económicamente. A veces por las noches, tenía que ir a dormir con mis hijos al monte, porque cuando llegaba borracho, amenazaba con matarme. Siempre me mantuve trabajando fuerte en la finca. Los vecinos me admiraban, llegaban a ver mis cultivos y así fui creciendo, compré más tierras, después decidí ir a vender mis productos a Nicoya, sin intermediarios. Muchas veces me caí de la mula por los malos caminos, ahí no entraba bus, pero al fin me acostumbré. En Nicoya conocí una pareja de jóvenes que les gustaba el desarrollo, la muchacha trabajaba con una Institución que asesoraba a los líderes comunales, y junto a ellos comenzamos a gestionar el camino, la electricidad, la escuela.

Después comencé a ir a capacitaciones sobre agricultura orgánica, a encuentros de mujeres y así fui creciendo y llevando el mensaje a mi comunidad. Mi compañero cada vez empeoraba más, hasta que al fin decidí separarme de él, de eso hace cinco años. Y ahora vivimos juntos, pero en camas separadas, no me he ido porque después pierdo todo lo que he trabajado, la verdad es que a él nada le ha costado. Desde que soy promotora, me he ido superando más cada día, asisto a muchos foros, talleres de capacitación, he seguido aprendiendo, no se escribir, pero me han enseñado a aprender con el corazón y la mente. Hoy en día yo me siento feliz, de poder llevar desarrollo a la comunidad, he tenido mucho tiempo de trabajar con la comunidad como lidereza, he sido presidenta de ADC, de junta educación, Asociación de productores orgánicos. Dios me alumbra y muchas personas que he conocido en la organización que pertenezco, ellos han sido como una gran familia, porque me sentía que no valía nada, ahí me di cuenta de que si puedo. Hoy en día sé que si puedo, ya no siento frustración, he tenido oportunidad de superarme, hasta estoy aprendiendo a escribir, aunque sea ganchos. Hoy no tengo los deseos de antes, de morirme, de no existir más en este mundo, de no ver a nadie, de encerrarme. Ahora se que soy valiosa. Tengo en mi finquita las gallinas, vaquitas, chanchos, hortalizas, yo digo porqué me voy a echar a morir. Mis hijos ya casi terminan sus estudios, eso me llena mucho. Me siento muy entusiasmada, de compartir con las demás familias de mi comunidad, lo que he aprendido de la agricultura ecológica. Hoy día nos hemos agrupado unas 15 familias y recién hemos formado una asociación de familias productoras orgánicas. Esta asociación ha fortalecido mucho la relación con todos, el Padre de mis hijos ahora me respeta y dice que me admira mucho, hemos hecho una buena amistad, creo que nos empezamos a conocer. Busqué de nuevo a mi madre, porque logré entender y sentir lo que es el amor, ella me recibió con frialdad, pero yo tenía que decirle algo, que nunca le pude decir. Me acerqué, la miré de frente, con sus trenzas hermosas, se las toqué y le dije: Mamá te quiero mucho, aunque me hayas abandonado, yo siempre te extrañé y te amo muchísimo, la abracé. Ella se quedó paralizada, yo la seguía abrazando, y ella con las palabras entrecortadas me dijo, mi negrita adorada, yo siempre te canté y arrullé por las noches, cuando te extrañaba, los he extrañado muchísimo, no saben cuanto. Me contó que sufría mucho por dos hijos que los padrastros los habían metido en el manicomio, yo le prometí que los

iba a sacar y me los iba a llevar a la casa. Así fue, recogí a mis hermanos y me los llevé a mi casa, se han recuperado, nos amamos mucho, mi Madre de vez en cuando nos escribe, y nos cuenta que hasta ahora su alma ha encontrado la paz. CONCURSO Mujeres, Imágenes y Testimonios TESTIMONIOS CATEGORÍA AFRODESCENDIENTE El gringo y la barbie Maritza Rojas Leitón HATILLO 3, SAN JOSÉ Esa navidad prometía no ser común y corriente, no señor. El, había aparecido, llené mi corazón de expectativas y de sueños que podían hacerse realidad, por unos dólares más mi ángel de la guardia sería canjeado a cambio de mejores días. Había aparecido, panzón, riendo con carcajadas estruendosas, enorme, calvo, lo más parecido a un sueño de navidad gringo. Tendría unos 65 años en ese entonces, bien disimulados por la ingesta de toda clase de vitaminas, minerales, yogurt natural, granola y demás suplementos que religiosamente desayunaba. Al principio no entendí muy bien ni de dónde había venido, ni por que había "aterrizado" en mi humilde casa de 50 metros cuadrados de block sin pintar, de Hatillo 3, pero eso no era lo importante, sino que desde su llegada todo era mejor ni siquiera necesitábamos ir a la Iglesia, teníamos a Dios en la casa de carne y hueso. Cada semana, llegaba en un destartalado Wolswagen verde marchito, haciendo un ruido infernal (no el cacharro sino él). Con sus enormes nudillos golpeaba la puerta con él irrespeto conque golpean las cosas los que se saben dueños del mundo. El mamarracho se quería venir al suelo, pero mamá corría a abrir con una sonrisa como si viniera el Mesías. ¡Stan! —(un Stan asombrado, gesticulado, casi casi sorprendido)— ¡Qué sopray! Con el pie derecho graciosamente doblado hacia atrás, le abrazaba efusivamente, ella en el quicio de la puerta, él dos gradas abajo. Corrían los años sesenta, el volcán Irazú había cubierto de ceniza mi primer año escolar, y de nuevo se comprobaba la teoría irrefutable

de mi madre de que las monjas eran ni más ni menos hijas de Satanás, si no, por qué se atrevieron a "echar" los alumnos del colegio mientras el coloso vomitaba toneladas de ceniza y amenazaba con terminar con mi pequeña aldea bananera.—¡váyanse, váyanse. Así, sin miramientos, sin pensar ni por un minuto que habíamos cientos de diminutas criaturas que chocábamos en la penumbra del medio día sin saber hacia dónde ir. Mamá había llorado baldes llenos de lágrimas por la muerte de Kennedy, al que los comunistas (¿quién más?) habían mandado asesinar. Aquel aciago día las sirenas de todas las Fábricas, Emisoras de Radio, Colegios etc. habían gritado al unísono, lúgubremente anunciando el magnicidio, y ella mi madre, lloró a lágrima viva y moco tendido. Era el presagio del fin, decía, el Apocalipsis, el triunfo del mal sobre el bien, estaba a merced de los poderes ocultos de los ángeles caídos. !Cómo lo mataron! ¡Tan bueno que era! Se restregaba la enrojecida nariz, recordando el día que en un helicóptero de la Armada aterrizó en el Aeropuerto Internacional de la Sabana, y miles y miles de banderitas de USA y de Costa Pobre en el aire convertidas en pequeñas partículas por las aspas del aparato volaban dando la bienvenida a tan ilustre personaje. Recordaba como la puerta del helicóptero se abrió y Kennedy en persona de pie ante la chusma que colmaba el rústico Aeropuerto, saludó agitando su bendita mano derecha (por supuesto) sonriendo con su sonrisa "close up" —Me gusta Costo rica mucho, que lindas las ticas—, y volvió a ver a mi mamá, si la volvió a ver a ella que en ese momento aflojo no solo los esfínteres sino también mi mano olvidando mis pequeños cinco años, aja, —me volvió a ver— palabra de honor. Y desde ese día un amor sordo, ciego, irracional y con la fuerza del odio le nació por todo lo que oliera a gringo. Por eso íbamos a la escuela Dominical de la Iglesia Episcopal, porque allí habían, y yo cantaba —"yes chisas lasmi— yes chisas lasmi—, yes chisas lasmi-the bible dice así." Y ahora para colmo de dichas y envidia de todas las viejas del barrio, de cuerpo presente había un gringo, gringo, gringo sin trinquetes, borne in América, Stanley Getchel Palmer Simmons, así como lo oyen. ¿Que cómo había sucedido semejante cosa a plebeyas de un barrio del sur, tercer mundistas, mujeres "cabeza de familia". Fácil, muy fácil. Norteamericano, soltero Desea conocer tica sincera Fines matrimoniales. Enviar foto. Hotel Boston

Mamá le envió la foto de su primera comunión y El llego insofacto a conocerla, disimuló la estafa y se quedó con mi pequeña hermana, virgen, inocente, y bella como una "Pocajontas". Tenía todos los dientes, los más bellos y blancos que yo viera jamás, trabajaba de obrerita en una fabrica de confites, desde sus catorce años y mamá era feliz, con su salario alcanzaba para el arroz y frijoles, plátano maduro y picadillo de chayote, de vez en cuando olla de carne, pagar la luz y el agua y los cincuenta y dos colones de la casa, que el gobierno casi nos había regalado. ¡Oh hermosos años del estado benefactor! ¿Qué más le podíamos pedir a Dios? Un gringo. Él era el "novio" de mi hermana, que carboneada por mamá había terminado aceptando el esperpento extranjero, que prometía sacarnos de pobres, cada semana cuando llegaba de sus bussinnes, traía manjares insospechados: tibón para hacer al BBK, vino blanco y tinto, queso suizo, zurich, holandés, maduro, semimaduro, uvas de verdad y no de plástico como las que tenía tía en el centro de mesa, manzanas, chocolates de marcas desconocidas, libros de colorear para mí. crayolas, View Master, muñecas de vestir, revistas de Súper Man, etc. Todo lo soñado por cualquier niño consumista promedio Norteamericano. ¿Nos vemos muy feos? Me preguntaba a mí, precisamente a mí que en lo único que pensaba era en los tesoros que ese Rey Midas o Alí Baba, sacaba para el chantaje colectivo, yo que sólo tenía corazón para ella y ojos para lo que el gringo traía a mí que solo estrenaba un vestido por año, que iba todos los años con la misma enagua a la Escuela, que para efectos de que resistiera los "inconvenientes " del crecimiento tenía un ruedo de veinte centímetros, a mi que solo tenía un par de zapatos, y mi imaginación para jugar. No, si, se ven bien, muy bien —respondía mintiendo por primera vez adrede en mi vida. Tan bien como Abbott y Costello, Viruta y Capulina, El Gallo Zancón y la Gallina enana, La vaca y el pollito. Se acercaba navidad y el corazón me tamborileaba violentamente pensando en el futuro promisor que nos aguardaba, atrás quedaban los años tristes cuando el árbol de navidad era solo una rama de ciprés escuálida robada en los alrededores de Alajuelita, con adornos de papel y chupa-chupas Gallito que" Colacho" dejaba para mi. Colacho no existía ya me había dado cuenta, en su lugar estaba el verdadero SANTA vestido de rojo con risas sonoras y llena su bolsa de felicidades. Stan poco a poco fue ganando o debo decir comprando terreno. ¡Qué importa la moral o las buenas costumbres, cuando el estómago está satisfecho! Poco a poco como una sanguijuela inmunda se fue metiendo, hasta que un día amaneció en el cuarto con mi hermana recién ex virgen, mamá se hacía la loca que mucho no le costaba, —

al fin y al cabo se van a casar—. Y un fin de semana me enviaron de paseo donde mi padre Biológico (así se dice cuando no han servido para nada, porque todos los padres son biológicos) y cuando llegué adivinen qué? Sí se habían "casado". Convertida en la Señora Palmer, mi hermanita había consumado el sacrificio en aras de una vida mejor para todos, al menos eso creyó ella. El 25 de Diciembre amanecía por fin. Debajo del árbol estaba el precio. La más bella Barbie que niña alguna pudo soñar, con zapatos de tacón alto rosados, vestido volado, cartera etc. (mi hermana se vende por separado) rifle de tapones, casco y uniforme de fatiga para mis dos hermanos menores, una pequeña cámara donde se podía ver una tira cómica en movimiento, ropa nueva, zapatos de punta Italiana negros como la conciencia de mi madre, y muchas golosinas y frutas. Tardé muchos años en comprender todo, por qué mamá lloraba tanto cuando se la llevó a otro país, lejos de todos, dejándonos en el mayor desamparo. Estaba casado en su país, aquí y en Kuwait, era amigo de Somoza, fue perfectamente desgraciada. Yo tuve mi Barbie y él también, que Dios lo tenga a fuego lento. ¿Yo comprarle una Barbie a mis hijas? ¡MÍRENMELA! Eva la zapatera María Olinda Guillén Chanto SAN JOSÉ Nació en un día de navidad, así le contaron; bajo la sombra de un árbol que ofrecía sus dulces frutos a los pájaros. Todo ocurrió en Tabarcia de Puriscal, creció entre matas de tabaco, palma y frutos silvestres. Sus progenitores de raíces indígenas se dedicaban a las labores agrícolas y recolección de plantas medicinales que utilizaban para curar a los enfermos. Su padre, curandero de tradición tenía una sabiduría que recibía de la naturaleza. Curaba mordeduras de culebra, picaduras de insectos, ataques de lombrices y otros padecimientos. Eva, era una niña inquieta e inteligente; veía salir el sol todos los días, pero sentía que el tiempo transcurría lentamente. Por las noches sus familiares se reunían en sus ranchos de paja a contar historias que se transmitían unos a otros. En su mente, ella trataba de reconstruir esas historias y conservar esas tradiciones que son huella imborrable de sus antepasados, apegados a sus creencias y costumbres.

Vivían disfrutando de la naturaleza, entre chanchos de monte, dantas, cerdos, pájaros y gallinas. Además de sus actividades agrícolas se dedicaban a la elaboración de piezas de barro hilado, tejidos de manta y confección de cestería; en lo que su familia era especialista. Luego salían al lugar más cercano para vender su producto o intercambiarlo por otros. Eva sabía que más allá de las montañas había otra forma de vida a la que ella quería llegar, pero sin cambiar su origen, sus costumbres, ni abandonar a los suyos. Aprendió a leer y escribir en una escuela cerca del pueblo a la que llegaba un maestro tres veces en el verano, ya que en el invierno el camino era intransitable. Un buen día se desprendió de los suyos y con sólo la ropa que tenía puesta tomó el único autobús que venía a la capital. Al llegar a San José, sintió un cambio enorme; el bullicio de la ciudad, ver tanta gente por las calles, carros y bicicletas. Fue un trastorno para ella; pero ya no había marcha atrás, estaba ahí y debía continuar. Deambuló por las calles josefinas, durmió varias noches en los asientos del parque de la Merced. Convivió con gente que no tenía a dónde ir como: alcohólicos, prostitutas y mendigos. Pero ese no era el destino de Eva, caminó por las calles hasta llegar a la Catedral, y en los alrededores encontró casas de habitación con familias de buena condición económica. Solicitó trabajo en varias casas para ayudar en lo que fuera necesario; encontró refugio en una familia de apellido Jiménez. Ellos le daban un lugar para dormir a cambio de las labores domésticas; al menos tenía un techo donde pasar las noches. Don Luis Ángel era el jefe de familia y Doña Marta su esposa. Era una buena mujer, religiosa y se dedicaba por entero al hogar. Tenía dos hijos Marito y Ricardito; buenos niños, pero no eran muy aplicados al estudio. Eva aprovechaba sentarse junto a ellos cuando hacían las tareas; su deseo era aprender a escribir, contar sus vivencias y las de su pueblo. Vivió con esta familia por varios años, hasta que un buen día aceptó los halagos que le hacía el buen vecino que vivía a la vuelta de la casa. Este era Raúl. Mora, un zapatero remendón que andaba ya por los treinta años. Tenía el vicio del alcohol, pero mantenía la zapatería y la clientela del barrio. Los dos se convinieron en una mañana; a eso de las seis, con el canto del Ave María, frente al altar en la iglesia de la Soledad unieron sus vidas. Ella dejó de trabajar para la familia Jiménez y se acomodó a la forma de vida de Raúl, preparando el pegamento para las suelas de los zapatos, cortando con cuchillas los cueros para preparar tapillas, clavando tachuelas y embetunando botas. Todo eso lo hacía junto a su marido.

A los nueve meses viene la primera hija, una niña que cambió por completo su vida. La niña nace con retardo mental, y empieza así el calvario en el hospital. Para esos años la medicina y la atención para este tipo de niños no era la más apropiada. Eva aceptó con mucha paciencia la crianza de su hija y empezó a tratar de salir adelante. A Raúl parecía no importarle nada, estaba en la zapatería evadiendo los problemas, tomando licor, oyendo el fútbol, arreglando unos cuantos zapatos y cuando podía se marchaba con algún amigo. Corrían los años cincuenta, cuando Eva vuelve a quedar embarazada, pero parece que la desgracia la persigue. A su segundo hijo le ataca la peste del Polio y el hermoso niño queda paralizado de la cintura para abajo. Eva se enfermó, una enorme depresión la llevó a estar internada en el hospital; pero con ayuda de buenas vecinas y amigas pudo salir adelante. Pero no fue así para Raúl, la anormalidad de sus hijos le afectó tanto que se dedicó por completo al licor. Abandonó a Eva y a sus dos hijos, dejó la zapatería, el barrio, sus amigos y se desterró en los bananales de la zona de Limón Sin embargo, Eva echó mano a sus costumbres; sus raíces fuertes nacidas desde lo más profundo de las montañas. Sus vivencias de niña la hacían cada vez más fuerte. Sepultó sus temores y pensó en sus hijos, ya que los amaba a pesar de sus limitaciones. Raúl se marchó y no le dejó ni un cinco; pero ella había aprendido algo del oficio de zapatería. Echó manos a la obra y volvió a abrir las puertas de su casa que también eran las de la zapatería. Como pudo, con madera y pintura hizo un rótulo "SE ARREGLAN ZAPATOS DE TODA CLASE, SE COSEN SUELAS Y SE LES CAMBIA EL TACÓN". Los vecinos al ver el rótulo se asustaron, sabían que Raúl no vivía ahí; cuando se dieron cuenta que era Eva la que ofrecía los servicios de zapatería la miraron mal, ya que ese no era un oficio para una mujer. Poco a poco los vecinos fueron entendiendo la situación de ella y empezaron a llevarle zapatos. Según contaba ella a su vecina, amiga y confidente; que la gente le llevaba a arreglar no sólo zapatos, sino zapatillas de mujer, zapatos de charol, botas de gamuza, hasta bolsos y maletines. Tenía tanto trabajo que habían días que no podía atender bien a sus hijos, pero ella se las agenciaba para cumplir con todo. Por las noches, ya cansada, se quedaba dormida al lado de sus niños y pensaba en Raúl, deseaba que volviera, que se diera cuenta que los niños no eran un obstáculo para ser feliz y que el trabajo aunque era duro no faltaba. Eva no se explicaba porqué aquel hombre que una

vez le dijo que la amaba y que pasaría el resto de su vida con ella, la dejaba sola con toda la obligación..."Si Dios hizo a la mujer de la costilla de un hombre, quiere decir que somos iguales; pero el hombre marca la diferencia"....esto lo susurraba hasta quedarse dormida. Los niños crecían y cada día los amaba más. Ellos le devolvían ese cariño con muchas sonrisas. Pensó muchas veces en ir a buscar a Raúl, decirle que sus hijos eran felices, que la zapatería caminaba bien, que tenían clientela y un ahorro para comprar la casita donde vivían. La vida le hizo grietas en su corazón y le dejó huellas, que con el paso del tiempo se fueron borrando. Su corazón puro y sus costumbres indígenas hicieron que luchara por sus hijos y los sacó adelante con el futuro del trabajo de la zapatería. Es importante recalcar que: "Cuando nos vemos en el instante de elegir entre la felicidad y la desgracia, debemos seguir el ejemplo de Eva la Zapatera, como la llamaban en el barrio". Esta amorosa mujer luchó sin claudicar y transformó el sentido de por qué vivimos; en su lucha prevalecieron sus raíces y el amor a su familia. Raúl se enteró con el pasar de los años de todo el esfuerzo que había realizado Eva, pero nunca tuvo el valor de volver a su hogar. Se quedó solo en los bananales de Limón. La del piso de tierra Miriam Marín Bermúdez GOICOECHEA Que lindo cuando un día nos sentemos todos y todas a comer en una mesa tan grande que quepan pobres y ricos, gente de toda raza, color y religión; donde nos miremos a los ojos sin avergonzarnos del que tenemos al lado. Un piso de tierra, un fogón encendido, una mañana calurosa del mes de abril, en un humilde ranchito de pedazos de madera y techo de paja, a las once de la mañana, abrí mis ojos a este mundo, mis lágrimas surcaron mi pequeño rostro, como augurando una vida que no iba a ser muy fácil, pues no fui bien recibida por mi condición de mujer. Mi madre, una mujer sola con cuatro hijos más tres varones y una mujer; "no quería tener mas mujeres", ese era su decir. Mi infancia transcurre en época de posguerra ya que nací en el año 47, a dos años de finalizada la II Guerra Mundial, y ahí no más, estalla guerra civil del 48. Mi madre, una invasora de tierras, junto a otras mujeres tomaron una faja de terreno municipal en Goicoechea y levantan sus ranchitos de cartón y latas, mujer sin ningún grado académico, ni "conociendo la o por redonda", como decía ella; campesina, viuda de un nicaragüense soldado sandinista, de los primeros y originales guerre-

ros que se levantaron con Sandino contra la dinastía de los Somoza. Él vuelve a Nicaragua, dejándola abandonada, ella tiene que hacerle frente a la crianza y educación de esos cuatro muchachos, lavando ajeno, limpiando casas y otros trabajos de servidumbre. Así es como siete años más tarde conoce a un seminarista fraile franciscano y nace quien hoy cuenta su historia, siendo abandonada por este hombre y obligada a no contar lo sucedido, pues este señor no quiso reconocer la criatura que al mundo vendría. Una boca más que mantener, y no muy bien recibida por sus otros hermanos. Carita sucia, pies descalzos, una infancia con grandes privaciones tanto materiales como afectivas. Contaba con apenas dos añitos de edad cuando tuve mi primer encuentro con lo común de la niña marginal, una agresión sexual. Mi madre, presta poco o ningún interés al asunto. Pasaron tres años más, y vuelvo a caer en manos de un abusador. Este individuo hizo fama en Costa Rica por sus violaciones en la década de los cincuentas. Él, ya tenía días de merodear nuestro humilde barrio, repartiendo regalos y dinero a los niños a cambio de algunos "mandados" y "favores". Cierto día, de esos muy comunes entre los pobres más pobres, cuando la despensa amanece vacía, a la "ingenua" de mi madre le da un poco de dinero, y sale muy contenta a comprar algo para el desayuno, dejándome a merced de aquel individuo. Este, me tomó y me metió en medio de sus piernas, y comenzó a toquetearme, y hacerme cosquillas, yo, como niña despabilada, ya había escuchado de ciertas aberraciones y mañas que se le atribuían de este hombre en particular... ¡Le solté un mentonazo de madre a todo galillo, y le grité sátiro! El tipo me soltó, y huyo presto de lugar. No volvió a nuestro barrio, hasta que en un intento de violación, la víctima, un muchacho, luchó y el violador, al verse perdido se suicidó.' Así pasan los primeros veranos e inviernos de mi vida, con muchas ganas de estudiar, llega el primer día de ir a la escuela Pilar Jiménez, me levanto muy alegre, faltándome un mes para mis siete añitos mi madre me pone el uniforme, un cuaderno y un lápiz... y para la escuela. Pero a mi, nadie me encamino en aquella ocasión, como a otros niños y niñas, así que me perdí en la escuela y por azar entré al aula donde estudiaban los niños y niñas más acomodados de Guadalupe; imagínese que sería para mi ese año, con una maestra a la cual mi pobreza le chocaba, pero no para bien sino para humillarme. ¡Lógicamente, perdí el año! 1 ......................Omito el nombre de este individuo, pues quiero evitar

