Ensayo de Cristología Magis III – 2.008 María Elena Velilla de Pusineri- Arquitecta Paraguay

EL PERDON: GRACIA Y OPCION Introducción Este escrito no es otra cosa que la revisión de mi proceso espiritual y mi experiencia del perdón. A medida que lo re-pensaba me surgían muchos interrogantes con respecto a mi propio proceso, que fue tan eufórico y alegre, que yo simplemente me puse a disfrutar del amor del Señor, con toda la libertad que supuso su perdón y por tanto, mi curación. Al querer escribir como proceso de perdonada y de perdonadora surgieron preguntas cómo:¿qué está primero la gracia o mi voluntad de perdonar? ¿cómo surge el proceso del perdón? ¿por qué ahora y no antes?¿cómo el perdón me curó de tantas heridas? Y así, muchos otros interrogantes que tenía fueron los inspiradores de volver a releer mi proceso de sanación. El perdón es la experiencia con la que Jesús me recrea, con mi barro me moldea y trata de sacar un vaso nuevo. El perdón es para mí una experiencia edificante a nivel personal y también comunitario, que me ayuda a aportar un granito de arena a la paz que tanto todos necesitamos. El perdón es un don y a la vez una tarea, que la fui vislumbrando de la mano de Jesús, y que me dio arduo trabajo y enorme salud. Aprendí que era necesario perdonar para sanar y sanar para perdonar, una vez que experimenté la misericordia del Señor. En este proceso hice un análisis o mejor, un careo con el pecado (mi amargo compañero) que me sirvió para enfrentarlo, conocerlo, desmitificarlo y sobre todo

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asumirlo. Pienso que si no me hubiese aceptado tan pecadora no hubiese podido recrearme a través del perdón. Aprendí las falacias del falso perdón y experimenté la dulzura del amor misericordioso de Jesús, que aún con lo poco que soy, espera de mí y me nutre para que crezca y de frutos. Para disfrutar del perdón de mi amado Jesús valió la pena haberme reconocido

pecadora. Esto me sirvió mucho para conocer los caminos de la

oscuridad, la amargura de la soledad y también la alegría que me dio la luz de Jesús cuando me dijo: “Yo tampoco te condeno. Vete y no vuelvas a pecar en adelante” Perdón se convirtió por tanto en don y en tarea, en celebración y conversión, en reconciliación y sanación.

El pecado – Realidad humana

Jesús y Zaqueo (Lc 19,1-10) Llegando a Jericó, pasaba Jesús por la ciudad. Allí había un hombre llamado Zaqueo.

¿Cómo hablar de sanación sin describir la enfermedad? ¿Cómo hablar de perdón y sin mencionar el pecado? Me resulta difícil encarar este tema de luz y salvación sin antes explicar lo que significa la oscuridad de vivir alejada de Dios. El pecado tiene muchas caras y aristas y, puedo vivenciarlo, como la ruptura de la amistad con Dios y con los demás y como la gran oscuridad que se produce en mi alma y en mi vida con cada ruptura o pecado. Lo que es la enfermedad para el cuerpo es el pecado para el alma. Cada pecado que cometemos es un borronear la imagen y semejanza de Dios que se plasmó cuando fuimos creados y, un degradarnos como personas

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llegando a veces, a extremos de autodescalificación e incluso a la somatización de enfermedades en el cuerpo.

Era jefe de los cobradores de impuestos y muy rico… El pecado es la misma triste experiencia cotidiana de negatividad y oscuridad en nuestra existencia que rompe el estado de gracia, es decir, de apertura a Dios y al Infinito. Dios, que está al pricipio, toma la iniciativa de invitarnos, de llamarnos y nosotros aceptamos responder a su iniciativa o no; El habla y yo escucho; El ama primero y posibilita el amor; la lógica de Dios es pura gratuidad. Dentro de esta dinámica el “no” es el pecado, es la respuesta negativa que damos, contra toda lógica, a Dios. Nos

decidimos por la negación hacia el designio de plenitud

humana para nosotros y para los demás. Se trata de una respuesta y de una actividad personal negativa que contradice la propuesta creativa de Dios. Aún cuando hablamos de pecado de omisión es una actividad que en vez de proyectarse hacia fuera se inhibe en si misma. El pecado rompe o interrumpe el diálogo con Dios o con el plan establecido por El. El pecado implica nuestra desorientación que raras veces ocurre de golpe, la mayoría de las veces nos desorientamos poco a poco o nos abandonamos a él paso a paso. Actúa como escapadas de nuestro interior hacia el exterior hasta que cuando nos dimos cuenta estamos completamente afuera del plan que Dios trazó para nosotros. Y muchas veces ni siquiera nos apetece ya regresar, llegamos a la indiferencia total. Pero…… hay demasiado pecado en el lenguaje cristiano y no todo lo que decimos que es pecado lo es, ni ocurre espontáneamente.

