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C OLECCIÓN I NCONTINENTES Miguel Mihura Ramón de España Álvaro Díaz Escobedo Miguel Ángel de Rus Andrés Fornells Paloma del Palacio Vizcondes de Saint Luc

El chalet de Madame Renard Europa mon amour El mentalista Putas de fin de siglo Jazmín significa amor voluptuoso Quiero que me quieras Acerca del matrimonio de Paulette

C OLECCIÓN R ARA A VIS Konrad Lorenz Luis Alberto de Cuenca Miguel Ángel de Rus

El anillo del rey Salomón De Gilgamés a Francisco Nieva Perlas del pensamiento misógino J.L. Gª Rodríguez La agonía del socialismo Anunciada Fdez. de Córdova El vuelo de los días Aurelia María Romero La libertad de expresión... Ramiro Cristobal La homosexualidad en el cine

COLECCIÓN AQUERONTE Antonio López Alonso Fernán Caballero Stendhal Aurelia María Romero

Carlos II, El Hechizado La mitología contada a los niños Vida de Mozart Goya, el ocaso de los sueños

N O V Í S I M A B I B L I OT E C A Johari Gautier Carmona Santiago Gª Tirado Manuel A. Vidal

El Rey del Mambo Todas las tardes café Buena Jera

COLECCIÓN

D E T E AT R O Francisco Nieva Catalina del demonio Lourdes Ortiz La Guarida Raúl Hernández Garrido Los sueños de la ciudad J. L. Alonso de Santos Amor líquido Roger Rueff El pez gordo J.L. Alonso de Santos Fuera de quicio

¿Qué hay antes del texto? Hay un mundo interno, exclusivo de cada individuo, conformado como consecuencia de su historia personal; y un mundo externo que rodea al individuo. El mundo interno y externo confluyen en el texto. Y en pocos casos de un modo tan claro y brillante como en Álvaro Díaz Escobedo, quien, como buen santanderino, al modo de Joaquín Leguina, hace una mitología de su entorno, de las calles de la ciudad, de sus personajes. Todo lo que rodea a un escritor puede ser transformado en literatura: lo que vemos, lo que sentimos, lo que recordamos, lo que soñamos, pasan por el tamiz de lo imaginario y se convierte en material para la escritura. Álvaro Díaz Escobedo confiesa que de crío disfrutaba más leyendo “El Cuento Semanal” que las increíbles aventuras de Flash Gordon. Por 30 céntimos de peseta se podía, entonces, disfrutar el verbo de Manuel Bueno, Pedro de Répide y Joaquín Dicenta; o la encomiable e inolvidable cita de Eduardo Zamacois. Después, se convirtió en escritor popular bajo seudónimo para editoriales como Bruguera, Toray o Ediciones Iberoamericanas, compartiendo colecciones populares con Corín Tellado o Marcial Lafuente Estefanía. Transcurridas unas décadas, Álvaro Díaz retomó la pluma para presentar la que considera su obra de relatos más cuidada: Esencia de mujer. La siguió El mentalista, obra con la que ganó el I Premio Incontinentes de Novela erótica. Mientras, ha participado en un buen número de antologías junto a los autores más destacados de la época, como Fernando Savater, Joaquín Leguina, Slawonir Mrozek, Horacio Vázquez Rial, Antonio Gómez Rufo, Luis Mateo Díez, José Luis Alonso de Santos, Miguel Ángel de Rus, Fernando Sánchez Dragó o José Enrique Canabal. Ahora nos presenta el libro con el que ha ganado el V Premio Internacional Vivendia de Relato: El mundo entero en una calle, un compendio de relatos que muestran la realidad que se esconde tras lo cotidiano; lo diario convertido en literatura.

Álvaro Díaz Escobedo El mundo entero en una calle

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Álvaro Díaz Escobedo

El mundo entero en una calle

N ARRATIVA

Miguel Ángel de Rus Ana María Matute Francisco Umbral Augusto Monterroso Miguel Ángel de Rus Fernando Savater Mario Benedetti Fernando Savater Francisco Nieva Ramón de España Francisco Umbral

Henryk Sienkiewicz Miguel Ángel de Rus Fernando Savater Horacio Vázquez Rial Antonio Gómez Rufo Miguel Ángel de Rus Joaquín Leguina Manuel Cortés Blanco Chejov, Saki, Lovecraft y otros Raúl Hernández Garrido Álvaro Otero Antología Antonio López Alonso Antología Jesús Gaspar José Melero José Mª Fernández Argüelles Antología Conan Doyle, Wilkie Collins, Bierce y otros Joaquín Leguina José Luis Gª Rodríguez Luis Mateo Díez, Savater, María Zaragoza y otros

Cuatro negras Destino Zoquete Microantología del microrrelato

DE

Miguel Ángel de Rus Marcel Proust Francisco Nieva

COLECCIÓN CERCANÍAS Vázquez Rial, Savater, Canabal, de Rus César Strawberry Leguina, Slawomir Mrozek y otros

C OLECCIÓN

www.edicionesirreverentes.com

Álvaro Díaz Escobedo

Ediciones Irreverentes

Ediciones Irreverentes

Ediciones Irreverentes

V PREMIO INTERNACIONAL VIVENDIA DE RELATO

Europa se hunde En el tren Diccionario para pobres Amores que matan Malditos Episodios Pasionales Del amor y del exilio El dialecto de la vida Manuscrito encontrado en Zaragoza La vida mata Carta abierta a una chica progre Evas La raza de los malditos La mutación del primo mentiroso Liliana Bäsle, mi sangre, mi alma Último desembarco La isla inútil El señor de Cheshire Donde no llegan los sueños Cuernos Retorcidos Mi planeta de chocolate 250 años de terror Abrieron las ventanas El esplendor Yo también escuchaba el parte de RNE La rebelión de los vagabundos Las estratagemas del amor Bruxaria Maldito tiovivo La gasolinera de colores, El sabor de tu piel Antología del relato negro II Historia de la calle Cádiz El barón de Bonamant Microantología del Microrrelato II El mundo en una calle

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ÁLVARO DÍAZ ESCOBEDO

EL MUNDO ENTERO EN UNA CALLE GANADOR DEL V PREMIO INTERNACIONAL VIVENDIA DE RELATO

Colección de Narrativa Ediciones Irreverentes

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Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento y el almacenamiento o transmisión de la totalidad o parte de su contenido por cualquier método, salvo permiso expreso del editor.