implicaciones judiciales innecesarias. Aunque si es un hecho que este hombre fue un famoso violador en los años cincuenta. Volvió mi madre a matricularme en primero, esta vez las cosas cambian, mi maestra, en aquella ocasión, doña Carmen Rivas, se fija en mi condición y de manera muy cortes me mandaba a su casa cerca de la escuela a traer el café de las nueve para ella, y de rebote, mi desayuno. Así, las cosas toman un rumbo diferente, pues llegue a ser la primera de la clase. Don Millón Gutiérrez, director de la escuela llega y nos hace un examen, cuando los directores eran directores, saque un diez y una felicitación. Pase a segundo grado con notas de honor. La niña comienza a triunfar, pero, siempre el pero, mi madre ya mayor, con una vida un poco golpeada, hijos con problemas de drogadicción y alcoholismo, no me matricula el siguiente año, sino que me envía a vivir donde una pariente cercana en una barriada de Tibás2. Comienza un calvario para mi, pues a mis ocho años, soy abusada por el marido de esta, yo, cuando llegaba de noche me sentía morir de miedo. Así, asistía la escuela de Tibás. La maestra no entendía porqué yo no podía concentrarme y me regañaba. Una de esas tardes, llegó un hermano mío a visitarme, y me encontró tan delgada que me pregunto por qué estaba así, y yo le conté todo. Furioso al enterarse de los abusos, le miente a mi pariente, diciendo que me iba a dar un paseo, llevándome de vuelta a mi casa. Lo que resta del año, tengo que ganarme algún dinero, haciendo mandados y ayudando en casas. Esto me lleva la casa de una maestra, ella, que era una excelente persona, me pregunta si quiero seguir estudiando, y le digo que sí. Ella me ayuda a matricularme el año siguiente en la Escuela Betania de Montes de Oca en tercer grado, no le falle, y llegue a sexto con muy buenas notas, descalza y sin uniforme, así pasé mis años de escuela. El día de la graduación un pariente me regaló el vestido y los zapatos, pues en aquellos días las mujeres se graduaban con vestido blanco... y como el primer día de clases, yo, Dios y mi alegría. En secundaria, asistí un trimestre al Liceo Vargas Calvo, con grandes ilusiones pues quería ser doctora, pero mi madre me sacó del colegio, porque los zapatos que llevé, que ya de por sí eran de segunda, se me rompieron. A la edad de catorce años, trabajé en varias casas, y saqué permiso del patronato y entré a trabajar al Gallito Industrial, que por aquellos días 2 ...... Nuevamente, muy a mi pesar, evito decir quien fue este y otros

parientes, para evitar problemas familiares. quedaba en Guadalupe. Con mis primeros salarios y mucha alegría, le puse luz eléctrica a mi casita, que comenzó a dignificarse, me matricule en el Liceo Nocturno de Costa Rica. Cuando salía del trabajo, me iba a estudiar, todo iba muy bien, pero mi madre, que siempre prefería a los varones, no colaboraba conmigo eficientemente; cuando regresaba por la noche, no encontraba nada de comer, además de un ambiente netamente hostil. Tuve que salir del colegio como siempre, las alternativas para un o una adolescente en lugares de riesgo social, son muy, pero muy pocas. Conocí al que sería el padre de mis tres hijos, un hombre de una familia de cierto renombre a nivel comercial por sus haciendas ganaderas, con apenas 16 años me embarace de él, ya que no entendía ni lo que hacía, pues en aquellos días, había mucha inocencia e ignorancia con respecto al sexo; él me propone que tome un medicamento que para que me "viniera la regla". Yo no lo permití, pues estaba contenta de tener un hijo. Por presiones y temor a mis hermanos, que eran de "armas a tomar", nos casamos por la vía civil, ese mismo día, me dejó con mi madre, y se fue de luna de miel con un amorío que tenía en su tierra natal. Aquí, dio inicio para mi, un penoso calvario que duraría diecinueve años, diecinueve oscuros inviernos de humillaciones por mi estrato social, en medio de todo esto, se procrearon tres hijos de los cuales me siento muy orgullosa, pues en ellos plasme parte de mis sueños, ya que son ciudadanos que hoy le sirven a la patria. Un médico, un abogado, y un estudiante de ingeniería de sistemas, que a la vez tiene otros títulos técnicos. Me divorcie de este hombre por recomendación de mi hijo el doctor, así que me metí de lleno al servicio del Reino de Dios, en un barrio marginal de Goicoechea, donde nadie quiere involucrarse por la situación social que ahí se vive. Comencé mi trabajo con un grupo de mujeres en condiciones de autoestima muy baja, a ayudarles a través de cursos de manualidades acompañadas de la palabra de Dios, ellas prestaban sus casas. Me di cuenta de que necesitaba estudiar, entonces saque el bachillerato por madurez, a los 45 años ingreso a la UNED a estudiar educación. Se me dio la oportunidad de trabajar como maestra en la Escuela Cristiana de los Cuadros, y labore por espacio de tres años. Tuve que elegir donde debía estar, en el trabajo social y de la iglesia, o la educación. Salí de la escuela a continuar con mi labor pastoral, sin goce de salario alguno. Deseosa de seguir superándome, mas, en el área

religiosa, ingrese a la Universidad Nacional de Heredia, saqué un diplomado en Teología. Hoy, continuó estudiando, preparándome mejor para poder entender la situación de genero, llevo cursos de género en la UNA. Dios y mi ministerio me han permitido viajar por varios países en América Latina, en varios encuentros y seminarios. Contraigo nupcias por segunda vez después de catorce años de divorciada con un individuo que supo muy bien disfrazarse hasta de cristiano, pero con un pasado de alcoholismo y violencia. Yo, con cincuenta años, sucumbí como una adolescente, pero cual sería mi sorpresa, tras descubrir en los primeros días de la relación, que este hombre tenía una obsesión enfermiza con su hija. No pudiendo superar tal situación, comenzó a agredirme sicológicamente, de una manera tal que mi salud se comienza a deteriorar, hasta que de nuevo, con la ayuda de mi hijo el doctor, este individuo abandona mi casa al año de casado. Yo, como persona creyente en Dios y el matrimonio, permití que este individuo me siguiera visitando con la esperanza de un arreglo, pero la oposición de su hija no permite que nada fructifique. Deplorablemente, él me quería utilizar como amante, lo cual no acepte. Uno debe de darse a respetar y no permitir abusos, por esto, me divorcie; por respeto a mi misma y ejemplo a las mujeres con las cuales trabajo para enseñarles que no debemos estar atadas por cuestiones morales ni religiosas a quienes nos lastiman. Mi trabajo en esta comunidad de veintidós años es voluntario, pero creo que si Dios me ha dado tanto, quien mejor para entender el contexto de un Barrio marginal, que quien viene de ahí, despegue de un piso de tierra hasta las alturas... como el águila. Concluiré con un poema de Ángela Figueras, extractado del libro A Ras del Suelo, de Luisa González. Otra Hermanillo: Nació un buen día, como tanta gente, sin propia decisión ni regocijo. Acaso oyó decir que su venida no hacía malditísima la falta Pero él nació, no tuvo otro remedio. Descendencia de amor Maríanella Castro Cortés HATILLO 2, SAN JOSÉ En un día bañado de sol, desde España, llegaron a las hermosas montañas por los alrededores del volcán Irazú, Don José María y Doña Anita. Educados, amantes de la naturaleza y su equipaje cargado de ilusiones, él un señor alto, blanco y robusto, ella una

señora de finas facciones, bajita con su carita radiante de luz. Hicieron de este lugar color de cielo, olor a hierba fresca y flores multicolor; su hogar. Ahí nacieron sus hijos, —uno de ellos mi abuela— le enseñaron la vida a través de los campos, la leche y las estrellas. Se llenó de sabiduría, que la transmitió a mi padre, por cualquier cosa que tocaran sus manos o de lo que hablara su boca. A partir de ahí mi padre aprendió desde niño a luchar por la vida y auto educarse, por aquellos tiempos no habían muchas oportunidades. Sin embargo, esa magia prevaleció en él por siempre. La lucha continua, lo hizo aprender un oficio, no tuvo la dicha de terminar la escuela, mas no desfallecer en su propia búsqueda de auto conocimiento, viajando por el mundo imaginariamente, a través de los libros que le enseñó mi abuela y él aprendió. Por otro lado mi madre, venía de un hogar humilde y luchador también, con mucho orgullo, su padre se dedicaba a la panadería, con el futuro de su trabajo mantenía su hogar, que a la vez sirvió para hacer de mi madre una mujer igualmente emprendedora, al igual que mi abuelo. De estas familias salieron los que serían mis padres en el futuro. Transcurren unos años, cuando una bella mañana de abril mi madre se ve sorprendida, al anunciarle su médico, que no era una sino "dos" que venían en camino. Puedo ahora imaginar su cara entre júbilo y preocupación, más aún, cuando tenía dos pequeños más que la esperaban en casa. Es así como llegarían "las gemelas", para completar la alegría de lo que en adelante sería mi hogar. Tristemente al finalizar ese mismo año vendría el deceso de mi hermanita, acompañado de un profundo dolor para mis padres. Al cabo del tiempo vendrían dos hijos más para engrosar la familia. Sin darse cuenta papá y mamá trataron siempre de sobreprotegerme, cada uno en su corazón, guardaban en silencio, el miedo a perderme a mí también. Por mi parte sentía siempre, cierto vacío sin saber la razón. Pese a ello, no puedo olvidar, a la niñez que tuve llena de satisfacciones, el amor de mis padres y los días de campo que compartíamos juntos. Recuerdo con cuanta alegría, los domingos, abordábamos un tren con destinos diferentes, éramos una familia de escasos recursos económicos, pero llena de ilusiones. Tomábamos rumbos distintos... Ciruelas, Atenas, Orotina, Quebradas, Mata de Limón, Puntarenas, a veces a Guápiles, Limón, en fin tantos lugares hermosos, que aún dichosamente se conservan. Mi madre preparaba el sábado por la noche, el mantel, los utensilios, la comida y los jugos en lata, nosotros los hermanos no lográbamos

conciliar el sueño de pensar en la gran aventura que viviríamos a la mañana siguiente. Al llegar al campo mamá preparaba la zona de almuerzo, claro está, donde hubiera menos hormigas. Mientras papá junto a mis hermanos, alistaba la caña de pescar ¡Qué nostalgia! Cómo recuerdo los ríos, tan transparentes, cual si fueran cristal con múltiples pececitos de colores, era tan niña, que nunca comprendí porqué, papá nunca pescó nada... Después lo supe, respetaba enormemente la naturaleza. Nos hacía pedir permiso, al entrar a cualquier paraje, le pedía permiso al árbol para tomar uno de sus frutos, le preguntábamos el ¿por qué? Y nos contestaba "son sus hijos", permiso a la planta para arrancarle una flor, que con delicadeza, nos la ponía, a mamá, a mi hermana y a mí detrás de la oreja para adornar nuestra cabellera. Corríamos por el campo, mojábamos los pies sentados en las piedras al frente de una cascada; solíamos compartir historias con campesinos de gran nobleza, que nos encontramos en tantos viajes interurbanos que hicimos. Recuerdo uno en especial, que donde quiera que esté, mando mis bendiciones a él, pues una noche, su modesta casita nos brindó, en lo alto de una montaña, en la Suiza de Turrialba. Desde sus ventanas, se divisaba un paisaje imposible de olvidar, que hoy sería un "hotel cinco estrellas", por la atención que nos dio, cual si fuéramos sus amigos de siempre. Aprendimos a contar las estrellas, a dibujar en la arena cuando íbamos a la playa, y en el campo aprendimos a descifrar el canto de los pajaritos, a escuchar la música del viento, el murmullo de la montaña, admirar el ganado, oír la chicharra y escampar bajo las inmensas hojas del follaje mientras pasaba el aguacero. Así fui creciendo bajo el cuidado de mis padres, su amor, sus consejos entre varicela y paperas, con mano dura tratando de imponer disciplina. Bajo angustias, limitaciones económicas y sus propias frustraciones, nos enseñaron a seguir adelante, enfrentar la vida, con honestidad, luchando por conseguir una vida mejor, nunca pasar por encima de nadie y esforzarse por alcanzar las metas por más humildes que estas fueran. Al sobreprotegerme mis padres, no tuve muchos amigos, era tímida, muy sumisa en mi adolescencia. Llegó el día en que me enamoré del chiquillo que tuve más cerca y al cumplir los 20 me casé. Ya eran otros roles que debía yo asumir, de esposa abnegada, la que todos respetan, el ama de casa con su hogar hecho un "crisol". Luego vinieron cada dos años tres hermosas hijas... eso bastaba para ser muy feliz. Actividades escolares, luego colegiales, seguía la madre, siempre dis-

puesta, con la dicha de tener como esposo un padre ejemplar, que la "sociedad envidiaba". Las niñas felices del amor que les dimos, nunca pelearon, se hicieron amigas, nunca hubo agresiones, se repetía la historia, disfrutando de paseos los domingos junto a los abuelos, los juegos de muñecas, con el vestuario de mamá, brincando en la cama, amantes del gato y hasta del conejo. Las niñas se convirtieron en mujeres, hoy dos se han casado y mantienen su hogar; comienza otra etapa de abuela amorosa, la que espera en su hogar. La familia ha crecido pues ya tengo dos nietos y otro por llegar, que ha sido mi alegría. Mas a diario en mi mente frecuento los viajes en tren. No está mi gemela, ya no está mi hermano y también perdí a mi padre. Recuerdo el celaje, la misma montaña, el mantel en el suelo, la carrera debajo del aguacero... ¡No quiero llorar! Pues ellos no se fueron, están en los campos, están en el cielo, pero sobre todo viven en mí. Llegué a los "cuarenta"y con ellos ansiedades, angustias, desvelos y miedos. Me miro al espejo, toco mi piel, me descubro y me pregunto ¿Qué ha pasado contigo? ¿Dónde has estado, qué has hecho contigo? ¿Dónde han quedado tus sueños? ¿Qué hay de tu alegría? Entregaste todo... Bravo, ¿Y tú qué te dejaste? Fue como si el reloj del tiempo hubiese apretado el automático de mi conciencia. Mis hijas me aman, comparten conmigo y mis nietos son un amor. Medito en mi cama, medito en la sala, me tomo un café. Han crecido las hijas que hicieron su vida, ha pasado el tiempo y ¡he quedado solo! Mi salud se quebranta. Triste noticia, tumoración en el útero, hay que estirar. Otra parte de mi ser hay que arrancar. En la cama del frío hospital, casi sin fuerzas, de regreso al hogar, adolorida sin deseos de luchar pasan los días. Hasta que un día el dulce canto de un pajarito al anunciar la mañana alegremente, hizo vibrar mis sentidos, haciéndome reaccionar. Poco a poco fui fortaleciéndome y recobré mi salud. Un día mi esposo con la calma que lo ha caracterizado siempre, me dijo: "ya no la amo", claro también lo tocaron los años, sólo que no quiso asumir el reto de envejecer conmigo. A pesar de mi dolor, él no supo que esas palabras fueron mágicas para mí. Recordé mis paseos de niña, las bellas montañas, los mares azules, el color de las flores, el lanchón del Tempisque, las Playas del Coco, los verdes campos que abundan en nuestra tierra y que aprendí a ver a Dios en todo su esplendor y en toda su magnificencia, aunque yo no había dejado de amar a mi esposo, era claro que él no quería continuar conmigo, otro desencanto en mi. Después de analizar la situación, advertí que en todo este tiempo, no había sabido equilibrar

mi propia armonía, dedicándome al hogar, el quehacer cotidiano, no supe valorarme, no alcancé mis sueños, seguía en la misión de esposa, de madre abnegada, pero al final los hijos crecían, se iban de casa y... Aun seguiré siendo la madre hasta el final de mis días, pues el amor es el único que lo trasciende todo y prevalece. Hoy soy feliz, gracias a la Creación, gozo de buena salud, Dios me ha dado otra oportunidad, tengo que aprovecharla. Se ha rejuvenecido mi espíritu, trato de cumplirme metas a corto plazo. Disfruto de todo lo bello, mis hijas son mis amigas, a ellas les cuento mi experiencia, les aconsejo, dejen un espacio en sus vidas para desarrollar sus talentos y también para amar y valorar la amistad. Fuimos creados para cumplir una misión, más aún disfrutar del amor en todas sus facetas, de padre, de madre, de abuelo, de hijo, de hermano, de amigo y también de toda la naturaleza. ¡Ahora ya es tiempo! Las hijas crecieron, me tomaré mi espacio, para actuar y soñar. Sé quién soy un cuanto valgo como persona y mujer. El cielo tiene nuevos matices, siento el aire que refresca mi cara, el agua no golpea mi pelo después del chaparrón, se alisan en mi rostro las líneas de expresión pues "esas" salen del alma. He conocido nuevas culturas, asisto a seminarios de interés, amo la poesía, disfruto del arte y un buen libro en mi cama, soy voluntaria del ambiente, aporto un granito de arena a las nuevas generaciones y así comparto con la naturaleza. He conocido toda la energía que se mueve debajo de los rayos del sol. No lamento lo vivido, de error, angustias y penas, pues también tuve alegrías infinitas. Todo esto me hizo crecer. Es lo que intento enseñar a mis hijas, después de que ellas también tuvieron sus paseos en familia, a la vez disciplina. Quiero que sean tenaces, luchadoras, buscadoras de sueños y los realicen, pero sobre todo que sean muy felices, se sientan satisfechas con ellas mismas y hagan de sus hijos personas de bien. En estos días la sociedad está dando muestras de una enfermedad que quizás se venía incubando desde la niñez, así se refleja con la agresividad y descontento, además de problemas cotidianos en los que somos bombardeados a diario, demuestra la falta de amor y valores dados, desde que éramos niños. Los viajes en tren que hacíamos en familia, y mis abuelos marcaron mi vida, pese a los regaños para lograr disciplina tuvimos amor. Fueron las bases para construir nuestro destino, aun cuando los roles de la vida nos lleven por caminos distintos. Esas "vigas" siguen en pie, aún continúan manteniendo derecha, la construcción. Aquellos paseos en tren fueron simbólicos. Es la vida un ir y venir por distintos destinos, de estación a estación, de múltiples paisajes de luz y de sombras, sensaciones de miedo

entre túneles y puentes, conociendo lugares y gentes. Por la ventana, observamos durante el viaje, las cosas que quisiéramos tocar con las manos, y no podemos alcanzar, pero si paramos en una estación, lo logramos. Compramos el boleto al abordar conocemos la ruta hacia donde iremos, lo que contará es la experiencia vivida, de retorno al hogar si disfrutamos el viaje. ¡Cuánta añoranza! ¡Cuánta nostalgia! De mis viajes en tren que tanto "amé". Como recuerdo, las descripciones de las flores, del ganado en pie, los bellos paisajes que me daban mis abuelos y padres durante los viajes, el amor con el que se referían a los campos, y a las gentes que conocimos. Ese mismo respeto y amor, siempre han estado conmigo, en silencio viajando en mis venas, como los viajes en tren. He llegado a pensar que así como son transmitidas las enfermedades por la sangre podría porque no circular el amor. No es censurable que los padres dejemos a los hijos bienes materiales. ¿Por qué no pensar en dejar a los hijos un legado mejor? Una buena enseñanza y unos genes de amor. CONCURSO Mujeres, Imágenes y Testimonios TESTIMONIOS CATEGORÍA PROCESIONAL La hora del café Carla Ramírez Brunetti SANTO DOMINGO, HEREDIA Son las tres de la tarde, el aroma a café se esparce como incienso y mi tía Nena nos llama a la mesa. Por un momento, todas las chiquitas dejamos a las muñecas tiradas en el suelo y corremos a sentarnos a la mesa. Mis primas, para ese entonces jóvenes recién casadas, también ocuparon sus espacios, las otras dos invitadas de siempre eran mi mamá, mi abuela mamita y mi hermana Mariselle, seis años mayor que yo. La platica comenzaba a darse de manera espontánea: que las chiquitas hicieron esto, que las vecinas hicieron lo otro, para irremediablemente caer en el tema que antes se llamaba de hombres y mujeres y que ahora le han puesto de "género". En esos años de cuando yo era chiquita, estaba de moda Simone de Beauvoire, de Krisna Murti, de Yolanda Oreamuno, y mi tía, una mujer absolutamente transgresora de su tiempo, comenzó a leerlos y

a hablar sobre los libros en la sobre mesa del café, todas la escuchábamos con atención y el tema generalmente terminaba en una gran discusión acerca de la necesidad de la liberación femenina, lo estúpido que era el machismo y lo ridículos que eran los esposos de las mujeres de esa mesa. Algunas veces la tertulia terminaba con enardecidos discursos feministas llenos de odio y resentimiento, otras veces terminaban en carcajadas burlonas. Eso sí, recuerdo claramente a las adultas decirnos que eso no eran temas para que las chiquitas estuvieran oyendo, que regresáramos a jugar, pero nunca hicimos caso y fue obvio que ellas tampoco insistieron. Son las seis, ya está oscureciendo, el cotorreo debe concluir, por supuesto que el café hace horas se acabó, la mesa está llena de boronas de pan, mi abuela es la primera en abandonar la mesa y dirigirse a la cocina, hay que preparar la cena y a ella le siguen todas las demás, incluyéndonos nosotras, las chiquitas, que entre bostezos nos marchamos de la mesa. Con los años las chiquitas nos fuimos haciendo grandes, y con la edad nos integramos a las charlas del café de las 3. Han pasado 20 años desde aquellos días, algunas han muerto, otras se divorciaron y otras nos casamos y tuvimos hijos, lo que no ha cambiado para nada es nuestro profundo cariño para esa hora del café, ese café cómplice de gratas pláticas, tertulias de mujeres y para mujeres, un espacio femenino, ruptura del silencio. Mis tres mamás Siempre me ha sorprendido la manera maravillosa en que algunas mujeres le enseñan a sus hijas a ser mamás. En mi caso soy hija de una mujer divorciada que siempre tuvo que trabajar para mantenernos a mi hermana y a mí, de papi no les digo nada porque el relato es de mujeres, no porque él no se mereciera que yo contara su historia. Para mí es maravilloso recordar a mami preparando nuestras fiestas de cumpleaños: un mes antes comenzaban los preparativos: las bolsitas, la piñata, las sorpresas, que en aquellos días se confeccionaban con tubitos vacíos de papel higiénico forrados en papel de regalo, el queque, los globos, los manteles y hasta los vestidos que llevaban las botellas de refresco... eran fiestas preciosas y hechas por una mujer que trabajaba como secretaria fuera de la casa. Claro, hay que reconocer que mi mamá tiene el don maravilloso de tener unas manos de artista, así es como siempre la vi lucirse, ya fuera vistiéndome de ángel para el corpus o de campesina para el 25 de julio, sin embargo los dos trajes que mejor le quedaron fue el de india y por supuesto el de española, porque yo a pesar de ser

