BOVJEN H. McCOY El año pasado, como primer participante en el nuevo programa sabático de seis meses que había adoptado Morgan Stanley, tuve la rara oportunidad de ordenar mis pensamientos al mismo tiempo que hacía un viaje. Pasé los primeros tres meses en el Nepal, recorriendo a pié 1.100 kilómetros, atravesando 200 aldeas en el Himalaya y escalando hasta 36.500 metros verticales. En el viaje, mi única compañía occidental fue un antropólogo que me explicaba las pautas culturales de las aldeasque atravesábamos. Durante la excursión al Nepal, ocurrió algo que tuvo un profundo impacto en mis ideas sobre la ética empresarial. Aunque alguien podría alegar que esa experiencia no es aplicable al mundo de los negocios, se trató de una situación en la que un dilema ético básico irrumpió repentinamente en las vidas de un grupo de personas. Creo que la respuesta del grupo contiene una lección para todas las organizaciones,. con independencia de como se defina.

El Sadhu La experiencia del Nepal fue más accidentada y arriesgada de lo que había previsto. Si hubiéramos escogido algunas de las rutas más comerciales, nuestro viaje habría durado tan so)o dos o tres semanas y habríamos recorrido la cuarta pal1ede distancia que la que nosotros recorrimos. Mi amigo Stephen -el antropólogo- y yo, habíamos recorrido ya la mitad de la parte del viaje de 60 dias que atravesaba el Hímalaya cuando alcanzamos el punto más alto, un puerto situado a 5.500 metros de altitud que teniamos que atravesar para alcanzar la aldea de Muklinath, un antiguo lugar sagrado para los peregrinos. Seis años antes, yo había sufrido un edema pulmonar -una forma aguda del mal de las alturas- a 5.000 metros de altitud en las proximidades del campamentobase del Everest, motivo por el cual estábamos con razón preocupados por lo que pasaríaa 5.500 metros. Es más, el Himalaya estaba teniendo la primavera más lluviosa de los últimos 20 años; el hielo y la nieve en polvo que nos llegaba hasta la cadera nos habian obJigado ya a modificar nuestra ruta. Si no conseguíamos atravesar ese puerto, temíamos que se arruinase la última mitad de un viaje "que sólo se hace una \'ez en la vida'". La noche antes de intentar cruzar el puerto. acampamos en un albergue a 4.400 metros de altitud. En las fotos que sacamos del campamento. mi rostro está muy pálido. Desde que abandonamos la última aldea. habiamos ascendido durante dos días por un camino escarpado y estabacansado. A última hora de la tarde, cuatro excursionistas neozelandesesse unieron a nosotros y pasamos la mayor parte de la noche despiertos, imaginándonos el ascenso. Más abajo. podíamos ver las hogueras de otros dos campamentos. que resultaron ser dos parejas suizas y un club japonés de montañismo.