© Álvaro Díaz Escobedo, 2011 © Del prólogo: José Enrique Canabal De la edición: © Ediciones Irreverentes Febrero de 2011 Ediciones Irreverentes S.L. http://www.edicionesirreverentes.com ISBN: 978-84-96959-82-8 Depósito legal: Maquetación: Absurda Fábula Imprime: Publidisa Impreso en España.

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PRÓLOGO Todos están de acuerdo en que a escribir se aprende escribiendo. ¿Pero qué hay antes del texto? Hay un mundo interno, exclusivo de cada individuo, conformado como consecuencia de su historia personal; y un mundo externo que rodea al individuo. El mundo interno y externo confluyen en el texto. Los factores que obstaculizan o facilitan la creatividad pasan por nuestro mundo interno. Se trata de romper las resistencias y los miedos, y aprender a convertirlos en material literario. El territorio de la escritura está constituido por palabras. Ninguna es inocente, y, según como se alíen pueden funcionar como armas combativas o seductoras. Dejarnos llevar por ellas, ir de palabra en palabra y tejer una red sin limitaciones, nos puede brindar estimulantes resultados. Las palabras no son sólo obedientes instrumentos por medio de los cuales expresamos lo que nos dicta la mente. Tienen un poder amplificador: generan ideas que asombran al que escribe. Quien pueda suponer lo que ocurre detrás de unos postigos o más allá del planeta; quien sepa visualizar lo que nunca vio o inventar las preocupaciones, los anhelos de los seres ocasionales que casualmente encuentran en su camino, puede escribir. La gran literatura no nace de la razón, sino de la imaginación. Por eso se suele decir que los libros se gestan en silencio. Hay una relación cercana entre la inspiración e inconsciente. Lo que se ha dado en llamar inspiración o «estímulo interior» que impulsan al escritor, no es algo dirigido conscientemente. Las inspiraciones dependen de nuestra memoria, de nuestra atención de la experimentación y de la lenta germinación de palabras que al fin salen 5

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al exterior. Inspiración o trabajo, no es una disyuntiva; a partir de aquí podemos considerarlos como dos etapas complementarias y llamar inspiración a ese tiempo previo a la elaboración consciente, generalmente la de la reescritura. Desde este punto de vista, se la puede nutrir, se la puede provocar. Podríamos llamarla también curiosidad creativa. Iniciar una narración implica diferentes cuestiones: De dónde nace y cómo comienza. ¿De dónde nace un relato? De todo lo que atañe al ser humano. De la manera de comenzarlo dependerá el interés o el desinterés que el relato despierte en el lector. ¿Finalizar un relato es acabarlo o interrumpirlo? ¿Qué es un final? ¿Cómo llegamos a él? ¿Cómo se construye? ¿Cuándo conviene concebirlo como cese o bien como desenlace? Resolver un relato con un final abierto o uno cerrado no es una decisión arbitraria, sino una exigencia del propio texto. Cuando el lector llega al final de un relato, éste debe dejarle huella, despertar en él una inquietud o incitarlo a una reflexión. Conseguir este efecto depende del acierto en la elección del final. Todo lo que rodea a un escritor puede ser transformado en literatura: lo que vemos, lo que sentimos, lo que recordamos, lo que soñamos, pasan por el tamiz de lo imaginario y se convierte en material aprovechable para la escritura. Por tanto, la página en blanco no tiene por que ser intimidatoria, si tenemos creatividad poseeremos material suficiente. Vivir es leer permanentemente el universo. Escribir es la otra cara de la misma moneda; por tanto, mientras vivimos, escribimos mentalmente un texto interminable. La experiencia vivida nos prepara el camino de la escritura tanto en lo que se refiere al contenido como al modo de organizar ese contenido. Los sueños son por sus argumentos enigmáticos y por su estructura fugaz e incoherente, un instrumento literario insustituible. Pero, 6

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¿cómo utilizarlos? ¿Cómo adueñarnos de sus mecanismos constitutivos, de su lenguaje y de sus símbolos? Rescatar nuestra experiencia onírica es prácticamente la introspección, investigar las imágenes más íntimas, y dejarlas aflorar como parte de un juego creativo. En este sentido, escribir es transformar el contenido latente del sueño en el contenido manifiesto del texto. Las características del sueño propician la fabulación. Escribir creativamente significa recrear la realidad que percibimos. Desarrollemos nuestra percepción sensorial buscando y practicando formas de apresar olores, sabores, imágenes, sonidos o texturas del entorno narrativo; y dejemos que a través de los sentidos fluyan libremente. La mayoría de las palabras tienen más de un sentido y pueden provocar otras palabras, una atmósfera, un mundo. La pasión léxica ha dominado a muchos escritores que, empleando su capacidad asociativa, han jugado con los sentidos de las palabras hasta encontrar nuevos y potentes recursos creativos en el lenguaje. Al escribir creamos un mundo propio de palabras que se encuentran y desencuentran a nuestra manera, es lo que proponemos al afirmar que más que un sentido, la palabra esconde sentidos. Álvaro Díaz Escobedo comenzó a escribir muy joven y dejó de hacerlo, igualmente, a temprana edad. La época era poco propicia. No obstante la circunstancia, mantuvo viva su predilección por el relato, género literario al que considera no debidamente valorado, a pesar de que desde los años sesenta del pasado siglo resurgiera en la valoración general gracias a autores como Horacio Quiroga, Borges, Bioy Casares, Julio Cortazar, Augusto Monterroso, Mario Benedetti, Carlos Fuentes, Eduardo Galeano, Fontanarrosa o Bolaño y a algunos —pocos— francotiradores españoles como Medardo Fraile, Luis Mateo Díez, Antonio Aparicio, José María Merino, Antonio Muñoz Molina o Enrique Vila-Matas. 7