morena, quise salir de Española y mami fue a hablar a la escuela para cumplirme mi sueño. No importa cual sea la ocasión: quince años, bautizo, despedida, boda o entierro, ahí siempre ha estado mami con sus manos cariñosas haciéndolo todo bonito. He de decir que en esta labor de ser madre, mami no estuvo sola, la ayudaron Mamita, mi abuelita y mama nena, mi tía, por eso no es casual que sus nombres estén relacionados con la palabra mamá. Mientras mi mamá me enseñaba lo importante que era estudiar, cultivaba mi autoestima, se encargaba de ser el más especial San Nicolás del barrio, me enseñaba la oración de la noche y me mostraba como se aman las flores, los animales y los niños, mi abuela me enseñaba otras cosas: mientras palmeaba tortillas, o serruchaba una madera, o reparaba un santo roto de su viejo portal, ella me enseñaba que nunca había que dejarse de nadie, que nada era imposible y que si había que hacerlo, fuera lo que fuera, yo iba a poder hacerlo bien. Claro, también aprendí de ella que uno no se anda deschingando enfrente de toda la gente, que para eso están las puertas, para cerrarlas y que a uno nadie lo toca sin que uno quiera. Por su parte mi tía también se las traía conmigo, de ella aprendí el amor por la lectura, por el arte y por la música, ella era tan bonita que yo siempre soñaba que cuando fuera grande iba a ser como ella, seguro fue por eso que desde que yo tenía 6 años decidí que iba a fumar cuando tuviera la edad suficiente, tal vez así me iba a ver tan bella como mi tía cuando fumaba. Pero lo que más me enseñó con su ejemplo, fue lo que significa la palabra lealtad, el significado de guardar un secreto y lo importante que es ayudar a otros para ser feliz, todavía la recuerdo rescatando las hormigas que corrían peligro de ahogarse en el lavatorio, y así como rescataba hormigas nos rescataba a todos de nuestros problemas y pesadumbres. Que mujeres han sido esas tres, como las recuerdo, como las admiro, como las quiero, aunque ya no están físicamente conmigo las veo todos los días, cuando les enseño a mis hijos que significa adoptar un gatito, leer un buen libro o simplemente cuando les preparo una ricas tortillas. Gracias a ustedes tres, las amaré siempre. Las pieles de mi vida Roxana Gómez Zúñiga GOICOCHEA Mi voz, mi palpitar, mi cuerpo... mis luchas, mis sueños, mis búsquedas, mis abrazos, mis encuentros y desencuentros me pregunto qué de todo esto puedo darle a mi hija para que lo recuerde con orgullo y le sirva aun cuando yo no esté y se lo de a su hija y así su-

cesivamente. Lo pienso y busco, y mientras eso pasa, me veo como una cámara en retroceso desde que estaba en la escuela y mi maestra que nos enseñaba las tablas en la Escuela Vitalia Madrigal, haciendo un concurso entre todos los compañeros, me veo cuando llegó mi menstruación a los 9 años y no sabía qué significaba eso en mi vida, me veo cuando hice la primera comunión y pensé que la pureza era un valor que amaba... Me recuerdo cuando estaba en el colegio luchando por obtener mi bachillerato en conjunto con mi grupo de compañeras, también me veo cuando nació mi hija y me vi joven, sola y abandonada. Aun ahí fui fuerte, me enfrenté a mi experiencia y luché por mí y por mi hija, pero postergué mi vida por la de ella, pensé que ella era mi vida y por supuesto que me equivoqué, porque ninguna vida puede ser a través de otra. Cuando mi hija creció me demandó su identidad y que no viviera su vida, entonces me pregunté; ¿Quién soy yo? ¿A qué grupo pertenezco? A esas preguntas solo podía recordar adjetivos laborales, o de parentesco. Tenía 30 años y no tenía timón en mi vida, no había verdad, chispas incandescentes que llenarán de fuerza mis entrañas. Entonces empecé a buscarme y solo veía que entre más escarbaba lo que encontraba era pieles con acentos diferentes, como cuando alguien se desviste y tiene debajo muchos, muchos trajes. Los trajes me tenían disfrazada y yo creía que era eso, pero cada vez que me adentraba en cada una de las telas de los trajes y levantaba la tela, encontraba mis heridas más profundas, que nunca había curado y que todavía sangraban. Entonces entre las telas, mi confusión, mi dolor, empecé a entender que nada de lo de afuera me podía dar lo que necesitaba, porque debajo de los trajes estaba lo más importante de mí; la fuerza, la valentía, mis especialidades como ser que me diferenciaban de todos los demás seres del mundo, mi creatividad para buscar caminos donde no tenía salida visible. En todo este trayecto, siempre buscaba lazos con personas iguales a mí, y por eso creí que mi vida no sería completamente feliz si pensaba solo en nosotras, porque no había nada como la felicidad de muchos que tenía mas potencia y verdad. En el barrio muchas personas no me creyeron y me vieron como alguien extraño, en la vida he aprehendido que el ego es el peor enemigo de la felicidad. Al final quedaban mis esfuerzos perdidos en el olvido como si nunca hubiera pertenecido a ese espacio o a ese proceso. Muchas pieles; eso es lo que hemos de pasar para entender que lo único verdadero es el vivir hoy con lo que tenemos, porque en nuestro recorrido por la vida nos confundimos pensando que

tenemos que fundirnos con nuestros roles, trabajos, atributos y después cuando eso de lo que nos atamos se desmorona recordamos que tenemos que cambiar de piel. Hoy creo que lo que más importa es lo que vamos siendo sin equipaje, esa luz que nos permite abrir los ojos cada mañana, aunque no tengamos claro lo que va a pasar ese día o cómo llenaremos nuestros estómagos mañana. Pero con certeza de que podemos aprender de lo simple y de las señales que el drama pone frente a nuestros ojos. Hoy que es vísperas de agosto de 2004 sabemos que hay una señal muy clara en el destino de los costarricenses y es el Tratado de Libre Comercio, una señal que nos predispone a un futuro incierto y que nos insta a la cooperación. La cooperación es un valor del cual debo y debemos aprender todos y todas porque también implica cambiar de piel... la piel del individualismo y del consumo que nos hace pensar que somos lo que tenemos en relación diferencial a los demás. Debemos aprender a ser, a existir con paz como lo hace una flor, una sonrisa, un abrazo, una virtud. ¿Acaso el pertenecer a un grupo, a una clase, a un cuerpo, a una profesión, a un territorio, a una silla, a un abrazo, a un hijo o a una madre, nos define? Somos lo que vamos siendo en el viaje, hija mía, sin apuros ni ansiedades, porque todo es disfrutable en el camino si lo vemos con la inocencia de un niño, así que cada experiencia en el drama nos da alternativas para aprender en forma de juego, porque la vida tiene una didáctica magia. Por eso debes tener mucha fe en lo que nos enseña la vida, en ver y leer sus signos, para que cuando el camino se vea oscuro y perdido la magia de la vida te abra un nuevo sendero y siembres un nuevo árbol. Quisiera dejarte mucho hija mía, pero sé que lo más que te puedo dejar es la certeza de que estaré en tu sonrisa, en tu orgullo de vivir, de ser, de imaginar mundos, de crear ambientes. Porque todas las mujeres somos una, en cada una estamos todas, y sé que en el camino más de una va a ser tu madre, y yo seré hija de muchas, porque en la vida el viaje es así; nadie está seguro de su papel hasta que le toca y lo que queda es deslizarse en ese sube y baja suavemente, despacio.. Con alegría. No olvides a tus abuelos, a tus bisabuelos, a tus tíos, a tus primos, a tus vecinos... porque todos están y estuvieron ahí por alguna razón, y seguramente los veremos nuevamente en el camino. El mundo se muestra de una forma cuando somos niños y cuando somos adultos la experiencia de vida es diferente, pero igualmente nuestras intuiciones son las que nos marcan y nos enseñan a lo que debemos decir un rotundo no y a lo que debemos acoger cálidamente en

nuestro abrazo. Vida no es solo nacer, desarrollarse y morir, es sentir y vivirse en la vida con conciencia. Las semillas que te puedo dejar están sembradas en tu corazón en cada recuerdo para vivir, para luchar, para cambiar de piel pero no de esencia. Hoy podemos ver y sentir que todo es viejo pero lo nuevo lo hacemos nosotros cuando encontramos la intención que le da vida a la acción, y todos y todas nos unimos a partir del mismo punto. La sal de la vida la encontramos cuando nos unimos con un objetivo y entendemos que no es el resultado lo que nos une sino el proceso, entendemos que la piel que nunca cambia es la de la familia humana. Esta familia existe desde siempre pero la empezamos a conocer a través de muchos años de experiencia que nos ha quebrado los estereotipos y el impulso del ego. No te confundas en el camino, con el cuerpo ya que este envase muchas veces nos consume completamente y nos convertimos en accesorios del envase por agradar a otros, anulando nuestra luz que es la verdadera esencia. Muchas pieles, las que cambian con el viento y que se cristalizan en arrugas alrededor de nuestros ojos, las que se atan a nuestro cuerpo a través del dolor, del rechazo, las que nos consumen por dentro por nuestros propios sentimientos de destrucción, entre todas estas pieles resurge la certeza de que existimos y se manifiesta en nuestra sonrisa cuando despertamos y sabemos que no somos una repetición del mercado. Las pieles cambian, pero es cierto que en el camino tomamos pieles que nos encarcelan, que nos desangran, porque toman de nosotras lo mejor de la vida, haciéndonos entregar nuestra fe, a cambio de lo básico para reproducirnos. Esas pieles tarde o temprano se desvanecen pero nos hacen descubrir que ninguna circunstancia nos define por completo. Hay pieles que traemos de nuestros ancestros que definen nuestra voz, nuestra forma de caminar, de aprender, de sentir, pero son pieles que también cambian con el pasar del tiempo porque la vida nos enseña que nosotros somos creadores de nuestro presente y por lo tanto, también de nuestros hábitos y de nuestros actos. Somos artífices de nuestro propio devenir, no estamos hechas nos hacemos día a día, unas a otras, a través de las miradas, los gestos, las intenciones, los movimientos... somos masa incandescente que se transforma día a día en atardecer... en poesía y no olvides repasar tus vestidos para limpiar la piel y que los poros respiren la fuerza de tu otro yo.

Con amor para todas mis hijas, mis hermanas y mis madres. CONCURSO Mujeres, Imágenes y Testimonios TESTIMONIOS CATEGORÍA MIGRANTE Mujer de barro y maíz Ana Patricia Urrutia Pérez GUATEMALTECA, RESIDE EN SABANILLA SAN JOSÉ He conocido y escuchado a muchos inmigrantes, pero a quien mejor conozco, es a la mujer con cuyos dedos escribo. Sí, yo. Les contaré que mi primer apellido es de origen vasco y significa "más allá de los castaños", el segundo, es el gentilicio de algún Pedro, ojalá no sea el de "Alvarado El Conquistador". Mis padres tienen los ojos claros, al igual que los tuvieron mis abuelas, pero la amalgama de rasgos indígenas mayas: piel dorada, pómulos angulosos, pelo lacio oscuro, resaltan notoriamente en mi familia, en mi persona y en mi ser. Dicen que mi patria es "El País de la Eterna Primavera", efectivamente mi primera infancia discurrió a orillas del lago de Amatitlán, con el volcán de Pacaya amenazándonos o guardándonos las espaldas. Quién sabe. Empecé a conocer la solidaridad y el servicio desde que tengo memoria. Cierro mis ojos y veo a mi madre alfabetizando y enseñándoles lo básico sobre higiene y salud a las campesinas quinceañeras que bajaban del monte a emplearse al pueblo. Miro también en mi mente a mi padre corriendo veloz en dirección al lago, volando el reloj y la camisa por los aires y tirándose al agua. Siempre lo buscaban para que sacara a los bañistas o pescadores que se estaban ahogando. No era precisamente el salvavidas, era el jefe de la" Planta Termoeléctrica Laguna" y los trabajadores le tuvieron siempre un gran cariño, por su trato humano y amable, hasta que se jubiló. Crecí un poco y mi familia se trasladó a la ciudad capital. Entre hermanas, tías y primas se hacían intercambios de zapatos, vestidos, abriguitos de diciembre... lo que ya no le quedaba a la una, le venía a la otra y también se compartía con los que pedían "por amor a Dios" y respondían "que Dios se lo pague". Es aquí, en la ciudad, donde entran en mis recuerdos "los inditos",

personas descalzas que medio pronunciaban un mal español, con sus vestidos "típicos", las mujeres con sus hijos a la espalda, un pesado canasto en la cabeza y todo el desprecio y el oprobio a cuestas. Traían de sus aldeas las verduras, el güisqui', el guicoy, los ejotes, el chilacayote, el ichíntal... las frutas que cultivaban, la artesanía que producían y eran prácticamente los únicos vendedores en los mercados. Decían que los indígenas eran sucios, haraganes, borrachos y por supuesto eran tratados como personas de tercera, (hasta la fecha) Eso era lo que yo de niña escuchaba. Sería por eso que siendo hija de "La Tierra del Quetzal", los únicos pájaros de estos que vi, fueron los que estaban disecados en el Museo de Ciencias Naturales. Crecí otro poco y en la escuela y colegio al que asistí, las religiosas que lo dirigían regaron las semillas sembradas en mi interior por mi familia. Ya en los años del bachillerato era optativo hacer un servicio social durante las vacaciones, en las aldeas de "Uxpantán", noroeste del país, e incluso recibimos un curso de idioma Quiché (principal de 23 idiomas y dialectos que todavía se hablan) Crecí un poco más y entré a la "Universidad de San Carlos" en 1970. Por esa época era imposible quedarse de brazos cruzados ante las injusticias, la perversidad y la demencia con que habían estado actuando los gobiernos (la mayoría militares) representantes de los intereses de la oligarquía. En ese tiempo el ejército absorbía la mayoría del presupuesto nacional, mientras la ignorancia, el hambre y la miseria hacían presa del 90% de la población, que era aborigen. Varias amigas y amigos del cole se fueron "a la montaña" (a la guerrilla), compuesta en su mayoría por indígenas que actuaban en defensa propia y de sus familias ante las continuas agresiones del ejército. Contradictoriamente los soldados rasos también eran y son puros indios, pero los altos mandos han sabido manejar muy bien la maquiavélica táctica de "divide y vencerás", además de someterlos en los cuarteles a una total bestialización. Nunca olvidaré el embeleso y la ilusión de mi primer novio, su alegría contagiosa, las fiestas a las que fuimos, las reuniones, su conciencia social y compromiso incondicional con los desposeídos. El se unió a los insurgentes y muy joven fue asesinado, cayó bajo una ráfaga de metralla. Crecí por dentro, ya que por fuera medía lo mismo que hoy: metro setenta; sentí que ya era grande y me casé. No por ello dejé de colaborar, siempre que podía, en lo que creía que era justo, pero las noticias de amigos y conocidos secuestrados, torturados y muertos por las fuerzas armadas gubernamentales me helaban los huesos. Fue impresionante divisar desde mi casa la fumarola negra que se

formó en el cielo, cuando el ejército quemó vivos a los campesinos que tomaron la Embajada de España a fines de los 70 y a las personalidades políticas que estaban allí reunidas, a las que se solicitaba escuchar las quejas y peticiones del grupo, todos murieron calcinados y entre ellos don Vicente Menchú, papá de "La Rigo" como cariñosamente la llamábamos. Yo la había conocido en el colegio, cuando ella trabajaba de conserje y yo ya daba clases, posteriormente fue nombrada "Nóbel de la Paz". Dados los muertos que se iban sumando, las amenazas y desapariciones, hicimos valijas con el que era mi esposo y mis tres bebés y nos fuimos para Nicaragua. Al poco tiempo nos dimos cuenta, por las noticias y circunstancias, que éramos prisioneros del exilio. Lloré. Muchas lágrimas enjugadas en solitario y silenciadas atestiguaron mi dolor. A Guatemala no podía llamar por teléfono, ni enviar cartas, ni pensar en volver. Murió mi abuelita, se casaron mis hermanos, enfermó mi papá y yo fui la gran ausente obligada. Me cubrió un manto de soledad tan terrible que nunca pude superar. No obstante, en Nicaragua seguí colaborando en estrecha vinculación con los amigos que vivían en Guatemala. Yo diagramaba y digitaba un folleto, con la retroalimentación que ellos enviaban, siempre tratando de crear conciencia de la dignidad humana, la justicia y la hermandad. Otros compañeros del grupo lo reproducían y hacían llegar hasta el corazón de la selva, a las "comunidades civiles de resistencia". El presidente de turno había impuesto la política de "tierra arrasada", según él para "quitarle el agua al pez" (los guerrilleros) Míseras poblaciones eran regadas con gasolina y quemadas mientras dormían; los sobrevivientes huían montaña adentro, "resistían" y cumplían estrictas medidas de seguridad, tanto así que muchas madres por hundir en su pecho a los bebés cuando lloraban (y sabían que el ejército andaba cerca), sin querer los asfixiaron. Nunca quiero olvidar la lucha de mi pueblo por sus derechos, la sencillez de sus habitantes, a pesar de todo el sufrimiento que desde "el encontronazo de culturas" del siglo XV empezaron a padecer y continúan. Siempre he amado la simplicidad, no me ha tentado "el tener" ni los lujos, o las "marcas" ni el consumismo de moda y ejemplo de ello he dado siempre a mis cuatro hijos. Para mí, es reconfortante sentir que si me tengo que cambiar de casa o de país, lleno una maleta con ropa, unas cuantas fotos, algunos libros y... ya. La vida simple de la mayoría de los habitantes de "Guatebuena" me hace desear lo que expresa Machado en su verso: "Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo, ligero(a) de equipaje, casi desnudo(a) como lo(a)s hijo(a)s de la mar". Deseo continuar siendo la mujer sensible hecha de barro (por mis raíces judío-cristianas-españolas) y también la mujer modelada por los dioses mayas con maíz blanco y amarillo, como cuenta el Popol Vuh, libro sagrado de los indios Quichés. Aunque siga creciendo en años, ya no en talla, me esforzaré por ser siempre una caña de maíz que se mece al viento para no quebrarse, que mueve todas sus hojas como manos queriendo abrazar y cuando de la cúspide caiga la flor del Veroliz, deseo que una hermosa mazorca se desvista y sus granos vuelen para germinar en amor, comprensión y tolerancia. "Tiosh Chagué Shnall Guill Vic". Gracias por su atención.

amor insustituible Paula Valeriano Padilla HONDURAS Muchas veces me he preguntado a mí misma, cual sería el amor de mi vida que no podría sustituir. De inmediato pienso en mis hijos. Por eso, hoy, recuerdo a mi madre. Aprendí a quererla seguramente desde antes de nacer, cuando me cobijaba en su vientre. En ese lecho cálido y líquido a lo mejor escuché su voz y cuando decidí misteriosamente que ya era hora de salir a la luz, ella, campesina sencilla, que ni siquiera conocía el proceso del parto, debió doblarse de dolor y luego presentir por primera vez que alguien tan vulnerable, dependía de ella, de su pecho, de sus cuidados, de sus desvelos, para continuar viviendo. Mi madre se llamaba María Concepción Padilla, pero todos le decían "Conchita". Yo fui la mayor de siete hermanos. Dos de ellos murieron: Hugo Renato a los 8 meses y María Concepción al nacer. Ahora que ya soy adulta mayor, me pregunto cuantas incógnitas quedarían sin resolver con esas dos muertes inesperadas... ¿Cuán grande sería el dolor de esa madre, que queda con cunas vacías, con ropitas aún perfumadas a talco y frazadas que sus brazos amorosos los protegieron del frío?... He buscado fotos de esos dos hermanos perdidos pero ha sido inútil... Sin embargo, yo casi los podría describir porque mi madre no se cansaba de hacerlo. Contaba que Hugo era de pelo crespo y suave, cabezón, labios grandes y piel canela, tan gordito que se le hacían hoyitos en los codos y en las manitos. Cuando murió, no caminaba todavía, pero ya gateaba por toda la casa y tenía ojos con pestañas rizadas. Lo que no dan las fotografías, lo suple la imaginación. A la niña que murió al nacer, la describía ella, como un manojito de carne tan linda como un ángel y que por eso Dios decidió llevársela. La muerte de sus dos hijos, fue una de las tantas batallas que le tocó librar a lo largo de su vida. Perdió a su papá, quien era líder político, en una atroz paliza que le dio la Policía Montada de aquel tiempo. Mi abuela se volvió a casar y el padrastro no fue precisamente dulce. Después de un episodio, en que fue golpeada severamente por una travesura infantil, mi madre, a los 7 años, se fue de la casa y se acogió con un tío paterno. A esa edad, le arrimaron un banquito al fogón para que lo alcanzara e hiciera las tortillas de toda la familia. Tenía que ganarse el bocado. Como le gustaba andar bien vestida, le hacía el oficio a un tío que quedó viudo. Cada adorno que se puso, los cosméticos que usó, las cintas que trenzaron su cabello, le costaron pedazos de vida. Otra de sus grandes batallas, fue luchar contra las enfermedades. Era hipertensa y diabética. Sin embargo, era muy estoica. Solamente la vi

llorar, cuando los médicos le dijeron que le iban a cortar una pierna. Así como a otros les cuesta reír, a ella le costaba mucho llorar. Al morir su esposo, mi padre, sus ojos se humedecieron, pero no derramó lágrimas. Muchas veces la vi rezando, sus silencios se hicieron más largos y su mirada se perdía en la ventana. Llevó su viudez con honorabilidad. Mi madre conoció al que estaba destinado a ser mi papá, vino en unas vacaciones desde su aldea a la capital. Era el día de San Cristóbal, el patrón de los motoristas. Él estaba haciendo una carroza en su camión y cuando se percató de que era observado por una joven, le dijo: "el otro año, usted me va a ayudar a hacer este trabajo". Se casaron y él la llevó a vivir a su casa en el Barrio Morazán, hizo el nido con ramas fuertes, tal como las oropéndolas, allí nacimos todos y allí pastó su rebaño, hasta el día en que cada hijo salió para hacer su propia vida. Los siete hijos vinimos al mundo con partera, que era una señora llamada doña Leonor, enfermera de profesión, que atendía en la casa a las señoras parturientas; por aquellos tiempos, eran raros los niños que nacían en hospitales. Me contaba mi mamá que cuando nacimos nosotros, se guardaba una dieta de 40 días. Mi papá compraba las gallinas al por mayor, porque la dieta alimenticia era exclusivamente de tortilla tostada con queso, gallina de diferentes formas: ya sea en sopa, asada, jamás frita y mucho chocolate con rosquetes de harina. Dios guarde, que la nueva mamá comiera tamales o mondongo o alimentos verdes; eso provocaría que las heces del recién nacido salieran verdes, lo que era conocido como “mucle”. Se tapaban los oídos con algodón, se amarraban la cabeza con un pañuelo y siempre usaban medias de seda para evitar enfriamientos. A mí me pusieron al nacer, un gorro de media para que la cabeza me quedara redonda, un fajero alrededor del abdomen para tapar el ombligo, una pulsera de corales rojos que indicarían si yo estaba enferma al ponerse pálidos, una crucita en la cuturina de muselina para que no se acercaran los malos espíritus y no olvidaré la bolsita de alcanfor para que ahí quedaran atrapadas la bacterias y no me diera catarro. Si lloraba mucho, es que iba a ser enojada y entonces, me daban un chupón de “chichimora”, que es una planta amarga, que abunda en mi patria, Honduras. Si no podría “hacer del cuerpo” , me daban “maná”. Cualquier mujer embarazada de su primer hijo o “primeriza”, tenía que cargarme en sus brazos por un rato, para que no me diera “mal de ojo”; mi madre frotaba mi nariz con aceite caliente, para que no fuera tan ancha, en vano intento, de hacerla estilizada. Por ser hecho la primera hija, y el ratón de laboratorio donde

