EN EL MUNDO DE CAMBALACHE

(Capítulo del libro inédito de Juan Carlos Jara “Entre la civilización y la barbarie. Una historia social del tango”). ********* EN EL MUNDO DE “CAMB...
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(Capítulo del libro inédito de Juan Carlos Jara “Entre la civilización y la barbarie. Una historia social del tango”). *********

EN EL MUNDO DE “CAMBALACHE” (1930-1943) “El tango abre en el crepúsculo sus mejores abanicos de lágrimas”. Federico García Lorca, 1933.

La oprobiosa década que sucedió al viernes negro de Wall Street (octubre de 1929) y, muy principalmente, entre nosotros, a la revolución de septiembre de 1930, quedó marcada a fuego en la memoria de las clases desposeídas argentinas. La crisis de nuestra estructura agro exportadora, puesta al desnudo a consecuencia del crac económico, se tradujo muy pronto en una notable declinación del nivel de vida popular. La baja de salarios, el paro forzoso, la falta de viviendas y la aparición de las primeras “villas desocupación” de nuestra historia moderna, fueron emblemas de la época, junto al “fraude patriótico”, la corrupción institucional y la aquiescente postura oficial hacia el imperialismo británico, facetas no menos execrables de la misma siniestra realidad. La tempestad surgida en la entraña del capitalismo desarrollado, se había descargado con inusual energía sobre los países dependientes y, especialmente, sobre las espaldas desguarnecidas de la clase trabajadora de esos países. La literatura de Enrique González Tuñón, verdadero relato de un náufrago, define con dramática desnudez el nivel de los padecimientos populares: No tengo un cobre. No tengo a quien pedir un cobre. He agotado todos los recursos. Desde hace ocho días me alimento con café con leche y me voy sin pagar de las lecherías aprovechando el menor descuido del mozo. Tengo en la pituitaria ese olor de la leche recalentada1 . Por boca del vicepresidente Roca, entretanto, se confiesa la venalidad del régimen y la desvergonzada obsecuencia de las “clases rectoras” del país:

1

González Tuñón, Enrique. Camas desde un peso, Bs. As., Ameghino, 1998; p.49. (La primera edición es de 1932).

La Argentina, por su interdependencia recíproca, es desde el punto de vista económico una parte integrante del Imperio británico2. Si bien es cierto que los primeros en hacerse sentir fueron los factores de orden económico, agobiantes para los sectores más desfavorecidos de la población, el otro rostro de la crisis, tanto o más cruel que el primero, lo constituyó el derrumbe de las ilusiones progresistas sembradas por la generación del ‘80. Como si la vida, de pronto, hubiera plagiado una letra de Discépolo, tuvo lugar un violento, inesperado emerger en medio de la realidad más sórdida. Raúl Scalabrini Ortiz en su columna de “Noticias Gráficas” lo supo percibir tempranamente: Ahora la ciudad no retoza. Ahora la ciudad está contristada y, por primera vez en el transcurso de su historia, piensa. Una desazón la perturba. Su reposo es intranquilo. Ya no es el sopor profundo en que repara el niño el desgaste de su devaneo cotidiano. Es un sueño suavemente vapuleado por un escozor que no alcanza a ser recelo: la inquietud de una conciencia que aún no se arrepiente de nada, pero ha adquirido ya la responsabilidad de saber que existe. El primer acto libre de un niño que comienza a madurar3. Varios lustros más tarde, con mayor perspectiva histórica, Rodolfo Puiggrós reafirmará este concepto, señalando que, entre 1930 y 1943, verdaderos límites de aquella larga “década”: La Argentina comenzó a despertar de la hipnosis a que fue sometida durante tres cuartos de siglo, por la ilusión en la eternidad de un progreso y de una riqueza colectiva e individual que se debían a medios externos y artificiales4. Es necesario decir que ese despertar, lleno de dramatismo, ya apuntaba en una corriente de la literatura de ficción (Arlt, González Tuñón, el grotesco) y particularmente en el escepticismo de la línea tanguera que comenzó a proliferar a partir de “Qué vachaché” (1926), de Enrique Santos Discépolo, pero que ya se anunciaba en otros letristas precedentes. Echemos una breve ojeada retrospectiva antes de llegar a aquél.