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Díaz Escobedo confiesa que de crío disfrutaba más leyendo «El Cuento Semanal» que las increíbles aventuras de Flash Gordon. Todavía se emociona con las viejas ediciones que del semanario conserva. Por 30 céntimos de peseta se podía, entonces, disfrutar el verbo de Manuel Bueno, Pedro de Répide y Joaquín Dicenta; o la encomiable e inolvidable cita de Eduardo Zamacois. Ellos y sus coetáneos formaron poso para aquella pléyade de escritores que nos traería la novela corta y certificaría la narrativa española en general. Por imperativos más o menos formales, Díaz Escobedo tuvo que ponerle funda a la vieja Imperial Model 60 que tenía en la redacción del periódico, al que acudía diariamente. Pero pese al transcurrir del tiempo, no olvidó cuánto le gustaba su etapa periodística de gacetillas, los artículos de fondo y las críticas cinematográficas. Después, se convirtió en escritor popular bajo seudónimo para editoriales como Bruguera, Toray o Ediciones Iberoamericanas, compartiendo colecciones populares con Corín Tellado o Marcial Lafuente Estefanía, por citar a los entonces más leídos, ya se tratase de los bolsilibros del llamado género rosa o del wester americano, que tanto apreciaban las chicas del servicio doméstico o los militares sin graduación, o sea, los que iban al cine de barrio. Lectores poco exigentes, pero asiduos que, si no podían comprar nuevos ejemplares, los cambiaban en los mismos kioscos de venta con perragordas. En aquella época Díaz Escobedo fue superventas, aunque él procure ocultarlo y prefiera guardar un cierto anonimato. Transcurridas unas décadas, Álvaro Díaz retomó la pluma para presentar la que considera su obra de relatos más cuidada: «Esencia de mujer». La siguió «El mentalista», obra con la que ganó el I Premio Incontinentes de Novela Erótica. Mientras, ha participado en un buen número de antologías junto a los autores más destacados de la época, como Fernando Savater, Joaquín Leguina, Slawonir Mro8

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zek, Horacio Vázquez Rial, Antonio Gómez Rufo, Luis Mateo Díez, José Luis Alonso de Santos, Miguel Angel de Rus, Fernando Sánchez Dragó y el que suscribe. Ahora nos presenta el libro con el que ha ganado el V Premio Internacional Vivendia de Relato: «El mundo entero en una calle», un compendio de relatos que se divide en cuatro partes diferenciadas y bien concebidas. La Primera está dedicada a lo dramático. En realidad, considera que la vida es un gran teatro en donde el drama está representado más de lo deseable. La Segunda parte contiene relatos de carácter popular, los cuales ponen de manifiesto las acciones y pasiones humanas, que el autor describe con barroquismo y rigor dialéctico. Incluido en la Tercera parte, «La esfinge» es un conocido relato de Edgar Allan Poe. Se trata de una versión nueva, que quiere ser homenaje al insigne escritor bostoniano. Nadie mejor que él para profundizar en ese mundo misterioso que distorsiona la realidad y alimenta inquietudes. En esta sección del libro, Díaz Escobedo llega a la conclusión de que la imaginación, además de crear monstruos mentales, los transfiere a la realidad. En la Cuarta y última parte, dedicada al amor y al erotismo, el autor recorre las orillas del placer, muestra los límites de los cuerpos y traza con sus palabras un territorio erótico en el que predomina una mezcla dulzona de emociones, sensualidad e ironía, no exenta de moraleja. A veces intencionadamente trasgresor, fino e inteligente para retratar perfiles voluptuosos, gusta dar giros insospechados a los finales de sus relatos. Los críticos han hecho referencia al pulquérrimo uso que Álvaro Díaz Escobedo hace del idioma español y que su riqueza de vocabulario muestra clara influencia de los clásicos. En estos relatos 9

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encontraremos además un acertado retrato de los sentimientos y la forma de vivir de nuestro tiempo. Es un justo ganador del Premio Vivendia, que hace unos años instituí, junto a mi amigo el escritor Miguel Ángel de Rus, para facilitar la difusión de obras que no buscan la fácil comercialidad, sino la calidad. JOSÉ ENRIQUE CANABAL

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ÍNDICE Prólogo, de José Enrique Canabal

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Primera Parte: Relatos dramáticos EL MUNDO ENTERO EN UNA CALLE . . . . . . . . . . . . . . . VIAJE DE PLACER AL INFIERNO . . . . . . . . . . . . . . . . . . BEGIN THE BEGIN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . EL NO HERMANO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ÉL ES ELLA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ÚLTIMAS COPAS JUNTOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . EL VERDADERO MILAGRO DE LOURDES . . . . . . . . . . . . PÁNICO EN LAS ONDAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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15 19 29 37 43 49 55 71