experimentaron todas las cosas buenas y malas. Tuve, sin embargo, la gran ventaja de que conmigo estrenaron el amor de padres. Yo entendí que significaba ser madre, hasta que yo misma lo fui. Cuando tuve la experiencia desgarradora de las contracciones del parto, mi pensamiento entero estaba puesto mi mamá. Cada desvelo, cada sufrimiento las enfermedades de mis hijos, cada alegría por los pequeños logros, hace que me remontara de inmediato a la casa donde estaba mi madre y de pronto, visualizada su rostro y entonces, agradecimiento por haberme cuidado, alimentado, protegido, regañado, en aterrizaban una sonrisa y que además me prometí a mí misma, ser mejor hija, vestirla más, darle más abrazos, escucharla con menos premura, ser más paciente con ella y con sus achaques; promesas que incontables veces deje de cumplir. El primer día después del parto, le dieron a mi pobre madre un purgante con tres aceites: de castor, de ricino y de almendras. Contaba ella, que eran tan gruesa la toma, que costaba mucho que pasara por la garganta. Durante mi infancia, estuvieron ausentes los besos. Hubo abrazos, apretones de mano, palmaditas en el hombro y madre nunca me dijo: “te quiero mucho, mi hijita”. Sin embargo, las acciones que aprendió para hacer más llevadera mi vida, la manera como entretejió los hilos misteriosos de la trama de mi destino, la cercanía de su presencia en los momentos más importantes, el consuelo de su fidelidad hacia mí, me afirman categóricamente en la idea que siempre he tenido de su amor incondicional. Nadie, en este mundo, me amó como ella. Si cierro los ojos para traer recuerdos agradables de mi vida, aparecen tantas escenas deliciosas y sencillas, que me saltan las lágrimas, pero si la evoco a ella, casi siempre sonrío, porque era tan inocente en algunas cosas. Algunos procesos reproductivos o de sexo, eran un misterio que no lograba resolver, se enredaba con algunas palabras de difícil pronunciación y creía en fenómenos sobrenaturales con una fe de labrador. Sin embargo, era tan sabia para problemas matrimoniales, aconsejaba con tanta certeza a personas más jóvenes, resolvía las incertidumbres y las indecisiones de sus hijos con tanta justicia, que era admirada y querida por tanta gente que la conoció. Su principal cualidad a mi juicio, era su generosidad, nadie se iba de su casa, sin antes haber comido. Ella decía que tenía ollas maravillosas, porque se multiplicaba la comida al llegar un comensal inesperado. Conchita era cándida. Con esa candidez de la campesina hondureña. Aparentemente se veía frágil. Sin embargo, para mí era una roca y creo que esa es la imagen que todos tenemos de la que es nuestra madre. Sentimos que allí está, que en cualquier momento, podemos refugiarnos en su pecho, que ella puede resolvemos cualquier

problema, con ella somos mayoría absoluta. Su amor es incondicional. Muchas, muchísimas veces, en los 60 años que tengo de sentir el sol en mi cara, me he preguntado si mi madre, esa heroína anónima, de una sociedad rural, con poca preparación académica, por no decir ninguna, se habría arrepentido de haber tenido tantos hijos. Imagino la lucha diaria de los quehaceres domésticos, el intercambio de experiencias con las vecinas, la sabiduría que tuvo que emplear para motivarnos al estudio, corregir la senda cuando mi camino y el de mis hermanos, se torcía. Al hacer este viaje retrospectivo, en el relato de este amor insustituible, me percato, con asombro, que ella es el personaje que más admiro, porque en el proceso de vivir, he ganado y he perdido con los seres que el destino ha aparejado a mi existencia, pero con ella, sobresalen las luchas y casi siempre hubo ganancia. Ella es el eslabón más fuerte en la cadena hereditaria. Al besarla, yo besaba también a la abuela, la bisabuela, la tía, la hermana mayor, y en este marco azul y verde de este grandioso país, Costa Rica, al recordarla, se mueven fibras sensibles de mi ser y vuelvo a escuchar el susurro de las hojas de los pinos de mi patria, haciendo eco del amor con el que deseo envolver a mis nietas. Desafortunadamente, la última batalla que libró, la perdió. Yo fui testigo presencial de su lucha por seguir viviendo y mi hijo mayor también. Ambos vimos su esfuerzo extraordinario por respirar. Se aferró a la vida con tantas ganas. Mi hermano Gustavo, no pudo aguantar y a pesar de ser médico, y por lo tanto, acostumbrado a la muerte, salió huyendo, exhausto de ayudarle en la lucha. Todavía no me explico como hizo para prepararla junto con mi hermana Lizeth, al partir ella a rendir cuentas al Padre. Para mí fue una terrible experiencia verla morir. Mi hijo y yo, estuvimos a su lado, hasta que exhaló el último suspiro. Como no recobró el conocimiento y tuvo una agonía corta, no pude decirle cuanto la amaba y cuanto la extrañaría cuando ya no estuviera a mi lado. Tampoco pude pedirle perdón por las malacrianzas que le hice o cuando perdí la paciencia a veces con ella. Estar a su lado, en el momento en que su alma abandonaba el cuerpo, en el instante en que con ella se iba una parte de mi ser, me confirmó la idea de que uno nunca está preparado para ese acontecimiento tan doloroso. Ese misterio de la muerte es tan poderoso, que uno no lo puede entender. Ver ese cuerpo tan amado sin vida, como si fuera una muñeca de trapo. Ya no sonríe, ya no se mueven sus ojos, su cuerpo va perdiendo el calorcito, no oye ningún sonido. Tanto mi hijo como yo, nos quedamos viendo a través de una cortina de lágrimas, con la

imagen distorsionada del uno y de la otra, con la certeza de que algo se había roto. Con estupor, porque nos parecía mentira. Yo la besé y le peiné su pelo suave y plateado, le bajé la ropa para que no vieran los médicos sus partes íntimas. Un estudiante de medicina llegó y confirmó lo que ya nuestro corazón sabía. No importa cuanto hayamos hecho por su bienestar. En ese momento tan crucial, uno se pregunta tantas veces, ¿ por qué no hice más por ella?. ¿Por qué no le dije más a menudo cuanto la quería, por qué no la llevé a conocer el Cristo del Picacho? ¿Por qué esperé a que estuviera fría y sin vida, para acariciarla?.... Si tanto le gustaban los claveles rojos... ¿qué me costaba comprárselos siempre, sólo para ver la sonrisa maravillosa iluminar esa cara que ya no tiene expresión? Se fue y me dejó sola. Toda la vida estuvo a mi lado, en las buenas y en las malas y me enseñó tantas cosas. Sin embargo, ella se quedó viviendo en mi cuerpo, en el de mis hermanos Jorge, Alfredo, Lizeth y Gustavo, en el de mis hijos Carlos, Iván y Claudia y sigue viviendo en mis nietos y sobrinos. Allí están sus genes. Allí habita su herencia biológica y su herencia emotiva también. Más que nunca, he observado, que después de su partida, los hermanos nos parecemos más a ella, usamos sus refranes, cocinamos con los sabores de ella, queremos más a las personas que ella apreció, guardamos tarjetas de difuntos, tal y como ella hizo toda la vida. Jamás olvido el momento en que me tocó ver sus tesoros: allí encontré fotos de sus hijos, la mía de mi primera comunión, cuando me casé, un diente de leche, calificaciones de la primaria amarillas del tiempo, el pañuelo que usaba mi papá, frasquitos de perfume vacíos y otras cositas sin valor económico pero invaluables en lo sentimental. Al abrir esa caja, todos mis sentidos se agudizaron al recordar su perfume, pero eso me ayudó a sentirla cerca de mí, y a recordar la suavidad de sus manos y el timbre de su voz y a prometerme a mi misma, que mis hijos iban a ser amados, de la misma manera que ella me enseñó. Entonces descubrí una cosa interesante. Yo no podría ser la misma, después de perder a mi madre. CONCURSO Mujeres, Imágenes y Testimonios TESTIMONIOS CATEGORÍA AFRODESCENDIENTE

El negro en mi vida Gladys Trigueros Urnaña MORAVIA, SAN JOSÉ Mi niñez transcurrió, entre períodos tristes y alegres. A mi mente acude, entre otros, un recuerdo que nunca me abandonó y al que, ahora, anhelo haberle prestado la atención que merecía y asimismo, darle en el presente y futuro, el interés que debí tenerle en el pasado. Un recuerdo que, a través del tiempo, acicateó mi vida, mis vivencias y mis sentimientos, me hizo volver mis ojos hacia atrás, buscando mi origen, mis raíces: mi abuela negra. Vivíamos en lo alto de la Comandancia de la Provincia de Limón y aledaño a la cárcel de varones negros, año 1948. Mi padre trabajaba allí, en el puesto de Segundo Comandante. Yo tenía escasos cuatro años; recuerdo palmas y lenguas rosadas en un fondo oscuro, rostros que me impresionaban y enormes cuerpos. Un día, un amiguito de mi edad y yo, jugábamos con una bola, la única que poseíamos y ésta, se nos fue al patio de los presos de raza negra. Agarrada a los barrotes de la escalera en caracol, yo gritaba pidiéndoles nos devolviesen la pelota, lo cual no hicieron y se pusieron a jugar con ella. Yo lloraba pero de nada me valió. Guardé por siempre ese mal recuerdo pues a mis pocos años, me sentí rechazada por los negros y así, viví, confundida toda mi vida. Mi abuelo materno trabajó en el ferrocarril al Atlántico y se pasaba contando historias sobre los negritos de Limón, entre ellas, la de una negrita, María, cuyo esposo le dijo: no botes la calalu (colchón) "y siempre lo hizo, sin saber que en éste, él había guardado, su dinero, costumbre de la gente antigua de proteger de esta manera sus monedas. Abuelo Julio se pasaba sus tardes, tratando de enseñarnos a hablar "pitinglish" como decía él y hacer que repitiéramos el uan, tu, tri, for hasta llegar a ten. Esta era una de las ocasiones agradables en las que yo me esmeraba por aprender pues me imaginaba ser "intelectual" de un idioma desconocido. Transcurrió el tiempo y con el paso del mismo, poca o casi ninguna relación tuve con gente del mal llamado "color", los veía lejanos, como de otro mundo; tampoco busqué amistad con ellos. Los saludaba por cortesía; sólo acude a mi mente, la imagen de una compañerita de escuela, llamada Déborah, la cual era muy simpática y buscaba mi compañía y aún no sé por qué. Algunas veces, mi madre me decía que yo era trompuda como los negros, poseía trasero de negra y también, los chombos (parte naciente de los brazos) Ella se regocijaba en manifestarlo constantemente y no me explicaba por qué, sólo sonreía con gozo y

me daba una palmadita. Yo me enojaba que me hiciera eso y me lo dijera. Lo detestaba, aún sin comprender su trascendencia. El recuerdo de antaño de los presos negros me sacaba de quicio y que me comparase con ellos, peor. En mi juventud, una prima se enamoró de un negro. Como era de esperar, la familia escarmentó el rechazo hacia él y por ende, yo, también lo experimenté. Al ocurrir esta situación, mi madre y mi abuelita, sacaron a relucir algo que tenían guardados en sus corazones y a esa fecha, no lo habían externado. Mi progenitora me dijo que, una vez, casada yo, iba a tener un hijo negro y que no me extrañase de ello porque esta herencia se daba en la cuarta generación. Yo, sobresaltada, inquirí el por qué. Fue entonces, cuando ellas dos, me descubrieron que mi tatarabuela era de raza negra, procedente de Colombia y de origen afro caribeña, quien se casó con un hombre español y por el que predominó el color blanco en la familia. El cabello ensortijado fue heredado por mi abuela Celina y ella se enorgullecía en decir que era negra. Y, en la actualidad, varias de sus biznietas lo poseen, así como el color de piel, mulato claro. Viví con ese susto en mi corazón, un hijo negro me aterraba. Quizá el mal recuerdo de mi niñez me perseguía. Llegó el momento de mi primer matrimonio. Mi madre, siempre soñando con su nieto negro. Siempre, atosigándome que no me asustara si uno de mis hijos fuese de ese color. Y yo, con cada nacimiento, me estremecía y rechazaba la idea con honda desesperación. Y pensaba: ¿qué diría mi esposo, su familia o mis amistades? Jamás creerían que era hijo o hija de él, ya escuchaba las burlas al respecto y ¿qué, sentiría yo, si eso ocurriese?, ¿Cómo reaccionaría ante el recuerdo de mi infancia? Mi esposo sonreía y decía: si es así, lo aceptaremos". Nació mi primer hijo y respiré tranquila, sólo su cabello negro y crespo denotaba un vestigio. Vino al mundo, mi segunda hija cuya piel fue un poco más oscura y su cabello, ni hablar, más ensortijado que el del primero. Y mi madre se pavoneaba, diciendo: "¿Ves? Se parece a mamá, con su pelo y todo". Finalmente, ninguno de mis hijos nació con el color característico del negro. Sólo ciertos rasgos permitían vislumbrar esa afinidad. Pasaron los años y llegó la tecnología moderna e incursioné en el uso de Internet. Una de mis hijas me enseñó la utilidad del mismo y me dijo: madre, para que aprendas a chatear y a bajar lo que te gusta". En uno de los chats de Costa Rica, tuve la oportunidad de conocer a Pedro Joseph, un negro dominicano. Al enterarme de su color, expresé algo en contra del mismo. Mi racismo se hacía, odiosamente, presente. Él, sin inmutarse, emprendió una meta: conquistar mi amistad y demostrarme que las cosas no eran como yo exteriorizaba,

que él era un ser humano, de cuyos poros "brotaba miel" y asimismo, eran los de su raza: alegres, emprendedores, con mucho amor en el alma. Para poder justificar mi actitud racista, le di a conocer a Pedro, lo sucedido en el pasado, en relación con los negros de la cárcel limonense. Acepté ser su amiga, a pesar de mi discriminación y con el reto de que no me haría cambiar de sentimientos. Trató de desvanecer todo el panorama que yo tenía. Mediante su forma de expresarse, la lealtad hacia los amigos y defensa de los mismos, durante más de dieciocho meses, me hizo cambiar de opinión y comprender el valor de la raza negra, sus luchas y constantes vejaciones. Noche a noche, palabra por palabra, sus pensamientos llegaban a mí. Y, la película Perico Ripiao, que él me envió, desde su país, me hizo abrir más mi corazón hacia mis ancestros porque aunque ésta no se versa en los negros de Limón, sí encierra todo un mensaje de las luchas y sufrimientos de la raza afro caribeña. La música, su ritmo cadencioso, sus instrumentos musicales son similares a la de los nuestros. Escuchar la música de esta película me hizo vibrar a su ritmo, mover mi cuerpo lo cual me hizo retroceder a mi pasado y buscar los orígenes de mi tatarabuela y comprobar si era cierto que, por mis venas, corría sangre negra; por cierto, en una de mis clases de baile popular, siguiendo el ritmo de un merengue, la profesora dijo: Oye, ¡qué buen quiebre tienes en las caderas, pareces negra!" Me sonreí y expresé, con gozo: Es que mi abuela lo era y ella contestó."Con razón, así cualquiera". Y todos, trataron de aprender dicho movimiento, que yo, a pesar de no bailar desde hacía muchos años, retomé, rayana a los sesenta años como ejercicios de expresión corporal. En esa ocasión, fue la primera vez, que hablé con orgullo de mis ancestros. Para reforzar la teoría de nuestro origen, escuché de labios de una tía materna que, a un primo no le sirvieron las medicinas recetadas por el médico de un hospital, cuestión extraña, por lo que le hicieron exámenes de sangre y descubrieron en la misma, condiciones genéticas de la raza negra y le explicaron que, por esa razón, a nuestra familia sólo le serían útiles, los medicamentos aplicados a los negros. Una vez más, nuestras raíces se presentaban ante mí, como tratando de decirme: ¿Ves? Aunque no quieras, estamos en ti. Hace escasamente dos años, mi hijo mayor se enamoró de una negrita de Bahamas. Él conocía mi discriminación pero no el por qué, por eso me dijo con el corazón en la mano, angustiado: madre, por favor, no me la rechaces porque es el amor de mi vida, yo le respondí: ¡No, hijo, no te preocupes, si es tu felicidad cásate con ella,

será mi hija también!" (Pedro había ablandado mis sentimientos). Actualmente, mi nuera espera la llegada del bebé, fruto del matrimonio con mi hijo y sé que su nacimiento, próximo a estas fechas, será el sueño dorado de mi madre y de mi abuela (que en paz descanse): el sueño de una raíz negra en la familia, un volver a nuestros orígenes y con él, mi reivindicación ante el mundo negro, un mundo negro que toda mi vida rechacé y aunque, no es por vía directa sí lo es en cuanto a que, por designios de un Ser Superior, sus destinos se cruzaron y sí se cumple la tradición de que, en la cuarta generación se proyecta el pasado pues, nuevamente, un blanco se casa con una negra pero, en esta ocasión, desde el fondo de mi corazón surge el deseo de la realización de lo esperado por mis antecesoras: un nieto del color de mi tatarabuela. Así, de esta manera, nuestros orígenes enlazan sus ramas como troncos en el tiempo y mi nuera acuña en su vientre, el recuerdo olvidado por mí, del anhelo de mis progenitoras: la esperanza de un descendiente negro que perpetuarse en la familia, el origen de esta noble raza. Por muchos años negué el origen negro, que ataba mi piel blanca a esa oscuridad llena de dolor de siglos de esclavitud, pero que, se manifestaba al escuchar la música de los timbales, el ritmo cadencioso, subyugador y alegre que despertaba en mí, el inquieto deseo de poner mi cuerpo en movimiento y dejarme seducir por esa música embriagante. Ahora, orgullosa, confieso que, en mis venas corre sangre negra aunque sea blanca por fuera y las vivencias infantiles de antaño quedaron atrás, aquel aterrador panorama de un hijo negro se borró de mi mente y en este momento, espero con ansias el nacimiento de mi nieto, que, aunque no sea por línea directa del color de mi tatarabuela, lo es por la unión de dos eslabones perdidos, de dos orígenes que, al fin se enlazan para continuar la estirpe y quizá, desde el cielo mi abuela Celina, junto con su madre y abuela materna, sonrían porque la raza negra se perpetuará en nuestra familia por medio de mi hijo mayor. Mi amigo Pedro, el "negrazo" como suele llamarse, me estimuló a escribir sobre mi vida, al revivir mi pasado y mirar de frente mi origen, y sé que, desde su isla, se sentirá feliz porque, al fin, yo pude aceptar mi raíz negra y poner un cierre final a mis temores infantiles y aquellos rostros negros, con sus bocas rosadas, ahora, se abren para dibujar una cariñosa sonrisa, sus palmas rosadas se extienden para brindarme su amistad y sus brazos abiertos, para estrechar mi cuerpo blanco negro. Sí, hoy declaro que en mis venas fluye sangre negra aunque mi piel sea blanca. ¡Bendito Dios! En el ocaso de mi vida, quiero gritar al mundo entero mi origen y exclamar que no debemos olvidar de dónde procedemos sino buscar

en nuestras raíces, nuestras costumbres tradiciones y rescatarlas, que no mueran con las lágrimas del tiempo lo valioso de ellas y así, conservarlas porque si bien la innovación de la tecnología nos proporciona nuevas experiencias, nuevas inquietudes, nunca será igual a lo primitivo, a lo que nos amarra al pasado y en el caso de nuestro negro, semejante a los del resto del globo terráqueo, ya sea de las Antillas Menores o del África, sus creencias, su música, sus instrumentos musicales: la güira, la maraca, la tambora, no deben desaparecer. Más bien, fomentemos su gran aporte a la humanidad y reconozcamos su espíritu de fortaleza ante siglos de atrocidad y esclavitud. Reafirmemos en nuestros hijos, el valor y las cualidades de nuestros antepasados, de nuestros orígenes, sea cual sea, y démosle el aplauso que merecen por habernos dejado como herencia, un tesoro incalculable para la posteridad. Y, en mi caso particular, desde ya, siembro en mis hijos, el amor por nuestra antecesora que dio origen: al negro en mi vida.

CONCURSO Mujeres,

Imágenes y Testimonios FOTOGRAFÍA CATEGORÍA AfICIONADO POPULAR Primer Premio Miguel Obando Rosales Mi primer nieta y madre adolescente San Rosa de Pocosol, San Carlos.

Segundo Premio Ana María Obando Zúñiga Recordando los tiempos San José del Amparo, San Carlos que no volverán

Como un pájaro... Como un pájaro... en la mañana Como un pájaro... en la mañana Que sacude el viento... Voy llegando... Voy llegando a tu ventana... Como un pájaro... Como la primera luz del mes de enero.