FLOR DE LUJO Y CABARET 2

En: Ramos, Jorge Abelardo. Revolución y contrarrevolución en la Argentina, Bs. As., La Reja, 1961; p. 353. 3 Scalabrini Ortiz, Raúl, “La ciudad está triste”, diario “Noticias Gráficas”, 1º de junio de 1931. (En: Pereira, Susana. Literatura testimonial de los años treinta, Bs. As., Peña Lillo, 1979; p. 41). 4 Historia crítica de los partidos políticos argentinos, T.III, Bs. As., Hyspamérica, 1986, p. 32.

Si bien es cierto que hacia 1914 la expansión agrícola de la pampa húmeda había alcanzado el techo de su crecimiento horizontal, tal como lo observara tempranamente Alejandro Bunge desde su “Revista de Economía Argentina”; la mejora de los precios de nuestros productos exportables, más el relativo incremento de los niveles de ocupación durante la guerra de 1914-1918, habían permitido paliar la situación e ingresar a la década siguiente con mayores perspectivas de crecimiento económico y armonía social. Por lo demás, la política económica yrigoyenista había logrado promover una incipiente industrialización, propiciada por la guerra europea y por una serie de medidas de corte proteccionista como el cierre de la Caja de Conversión y la devaluación consecuente. ”Allí –dice Jauretche- comenzaron las primeras emigraciones de los suburbios de campaña a los centros fabriles5”. Eran las avanzadas de un ejército laboral que iba a cambiar la faz de la metrópolis, y del país todo, durante la década siguiente. Pero la otra migración, la europea, estaba lejos de haber cesado. Todavía en la década del ‘20 arribarán –para quedarse- cerca de un millón de inmigrantes de ultramar, indicio de que las posibilidades de progreso individual no estaban clausuradas. Nunca está de más enfatizar, con el citado Arturo Jauretche, que el poblador que emigra de su suelo natal, muy pocas veces lo hace a ciegas. Abandona una sociedad que no le ofrece horizontes de mejoramiento personal, buscando un medio nuevo que le permita desarrollarse y progresar, tentado generalmente por las cartas del “paisano” que se largó antes a la aventura y que ha logrado consolidar una posición más o menos expectable en la tierra de adopción. Pero esto, la mayor parte de las veces, a costa de sacrificios y privaciones sin cuento, en una sociedad que se hace ferozmente competitiva. Ustedes se piensan que gano esta sucia plata dando vuelta al manubrio. La gano dando vuelta al alma. Se vive rodeado de púa y hay que curtir el cuero..., clama el organillero italiano, protagonista de uno de los primeros grotescos discepolianos6. Y es de ese ambiente sórdido, de duro trabajo y pobreza rigurosa, del que “levantarán vuelo” las chicas con ambiciones “de lujo y de placer” que nos presentan tantos tangos de la serie de Milonguita7. Para ciertos autores, ésta consiste en una temática sin vinculación alguna con la realidad circundante. Así, Miguel Etchebarne cree ver en ella sólo “un reflejo literario (...) de obras como ‘Manon Lescaut’, del Abate Prévost, ‘La dama de las camelias’, de Alejandro Dumas (hijo), y las ‘Escenas de la vida bohemia’, de Enrique Murguer...”, con lo que escamotea el análisis contextual, proyectando a la coyuntura externa y lejana del período romántico francés una problemática profundamente enraizada en el marco histórico concreto de la Argentina de los años ’20 y ‘30. Veamos un par de ejemplos.