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Para escalar la parte más escarpadaantes de que el sol fundiera los escalones esculpidos en el hielo, salimos a las 3:30 de la madrugada. Los neozelandeses partieron antes, seguidos por Stephen y por mí, nuestros porteadores y Sherpas, y por detrás los suizos. Los japoneses estabantodavía recogiendo su campamento. El cielo estaba despejado y teníamos la esperanzade que no se produjera ese día ninguna tormenta de primavera que nos impidiera atravesar el puerto. A 4.700 metros, me pareció que Stephencaminaba arrastrando los pies y tambaleándose un poco, que son los síntomas del mal de las alturas. (Al principio, el mal de las alturas produce dolor de cabeza y náuseas. Al agravarse el mal, un escalador puede tener dificultades para respirar, sentirse desorientado, sufrir afasia y parálisis). Yo me sentía bien, la adrenalina fluía por mis venas, pero temía que no fuera capaz de resistir hasta cruzar el puerto. Dos de nuestros porteadores habían empezado también a sufrir por la altura, y Pasang. nuestro jefe Sherpa. estabapreocupado. Justo antes de mediodia, mientras descansábamosa 4.700 metros de altitud, uno de los neozelandeses que se había adelantado, se acercó tambaleá¡idose hasta nosotros con un cuerpo inerte cargado en los hombros. Dejó caer el cuerpo descalzo y casi desnudo de un hombre santo indio -un sadhu- a mis pies. Había encontrado al peregrino tumbado en el hielo, temblando y sufriendo hipotermia. Le ayudé a tumbarle sobre las rocas. El neozelandés estaba enfadado. Deseaba cruzar el puerto antes de que el intenso sol fundiera la nieve. Nos di.io: "Mirad, he hecho todo lo que he podido. \Iosotros lleváis porteadores y guías Sherpa. Ocuparos de él. jNosotros nos v'amos!", Se dio la vuelta y volvió a subir la montaña para unirse con sus amigos. Le tomé el pulso en la carótida y comprobé que el sadhu estaba todavía vivo. Me imaginé que probabJementehabría visitado los santuarios sagrados de Muklinath y que se encontraba de regreso a su casa.Era inútil preguntarle por qué habia elegido esa ruta tan alta en lugar de la ruta segura y concurrida de las caravanas que atravesaba la garganta de KaJi Gandaki. O por qué estaba casi desnudo y descalzo, o cuánto tiempo había estado tumbado en eJpuerto. Las respuestasno iban a resol\!er nuestro problema. Stephen y los cuatro suizos empezarona despojarse de sus ropas de abrigo y a abrir sus mochilas. En poco tiempo, el sadhu estuvo vestido de la cabeza a los pies. No era capaz de andar, pero se habia recuperado mucho. Miré ladera abajo )' divisé a los excursionistas japoneses que subían con un caballo. Sin pensarlo demasiado, le dije a Stephen y a Pasang que me preocupaba no poder resistir las alturas que teníamos por delante y que deseaba cruzar el puerto lo antes posible. Me puse en camino siguiendo a algunos de los porteadores que se habían adelantado. En la parte más pronunciada de! ascenso, en donde si los escalones de hielo hubieran desaparecido habría bajado des]izándomeunos 900 metros, sentí vértigo. Me detuve para respirar, dejando que los suizos me alcanzaran. Les pregllnté por el sadhll y por Stephen. Me dijeron que el sadhu estaba bien y que Stephen venía detrás. Inicié de nuevo el ascenso hacia la cumbre.

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Stephen llegó a la cumbre una hora después que yo. Todavía exultante por la victoria. corrí bajando la pendiente de nieve para felicitarle. Stephen estaba afectado por el mal de las alturas; subía 15 escalones,se detenía, subía otros 15 escalones. volvía a detenerse. Pasang le había acompañado durante todo el ascenso. Cuando le alcancé. Stephen me miró y me dijo: "¿Cómo te sientes contribuyendo a la muerte de un hombre?" No comprendí bien lo que quería decirme. ..¿Se ha muerto el sadhu?" -le pregunté.

"No" -replicó Stephen-"jpero seguro que lo hará!". Cuando yo me puse en camino y los suizos me siguieron poco después, Stephen se quedó con el sadhu. Cuando los japoneses llegaron, les pidió que le dejaran el caballo para transportar al sadhu hasta el albergue. Pero se negaron. Entonces le pedió a Pasang que un grupo de porteadores llevara al saqhu. Pasang había rechazado la idea, alegando que los porteadores necesitabantodas sus energías para cruzar el puerto. No creía que pudieran transportar a un hombre descendiendo 300 metros hasta llegar al albergue, volver ahabía subirinsistido la pendiente y cruzar salvo antes de que la Pasang a Stephen paraaque no el sepueno demorase milS. . nieve se fundiera.