Como un árbol Como un árbol apretado contra el cielo... Como un árbol apretado contra el cielo... Más azul de todos lo cielos. Olvidado En el horizonte viejo Como un árbol Como el canto de los ríos y el silencio... Entonces fue que fui De nuevo güila, correteando en los potreros, Loco y descamisado me perdí En el verano y los caminos polvorientos... Sé que tal vez ya no recordarás Los malinches floridos, aquel fuego. Sé que a veces miro para atrás. Pero es para saber de donde vengo Como lluvia Como lluvia...pasajera Como lluvia pasajera. Derramándose en los techos. Vuelo lejos Sobre la llanura inmensa. Como Lluvia, Como la última campana del invierno. Y cantando Y cantando así sin voz, y sin aliento. Y cantando así sin voz. Y sin aliento como aquel primer amor Entre tu pecho... Como un árbol Como un árbol sacudido por el viento Y cantando... Como un pájaro en la lluvia, vuela lejos... CONCURSO Mujeres, Imágenes y Testimonios PREMIOS LOCALES

CATEGORÍA CAMPESINA La hija de la mina Marjorie Segura Rodríguez LAS JUNTAS DE ABANGARES Se remonta mi infancia al pequeño pueblo de Las Juntas de Abangares en el cual nací un 6 de diciembre de 1956, pueblo minero, rodeado de montañas, lugar muy particular porque somos guanacastecos, contamos con una pluricultura muy significativa, pues el desarrollo aurífero formó una población heterogénea en culturas y razas, puesto que vinieron inmigrantes de China, Turquía, Líbano, Italia, Jamaica, Inglaterra, Estados Unidos y todo Centroamérica. Las minas se dejaron de explotar, mas quedaron personas de diferentes países esparciendo su semilla y tradición por todo Abangares. Así se forjó un pueblo huérfano del oro que se robaron "los machos" de grandes compañías extranjeras, pero dejaron un lugar de gente cálida, amistosa; dicen que somos como todo entorno limitado "muy chismosos", sin embargo, solidarios y querendones. Del tiempo del oro se tejen leyendas, historias, recuerdos, no obstante nací en una época distante a las grandes excavaciones e historias sangrientas de poder y derroche dorado. Si la tengo presente es a través de mi padre Alejandro Segura, puesto que su tutor Elías Segura y sus parientes llegaron de El Salvador en busca de sueños e ilusiones en este pueblo que sólo les brindó enfermedad y muerte, pero vinieron a aumentar sus familias al casarse con humildes abangareñas. Mi abuelo Elías Segura contrajo nupcias con la joven y graciosa Hermanita Quesada, de ese matrimonio nacieron Audelina y mi padre, Alejandro; ellos quedaron huérfanos de padre prematuramente, pues la mina laceró su cuerpo, al igual que tantos otros, con "la tisis" y el corpulento hombre se hinchó, luego se fue secando y entre escupitajos de sangre murió. A mi padre le correspondió desde los ocho a los trece años llevar almuerzos a los mineros y hoy a sus setenta y cinco años, todavía chupa las piedras brillantes y nos dice con sus ojillos vivaces "ésta tiene oro". Se muy bien que el oro está en su esquelético cuerpo, minado por el trabajo del machete, de la corta de jaragua y de los aguinaldos para nuestros estrenos de diciembre ganados con el negro sudor que brotaba de sus manos en la corta de caña. Crecí entre la pobreza, la estrechez y algarabía de un hogar humilde, pero lleno de valores religiosos y familiares. Mis primeros años transcurrieron en la hacienda de la Irma a la en-

trada de Las Juntas, había un "Comisariato" que era una especie de almacén abarrotado de todo tipo de mercancía, ahí vendían de todo; desde fósforos, ropa hasta licor que arrebataba los escuálidos sueldos de los peones de la Hacienda. Nosotros vivíamos en una especie de galerón viejo, destartalado, mas lleno de tranquila inocencia de entre gansos, gallinas, vacas y el grito de los sabaneros. Recuerdo a mi madre, Mina, mujer siempre enérgica una tarde castigó a mi hermana la mayor, pues ella había agarrado sin permiso, confites y zapatitos cristalinos que le habían traído sus familiares de Heredia, yo la acusé con premura y mi madre le enchiló la boca, mi hermana pasó el chile por sus ojitos y gritó que había quedado ciega, mi corazón palpitaba sintiéndome culpable de aquella desgracia, que luego con buenos lavados con agua de azúcar pudieron refrescar. De la Irma mis padres sin casa propia aún y con deseos de trabajar, fueron contratados para cuidar una finca en la Sierra de Abangares, de ahí recuerdo que vivíamos en un caserón sobre basas, una noche me levantaron en brazos medio dormida, pues alguien había visto con tiempo una terciopelo arrollada en las patas de mi cama. También evocó de ese lugar "el chiquero", el cuidador de cerdos, Celin que tenía un absceso en su mejilla izquierda y que abultaba aún mas cuando contaba "el soldadito"; me veo ahí amarrando gallinas las cuales decía yo que eran vacas. Algunas veces esperaba ansiosa a un señor del Banco Nacional, que decían que era mi padrino, a él lo adoraba pues me traía tarritos de leche condensada que siempre han sido mi delicia. Añoro de esa fina las tardes en que mi padre nos preparaba atol de harina con leche y cacao; aunque nunca olvidaré que a pesar de su carácter agrio, seco como veo ahora, me cantaba a la edad de mis cinco años "Había una vez un barquito muy chiquito"y río manzanares, déjame pasar que mi madre enferma..." La vida me trajo a mi seis años al centro de las Juntas de Abangares a mi barrio querido "Cantarrana", en cual he vivido casi toda mi existencia, es el barrio en el que me siento en mi charco, porque aquí he corrido, he soñado y ha trascurrido mi vida y la de los míos. Por iniciativa de mi madre que siempre se preocupó por nuestros estudios y que lavando, planchando ajeno y como conserje luego pudo sobrellevar la carga, inicié mis estudios en la escuela Delia Oviedo de Acuña, me siento orgullosa de haber conocido personalmente la dueña de este nombre, pues era una viejecita dulce y cariñosa que de vez en cuando visitaba nuestro hogar y nos regalaba a mi y a mis tres hermanos, la entrada al "matiné" de los domingos. Fui siempre muy callada, solo estuve quince días en el kinder, ya que me pasaron a primero para abrir una plaza a mi dulce maestra Mirgia

Rodríguez, a la que todavía en el colegio les enseñaba mis notas. Todas las demás maestras fueron buenas, doña Marielos Mora me estimulaba: me mandaba compañeros para que yo les explicara, me regaló por mi nota un corte de chinilla con ojitos rojos y blancos que siempre recordaré, tengo también presente a mí querida niña Alba; sus canciones, sus poesías. Muy tímida llegué al colegio, siempre en una esquina, creía que así tenía que comportarme, quería preguntar algo y mis labios quedaban sellados, mas Dios siempre especial conmigo me había dado buena memoria pues salía bien en la mayoría de materias, a excepción de las matemáticas, porque me falló el renacimiento y los senos y cosenos a penas me dieron para pasar. De ese tiempo de chiquilladas tengo presente mis juegos con los primos y primas; jugábamos quedó, baile, escondido; a los toros: unos eran los embravecidos animales; otros los toreros; las mujeres éramos las solícitas enfermeras. Jugábamos también "de casita", yo me robaba los sobrantes de comidas; algunas veces hacía arroz con leche, después los dientes rechinaban del arroz crudo y del sabor de la leche condensada; que ahora con el pasar del tiempo recuerdo muy bien las filas que hacíamos para que mis hermanos nos dieran huevos de iguanas o pedacitos de carne de garrobo sudado, ellos cocinaban sobre "tinamastes" improvisados, en unos tarros de avena en el patio de la casa, en ese entonces saboreaba esas artes culinarias de las cuales ahora me asqueo, sin reflexionar que eran mas sanas que las comidas que ahora consumimos. Mientras mis compañeras tenían novios, bailaban, disfrutaban, yo me encasillaba en mis estudios, en mi casa, en mi hermanita Minita que llegó a mi hogar cuando cumplí los quince años. Mi amor por ella era tal que me escapaba de las alborozadas clases de repostería para dedicarme a cuidar la bulliciosa niña que alegraba mi hogar, ya que yo era la cumiche. Recuerdo que yo hacía cajetas chineando a Minita, una vez cayó una gotita de miel en su tierna piel, después llorábamos las dos: me sentía culpable por golosa, aunque era tan grande mi gusto por el dulce que quemaba todas las ollas, porque cuando no había leche, mis mieles eran un pedacito de dulce con hojas de limón. No obstante, en mi pubertad algunas veces me sentía solitaria, triste; me gustaban algunos muchachos, pero además de mi desgarbado cuerpo que tal vez no llamaba la atención, les tenía miedo a los hombres pues mi madre siempre me había dicho "hay que ser deseada no sobrada". Llegó el tiempo de bachillerato y como sabía que había que prepararse bien, puesto que ya mis tres hermanos lo habían hecho, me propuse lo mejor y me llené de provisiones para mantenerme

despierta hasta altas horas de la madrugada, sin embargo, estudiaba en el día, mas por las noches me tomaba un buen chocolate con galletas y dormía placidamente puesto que nunca he podido leer o estudiar muy tarde, de todas formas y pese a las renegadas de la "Macha" mi compañero de estudio salí avante con mi título de bachiller, se acercaba una nueva vida. Así mis estudios me encaminaban hasta Heredia, ciudad que siempre he admirado y en es tiempo de los años setenta y cinco era un lugar pacífico y lleno de gente acogedora, mas nunca deje de añorar mi tierra; aproveché cada feriado, cada huelga o momento posible para venir a mi casa y aunque no salía de ella, me sentía feliz ahí. Terminé mi carrera con un bachiller en la especialidad de Español y me correspondió por caprichos del destino irme a trabajar a San Rafael de Guatuso del cual tenía como únicas referencias: era una llanura, habían indios que echaban macúa. Y esto último me hacía imaginar a un indígena tirándome una sustancia extraña que me ponía a sus pies, enamorada de él y siguiéndolo como un perrito faldero. Es por eso, que al llegar a ese apartado rincón me tapaba la cara si llegaba a ver algún indio, gracias a Dios los palenques quedaban alejados y lo del macúa era una superstición tonta. Además las personas de ahí en su mayoría nicaragüenses que me hicieron sentir confiada, tranquila, fue así como comencé mi vida como educadora, fueron cinco años sin aulas, con los cinco niveles a mi cargo, pero con gente linda que batían lodo, peleaba contra los zancudos, el atraso sociocultural y la pobreza; gente con un corazón noble y deseos de superación. Di clases de bachillerato por madurez, eran como seis alumnos que renegaban por sus escasos conocimientos ante un difícil programa mas estaban ahí deseosos de progresar, como estas clases eran por las noches cada vez que abría la boca peligraba el tragarme dos o tres zancudos. En ese tiempo Guatuso con contaba con buenos caminos, si llovía fuerte quedábamos aislados, no había electrificación, solo una planta eléctrica, solo una planta eléctrica que trabajaba hasta las 9 p.m. y no habían cuadrantes ni calles definidas, ya yo no me hallaba y pese a los ruegos de mi madre para que buscara traslado no lo hice rápidamente, pues un descendiente indígena no de los Malekus, si no de los bravíos Bruncas, un compañero de Palmar Norte, con el arrojo de su raza se propuso conquistar mi corazón y en una lucha que duró nueve meses me doblegó con grabaciones de Camilo Cesto, con románticas palabras, la luna y las estrellas que me regaló una noche clara al susurro de las chicharras y con el zumbido de los zancudos.

De ahí tampoco olvidaré jamás la familia Espinoza Rodríguez, que me acogió como una hija mas, en especial mi querida Celsa, ella que me miraba embelesada me regaló los anillos de mi matrimonio con dinero ganado de lavar ropa ajena, pese a esos dedos llenos de hongos del ingrato jabón, a ella que está en el cielo pido siempre bendiga mi hogar que ya casi cumple el veinticinco aniversario. Allá en Guatuso pasé dos años casada, en el tercero concebí a Víctor Manuel, mi primogénito, lo vine a esperar en Las Juntas, pero todavía trabajé un año más en San Rafael y nuevamente mi pueblo me abrió las puertas, pues me pude trasladar a mi querido Colegio de Abangares, después de tres años tuve a un segundo hijo, Kenneth y Dios quiso premiarme puesto que sin equipos quirúrgicos especializados mis dos hijos pudieron nacer sin ningún problema en mi tierra querida, ellos son Abangareños de nacimiento y de corazón, espero que nunca se avergüencen de sus raíces. He trabajado ya veinte años en mi antiguo colegio, donde compartí congojas, ilusiones, retos. Aquí me hice fuerte y enfrenté la vida y ya algo madura, aprendí a defender mis derechos, a ir botando mi timidez y complejos. En esta casa de enseñanza aprendí de mis errores, aprendí de mis alumnos y compañeros. Ahora a mis tres meses de pensionada estoy en un mundo que asusta, en un mundo que solo ofrece consumismo, drogas, desempleo, delincuencia y esto personalmente no me importa, pero me preocupa la juventud, mis hijos mis futuros nietos. ¿Qué les ofrecerá el futuro? ¿Se mantendrán las tradiciones? ¿Recordarán los valores? ¿Los atrapará este devenir convulso e inmoral? Aquí desde mi hogar con 47 años, tres meses de pensionada, siento un susto, es la incertidumbre por mis años venideros. ¿Habrá tiempo de cumplir mis últimos proyectos? Estos tres meses he sentido nostalgia de mis alumnos, por sus chistes, por su juventud contagiosa; nunca por los papeles y la burocracia del Sistema Educativo que en estos momentos es asfixiante, no obstante, estos días he vivido a mis anchas; he paseado con mi marido, he podido leer varios libros, puedo ver los programas que me gustan, puedo cocinar tranquila, atender a mis hijos los fines de semana que ellos vienen, todo sin presiones. Mi plan es escribir un libro con poesía, historia de aquí y de allá fundamentalmente sobre mis años de trabajo en secundaria, anécdotas personales y familiares. Ahora solo me queda dar gracias a Dios por todo lo bueno que me ha dado, gracias porque todavía celebramos navidad y Año Nuevo juntos, porque todavía vamos a la casita familiar de San Juan de Abangares, nos comemos un chancho, hacemos chicharrones, frito, moronga, picadillo de papaya, carne asada, llevamos guitarristas y recordamos algunas alegres tonadas. Claro no todo es del agrado de

los jóvenes, pero nos acompañan todavía y dos días después con la carne que sobra preparamos los tamales para recibir cada Noche Buena a Dios en nuestros corazones. Solo espero que también esta Noche Buena del 2004 pueda darle gracias a Dios por darnos tanto: buenos padres, un esposo que me valora, dos hijos que son mi tesoro, en fin, una familia unida y el orgullo de ser Guanacastecos. Reciclando vivencias y sentires Rosa María González LIMÓN La lucha diaria, mi diario vivir me hizo madurar una idea que desde niña he tenido. ¡Ser empresaria! ¿Pero cómo, si siempre fui ama de casa? ¿Cómo podría montar una empresa? ¿De qué? ¿Qué podría hacer como empresaria? No tuve padres, me crié con unas tías paternas, mujeres muy de trabajo duro, en especial Mayra con quien viví gran parte de mi infancia y la mitad de mi adolescencia. Tenía la energía de un caballo y carisma de empresaria, la cual aprendí muy bien. Trabajábamos en las fiestas populares de fin de año en nuestro cantón central de la capital; desde las nueve de la mañana hasta las cuatro de la madrugada, año tras año, nunca hubo navidad, ni año nuevo, ni ropa nueva, ni reunión familiar, solo trabajo en la alegría ajena. Ya llegaba mi adolescencia, cuando mi tía abuela decidió que era hora de ponerme a manejar un negocio sola, pero bajo su supervisión. Esto me hizo sentir que algún día podría tener mi negocio propio y trabajar sin tener que depender de nadie. Era un sueño como para volar, ser libre y hacer lo que más me gustara. Pasó el tiempo, el hombre que Dios me dio como esposo era tímido y nunca quiso que nos endeudáramos, por esa razón siempre que intentaba realizar mi sueño algo se presentaba y me hacía retroceder; los hijos, la escuela, la casa, siempre había un pretexto (tuve varias empresas y estudié para eso). Con el paso de los años nos separamos, sumida en el dolor de la pobrecita abandonada toqué fondo, llegué a morir. Siempre he tenido trabajo en el desarrollo comunal y fue ahí donde apareció la necesidad de reciclar. La gente me preguntaba a quién consultaba al respecto. Mi amiga de entonces me decía: Ni loca espere que le ayude a meter mis manos en un basurero para sacar desechos sólidos.

Buscaba cómo comenzar, nadie quería trabajar conmigo. Nuestra cultura hacia los desechos sólidos era de ¡asco, sucio y repudio! Como no conseguí quién me acompañara a montar tan "ambicioso" proyecto, traté de olvidar el asunto, pero un amigo me insistió y me dijo: si quiere arrancar, vaya ahora mismo de casa en casa y pida el material. Así que me propuse un día y fui a todos los lugares donde venden puertas y ventanas de vidrios, a reciclar plásticos y periódicos, pero siempre tenía en mente que habiendo otras personas dedicadas al reciclaje de papel, mi interés específico era el vidrio, por esa razón, mi especialidad es recolectar vidrio de todas clases, colores, al menos, de cuatro a cinco toneladas por semana. Aunque mi proyecto ha tenido buena acogida no ha sido tan fácil, ya que las grandes empresas que reciben materiales pagan muy poco, lo que obliga a recolectar altos volúmenes en corto tiempo. Por esta razón, al principio tuve muy mala experiencia, contraté varios jóvenes de la comunidad para beneficiarlos pero fueron irresponsables, se metían a jugar a las máquinas de videos, lo que provocó casi una quiebra, porque no entraba suficiente dinero y demandaban su salario. Así que decidí quitarlos para que el proyecto no cayera. Llevé a mis hijas Candy de 19 años y Caridad de 14 años. Ahora entre las tres, en una semana en un pequeño sector que se suponía los varones solo encontraban un saco de vidrio, nosotras recogimos tres toneladas. Comprobé que las mujeres somos más responsables y nuestras necesidades son tan importantes que nos obligan a ser más comprometidas con el trabajo. El asunto fue que teníamos buena acogida ¡Qué felicidad! Ya estaba en el negocio, todos estaban de acuerdo en regalarnos el material suficiente para entrar en el mercado de reciclaje. Poco a poco fuimos creciendo y recogiendo mas variedad de materiales. A medida que crecía el negocio, hacia falta más y más equipo y lo más importante, un transporte adecuado. Un camión en el que se pueda recoger una o dos toneladas de un solo viaje, en una semana, o sea, lo que mi pequeño automóvil recoge en un mes. La lucha ha sido dura, las entidades financieras, bancarias y privadas no apoyan este tipo de servicios ambientales, aunque le dan mucha publicidad al asunto, en la práctica no cumplen con su predicción. En cuanto a nuestro problema económico como decíamos anteriormente, es falso que se ayude a empresas de nuestro tipo. En mi caso me han exigido que nuestros fiadores sean empleados de gobierno. Condicionan el crédito a que los fiadores deben tener propiedades, el

cuento de apoyar a la miniempresa es mentira, aunque se demuestre capacidad de pago y aunque la entidad financiera dice que ayuda a las mujeres, realmente no es así. Este proyecto si bien genera empleo a muchas personas, también presta un servicio gratuito a los comerciantes y amas de casa, aunque ellos no lo vean así, inclusive nuestro servicio alcanza a todo el país. Mi familia se ha involucrado en mi proyecto, mis hijos e hijas se turnan y me regalan días de trabajo, me acompañan a la recolección, a la separación de colores y calidades, a la entrega de producto y a la carga y descarga. Hoy, a pesar de todas las dificultades, he conseguido que toda la familia y amigos vean hacia un basurero y contabilicen cuanto dinero hay en él. Este es mi legado, que la gente aprenda a ver la basura como dinero, eso hará que aprendan a separarla y a usarla de manera limpia y ordenada, para que otras empresarias puedan generar más empleo y desarrollo económico a partir de los desechos sólidos. Este es el principio de nuevas raíces de la humanidad, con todos sus inconvenientes sociales y económicos que hay para enfrentarlo. Descubriéndome toda poco a poco María Angela Díaz COLAS DE GALLO DE NICOYA, GUANACASTE Sentada a la par de mi pequeño invernadero que con tanto amor lo he hecho, con pedazos de plástico, sacos y pequeños tucos de madera; tomé un pedazo de papel y lápiz y comencé a escribir mi historia. Mi nombre es María, en mi pueblo casi todas nos llamamos Marías, nací en Colas de Gallo, un pueblo muy pequeño, queda en la zona más alta de Nicoya, los que habitaban aquí le pusieron este nombre, debido a que siempre en las colinas de las montañas cantaba un gallo y de pronto desaparecía. Tengo 33 años, mi piel es morena, de pelo lacio y muy largo. Desde pequeña tuve que trabajar muy fuerte, mi papá no chineaba a nadie, él decía que teníamos que ganarnos el bocado. Después, llegaba de la escuela, comía rápido y me iba a trabajar a la huerta, teníamos muchos cultivos, ya que la tierra es buena para la producción de café, hortalizas, granos; es como bendecida por el Señor, mis padres cultivaban en forma natural, esa herencia me dejaron, el amor por la naturaleza; sin embargo todavía hay personas que usan químicos que tanto daño hace al suelo y al ambiente. Me detengo un rato y observo mi casa, es una casa de madera pequeña, apenas con dos cuartos y una media cocina, no hay basura, porque todo lo reciclo, de un pedazo de abanico y tucos de madera

hice unas maceteras, las bolsas están llenas de hierbabuena, orégano, sábila. En el patio hay más de 400 pollitos, también tengo gallinas y patos, alrededor tengo matas de amapola, jocotes, mangos, con mis hijos he sembrado muchas plantas, a pesar de que en verano acarreo el agua de un pozo que está a quinientos metros cerca de una quebrada —es tan angosto— que apenas alcanza un balde de juguete de las niñas, pero siempre tiene mucha agua, sólo tengo que agacharme, porque brota del suelo. Dice mi madre que cuando yo nací era muy enferma y de meses tuvo que dejarme donde una tía, para que me llevara a control y me dieran la leche, ya que en mi pueblo no había un Centro de Salud. Me dibujo desde niña, insegura, con un fuerte vacío que me quemaba por dentro, haciéndome miles de preguntas que no se contestaban, sentada en un cajón cerca de la campana, que hacía gritar a los niños cuando se agitaba. Recuerdo que cuando fui a la escuela me recibió una maestra llamada Daisy, era muy buena, me ponía cintas rojas en el cabello para que no me lo codiciaran y no se me cayera, los niños me molestaban que yo era novia de ellos, por el cabello, lo tenía casi por detrás de las rodillas, lo que nosotros le llamamos corvas. Mi papá no me dejaba cortarlo, porque decía que era el velo que Dios no había dado a las mujeres, aquella niña de ojos negros redondos, se sentía como esas ranitas que a solas cantan, para ocultar los ruidos que las espantan en la montaña. Las compañeritas de escuela no me querían, tenían celos, me robaban el lápiz, me jalaban el pelo, la maestra se fue, llegó otra maestra, era muy brava, ya no era Daisy, lloré y lloré, la maestra me preguntaba porqué lloraba, y yo le decía que por nada, el único cariño se me iba de las manos, me sentía sola muy sola. La que llegó me dijo que ella me iba a querer igual, peor, no fue así. Un día que hice una resta que me salió mal, me jaló la oreja duro, me puse nerviosa, le conté a mi papá, él me puso a practicar y yo no aprendía, me dio una chilillada con un varejón de café, agarré rencor con la maestra. Todo lo que se perdía era yo, a pesar de que le explicaba que mi padre decía que los niños no debíamos tocar lo ajeno, que era pecado, no me creía. Al año siguiente llegó otro maestro, esposo de la maestra anterior, le tenía mucha vergüenza, porque era varón, cuando nos llamaba para revisar la tarea, yo me quedaba atrás; él me decía que no le tuviera vergüenza, que él estaba para enseñar a los niños, las compañeras decían que yo no era niña, porque era una grandulona. El maestro era bravo, nos pegaba con un metro. Le dije a mi mamá que ya no quería ir a la escuela, pero me mandó a la fuerza. El trabajo en la casa era tan duro que no había descanso, solo los do-

mingos mi papá no trabajaba con nosotros en la huerta, los varones se salvaban, pero las mujeres teníamos que trabajar en la cocina. Cuantas veces sentí deseos de corretear con otras niñas en el campo, de jugar al escondido, a la pequita; pero cada vez que lo intentaba, ahí estaba presente el grito de mi padre. Al otro año me volvió a tocar con la maestra brava, casi me caigo del susto, me dio tanto miedo que me fui a esconder, no asistí a clases, le dije a mi hermano que no contara, ese otro día no fin a la escuela, ella le mandó un papel a mi papá preguntando porqué no había ido a la escuela, le mentí a mi papá, le dije que sí había asistido a clases. Mi papá le dijo a mamá que iba a ir a hablar con la maestra, en ese momento rompí a llorar tan duro como pude y les conté que me quedaba escondida en el monte, llamaron a mi hermano y nos hincó, a mi hermano porque me tapaba y a mí porque no iba a la escuela, nos dio una cuereada. Yo iba a la escuela como a la horca, me quedé dos años el mismo grado, estaba tan triste, me molestaban tanto, me decían que no fuera con ellos a la escuela. La maestra me decía que no me quería ver más, que por eso me regaló un año, yo deseaba salir de la escuela y nunca volver a tocar un lápiz, ya tenía 13 años. Unos ojos color tierra me miraban desde niña, a veces lo descubría espiándome en medio de las amapolas, era un peón que trabajaba en la finca de mi papá. Un día me llamó a las amapolas y me regaló cien colones, el quería llevarme mucho más adentro, me asusté mucho y salí corriendo; le conté a mi mamá y me mandó a devolvérselos, cuánto deseaba en ese momento que mi madre me explicara el porqué de éste regalo. El muchacho no quiso coger el dinero, los eché en un saco de frijoles, pero un día mí mamá sacando frijoles encontró los cien pesos, nos preguntó de quién eran, nadie respondió. Estaba jugando en las matas de amapola y me agaché, mi mamá me llamó y me dijo que si no me daba vergüenza jugar, "no ves que ese hombre viene por vos", yo le dije que no me gustaba, ella me dijo que era peor que me quedara con un vago. También mi papá me dijo que no saliera de Colas de Gallo, porque ese muchacho llegaba por mí, me pregunté de nuevo porqué era que llegaba por mí, no hubo respuesta. Por fin llegó el día esperado, la celebración de mi graduación de sexto grado, me llevé una gran sorpresa, porque a la par de mis papás, venía el peón que me molestaba. Cuando terminó la graduación nos dijeron que nos tenían una sorpresa, también a mi hermano, porque él se graduó con-