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Generalmente a todo lo que es tabú, desorden, trasgresión le mal llamamos pecado, pero

sólo se

cometen pecados

cuando

alguien consciente

y

voluntariamente quiere. Solemos ser propensos al listado y clasificación de los pecados, esto heredamos de la antigua catequesis, y queremos reducirlo a los hechos personales. Pero habría que hacer un profunda revisión y tomar conciencia de que debemos buscar pecados desde las actitudes más que desde los actos; desde el Evangelio más que desde la ley; no sólo como ofensa a Dios sino como ofensa al hombre; no sólo en el ámbito personal, sino también en los ámbitos socioestructural y ecológicos. Entiendo como pecado personal o como “ofensa a Dios” (aunque somos tan insignificantes para ofenderlo; este término cabría utilizarlo para manifestar que Dios no es indiferente a las ofensas que le hacemos a los demás), a la negación al cumplimiento de su plan contra su creación.

Quería ver cómo era Jesús, pero no podía hacerlo en medio de tanta gente, por ser de baja estatura. Entonces corrió adelante y subió a un árbol para verlo cuando pasara por ahí. El pecado estructural lo vivimos dentro de nuestras sociedades como los pecados personales que repercuten en la sociedad y sus instituciones políticas, económicas, sociales y culturales, volviéndose éstas deshumanizadas. Ej. Violación a los DD.HH., colonialismo, racismo, la producción de armamentos, la continuación de las guerras, institución de la coima, des-compromiso con el servicio por el que se nos paga (algunos empleados públicos que sólo cumplen horario, si los cumplen, y no producen nada), etc.

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“Hay que destacar que un mundo dividido en bloques, presididos a su vez por ideologías rígidas, donde en lugar de la interdependencia y la solidaridad, dominan diferentes formas de imperialismo, no es más que un mundo sometido a estructuras de pecado…….. Dios rico en misericordia, Redentor del hombre, Señor y dador de vida exige de los hombres actitudes precisas que se expresan también en acciones u omisiones ante el prójimo… Cuando no se cumplen (los 10 mandamientos) se ofende a Dios y se perjudica al prójimo, introduciendo en el mundo condicionamientos y obstáculos que van mucho más allá de las acciones y de la breve vida del individuo. Afectan asimismo al desarrollo de los pueblos, cuya aparente dilación o lenta marcha debe ser juzgada también bajo esta luz” (JUAN PABLO II, Sollicitudo rei sociales, n.36) El pecado en el siglo XXI El pecado sigue marcando la vida de las personas y de los grupos aunque estemos sumergidos en una civilización “post cristiana”, en dónde para un gran número de personas lo cristiano carece de sentido o tiene connotación negativa. Con tristeza comprobamos el desconocimiento, incluso en personas que se forman

en

un

ámbito

cristiano,

de

oraciones

y

costumbres

cristianas

fundamentales; el vaciamiento de sentido cristiano de fiestas como Pascua o Navidad que se convirtieron en grandes oportunidades de consumo y/o de vacaciones. En nuestra cultura occidental, tan elástica y plural, “todo está permitido” y bajo ese manto de permisividad no encuentra cabida la consideración del pecado. En este contexto escuchamos frases como: “no me arrepiento de nada”, lo que denota una carencia ética caracterizada por la falta de responsabilidad, por no saber distinguir entre el bien y el mal.

