EL PODER TRANSFORMADOR DE LAS PALABRAS Miriam Subirana Vilanova Doctora en Bellas Artes. Escritora Las palabras crean realidades y mueven energías. La creatividad nos facilita el expresarnos y saber hablar con dulzura y sentido. Hablar lo necesario. La palabra es un medio. Pero recordemos que nada de lo que se dice es infalible. Debemos saber ir más allá de la palabra. Seamos conscientes de que las palabras no siempre reflejan a la persona. Pueden ser una trampa o una coraza. Uno puede hablar con talento pero su vida personal es un «desastre». Las palabras pueden hacer daño. Cuando juzgamos lo que dice el otro y saltamos rápidamente a conclusiones según lo que dice el otro, no nos comunicamos adecuadamente. Nuestra escucha es parcial y nuestras palabras no son sabias. Surgen de juicios rápidos. Dice san Pablo: «No salga de vuestra boca ninguna palabra ofensiva, sino una palabra buena que edifique a quien lo necesite y agrade a quien la escucha» (Ef 4, 29). Seamos conscientes del poder de las palabras. Cuando lo que piensas, dices y sientes es lo mismo, tus palabras están cargadas de poder. Tu energía está alineada. Gracias a la fuerza interna que late en cada uno de nosotros sobrevivimos a la adversidad y a las circunstancias difíciles. En épocas de crisis, depresión y desilusión, es esta fuerza interna la que nos ayuda a remontar. Nuestra capacidad de superar situaciones críticas o catastróficas es extraordinaria. Tenemos un gran potencial que parece despertar en esas circunstancias. La pregunta es qué sucede con esta capacidad cuando las cosas van más o menos bien, en el día a día cotidiano. ¿Para qué, cuando y dónde usamos el potencial que albergamos? ¿Acaso solo despierta cuando afrontamos dificultades? Parece que cuando estamos en “la normalidad” de lo cotidiano, caemos en el descuido y la pereza, perdemos nuestra claridad mental y nos debilitamos, entonces nos quejamos, criticamos y lamentamos. Se atrofia nuestra capacidad de vivir en plenitud y de no ser vencidos por las influencias que nos debilitan. Nuestras palabras se vuelven ordinarias. Nada de lo que decimos tiene impacto transformador. Nos mantenemos en la rutina, y nuestras palabras son así: rutinarias. Rabindranath Tagore nos recuerda que: La vida es un río. Tú eres la barca que fluye en el río. Si dejas que el agua de la vida Entre en tu barca, Te hundirás en el río. Cuando las situaciones te influyen y entran en tu ser, ya no dominas tu barca, pierdes el rumbo o te hundes. Tus pensamientos se debilitan y tus sentimientos son de agobio y de asfixia. Tu mente se dispara y no dejas de preocuparte. Te distraes y tu

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fuerza vital se disipa. Pierdes la atención y tu energía se dispersa. Tus palabras reflejan que estás influido por los ruidos externos. Has perdido la conexión con tu sabiduría interior y ya no llevas el timón de tu vida. Deja de ser un náufrago a merced de las corrientes, las olas y el viento, y lleva el timón de tu vida. Las corrientes son las situaciones que has vivido y han dejado huella en ti en forma de cicatrices, de relaciones que hay que cerrar, de aspectos que has de reconciliar en ti, de hábitos que te dominan. Son las corrientes subterráneas que se mueven en tu interior y provocan inquietud, desasosiego y angustia. Las olas son las múltiples influencias que ejercen presión sobre ti. Influencias de personas, situaciones, trabajos, etc. Los vientos son los condicionamientos culturales, religiosos, sociales, económicos, políticos, laborales, deportivos... Estos vientos entran en nuestra casa interior y condicionan nuestras decisiones y acciones. Si no sujetamos firmemente el timón de nuestra vida, las corrientes, las olas y los vientos seguirán dominándonos. La atención En una de las visitas semanales al maestro, el discípulo dejó como de costumbre sus sandalias fuera de la puerta, y entró descalzo para reencontrarse con él. En esa ocasión el maestro le preguntó donde había dejado las sandalias: a la derecha o a la izquierda de la puerta. El discípulo sorprendido le respondió que no se había dado cuenta. El maestro le dijo que esa era una señal de que no había enfocado bien la meditación, ya que la buena meditación te ayuda a estar atento. Le explicó que si uno no presta atención en cada acción, si permite que la mente divague mientras está actuando, y luego no sabe donde ha dejado el pañuelo, las llaves o, en este caso, las sandalias, el poder interno se dispersa y pierde tiempo buscando las cosas, pierde energía y claridad porque no ha estado atento. A veces piensas “voy a hacer esto”, luego viene otro pensamiento, y uno tras otro pasan unas horas hasta que te das cuenta: “¡Ay, iba a hacer eso y no lo he hecho!”. Te vino el pensamiento pero ¿por qué no lo hiciste? No tenías concentración, claridad ni enfoque; tuviste muchos pensamientos, uno tras otro y muy rápidos. Entonces pasas de una tarea a otra y dejas cosas a medias, sin terminar. Tu lista de lo que queda pendiente se vuelve interminable y el desorden, la desorganización y el descuido aumentan en tu vida. Además, si haces algo sin estar seguro de que lo quieres hacer, dudando y con miedo a fracasar lo que sea que hagas no tendrá fuerza. Si tu mente piensa demasiado rápido y un pensamiento atropella a otro, tu intelecto duda y no se decide, tu pasado te condiciona y atrapa y tus hábitos te llevan a preocuparte sin cesar, sin duda tu barca se hundirá una y otra vez en las circunstancias que te rodean. Para evitar que esto te suceda has de recuperar tu poder interior, estar alerta y prestar atención. Así no permites que las situaciones te absorban y lentamente destruyan