migo. Me dio rabia que llegaran con el peón, me caía mal, en la fiesta no quería comer porque él llevó todo para la fiesta, tuve que comer a la fuerza porque papá me podía pegar. Desde que salí de la escuela me ponían hacer tantas cosas, por un compromiso decía mi mamá, nunca pude entender qué era eso el compromiso. Una vez le pregunté, y me dijo que era para cuando me fuera con un hombre supiera a lo que iba, o sea que la mujer que se casaba era para hacer los oficios del hogar; sólo eso me decía, nunca me explicaron el sexo, ni me dieron cariño. En el amor he sido un saco de sal, sin sabor, todos los hombres que me molestaba me decían que era buena para trabajar, sólo en eso pensaban. ¿Qué me querían? ¡Eso sido falso! Con los dos hombres que viví me hicieron trabajar como una mula, el muchacho que pretendía, me dijo que yo era tonta, me fuera de la casa porque me ponían a trabajar mucho. De tonta le hice caso ese hombre y me escapé de la casa, me fui a trabajar de la bandera donde una familia en Nicoya. Alguien me vio y le dijeron a él y me fue a buscar, dijo que mi papá lo mandó a traerme y que si no me iba, venía con la policía.me fui con él me llevó donde la mamá, que estaba asustada al verme y le dijo con papá lo iba a echar preso, él contestó que no porque el suegro quería mucho. Quería irme pero no conocía el camino, me podía perder, le pregunté cuando iba a dejarme, me dijo no la voy a dejar, usted es mía. Me preguntaba, que será cernía. Cuando llegó la noche de pregunté muchacho donde iba a dormir, la señora nos puso juntos en un cuarto pero en camas separadas, en la noche empezó a tocarme y a tocarme, a los tres días me agarró la fuerza y me quedé muy pronto embarazada los 14 años. Todavía recuerdo aquellas manos sobre mis partes íntimas que me causa repugnancia, respiración entrecortada, el dolor, lo desconocido, me hizo sentir una mujer sucia, con gran culpa, y no sabía por qué, pero ahí estaba, maquillando cada día mi mente. Sentía un sufrimiento cuando llegaba la noche de no poder defenderme, de no decir no, pensaba que quizá así debía ser. Vomitaba tanto, yo le suplicaba que me fuera a dejar la casa papá, seguro de verme tan demacrada y triste, por fin me fue a dejar, mi papá me dijo que estaba bueno lo que había pasado por andar en la calle alborotada. Me sentía tan sola que me junté en unión libre con un muchacho. Con el tiempo noté que mi estómago crecía, que algo me golpeaba, no sabía que era que tenían un bebé. Le pregunté a mi suegra, me dijo que iba a tener una niña y que la cigüeña la venía a dejar. Pensé que quedito me la iba a poner en la noche. Mi suegro decía a mi compañero, como era posible, que el papá del niño tranquilo y a él llevándoselo el pizuica, o sea el diablo. Entonces el muchacho comenzó a ofenderme, y un día me dijo tantas cosas feas

que me agarraron unos dolores de parto, una hermana me llevó al Hospital de Ni-coya, tuve una niña, como en realidad me decía la suegra, fue hasta ese momento que me di cuenta que no era la cigüeña que traía los niños. Cuando llegué a la casa, mi suegro le decía a mi compañero, que mi niña se parecía al papá verdadero, que yo no necesitaba mirarlo a él. Fue a partir de ahí que la situación empeoró, hasta que por fin decidí dejarlo. Un día me topé con el papá de mi hija en la calle, me dijo lo arrepentido que estaba, que le dolía mucho haberme dejado y que nos casáramos, yo le contesté que no, porque me iba a pasar lo mismo de siempre, para que él viera que no me importaba me fui a trabajar a otro Cantón de Santa Cruz. Un día llegó donde estaba trabajando de empleada doméstica, ahí me convenció de nuevo, comenzamos a salir y salí de nuevo embarazada. Cuando él se dio cuenta de mi embarazo se fue de nuevo. Regresé a mi comunidad, así embarazada tuve que trabajar duro en el campo. Sembrando todo tipo de cultivo. Todavía no esperaba mi parto, fue de repente. Un vecino tenía carro de cajón, me llevó al hospital, de camino tuve al niño. Llegamos al hospital a la una de la mañana. No me di cuenta cuando llegamos, estaba inconsciente, boté mucha sangre, estuve en cama 22 días, nunca supe si le di pecho o no a mi niño, solo sé que se me murió a los cuatros meses, fue horrible, me sentí sin vida, no tenía amor de nadie. Desde ese tiempo, a veces mi mente se queda en blanco, la situación empeoró cuando me golpeé en un accidente que tuve en un bus. Me da mucha vergüenza cuando me quedo descontrolada de la mente, porque hay personas que ya lo han notado y actualmente me limita para estar con un hombre, ya que nunca siento deseos de hacer el amor. Con el tiempo volvió de nuevo el papá de los niños, y yo he dicho, qué tendrán los hombres para convencer y engañar tantas veces a una mujer. Pero esta vez le dije que si se casaba conmigo volvía con él, que de lo contrario me dejara tranquila. Realmente no era por amor que me quería casar, era que estaba tan cansada de trabajar, estaba tan vacía, necesitaba tener a la par a alguien que me diera cariño. Quería conocer la ternura, la comprensión, que se me valorara como mujer, no por mi trabajo sino por lo que soy. Nos casamos, pero no he sido feliz en este matrimonio, ha sido muy inestable, tuve otro niño, actualmente tiene once años. Estos niños me han costado la vida,. He tenido que trabajar muy duro para mantenerlos, porque mi marido no ha sido responsable. Cuando le da la gana se va para la provincia de Limón, no me manda dinero, se lo toma en guaro y no se acuerda de nosotros. Lo he dejado varias veces, pero al final volvemos. Lo acepto de nuevo, porque necesito que me ayude a chapiar y sembrar frijoles, maíz; éste trabajo es muy pesado. De tanto trabajo me tuvieron que operar de las varices, ya que las veces

que él se va, he tenido que acarrear sacos de maíz, café, frijoles, en unas cuestas muy empinadas. No he sido feliz en el matrimonio, durante mucho tiempo mi marido me golpeó físicamente. En el día me maltrataba y por la noche me buscaba, por eso será que nunca sentí placer en las relaciones sexuales. Un día tuve un sueño, que yo organizaba a las mujeres y construíamos la Iglesia, amanecí con eso, llamé a todos los de mi comunidad y les dije: debemos organizarnos y hacer la Iglesia. Todos me apoyaron. En ese momento no tenía ningún conocimiento sobre organización, después comenzamos a trabajar con agricultura. Hasta que un día tuve la ayuda de un Ángel que Dios me envió, que nos ayudó a organizarnos mejor, nos capacitamos, recibimos charlas de género, descubrí lo valiosas que somos las mujeres ante los ojos de Dios. Recuerdo que en un encuentro de mujeres al cual fui invitada, en la noche conversábamos todas en el cuarto y ellas comenzaron a hablar sobre el placer que sienten algunas mujeres. Me preguntaron que sentía yo. La verdad les dije: yo nunca he sentido nada que yo estaba enferma de la mente. Se quedaron muy extrañadas. Me contaron lo que ellas sentían. Después una amiga me explicó detalladamente el porqué yo no sentía, que no estaba enferma, pero que no era justo que yo nunca hubiera sentido nada. No importa si no sientes esa necesidad de sentir, pero si algún día alguien se te acerca y sientes el deseo de sentir, siéntelo. Nunca supe lo que es que alguien me de amor de verdad. Recuerdo el día que llegaron algunos de mi organización a mi comunidad, ella me dio un beso cuando llegó y los muchachos que llegaron con ella también me besaron. Que incómoda me sentí ese día. Después cuando se fueron, ella me dio un enorme abrazo y me sentí tan contenta. En realidad nunca había tenido ni siquiera una amiga. Fue ahí que comencé a conocer el amor, ahora soy otra, me siento segura de mi misma. Organicé a otras familias y formamos una asociación de familias productoras orgánicas. Sé que soy muy valiosa, que nadie tiene derecho a maltratarme, tampoco a humillarme. Desde que descubrí quién soy, no he seguido permitiendo que mi esposo me maltrate. Le hablo seriamente y le digo mis derechos de mujer. No es que él haya cambiado, soy yo la que he cambiado. Ya no acepto tener relaciones sexuales, le he pedido tiempo para aclarar bien mis sentimientos. Hasta ahora mi esposo me dice que me quiere, pero por un oído me entra y por otro me sale, porque muchas veces me ha dicho lo mismo, y cuando ve que estoy mansa como un corderito, vuelve a sacar las garras de tigre. Mi corazón de tanto maltrato está muerto, no quiere escuchar nada de amor. Pero si alguna vez encuentro el verdadero amor, no lo voy a pensar dos veces. Me separo y lo voy a vivir; lo voy a sentir, pero por el momento así me siento bien. Me siento tan llena de

amor, cuando voy a vender mis productos y encontrarme con mi amiga, los amigos y amigas que he hecho en mi comunidad. Ahora es que comienzo a entender muchas preguntas que de niña me hice. El valor de dar sin esperar nada a cambio, solo dar con mucho amor a los que tenemos cerca. Por fin he entendido el significado de un beso, de un fuerte abrazo, de lo que significa el calor humano. Desde la altura de una colina, escribe, María de las tantas Marías. Los fundamentos de mi existencia Zaira Marín Segura CIUDAD QUESADA, SAN CARLOS Mi tía Ligia posee una hermosa sonrisa. No es un gesto que se vea en su boca, sino que sale de su corazón y se estaciona en sus bellos ojos. Cuando yo era pequeña, ella llenó con su callada afabilidad muchos vacíos de mi alma en las múltiples ocasiones que, junto a uno de mis hermanos, viví temporadas en la casa que ella habitaba con mi abuela, mi abuelo y sus dos hijitas. Ellos vivían en una pequeña finca, en las cercanías de Naranjo. La casa era un humilde racho de tejas que, tenía una parte del piso con ocre, otra con madera y otra con piso de tierra, este último la tía y abuela, lo habían compactado tanto que le pasaban un trapo de piso seco para limpiarlo. Aquel sitio pese a la pobreza siempre estaba reluciente. Los pisos de madera y de ocre brillaban gracias a la cera que mi tía fabricaba derritiendo pedazos de candela junto con achiote casero, luego, agregaba canfín a aquella mezcla y lo aplicaba con sus valientes brazos. En el cuarto de piso de tierra, dormía mi abuela y nosotros, junto a ella, cuando estábamos de visita. Allí experimentaba un gran pánico por una enorme viga que estaba en el techo, justo encima del camón. Durante horas pensaba en su gran peso y trataba de imaginar cómo llegó allí arriba ¿Cuántos hombres se necesitaron para subirla? ¿Recibieron ayuda de bueyes o de un valiente caballo? Otro lugar que yo convertí en una pesadilla, era el excusado. Este, estaba alejado varios metros del rancho, cerca de la troja y no nos permitían ir sin la autorización de un adulto. Mi temor era caer en aquel hueco, además, de que unas horribles moscas verdes, eran las soberanas del lugar y no había manera de alejarlas de sus dominios. Por el contrario, en el corredor, yo me llenaba de paz pues allí colgaban gran cantidad de plantas, entre las que sobresalían una que daba una minúscula fruta de un dulce sabor y a la que pese a mil advertencias, le robábamos su producción. La abuela la idolatraba pues la había traído de una montaña de Zarcero. En frente de aquel

corredor, había más matas estratégicamente colocadas, pues ella conocía el sitio adecuado para cada una, según las necesidades de sol o sombra que requerían. A mí me parecía que se protegían unas a otras y, hasta creía oírlas susurrar, cuando en las frías montañas del verano naranjeño, ella les rociaba agua, les colocaba cáscaras de papa o de huevo y, tabaco a las que tenían algún hongo. Una mañana muy temprano, también la observé vacíar, el contenido de la bacinilla previamente mezclado con agua, a los helechos más hermosos que he visto en mi vida. Aquel sitio, irradiaba un delicioso aroma del jardín de la abuela, mientras, desde mi inconsciente, se desprendían miles de recuerdos de aquellos años. También, en aquel corredor, derramé muchas lágrimas. Esas transparentes perlas, se deslizaban silenciosas, mientras mi hermano y yo, esperábamos que nos llegaran a recoger. Si el frío era muy fuerte, nos acercábamos a la cocina de leña porque de ella, se desprendía un suave calor que nos tranquilizaba. Aquella cocina no era la misma que acompañó la niñez de nuestra madre, pues, durante varios años, usaron el fogón que construía el abuelo, haciendo una caja de tablas de madera que, poco a poco, iba llenando con tierra que apelmazaba con cenizas, para finalmente, colocar unas piedras sobre las que yacerían dos ollas, eternas acompañantes cada vez que debían ir a un nuevo sitio, porque el trabajo de jornalero escaseaba y las ollas, tristemente en muchas ocasiones estuvieron vacías. Esta familia, vagó por muchos sitios, hasta que en una navidad mi abuela ganó el premio mayor de la lotería y, decidió, que la mejor inversión era un terreno donde habitar. Mi abuelo era muy silencioso, más cuando hablaba, atraía nuestra atención pues era un hábil orador, fruto de los ratos que dedicaba a la lectura. Una de sus costumbres que ahora tenemos mi madre y mis cinco hermanos, es saborear el rico café mientras leemos el periódico; ¡este es uno de mis deleites dominicales! También, del abuelo heredamos el gusto por las anonas, las cuales escondía en "güacas" que construía en el suelo del cafetal, donde, plácidamente ellas descansaban hasta madurar. También, "engüacaba" en la troja los bananos y duraznos, a los que también fabricaba una cama con hojas, en un viejo canasto de café. Los que nunca dormitaron allí, fueron los guineos, ya que eran parte de la dieta diaria de aquel humilde hogar, incluso, muchas veces el único alimento. Un día de tantos, se detenía una cazadora (bus) y de ella bajaba mi padre. Rápidamente recogíamos los pocos bártulos e iniciábamos el viaje de retorno al hogar. Nosotros estábamos más ansiosos que nunca por regresar y aunque, los primeros momentos eran de gran felicidad, ésta se opacaba pronto, pues mi papá era iracundo, además de que poseía una fabrica en la que teníamos que trabajar. ¡Cómo

detesto aquellos años! ¡Ningún niño debe de asumir responsabilidades de adulto! El recuerdo bonito de esta labor, es la de la compañía de algunos niños vecinos quienes valientemente nos acompañaban, a veces, hasta altas hora de la noche aunque había uno que se colocaba afuera de la factoría a gritar: -¡Pobretas muertas de hambre! ¿Por qué tienen que trabajar? Mientras nosotros estábamos en la fabrica, nuestra madre estaba cosiendo. Muchas noches, el ruido de aquella máquina de pedal, se mezclaba con los continuos aguaceros y apagones que se daban, y entonces en la helada noche la llamita de una candela brillaba en la oscuridad, mientras ella, incansable seguía con su labor. Ella, ha sido sobreviviente de varias operaciones y de una continua infidelidad que minaba lo afectivo y lo económico ya que mi padre, enfrascado en su siguiente conquista, habitaba un universo paralelo al nuestro y sólo descendía de allí para gritar y exigir. Ella cosía para tener un ingreso económico, también laboró como educadora y tuvo una academia en la que muchas mujeres, incluso niñas aprendieron a coser y confeccionar sus vestidos o los trajes para sus muñecas. Era una lucha continua contra muchas dificultades, y quizá, la que mas golpeaba, era la agresión sicológica que recibía a través de frases como: usted es una tonta, usted es bruja. Estas expresiones marcan no solo a la esposa, sino también a los hijos, pues, tristemente, durante muchos años, creí que merecíamos aquellos gritos y despiadados fajazos. En medio de aquella carestía económica, estaba un ángel que veló por nosotros, era nuestra vecina doña Carmen Schooder, excelente homeópata alemána, a quién el Señor trajo a San Carlos. Ella entregaba a mi madre cortes de franela para que nos hiciera pijamitas, en navidad nos daba algún bello juguete, además, de que siempre estuvo al tanto de nuestra salud. De su baúl de sabiduría, salieron muchas recetas, una de ellas es calentar un poco de aceite y colocar allí unos ajos, cocerlos levemente y después dejar que el aceite entibie para derramarlo sobre unas plantillas de franela que se colocan sobre los piecitos del enfermo de gripe. Esta cura, era preferible a la de friccionarlo a uno con manteca y sal y luego colocar una hojas de periódico crujientes e incomodas. Otra receta de abuelita doña Carmen, era una crema que se obtiene al mezclar aceite castor con oxido de zinc, para aplicarlo sobre la piel lastimada y cuya efectividad la hemos probado en miles de ocasiones y, más, cuando no existían en el mercado tanta variedad de pomadas. Me parece que en aquellos años llovía aun más. La gente dice que

trece meses al año y, quizá por tanta humedad, los pequeños nos resfriábamos mucho. Una cura deliciosa, era la sopa de gallina, aunque no siempre mi mamá la podía comprar. Cuando sí lo hacia, el animalito se transformaba en el centro de nuestra atención, mientras llegaba la sentencia, nosotros buscábamos laboriosamente pequeños insectos. ¡Que divertido era ver el picotazo que le lanzaba a las cucarachas! Luego venía la ejecución, acto al que no nos permitían asistir, aunque, el desplumado. ¡Que eternas se hacían las horas mientras el manjar llegaba al plato! Pronto nuestros cuerpecitos sentían el calor de aquel alimento y uno sentía mejorar. De aquella época, relucen mis bellos días escolares, aquel sitio era un refugio donde recibí el cariño de maravillosas educadoras quienes realmente eran madres. ¡Con cuanta ternura doña Manita nos presentó las vocales! Aún están frescas en mi memoria las caritas que ella les hizo. La que más me gustaba, era la "u" porque le colocaba una corona. Sus instrumentos eran una tiza blanca y, muchísimo amor a su labor. Esa escuela era un oasis y por eso sufrí mucho cuando quitaron las lecciones de los sábados, así que, inventé dos lecciones los martes en la tarde y con ello, logré dos cosas, una, escapar un poco del trabajo y otra, trasladarme a sitios maravillosos a través de la lectura ya que éste rato, lo consagré a la biblioteca. Gracias a Dios, mi inteligente mamá, siempre nos compró libros, algunos de los cuales yo conservo con cariño como, "La tierra y sus recuerdos". Aunque él y yo hemos envejecido y él ya tiene información obsoleta, no necesito abrirlo para recordar que, gracias a él viví una aurora boreal, supe de los equinoccios y solsticios y tantas otras cosas que enriquecieron mis tardes en una época que no había televisión, factor que tal vez a muchos les dio muchas horas para jugar, pero nosotros, no solo podíamos hacerlo, si mi papá andaba de gira. Cuando esta ausencia coincidía con un día soleado, salían los zancos hechos con latas de avenas, ó jugábamos casita, utilizando latas de sardina vacías o de betún, las que fácilmente podíamos atar para construir un ruidoso tren. Mis hermanos sacaban el carrito de roles y algún chiquillo elevaba un papalote. Algunas veces jugamos escondido, también pisé, mientras los varones tiraban trompos o jugaban con canicas. Existían juegos clasificados como masculinos entre ellos la mejenga en la plazilla ¡Gracias a Dios los tiempos cambian! Mis hijas igual han tirado un trompo o pateado felices una bola de fútbol y mi hijo, participó muchas veces en sus juegos de casita y fue el feliz padre de muñecas a las que debía cambiar pañales. Aquella ciudad, la de mi niñez era relativamente tranquila, mas ella despertaba de su sopor al acercarse la fiesta del patrono. Primero, carretas cargadas con leña comenzaban a bajar su carga junto al galerón ubicado contiguo a la iglesia, luego la chimenea comenzaba a

desprender humo y entonces, varios niños vecinos, corríamos a colaborar con las afanosas señoras, que iniciaban la elaboración de ricos tamales. Realmente disfrutamos esos momentos, colocando hojas soasadas en las largas mesas de tabla, otras veces poniendo tiritas de chile dulce, trozos de vainica o de aromática carne. El pueblo acudía al llamado de un líder, quien les contagiaba la ilusión de contar con una majestuosa iglesia, y nosotros, los niños, nos sentíamos orgullosos de ser parte del plan, aportando un diminuto grano de arena. El 3 de noviembre, se efectuaba la procesión de la llegada de los santos. Desde los pueblos vecinos la gente acudía con su patrono para unirse a barriadas e instituciones que, también llevaban, las estatuas en andas. Estas, recibían la compañía de angelitos que suspiraban asustados por la bombetas y, que sonreían al son de la música que entregaban acordeones y guitarras. Pero el día cumbre, era el cuatro. La pequeña ciudad no daba abasto recibiendo feligreses. El padre Sancho, se colocaba al frente de la iglesia sosteniendo una gran palangana. A aquella, iban a caer las tiras de billetes de cinco que traían los bueyes amarrados entre los cachos, además, tintineaban pesetas, cuatros, cincos y dieses, los pequeñines abríamos asustados los ojos al mirar aquel capital y, esperábamos al final del desfile, para escoltar al sacerdote con su preciosa carga. ¡Valiente grupo de guardaespaldas que huíamos al paso de las mascaradas!, y que palpitábamos al ver a los valientes que desafiaban el palo encebado, o a los atrevidos que por la noche corrían bajo la chispa del juego de pólvora! La ciudad danzaba al son de las marimba chorotega, mientras, la bruja hacia giros loca de contenta con los premios colgando en su cuello. En el viejo galerón, la gente se deleitaba con deliciosos tamales, picadillo de papaya, miel de toronja, lomo relleno...pero, ante todo, con el sabor del progreso. Al frente de la inquieta cocina, unos bellísimos corceles, giraban en su redondel jineteados por niños que pagaban una peseta. Yo me ofrecía a cuidar a unas primas a la que sostenía mientras arrancaba el motor, pero, después de unos pocos giros, yo montaba un caballo. El noble de don Teodoro, gracias a Dios nunca me dijo nada porque, realmente, no podía pagar por ese mágico momento. La ciudad volvía a su ritmo habitual, aunque, los caballitos resucitaban cada domingo y nosotros continuábamos en nuestra escuela y en el trabajo, del cual nos libramos, al ir de visita donde tía Hilda. Ella vivía en una finca, que junto al tío Juan, tenían como un edén. La casa, estaba rodeada de numerosos árboles frutales, en los que saltaban alegres, la casi docena de primos, realizando acrobacias