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Como estamos sumergidos en una sociedad hedonista donde el placer es la medida moral, en donde se acepta como bueno lo que produce satisfacción, el pecado es uno de los más grandes estorbos que hay que retirar de circulación. El hombre contemporáneo reacciona con apatía a los habituales listados de pecados aunque no permanece impasible ante las múltiples formas de deshumanización; tiene conciencia de culpabilidad, la vivencia y sufre pero con otra sensibilidad: ante la pobreza y el hambre, ante la guerra y la violencia, ante el abuso de menores, ante la violación de los derechos humanos, ante la corrupción política. Es por esto que debemos encontrar un punto de conexión en donde se coloque un orden entre las sensibilidades morales contemporáneas y las sensibilidades evangélicas.

Cuando llegó a ese lugar, Jesús levantó los ojos y le dijo: “Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que quedarme en tu casa” En el planteamiento del pecado deberíamos hacer un planteamiento abierto hacia lo positivo, es decir hacia la conversión y la reconciliación más que hacia la negatividad, es decir, el pecado y la condena. La “buena noticia” de Jesús nunca viene expresada en términos negativos (de pecado, prohibición, condena) sino en términos positivos (de salvación, gracia, liberación). Más que de pecado y condenación, los evangelios tratan de la gracia y del perdón como contenido de la actividad de Jesús, tanto de su enseñanza como de su práctica.

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Enfermedades psicológicas y espirituales Quiero esbozar algunas dificultades y tergiversaciones mentales y espirituales en las que muchas veces caemos cuando nos negamos al amor misericordioso y al plan de salvación de nuestro buen Dios. La culpa, culpabilidad y el pecado que ocurren el

ámbito psicológico y

espiritual del hombre, se proyecta en su accionar. Es decir, que estos sentimientos son aplicados sólo al ser humano y se refieren a la repercusión que tiene un acto considerado “malo” en la psique y en el espíritu del mismo. Su manifestación tiene lugar en la conciencia y/o en el sentimiento. De ahí que podemos hablar de: •

Conciencia de culpa: cuando existe un conflicto entre nosotros y la realidad -ya

sea con los otros, con nosotros, con Dios, con la

naturaleza- , con motivo de una acción errada o irresponsable. La persona “se sabe” culpable. •

Sentimiento de culpa: cuando existe una perturbación en nuestra vivencia generada por la incoherencia realizada. La persona “se siente” culpable.



Perfeccionismo: es una condena a la eterna insatisfacción con nosotros mismos, a una autocondenación permanente porque percibimos que somos cada día más imperfectos, porque somos “vasos de barro” y no podemos aceptarlo. En realidad, los que padecemos de esta (mortal) enfermedad, no disfrutamos de Jesucristo revelado como infinita misericordia, amor y ternura hacia nosotros, pecadores; sino como un juez malhumorado, escudriñando en nuestras infidelidades y debilidades. La búsqueda de la perfección es un ideal humano. Es un proyecto cerrado dentro del propio yo orgulloso, que exige el máximo de sí, el máximo esfuerzo para no fallar en ningún punto, ya que los perfeccionistas creemos (las más de las veces inconscientemente) que solamente seremos amados por Dios y por los demás si somos 7

perfectos. En ese esfuerzo tendemos a contar exclusivamente con nosotros mismos prescindiendo de Dios y de los demás. Los perfeccionistas no soportamos el pecado porque lo consideramos una ruptura con el propio ideal y no una ruptura de los lazos de amor con Dios

y con los otros sino una falla con nosotros mismos, lo

consideramos una humillación. Tendemos a encerrarnos sobre nosotros

mismos

convirtiéndonos

en

nuestro

propio

juez

y

autocondenándonos. La pretendida perfección en el cumplimiento de la ley nos lleva a un gran orgullo “no soy como los otros”, a menospreciar a los demás, al cierre del corazón para el amor, a pensar que nos salvamos con nuestro propio esfuerzo, a exigir recompensa de Dios. Todo este proceso ocurre muchas veces inconscientemente pero de manifiesta en nuestras

acciones

y/o en

la

somatización de

enfermedades en el cuerpo. Jesús afirma que el perfeccionista no está justificado en la parábola del fariseo y el publicano que rezan en el templo. La perfección no justifica al hombre. Muchas veces experimenté que tanto la conciencia como el sentimiento de culpa tienen su lado positivo y negativo. Positivo, en cuanto me indican que trasgredí alguna norma o escala de valores; negativo cuando me desborda, tergiversando la realidad y/o la reacción ante la misma; se trata de un sentimiento generador de angustia y de un encerramiento dentro de uno y ante los demás. En cuanto al perfeccionismo debo confesar que es una dura batalla que sólo se vence de la mano de Dios y haciendo una regresión sobre nuestros propios pasos orgullosos hacia una humildad en donde reconocemos nuestra propia pobreza y nuestro enorme pecado, pidiéndole a Jesús: “Ten piedad de mí, Señor, porque soy una pecadora”.