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Jauretche, Arturo. Los profetas del odio, Bs. As., Trafac, 1956. “El organito”, 1924. (En: Galasso, Norberto. Discépolo y su época, Bs. As., Ayacucho, 1973; p. 50). 7 Etchebarne, Miguel. Juan Nadie. Vida y muerte de un compadre , Bs. As., Alpe, 1954; p. 104. 6

En “Seguí, no te parés”, “tango callejero” de 1929, Luis Díaz se dirige a la mujer que, a punto de abandonar el hogar conyugal y, con él, la “vida mishia, sin auroras” que éste le depara, guarda un último escrúpulo de fidelidad marital y vacila ante el (mal) paso que se apresta a consumar. Libre de sentimentalismos, el poeta la incita a seguir adelante, recordándole: No olvidés que la vida en el convento8 fue muy dura, fue muy cruel... Poco morfi, minga ‘e vento y a las seis de la mañana en el invierno, veinte cuadras por el barro hasta el taller. En consecuencia, no necesitará demasiada apostura ni locuacidad el magnate de yuguiyo9 que pretenda conquistar los amores de la “linda muchacha que quiso imperar en los centros suntuosos en que se desliza el bullicio nocturno”. Su canto de sirena será descaradamente simple, perversamente paternal: Seguí mi consejo, dejá el conventillo, en él mi pebeta no debe vivir. Y en vez de una pieza sin luz y sin aire, verás qué bonito será mi bulín10. Bulín que, “si los tangos no engañan”, como diría Borges, constituye el primer escalón que llevará a la “pobre Gautier de Puente Alsina” por la “pendiente fatal” que le marca el destino ineluctable: “del cabaret al hospital”. Los tangos, las letras de los tangos de aquellos años testimonian largamente que miseria popular y despilfarro oligárquico son los polos opuestos de una misma realidad. Así, el protagonista de “Buenos Aires” (Manuel Romero, 1923), farrista inveterado, sabe reconocer que a la salida de la milonga se oye a una nena pidiendo pan, lo que le permite llegar a esta esencial comprobación: por eso es que en el gotán siempre solloza una pena. El mismo razonamiento hará dos años después Cátulo Castillo, autor de “Caminito del taller” (1925), quien luego de describir a la pobre costurerita que, aterida de frío, pasa rumbo al taller “envuelta en una racha de tos seca y tenaz”, concluye afirmando: Por eso son tan tristes todas las ilusiones. 8

Conventillo, en lunfardo. Yuguiyo es el cuello y corbata utilizado por las clases media y alta. “La gente humilde no usaba más que pañuelo con el nudo en forma de galleta o la blusa cerrada hasta arriba”. Barcia, José. Tangos, tangueros y tangocosas, Bs. As., Plus Ultra, 1976; p. 165. 10 Francisco Ruiz París, “Dejá el conventillo”, tango grabado por Gardel en 1925. 9

y por eso en las frías noches del arrabal parece que se quejan los roncos bandoneones y cada tango es una canción sentimental. La tristeza del tango, lo dicen sus propios autores, parece originarse en el ambiente de indigencia social que impera en la época. Y será Celedonio Flores, tal vez el más valioso letrista de esos tiempos difíciles, el que exprese con mayor hondura la síntesis entre tango y pobreza esbozada por los poetas antes citados. En “Por qué canto así”, explica Flores: Porque cuando pibe me acunaba en tangos la canción materna pa llamar el sueño y escuché el rezongo de los bandoneones bajo el emparrado de mi patio viejo... Porque vi el desfile de las inclemencias con mis pobres ojos llorosos y abiertos y en la triste pieza de mis buenos viejos cantó la pobreza su canción de invierno. Y yo me hice en tangos, me fui modelando en odio, en tristezas, en las amarguras que da la pobreza... En llantos de madres... En las rebeldías del que es fuerte y tiene que cruzar los brazos cuando el hambre viene. Al mismo Celedonio Flores pertenece esta formidable requisitoria contra un sistema de justicia sustancialmente injusto: Yo nací, señor Juez, en el suburbio, suburbio triste de la enorme pena, en el fango social donde una noche asentara su rancho la miseria. De muchacho nomás hurgué en el cieno donde van a podrirse las grandezas, ¡hay que ver, señor Juez, cómo se vive, para saber después cómo se pena! Rosita Quiroga estrenó este tango, “Sentencia”, hacia 1925, el mismo año en que Francisco García Jiménez escribía “Suerte loca”, en el que a través de vocablos tomados del ambiente del juego (o del “escolazo”, para decirlo en el idioma del tango) hace un fugaz esbozo de crítica social: Yo también entré a jugar confiado en la ceguera del azar y luego vi que todo era mentir