Segunda Parte: Relatos de misterio y terror LA ESFINGE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77 REMORDIMIENTO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85 VENGANZA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105 UN SORPRENDENTE REGALO DE REYES . . . . . . . . . . . . 125 CANTOS DE SIRENA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129 ITINERARIO EN BLANCO Y NEGRO . . . . . . . . . . . . . . . . 139 Tercera Parte: Relatos populares PUES SÍ, MI ABUELO FUE VERDUGO . . . . . . . . . . . . . . 145 ESPANTAPÁJAROS ALICATE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151 AMORES QUE MATAN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159 ELENA Y HARRY POTTER . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 163 AL FARO POR EL CAMINO DE LA COSTA . . . . . . . . . . . . 169

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UNA TAZA DE TÉ CON LA ABUELA . . . . . . . . . . . . . . . EL HOMBRE DEL SACO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . A LA SALUD POR EL ARCO IRIS . . . . . . . . . . . . . . . . . . Cuarta Parte: Relatos amorosos y eróticos CON LOS OJOS CERRADOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . AMOR NEUMÁTICO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . LOUISE Y SACHA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . SOLAMENTE TÚ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . BUS STOP . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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A Ezequiel Cuevas Langa, maestro del periodismo, de quien tanto aprendí.

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EL MUNDO ENTERO EN UNA CALLE Mi calle lo es todo. Como la generalidad de las de buen orden, puede hallarse satisfecha de que la ingeniería civil haya planificado bien su trazado. Para mí, representa la vida. No existe otra con que motivarme. A través de la cristalera del ventanal, contemplo el mundo constreñido a la mínima dimensión; día a día, bajo esa sola perspectiva. Muchas personas gozan y sufren la vorágine de las grandes urbes que las acogen. En cambio, yo solo tengo una calle; gracias a ella aún existo. Supone la fuerza que produce el movimiento diastólico de mi encogido corazón; o sea, es el único móvil de ser y estar. Sobre el ático en que me encuentro instalado, convertido en atalaya, domino la situación general. Desde este singular observatorio, cual vigía del espacio, sigo atento al ir y venir de vehículos y animales; y, en particular, de la gente, a la que analizo de forma pausada y honda. En ocasiones, sorprendo gestos insospechables, faltos de interés o cargados de evidente preocupación: corresponden al niño que introduce, con habilidad consumada, el dedo meñique en la nariz porque le pica; al menesteroso que, estirando el brazo y fijando los ojos en el infinito, demanda misericordia invocando al Padre celestial; al atildado galán que se atusa el cabello frente al espejo de una peluquería; o al airado y febril conductor, enfermo de prisa, protestando sonoramente de los atascos en la circulación rodada. También descubro a la mujer que camina pensativa, rumiando quizá calamidades, arrepentida del hecho adúltero o vituperable; y a la jovencita que, al despedirse del novio, siente que la felicidad le invade el pecho y la humedad le baña la entrepierna. 15

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En medio de la descripción humana, el escaparate de los diversos quehaceres: el mozo que, ya enfrentado a la lucha diaria, vocea gacetas y revistas; el barquillero, ofreciendo a la grey infantil su apetitosa mercancía; el ciego que, ayudándose del inseparable bastón, transita por ruta oscura pregonando la esperanzadora lotería del cupón; el divertido paseante, dándole patadas a las piedras que, a gravilla reducidas, receban los senderos de parques y alamedas. De una parte y aun en la distancia, aprecio en los rostros alegría y placer, corolario de la sana juventud o del atesoramiento de comodidades; de otra, percibo dolor y pesar, triste resultado de la penuria y la enfermedad. Diversos sentimientos, pues, en el semblante del prójimo reflejados. Mi calle es bulliciosa, resplandeciente, alegre… En suma, muy entretenida. El bullicio lo provocan los numerosos peatones y los heterogéneos comercios que la pueblan; el color lo distribuyen las listas y arabescos de toldos y cornisas. Hollada su epidermis de asfalto por cantidad de coches y autobuses lanzados a la competencia de la velocidad, canaliza el tráfico urbano. De improviso, algún carruaje de tracción animal pone la estampa anacrónica, pero emotiva y tierna, en la ancha calzada. ¡Cómo deseo perderme entre la multitud de seres que vagan con la imaginación volcada en proyectos irrealizables! Anhelo que alguien, ensimismado y distraído, conmigo tropiece y me salude; o que, increpándome, se enfade; que, simplemente, llegue a preguntarme por un cajero automático. Quisiera participar en disputas vecinales y discusiones callejeras, tratando de imponer criterios intrascendentes; recorrer paseos y avenidas, recibiendo el viento de cara y el sol por la espalda; notar que la lluvia refresca y empapa el alma, para despejar las fúnebres reflexiones; comprobar el olor de la tierra pisada; oír piar a los pája16