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Se trata de iniciar el descenso de la escalera rumbo a la humildad, con esperanza y confianza en el amor y la gracia de Dios, sabiendo que sólo de El viene la salvación. Comprendiendo, sobre todo con los ojos del espíritu, que perfección y salvación se contraponen ya que no es Dios el que está en el centro del corazón sino nosotros mismos, y que eso es un enorme pecado que no sólo nos lleva a la enfermedad del espíritu sino también a la del cuerpo. Es dentro de esta sociedad acosada por el consumismo y el hedonismo, donde se repite el viejo pecado de Adán y Eva: pretender vivir sin Dios y, donde caemos en la terrible oscuridad del desamor y los desajustes; como consecuencia tenemos las nuevas enfermedades del cuerpo y alma llamadas hoy: stress, síndrome de pánico, depresión, neurosis, obsesiones, adicciones y otras enfermedades psicosomáticas que nos asola en pleno

siglo XXI, donde nos

destacamos por estar tan crecidos en tecnología y tan vacíos de amor, humildad y solidaridad. Abrirse a la gracia, salirse del pecado

Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Salirnos de nuestros pecados es abrirnos a Dios, siempre dispuesto a salvarnos y amarnos; reconocer nuestra naditud, nuestra pobreza y soltarnos al “vació” de su amor misericordioso. El “hombre nuevo” por antonomasia es Cristo, que participa de la vida de Dios. El asume sobre sí todo “lo antiguo” de nosotros -la negatividad de nuestros pecados- para transformarnos, a partir de su resurrección, en “nueva creación”, en “hombres nuevos”: “En realidad, el que está en Cristo es una criatura nueva. Para El todo lo antiguo ha pasado; todo se le hizo nuevo” (2 Cor 5,17) El hombre ocupa el centro de atención del Evangelio -resulta, por lo mismo, comprensible que a Jesús no le interese el pecado sino el pecador, las personas que pecamos o sufrimos el pecado.

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Tener pecados es tener conciencia de haber fallado objetivamente en el amor para con Dios, para con nosotros mismos o para con el prójimo. Ser pecador es la conciencia que tenemos de nuestras fragilidades, es abrirse a la verdad del propio ser, es el inicio del vaciamiento, es empezar a descender a la verdadera humildad ante Dios y ante los hombres.

Todos entonces se pusieron a criticar y a decir “Se fue a alojar en casa de un pecador” Los hombres y mujeres que le interesan a Jesús, somos concretos y reales. El nos proporciona curación, liberación, redención de la negatividad de estar atados al pecado. El pecado es “mala noticia”, pero Jesús nos oferta la “buena noticia” de nuestra regeneración en todos los niveles: la recomposición de nuestras relaciones (con nosotros mismos, con Dios, con los otros, con la naturaleza), con todo lo que forma parte de nuestra existencia. La misericordia de Dios contrarresta la potencia de la negatividad de nuestros pecados, El es siempre mayor que cualquier pecado y está siempre dispuesto a perdonarnos. Su justicia la define por el amor y la misericordia. De esa misericordia de Dios nace la conversión, que es don y a la vez tarea: todo el que quiere -todo el que se abre a ella- la obtiene como gracia pero al mismo tiempo hemos de esforzarnos por entrar en su exigente dinámica. Así, la conversión no es sólo posible sino necesaria. Ninguno podemos llegar a ser el proyecto de Dios, si no nos sometemos al cambio profundo de la conversión. Esto no es algo automático ni momentáneo sino laborioso, un proceso, no es parcial sino total, es un cambio radical.