y el capital en manos del más vil 11. “El capital en manos del más vil”. ¿No evoca este último verso la no menos crítica copla hernandiana: “Es señora la justicia / y anda en ancas del más pillo”? ¿Sería, por otra parte, hilar demasiado fino creer percibir en ese sintético fragmento, más allá de una implícita continuidad temática con la poesía gauchesca, una alusión nada complaciente al llamado libre juego de las fuerzas del mercado? ¿La sagrada “mano invisible” de Adam Smith puesta en tela de juicio por un poeta arrabalero en esa “conformista Buenos Aires de digestiones lentas” gobernada con aristocrática displicencia por el atildado Don Marcelo? En todo caso, se trata de una inquietante comprobación: la igualdad de oportunidades propiciada por los constituyentes del ’53 comienza a vislumbrarse como un puro sofisma. Por eso, aunque el cielo de la patria se avizora aún plácido y sin nubes y, consecuentemente, las libertades constitucionales siguen manteniéndose incólumes, por lo menos en apariencia; los poetas populares –ora en broma, ora en serio- se animan a cantar en un tono crecientemente impugnador. En un teatro de revistas, haciendo gala de su más pura gracia porteña, Sofía Bozán entonaba por aquellos días: Cachorro de bacán, andá achicando el tren; los ricos hoy están al borde del sartén. El vento del cobán, el auto y la mansión, bien pronto rajarán por un escotillón. Parece que está lista y ha rumbiao la bronca comunista pa este lao. ............................................. Se viene la maroma pa este lao: el pato empezará a dominar... ¡cómo la vamo a gozar12! Estas efusiones tan escasamente líricas, que desmienten, dicho sea de paso, el extendido concepto de que el tango constituye una expresión pura y exclusivamente sentimental y nostálgica, son difícilmente ubicables dentro del panorama literario de la época. Ni el tremendismo de Boedo ni el refinamiento metafórico de los vanguardistas agrupados en la revista “Martín Fierro”. La poesía popular de Buenos Aires se mantiene al margen de la guerrilla literaria y por lo tanto permanece inclasificable dentro del cartabón manejado por quienes se han dedicado a historiar la literatura argentina de la década del ’20. ¿En qué andarivel si no ubicar a Enrique Santos Discépolo, quien en 1926 adviene al panorama poético de la ciudad con el tango “Qué vachaché”? Allí, toda una escala de valores consagrados –la moral del porteño medio- parece derrumbarse estrepitosamente, junto con la confianza en la política reparadora 11 12

García Jiménez, Francisco. “Suerte loca”, tango con música de Anselmo Aieta. Romero, Manuel. “Se viene la maroma”, tango con música de Enrique Delfino.

del radicalismo. Lo que en “Suerte loca” era una presunción, aquí ya es una certeza inapelable: Pero, ¿no ves, gilito embanderado, que la razón la tiene el de más guita? ¿Qué la honradez la venden al contado y a la moral la dan por moneditas? ¿Qué no hay ninguna verdad que se resista frente a dos pesos moneda nacional? Vos resultás, haciendo el moralista, un disfrazao sin carnaval... “Verdad”, “moral”, “honradez”: virtudes absolutas caras a la “Reparación”, grandes palabras bajo cuyos pliegues sagrados el poeta popular ve reaparecer el rostro odiado del “Régimen”: El verdadero amor se ahogó en la sopa, la panza es reina y el dinero es Dios. La frustración del principismo yrigoyenista, o acaso su tergiversación a manos de los galeritas antipersonalistas de Alvear, comienza a hacerse notoria para los espíritus más sensibles, transformándose en desilusión y cinismo. Así, Dante A. Linyera –hombre vinculado al tango- dirá de sus propios versos: Desprecian la vida, la vida bacana, y a la buena suerte y a las cosas santas porque en una noche de gayola y hambre pasaron la mala. Están en mis labios y en los tuyos; cantan en los de la piba que patina y palma, y en los del otario que labura y sueña, y en los del que afana... .................................. ¡Burlas atorrantas como puñetazos...! ¡Roña de las almas que entienden el tango!: tienen la ironía de hacer que los pobres crean dendeveras que ¡semos hermanos13! 13

Dante A. Linyera (Francisco Bautista Rímoli), Semos hermanos, Bs. As., Quetzal, 1973; pp.14 y 15. (La 1ª edición es de 1928).