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ros que anidan en los árboles próximos, o a las ranas del estanque croar..., y aspirar la fragancia que desprende el cuerpo femenino. En definitiva, ¡vivir! De verdad que me embarga el panorama callejero; y aparco, en el olvido momentáneo, cuitas y problemas. No alcanzo a divisar las basílicas que la historia nos presenta como imitadoras de las primeras iglesias de la cristiandad, ni las catedrales en que tienen sede los obispos y sus cabildos. Mas sí puedo admirar la cercana y sencilla parroquia, donde el arte religioso y el tamaño de las imágenes sacras nada influyen en la devoción de los feligreses. Transcurridas las horas de esparcimiento, la calle muda el traje, igual que los presumidos. Cambia el rutilante vestido de luz solar por otro austero e impactante: el de la noche. Cuando la luciérnaga industrial de las bombillas de neón rodea con resplandeciente gargantilla su enorme cuello, y los fluorescentes de las vitrinas ciñen reverberantes pulseras a sus largas manos, se vuelve seria. Entonces, comienza a hacerse impresionante y sobrecogedora, diríase que poco hospitalaria. Cercada por la temible oscuridad, apenas acierto a distinguirla. Permanece taciturna y melancólica. No obstante, las pisadas de los viandantes rezagados u ociosos resuenan en sus lomos; los agudos tacones de los zapatos femeninos hieren las losetas, pese a la solidez de éstas. Pero predomina en la calle lo que mucho envidio: su augusta tranquilidad. Conlleva el silencio y la soledad sin queja, casi con estoicismo. Parece que le resbalaran la gravedad y el peso, incluso el calor y el frío estacionales. Sin embargo, yo carezco de dureza y resistencia, abatiéndome ante la adversidad. Ella, mi calle, sirve de ejemplo. No gime al sentir la úlcera de los socavones, ni lamenta que la profunda y estrepitosa inyección del taladro eléctrico abra agujeros en su vientre. 17

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Amén de quererla, tengo que adorarla por cuanto brinda y otorga: espectáculo y divertimiento de la propia existencia. Hallo en los transeúntes cualidades, actos y acciones que para mí adquiriría. Como siempre, terminaré elevando la vista al cielo; allí una refulgente estrella, un lucero orientador, repite en nombre del Dios Creador que donde Él mora no serán obstáculo mi tara física y la detestable silla de ruedas.

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VIAJE DE PLACER AL INFIERNO Se oía el silbido del tren, señal inequívoca de que estaba próximo. La benemérita 279, color verde original, salvaba las últimas curvas de la vía férrea y buscaba el terreno despejado, donde el insignificante apeadero parcheaba la inmensidad de la estepa. En el pequeño andén de madera, un hombre y una mujer esperaban que el convoy asomase su mole de hierro. Realmente, la locomotora solo paraba si había pasajeros que recoger. El maquinista apenas recordaba la anterior vez que se detuvo en el poblado. Por infrecuente, novedosa era la ocasión. Algunas estaciones del ferrocarril son como las edades: las pasamos de largo, sin advertirlo. El matrimonio evidenciaba inquietud, acrecentada al desgarrar los resoplidos de la máquina el sosiego de la estival y calmosa tarde. La emoción que embargaba a la pareja parecía justificada; hacía mucho que no viajaban. Apegados al terruño del espacio rural, residían en una remota pero acogedora aldea, enclavada al Oeste del país. En ella permanecieron desde que contrajeron nupcias. Prefirieron el aislamiento en el medio campesino a la congestión urbana; y, de mutuo acuerdo, desestimaron la precaria vivienda en la ciudad populosa. La falta de alimentos básicos y la sujeción al racionamiento suponían inconvenientes añadidos y disuasorios. De sobra utilizaron los bonos que para la adquisición de artículos primarios, en especial agua y carbón, emitieron los comités legales del Frente Popular; o el llamado «día del plato único», que crearon los nacionales preconizando el carácter solidario del gobierno. 19

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Gracias a un inquebrantable espíritu emprendedor y a la constancia, habían conseguido levantar la modesta hacienda que poseían. Nada quisieron conservar del pretérito, excepción hecha de una moneda apreciada, la cual perdería pronto su curso legal; pero su valor representativo prevalecía tan intrínseco como el del propio metal acuñado. La fachada principal de la construcción, de mampostería ordinaria y dispuesta en dos alturas, estaba orientada al sureste. Se franqueaba la entrada a través de un patio. En la parte baja realizaban las labores cotidianas; el piso superior lo dedicaban a estancia de descanso, incluido el dormitorio. En la amplia balconada solían contemplar la puesta de sol hasta que éste desaparecía por detrás de los picos de las cercanas montañas, convirtiendo el atardecer en noche clara. Junto a la morada, un pabellón encalado preservaba, en función de cuadra, al ganado vacuno. Los árboles plantados les daban hoy frutos, además de sombra. El río aportaba frescura ambiental. Con lo cosechado en la huerta y la cría de los animales domésticos cubrían las necesidades pecuniarias. La mujer no pudo concebir hijos, debido a que el hombre padecía determinadas limitaciones físicas que le impedían engendrar. Carecían de familia; vivían solos, con esa relativa felicidad que preside la soledad repartida. Cierto sentimiento de desencanto anidaba en los corazones del compenetrado matrimonio, sin que lo manifestasen de forma explícita, para evitar que la pesadumbre afectara anímicamente al varón. Se habían casado cuatro décadas atrás. Ahora, casi sexagenarios, organizaron un viaje de placer. Lo consideraron conmemorativo de sus bodas de plata. Durante años tuvieron que adaptarse a la penu20

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ria impuesta por el deterioro económico que la guerra causó a la nación; una posguerra que tanto vencedores como vencidos reconocerían más dura y sombría de lo imaginado. Fraguada en el fogón del antagonismo político y religioso, la lucha armada duró demasiado. Sustentaban el ánimo amparándose en los preceptos de la fe católica, aunque diferentes sean las actitudes personales concernientes a los problemas de conciencia que la vida entraña: la de quien sigue a Dios, anhelando descubrir un último sentido, y la del que rehúye encontrarlo, encerrándose en el agnosticismo. Antes de lograr la paz anímica, sufrieron grandes penalidades. Y si bien el transcurrir de los días curó las intensas heridas que les infirió la contienda civil, éstas no cicatrizaron. Porque el ayer nunca muere, haciendo surgir de nuevo la amenaza que te obliga a cruzar los dedos, a elevar la vista al cielo con los ojos desorbitados e implorar la misericordia divina. Habían serenado el alma y olvidado los malos momentos. No obstante, perduraban las secuelas del fanatismo ideológico que dio lugar a la ferocidad de los hombres enfrentados. Todavía hay dirigentes que, a causa de absurda confusión de miras, viven en esquizofrenia política y social. Antecedentes y referencias al margen, la gira de recreo que programaron iba ser un auténtico infierno. Veleidoso es el destino.