Los Sherpas habían transportado al sadhu hasta una roca situada al sol a unos 4.500 metros y le habían señaladoel albergue que se divisaba unos 1SOmetros más abajo. Los japoneses le habían dado comida y bebida. Cuando le habian visto por última vez, estaba arrojando piedras con indiferencia al perro de la partida japonesa, para asustarle. No sabemos si el sadhuvivió o murió. Durante muchos de los días y las noches siguientes, Stephen y yo discutimos y analizamos nuestra conducta con el sadhu. Stephen es un cuáquero comprometido, con una profunda visión moral. Me dijo, "Creo que lo que sucedió con el sadhu es un buen ejemplo de la división entre la ética individual y la ética empresarial. Ninguna persona estaba dispuesta a responsabilizarse del sadhu. Tod.os queríamos hacer algo por él siempre que no fuera demasiada molestia. Cuando se convirtió en un problema, nos limitamos a pasarle el bulto a otra persona y a irnos. Jesús vino al mundo en una etapa más individualista de la sociedad, pero ¿cómo interpretamos sus enseñanzas hoy en un mundo plagado de grandes organizaciones y grupos impersonales?" Yo defendí los grandes grupos diciendo, "ivlira, a todos nos importaba. Todos nos paramos y le ofrecimos ayuda y consuelo. Todo el mundo hizo algo. El neozelandés le llevó cuesta abajo alejándole de las nie\!es perpetuas. Yo le tomé el pulso y sugerí que le abrigáramos para tratar la hipotermia que sufría. Tú y los suizos le disteis ropa y conseguisteis que entrara en calor. Los japoneses le dieron alimentos yagua. Los Sherpas le llevaron cuesta abajo hasta e! sol y le indicaron lln camino facil para llegar al albergue. Se encontraba lo sllficientemente bien como para arrojar piedras a un perro. ¿Qué más podíamos hacer?"

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"Has descrito justamente la típica respuesta del occidental acaudalado ante cualquier problema. Poner dinero -en este caso alimentos y ropa-, ipero sin resolver lo fundamental!", replicó Stephen. "¿Qué querías?", le pregunté. "Allí estábamos, un grupo de neozelandeses, suizos, americanos y japoneses que no se conocen, en el punto álgido de una de las experiencias más emocionantes de nuestras vidas. Algunos años, el puerto está en tan malas condiciones que nadie consigue cruzarlo. ¿Qué derecho tiene un peregrino casi desnudo que elige el itinerario incorrecto a trastocar nuestras vidas? Ni siquiera los Sherpas estabandispuestos a arriesgar e] viaje para ayudarle más allá de cierto punto". Stephen rebatió tranquilamente: "Me pregunto que habrían hecho los Sherpas si el sadhu hubiera sido un nepalí bien vestido, o que habrían hecho los japoneses si el sadhu hubiera sido un asiático bien vestido, o que habrías hecho tú, Buzz, si el sadhu hubiera sido una mujer occidental bien vestida?" Le respondí con otra pregunta: ..¿Dónde crees que está el límíte de' nuestra responsabilidad en una situación como esa? Teníamos que preocuparnos por nuestro propio bienestar. Nuestros guías Sherpas no estaban dispuestos a poner en peligro nuestra seguridad ni la. de los porteadores por el sadhu. Nadie estaba dispuesto a comprometerse más allá de ciertos límites impuestos por uno mismo". Stephen replicó: "Como cristianos o como personas con una tradición ética occidental, habríamos cumplido nuestras obligaciones en una situación como esa sólo si (1) el sadhu hubiese muerto a pesar de nuestros cuidados: (2) el sadhu nos hubiera demostrado que podia caminar cuesta abajo hasta alcanzar la aldea; o (3) hubiéramos transportado al sadhu durante dos dias hasta llegar a la aldea y hubiéramos convencido a sus habitantes para que cuidaran de él." "Abandonar al sadhu al sol con alimentos y ropa, cuando él demostró coordinación entre las manos y los ojos al tirar una piedra al perro, está muy cerca de cumplir las primeras dos condiciones", le respondí. "Y no habría tenido sentido Ile\/arle a la aldea, ya que sus habitantes parecían menos hospitalarios que los Sherpas, así que la tercera condición es de escasaaplicación. ¿Estás realmente diciendo que, sin considerar las consecuencias, tendríamos que haber cambiado todos nuestros planes"".

La ética individual frente a 1:1ética del grnpo A pesar de mis argumentos, me había sentido y me seguía sintiendo culpable por mi conducta hacia el sadhu. Enfrentado a un clásico dilema moral, había tomado una decisión sin. pensar a fondo en las consecuencias. Justificaba mi actuación por la adrenalina que corria por mis venas, por la proximidad ,de un objetivo tan planificado y por la existencia de una oportunidad única en la vida, todos ellos factores habituales en una empresa, especialmente cuando está sometida a estres. Los dilemas morales reales son ambiguos y muchos de nosotros los pasamos directamente por alto. sin darnos cuenta de su existencia. Cuando alguien nos plantea uno de esos dilemas. generalmente con los hechos ya consumados. nos suele molestar