que nos dejaban perplejos y más aún cuando se trasladaban al límpido río el cual recorrían como ágiles pececillos !Cuánto jugueteamos allí! ¡Que aire mas puro¡ Mi tía, pasaba largas horas frente a la batea, ó soplando el fuego en la límpida cocina de leña para poder alimentar aquel batallón, al que nosotros, agregábamos media docena. Era la primera en levantarse y la última en acostarse. A aquella cocina, llegaba el fruto de las largas horas que el tío dedicaba a la tierra y no solo allí llegaban, sino también a nuestra casa, porque cada vez que la tía nos visitaba venía con la preciosa carga de plátanos, yuca, tiquizque, naranjas... Al caer la tarde, luego de saborear un caliente plato de verdura, nos reuníamos para rezar el rosario. ¡Cuán difícil era mantener la compostura mientras vivaces ojitos nos miraban risueños! Los tíos sacrificaron aquella vida para trasladarse a Naranjo con el objetivo de que los jóvenes tuvieran mayor acceso al sistema educativo. Allí los primos y primas ayudaron a financiar sus estudios, cogiendo café en las vacaciones. Aquel hogar, también abrió sus puertas y nuevamente fuimos acogidos con mucho amor. También mi mamá tiene otras dos hermanas y a la casa de la menor de ellas íbamos todos los domingos. Por la cercanía de nuestros hogares, ella ha sido una mamá que siempre ha estado pendiente de cada uno de nosotros. El día de mi primer parto, me dirigí al hospital en un taxi en el que me acompañaba mi madre y ella. No sabía lo que podía pasar y, ese desconocimiento me asustaba, más al sentir una a cada lado, ingresé tranquila. Luego experimenté una terrible depresión post parto a la que sobreviví, gracias a que sé que el Señor y mi familia me aman incondicionalmente y, que son parte de una experiencia conjunta de risas y llantos, los que recordaba en mis momentos más tristes, mientras contemplaba aquella dulce carita que me invitaba a seguir adelante... La otra tía nos regaló paseos al mar ya que habita cerca de él y en la adolescencia, cuando gracias al Señor ya no estaba la fábrica, la visitaba junto a varias primas. Allí también nos convertíamos en un miembro más de su numerosa familia. Sintetizar una historia en cinco páginas es muy difícil y más aún, porque no caben ni las risas ni los llantos que derramé mientras escribía todo esto. Gracias a estas memorias, me di cuenta de que para que yo floreciera a la vida, debieron existir muchas raíces. Quizá muchas de ellas, deban de ser eliminadas mientras otras, deben de traspasarse a mi adolescencia, como son, apreciar a mis semejantes sin importar lo externo, luchar honestamente por salir adelante siendo solidarios con quienes nos rodean, transmitir los conocimientos que el Creador nos

ha entregado, apreciar los pequeños detalles... Lo que si he ido podando, es lo referente hacia mi padre. Deseo que él no lea esto, pues a pesar de que nos hirió, no quiero hacer lo mismo. Creo que la historia pudo haber sido diferente si él hubiera aprovechado la gran inteligencia y valentía que Dios le entregó y no hubiese hecho caso a sus demonios internos. Escribo esto, convencida de que la mejor arma contra la agresión es desnudarla, aún cuando lastime mucho el hacerlo. Al imprimir estas palabras, pienso en tantos niños, que silenciosamente asumen un rol de adultos, muchas veces para alcahuetear a los padres, quienes administran irresponsablemente el ingreso familiar ¿Cuántos capitales se han formado gracias a las lágrimas y sudor de toda una familia para que luego, quien tiene legalmente el poder abandone el hogar y sean otros los que despilfarren lo que tanto ha costado? Nuestra vida es como un rompecabezas al que vamos agregando piezas, aún cuando muchas de ellas, debamos de apartarlas para seguir adelante. En mi vida, existen muchas piezas grandiosas como los tíos y tías quienes amorosamente abrieron sus hogares, primos y primas a quienes amo como hermanos, vecinos solidarios, pero, primordialmente mi madre quien inculcó valores morales muy fuertes y quien siempre de manera honesta sigue luchando por todos nosotros ¡Ella es un vital fundamento de mi existencia! Testimonio Anita Rojas Guzmán SAN CARLOS Esta historia que voy a tratar de narrar describe acontecimientos ciertos, que marcaron mi vida y la de todos mis hermanos, especialmente la de mi madre. Algunos acontecimientos son muy gratos a la memoria y quisiera volver a revivirlos, otros no lo son, pero todos unidos dieron origen al testimonio que quiero compartir. Empezaré por contar que mis padres se casaron sin conocerse, ni haber tenido un noviazgo, aún más, se habían visto solo una vez. Vivían mis abuelos maternos en Naranjo, mi padre vivía en Grecia, era un muchacho al que le gustaba hacer grandes caminatas, y en una de tantas pasó a sestear a casa de mis abuelos y solicitó que le vendieran un almuerzo para seguir su camino. Por costumbre, en aquella época a cualquier visitante que llegara a la casa, se le pasaba adelante y se le atendía con respeto y cordialidad. Fue así como al desconocido lo pasaron a la sala de la casa, mientras le preparaban la comida. En tal aposento, las paredes estaban adornadas con fotografías de diferentes familiares, al visitante le llamó la atención la fotografía de una joven muy hermosa. El muchacho preguntó quién era, y si estaba casada. Le informaron que era una de las hijas, quien no se encontraba

en la casa porque andaba trabajando en el campo, y que estaba soltera, por lo que éste al despedirse, le dijo al Papá de la muchacha, que si le daba la mano de la hija, vendría en un mes para casarse. Mi abuelo le contestó que eso tendría que conversarlo con la Joven, entonces cuando ésta regresaba del campo, le avisaron que había un muchacho esperándola; por lo que ella se arregló bien y vino a conocer al visitante, quedando prendada de él, pues mi Papá era muy apuesto, se pusieron de acuerdo y efectivamente un mes después vino mi Papá y se casaron. Se vinieron a vivir a San Carlos, a un lugar llamado Quebrada Azul, ahí nací yo, que soy la mayor de los quince hijos que mi madre tuvo que parir; allá por los años 1942 en adelante. Después de poco tiempo, mi Papá compró una finca grande en un lugar llamado La Cariblanca, donde nos vinimos a vivir, era montaña virgen y ellos muy pobres. Serraron la gamba de un palo grande para dormir, cocinaban en un fuego de tinamastes afuera, tenían que halar el agua de un lugar de difícil acceso. Mi Papá no tomaba licor, pero tenía un carácter muy difícil y así como lo criaron a él, nos quería criar a nosotros. Era muy grosero, tanto con nosotros como con mi Mamá, vivíamos en la mayor de las incomodidades. A nuestra casa se podía llegar por Cedral de Ciudad Quesada. Pocos años después mi Papá hizo un rancho que llamaban "de vara en tierra". Era redondo y en el centro había una vara grande, muy alta, con un solo aposento; estaba cerrado con paja y siempre se cocinaba afuera. Tiempo después pudo hacer un rancho de madera que él fue rajando con hacha y ya nos acomodamos un poco mejor. La familia crecía, se trabajaba mucho la tierra sembrando todo lo que se pudiera, además había algunos animales domésticos. Mamá nos contaba que ella se había enamorado de mi papa desde el primer momento que lo vió, a sus veintiún años había tenido otros novios, pero ninguno era tan apuesto como él; por supuesto, no sabía que fuera tan agresivo, y pasados los años era seguro que lo seguía queriendo, pero le tenía mucho miedo. A todos nos castigaba inmisericordemente. Cada vez que nos pegaba, debíamos arrodillamos; no nos permitía llorar a hombres ni a mujeres. Nos pegaba hasta cansarse, cuando más llorábamos, más nos pegaba, e igual lo hacía con Mamá, no importaba el estado en que ella se encontrara, pues tuvo por ahí de veintidós embarazos, nadie podía intervenir a favor de ella o de nosotros, él simplemente nos aterraba. A mi me pegó una vez sin culpa, porque le quebré un "tiqui" que era un aparato que él cuidaba mucho porque ahí conservaba el agua fresca. Agarró un mecate retorcido que tenía y con las dos manos me daba como aporreando frijoles. Mis piernas me brincaban tanto del dolor como del susto; mi gran angustia era no poderme sostener las piernas juntas; me dejó sangrando. Luego, como parte del castigo,

me dijo que tenía que ir a desyerbar café; él se fue conmigo y me conversaba tan amigable, como si momentos antes no hubiese pasado nada. En los partos, era Papá quien generalmente ayudaba a Mamá, a veces mandaba a buscar a una partera que vivía por ahí, pero los caminos eran de difícil acceso, trillos en que a veces solo los animales pasaban. Que yo recuerde, ella fue al hospital en San José una vez que se pudo escapar, eso mientras yo viví en la casa. Yo siempre creí que mi Mamá tuvo varios abortos que mi Papá le atendía. Como yo era la mayor, a veces sin entender nada de lo que pasaba ayudaba a Papá, manteniendo agua caliente, ropa seca y muy limpia y a los chiquillos fuera de la casa. Me consta que mi Mamá, a raíz del comportamiento tan agresivo de Papá, la pobreza en que vivíamos y otros problemas que en aquella época yo no entendía, trató de suicidarse por lo menos más de una vez, quería ahogarse cruzando el río Platanar llevándose al hijo más pequeño con ella, pero gracias a Dios no lo logró, porque siempre había un ángel bueno que la rescataba, peor Papá se iba tras ella y la reconquistaba. Ella regresó algunas veces, pero la situación empeoraba cada vez más, por eso se fue un día y nunca más volvió. Papá a veces se iba para la Villa, o se iba para San José, y al regresar le decía a Mamá "ya regalé tantos chiquillos", luego se los llevaba simplemente como si fueran gallinas y nunca más los volvíamos a ver, sin importar el dolor que mamá y nosotros sintiéramos. Así dejábamos de ver a nuestros hermanos, todavía hay algunos que no sabemos donde están. Mamá no tenía derecho a preguntar, porque la respuesta era negativa y amenazante, se tenía que respetar y considerar como parte de la sumisión y lealtad que la esposa prometía ante el altar. Una vez que mamá se fue, yo fui llevada con cuatro de mis hermanos más pequeños a un orfanato a San José, tenía entre nueve y diez años. Después de eso nunca volví a la casa hasta que me convertí en adulta. Papá, para que nos aceptaran en ese lugar, dijo; que nuestra madre se había muerto y que él no podía atendernos en la montaña donde vivíamos. En ese orfanato, mis hermanos y yo sufrimos muchísimo por el frío, yo mojaba las cobijas y la cama, y la monja, encargada de cuidarnos, cada vez que hacíamos eso, a todos los huérfanos en las mañanas, nos ponía de rodillas en el sol y nos tiraba encima toda la ropa orinada hasta que se secara; ese día no desayunábamos ni jugábamos, no nos daban fruta y éramos el objeto de burla de los otros compañeros: sin embargo, ahí tuve que pasar varios años, ahí hice mi primera comunión y aprendí a medio leer y escribir. Papá iba a visitarnos algunas veces, no sé si era parte del compromiso que adquiría por dejarnos ahí, o si era que sentía algún

cariño por nosotros; cada vez que llegaba yo le suplicaba que me sacara de ese lugar, hasta que lo conseguí, pero no quise regresar a San Carlos, me quedé en San José con unas tías hermanas de mi Mamá. Mis cuatro hermanos menores, después de mi salida, fueron dados en adopción, algunos a extranjeros según entiendo, pero Papá solo llegó a reclamar por mi hermana Agripina, que era una niña muy linda, por la que él sentía especial aprecio, pero ni la Superiora ni el sacerdote encargado hicieron nada por recuperarlos: Papá estaba muy bravo y los amenazaba con acusarlos pero seguro no lo hizo. Todos los hermanos de mayor edad iban siendo regalados por Papá, es posible que a cambio de algún dinero, por lo menos, una de mis hermanas reencontradas cuenta que los Papás de ella, que son personas muy respetables y merecen credibilidad, le dijeron que ella les había costado una suma de dinero que exigió papá a cambio de no volver a reclamarla. Vale la pena contar que ahora, gracias a la colaboración de un pariente que estaba enterado de nuestra tragedia, organizó una investigación que logró que algunos de mis hermanos nos reencontráramos. Sé que mamá, después de que yo fui traída al orfanato, siguió viviendo con papá muchos años porque hay hermanos que yo no conocí pequeños. Nunca perdí mi relación con papá, posiblemente por ser la hermana mayor, él nunca quiso aislarme totalmente de su vida. Una vez estando ya grande y con dos hijos, papá me visitó en San José y me rogó que me viniera con él a la finca porque se sentía muy solo y enfermo, yo estaba embarazada de mi tercer hijo. Pensando que él había cambiado, me vine para la finca a asistirlo, y un día que se disgustó conmigo, me dió una "chilillada", pero claro, yo me fui casi de inmediato, ayudada por unos vecinos. Yo creo que él, a veces era poseído por algún espíritu malo, porque cuando se enojaba, se comportaba como un animal. Sí quiero recalcar que nunca trató de abusar sexualmente de ninguna persona de nuestra familia. Siempre vivió enamorado de mi mamá, nunca llevó otra mujer a la casa a pesar de estar convencido de que mamá jamás volvería a vivir con él, cuando valientemente tomó la decisión de dejarlo. Murió después de mi mamá en un hogar de ancianos, ninguno de nosotros lo vinimos a visitar nunca, tampoco nos ocupamos de su funeral. Mi mamá, cuando decidió irse definitivamente, dejó cuatro o cinco hijos con él, y éste los llevó a un centro llamado Robledal, donde terminaron de crecer y cuando iban cumpliendo catorce años, se fueron a buscar a mamá, quien obviamente los recogía y los tuvo junto a ella, hasta que falleció cuanto tenía sesenta y ocho años. Papá siempre vivió con la esperanza de que mamá volviera con él, la presionaba, le llevaba regalos, la invitaba a salir,

pero ella sentía por el tal desprecio que no soportaba ni verlo. Con la narración de este testimonio quiero rendirle homenaje a una mujer que sufrió silenciosamente las más terribles agresiones por parte de un esposo machista, autoritario, grosero, sin consideración alguna al amor que decía tenerle a ella y a sus hijos, sin ningún respeto por la dignidad de los seres que tendrían que ser los más queridos por éste. Con un recuerdo desagradable por el ser que me dio la vida, al que nunca le importaron mis sentimientos, preocupaciones y necesidades, el que solamente supo imponer su autoridad de progenitor, quise compartir con ustedes este testimonio. La parte que deseo realzar en esta narración, que tanto nos enseñó a mí y a mis hermanos, que nos hizo crecer como personas, por lo menos en mi caso, fue la dicha de encontrar a tres que no conocía, y todavía espero que alguna vez pueda encontrarme con los otros, por que mamá decia que vivos éramos como quince y apenas nos conocemos diez. He querido contar a grandes rasgos esta historia que tanto dolor causó a toda la familia, ya que se me presenta la oportunidad no porque sea la primera ni la más triste de las que cuenten, pero si el sufrimiento y el testimonio de toda una familia sirviera para enseñar y prevenir a otras, con eso habremos colaborado en algo a corregir esta sociedad tan desigual. Remembranzas Giselle Abarca Acuña CIUDAD QUESADA, SAN CARLOS Estimados lectores: Al leer estas líneas, creo que no solo en mi caso, sino en el de todos los participantes nos hemos vistos embargados de sentimentalismo al hablar de nuestras raíces; muchas de ellas no solo existen en nuestros pensamientos y recuerdos. Sale a flote ese origen de dónde venimos, y por poca sensibilidad que tengamos nos evoca volver tiempo atrás e imaginarnos situaciones, costumbres y tradiciones que talvez nosotros no hemos vivido, pero que si nos pusiéramos en su lugar en este momento muchas veces no lograríamos resolver espontáneamente un problema. Situándonos en los hermosos años donde se carecía hasta de los servicios básicos como doctor, electricidad, teléfono, transporte, y todo esto sin tanto avance tecnológico que le daba ese sabor tan a lo nuestro, donde el diálogo entre la familia y vecinos era más compenetrado, con más cantidad y calidad de tiempo que en la actualidad. Cosa que definitivamente extrañaremos todos en este mundo tan convulsionado, donde la ingenuidad, honestidad e inocencia eran pan de cada día, sobre todo en los niños.

Relatos de miedo, fantasmas, leyendas, cuentos eran el plato fuerte de las veladas. Sin dejar de lado y que nunca faltaban las serenatas con guitarra y a caballo, y siempre había campo para la poesía. La violencia allí no tenía cabida, el terrorismo y las obras de vandalismo tampoco, aunque hubieron sus excepciones, se vivía en una época más tranquila, donde se podía caminar sin temor a un asalto, secuestro o una muestra de violencia. La cortesía por parte de los hombres con respecto a las mujeres, o el caminar por la acera la mujer nunca a la orilla, los asientos del bus eran con preferencia para las damas, eso y más detalles a pesar de la liberación femenina los extrañaremos siempre. Por qué éste mundo con tanto avance tecnológico no logra reunir los valores que se han ido perdiendo y hacen de nosotros las personas más egoístas, más materialistas, cada vez menos interesadas con lo que ocurre a nuestro alrededor y al prójimo. A continuación los relatos que aparecerán son un extracto en mayor parte de versiones de mi mamá en los años de su etapa de niñez, adolescencia y adulto; como también de otros parientes ya desaparecidos como por ejemplo: mis abuelos. Somos como una luciérnaga que adonde quiera que va en la noche proyecta su luz, como la vela que irradia luz en la habitación y que solo una ráfaga de viento puede arrebatarte su existencia. Así comparto yo mis raíces puras e inmediatas. Mi madre, quien ha sido y será por siempre la luz y guía de nuestra familia. Siempre con su ejemplo, sus principios morales y religiosos, esa ganas de laborar siempre en algo, de conversar con quien estuviera a su alrededor. Ahora la veo sumida en sus pensamientos, triste, con mucho dolor, muy enferma; sin embargo ella ha tratado de irradiar que nada malo le está sucediendo. Que su salud, aunque día a día se deteriora más saldrá avante con el poder de Dios. Ya no es tan dicharachera como antes, sin embargo a pesar de sus males sentada en su silla de ruedas y unida al oxígeno trata de mantener una pequeña conversación de pocos minutos. Mi madre Imagínese éra una chiquilla que lo más que tenía sería 8 o 10 años. Mi papá siempre fumaba puros, y a Miriam mi amiga de infancia y yo nos entró la curiosidad de saber a qué sabría eso que papá saboreaba tanto en cada bocanada de humo. Yo me robé un puro en un descuido de papá, y cuando Miriam llegó nos fuimos detrás de una troja que estaba en un alto donde guardaban herramientas y leña; lugar que era visible si alguien venía. Lo encendimos, Miriam dijo que cada una le daría un jalonazo, ella empezó, pero con dos jaladas cada una pasamos el ataque de tos y los efectos posteriores no se hicieron esperar. Era una borrachera tan espantosa, unida a unas ganas de vomitar indescriptibles. Nos

tiramos en el suelo por largo rato para minimizar su efecto, luego cuando papá fumaba comentábamos entre nosotras como soportaba eso tan feo y nos daba mal de risa. En otra ocasión llegó el día tan esperado: Mi Primera Comunión, ocasión en la que usaría mis primeros zapatos. Como cambian las cosas, ahora ve uno a un niño descalzo y lo embarga ese sentimiento de compasión, si sabe que anda así porque no tiene zapatos; antes era distinto, los zapatos solo se usaban en ocasiones muy especiales. Papá decidió llevarme a las zapaterías de Naranjo para comprarme los zapatos. Yo veía tan lindos todos los zapatos. La señora que nos atendió en la primera zapatería trajo unos pares que papá había escogido anteriormente, él le había dicho para qué fin los quería. El primer par que mi papá escogió y me medí con ese me quedé, aunque la dificultad con que introduje el pie fue grande, papá preguntaba si me quedaban bien, lo que yo respondía afirmativamente; yo pensaba que si decía que no, perdería la oportunidad de tener zapatos. El día tan esperado llegó, mi Primera Comunión, yo vestidita toda de blanco estrenando todo, pero la misa conforme avanzaba se convirtió en una tortura, el mantener mis pies hechos un puño dentro de los estrechos zapatos no me dejó disfrutar del magno acontecimiento. Solo esperaba que la misa terminara para quitármelos, y así fue. Me volví a quedar sin zapatos. A mi amiga Miriam le fue mejor, le compraron unas tenis a su medida y como las dos calzábamos igual, cuando íbamos a Naranjo ella caminaba un rato con las tenis y otro rato descalza para que yo también disfrutará el hecho de usar zapatos. Luego con el pasar del tiempo las dos llegamos a tener cada una zapatos, empezábamos a hacernos muchachas, y la apariencia física nos era muy importante. Papá no era un millonario, pero tenía unos cafetales que nos proveían del sustento diario. Incluso allá en San Juanillo de Naranjo mi casa fue la primera en tener una radio, circunstancia que hacía que todas las noches y por mucho tiempo se reunieran una buena cantidad de gente bajo nuestro techo a escuchar la radio; y anécdotas como los que decían que detrás de la radio había alguien metido, persona que realizaba las voces y sonidos necesarios para la presentación de un programa, anuncio o radionovela. Estábamos maravillados con los sonidos que traía ese aparato y no lo-grabamos entender como funcionaba. Mi padre disfrutaba mucho el alboroto, las preguntas y conjeturas que se producían alrededor de dicho aparato. A él lo conocí desde chiquillo, era vecino cercano, pero en cuanto se hizo muchacho me gustó. Rodrigo era alto, delgado, rubio, con una barba cerrada muy bien hecha; muy serio, no le gustaba inmiscuirse

en problemas ajenos. Además era muy trabajador desde chiquillo, como el era él único hombre de la casa Don Miguel su papá se lo llevaba de San Juanillo de Naranjo a San Carlos, primero en una carreta de bueyes y más tarde en un camión con cigüeña (de esos que habían que darle cuerda con una pieza antes de montarse). Su labor consistía en extraer madera de las montañas Sancarleñas para luego comercializarla, ahí se formó como todo un hombrecito. Nos hicimos novios, el noviazgo duró más o menos dos años y nos casamos, yo tenía 20 y él 19 años. Nos vinimos a vivir a Ciudad Quesada, duré 6 años sin quedar embarazada, en ese lapso muchas veces lo acompañé en sus labores de ir a sacar madera, ya no con el camión de su papá sino con uno que él mismo adquirió a prueba de esfuerzo. Yo recuerdo un Thomas beige claro, donde en compañía de otro matrimonio íbamos a pasear al río Santa Clara los fines de semana. Así transcurrieron esos años, al pasar el quinto año de matrimonio decidímos adoptar un niño (Yeiner), era hijo de una prostituta que no lo quería, entonces durante su embarazo estuvimos anuentes en lo que ella ocupara y además que tuviera una buena alimentación. Hasta que llegó el día del nacimiento, yo estaba feliz mientras su madre ni siquiera quiso verlo después del alumbramiento. El bebito nació muy enfermo y por más que nos esmeramos en atenderlo, falleció a los dos meses. Me enfermé del sufrimiento, lo lloré como mi hijo que había sido por esos días llenos de ilusión. Pero Dios siempre hace las cosas con un noble propósito; transcurrieron los días y mi enfermedad no pasaba, Rodrigo decidió llevarme donde el doctor para que me hiciera un exhaustivo exámen médico el cuál culminó con una alegría. Íbamos a ser papás y lo que yo tenía eran unos terribles achaques. Luego procreamos 3 hijos en total. Cumpliendo Rodrigo 33 años, un accidente laboral le quitó la vida. Poco después me volví a casar con Damián y tuve 2 hijos más. Yo 19 de marzo - Día Festivo Día de San José — Patrono de San Juanillo En la casa de las abuelas toda esa trabajada desde muchos días antes del día, las preparaciones eran un derroche de trabajo y dinero. Vestidos nuevos para las muchachas con el fin de asistir primero por la mañana a misa y más tarde al esperado baile de 1 a 5 de la tarde. La ilusión era muy grande, la alegría reinaba siempre. En la casa de los abuelos maternos había un espacio techado por detrás para dicha ocasión. Pesadas bateas de madera dispuestas a albergar tamales, pan, biscocho de maíz, y el famoso picadillo de raíz de papaya horneada. El horno hecho de barro y tejas semi-redondoespacioso, donde para producir calor primero se encendía suficiente leña dentro y una vez que estuviera en brasas ya era hora de empezar