*** Quedó lívido, paralizado. Se le veía rigidez y trastorno mental. Entre metálica y gélida, su mirada impresionaba. Y es que, al acomodarse, percibió rápidamente la circunstancia: Sanguinaire ocupaba el asiento opuesto al suyo, a un metro escaso de distancia..., ¡medio siglo después! 21

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No existía equívoco, ¡era él! Encorbatado y circunspecto, presentaba el rostro arrugado, resultado de los surcos que la edad le había abierto en el físico. El pelo, otrora oscuro y oculto debajo de una gorra al desgaire colocada, lo tenía gris encanecido. Distinguió las mismas manos proclives a provocar daño, a martirizar al prójimo para cultivar ese odio que incuba la violencia. Preso de la zozobra, propenso al ataque de nervios, recordó que el médico militar le diagnosticó «neurosis de guerra». Sí, se trataba del sujeto vituperable que convirtió en vía crucis su existencia; el mismo al que, de rodillas entregado y demandando el fin del martirio, pidió morir. Fue sometido a cruentos castigos, sin culpa ni condena previa, por mantener ideas políticas antagónicas. Rebrotaba la angustia, tal que el tiempo retrocediese de sopetón y le situase en el fragor de la batalla; en el tenaz enfrentamiento de falsos hermanos, hijos de un suelo natal al que con oscurantismo colectivo arrasaron. La película retrospectiva, alojada en la cámara del intelecto, se reproducía sobre la reducida pantalla interior de sus sienes, mezclando el rodaje: las bombas de 25 y 50 kilos que los aviones arrojaban en las zonas estratégicas, buscando objetivos que destruir, atemorizando a la población, arrasando campos ubérrimos hasta trasformarlos en ruina vegetal; el estruendo de los proyectiles de los morteros y de las granadas; el tabletear de las ametralladoras que portaban los auto-blindados B-6. Por otro lado, el irrumpir de los carros FT-17 que, dotados de un cañón de 37 mm., asolaban todo, al estilo de los filmes bélicos del cine norteamericano. Paradójicamente, la Metro Goldwin Mayer rodaba en los estudios cinematográficos de Hollywood la toma y planos secuenciales de «Lo que el viento se llevó». 22

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Por las noches solía oír voces y risas próximas al parapeto; algunas, estridentes, correspondían a gente que hablaba idéntico idioma, y también al enemigo enfrentado. Se le reventaban los oídos oyendo peroratas de la radio oponente; pero, asimismo, notaba dolor de cabeza soportando los discursos de la emisora partidaria, que enardecían el ardor guerrero de las tropas de vanguardia. Al amanecer y de seguido, los brutales combates a pecho descubierto, esgrimiendo el machete Simson calado en el fusil, a modo de bayoneta. El horror se acrecentaba bajo el torrente de agua que presidía el desconcierto de la retirada, en procesión de autómatas que, empapados y ateridos, chapoteaban en los barrizales o en las roderas que dejaban los vehículos pesados. En ocasiones, el aguanieve de la noche convertía a los cuerpos casi en témpanos, sin que las mantas de campaña sirvieran de abrigo. Sobrevolasen cazas o bombarderos, la sensación de miedo y desaliento era la misma. Tampoco importaba que los pilotos de aquellos pájaros de fuego, que hacían ensayos tácticos sirviéndose de cobayas humanas, fueran de países alineados junto a uno de los bandos contendientes. Vaya a saberse qué motivo les impulsaba a arriesgar la vida en cielos extranjeros. Es posible que solo ambicionasen ganar dinero por miles, para enviarlo a lejanos y menesterosos hogares; o malgastarlo a cientos en bares y burdeles. Viéndoles cerca, lo único trascendente radicaba en cerciorarse de que pertenecían a la aviación adicta o a la contraria. Contadas veces tiene justificación la muerte, pese a que la lucha y la victoria se doren con revestimientos de santa cruzada o de salvación de la patria. Ante sus ojos destacaba, visionado de realidad, el convoy que le trasladó a la reclusión, tras haber caído en poder del encarnizado 23

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rival. Advertía la proximidad de los guardias opresores, en especial la del que apodaban Sanguinaire. Reaparecían más trenes, y vagones de ganado hacinando a un centenar de prisioneros que, degradados espiritual y físicamente, eran incapaces de resistir la sed y contener las deyecciones. En ellos se destrozó las uñas intentando escapar. De inmediato, la cárcel en que la barbaridad, traducida a torturas y vejaciones, sería el denominador común.