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De la conversión al perdón

Pero Zaqueo, dijo resueltamente al Señor: “Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y a quien he exigido injustamente, le devolveré cuatro veces más” La conversión da también la posibilidad de transformar una situación de “desgracia” -o de pecado- en situación de “gracia”. Pidamos a Dios que nos haga vivir la conversión cotidiana, que será realzada cada vez que nos confesemos pecadores ante Dios. El Señor es el autor del perdón. Nada ni nadie escapa a su misericordia. El crea en nosotros el deseo de pedir perdón ya que El perdona primero y mueve nuestros corazones a aceptar ese perdón ofrecido misericordiosamente. La experiencia vivida acerca de la conversión y del perdón me llevan a sostener que debemos prepararnos en el plano humano para recibir la gracia del perdón. El perdón depende de la acción divina y a la vez, de la acción humana. La gracia y la naturaleza no se eliminan, al contrario, se coordinan y se complementan. Para descubrir la plena importancia de la conversión y del perdón en las relaciones humanas, intentemos imaginar cómo sería el mundo sin él. Estaríamos condenados a: ●

perpetuar en nosotros mismo y en los demás el daño sufrido: cuando nos sentimos lesionados en nuestra integridad física, moral o espiritual, una parte de nuestro ser se siente inclinado a imitar a nuestro ofensor tendiendo a mostrarnos malos, no sólo con el ofensor, sino también con nosotros mismos y con los demás. La imitación del agresor es un mecanismo bien estudiado en psicología. Por eso con el perdón no debemos conformarnos 11

con no vengarnos sino extirpar de raíz las tendencias hostiles que produjo la agresión o el pecado del que fuimos víctimas. ●

vivir con el resentimiento: vivir irritado, incluso inconscientemente nos exige mucha energía y nos mantiene en un estrés constante, ya que el resentimiento y la hostilidad se instalan de manera estable como una actitud de defensa, siempre alerta contra cualquier ataque real o imaginario.



permanecer aferrados al pasado: si no perdonamos difícilmente podamos vivir el presente porque estamos aferrados con obstinación al pasado para malograr el presente y bloquear el futuro.



Vengarnos: se trata de la respuesta a la afrenta más instintiva y espontánea. La satisfacción que produce la venganza es breve e incapaz de reparar el daño sufrido, e inconmensurable por las consecuencias que genera la espiral de venganza desatada en la red de las relaciones humanas ya que desemboca en una espiral de violencia difícil de romper. No hay que pensar que la decisión de no vengarse, equivale al perdón,

pero equivale al primer paso válido hacia el perdón. ¿Queréis ser felices un instante? Vengaos ¿Queréis ser felices siempre? Perdonad (Henri Lacordaire)

En el camino hacia el perdón fui transitando por lugares confusos, en los que el Señor acompañó y me ayudó a aprender que: 1. Perdonar no es olvidar: es tener una buena memoria para que el perdón vaya sanando la herida, y cuando vayamos sanándonos el recuerdo de la ofensa ya no produce dolor. 2. Perdonar no significa negar: porque el perdón no se puede producir si no reconocemos la ofensa y el sufrimiento que ella nos produce. 12

3. Perdonar no puede ser una obligación: muchas veces creemos que debemos perdonar para poder ser perdonados por Dios; olvidamos que el perdón de Dios no está condicionado a los pobres perdones humanos. El perdón debe ser un acto libre o no existe, es gratuito y espontáneo. Ese el verdadero perdón que Dios nos da y el que pido cuando rezo el Padrenuestro:”enséñame Padre mío, a perdonar como vos me perdonas a mi”. 4. Perdonar no significa sentirse como antes de la ofensa: ya no podemos relacionarnos de la misma manera que antes de la ofensa (ya sea con nosotros mismos, con Dios ni con los otros). El perdón nos tiene que llevar a una revisión de nuestra relación y ésta indefectiblemente debe salir solidificada. 5. Perdonar no significa renunciar a nuestros derechos: cuando fuimos agredidos por otros, el perdón no excluye a la aplicación de la justicia o la reparación del daño ocasionado. Estas caricaturas del perdón se fueron desdibujando en la medida en qu e aceptaba sentirme perdonada con amor misericordioso, liberada de mis propias culpas y heridas y sobre todo, sintiendo la dulce compañía del Señor, mi sanador, mi enfermero, mi doctor, mi amigo, mi amor....que me ayudó a aportar lo poco que tengo a su gracia y así poder perdonarme y perdonar.