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tu calma hundiéndote en un río de preocupaciones. Necesitas tener un mayor dominio de tu mundo interior: de tu mente, intelecto, tendencias, condicionamientos y hábitos. Por un lado es cuestión de controlar tus pensamientos, tener claridad en tus decisiones y no permitir que tus hábitos poco saludables te dominen. Por otro lado tu poder interior yace en no pensar una cosa, sentir otra, decir otra y finalmente actuar diferente. Has de escuchar tu conciencia ya que es el timón de tu vida, y si la escuchas tus decisiones se basarán en lo que mantiene tu integridad y tu fuerza. Así en tus palabras y en tus acciones lograrás expresar todo tu potencial ayudándote a ti y a los demás. Cuando actúas con una visión clara, con autoestima, confianza y serenidad, tienes la capacidad de llevar a cabo tus propósitos con éxito. Al hacerlo así, te sentirás satisfecho. Cuando, por el contrario, lo que haces no es lo que piensas ni lo que dices, tus palabras pierden fuerza. Cuando un padre le dice a su hijo que no haga algo, pero él mismo lo hace, esas palabras no tienen fuerza ya que no llevan el poder del ejemplo. El hijo escucha el consejo de su padre pero ve que él no lo sigue. Eso siembra una duda en él: ¿por qué me aconseja esto pero él no lo practica? La falta de integridad entre lo que uno piensa, dice y hace provoca pérdida de poder en la acción, falta de coherencia y disminución de la confianza. Lo que sucede es que a veces tu conciencia te dice de ir en una dirección pero tus creencias, tus miedos y tus hábitos adquiridos te llevan a otra dirección, entonces ¿Quién manda? ¿La conciencia que se nutre de tus valores, o tus hábitos? En ese momento has de preguntarte ¿qué es lo que quiero realmente? Escucha la voz de tu corazón, del centro de tu ser. Así conectarás con tu sabiduría interior y tu fuerza innata que te ayudarán a superar el hábito. A veces no son tus hábitos los que te influyen sino los demás. Confías más en lo que te dicen que en tu propia conciencia y actúas queriendo complacer al otro yendo en contra de lo que crees que hay que hacer. El resultado es que tu acción no lleva la fuerza de todo tu ser y su impacto se reduce o anula. Decides y actúas influido por los demás y quieres complacerles, entonces tienes expectativas, esperas su aprobación y su agrado. Y cuando no estás contento con la respuesta del otro, te enfadas perdiendo así tu paz interior y tu energía. Acabas sintiéndote como una marioneta de las circunstancias y de los demás o de tus hábitos y tus miedos. Por ejemplo cuando estás irritado piensas que es porque esta persona actúa de cierta forma; estás de mal humor porque el tiempo está como está; porque la casa tiene una grieta en el techo; porque no ha venido el pintor; porque el coche no arranca; porque esto, porque lo otro. Así estás siempre quejándote y frustrado. Pero ¿quiénes son responsables de tu frustración? El tiempo, el coche, el pintor, la casa, o ¿tú eres responsable de lo que haces y de cómo respondes ante lo que sucede? Deja de ser la víctima y asume plenamente tu responsabilidad. Tú eliges como respondes ante los estímulos que los demás y las circunstancias te provocan. Reconoce que eres responsable de tus pensamientos, palabras y acciones. Ésta es la base inicial para recuperar todo tu poder interno. La máxima victoria es la que se gana sobre uno mismo, nos dijo Buda.