*** Queriendo poner freno a los atormentadores pensamientos, fijaba la vista en la señora que acompañaba al despiadado verdugo de entonces. La conceptuó de talante apacible, acaso cándido. Por el reflejo de la cara aparentaba ser discreta y sumisa, como si en la relación conyugal no hiciese sino obedecer al severo marido. Fácil al diálogo, sus mesuradas palabras transmitían el presentimiento de que congeniaría con la generalidad de las personas. Las mujeres entraron en animada conversación, referida a los consabidos e invariables temas: la climatología, las ventajas de la tierra laborable respecto a la ciudad fabril, la familia y los gustos profanos por esto o aquello. El hombre continuaba reconstruyendo escenas en el teatro trágico de la mente. Tanto desmenuzaba y analizaba el pasado que acabó inmerso en él: enjuiciamientos sumarísimos, ajuste de cuentas, la aplicación de la ley de fugas... El pánico se exacerbaba al ver que los carceleros, lista en mano, hacían acto de presencia e introducían a los de ventura adversa dentro de una de aquellas camionetas con destino inequívoco y fatal. Recuperándose de los traumáticos recuerdos, un intenso e incontrolable afán de desquite le invadía. Tenía la oportunidad de cobrar24

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se el mal irreparable que le causaron antaño, de materializar el anhelo vengativo que siempre anidó en su corazón. Podrá resarcirse de las afrentas y de los golpes recibidos. Al escuchar a la mujer de Sanguinaire que bajarían en la siguiente parada, un velado rictus de complacencia le iluminó el rostro. Otro apeadero suponía, en buena lógica, la ausencia de público. Se levantó del asiento mediante la excusa de ir al retrete. Necesitaba algún objeto contundente con que consumar la agresión. A pesar de lo infructuoso de la búsqueda, superó el desaliento; incluso, aumentó su encono. Seguro que en la estación hallaría algo que sirviera para la maquinación; y en el supuesto caso de que así no fuese, poseía redaños que le asistieran en el macabro propósito. El odio es serpiente que repta a través del abrupto sendero de la venganza.

*** El tren aminoró la velocidad y sus compañeros de viaje decidieron incorporarse. Las mujeres se despidieron, deseándose suerte futura y un nuevo encuentro. ¡Qué incongruencia! Les siguió pasillo adelante, bajo la mirada sorprendida de su cónyuge. El dintel de la puerta marcaba el camino del infortunio. La pareja descendió del vagón; les imitó, andando detrás, a pocos pasos de distancia. Anochecía; la espesa bruma cubría el andén y los alrededores, difuminándolos. La fortuna se constituyó en aliada, hasta el punto de que el hombre tropezó con unas gruesas piedras. Redondas como las que pule la cascada de los ríos, le parecieron idénticas a las que sirvieron para machacarle los testículos y convertirle en eunuco. Llegó a estreme25

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cerse rememorando que, entre súplicas y ayes de impotencia, Sanguinaire le trasformó en animal castrado. Despejó las evocaciones perturbadoras, situándose, sigilosamente, a un par de metros de su antiguo torturador. Nada resulta más agobiante que el invisible abrazo del silencio. De repente, el maquinista anunció la reanudación de la marcha. El estridente pitido de la locomotora paralizó la acción... y, también, puso término al desvarío. Empapado en frío sudor, supo reaccionar de manera conveniente. Retornó a la conciencia; presto, retrocedió hacia el vagón que había abandonado. El convoy arrancaba. Aferrándose al agarradero, subió a la plataforma con dificultad. En el rail de la vida, al final del túnel nace la luz.

*** Cuando regresó, la esposa aún estaba temblorosa. Al verle, recuperó pronto el ánimo. Desconociendo lo ocurrido, no hizo preguntas a su marido; se limitó a cobijarle en sus brazos, junto al regazo del enfaldo, prodigándole caricias en la nuca, según acostumbraba hacer durante las crisis que éste sufría. Le comprendía sin que hablasen. Al rato, el hombre alcanzó un estado de infinita tranquilidad, primero, y de concordia, después. La fatiga que provocó el tremendo esfuerzo psíquico realizado habíale dejado exhausto. Era como si le hubiesen vaciado el cerebro y extraído el poso que el rencor fuera fermentando. El ansia de revancha ya no enturbiaba sus ideas. Jamás volvería a tener pesadillas nocturnas. Afortunadamente, encontró el recurso contra ellas y, a la vez, descubrió el inmenso valor 26

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del perdón. Practicarlo, por convicción o doctrina, representa dar ese paso que confirma la cualidad moral de la persona. Aunque el santo varón siguiera sin entender que puede haber jueces injustos, entes perversos y hermanos desnaturalizados. Quizá todos seamos, de alguna forma, responsables y partícipes de la estupidez humana.

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BEGIN THE BEGIN Escogieron el ferrocarril como sistema de locomoción ameno y seguro. Leonardo Hurtado sostenía el periódico desplegado, absorto en la lectura de las páginas financieras. Las restantes secciones carecían de interés para él. Tomándole el pulso se comprobaría que éste registraba la subida y bajada de las cotizaciones de bolsa. Enjuto y cetrino, de cabellos rapados, presentaba cara angulosa; la barba, grisácea, le confería blindaje al rostro. De aguileña nariz, conservaba limpia la dentadura. Por la comisura labial resbalaba el regusto de la ambición desmedida, que el disimulo ocultaba; los párpados, impregnados de grasa, delataban la afición a los placeres de la mesa; la concentración de las hirsutas cejas revelaba una laboriosa actividad. En amodorrante salmodia, la lluvia salpicaba de finas y heladas motas las ventanillas del vagón. El viento, zumbando disonante, golpeaba en los cristales, como lo hacía la desesperanza en el alma de la mujer que acompañaba al hombre. Nostálgica, evocaba que sobre el raíl, ella y su marido visitaron increíbles parajes de nuestro planeta, en los cuales paladearon las mieles de la diversión sin trabas. Desde Bangkok a Singapur, acomodados en los lujosos coches del Eartern & Oriental Express, degustaron exóticos cócteles y recrearon los oídos oyendo música melodiosa. También disfrutaron en el Chepe, por los declives de la Sierra Madre Occidental, superando barrancos y cruzando frondosos boscajes. Y no habían olvidado la travesía del California Zephyr; el convoy, atravesando las Montañas 29