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que lo haga. Muchas veces, cuando todo el peso de lo que hemos hecho (o lo que no hemos hecho) recae sobre nosotros mismos, adoptamos una actitud defensiva que nos resulta dificil abandonar. En raras circunstancias, podemos contemplar lo que hemos hecho desde el interior de una prisión. Si nosotros, los montañeros, no hubiéramos estado sometidos al estrés fisico y mental causado por el esfuerzo y la elevada altitud, es posible que hubiéramos tratado al sadhu de forma diferente. ¿Pero no es el estrés lo que en realidad pone a prueba los valores personales y empresariales? Las decisiones al instante que toman los directivos cuando están sometidos a presiones revelan todo sobre el carácter de la persona o de la empresa. Entre las muchas preguntas que se me ocurrían cuando recordaba la experiencia que habíamos vivido, estaban las siguientes:

No todos los dilemas éticos tienen una solución sencilla. Las personas razonables suelen discrepar; de lo contrario no existiría un dilema. Sin embargo.. en el contexto de una empresa, es esencia] que los directivos estén de acuerdo sobre e] proceso que debe seguirse para hacer frente a los di]emas. La experiencia del sadhu ofrece un paralelismo interesante con las situaciones que se dan en las empresas. Era necesario dar una respuesta il1mediata. El hecho de no hacer nada era también una decisión. Allá arriba en la montaña, no podíamos dímítir )' enviar nuestro curriculum a un headh/II/ler. Al contrarío de lo que ocurre con la filosofia, los negocios exigen acción y ejecución: es decir, conseguir que se hagan las cosas. Los directivos tienen que resolver problemas basándose en lo que ven )' en los factores que permiten que influyan en sus procesos de toma de decisiones. En la montaña, ninguno de nosotros, excepto Stephen, se dio cuenta de las verdaderas dimensiones de la situación a la que nos enfrentábamos. Uno de nuestros problemas era que. como grupo. no disponíamos de un proceso para alcanzar un consenso. Carecíamos de un objetivo o plan colectivo. Las dificultades que nos planteaba el sadhu eran tan complejas que ningllna persona podía resolverlas en solitario. El grupo carecía de directrices que pudiera guiar sus acciones para alcanzar una solución y por eso sus míembros reaccionaron instintivamente en calidad de individuos. La naturaleza transcultural del grupo añadió un elemento más de complejidad. No teníamos un líder con el que pudiéramos identificarnos todos y en cuya determinación creyéramos. Sólo Stephen estaba dispuesto a hacerse cargo del sadhu, pero no pudo conseguir el apoyo que necesitabapara cuidarle. Algunas organizaciones tienen un sistema de valores qlle transciende los valores personales de los directivos. Dichos valores, qlle van más allá de la rentabilidad, suelen ponerse de manifiesto cuando la organización se \!e sometida a estrés. Todas los miembros de la organización suelen aceptar sus valores. a pesar de que. al no presentarse como una lista de órdenes estrictas. puedan ser algo ambigüos. Las historias que cuentan las personas, más que los materiales impresos, transmiten estos conceptos de lo que es una conducta adecuada.

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Durante 20 años, he mantenido contacto con altos cargos de distintas empresas y organizaciones. Es sorprendente ver lo rápido que un extraño puede captar el tono y el estilo de una organización, así como el grado de sinceridad tolerada y de libertad para

desafiara la dirección. Las organizaciones que carecen de un patrimonio de valores aceptados y compartidos por todos sus miembros suelen desmembrarsecuando se ven sometidas a estrés y las personas sólo piensan en salvarse a sí mismas. En las grandes batallas que se libran cuando hay fusiones de por medio y que hemos presenciado en los últimos años, las empresas que tienen culturas sólidas colocan las carretas a su alrededor y .luchan, mientras que otras empresas ven como susdirectivos escapande la lucha. A] existir una interdependencia entre las empresasy sus miembros, para que una empresa pueda ser fuerte, sus miembros tienen que compartir una noción preconcebida de ]0 que es una conducta correcta, un "ética empresarial", concibiéndola más como una fuerza positiva que como una limitación. Al trabajar en un banco de inversiones, recibo los consejos de aboga