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Vive en armonía con lo que piensas, lo que dices y lo que haces. Para ello has de estar en permanente contacto con tus fuerzas internas, tu capacidad de ver, de darte cuenta, de discernir, elegir y decidir. Además si quieres sobrevivir en paz a los tiempos de turbulencia y cambios en los que vivimos debes fortalecer valores como la tolerancia, la aceptación y la flexibilidad y meditar para pensar menos, pensar mejor y pensar elevado, es decir pensamientos con sentido y de calidad. En la meditación conectas con tu sabiduría interior, recuperas tu claridad y encuentras la serenidad. Aprendes a escuchar. Escuchar Pasemos de oír a escuchar. Qué oyes, qué escuchas. Cómo escuchas. Si escuchas desde el alma, el corazón del ser, comprendes. Saber escuchar implica ver detrás de la palabra y escuchar el corazón, la intención y la necesidad del otro. Saber escuchar es sintonizar con las necesidades de la gente, sintonizar con la naturaleza y sintonizar con lo que te dice la situación. Cuando sintonizas, tocas, abres y liberas. Sintonizas con algo porque resuena en ti. Algo toca tu interior. No nos comunicamos bien porque hay demasiado ruido en nuestra mente, y en nuestra imaginación. Tenemos tantas interferencias que no podemos escuchar ni sintonizar. Cuando en tu interior hay mezclas (sentimientos encontrados, intereses egoístas, interferencias mentales), sólo escuchas lo que quieres. Eso lleva a la mala interpretación, a los malentendidos y a la falta de comunicación. Tu escucha no es imparcial ni global. Juzgas. Has de sospesar, medir y discernir lo que oyes para no consumir pesar. No ser como un cubo de basura que recoge todo lo que oye. De la basura emergen gérmenes que provocan enfermedades. Si escuchas algo erróneo puedes dejar que salga por el otro oído, pero si acumulas lo que escuchas y especulas, imaginas y proyectas, acabas enfermo. La mayoría de las veces dejamos entrar el sufrimiento en el corazón por palabras que hemos escuchado y que la persona que las dijo no tuvo la intención de hacernos daño, pero lo «consumimos». Así son nuestros hábitos. Entonces, para proteger el corazón, lo encerramos en un sistema de defensa que es perjudicial, ya que no deja espacio para respirar. La verdadera protección surge de la sabiduría interior. De saber que todo es relativo y que las palabras no son infalibles, se las lleva el viento, no las acumulemos con pena, como espinas en nuestro interior. Tengamos un corazón del que emane amor sanador, amor que una corazones rotos (los remiende). No seamos de esas personas que con sus palabras y actitudes, rompen sus corazones y los de los demás. Tengamos un corazón de luz y no uno de hierro. La luz no puede ser cortada por un cuchillo ni rayada por una piedra. Es libre.

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Hay aspectos de nuestra vida que, en distintos momentos, nos llaman la atención. Normalmente eso implica un cierto nivel de crisis, porque si no hay crisis no solemos escuchar los mensajes profundos que nos llevan a la verdadera transformación. La vida te habla y, si estás atento, entenderás el mensaje, tarde o temprano te llegará, te tocará el alma y te abrirá a un nuevo entendimiento del sentido de lo que está ocurriendo en tu vida y de los pasos que tienes que dar. Agudicemos el oído interior para que la vida no tenga que hablar más alto. Para que escuchemos las señales y actuemos en consecuencia. Tus palabras crean tu realidad Tal como ha demostrado la física cuántica, cada uno de nosotros somos los creadores de nuestra realidad física. Nuestros pensamientos crean la realidad. Lo que pensamos de nosotros mismos se convierte en nuestra verdad y en nuestra experiencia. Los pensamientos que pensamos y las palabras que hablamos crean nuestras experiencias. Los pensamientos surgen a menudo de las creencias. Las creencias crean la realidad en un punto donde creer y crear es lo mismo. Cada pensamiento que pensamos está creando nuestro presente y nuestro futuro. Permanezcamos alejados de los pensamientos que crean problemas y dolor. Las palabras que hablamos, antes las hemos pensado, por tanto todo origina en el pensamiento. Cuando creemos paz, armonía y equilibrio en nuestra mente, estos valores se asentarán en nuestras vidas y se transmitirán en nuestras palabras. Hemos de saber observar los pensamientos, ya que cuanto más nos identificamos con lo que pensamos, más nos alejamos de nuestra esencia, de nuestra dimensión espiritual. Los pensamientos son limitados y variables: ahora piensas una cosa y al siguiente minuto otra. Estar alerta y saber usar bien la mente es esencial para una verdadera transformación. Una cosa es lo que piensas que crees y otra es lo que en realidad experimentas. Si te pierdes en tu mente, en el pensamiento, desconectas de tu esencia. Es bueno ser consciente de qué estás pensando. Procurar que el pensamiento no sea una huida. Cuando el pensamiento es automático, no es una creación consciente. Sin ser consciente, no puedes transformar. Siendo consciente, tus palabras tienen poder transformador. Es ahí donde nuestras conversaciones estarán llenas de sentido, de contenidos y sabiduría. Serán conversaciones generadoras de esperanza.

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