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Rocosas y el extraordinario desierto de Utah, cubría unos cuatro mil kilómetros en cincuenta horas En definitiva, reminiscencias de los viajes en tren. El trazado de la vía férrea hiere menos a la tierra que el asfalto de la carretera. Verdad es que la rasga, sea estéril o fértil; pero, luego de abrirla, le pone implantes y traviesas, que vienen a ser como las grapas o cosidos de una operación cesárea efectuada en el vientre de la fecunda naturaleza. Mientras avanzaban, la mente femenina repasaba, marcha atrás, las distintas etapas de la vida. Su infancia y adolescencia se desarrollaron felices, al amparo del cariño familiar. El apellido Fuertes gozó antaño de gran predicamento. Los preclaros antecesores de Paloma levantaron una señorial mansión en el altozano de Ayete, cerca del palacio que el Caudillo Franco aprovechaba, cedido por el Ayuntamiento easonense, para celebrar reuniones y consejos ministeriales. Poco o nada presumía Paloma Fuertes del origen y condición de sus antepasados. Modesta en el fondo y en las formas, la discreción revalorizaba el patrimonio de la propia idiosincrasia. Se hallaba orgullosa de su linaje, y echaba en falta las imborrables vivencias juveniles. Recordaba que le encantaba detenerse en las ricas villas del Paseo de Francia, ante los egregios edificios del área romántica, cuya elitista arquitectura dio lugar al que bautizaran «París del Sur». Allí concurrieron, iniciado el siglo XX , afamados políticos y artistas de la belle époque, como Mata Hari y Troski, o Pastora Imperio y Maurice Ravel. A conveniencia, traspasaba el puente de María Cristina y se entretenía en la Estación del Norte, la misma de la que partiría la reina Isabel II camino del exilio. Cumplidos trece años, le regalaron un bellísimo ejemplar gris de Camargue; caballo duro, pero excelente para la equitación, con boni30

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to tercio anterior y adecuada alzada. La extasiaba recorrer a lomos del animal los barrios y aledaños. Quería tanto al noble bruto que, le llevara al paso o al trote, cuidaba que no comiese hierbas venenosas, y le acariciaba a lo largo de la cruz; o en el hocico, debajo de la muserola, diciéndose a sí misma que entonces tenía amigos fieles. Si llovía, procuraba guarecerse en la cueva artificial conocida por «el refugio». Rememoró, como que hubiera sido ayer, la despedida de la solariega casa paterna. Contraídas nupcias, aceptó trasladarse a otro hogar donde compartir con su cónyuge el pan y la cebolla. Ahora, Paloma Fuertes tiene perdido el mirar inquisidor e incitante que caracteriza a la juventud; sin embargo, sigue siendo hembra de serena y apreciable belleza. Inteligente y enérgica, sus ojos desprenden un brillo persistente, pese a que parezcan a veces cansados y cubiertos por el hálito de lo que solemos llamar tristeza. A diferencia de otras féminas, no precisaba recurrir al lápiz cosmético para que resaltasen las hermosas pestañas. La boca denotaba principios de fatiga, y de los labios se ha borrado el rasgo de la felicidad; mas, al brotar los atisbos de la alegría, desaparecían las rayas transversales de la frente, y la expresión surgía fresca y placentera. En el mentón comenzaba a formársele, casi imperceptible, una segunda barbilla. De piel morena y satinada, en la nuca nacía el suave vello de la espalda. Le dominaban los anhelos de independencia, del libre albedrío. Necesitada de dar rienda suelta a la fantasía; junto al esposo sentíase pájaro en jaula de oro, flor en jarrón de porcelana. Admitía haber hipotecado la identidad. Como les ocurre a las telas vistosas, el transcurso del tiempo iba destiñendo los colores de su particular y espiritual arco iris, y la deslizaba por la pendiente de la desgana hacia el pozo de la rutina. Deseaba no solo que alguien la 31

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amase, sino que se lo confesara; mejor dicho, que lo probase, pero Leonardo estaba muy distanciado del personaje que ella construyó en los frágiles cimientos de la candidez. Coincidiendo en lo mínimo con su marido, la mujer deploraba los momentos malgastados, los suspiros vacíos de contenido y las lágrimas en vano derramadas. Llevaba puesto un vestido de corte ondulante, tendente a modelar su estilizada figura. En el escote cuadrado, sujeta con hilos de platino, temblaba una crucecita de refulgentes diamantes.

*** A la premonición siguió el nefasto acontecimiento. El túnel excavado en la montaña vomitó al convoy por su enorme y negra boca. La luz del día brilló de nuevo, deslumbrante y cegadora. A partir de ahí, el principio del caos. Paloma Fuertes aferró la cartera de mano cual tabla de salvación. El accidente se produjo en un tramo curvo de nula visibilidad, rápido de caída y con rampas descendentes acusadas. La locomotora no llegó a salirse de la vía; aguantó en los raíles como si estuviese a ellos soldada. Tras la brusca frenada, el furgón de equipajes, primero de la formación, resbaló en el acero laminado del carril, hizo la tijera y quedó cruzado. El siguiente vagón, empotrándose, provocó el choque en cadena. Despedidos violentamente, los hierros penetraron en los compartimentos a través de los bastidores. Consecuencia del impactante descarrilamiento, el testero del coche litera delantero, comprimiéndose, se redujo a dos tercios del volumen original; la carrocería parecía un gigantesco acordeón. Las demás unidades volcaron; mas, por fortuna, las estructuras resistieron bien la tremenda colisión. 32