Jesús, pues, dijo a su respecto: “hoy ha llegado la salvación a esta casa; en verdad, éste también es hijo de Abraham. El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.

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Perdonar significa dar plenitud, porque expresa una forma de amor llevada hasta el extremo: amar a pesar de la ofensa sufrida, como lo hace nuestro buen Dios. “El perdón es Dios mismo, el Padre misericordioso del hijo pródigo, el Amor en su pura gratuidad. El Amor es creador, se difunde fuera de sí, y el perdón es el instrumento de la creación continua, restaurada y renovada. Allí donde los hombres engendran muerte, él hace resurgir la vida” (Perrin 1987: 237)

La dinámica terapéutica del perdón nace de la experiencia primordial de “sentirse perdonado”. Esto pone de relieve lo difícil que nos resulta perdonar (porque se opone a la ley instintiva del Talión) y; a la vez, la comprobación, a la inversa, del gozo que nos produce el gesto del perdón. “El perdón libera a la persona de las garras de su historia irreversible. Es la única respuesta viable a las heridas que nos hemos infligido o que otros nos han causado. Es un acto inmensamente creador que nos convierte, de prisioneros del pasado, en individuos libres y en paz con los recuerdos de ese pasado” (Studzinki, Recordar y perdonar: Concilium 22- 1986 - 179)

La experiencia cristiana del perdón es, ante todo, experiencia de un acontecimiento de misericordia. Sentirse perdonado significa pasar de la experiencia de culpa a la experiencia del don. Cuando vivimos la experiencia del perdón llegamos a la recomposición de toda la red interrelacional en donde nos desarrollamos: las relaciones con nosotros mismos, con los demás, con el mundo, con Dios. Cuando Jesús nos perdona nos dinamiza y nos hace salir de nosotros mismos, luego de sentirnos y sabernos perdonados. La conversión comienza en la interioridad, personalizándonos, pero nos impulsa hacia afuera, nos abre hacia los demás, a la acción y al compromiso.

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Recibir perdón supone disponibilidad para aceptarlo y también para otorgarlo (Lc 11,4; Mt 6,12). Sentirnos perdonados y estar dispuestos a perdonar nos posibilita a aceptarnos a nosotros mismos tal y como somos -con nuestras caídas y fragilidades- y a aceptar al otro como es y con todo lo que es.

Conclusión Sentirse perdonado y perdonar es un “empresa” que se sólo se consigue después de haber sentido en lo hondo del corazón, hasta que abismos de miseria podemos llegar cuando rechazamos la paternidad de Dios. No es posible construir la paz en nuestros corazones y en los del prójimo, sin una actitud profunda de humildad que nos haga ver nuestra pobreza y también la limitación del hermano que Dios nos puso al lado. Aceptarnos a nosotros mismos y aceptar al otro, tal como somos y como el otro es, constituye un paso fundamental para perdonarnos y perdonar. ¿Acaso el Señor no nos toma como somos, para -a partir de nuestra situación concreta-, comenzar su tarea se reconstrucción? El no nos asigna culpas, ni tampoco pregunta la causa, no hace un recuento de nuestras debilidades ni se regodea en ellos. Jesús conoce cuál es el verdadero problema, cual es el mal que nos aqueja y con su amor sanador nos devuelve la dignidad que perdimos con nuestro des-amor o con nuestra negación de cumplir la misión que el Padre espera de nosotros. El nos libera, nos re-hace a su imagen y semejanza, espera de nosotros y, sobre todo, nos ama sin condiciones. Si experimentamos su perdón reconstituyente nos animamos a perdonar y al perdonar podemos reclamar y recuperar el poder que es verdaderamente nuestro,

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el poder de arriesgarnos a cambiar, a decir la verdad, a liberarnos de pautas ineficaces, a sanar y a amar. Vivir sin perdón es vivir separados de lo sagrado y de los instintos más básicos de nuestro corazón. Vivir en el perdón es revelar a cada momento la belleza y el valor de la vida, es escoger a cada momento un papel activo en la creación de relaciones, organizaciones y comunidades, y de un mundo que funcione para todos.

Toma Señor y recibe toda mi pobreza y permíteme enroscarme a tu fortaleza para que pueda amarte y servirte desde la salud que me brinda tu perdón y tu grandeza. Amén

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