Por su parte, un cuentista también íntimamente ligado a la temática popular, Enrique González Tuñón, expresa con claridad el trasfondo de ese escepticismo: Zombeca me convenció de que la honradez es un artículo de lujo cuando el cuerpo se dobla de fatiga o de debilidad 14, razonamiento que lo lleva a esta desencantada conclusión: “Es preciso entrar por el aro o decidirse a morir de consunción 15”. Curiosamente, algunos años antes, el grotesco discepoliano planteaba similares propuestas. El astuto y ruin Severino argumenta frente a don Miguel, el cochero protagonista de “Mateo”: Hay que entrare, amigo. La vida es una sola, e a lo muerto lo llórano uguale cuando han sido honesto que cuando han sido deshonesto16 . Se impone deponer todo escrúpulo moral, ya que en la dura competencia social y económica, la probidad y el recto proceder resultan una carga demasiado pesada que, por lo demás, no se cotiza en plaza. Este parece ser el planteo de los autores citados y el de poetas de tango como Luis Mario (seudónimo de María Luisa Carnelli, autora platense compañera de González Tuñón). En “Primer agua” (1928) comentará de un muchacho de barrio que se ha convertido en “gigoló”, se rechifló, y eso está bien, estufo de pasarla sin tovén. Y en “Se va la vida” (1929), la misma autora aconseja: si un bacán te promete acomodar, entrá derecho viejo. ..................................................... Lo mejor es vivirla y largar las penas a rodar. Los atributos metafísicos que Ernesto Sábato percibe en las letras de tango17 poseen, como se ve, una raigambre social bien concreta. El tango de Viván y Yaraví “La vida es corta” (1929) ofrece en su estribillo una prueba de ese meditar metafísico del porteño: Ya que el amor es puro grupo, que todo es falluto, que todo es llorar, 14

“La rata que se ahogó en el arroyo”. (En: González Tuñón, Enrique. La rueda del molino mal pintado, Bs. As., Centro Editor de América Latina, 1969; p. 60. La primera edición es de 1928). 15 Idem; p. 64. 16 Discépolo, Armando. Mateo, Bs. As., Eudeba, 1965; p. 29. Grotesco estrenado en 1923. 17 Tango, discusión y clave, Bs. As., Losada; 1964; p. 20 y ss.

no vale la pena pillársela en serio si entre hoy o mañana habrá que sonar. Sin embargo, unas estrofas antes, la protagonista de este mismo tango daba la clave socioeconómica de su escepticismo: Yo quiero un bacán cargado de vento que tenga un haras “pursang” y un stud; darle el esquinazo al triste convento y a esta miseria batirle “salud”18. Otros tangos, entre muchos, que reafirman tal postura de “escepticismo cínico”– como la llama, desgajándola del contexto social, el historiador inglés Simon Collier- son “Esta vida es puro grupo”: Esta vida es puro grupo, qué vas a hablarme e’ la vida. ¡Si habré corrido la liebre, mangando pa’ malcomer! En esta lucha del morfi hay tan solo una salida: tener las pilchas bacanas y una bonita mujer. Lo demás es puro cuento, ¿quién da puntada sin hilo? La razón es del más fuerte, tenelo por buen saber. Podés ser hombre instruido, laburante o tirifilo, pero sin vento ni pilchas no tenés nada que hacer19, y “Mentiras criollas”, grabado por Gardel el día anterior al crac de Wall Street: Si querés vivir feliz, si ilusión querés tener, conformate con creer, sin entrar a discutir, que te besan por amor, que es alegre un cabaret... Y siguen las “mentiras criollas”: Que si corren pa ganar te lo vienen a decir... Que te van a conseguir un empleo nacional... Que el patrón te va a aumentar si cinchás de sol a sol... Que el calmante pal resfrío no te faja el corazón20...