a hornear. Las bebidas etílicas no se hacían esperar, contrabando solo acompañado con duraznos, naranjas o sirope. En la casa de los abuelos paternos, nunca para tal ocasión faltaba la sabrosa sopa de mondongo hecha por la abuela, y el abuelo no le podía faltar su garrafa de contrabando que repartía entre quienes le visitaban y él muy gustoso, acompañaba a las visitas; había postres como arroz con leche, torta de novia, miel de toronja y ayote sazón. Recuerdo yo que aunque era muy pequeña, el 19 de marzo era muy esperado, y a pesar de que vivíamos en San Carlos para tal ocasión no trasladábamos San Juanillo. Tiempo después un 19 de marzo iríamos a San Juanillo no al turno, sino a darle sepultura a mi papá quien en un accidente de trabajo perdió la vida en Caño Negro. Ese día las celebraciones en San Juanillo se suspendieron y marcaron en mi familia por siempre el 19 de marzo. Las vacaciones en ese entonces de tres meses, eran muy esperadas. Al empezar las vacaciones nos íbamos a San Juanillo donde estaba gran parte de la familia paterna y materna, debido a esto estábamos unos días donde un pariente y otros días donde el otro. Eran tiempos de cogidas de café. Mi abuelo paterno jalaba el café en yunta de bueyes de una finca al recibidor, y era una cosa linda que nos llevara. Cuando íbamos era una fiesta acomodarnos en el fondo de la carreta. Ibamos sentados, los brincos del ir y venir de la carreta causaban solo risas. Eso sí, de regreso teníamos que venir queditos sentados encima del café, me acuerdo que el abuelo le ponía unas tablas. ¡Oh tiempos más felices, el reloj y las preocupaciones no existían para nosotros.! El abuelo era grande de estatura, medía dos metros pero también era grande de corazón; siempre conservaba un espíritu alegre, tenía su repertorio de chistes y sus risas eran estruendosas, mascaba tabaco y líbrese del cuechazo, nunca se fijaba donde iba a parar. Esos chascos que pasan y que luego del sofoco son recordados entre risas, contaba mi abuelo que en una oportunidad entró a una tienda a probarse un pantalón y con la manía de mascar y tratando de escupir en el suelo, vio una ventana dentro del vestidor, soltó el salivazo y hasta allí se dio cuenta que era un espejo por donde corría el cuechazo del abuelo. Así mismo en otra ocasión llegó a la pulpería del pueblo pidiendo una Alka Seltzer porque se sentía mal, como en San Juanillo el agua es tan fría y con presión él pensó que el pulpero ya le había puesto la pastilla en el agua, se la tomó y dijo sentirse mejor. Mi Bisabuela Contaba mi abuela que su madre se oponía a las injusticias. En una oportunidad uno de sus hijos quería pegarle a uno de los chiquillos que había enviado a hacer un mandado y no aparecía, la abuela opuesta decía que le diera tiempo para explicaciones pero él se

negaba y que apenas apareciera el niño le daría una paliza. Rato después apareció el chiquillo con el mandado, la abuela estaba a las expectativas de lo que pasara; su mayor sorpresa fue cuando su hijo saco un pañuelo de seda para pegarle al niño. Tremenda cólera le dio a la abuela al ver la actitud de su hijo luego de armar semejante escándalo y le dijo que otro día que hiciera semejante ridículo, seria ella quien le diera con la paleta de madera a él. Antes los temas de sexualidad eran un tabú, tanto así que dicha señora en su paso de niña a mujer se le presentó la menstruación, que le tomó por sorpresa, temiendo dar explicaciones decidió meterse en la paja de agua para lavar la sangre de su ropa; así transcurrieron varios días hasta que la madre lo notó y tuvo que dar explicaciones a su hija. Le dijo que eso le pasaría cada mes. Tiempo después la joven decidió casarse, sin tener la mínima idea de lo que era ser madre y mujer. El día de la noche de bodas fue lo más espantoso, ya que su madre le había enseñado que nunca en su vida debía dejarse tocar por nadie. Y decía: ¡Hay Diosito Santo que vergüenza! Poco después quedó embarazada, en su casa no le habían enseñado nada, su madre le decía que los niños venían del río o si no que al vomitar salían; la verdad la supo el día que tuvo que dar a luz, en media labor de parto, cuando al tratar de vomitar, la partera le pregunto si tenía asco y ella le dijo que no, contó lo que en su casa le decían y en ese momento fue cuando la partera le enseño la verdad. CONCURSO Mujeres, Imágenes y Testimonios

ORGANIZADORES Foro Ecuménico para el Desarrollo Alternativo de Guanacaste

¿QUIÉNES SOMOS? Fedeagua es una Asociación de personas, de diversas localidades de Costa Rica que desarrolla alianzas con otras organizaciones de Centroamérica. Atiende a 28 grupos locales, con una membresía global de unas mil quinientas cincuenta personas, ubicadas en los cantones de Nandayure, Ni-coya, Santa Cruz y Carrillo de Guanacaste. Los grupos meta se encuentran en comunidades campesinas y semiurbanas, en donde se ubica la gente de las comunidades defensoras del agua y productores de hortalizas, ganado, café, granos básicos y artesanías. Objetivo Estratégico Promover procesos de transformación social, económica, cultural con los grupos y comunidades marginadas, generando espacios de participación, organización, capacitación de líderes y liderezas con miras a construir un desarrollo alternativo y equitativo. Ejes de acción: Incidencia política para el manejo integrado del recurso hídrico: Fortalecemos la participación y la incidencia comunitaria alrededor del tema del agua en Centroamérica, especialmente en las zonas de impacto turístico transnacional y con poblaciones campesinas. Incidencia para el fortalecimiento de la agricultura y la ganadería orgánica: Se acompaña el trabajo de organizaciones locales en procesos organizativos y productivos de café, ganado y hortalizas. Incidencia política para la Artesanía Chorotega: Se ha creado la Asociación para la Artesanía Chorotega que tiene cerca de 100 personas asociadas. Desarrollo del enfoque de cultura: Se desarrolla el proceso de construcción de herramientas metodológicas para el acompañamiento a las comunidades. V. Desarrollo del enfoque de género: La organización maneja el enfoque de género de tal forma que en todo su accionar está presente. Sin embargo hay acciones que se han realizado para profundizar su aterrizaje e institucionalización. VII. Fortalecimiento institucional de FEDEAGUA: Se trabaja desarrollando las siguientes estrategias: Relaciones de cooperación con organismos internacionales. Consolidación de la base social y el voluntariado. Unidad de autogestión. Unidad de Comunicación, Documentación y Sistematización. Ficha Técnica FEDEAGUA: Foro Ecuménico para el Desarrollo Alternativo de Guanacaste. Director Ejecutivo: Wilmar Matarrita.

Dirección: 100 metros al sur de la municipalidad de Nicoya. Teléfono: 686-4946 Fax: 686-6346 E-mail: [email protected]

Voces Nuestras Centro de Comunicación Voces Nuestras es una institución con proyección centroamericana que fortalece la incidencia de movimientos sociales y la expresión de la diversidad multi-étnica y pluri-cultural en los medios colectivos de comunicación. Para ello desarrolla estrategias de comunicación creativas y sinérgicas. Los públicos preferenciales son las poblaciones excluidas de los medios de comunicación, con énfasis en: Redes, organizaciones sociales y ONGs que trabajan con campesinos e indígenas en desarrollo rural. Redes y organizaciones que trabajan derechos humanos y diversidad con equidad de género, con énfasis en mujeres. Centros de comunicación, redes de radios y radios locales. Ejes temáticos: Incidencia y articulación de las organizaciones sociales en el desarrollo rural sostenible Expresión multicultural de las diversas identidades. Fortalecimiento de las radios locales para la incidencia política y su sostenibilidad. Trabajamos la comunicación para el desarrollo de manera participativa promoviendo la articulación y construcción conjunta desde lo local, nacional y lo regional, contemplando de manera integrada la perspectiva de género y diversidad cultural. Las lineas de trabajo son: Capacitación para fortalecer las capacidades comunicativas en las organizaciones sociales e incidir en los procesos de desarrollo

sostenible. Para ello realizamos talleres, cursos y asesorías en: Diseño participativo de estrategias de comunicación. Imagen y posicionamiento de las organizaciones sociales Comunicación Gerencial Diseño de radionovelas Guiones y dramatizados Producción gráfica. Formatos radiofónicos. Producción para recuperar las diversas culturas e identidades personales y colectivas: Radionovelas. Elaboración de guiones: cuñas, adaptación literaria, reportajes, documentales, microprogramas. Edición y montaje de programas Alquiler del estudio de grabación a locutores, estudiantes, músicos y organizaciones con precios preferenciales. El estudio es digital. Brindamos Servicio de información y comunicación y relaciones publicas para la incidencia con estratégias creativas. Concursos. Diseño y ejecución de campañas. Ejecución de estrategias de comunicación. Realización de diagnósticos. Cobertura periodística de conferencias, congresos, cumbres y seminarios. Diseño de proyectos de comunicación. Elaboración de materiales de divulgación y Evaluación de programas educativos en la prensa y en la radio. Diseño y realización de sondeos de recepción e imagen institucional. Sistematización de experiencias de comunicación. Ficha Técnica Asociación Centro de Comunicación Voces Nuestras. Directora Ejecutiva: Sandra Salazar Vindas Presidenta de la Asociación. Seidy Salas Víquez Dirección: Carretera a Sabanilla, en Barrio Carmiol, del Super Mercado La Cosecha 200 metros Sur y 75 mts al este. Teléfono: (506) 224-8641 /2832105 Fax: (506) 224-86-41 E-mail: [email protected]

www.vocesnuestras.org

AUPA es el Centro de Capacitación del Agricultor y la Agricultora costarricense. Es una Organización interesada en la formación y desarrollo de capacidades y habilidades que facilita los procesos y resultados concretos en el campo político, organizativo, educativo y empresarial para cada una de las organizaciones socias, garantizando que los agricultores y agricultoras sean efectivos sujetos de su propio desarrollo. AUPA es el brazo de capacitación de las organizaciones campesinas socias: Aproagro, Adposaygup integrantes del Sindicato Nacional Campesino UNAG, que permite la participación integral de los diversos sectores de la familia campesina. Cuenta con una unidad pedagógica que promueve formas de trabajo del agricultor a la agricultora, realiza sistemas de enseñanza-aprendizaje, orientadas a la capacitación y organización de dirigencias campesinas y al reforzamiento de una estrategia de sostenibilidad con la equidad de género de sus miembros. AUPA cuenta con tres ejes estratégicos político-organizativo, productivo-empresarial y género, que promueven la integralidad del campesino y la campesina. Ficha técnica Nombre: Oficina AUPA: Dirección Física: Llorente de Tibás, San José, del periódico la nación 400 este, 100 sur, 200 oeste, casa de fondo de dos plantas. Teléfono: 297-7996 / Telefax: 297-7995. E-mail: [email protected] ;7 Santa Clara Radio Santa Clara

550 am Es un proyecto impulsado por la Conferencia Episcopal de Costa Rica, con el propósito de formar la RED NACIONAL DE EMISORAS CATÓLICAS. Radio Santa Clara, inicia el 25 de febrero de 1984, difundiendo la Fe, la Cultura y el progreso y Desarrollo de la Región Huetar Norte. A la luz del documento de Santo Domingo, Radio Santa Clara está llamada a ser un instrumento de evangelización de todas las realidades de los hombres y las mujeres contemporáneos. Esta evangelización da respuesta a la tensión entre Fe y vida, lo profano y lo divino, ente las situaciones de injusticia y la agresión contra los derechos humanos de los habitantes de la región Huetar norte y más allá. Esto supone un nuevo ardor, entusiasmo misionero incontenible, nuevo métodos, caminos nuevos, imaginación, creatividad pedagógica en el anuncio del mensaje, nueva expresión, inculturando el Evangelio en la diversidad de culturas. Promovemos el desarrollo integral de la persona, respetando sus derechos, exigiendo el cumplimiento de sus deberes para construir una nueva sociedad justa y solidaria, iluminada por el evangelio de la justicia que nos lleve a instaurar el Reino de Dios. Por eso, optamos por una programación llena de humor, calor humano, entretenimiento, educativa, creativa, polémica. Sentimental, recreativa, crítica, útil Radio Santa Clara se desarrolla dentro de un concepto de empresa social, es decir, una institución rentable al servicio de un proyecto social como es la promoción de los habitantes de la zona Huetar Norte bajo la guía de la Iglesia. Además, Radio Santa Clara mantiene una actitud crítica frente a la información y comparte con nuestra audiencia un evangelio más encarnado con el quehacer diario defendiendo lo derechos humanos y rescatando la cultura popular. Radio Santa Clara tiene como líneas de acción la capacitación la información, las relaciones y socialización del proyecto, la evangelización y la administración. Las nuevas y amplias instalaciones de RADIO SANTA CLARA, se ubican en el edificio CENCO en Ciudad Quesada. Cuenta con nuevos equipos en comunicación en Audio Digital, y un personal altamente calificado con experiencia, que nos permite calidad en la producción de formatos radiofónicos para la difusión de diferentes programas. Transmite 16 horas diarias (5:00 AM - 9:00 PM) en 550 AM., con un moderno transmisor de 5 KW, además que se tiene un transmisor adicional de 2 KW y planta propia de electricidad en casos de

emergencias. La programación está conformada por segmentos: religiosos, noticias, deportes, participación y proyección social, salud, opinión y música para todos los gustos. Debido a la ubicación en el dial y a los equipos de alta tecnología nos permite garantizar calidad en el sonido. Asociación Radiofónica Voz de Mujer de San Carlos

La Asociación Radiofónica Voz de Mujer de San Carlos ha logrado identificarse y comprometerse decididamente con el Concurso. Es uno de los espacios que la radio ha utilizado para divulgar y promocionar el Concurso. El Programa Voz de Mujer tiene 14 años de estar al aire. Su misión es apoyar a las mujeres de la región dando a conocer sus derechos, valores y capacidades relacionadas con la autoestima. Voz de mujer nace a raíz de una experiencia de capacitación con amas de casa y lideres campesinas. En la actualidad la planificación, la producción, gestión está a cargo de un grupo base de mujeres (campesinas, estudiantes y profesionales) las cuales se reúnen periódicamente para cumplir los objetivos del programa. Gracias a su trabajo de divulgación, promoción y el patrocinio de prestigiosas empresas se ha logrado una buena participación de las mujeres rurales de la zona. Por el programa se transmiten las series que resultan de la adaptación de los testimonios, así como en otras radios de Centroamérica. Horario de transmisión de la radio revista Voz de Mujer Viernes: 8:30 AM Ficha Técnica: Nombre: Radio Santa Clara Director: Padre Marcos Araya Solís Dirección. Ciudad Quesada, San Carlos Frecuencia 550 AM Central Telefónica: ( 506) 460-6666

Coordinadora de Mujeres Campesinas 1. Antecedentes de la organización y de la población participante Coordinadora dedeMujeres La Coordinadora Mujeres Campesinas, es una organización nacional sin fines de lucro. Desde 1995 ha venido promoviendo una Campesinas participación más activa de las mujeres en las asociaciones locales, así como la creación de espacios de discusión, y el análisis de la problemática de la mujer rural. Con esto ha mejorado la capacidad política, organizacional, que permite elevar el nivel de propuesta y negociación para defender y atender los derechos y necesidades de las mujeres campesinas. El sector organizado, son las mujeres campesinas afiliadas a la CMC que están afectadas por la pobreza, a causa de las restricciones que emanan tanto de una cultura patriarcal como de la estructura socio económica. Aunque la campesina tiene un rol muy reproductivo, su participación es importante en el proceso de producción en la finca, ejecuta actividades desde la preparación del terreno, pasando por la siembra, fertilización, y control de plagas hasta la cosecha. En la mayoría de los casos las campesinas son pequeñas productoras que viven generalmente en asentamientos campesinos, con mucha diversificación de productos: pecuarios, (gallinas, cabras, abejas, pollos, vacuno, cerdos) agricultura-alimentaria, (plátano, yuca, piña, arroz, frijoles y maíz,), agricultura vinculada a la salud y el ambiente, (viveros con árboles nativos de cada zona, plantas medicinales, huertas orgánicas, invernaderos) y otras actividades de procesamiento artesanal como elaboración de productos derivados de plantas medicinales (champú, jabones, cremas, tinturas) y producción de gas ( biodigestores). Las mujeres están organizadas en grupos locales, actualmente pertenecen a la Coordinadora 45 asociaciones, articuladas en lo regional en un espacio de coordinación y trabajo conjunto denominado (equipos regionales) ubicados en las zonas de Guatuso, Los Chiles (zona norte), Atlántico, Puriscal y Zona Sur. La CMC ha enfocado principalmente su trabajo en el fortalecimiento de las capacidades organizativas de las mujeres ofreciendo espacios

de capacitación en temas como: formación de lideres, incidencia política, autoestima, género, gestión empresarial, planificación, evaluación y comunicación. Objetivos de la organización Lograr una mayor capacidad político-organizativa, que nos permita elevar el nivel de propuesta y negociación para defender y atender los derechos y necesidades de las mujeres campesinas con el fin de mejorar la posición y condición de las mujeres en los hogares, las organizaciones, las comunidades, en la esfera productiva y en la sociedad en general. Objetivos estratégicos Promover la capacidad de las mujeres productoras por medio de capacitaciones para generar más proyectos, mejorar canales de comunicación, capacidad de gestión de junta directiva, coordinadoras y equipo técnico. Fomentar los convenios y alianzas con instituciones del sector público y privado, formando equipos de mejoramiento continuo para fortalecer la CMC. La CMC fortalezca su gestión organizativo gremial aumentado además su cobertura en el territorio nacional. La CMC (dirigentes nacionales y regionales), tenga una lectura política de su entorno, posición de la situación nacional e internacional y además instrumentos de análisis Dar seguimiento a la ejecución de proyectos de comercialización, producción, agroindustria, crédito, guarderías y otros, de manera que asegure la calidad de los productos o servicios que se obtengan. Las mujeres afiliadas a la CMC y sus grupos de referencia local, requieren de diversas formas de apoyo para poder insertarse en las condiciones de productividad y competencia que exige el momento actual; enfocando tres ejes fundamentales de trabajo: Fortalecimiento organizativo Desarrollo e incidencia a favor de una agenda política Fortalecimiento de actividades económicas de los grupos y las afiliadas. Ficha Técnica: Nombre de la organización: Coordinadora de Mujeres Campesinas Estado Legal: cédula jurídica 3-002-245237 Presidenta: Bella Amador Sánchez Directora Ejecutiva Vilma Herrera Chavarría Dirección: Barrio Amón, 150 mts. norte del Kiosco del Parque Morazán, Edificio Arona, oficina # 7 Teléfono: (506) 221-57-41

Fax: (506) 258-79-50 Correo electrónico: [email protected]

Vredeseilanden-COOPI BO VECO es una organización no gubernamental belga sin fines de lucro. Funciona bajo una estructura descentralizada con representaciones (oficinas nacionales) en 14 países de cuatro continentes (América Latina, África, Asia y Europa). Alrededor de 120 contrapartes reciben apoyo técnico, metodológico y financiero en el área de Agricultura Sostenible y Seguridad Alimentaria. En cada país, VECO tiene una Oficina de Representación con un equipo profesional, que acompaña procesos sustentables con equidad de género, participación e interculturalidad en el ámbito rural. VECO Costa Rica, apoya al desarrollo y fortalecimiento institucional de organizaciones sociales y ONGs de servicio en el área rural. Con esto se espera una mayor efectividad y eficacia de su Programa. Actualmente, VECO-C.R., trabaja junto con seis organizaciones y ONGs costarricenses: una de ellas de carácter regional, cuatro organismos nacionales (una de ellas coordina el tema de mercados locales y otra es una coordinadora de mujeres campesinas) y una red nacional en Agricultura Sostenible. Además VECO-C.R. apoya proyectos específicos ejecutados por organizaciones costarricenses: Por ejemplo el Concurso Mujeres, Imágenes y Testimonios, actividades de incidencia del MAOCO por medio de sus miembros, etc. Nuestro enfoque de equidad de género en el trabajo con organizaciones rurales se sustenta en que tradicionalmente en el sector agropecuario no existen una equidad entre hombres y mujeres en cuanto a responsabilidades, oportunidades, decisión y el acceso y control de los recursos y beneficios. Frente a la crisis actual de la agricultura, la salida de los hombres ha sido tener un trabajo asalariado o migrar, lo que repercute en un cambio en las responsabilidades y tareas de las mujeres en la finca y venta de los productos agropecuarios. Que no implica necesariamente un cambio en su derecho a los recursos. Ilustrativa para esta situación es la "feminización de la pobreza" en el área rural, donde la mayoría de las familias pobres están bajo la responsabilidad de mujeres (madres solteras). Ya esta situación actual se agrega

la "feminización de la agricultura". Donde los que cumplen un rol cada vez más importante en la seguridad y soberanía alimentaria. VECO-C.R. considera esencial para un desarrollo sostenible en los aspectos sociales, ambiental, político y económico el que su trabajo este enfocada a una equidad en las responsabilidades, oportunidades, acceso y control de los recursos y beneficios, entre hombres y mujeres. Las organizaciones con las cuales trabaja VECO-C.R., enfocan sus actividades a productores y productoras, en el área rural. Por ejemplo se toma en cuenta el horario y las responsabilidades de las mujeres para las convocatorias de los talleres para facilitar la participación de las mismas. Se promovieren una mayor participación en los puestos de decisiones de las organizaciones mixtas y se ha iniciado acciones para beneficiar a las mujeres productoras rurales en el acceso, control de los recursos y beneficio de la producción agropecuaria, a través de facilitar su incorporación en los mercados locales. Ficha Técnica Oficina Nacional de VECO Costa Rica Representante Nacional: Ana de Graaf Dirección: 700 metros norte y 50 metros oeste del salón la Pista en Llorente de Tibás. Apartado Postal: 446-1100 Tibás San José, Costa Rica Teléfono: (506) 297-1404 Fax: (506) 240-5108 E-mail: [email protected]/ [email protected].