EN UN MISMO LODO Volviendo a la “década infame”, lo esencial de ésta es que fue experimentada por los sectores populares, tradicionales consumidores del tango, como una etapa de rotundas humillaciones y fracasos. Las torturadas novelas de Roberto 18

“El Canta Claro”, N° 316, 31-10-1939. “Esta vida es puro grupo”, tango de Enrique Carrera Sotelo, grabado por Gardel en 1928. 20 “Mentiras criollas”, tango de Oscar Arona, grabado por Gardel en 1929. 19

Arlt y los desgarrados tangos de Enrique Santos Discépolo son insignias categóricas de aquellos años de “mishiadura” que el tango expresó pero también padeció de diversas maneras. La baja del poder adquisitivo del pueblo resentiría notoriamente la difusión de nuestra música: se vendieron menos discos, se suprimieron fuentes de trabajo, quebraron empresas grabadoras (Brunswick, Electra, Max Glücksmann), se disolvieron conjuntos orquestales. A todo esto vendrán a sumarse dos hechos colaterales a la crisis pero de notoria incidencia sobre ella: en primer término, el comienzo del auge del cine sonoro con su natural secuela de películas musicales, cuyo significativo mojón inicial será “El cantor de jazz”, protagonizada por Al Jolson (1927). En adelante, la competencia entre el tango y los ajenos ritmos importados se librará no solo en nuestro país sino también en el importante mercado cultural latinoamericano. Estamos en presencia de una nueva, poderosa industria internacional: la cultura de masas. Al mismo tiempo, el surgimiento de las “imágenes parlantes” fue en perjuicio de nuestras orquestas y conjuntos que hasta entonces se habían encargado de animar los intervalos en las salas cinematográficas o habían armonizando con sus sones porteños el vacío sonoro dejado por las cintas mudas. Otro hecho, para algunos capital, fue el desastre de Medellín, casi simbólico suceso que pareció signar, con la muerte de Carlos Gardel, la decadencia final de nuestra música ciudadana. El tantas veces citado Enrique González Tuñón, tal vez el primer intelectual fervorosamente gardeliano, dirá al respecto: El tango empieza y termina con Carlos Gardel (....) Muerto Gardel, la única posibilidad que le queda al tango de retomar su senda es Azucena Maizani21. Pero el autor de “Camas desde un peso” será uno de los pocos intelectuales que todavía en los años ‘30 se interese por el porvenir de nuestra música. La mayoría de sus colegas – al igual que “Fray Mocho” a principios de siglosolamente lo harán para desearle una pronta desaparición. Los eternos detractores, sintiéndose fuertes ante la retirada y el aparente sometimiento de los sectores yrigoyenistas, atacan sin piedad a la música de las mayorías. Así, Ezequiel Martínez Estrada muestra su total incompetencia para el análisis de los fenómenos populares, al afirmar que el tango Es el baile de la cadera a los pies (...) Baile sin expresión, monótono, con el ritmo estilizado del ayuntamiento (...) Es un baile sin alma, para autómatas, para personas que han renunciado a las complicaciones de la vida mental y se acogen al nirvana. Es deslizarse. Baile del pesimismo, de la pena de todos los miembros; baile de las grandes llanuras siempre iguales y de una raza agobiada,

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De una nota escrita la misma noche del desastre de Medellín. (En: revista “Yo te canto, Buenos Aires”, s/d.; p. 25). En similar perspectiva se expedía el dramaturgo Vicente Martínez Cuitiño en declaraciones al diario “Crítica” (25-6-1935): “Con la muerte de Gardel corre peligro el éxito internacional y universal del tango. Sus medios de expresión no los recogerá nadie”. (En: Couselo, Jorge Miguel y Chiérico, Osiris. Gardel, mito-realidad (Ubicación y Antología), colección La Siringa Nº 29, Bs. As., Peña Lillo, 1964; p.51).

subyugada, que las anda sin un fin, sin un destino, en la eternidad de su presente que se repite22. Luego de semejante andanada de fatalismo telúrico23, el autor de “Sábado de gloria” prosigue: Ahora es cuando el tango ha logrado su cabal expresión: la falta de expresión. Lento, con los pies arrastrados, con el andar del buey que pace. Parecería que la sensualidad le ha quitado la gracia de los movimientos; tiene la seriedad del ser humano cuando procrea. El tango ha fijado esa seriedad de la cópula, porque parece engendrar sin placer. (...) No hay roce, no hay rubor, no hay lo inesperado en el contacto. Es el contacto convenido, pactado de antemano, en la convención del tango. No es lo que precede a la posesión con resistencia, con dudas y reticencias; es lo que precede a la posesión concertada y pagada, con la seguridad de un acto legal. Más bien que el noviazgo es el concubinato que no violenta las normas sociales24. Nos extendemos en la cita, que de por sí no merece mayores aclaraciones, porque Martínez Estrada fue en su momento –antes de adherir a la revolución cubana en los años ‘60- uno de los intelectuales más influyentes dentro del mundillo cultural argentino. Asimismo, en consonancia con su pensamiento, se hallaba la mayoría de sus colegas hundidos en el torbellino económico y espiritual de la década infame. Pero a tal punto resultan grotescas sus descripciones del tango que desde las páginas de la revista “Sur” -¡nada menos!- le surgirá un inesperado contradictor: el ensayista santiagueño Bernardo Canal Feijóo, quien al hacer hincapié en el sañudo talante del poeta de San José de la Esquina, se pregunta: ¿Cómo ver el tango así? ¿Qué ojos ha llevado a la fiesta el autor? ¿No recuerda su punto de vista aquel cuento en que el asno asiste al baile de los otros animales vestido de gris porque él no ha ido precisamente a bailar25? Y concluye, inquiriendo lo que todo lector de Martínez Estrada, no solo el de “Radiografía de la Pampa”, se ha preguntado alguna vez:

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Martínez Estrada, Ezequiel. “El tango”. En: revista “La vida literaria”, año IV, Nº 1; julio de 1931. Incluido dos años después en su libro Radiografía de la pampa. 23 Recordemos que para Martínez Estrada el medio físico determina férreamente los límites de la acción humana (“llanuras siempre iguales” = “raza agobiada”); cómoda teoría que le permite afirmar, para beneplácito del sector terrateniente: “El latifundio fue la forma de propiedad adecuada al alma del navegante de mar y tierra, y la forma propia del cultivo y del aprovechamiento del agro. El latifundio era una fatídica razón geográfica y étnica”. Radiografía de la pampa, T. 1. 24 Martínez Estrada, E. Ibídem. 25 Canal Feijoó, Bernardo. “Radiografías fatídicas” (En: revista “Sur” Nº 37, octubre de 1937; p. 72).

¿De dónde ha brotado, de qué complejos ha nacido este extraño libro sin piedad ni esperanza para el destino argentino? ¿Este libro de un respetable poeta, en que nunca aparece el poeta que discierna la perla en el diente del perro26? La respuesta no es complicada: el pesimismo irracionalista de Martínez Estrada brota de la crisis del ‘30, del profundo desgarrón producido en la clase media intelectual por la declinación del pensamiento liberal y por la consiguiente emergencia de las aberraciones de un sistema basado en una total dependencia del imperio británico. Los intelectuales del ‘30, salvo un puñado de excepciones, volverán sus ojos en busca de culpables y, con la ayuda de “visitantes ilustres” como Ortega y Gasset, Keyserling y otros, los encontrarán en la “rebelión de las masas”, en “el pecado original de América” o en la “alevosa encrucijada del cuarto oscuro”. La civilización que ellos creen representar seguirá siendo acuciada por la barbarie del pueblo o de una naturaleza indomeñable y ajena. Por eso van a sentirse cómodos con el gobierno de Justo, uno de los más retrógrados y fraudulentos de la historia contemporánea.

26

Ibid.